Por eso, muchos hombres de la Iglesia católica, de mente clara y
espíritu recto, se han hecho esta pregunta: ¿Qué significa seguir a Cristo? El Papa Benedicto XVI fue uno de
estos hombres; se hizo esta pregunta, para después responderla con autoridad y
valentía en su libro: <Los caminos de la vida interior. El itinerario
espiritual del hombre> (Ed. Chrónica S.L. 2011): “Se trata de un cambio interior
de la existencia. Me exige que ya no esté encerrado en mi yo, considerando mi
auto realización como la razón principal de mi vida. Requiere que me entregue
libremente al otro, por la verdad, por amor, por Dios que, en Jesucristo, me
precede y me indica el camino.
Se trata de la decisión fundamental de no
considerar ya los beneficios y el lucro, la carrera y el éxito como fin último
de mi vida, sino de reconocer como criterios auténticos la <verdad y el
amor>. Se trata de la opción entre vivir solo para mí mismo, o entregarme
por lo más grande. Y tengamos muy presente que <verdad y amor> no son
valores abstractos; en Jesucristo se han
convertido en Persona. Siguiéndolo a Él, entro al servicio de la <verdad y
del amor>. Perdiéndome, me encuentro”
Una reflexión magnífica y exacta de lo que supone
hoy en día, y siempre ha supuesto, seguir a Cristo. Pero en este descreído siglo XXI estas palabras
parecen más autenticas, quizás, porque da la sensación de que nos encontramos
mucho más cerca de la <Parusía>, de la segunda venida de Jesucristo al
mundo, aunque nadie sabe cuando esto sucederá…
Como sigue diciendo el Santo
Padre a este respecto (Ibid): “¡Cuán importante es hoy en día
precisamente no dejarse llevar de un lado a otro en la vida, no contentarse con
lo que todos piensan, dicen y hacen, escrutar a Dios y buscar a Dios, no dejar
que el interrogante sobre Dios se disuelva en mi alma, el deseo de lo que es
más grande, el deseo de conocerlo a Él, de ver su rostro!..."
Por supuesto que sí, esta idea es
esencial: Si no nos interesáramos por conocer a Cristo, que sería lo mismo que ver su rostro en nuestro
prójimo, difícilmente podamos llamarnos auténticos seguidores de Él.
Tristemente esto está sucediendo ya, en una gran parte de las sociedades más
desarrolladas, en países de Europa y América, los cuales recibieron el mensaje
de Cristo desde hace siglos, pero que han sufrido, en los últimos, un
retroceso enorme, en cuanto a tener como criterio auténtico la <verdad y el amor>.
Por otra parte, ciertas corrientes
filosóficas, tienden
a hacer desaparecer a Dios, para poner al hombre en su
lugar, induciendo a ello, sobre todo a los más
jóvenes y aún a algunos no tan jóvenes, para imitación de una supuesta mayoría...Recordemos lo que sucedió en la primera venida del Señor y como entonces hasta Pilatos se lavó las manos ante la muchedumbre injusta...
Los Papas llevan hablando de todos
estos temas desde hace mucho tiempo, prácticamente desde el momento en que bajo nuevos nombres y movimientos, la increencia y el desamor a Dios se
ha hecho patente, especialmente en el llamado viejo continente.
Las clásicas preguntas: ¿Si
existe Dios, por qué se esconde? ¿No sería más sencillo que su existencia fuera
evidente?, son propuestas retóricas, es cierto, pero que han hecho y siguen
haciendo mucho daño al pueblo de Dios.
Son preguntas que surgieron bajo el
empuje de una nueva filosofía y que retrata de forma evidente lo que está
sucediendo en los últimos siglos, pero que no son difíciles de responder,
porque Dios ha dado la mayor prueba que se podría dar para demostrar que no se
esconde al hombre: ¡ Haciéndose igual a uno de ellos!
Sin embargo, incluso esta
prueba irrefutable es puesta en tela de juicio, porque como dicen algunos: <Dios ha provocado al hombre, queriendo
hacerse como él en su Hijo Jesucristo, naciendo de la Virgen>
El Papa San Juan Pablo II no
podía aceptar estos razonamientos, y por eso a estas preguntas insensatas,
contestaba así (Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. Círculo de Lectores, S.A. por
cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A. 1995):
“Intentemos ser imparciales en
nuestro razonamiento: ¿Podría Dios ir más allá en su condescendencia, en su
acercamiento al hombre, conforme a sus posibilidades cognoscitivas? Verdaderamente, parece que haya ido todo lo lejos que era
posible. Más allá no podía ir. En cierto sentido, ¡Dios ha ido demasiado lejos!
¿Cristo no fue acaso escándalo para los judíos, y necedad para los paganos? (I
Co 1,23).
