El Papa San Juan Pablo II en su Carta Encíclica <Ut Unum Sint>, sobre el empeño ecuménico de la Iglesia católica proclamaba:
“Cristo llama a todos sus
discípulos a la unidad. Me mueve el vivo deseo de renovar hoy esta invitación,
de proponerla de nuevo con determinación, recordando cuanto señalé en el Coliseo romano el viernes santo de
1994, al concluir la meditación del Vía Crucis, dirigida por las palabras del
venerable hermano Bartolomé, Patriarca ecuménico de Constantinopla. En aquella
circunstancia afirmé que, unidos en el seguimiento de los mártires, los
creyentes en Cristo no pueden permanecer divididos.
Si quieren combatir verdadera y eficazmente la tendencia del mundo a anular el Misterio de la Redención, deben profesar juntos la misma verdad sobre la Cruz. ¡La Cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor, vaciarla de su significado, negando que el hombre encuentre en ella las raíces de su nueva vida; pensando que la Cruz no pueda abrir sus perspectivas ni esperanzas: el hombre, se dice, es sólo un ser terrenal que debe vivir como si Dios no existiese…
Si quieren combatir verdadera y eficazmente la tendencia del mundo a anular el Misterio de la Redención, deben profesar juntos la misma verdad sobre la Cruz. ¡La Cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor, vaciarla de su significado, negando que el hombre encuentre en ella las raíces de su nueva vida; pensando que la Cruz no pueda abrir sus perspectivas ni esperanzas: el hombre, se dice, es sólo un ser terrenal que debe vivir como si Dios no existiese…
Con el Concilio Vaticano II la
Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino
de la acción ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que
enseña a leer atentamente los <signos de los tiempos>. Las experiencias
que ha vivido y continúa viviendo en estos años la iluminan aún más
profundamente sobre su identidad y su misión en la historia. La Iglesia
católica reconoce y confiesa las
debilidades de sus hijos, consciente de que sus pecados constituyen
otras tantas traiciones y obstáculos a la realización del designio del
Salvador.
Sintiéndose llamada
constantemente a la renovación evangélica, no cesa de hacer penitencia. Al
mismo tiempo, sin embargo, reconoce y exalta aún más el poder del Señor, quien,
habiéndola colmado con el don de la santidad, la atrae y la conforma a su
Pasión y Resurrección.
Enseñada por las múltiples
vicisitudes de su historia, la Iglesia está llamada a liberarse de todo apoyo
puramente humano, para vivir en profundidad la ley evangélica de las
Bienaventuranzas. Consciente de que <la verdad no se impone sino por la
fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las
almas>, nada pide para sí sino la libertad de anunciar el Evangelio. En
efecto, su autoridad se ejerce en el servicio de la verdad y de la caridad”.
Así es, la Iglesia consciente de
que la verdad no se impone, sino por la fuerza de la misma verdad, penetra en
las almas con suavidad y firmeza, sólo desea y por tanto pide al mundo la
libertad necesaria para anunciar el Evangelio.
Esta petición conlleva como es lógico, la: <Formación ecuménica de los fieles y especialmente de los sacerdotes>, con el deseo de prepararlos con vistas a una futura unión de los cristianos.
Para conseguir esta ambiciosa meta es necesario que se proyecten y se hagan realidad nuevas <estructuras locales de diálogo>.
Como podemos leer en la Carta Encíclica
anteriormente mencionada del Papa San Juan Pablo II:Esta petición conlleva como es lógico, la: <Formación ecuménica de los fieles y especialmente de los sacerdotes>, con el deseo de prepararlos con vistas a una futura unión de los cristianos.
Para conseguir esta ambiciosa meta es necesario que se proyecten y se hagan realidad nuevas <estructuras locales de diálogo>.
“El diálogo ecuménico, tal y como se ha manifestado desde los días del Concilio, lejos de ser una prerrogativa de la Sede Apostólica, atañe también a las Iglesias locales o particulares. Las Conferencias episcopales y los Sínodos de las Iglesias orientales católicas han instituido comisiones especiales para la promoción del espíritu y de la acción ecuménica.
Oportunas estructuras análogas
trabajan a nivel diocesano. Estas iniciativas manifiestan el deber concreto y
general de la Iglesia católica de aplicar las orientaciones conciliares sobre
el ecumenismo: este es un aspecto esencial de movimiento ecuménico.
