El apóstol concretamente, hace en su Carta un llamamiento a la <unidad en el amor>, al objeto de alcanzar una vida nueva en Cristo (Ef 4, 2-7):
“Sed humildes, amables y
pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor / Mostraos solícitos en
conservar, mediante el vinculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu /
Uno sólo en el cuerpo y uno sólo en el Espíritu, como también una sola es la
esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados / Un solo
Señor, una fe, un bautismo / un Dios que es Padre de todos, que está sobre
todos, actúa en todos y habita en todos / A cada uno de nosotros, sin embargo,
se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo”
Como diría el Papa
Benedicto XVI, refiriéndose a estas palabras de san Pablo: “No es difícil comprender la
fascinación que generó tal mensaje, la esperanza que despertó…
En efecto, el anuncio de la
unidad de los hombres y el empeño por hacerla valer en un mundo desunido, fue y
es algo grande; gracias a ello la historia tomó otro rumbo, y ni siquiera
podemos pensar en volver atrás…
La tentación a la intolerancia y
al establecimiento de un insano absolutismo intramundano, capaz de cuestionar a
los otros para toda la eternidad, se tornó enorme, y bajo las circunstancias de
algunos periodos de la historia, pudo llegar a ser insuperable…”
Así sucedió, por ejemplo, en el
<Siglo de las luces>, en el siglo XVIII. En efecto, desde principios de este siglo se alcanzó la
plenitud del desarrollo político iniciado en siglos pasados. Así, los reyes que
al principio de la <Edad Moderna>, despojaron a los nobles de la soberanía
que hasta entonces habían disfrutado sobre los feudos, fueron reafirmando su
autoridad de dueños absolutos hasta el siglo XVIII en el que su poder alcanzó
la cumbre.
En semejantes condiciones se
produjo el llamado fenómeno de la <ilustración>, al que paralelamente
acompañó el sistema de gobierno denominado <despotismo ilustrado>, cuyos
fundamentos se resumen en esta significativa frase: <Todo para el pueblo
pero sin el pueblo>.
Los eruditos de la época sin
embargo fueron protegidos por la realeza, pero el desarrollo de un frio
racionalismo, provocó el ateísmo generalizado; los hombres se alejaron en gran
medida de Cristo y de su Iglesia. Precisamente estos mismos hombres serán los
que sentarán las bases ideológicas de futuros movimientos revolucionarios.
Se puede decir, en definitiva,
que así como el siglo XVII se caracterizó por un gran confusionismo teológico y
tendencia al absolutismo, el siglo XVIII presenta, además del absolutismo, como
característica propia, el llamado <Filosofismo>.
El Filosofismo parece ser, que en
principio, provenía de un cierto movimiento contrario a la Iglesia de Cristo
y a su Cabeza, el Papa de Roma…
Por otra parte, los seguidores de
estos movimientos, negaban la autoridad de las Santas Escrituras en aquellos
puntos que no fueran totalmente comprensibles para los hombres y de esta forma
dejaban de lado la fe en la Palabra de Dios… Se produjo así una forma del
pensamiento humano o ideología naturalista, que rechazaba todo lo que se
pudiera considerar sobrenatural.
Finalmente el materialismo <puro y duro> llegaba a negar la espiritualidad del alma…
Todas estas doctrinas malsanas,
traspasaron las barreras de muchos países, dejando
a su paso la falsa semilla del llamado <libre examen>…
Resumiendo, todos estos idearios
formaron parte del filosofismo, que como tal había nacido de la
mano de libres pensadores entre los que se contaban intelectuales, escritores y
eruditos en general, que trataron de menoscabar los fundamentos de la Iglesia
católica.
El filosofismo al recibir este
nombre, llegó a ser el exponente de una soberbia malsana, propia del enemigo
común, que denostaba a los
grandes teólogos de la Iglesia, como a san Agustín y santo Tomás de
Aquino, y que incluso se atrevía a decir que hasta entonces no había habido
filósofos o científicos dignos de consideración…
Desgraciadamente se puede asegurar, que el llamado <pensamiento ilustrado>, caracterizó el comportamiento y el sentir de una gran mayoría de los habitantes del Continente europeo durante el siglo XVIII, extendiéndose también a las colonias europeas en el Nuevo Mundo.
Por otra parte, con independencia
de su nacionalidad, se denominaron <filósofos>, a los pensadores
del siglo de las luces. No obstante estos filósofos difícilmente se puede asegurar que lo fueran en el
sentido de pensadores abstractos
propiamente dichos; por ejemplo, estos pensadores
evitaron las formas de expresarse que resultarán excesivamente eruditas y se
jactaron de la claridad y estilo de sus razonamientos.
Se comprende en seguida, que en un ambiente intelectual tan controvertido como el observado en este siglo, la labor evangelizadora de la Iglesia, con sus Pontífices a la Cabeza, se viera comprometida en grandes polémicas y disputas sobre las verdades del Mensaje de Cristo, con resultados muchas veces adversos.
