Jesús que es la gracia de Dios por excelencia, nos ha mostrado con esplendor la <Divina Providencia>. Ya en el Antiguo Testamento se nos habla de la bondad de Dios, siempre presente y eficaz en la vida del hombre, pero Cristo en el Nuevo Testamento no sólo nos confirma las enseñanzas ya manifestadas en la antigüedad sobre esta verdad tan extraordinaria, sino que además nos amplía su conocimiento, mostrándonos el carácter paternal de Dios hacia la humanidad.
En este sentido, leemos en el
Catecismo de la Iglesia Católica (nº 305):
“Jesús pide un abandono filial en
la Providencia del Padre Celestial, que cuida de las más pequeñas necesidades
de sus hijos: <no andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?
¿Qué vamos a beber?... Ya sabe vuestro Padre Celestial que tenéis necesidad de
todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán
por añadidura>”
Se refiere el Catecismo a la
narración del evangelista San Mateo sobre la confianza en la <Divina
Providencia> que Jesús pedía a los hombres en el Sermón de la Montaña
durante su ministerio en Galilea (Mt 6, 25-34):
-Por esto os digo no os
angustiéis por vuestra vida, que comeréis o que beberéis; ni por vuestro cuerpo
con qué os vestiréis ¿Por ventura la vida no vale más que el alimento, y el
cuerpo más que el vestido?...
-No os acongojéis, pues,
diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? o ¿Con qué nos vestiremos?
-Pues todas estas cosas andan
solicitando los gentiles. Qué bien sabe vuestro Padre Celestial que tenéis
necesidades de todas ellas.
Sabias palabras de nuestro Señor
Jesucristo, que nos muestra en toda su gloria la misteriosa y constante
presencia de Dios en la historia de la humanidad. Cristo mismo, es la
manifestación de la bondad de Dios hacia los hombres, que entrega a su Hijo
Unigénito para redención de los pecados. Por ello, Jesús nos enseñó a orar así:
<Danos, Señor, nuestro pan de cada día> porque:
“El Padre que nos da la vida no
puede dejar de darnos el alimento necesario para ella… En el Sermón de la
Montaña, Jesús insiste en esta confianza filial del hombre, que coopera con la
Providencia de nuestro Padre” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2830)
Recordemos a este respecto los
consejos del Apóstol San Pablo a los tesalonicenses, un pueblo muy querido por
Él, que habiendo interpretado mal la doctrina de Jesús sobre la llegada del fin del mundo y el <Juicio final>,
se dedicaba a perder el tiempo, anunciando las catástrofes que sobrevendrían al
final de los siglos (Parusía), abandonando las más imprescindibles necesidades
de la vida. De esta forma, entregados a la ociosidad, pasaban el día vagando de
un lado para otro, sin sosiego, alborotando a sus conciudadanos.
Al enterarse el apóstol de esta desastrosa situación, que podría llevarlos, incluso, a la pérdida de la fe y de las buenas costumbres, les escribió una segunda carta, en la que les explicaba que el fin del mundo, no era tan inminente como ellos se imaginaban, porque antes debería darse la <apostasía universal> y la <aparición del anticristo>; para aconsejarles con ardor, que trabajaran con sosiego y que no miraran como enemigos a aquellos que no seguían sus consejos, sino que los amonestaran como a hermanos, para atraerlos de nuevo al camino de la salvación (II. Ts. 8,6-15):
-Os encomendamos, hermanos, en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os retraigáis de todo hermano que anda
desconcertadamente y no según la tradición que recibieron de nosotros.
-Porque vosotros mismos sabéis
como nos habéis de imitar, por cuanto no vivimos ociosamente entre vosotros,
-ni de balde comimos el pan,
recibiéndolo de nadie, sino con fatiga y cansancio, trabajando noche y día para
no ser cargosos a ninguno de vosotros;
-no porque no tuviéramos derecho
sino, para darnos a vosotros como dechado que podáis imitar.
-Y, cierto, cuando estábamos con
vosotros esto os encomendamos: que quien
no quiera trabajar, tampoco coma.
-Porque oímos decir que algunos
de vosotros anda desconcertadamente, sin ocuparse de trabajo alguno sino
ocupados en mariposear.
-Pues a esos tales recomendamos y
exhortamos en el Señor Jesucristo que, trabajando con sosiego, coman su propio
pan.