No sólo se ha emprendido el
diálogo, sino que se ha convertido en una necesidad declarada, una de las
prioridades de la Iglesia; en consecuencia, se ha perfilado la <técnica>
para dialogar, favoreciendo al mismo tiempo
al crecimiento del espíritu de diálogo.
En este contexto se quiere ante todo considerar el diálogo entre cristianos de las diferentes Iglesias o comunidades: <entablado entre expertos adecuadamente formados, en el que cada uno explica con mayor profundidad la doctrina de su comunión y presente con claridad sus características>.
Sin embargo, conviene que cada cristiano conozca el método adecuado al diálogo.
Como afirma la declaración
conciliar sobre la libertad religiosa:En este contexto se quiere ante todo considerar el diálogo entre cristianos de las diferentes Iglesias o comunidades: <entablado entre expertos adecuadamente formados, en el que cada uno explica con mayor profundidad la doctrina de su comunión y presente con claridad sus características>.
Sin embargo, conviene que cada cristiano conozca el método adecuado al diálogo.
<La verdad debe buscarse de un
modo adecuado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, es
decir, mediante la investigación libre, con la ayuda del magisterio o
enseñanza, de la comunicación y del diálogo, en los que unos exponen a los
otros la verdad que han encontrado o piensan haber encontrado, para ayudarse
mutuamente en la búsqueda de la verdad; una vez conocida la verdad, hay que
adherirse a ella firmemente con el asentimiento personal>.
El diálogo ecuménico tiene una
importancia esencial:
<Pues, por medio de este
diálogo, todos adquieren un conocimiento más auténtico y una estima más justa
de la doctrina y de la vida de cada comunión; además, también las comunidades
consiguen una mayor colaboración en aquellas obligaciones en pro del bien común
exigidas por toda conciencia cristiana, y se reúnen, en cuanto es posible, en
la oración unánime.
Finalmente, todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia y emprenden valientemente, como conviene, la obra de renovación y de reforma>”.
Finalmente, todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia y emprenden valientemente, como conviene, la obra de renovación y de reforma>”.
Por otra parte, es necesario por
no decir indispensable, que se produzcan: <Diálogos continuados entre los
Teólogos, además de numerosos encuentros entre los cristianos de diferentes
Iglesias y comunidades>, porque como también aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la Esperanza. Círculo de Lectores S. A; por
cortesía de Plaza & Janés):
“Es mucho lo que ya se ha
avanzado en este camino. El diálogo ecuménico, en varios niveles, se encuentra
en pleno desarrollo, y está consiguiendo muchos frutos concretos.
Numerosas comisiones teológicas
están trabajando conjuntamente. Quien siga de cerca estos problemas no puede
dejar de advertir un evidente soplo del Espíritu Santo.
Nadie, sin embargo, se engaña
pensando que el camino hacia la unidad va a ser breve o que en él no vaya a
haber obstáculos. Hace falta sobre todo rezar mucho, empeñarse en la tarea de
una profunda conversión, que hay que llevar a cabo mediante la oración en común
y el trabajo conjunto a favor de la justicia, de la paz y de una actitud más
cristiana en el orden temporal, a favor de todo lo que es coherentemente
exigido por la misión de los confesores de Jesucristo en el mundo.
En nuestro siglo en particular han tenido lugar hechos que están profundamente en contra de la verdad evangélica. Aludo sobre todo a las dos guerras mundiales y a los campos de concentración y de exterminio. Paradójicamente, quizá estos mismos hechos pueden haber reforzado la conciencia ecuménica entre los cristianos divididos.
Un papel especial ha tenido
ciertamente, a este respecto, el exterminio de los judíos: eso ha planteado al
mismo tiempo ante la Iglesia y ante el cristianismo la cuestión de la relación
entre la Nueva y la Antigua Alianza. En el campo católico, el fruto de la
reflexión sobre esta relación se ha dado en la <Nostra aetate> (Nuestro
tiempo; documento del Concilio Vaticano II, que trata de las relaciones de la
Iglesia con las religiones no cristianas, aprobado en el año 1965), que tanto
ha contribuido a madurar la conciencia de que los hijos de Israel son nuestros
<hermanos mayores>.
