La Iglesia es en Cristo como un
“Misterio”, tal como podemos leer en la Constitución Dogmática, del Concilio
Vaticano II, <Lumen Gentium> (GL 3): “La Iglesia o reino de Cristo,
presente actualmente en Misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el
mundo. Éste comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre y en el agua
que manaron del costado abierto de Cristo crucificado
(Jn 19, 34)”
Así es, en la narración de la Pasión y Muerte de Jesús según el Evangelio de San Juan se informa de aquel hecho histórico crucial y transcendental por el que un soldado perforó con su lanza el costado del Señor, saliendo al punto, de éste, sangre y agua.
Desde siempre, los santos Padres de la Iglesia Católica, han reconocido: 1) que al salir la sangre de Cristo de su costado herido, con ello se sellaba, la Redención de los hombres, simbolizada de forma especial, en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía; 2) que el agua salida del costado de Cristo simbolizaba, así mismo, otro Sacramento, el del Bautismo, por el cual el creyente participa en la muerte de Cristo.
Por otra parte, la sangre y el agua que
manaron del costado de Jesucristo, son la viva imagen de su Iglesia, que como
nueva Eva, sale del costado del segundo Adán (Cristo). Esta idea ha quedado
reflejada, en un documento esencial de la Iglesia: <Lumen Gentium>
Aquellos que olvidaron o quizás
ignoran, que la Iglesia Católica es “Misterio”, y en sentido analógico “Sacramento”,
deberían tener presentes, esta enseñanza del Papa León XIII (Carta Encíclica
<Santis Cognitum>. Dada en Roma en el año 1896):
“Si para volver a esta madre
amantísima deben aquellos que no la conocen, o los que cometieron el error de
abandonarla comprar ese retorno, desde luego, no al precio de su sangre (aunque
a ese precio la pagó Jesucristo), pero sí, al de algunos esfuerzos y trabajos,
bien leves por otra parte, verán claramente, al menos, que esas condiciones no
han sido impuestas a los hombres por una voluntad humana, sino por orden y
voluntad de Dios, y, por tanto, con la ayuda de la gracia celestial,
experimentarán por sí mismos la verdad de estas divinas palabras: <Mi yugo
es dulce y mi carga ligera> (Mt 11, 30)”
Cuenta, San Lucas en su Evangelio, que estando ya próxima la Pasión y Muerte del Señor, éste deseó volver una vez más a Jerusalén; por entones, según el evangelista, Jesús mandó a 72 discípulos a evangelizar a las gentes diciéndoles: <la mies es mucha, pero los obreros pocos>. Fue al regreso de estos discípulos, por cierto, rebosantes de alegría por los éxitos alcanzados, aseguraban: <Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre>, cuando pronunció Jesús, las siguientes palabras, reveladoras del alborozo que embargaba su corazón (Lc 10, 21-22):
"Te Bendigo, Padre, Señor del
cielo y de la Tierra, porque encubriste esas cosas a los sabios y prudentes y
las descubriste a los pequeñuelos. Bien, Padre, que así ha parecido bien en tu
acatamiento / Todas las cosas me fueron
entregadas por mi Padre, y ninguno conoce quién es el Hijo sino el Padre, y
quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien quisiere el Hijo revelarlo"
También San Mateo en su Evangelio narró este júbilo del Señor, pero con pequeñas diferencias, aunque coincidiendo con la narración de San Lucas en la doxología al Padre (glorificación) y en la revelación de la identidad del Hijo, en cambio omite el epílogo de este Evangelista, en el que se cuenta la alabanza de Jesús, a aquellos que le veían y le escuchaban (Lc 10, 23-24):
Sin embargo, es San Mateo, precisamente, refiriéndose también
a este pasaje de la vida del Señor, el que añade unos cuantos versículos a los ya
referidos en el Evangelio de San Lucas, por los que Jesús invita a todos los
hombres a tomar su yugo en la vida y a aprender de Él, a ser mansos de corazón (Mt 11, 28-30):
"Venid a mí todos cuantos andáis
fatigados y agobiados, y yo os aliviaré / Tomad mi yugo sobre vuestros
hombros, y aprended de mí, pues soy manso y humilde de corazón, y hallaréis
reposo para vuestras almas / Porque mi yugo es suave, y mi
carga, ligera"
Así pues, tal como aseguraba el Papa León XIII, en la Carta Encíclica anteriormente mencionada, Jesús desea que todo aquel que por una u otra causa esté alejado de su Iglesia, vuelva a ella, para experimentar por si mismo que la verdad solo se encuentra en la Divina Palabra que ella conserva y proclama, porque no es tan grande el precio que se le pide, y a cambio hallará el verdadero reposo de su corazón: <mi yugo es suave y mi carga ligera>.