-Y vosotros, hermanos, no
remoloneéis en obrar el bien.
-Más si alguno no obedece a
nuestra palabra transmitida por esta carta, a éste señaladle, para no juntaros
con él, a fin de que quede corrido;
-y no le miréis como enemigo,
sino amonestadle como hermano.
En efecto, el Señor en el Sermón de la Montaña, insiste en la confianza filial de los hombres en Dios, que coopera con ellos, <Divina Providencia>, pero por otra parte, eso no quiere decir que nos imponga pasividad ante los problemas de la vida, sino que desea librarnos lo más posible de toda inquietud agobiante, para que nos dediquemos con ahínco a la búsqueda del Reino y de la justicia de Dios, para lo cual, Él nos ha prometido darnos toda su ayuda.
Como decía San Cipriano (clérigo
y escritor romano. Obispo de Cartago y Santo mártir de la Iglesia católica;
249-258) (Dom-Orat. 21):
<Al que posee a Dios, nada le
falta, si él mismo no falta a Dios>
A este respecto, recordemos
también el emblema: <Ora et labora>,
de San Benito de Nursia (Religioso cristiano considerado iniciador de la
vida monástica de Occidente, fundador de la orden Benedictina y Patrono de
Europa; 480-547), cuando decía:
<Orad como si todo dependiese
de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros>.
Así es, tal como leemos en
Catecismo en la Iglesia Católica (nº 2834-2835):
-Una vez hecho nuestro trabajo,
el alimento viene a ser un don del Padre, es bueno pedírselo y darle gracias a
Él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana
-Esta petición y la responsabilidad que implica sirven
además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: <No sólo
de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca
de Dios, es decir, de su Palabra y de su Espíritu (Mt. 4,4).
Satanás trataba con esta táctica,
de que Jesús supeditase sus poderes mesiánicos a la satisfacción del hambre,
una necesidad material que no espiritual. Jesús no cae en esta trampa, porque
sería tanto como abrir el camino al enemigo para dar al mesianismo un carácter
materialista, político y glorioso, tal como esperaba, desde la antigüedad, el
pueblo de Israel para el Mesías.
Precisamente el Papa San Juan
Pablo II se refirió en cierta ocasión a este pasaje de la vida del Señor:
“El diablo intenta inducir a
Jesús para que haga suya esta perspectiva porque es adversario del designio de
Dios, de su Ley, de su economía de salvación, y por tanto, de Cristo, como se
deduce de los Evangelios y por otros textos del Antiguo Testamento.
Sí Cristo también hubiese caído,
el imperio de Satanás, que se jacta de ser el dueño del mundo (Lc 4,5-6),
habría obtenido la victoria final en la historia. El momento de lucha en el
desierto es, por tanto, decisivo.
Jesús es consciente de ser enviado
por el Padre para hacer presente el Reino de Dios entre los hombres. Con este
fin acepta la tentación, tomando su lugar entre los pecadores, como había hecho
ya en el Jordán, para servir a todos de ejemplo (cf. S. Agustín; De Trinitate,
4,13). Pero, por otra parte, en virtud de la <Unción> del Espíritu Santo
llega a las mismas raíces del pecado y derrota al <padre de la mentira>
(Jn, 8, 44). Por eso, va voluntariamente al encuentro de la tentación desde el
comienzo de su ministerio, siguiendo el impulso del Espíritu Santo (cf. S.
Agustín; De Trinitate, 13,13)” (Audiencia General del Papa San Juan Pablo II
del 21 de julio 1990)
-Acuérdate del camino que el
Señor tu Dios te ha hecho recorrer durante estos cuarenta años a través del
desierto, con el fin de humillarte y probarte, para ver si observas de corazón
sus mandatos o no.
-Te ha humillado y te ha hecho
sentir hambre; te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías, ni
habían conocido tus antepasados, para que aprendieras que no sólo de pan vive
el hombre sino de todo lo que sale de la boca del Señor.
-No se gastaron tus vestidos, ni
se hincharon tus pies durante esos cuarenta años.
-Reconoce, pues, en tu corazón
que el Señor tu Dios te corrige como un padre corrige a sus hijos
-guarda los mandamientos del
Señor tu Dios, siguiendo sus caminos y respetándole.