Es una maduración que ha tenido
lugar a través del diálogo, en especial el ecuménico. En la Iglesia católica
ese diálogo con los judíos tiene significativamente su centro en el Consejo
para la promoción de la unidad de los cristianos, que se ocupa al mismo tiempo
del diálogo entre las varias comunidades cristianas”
En la labor llevada a cabo con
miras al diálogo entre las varias comunidades cristianas, un ejemplo
importante, de la labor realizada por la Iglesia y otras confesiones y credos,
fueron las conversaciones mantenidas entre las Iglesia católica y los luteranos
a finales del siglo pasado, que dieron lugar a un cierto acuerdo, que no a una
unión, como hubiera sido deseable. A este respecto, es interesante resaltar la
labor periodística llevada a cabo por la revista italiana 30 Giorgioni,
publicando la entrevista que el periodista Gianni Cardinales le hacía en el año
1999 al por entonces Cardenal Ratzinger. Recordaremos ahora algunas de las
preguntas y respuestas dadas por el futuro Papa Benedicto XVI en dicha entrevista,
recogidas en el libro: <Nadar contra corriente> (Edición a cargo de José
Pedro Manglano. Colección: Planeta Testimonio, 2011).
Entre las distintas preguntas que
hemos elegido como más significativas, dentro de esta interesante entrevista,
mencionaremos en primer lugar la siguiente:
“Eminencia, ¿En qué nivel se
sitúa el acuerdo entre la Iglesia católica y los luteranos? Se subraya muchas
veces el hecho de que se trata de un acuerdo de verdades y no sobre las
verdades de la doctrina de la justificación… ““Este en un punto importante. Ambas partes han subrayado el hecho de que no es simplemente un consenso sobre la doctrina de la justificación como tal, sino sobre verdades fundamentales de la doctrina de la justificación. Hay sectores donde realmente existe un acuerdo, pero quedan problemas por resolver…
No estamos hablando de fórmulas
de por sí, sino fórmulas consideradas dentro de su contexto, como es el caso de
la <simul iustus et pecattor>. Para Lutero, perseguido por el temor a la
condena eterna, es importante saber que, aunque fuese un pecador, Dios le amaba
y le comprendía. Para él existe esta contemporaneidad: el ser verdadero pecador
y el ser totalmente justificado. Es una expresión de su experiencia personal,
que con el tiempo ha sido profundizada con reflexiones teológicas.
Para la Iglesia, sin embargo, es
importante subrayar que no existe un dualismo. Si no, que si uno es injusto,
automáticamente no podrá estar justificado. La justificación, es decir, la
gracia que nos viene concedida en el Sacramento (Confesión), transforma al
pecador en una nueva criatura, como dice San Pablo.
Lo que queda, dice el Concilio de Trento, es la concupiscencia es decir, la tendencia al pecado o más bien un estímulo que nos lleva hacia el pecado, pero que como tal, no es pecado.
El problema se hace más real en el momento que consideramos la presencia de la Iglesia en este proceso de justificación, la necesidad del Sacramento de la Penitencia. Aquí es donde se revelan las verdaderas divergencias”
Lo que queda, dice el Concilio de Trento, es la concupiscencia es decir, la tendencia al pecado o más bien un estímulo que nos lleva hacia el pecado, pero que como tal, no es pecado.
El problema se hace más real en el momento que consideramos la presencia de la Iglesia en este proceso de justificación, la necesidad del Sacramento de la Penitencia. Aquí es donde se revelan las verdaderas divergencias”
La segunda pregunta que queremos
destacar es la siguiente:
“¿Qué relevancia tiene el hecho
de que el primer acuerdo con los luteranos trate del tema de la justificación,
elemento que desencadenó la Reforma?”
En este caso la respuesta, muy
interesante por cierto, del Cardenal Ratzinger fue:
“Se entiende que para los
luteranos fuese el punto de partida de un diálogo, porque se trataba del tema
que, como usted dijo, ha desencadenado toda la ola de la Reforma.