La labor pastoral de los
representantes de Cristo sobre la tierra, se vio involucrada, sin desearlo, en
los temas de carácter político del aquel momento histórico en que ejercieron su
misión evangelizadora...
Así sucedió, por ejemplo, en el caso del primer Papa de este siglo Clemente XI (Gianfrancesco Albani) (1700-1721), cuyo Pontificado se inició poco antes de la muerte de Carlos II, un rey enfermizo que heredó la corona de la Península Ibérica a los cuatro años de edad, bajo la regencia de su madre Mariana de Austria, asistida por una junta de gobierno.
Indefectiblemente durante el reinado de Carlos II los validos
de la reina trataron de manipular al soberano, el cual se vio obligado a
aceptar casarse en distintas ocasiones con el único objetivo de conseguir un
heredero para la corona, con resultados negativos…
Tras la caída en desgracia de los
últimos favoritos de la reina, Carlos II pretendió gobernar de forma autónoma,
pero eso sí, auxiliado a su vez por D.
Juan Angulo, un hombre que resultó ser de escasa capacidad y que ejerció una
influencia funesta sobre el rey.
Tras largas luchas por el poder, amenazado Carlos II con el
argumento de que o designaba como sucesor al nieto de Luis XIV o los territorios españoles
tendrían que repartirse, optó por conservar la integridad de la corona y
designó como su sucesor a Felipe de Anjou.
Felipe V (Felipe de Anjou) entró
a España en enero de 1701, cuando contaba con solo dieciocho años. Es destacable su actuación en la
llamada guerra de la Sucesión, que le valió el apelativo de Animoso…
El Papa Clemente XI que demostró
enseguida que era un hombre muy piadoso, de alguna forma se vio involucrado en
temas de tipo político,
poniéndose de parte del emperador José I que consideraba que su
sobrino el archiduque Carlos tenía más derechos que nadie a la corona de
España. Los franceses respondieron entonces a este apoyo de Roma, invadiendo el
Milanesado.
Por su parte, Felipe V destituyó al nuncio que el Papa había enviado a Barcelona y desembarcó en Nápoles exigiendo se le otorgase la investidura. La guerra estalló en Europa que se vio dividida, hasta que por fin, gracias al matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio se logró una tregua con Roma.
Pese a todo, el Papa Clemente XI, temeroso de una ofensiva austriaca, reforzó sus fronteras y formó un ejército para defenderlas. Por otra parte, suplicó al emperador que dispensara a Italia del conflicto bélico con España, pero el príncipe Eugenio entró a su vez en el Milanesado, haciendo retroceder al Pontífice hasta Roma.
La muerte del emperador José I
llevó al trono austriaco al archiduque Carlos, lo que impulsó a Inglaterra
y Holanda a abandonar la lucha, pues en
caso de victoria quedaría reconstruido el imperio de Carlos V. Por los tratados de
Utrecht-Rastatt (1714), Austria adquiría Nápoles, Cerdeña, Milán y Flandes y
concesiones comerciales en América.
Como hemos recordado, el Papa Clemente XI se vio envuelto en todos estos acontecimientos inevitablemente, y además se enfrentó a otros problemas religiosos que trataban de minar la fe de los creyentes. Nos referimos al rebrote del jansenismo, un movimiento religioso que había surgido en el siglo XVI y que tenía como referente el libro titulado <Augustinus> cuyo autor fue el obispo Cornelio Jansen, el cual había mal interpretado las enseñanzas de san Agustín (1585-1638).
Como hemos recordado, el Papa Clemente XI se vio envuelto en todos estos acontecimientos inevitablemente, y además se enfrentó a otros problemas religiosos que trataban de minar la fe de los creyentes. Nos referimos al rebrote del jansenismo, un movimiento religioso que había surgido en el siglo XVI y que tenía como referente el libro titulado <Augustinus> cuyo autor fue el obispo Cornelio Jansen, el cual había mal interpretado las enseñanzas de san Agustín (1585-1638).
El éxito de este movimiento
religioso tan permisivo en ciertos aspectos, fue debido a que
disfrazaba los graves errores sobre la doctrina de Cristo, con unas prácticas
místicas muy sugerentes, que fueron muy bien acogidas, por desgracia, en
algunos monasterios de monjas, principalmente en Port-Royal (Francia).
El jansenismo fue rechazado por
el Papa Inocencio X (1644-1655) y por los Papas posteriores, hasta que Clemente
XI en 1713 lo condenó de forma definitiva mediante la Bula <Unigenitus>,
la cual a pesar de todo encontró resistencia en una asamblea presidida por el
cardenal Noailles, y con ello se puso en duda la
infalibilidad del Papa, pero éste, valientemente se
enfrentó a la asamblea haciendo que el arzobispo se retractara de sus graves
errores…
Entre tanto, el rey de España
Felipe V desterró a Alberoni, un valido que había jugado un importante papel
durante su mandato, recomendado, como era, de la princesa de Ursinos (segunda
esposa del rey). Tras el destierro de
este hombre, España firmó la paz con Francia e Inglaterra, reconociendo los
acuerdos de Utrecht.