“Es evidente que ninguna
comunicación entre los hombres puede realizarse sino por medio de las causas
exteriores y sensibles. Por esto el Hijo de Dios tomó la naturaleza humana (Flp 2, 6-7): <El cual, siendo de condicion divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios / Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo, y se hizo semejante a los hombres> .Pero como su misión divina debía
ser perdurable y perpetua, se rodeó de discípulos, a los que dio parte de su
poder y haciendo descender sobre ellos de lo alto de los cielos al Espíritu
Santo, les mandó recorrer toda la tierra y predicar fielmente en todas las
naciones lo que Él mismo había enseñado y prescrito, a fin de que, profesando
su doctrina y obedeciendo sus leyes, el género humano pudiera adquirir la
santidad y en el cielo la
bienaventuranza eterna”.
La Iglesia fue instituida por
Cristo con este fin, y en su día así lo profetizó con estas palabras (Jn 12,
32): “Y Yo, cuando fuera levantado de la tierra, a todos arrastraré hacia mí”
La atracción universal, de toda la humanidad hacia Cristo crucificado, queda indicada en esta significativa frase del Señor, que él pronunció con motivo de la llegada a Jerusalén de unos gentiles para dar culto a Dios, porque también por entonces había ya entre otros pueblos no israelitas el deseo imperioso de conocer al verdadero Dios, y por eso estaban impacientes por encontrarse con Jesús para que les revelara su Verdad, sin embargo respetuosos, y acaso temerosos de su poder, prefirieron pedir ayuda a uno de sus Apóstoles, concretamente a Felipe, para que actuara como su embajador ante él, rogándole con estas palabras: <Señor queremos ver a Jesús>.
Felipe prudentemente,
en vez de dirigir este deseo directamente a Jesús, le dijo a Andrés lo que
pasaba, y así luego ambos expusieron a su Maestro este ruego. El Señor ante
esta situación da la impresión de que ve
más próxima que nunca su Pasión, Muerte y Resurrección, al pronunciar estas, en
principio, misteriosas palabras (Jn 12, 23-26):
"Ha llegado la hora en que sea
glorificado el Hijo del hombre / En verdad, en verdad os digo: si
el grano de trigo no es enterrado y muere, queda él solo; más si muere, lleva
mucho fruto / Quien ama su vida, la pierde; y
quien aborrece su vida en este mundo, la ganará para la vida eterna / Quien me sirve, sígame; y donde
estoy yo, allí estará también mi servidor"
Luego, se abatió sobre Él, por su
naturaleza humana, la angustia ante la proximidad de los terribles
acontecimientos que se avecinaban, y dijo (Jn 12, 27): <Ahora mi alma se ha
turbado; ¿Y qué diré? Padre sálvame de esta hora>. Pero enseguida, con
humildad y tremendo amor hacia la humanidad, ante la llegada de su Pasión y
Muerte exclamó (Jn 12, 27-28) :< Más para esto vine a esta hora. Padre,
glorifica tu nombre>.