“Los cristianos deben movilizar
todos sus esfuerzos para anunciar el evangelio a los pobres. Hay hambre sobre
la tierra <más no hambre de pan, ni sed de agua, solamente, sino de oír la Palabra
de Dios> (Am 8,11), por eso, el sentido específicamente cristiano de la
cuarta petición: <Danos hoy nuestro pan de cada día>, se refiere al <Pan
de vida>, esto es, la <Palabra de Dios>, que se tiene que acoger por
la fe, en el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía”
Sus profecías se dividen en tres
partes. La primera anuncia el juicio de Dios contra todos los pueblos
prevaricadores. La segunda amenaza a Israel con la inminente ruina. La tercera
contiene cinco visiones, concluyendo su libro con la Promesa mesiánica.
Concretamente es en la cuarta visión, en la que el Señor mientras le muestra
una canasta de frutas maduras, se expresa en los siguientes términos
refiriéndose al <Día de juicio> (Am 8, 9-11):
-<Aquel día –oráculo del Señor
Dios-, haré ponerse el Sol a mediodía, y oscurecerse la tierra en pleno día.
-Convertiré en duelo vuestras
fiestas y en lamentaciones vuestros cánticos; haré que os vistáis de sayal, y
que toda cabeza sea rapada. Será un duelo como por el hijo único, y todo
acabará en amargura.
-Vienen días, -oráculo del Señor
Dios- en el que yo enviaré el hambre a este país, no hambre de pan ni sed de
agua, sino de oír la Palabra del Señor.
Sí, <tras la elección
desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a
Dios, que por envidia, los hace caer en la muerte….La Santas Escrituras
atestiguan la influencia nefasta de aquel a quién Jesús llama –homicida desde
el principio- y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre.
El Hijo de Dios -se manifestó para deshacer las obras del diablo- La más grave en
consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al
hombre a desobedecer a Dios> (Catecismo de la Iglesia Católica nº391 y 394).
Sin embargo el poder del demonio
no es infinito, como podemos leer también en el Catecismo de la Iglesia nº395:
“No es más que una criatura,
poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede
impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por
odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves
daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física- en
cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la <Divina
Providencia> que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del
mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero
–nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que
le aman” (Rm 8, 28)
Por eso San Pablo manifiesta
después de esta afirmación (Rm 8, 31-35), su plena confianza en Dios:
“¿Qué diremos a esto? Si Dios
está con nosotros, ¿quién contra nosotros?/ El que no perdonó a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todas las
cosas?/ ¿Quién presentará acusación contra los elegidos de Dios? ¿Dios el que
justifica?/ ¿Cristo Jesús, el que murió, más aún el que fue resucitado, el que
además está a la derecha del Padre, el que está intercediendo por nosotros?/
¿Quién nos apartará del amor a Dios? ¿La tribulación, o la angustia, o la
persecución, o el hambre o la desnudez, o el peligro, o la espada?...” Desde siempre, en Iglesia Católica, ha estado presente una gran devoción a la <Divina Providencia>, un ejemplo muy impresionante lo tenemos en la Beata Isabel de Francia. Esta mujer virgen nació en el año 1225, en Paris, y era hija del rey de Francia Luis VIII y de su esposa Blanca de Castilla. Tuvo algunos pretendientes reales que quisieron casarse con ella, pero había hecho voto de castidad y consagración a Dios, aunque no se cree que llegara a entrar en ninguna orden religiosa. Sin embargo, en cuanto le fue posible se apartó del mundo, retirándose a un convento de clarisas, religiosas con las que convivió en paz durante sus últimos años dedicándose a la oración, penitencia y buenas obras, pudiendo ser vista en éxtasis con el que el Señor la favoreció. A ella se debe esta hermosa oración a la <Divina Providencia>:
“¿Qué me sucederá hoy Dios mío?
Lo ignoro. Lo único que sé es que nada me sucederá que no lo hayáis previsto,
regulado y ordenado desde la eternidad ¡Me basta esto, Dios mío! Adoro vuestro
eterno e imperecederos designios; me someto a ellos con toda mi alma por amor
vuestro. Lo quiero todo, lo acepto todo, quiero haceros de todo un sacrificio.
Uno este sacrificio al de Jesús, mi Salvador y os pido en su nombre y por sus
meritos infinitos la paciencia en mis penas y una perfecta resignación en todo
lo que os plazca que me suceda. Amén”