Los jesuitas se encontraron en la tesitura (aunque mayoritariamente consideraban totalmente rechazable el hecho de que los conversos siguieran practicando rituales religiosos en honor a Confucio y a Buda, además de otras prácticas Taoístas), de aceptar ciertas tradiciones de estos pueblos al principio, con la idea de atraerse la voluntad de las gentes hasta que acabaran abandonando aquellas prácticas a favor del Mensaje de Cristo.
Con objeto de acabar con esta
anómala situación el Papa Clemente XI
envió legados para entrevistarse con el emperador de China y hacerle ver
que era necesario el total abandono de estos rituales a los conversos. El
emperador que esperaba todo lo contrario por parte de Roma, al enterarse de las
intenciones de los legados del Papa, los despidió sin contemplaciones y amenazó
a los jesuitas con expulsarles si se volvía a tocar el tema, lo cual hizo
finalmente además de destruir todas las Iglesias cristianas, lo que provocó un
gran dolor al Papa y a los creyentes de todo el mundo.
Verdaderamente el Papa Clemente
XI fue un hombre de vida irreprochable que se encargó de la Barca de Pedro con
gran amor y prudencia y que estaba muy preocupado por el tema de la
evangelización, como demuestra el hecho de interesarse vivamente, al igual que
los Pontífices anteriores, por las beatificaciones y canonizaciones de aquellos
hombres y mujeres que habían alcanzado la santidad durante sus vidas.
Entre las canonizaciones más
conocidas citaremos la de Catalina de
Bolonia (1413-1463), una mujer llamada a la santidad que había nacido en Bolonia
(Italia), en el seno de una familia noble y rica. Fue
educada con esmero, adquiriendo una vasta cultura, tanto en el campo de las
letras, como en el de las ciencias, algo verdaderamente extraordinario para las
mujeres, en aquella época.
Siendo aún muy joven fue llevada
a la corte de Ferrara como dama de la princesa Margarita de Este; la vida de
lujo y desenfreno de la corte no llegaron a seducirla porque el Señor le tenía
reservado otro camino más placentero. Por eso, en cuanto la princesa Margarita
se desposó, ella se alejo de la corte, ingresando al poco tiempo en un
monasterio de Ferrara.
Bajo la rígida regla de las
clarisas tomó los hábitos en 1432 y desde ese momento hizo de su vida un
dechado de humildad y amor hacia el prójimo. Sus hermanas la admiraban y
querían en extremo por su gran caridad y despego de las cosas de este mundo.
Totalmente inmersa en sus
prácticas espirituales, sufrió el acoso del maligno, pero salió victoriosa de
las pruebas a las que la sometió y el Señor la premió con el regalo de visiones
y éxtasis que favorecían su camino hacia la santidad. A pesar de esta vida
ascética y milagrosa, tuvo tiempo también para reflejar en sus escritos sus
experiencias religiosas con el deseo de
evangelizar a los que más pudiera. El Señor la favoreció también en esto
porque sus libros tuvieron gran aceptación por parte de los creyentes y no
creyentes a lo largo de los siglos.
Entre sus obras más conocidas cabe destacar las <Siete armas para la batalla espiritual> y el <Rosario métrico de la vida de la Virgen María y de los Misterios de la Pasión de Cristo>.
En la primera de estas dos obras
la santa específica que las armas que el alma puede emplear, en esta vida, para alcanzar la santidad son: <la
diligencia en el bien obrar>, la <desconfianza de uno mismo>, la
<confianza en Dios>, la <situación de nuestro peregrinar hasta la
muerte>, <la memoria de los bienes que nos esperan> y la
<meditación de las santas Escrituras>.
La primera edición impresa que se
conoce data de 1475, gracias a sus hermanas clarisas. Más tarde esta obra fue
bien conocida, siendo traducida prácticamente a todas las lenguas del viejo
Continente.Catalina de Bolonia es una mujer admirable, además de por su santidad, por ser una de las grandes figuras intelectuales del siglo XV, destacando no solo por sus escritos sino también por sus pinturas ya que dominaba la técnica de la miniatura con la cual adornó las páginas de muchas de sus obras. Es muy conocida la que realizó de la Virgen con el Niño; por eso los pintores la eligieron como su Patrona.
Llena de virtudes y santidad,
gozó de uno de los primeros lugares en la orden de las clarisas y en general en
la Iglesia de Cristo, sobre todo a raíz de los prodigios que se produjeron en
torno y después, de su muerte. Su cuerpo incorrupto es objeto de gran
veneración hasta nuestros días.