Tras la dócil aceptación de
Jesús, de la voluntad del Padre, se produce una manifestación de Dios ante los hombres (Teofanía), que ha
quedado así reflejada en la narración de San Juan (Jn 12, 28-32):
"Vino, pues, una voz del cielo:
<Le glorifiqué y de nuevo lo glorificaré> / La turba, que allí estaba y lo
oyó, decía que había sido un trueno. Otros decían: <Un ángel le ha
hablado> / Respondió Jesús y dijo: <No
por mí ha venido al voz, sino por vosotros> / Ahora es el juicio de este
mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera / Y Yo, cuando fuere levantado de
la tierra, a todos arrastraré a mí"
Son dos las revelaciones que
Jesús hace en este decisivo momento de la historia de la humanidad. Por una
parte, que su muerte dará como fruto la victoria definitiva sobre el maligno,
sobre Satanás, el príncipe del mundo, y por otra que se establecerá una
atracción universal de toda la humanidad, desde la Cruz, hacia Cristo y su
Iglesia.
Y esto será así a lo largo de toda las generaciones desde la venida del Hijo del hombre, del Mesías, porque como muy bien nos dijo el Papa Juan Pablo II (Carta Encíclica <Veritatis Splendor>. Dada en Roma el 6 a agosto de 1993):
“La relación entre Cristo Palabra
del Padre, y la Iglesia, no puede ser comprendida como si fuera solamente un
acontecimiento pasado, sino que es una relación vital, en la cual cada fiel
está llamado a entrar personalmente…
La contemporaneidad de Cristo
responde al hombre de cada época, se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia. Y
por eso Dios prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les
<recordaría> y les haría comprender sus mandamientos (Jn 14, 26) y al
mismo tiempo, sería el principio frontal de una vida nueva para el mundo (Jn 3,
5-8); Rm 8, 1-13)”
La Constitución dogmática <Dei Verbum> ha expresado este gran misterio en los términos bíblicos de un diálogo nupcial, como ha recordado el Papa Benedicto XVI (Los caminos de la vida interior. Benedicto XVI Ed. Chronica; 2011):
“Dios que habló en otros tiempos,
sigue conversando siempre con la esposa de su Hijo amado, y el Espíritu Santo
por quién la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el
mundo, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en
ellos intensamente la palabra de Cristo (cf. Col 3.16) (Concilio Ecuménico
Vaticano II. Constitución dogmática <Dei Verbum>)”
En efecto, una vez terminada la
obra sobre la tierra, que el Padre había encomendado a su Hijo Unigénito, Éste envió al Espíritu Santo sobre sus
discípulos reunidos en el Cenáculo, en torno a la Virgen María, el día de la
celebración de la fiesta judía de Pentecostés, que conmemoraba la Alianza del
Sinaí, en tiempos del Patriarca Moisés.
Tras la llegada del Espíritu Santo (en forma como de lenguas de fuego que se dividían y se posaban sobre los allí presentes), la Iglesia de Cristo se manifestó públicamente por primera vez, ante las gentes, que habían acudido hasta el lugar, asombradas y quizás sobrecogidas, por el fenómeno extraordinario que tuviera lugar (estruendo parecido al viento que sopla fuertemente), y desde ese mismo momento se inició la labor evangelizadora de la Iglesia instituida por Jesucristo porque los que estaban en aquel lugar <se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse> (Hech 2, 4)
Con razón la Iglesia así
instituida es <Sacramento universal de Salvación>, tal como podemos leer
en el Catecismo de la Iglesia Católica (C.I.C nº774):
“La palabra griega
<mysterion>, ha sido traducido al latín por dos términos:
<mysterium> y <sacramentum>. En la interpretación posterior el
término <sacramentum> expresa mejor el signo visible de la realidad
oculta en la salvación, indicada por el término <mysterium>. En este
sentido, Cristo es el mismo <Misterio de la Salvación>…
La obra salvífica de su humanidad
santa y santificante es el <Sacramento de la Salvación>, que se
manifiesta y actúa en los Sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias
Orientales llaman también <los santos misterios>). Los siete Sacramentos
(Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden
sacerdotal y Matrimonio) son los signos y los instrumentos mediante los cuales
el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la
Iglesia que es el su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia
invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada
<Sacramento>”
En la actualidad, la existencia del Dios Trino, del Dios Creador de todas las cosas, se pone constantemente en <tela de juicio>, por decirlo con palabras corrientes, tanto en los distintos medios de comunicación, como en el día a día de las personas, en aras de la ciencia y las tecnologías creadas por la humanidad. Ello ha llevado a muchos hombres y mujeres a ver en la Iglesia una institución que debería dedicarse solamente a las obras de caridad, olvidándose por completo de que también tiene una tarea evangelizadora que realizar, la cual algunos consideran adoctrinamiento, como si de un partido político se tratara.
