El apóstol san Juan observa:
<Mirad que amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! (1 Jn 3, 1). Por consiguiente,
es Dios quien nos ha amado primero y en Jesús nos ha hecho sus hijos adoptivos.
Una frase muy hermosa de santa Teresita del Niño Jesús nos muestra que esto es así: <Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra>. Ella había nacido en Alençon (Francia) a finales del siglo XIX, pero vivió casi toda su niñez y juventud en Lisieux, una aldea cercana.
Su trabajo fue constante en favor
de los más necesitados, sin importarle los peligros que pudiera correr su
salud y así cuando sólo tenía veintidós
años, enfermo de tuberculosis, pero no por ello dejó de sacrificarse por sus
semejantes, ni dejo de rezar con gran fervor por el éxito de las misiones.
Ella misma nos legó el
descubrimiento de su vocación, al leer las Sagradas Escrituras, con el deseo de
encontrar cual sería la forma más idónea para servir a Dios. La descubrió en la
lectura de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios cuando les habla sobre
la caridad con palabras como éstas (I Co 13, 4-13):
“La caridad es paciente, la
caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta / no es
ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal / no se
alegra por la injusticia, se complace con la verdad / todo lo aguanta, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo soporta / La caridad nunca acaba. Las profecías
desaparecerán, las lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada / Porque ahora
nuestro conocimiento es imperfecto e imperfecta nuestra profecía /
Pero cuando venga lo perfecto
desaparecerá lo imperfecto / Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como
niño, razonaba como niño. Cuando he llegado a ser hombre, me he desprendido de
las cosas de niño / Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente;
entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces
conoceré como soy conocido / Ahora permanecen la fe, la esperanza, la caridad:
las tres virtudes. Pero de ellas la más grande es la caridad”
No obstante San Pablo siguió
evangelizando a la Iglesia de Corinto desde la lejanía de su persona, que no de
su espíritu, como prueban sus cartas; específicamente ésta primera fue a causa
de noticias preocupantes, sobre el comportamiento de algunos de sus miembros.
Por eso les habla del amor, de la caridad, que para él era la virtud más
grande, que conducía a la santidad.
Por otra parte, recordemos que la
Encarnación del Hijo de Dios en el vientre inmaculado de María, es el
fundamento de la moral y la caridad del cristiano, por eso la santidad es fruto de la gracia y
disposición de nuestro Creador, tal como
podemos leer también en la carta de San Pablo a su querido discípulo Tito (Tt
2, 11-15):
Sí, los hombres santos y las mujeres santas que en este mundo han sido, entendieron pronto la gran labor que ellos podrían realizar, por la gracia recibida de Jesucristo, por eso, son intercesores entre Dios y los hombres en cuanto están asociados al único Mediador que es Jesús, el Hijo unigénito de Dios.
Así lo enseñaba el Beato Tomás de Kempis en su obra magistral (Imitación de Cristo), que desde la edad media hasta nuestros días ha servido de guía espiritual a tantas generaciones, aunque en la actualidad muchos ni siquiera han escuchado hablar de este libro y de este hombre santo; no obstante, todavía hay creyentes que por suerte siguen leyéndolo y recibiendo sus sabios consejos:
Los Pontífices de todos los tiempos se han preocupado por este problema que en realidad siempre ha estado presente en la Iglesia de Cristo. En este sentido, se expresaba el Papa Pío XII en su Carta <Mediator Dei> del año 1947:
Precisamente en su segunda Carta
le anima a la perseverancia en la
predicación (2 Tm 4, 1-8):
“Te conjuro en la presencia de Dios y de Cristo
Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, y por su advenimiento y por su reino
/ predica la palabra, insta a tiempo y a destiempo, reprende, exhorta, increpa
con toda longanimidad y no cejando en la enseñanza / Pues vendrá un tiempo en
que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la
medida de sus pasiones para halagarse el oído/ y por un lado desviarán sus
oídos de la verdad y por otro se volverán hacia las fabulas / Más tú anda sobre
ti en todo, arrostra los trabajos, haz obra de evangelista, desempeña
cumplidamente tu ministerio /
Pues yo voy a ser derramado como
libación y el momento de mi partida es inminente / He luchado la noble lucha,
he finalizado la carrera, he mantenido la fe / por lo demás, reservada me está
la corona de la justicia, con la cual me galardonará en aquel día el Señor, el <Justo Juez>; y no solo a
mí, sino también a todos los que habrán aguardado con amor su advenimiento”
A tal efecto, deberíamos recordar
aquello que los Padres de la Iglesia, durante el Concilio Vaticano II, dejaron
escrito para todo el pueblo de Dios en las <Constituciones Dogmáticas>,
refiriéndose a la intercesión de los santos (LG, 50):
“Veneramos la memoria de los
santos del cielo por su ejemplaridad, pero más aún, con el fin de que la unión
de toda la Iglesia en el Espíritu se vigorice por el ejercicio de la caridad
fraterna (Ef 4, 1-6).
Porque así como la comunión
cristiana entre los viadores (criaturas racionales que están en esta vida y
aspiran y caminan a la eternidad), nos acercan
más a Cristo, así el conjunto de los santos y las santas, nos une a Cristo, de quien, como
de Fuente y Cabeza, dimana toda la gracia y la vida del mismo pueblo de Dios.
Es, por tanto, sumamente
conveniente que amemos a los <amigos de Cristo>, hermanos también y
eximios bienhechores nuestros; que rindamos a Dios las gracias que le debemos
por ello; que los invoquemos humildemente y que, por impetrar de Dios
beneficios por medio de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, que es el único
Redentor y Salvador nuestro, acudamos a sus oraciones, protección y socorro.
Todo genuino testimonio de amor
que ofrezcamos a los bienaventurados, se
dirige, por la propia naturaleza, a Cristo y termina en Él, que es la
<Corona de todos los santos> y por Él va a Dios, que es admirable en sus
santos y en ellos es glorificado”Finalmente pongamos en valor, una vez más, las advertencias del Papa Benedicto XVI:
“El amor significa dejarse a sí mismo, entregarse, no quererse
poseer a sí mismo, sino liberarse de sí: no replegarse sobre sí mismo (¡qué
será de mí!), sino mirar hacia adelante, hacia el otro, hacia Dios y hacia los
hombres que Él pone a mi lado. Y este principio del amor, que
define el camino del hombre, es una vez más, idéntico al misterio de la Cruz, al
misterio de la Muerte y Resurrección que encontramos en Cristo”