Precisamente porque llamaba a
Dios, Padre suyo, porque lo manifestaba tan abiertamente en Sí mismo, no podía
de dejar de causar la impresión de que era demasiado… El hombre ya no estaba en
condiciones de soportar tal cercanía, y comenzaron las protestas…”
Las primeras protestas surgieron,
muy pronto, dentro de su propio pueblo, dentro del pueblo elegido por Él. Después
vinieron otros pueblos a lo largo de los tiempos que copiaron esta aptitud
frente al Altísimo, pero lo cierto y verdad es que sólo la religión cristiana
acepta un Dios que se ha revelado al hombre, humillándose al extremo de dar la
vida por su salvación, como en su día advirtió el Papa San Juan Pablo II
(Ibid): “Desde una cierta óptica es justo
decir que Dios se ha desvelado al hombre incluso demasiado en lo que tiene de divino,
en lo que es su vida íntima; se ha desvelado en el propio Misterio.
No ha considerado el hecho de que
tal desvelamiento lo había en cierto modo obscurecido a los ojos de los
hombres, porque el hombre no es capaz de soportar el exceso de Misterio, no
quiere ser invadido y superado.
Sí, el hombre sabe que Dios es Aquel en el que
<vivimos, nos movemos y existimos> (Hch 17,28) ¿Pero por qué eso ha
tenido que ser confirmado por su Muerte y Resurrección?
Sin embargo San Pablo
escribe: <pero si Cristo no ha resucitado, entonces es vana nuestra
predicación y es vana también nuestra fe> (I Co 15,14)”
Esta es la clave, por eso los
enemigos del cristianismo se empeñan una
y otra vez en demostrar que Cristo no resucitó, que no murió, que sólo sufrió un síncope y se
recuperó, o sea, que Cristo era un hombre como los demás, y por tanto no
conocemos al Creador: <Dios se esconde a los ojos del hombre>. Ante este ataque frontal a lo que es la
base de la religión católica, no podemos pasar por alto la idea de que ser un
buen cristiano, un auténtico seguidor de Cristo, implica en primer lugar
rechazar de plano todas estas teorías aberrantes, que no son más que
blasfemias, las cuales serán juzgadas por Dios al final de los tiempos...
Los enemigos de Cristo, quieren
hacernos creer que es un atrevimiento de los católicos el considerar que Jesús
era el Hijo de Dios, y por tanto verdadero Dios. Ellos nos interpelan con
preguntas como estas: ¿Por qué Jesús no podría ser solamente un sabio, como
Sócrates, o un profeta, como Mahoma, o incluso un iluminado como Buda? ¿Cómo
mantener esta inaudita certeza de que este hebreo condenado a muerte en una
obscura provincia es Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre?
Dicen más,
dicen por ejemplo que: <Esta pretensión cristiana no tiene parangón, por su
radicalidad, con ninguna otra creencia religiosa>
Por eso, si queremos seguir a Cristo, si
queremos ser verdaderos seguidores de Cristo, todas estas preguntas, todas
estas propuestas deben causarnos un rechazo absoluto; ¡Cristo es
irrepetible! como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid):
“Cristo no habla solamente, como Mahoma,
promulgando principios de disciplina religiosa, a los que deben atenerse todos
los adoradores de Dios. Cristo tampoco es un simple sabio en el sentido de
Sócrates, cuya libre aceptación de la muerte en nombre de la verdad tiene, sin
embargo, rasgos que se asemejan al Sacrificio de la Cruz. Menos aún es comparable a Buda,
con su negación de todo lo creado. Buda tiene razón cuando no ve la posibilidad
de la salvación del hombre en la creación, pero se equivoca cuando por ese
motivo niega a todo lo creado cualquier valor para el hombre. Cristo no hace
eso, ni puede hacerlo, porque es testigo eterno del Padre, y del amor que el Padre
tiene por su criatura desde el comienzo”
Así es, tal como defendía el Papa
San Juan Pablo II y defiende todo estudioso sincero de las religiones
(Ibid):
“A pesar de algunos aspectos
convergentes, Cristo no se parece ni a Mahoma, ni a Sócrates, ni a Buda. Es del
todo original e irrepetible. La originalidad de Cristo, señalada en las
palabras pronunciadas por Pedro junto a Cesarea de Filipo, constituye el centro
de la fe de la Iglesia expresada en este símbolo: <Yo creo en Dios, Padre
omnipotente, creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, Su único Hijo,
nuestro Señor, el cual fue concebido del Espíritu Santo, nació de María Virgen,
padeció bajo Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a
los infiernos; el tercer día resucitó de la muerte; subió al cielo, se sentó a
la derecha de Dios omnipotente> Este llamado <Símbolo Apostólico>
es la expresión de la fe de Pedro y de toda la Iglesia”
Ciertamente el que niegue estos dogmas de fe nunca podrá llamarse seguidor
auténtico de Cristo, aunque esté bautizado... Tengamos esto siempre presente los que deseamos llegar a ser, algún día, verdaderos seguidores de Cristo...pero de cualquier forma, la Iglesia de
Cristo, no podemos obviarlo, se encuentra en una cierta crisis desde hace ya
demasiado tiempo...