Sin embargo por
importante que sea la labor social de la Iglesia, para paliar las necesidades
materiales de la humanidad, y más en tiempos de crisis económica como la
actual, el verdadero <núcleo>, la <verdadera razón de ser> de la
Iglesia de Cristo, es ser
<Misterio>, ser <Sacramento universal de salvación>. Por esta razón
aquellos que se llaman creyentes y dicen <creo en Dios>, pero <paso de
los sacerdotes>, ó bien, <Jesús
sí, Iglesia no>, se encuentran en el camino de la obcecación y de la antítesis,
porque Dios y por tanto su Hijo Unigénito, nunca pueden estar en contraposición
con su Iglesia ó con sus Apóstoles, de los cuales los sacerdotes son
representantes.
En este sentido, resulta
interesante recordar la denuncia del
Cardenal Joseph Ratzinger (“Un canto para el Señor. Cardenal Joseph Ratzinger.
Papa Benedicto XVI. Ed. Sígueme. Salamanca 2011):
“La situación de la fe y de la
teología en Europa se caracteriza hoy, sobre todo, por una desmoralización
eclesial. La antítesis <Jesús sí, Iglesia no> parece típica del
pensamiento de una generación…Detrás de esta difundida contraposición entre
Jesús y la Iglesia, late un problema cristológico. La verdadera antítesis que
hemos de afrontar no se expresa con la fórmula <Jesús sí, Iglesia no>,
habría que decir <Jesús sí, Cristo
no>, ó <Jesús sí, el Hijo de Dios no>…La separación entre Jesús y
Cristo, es a la vez, separación entre Jesús e Iglesia; se deja a Cristo a cargo
de la Iglesia; parece ser obra suya. Al relegarlo, se espera rescatar a Jesús
y, con él una nueva clase de libertad, de redención…”
Pero ¿cuáles son las raíces de
esta separación entre Jesús y Cristo? Ésta es una cuestión que viene de lejos,
de los inicios de la Iglesia, tal como podemos leer en la primera Carta del Apóstol San Juan, con
ocasión de las desviaciones del Mensaje de Cristo, por parte de algunos que
llamándose creyentes, se comportaban como verdaderos Anticristos. A la cabeza
de todos ellos se encontraba Cerinto, líder herético de una secta próxima al
gnosticismo, que para desprestigiar la
figura de Cristo mantenía, entre otras herejías, que había venido en agua, pero
no en sangre…
San Juan, se las rebatía, y en su Carta (I Jn 2, 22), preguntaba<
¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el
Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo>, y más tarde en esta misma
Carta dice (Jn 4, 2-3): <En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo
espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu
que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo>.