Por eso, empezar desde aquí para
después alargar el consentimiento era natural y también necesario. Aunque si
actualmente, en la vida de todos los días, los cristianos son muy poco
conscientes de este hecho – también entre los luteranos, si se les pregunta que
es lo que entienden por justificación, la respuesta será bastante incompleta,
lo cual, al no tratarse de una herida activa, nos permitió un clima sereno, un
clima de discusión pacífica - sigue
habiendo un punto desde el cual surgirán todos los demás problemas.
Entonces, para obtener un camino lógico de prioridad ecuménica, es obvio comenzar por aquello que para Lutero era la clave del descubrimiento reformador”
Entonces, para obtener un camino lógico de prioridad ecuménica, es obvio comenzar por aquello que para Lutero era la clave del descubrimiento reformador”
Hemos querido recoger también
otra pregunta más general que atañe a toda la cristiandad, y que por tanto
resulta vital para la misma:
“¿No es preocupante que, no sólo
en el mundo protestante, sino también en el mundo católico, el tema de la
justificación esté considerado como lejano o que no se considere en absoluto?”
La respuesta el por entonces Cardenal, y futuro Papa Benedicto XVI, no deja lugar a dudas y aclara eficazmente cual es la posición de la Iglesia católica en este caso:
<Debería ser preocupación común de los luteranos y de los católicos el encontrar un lenguaje capaz de hacer que la doctrina de la justificación sea más comprensible para los hombres de nuestro tiempo>.
Pienso que la casi ausencia de
esta doctrina ha sido causada por un debilitamiento del sentido de Dios.
Si se toma a Dios en serio, el pecado es una cosa seria. Y así fue para Lutero. En la actualidad, Dios se encuentra bastante lejos. El sentido de Dios se encuentra más atenuado y, en consecuencia, también el sentido de la gracia se ha atenuado.
Ahora, juntos, debemos encontrar en este contexto actual la manera de anunciar a Dios, a Cristo, de anunciar así la belleza de la gracia. Porque si no hay sentido de Dios, si no existe sentido del pecado, la gracia no nos dice nada.
Si se toma a Dios en serio, el pecado es una cosa seria. Y así fue para Lutero. En la actualidad, Dios se encuentra bastante lejos. El sentido de Dios se encuentra más atenuado y, en consecuencia, también el sentido de la gracia se ha atenuado.
Ahora, juntos, debemos encontrar en este contexto actual la manera de anunciar a Dios, a Cristo, de anunciar así la belleza de la gracia. Porque si no hay sentido de Dios, si no existe sentido del pecado, la gracia no nos dice nada.
Y me parece que este es el nuevo
deber ecuménico: que, juntos, podamos entender e interpretar de una manera
accesible, tocando el corazón del hombre de hoy, que quiere decir que el Señor
nos haya rescatado, nos haya dado la gracia”
Finalmente y como continuación de
la pregunta anterior recogemos la siguiente:
“¿Piensa que la Iglesia, está
preparada para afrontar este fuerte movimiento de secularización y este enorme
vacío de la fe? O, ¿todavía se da entre los hombres una visión de cristiandad,
pero no la de una Iglesia misionera?”
La respuesta del que llegaría a
ser el Papa nº 265, de la Iglesia, en 2005, tras la muerte de Juan Pablo II,
fue contundente y muy ajustada a la realidad de la Iglesia católica:
“Creo que tenemos que aprender.
Nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, de las cuestiones estructurales, del
celibato, de la ordenación de las mujeres, de los Consejos, de los derechos de
los Consejos, de los Sínodos… Trabajamos siempre sobre nuestros problemas
internos, y no nos damos cuenta de que el mundo tiene necesidad de respuestas,
no sabe cómo vivir.
Esta incapacidad del mundo se ve en la droga, en el terrorismo, etc. Por tanto, el mundo tiene sed de respuestas, y nosotros nos quedamos en nuestros problemas. Estoy convencido de que si salimos al encuentro de los demás, y presentamos a los demás de manera apropiada el Evangelio, incluso los problemas internos se relativizarán y se resolverán. Para mí, éste es un punto fundamental: tenemos que hacer el Evangelio accesible al mundo secularizado de hoy”
Después de estos ejemplos, que
ponen de manifiesto, por dónde pueden ir las conversaciones entre la Iglesia
católica y otras comunidades cristianas no católicas, sólo podemos decir
siguiendo al Papa Francisco, que hay que ir con precaución porque:
“El diablo siembra, celos, ambiciones, ideas, para ¡dividir! O siembra avidez…” (Misa matutina en la Domus Sanctae Martahae. Lunes 12 de septiembre de 2016)
Así sucedió en la Iglesia
primitiva con el terrible caso del matrimonio compuesto por Ananías y Safira
(Hch 5, 1-11). Para comprender mejor, con la
mentalidad del siglo XXI, este tremendo suceso acecido en la Iglesia primitiva
hay que recordar lo que se nos indica en el libro de San Lucas sobre la vida y
costumbres de los hombres y mujeres que participaron de aquella Iglesia
primitiva de Dios (Hch 2, 42-47):
-Y perseveraban asiduamente en la
doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las
oraciones.