El hombre podía tener religión si quería, pero eso
era algo solamente subjetivo, y por tanto, no podía tener relación con un
contenido objetivo común, vinculante y dogmático; cualquier dogma era
considerado una contradicción para la razón humana. A pesar de estos vientos
contrarios de la historia, la Iglesia se ha mantenido haciéndoles frente, y así
continuará siempre”
Verdaderamente, la última frase
de esta reflexión de Benedicto XVI nos parece acertadísima porque desde que la
pronunció (Mediados del siglo XX), hasta nuestros días (Camino ya hacia el
primer tercio del siglo XXI), la Iglesia sigue y tendrá que seguir así hasta el
final de la vida del hombre sobre la tierra, haciendo siempre frente no ya a
los <vientos> de siglos pasados, sino a los <huracanes> venideros ,
y a las <terribles borrascas> actuales en contra del mensaje de Cristo, y
sobre todo en contra de la naturaleza divina-humana de Cristo.
El Papa Benedicto XVI en su
reflexión señala algunas de las causas por las que la Iglesia ha sido tan
tremendamente atacada y seguirá siéndolo mucho tiempo más, por una parte de la
humanidad, que en resumen se identifican con el concepto de <poder>
inherente a la naturaleza humana.
Se ha querido crear con la ayuda de las
teorías de algunos eruditos como una
especie de dogma en el que se acusa a la Iglesia de basarse sobre todo en el
poder y la opresión, porque según las fuerzas del mal, de la que ellos forman
parte, todo lo que perdura se debe al
<poder>. Es una ideología que ha implantado,
la llamada <cultura de la muerte>, que está provocando grandes estragos
entre la juventud. Pero para el Papa Benedicto XVI,
como para otros tantos Padres de la Iglesia, esa ideología corrompe a la
humanidad, y destruye a la Iglesia, porque da una visión falsa de la misma
asegurando que el <poder> es el fin último que ésta persigue. El Papa
niega rotundamente esta idea asegurando que (Ibid):
“Si pertenecer a la Iglesia tiene
algún sentido, es sólo porque la Iglesia nos da la vida eterna, es decir, la
auténtica vida. Todo lo demás es secundario. De no ser así, todo <poder>,
en la Iglesia, que entonces no sería más que una asociación, no sería otra cosa
que un teatro absurdo. Hay que dejar de lado ya esa idea del <poder> y
ese reduccionismo de la Iglesia, que yo creo que aún perdura como consecuencia
de un recelo de ciertas corrientes políticas…”
Ciertamente, seguir a Cristo
significa, como recordaba Benedicto XVI, dejar de lado el concepto de
<poder> basado en el lucro, la carrera, y el éxito como fin último de la
vida, para centrarse en el <Poder de Salvación> que Cristo trajo a los
seres humanos. En este sentido recordemos las palabras de Jesús a aquel joven rico que se acercó a Él para preguntarle que debía hacer para heredar la vida eterna. La respuesta del Señor fue que debía vender todo lo que tenía y lo que obtuviera lo entregara a los más pobres, y no le gustó...
Al verle Jesús entristecer por su respuesta dijo (Lc 18, 23-24): "¡Que difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas! / Porque es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios"
Ante la situación actual de una
sociedad paganizada, que pone sus intereses en el poder y la riqueza debemos
recordar de nuevo las palabras del Papa Benedicto XVI (Ibid):
Cuando nos creemos dueños de
nosotros mismos y con poder para juzgarlo todo, nos destruimos. Porque no
estamos en una isla con nuestro propio yo, no nos hemos creado a nosotros
mismos; hemos sido creados y creados por
amor, para la entrega, para la renuncia, sabiendo negarnos a nosotros mismos.
Sólo si nos damos, sólo si perdemos la vida –como dijera Cristo- tendremos
vida.Esta decisión fundamental debe
ser tomada con determinación y se ofrece a la libertad del hombre. Pero hay que
dejar bien claro que vivir sólo de derechos no es una buena receta para la
vida…
Actualmente es frecuente que la
gente joven cada vez se sienta menos exigida. Esto explica, en parte, que se
marchen de la Iglesia y tomen interés por ciertas sectas de exigencias muy
radicales; primero porque quieren estar a buen seguro, quieren ser protegidos,
pero, al mismo tiempo, porque quieren sentirse exigidos. De algún modo, el
hombre tiene conciencia innata de que tiene que ser sometido a prueba, y que
debe confrontarse con una unidad de medida superior, y también que debe
aprender a darse y a perderse”
Esto que parece una
contradicción, al ser la religión católica la más exigente para el hombre, ya
que Cristo puso el listón muy alto a este respecto, está sucediendo
desgraciadamente y nos preguntamos lógicamente: ¿Por qué? Aquí entra en escena
los posibles <defectos de la
Iglesia> entre los cuales habría que citar, y no es uno menor, la dificultad
de comunicación con una nueva grey en un mundo complejo, y en gran parte
también una discrepancia creciente entre el estado de la conciencia del hombre
moderno y la doctrina cristiana.