Entre las causas, que han podido
contribuir al empeño de algunos de separar a Jesús, de Cristo, Benedicto XVI
menciona en primer lugar, la construcción del llamado <Jesús histórico>
(Ibid):
“El principio constructivo sobre
el que emerge este Jesús excluye lo divino de él, siguiendo el espíritu de la
Ilustración. Este <Jesús histórico> no puede ser Cristo ni Hijo…La
Iglesia queda así descartada; solo puede ser una organización humana que se
intenta utilizar con más o menos habilidad la filantropía de Jesús. Desaparecen
también los Sacramentos…
Detrás de este despojo de Jesús
que es el <Jesús histórico>, hay una opción ideológica que se puede
resumir en la expresión: imagen moderna del mundo”
Como segunda causa de la
separación en la sociedad moderna, de Jesús, de Cristo, el Santo Padre menciona
la tendencia de los hombres, en la actualidad, de tratar de explicar todo bajo
el ámbito del empirismo, esto es, de la experimentación realizada por ellos
sobre todos los ámbitos de la vida material e incluso espiritual (Ibid):
“El hombre de hoy no entiende ya
la doctrina cristiana de la Redención. No encuentra nada parecido en su propia
experiencia vital. No puede imaginar nada detrás de los términos como
expiación, transcendencia y reparación…La confesión de Jesús como Cristo cae
por tierra. A partir de ahí, se explica también el enorme éxito de las
interpretaciones psicológicas del Evangelio, que ahora pasa a ser el anticipo
simbólico de la curación psíquica…La teología de la liberación –hoy fracasada
prácticamente-descansa en las mismas razones. La Redención es sustituida por la
liberación en el sentido moderno de la palabra”
Por último, como tercera causa que
resume, y encaja las dos anteriores, nos
señala el Papa Benedicto la <perdida de la imagen real de Dios> (Ibid):
“Ya no resulta posible concebir a
un Dios que se preocupa de los individuos y actúa en el mundo. Dios pudo haber
originado el estallido original del Universo, si es que lo hubo, pero no le
queda nada más que hacer en un mundo ilustrado. Parece ridículo imaginar que
nuestra acciones buenas o malas le interesen; tan pequeños somos ante la
grandeza del Universo. Parece mitológico atribuirle una acción en el mundo”
Como consecuencia de todas estas
cuestiones denunciados por el Papa Benedicto XVI, ha quedado como secuela entre
algunos cristianos, cierta inseguridad e incluso increencia sobre la acción de
Dios en la historia y sobre el papel primordial de su Iglesia. Es conveniente
por tanto recordar también a este respecto las palabras del Papa Juan Pablo II
(Carta <Dominicae Cenae> Vaticano 24 de febrero, domingo I de Cuaresma,
del año 1980):
“La Iglesia ha sido fundada, en
cuanto comunidad nueva del Pueblo de Dios, sobre la comunidad apostólica de los
Doce que, en la última Cena, han participado del Cuerpo y de la Sangre del
Señor, bajo las especies del pan y del vino. Cristo les había dicho: <tomad
y comed>…<tomad y bebed>. Y ellos, obedeciendo este mandato, han
entrado por primera vez en comunión sacramental con el Hijo de Dios, comunión
que es prenda de vida eterna. Desde ese momento y hasta el fin de los siglos,
la Iglesia se construye mediante la misma comunión con el Hijo de Dios, que es
prenda de la Pascua eterna…
La Iglesia se realiza cuando en
aquella unión y comunión fraternal, celebramos el sacrificio de la cruz de
Cristo, cuando anunciamos <la muerte del Señor hasta que Él venga> (I Cor
11, 26). Y luego cuando compenetrados profundamente en el misterio de nuestra
salvación, nos acercamos comunitariamente a la mesa del Señor, para nutrirnos
sacramentalmente con los frutos del Santo Sacrificio propiciatorio.
En la
Comunión eucarística recibimos pues a Cristo, a Cristo mismo; y nuestra unión
con Él, que es don y gracia para cada uno, hace que nos asociemos en Él a la
unidad de su Cuerpo, que es su Iglesia. Solamente de esta manera,
mediante la fe y disposición de ánimo, se realiza esa construcción de la
Iglesia, que según la conocida expresión del Concilio Vaticano II, halla en la
Eucaristía la <fuente cumbre de la vida cristiana> “
San Ambrosio, Obispo y Doctor de
la Iglesia (397 +), que desde su niñez en Roma tenía el deseo ferviente de
servir a Cristo y su Iglesia, escribió un <Tratado de la Fe>, para librar
a ésta de los errores del arrianismo, y que ha sido un excelente modelo a seguir, a lo largo de los
siglos. Gran devoto del Santísimo Sacramento de la Eucaristía escribió la
hermosa oración:
“Salve, Víctima de salvación,
ofrecida en el patíbulo de la Cruz por mí y por todo el linaje humano. Salve,
noble y preciosa Sangre que mana de las llagas de Jesucristo crucificado y lava
los crímenes del mundo. Acordaos, Señor, del hombre que habéis rescatado con
vuestra Sangre”
El ejemplo de tantos santos que
ha dado la Iglesia de Cristo, han servido de aliento a todos los creyentes en
su caminar hacia Dios. Sí, porque como también decía el Papa Juan Pablo II
(Cruzando el umbral de la esperanza. El reto de la nueva evangelización.