-Y nacía de aquí, temor en toda alma;
y se obraban muchos prodigios y señales por medio de los Apóstoles en
Jerusalén; y un gran temor sobrecogía a todos.
-Y todos los que habían abrazado
la fe vivían unidos, y tenían todas las cosas en común;
-y vendían las posesiones y los
bienes, y lo repartían entre todos, según que cada cual tenían necesidad.
-Y día por día, asiduos en
asistir unánimemente al templo y partiendo el pan en sus casas, tomaban el
sustento con regocijo y sencillez de corazón,
-alabando a Dios y, hallando
favor cabe todo el pueblo. Y el Señor iba diariamente agregando y reuniendo los
que se salvaban.
Son palabras de una persona coetánea a lo ocurrido, el evangelista San Lucas, reconocido de forma unánime como autor de este libro por los eclesiásticos de los tres primero siglos, prueba documental, que no posee a su favor cualquier otro escritor profano de la antigüedad.
Por otra parte, los numerosos datos ofrecidos a lo largo de este singular libro, referentes a la vida social, política y religiosa de los diferentes pueblos que en el mismo se nombran, nos permiten asegurar, sin equivocación posible, que son todos datos que reflejan fielmente y con verdad absoluta los hechos narrados.
Ante estas consideraciones podemos llegar a comprender mejor los versículos correspondientes a la narración del castigo de la mentira de Ananías y Safira. Así, pues, este hecho acaecidos en la Iglesia primitiva demuestra que Dios no puede sufrir la falsedad, ni la desunión de los cristianos porque:
“El cristianismo ha de manifestarse
auténtico, veraz, sincero en todas sus obras. Su conducta debe transparentar un
espíritu: el de Cristo. Si alguno tiene en este mundo que mostrarse
consecuente, es el cristiano, porque ha recibido en depósito, para hacer
fructificar ese don, la verdad que libera, que salva” (San Josemaría, Amigos de
Dios, n.141).
En definitiva, como diría el Papa San Juan Pablo II refiriéndose a los logros alcanzados por los cristianos en el último Concilio (Vaticano II):
En el Concilio, el Espíritu Santo hablaba a toda la Iglesia en su universalidad, determinada por la participación de los obispos del mundo entero. Determinante era también la participación de los representantes de las Iglesias y de las comunidades no católicas, muy numerosas.
Lo que el Espíritu Santo dice,
supone siempre una penetración más profunda en el eterno Misterio, y a la vez
una indicación, a los hombres que tienen el deber de dar a conocer ese Misterio al mundo
contemporáneo, del camino que hay que recorrer.
El hecho mismo de que aquellos hombres fueran convocados por el Espíritu Santo y constituyeran durante el Concilio una especial comunidad que escucha unida, reza unida, y unida piensa y crea, tiene una importancia fundamental para la evangelización, para una <nueva evangelización> que con Vaticano II tuvo su comienzo.
Todo eso está en estrecha relación con una nueva época en la historia de la humanidad y también en la historia de la Iglesia” (Papa San Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. Licencia editorial para Círculo de Lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A. 1995).
El hecho mismo de que aquellos hombres fueran convocados por el Espíritu Santo y constituyeran durante el Concilio una especial comunidad que escucha unida, reza unida, y unida piensa y crea, tiene una importancia fundamental para la evangelización, para una <nueva evangelización> que con Vaticano II tuvo su comienzo.
Todo eso está en estrecha relación con una nueva época en la historia de la humanidad y también en la historia de la Iglesia” (Papa San Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. Licencia editorial para Círculo de Lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A. 1995).