Es fundamental, la Iglesia
católica, en su totalidad debe dar ejemplo de vida, y tenemos que reconocer que
en muchas ocasiones se ha fallado. Todavía se cierne sobre nuestras cabezas la
corrupción existente en los últimos tiempos entre algunos sectores de la grey
de Cristo, a la cual todos los cristianos pertenecemos. Por otra parte, las
fuerzas del mal, es decir Satanás y sus
acólitos, que por supuesto, existen y son una multitud, se encargan de ensuciar
la conciencia del hombre creyente, de
ensuciar todo lo referente a la Iglesia católica y al mismo tiempo de echarle
en cara el no ser suficientemente maternal y acogedora para sus hijos:
“Cuando habla la Iglesia, mucha
gente sólo conserva en la memoria alguna prohibición moral –casi siempre
relacionada con la sexualidad- y por eso, les parece que la Iglesia sólo se
ocupa de juzgar y de restringir la vida. Tal vez se haya dicho demasiado, y
demasiadas veces, en unos tonos que no siempre lo relacionaban suficientemente
con la verdad y el amor. Pero también dependen mucho de la selección que hagan
los medios de comunicación, para posterior difusión. Las prohibiciones tienen
interés como aviso, como advertencias dentro de un contexto y con un contenido
comprensible. Si la Iglesia sólo hablara de Dios, de Jesucristo, o de puntos
centrales de la fe, no llegaría a utilizar el lenguaje secular y no se llegaría
a oír nada de lo que se dijera… De modo que cabría preguntarse
si, en vez de quejarse de los medios, la Iglesia podría dosificar mejor su
propia exposición ante la opinión pública… La Iglesia tiene que reflexionar
sobre como hallar la manera más conveniente del enunciado interior, que de
expresión a una común estructura de la fe y lo que dice al mundo, en el que
sólo puede haber comprensiones parciales…” (Papa Benedicto XVI; Ibid)
Ante este excelente razonamiento, cabría preguntarse si efectivamente la Iglesia está
consiguiendo ya esa <común estructura de la fe y lo que dice al mundo>;
el Papa Francisco lo está intentando saliendo a las periferias de la Iglesia, y
ésta sigue en lo posible su ejemplo y su mandato de hacer lo mismo. ¿Pero
realmente con ello se está consiguiendo que haya una comprensión total de la fe
y no una comprensión parcial por parte del mundo? La respuesta no es fácil,
debemos esperar aún algún tiempo, para recoger los frutos de esta nueva forma de
actuación de la Iglesia frente al mundo…
"Entre tanto, los verdaderos
seguidores de Cristo deberíamos tener en cuenta que: En la época actual post moderna
se necesita, quizás, aún más que nunca, un Salvador, porque la sociedad en la
que se vive se ha vuelto más compleja y
se han hecho más insidiosas las amenazas para su integridad personal y moral…<Salvator Noster>, Cristo
es también el Salvador del hombre de hoy ¿Quién hará resonar en cada rincón de
la Tierra de manera creíble este mensaje de esperanza? ¿Quién se ocupará de que
como condición para la paz, se
reconozca, tutele y promueva el bien integral de la persona humana, respetando
a todo hombre y a toda mujer en su dignidad? ¿Quién ayudará a comprender que
con buena voluntad, racionalidad y moderación, no sólo se puede evitar que los
conflictos se agraven, sino llevarlos también hacia soluciones equitativas?...San Pablo había comprendido muy
bien que sólo en Cristo la humanidad puede encontrar redención y esperanza. Por
ello, sentía apremiante y urgente la misión de: Anunciar la promesa de la vida en
Cristo Jesús (2 Tm 1,1), -nuestra esperanza- (1 Tm 1,1), para que todas las
gentes pudieran compartir la misma herencia, siendo partícipes de la promesa
por medio del Evangelio (Ef 3,6).
San Pablo era consciente de que
la humanidad, privada de Cristo, está <sin esperanza y sin Dios en el
mundo>; <sin esperanza por estar sin Dios>, efectivamente, quien no
conozca a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo esta sin
esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (Ef 2,12)” (Los caminos de la vida interior.
Papa Benedicto XVI. Ed. Chrónica 2011)