Círculo de lectores):
“La Iglesia renueva cada día,
contra el espíritu de este mundo, una lucha que no es otra que <la lucha por el alma de este mundo>. Si
de hecho por un lado, en él están presentes el Evangelio y la evangelización,
por otro hay una poderosa <anti-evangelización>, que dispone de medios y
de programas, y se opone con gran fuerza al Evangelio. La lucha por el alma del
mundo contemporáneo es enorme allí, donde el espíritu de este mundo parece más
poderoso.
En este sentido, en la Carta
<Redemptoris missio>, se habla de los modernos areópagos, es decir, de los
nuevos púlpitos. Estos areópagos, son hoy en día el mundo de la ciencia, de la
cultura, de los medios de comunicación; son los ambientes en que se crean las élites
intelectuales, los ambientes de los escritores y de los artistas.
La evangelización renueva el encuentro de la Iglesia con el
hombre, está unida al cambio generacional. Mientras pasan las generaciones que
se han alejado de Cristo y de su Iglesia, que han aceptado el modelo laicista
de pensar y de vivir, a los que ese modelo les ha sido impuesto, la Iglesia
mira siempre hacia el futuro; sale sin detenerse nunca, al encuentro de las
nuevas generaciones. Y se muestra con toda claridad que las nuevas generaciones
acogen con entusiasmo lo que sus padres parecen rechazar”
Bellas y consoladoras palabras de
un Papa que ha sido impulsor y alentador de las Jornadas mundiales de la
Juventud, las JMJ, que tantos frutos ha dado a la Iglesia de los dos últimos
siglos. La Iglesia le estará siempre agradecida por ello, y por tantos otros
beneficios que ha recibido durante su Pontificado, por eso desde el mismo
momento de su partida de este mundo para ir hacia el Padre celestial, su grey ha gritado ¡santo!, y
pronto será reconocido como tal por la Iglesia católica.
Las Jornadas mundiales de la juventud, originadas sobre una idea del Papa Pablo VI, un Vicario de Cristo también muy preocupado por la juventud, que en el Año Santo de 1975 reunió en Roma a varios miles de personas jóvenes en su mayoría, de todo el mundo, posteriormente fueron potenciadas de forma decisiva por el Papa Juan Pablo II, siendo apodado por ello con el apelativo cariñoso del <Papa de los jóvenes>. Estos grande encuentros en los que participan con gran interés la juventud de tantos Países, para escuchar las catequesis de los sucesores de Pedro y dar al mundo, con ello, muestras evidentes de que la Iglesia de Cristo está viva, y es aceptada y amada por las nuevas generaciones, se vienen realizando con regularidad cada dos o tres años. La última ha tenido lugar en Brasil, a donde en viaje apostólico, marchó el Papa actual Francisco, siendo como todas las anteriores, un gran estímulo para los creyentes y un objeto de reflexión para los increyentes.
Algunos se pueden aún preguntar
qué significa todo esto; la respuesta del Papa Juan Pablo II es esclarecedora y
contundente (Ibid):
“Significa que el Espíritu Santo
obra incesantemente ¡Que elocuentes son las palabras de Cristo!: < ¡Mi Padre
obra siempre y yo también obro! (Jn 5, 17).
El Padre y el Hijo obran en el
Espíritu Santo, que es Espíritu de Verdad, y la verdad no cesa de ser
fascinante para el hombre, especialmente para los corazones jóvenes. No nos
podemos detener, pues, en las meras estadísticas. Para Cristo lo importante son
las obras de caridad. La Iglesia a pesar de todas las pérdidas que sufre <no
cesa de mirar con esperanza hacia el futuro>. Tal esperanza es un signo de
la fuerza de Cristo. Y la potencia del Espíritu siempre se mide con el metro de
estas palabras apostólicas: ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio!”
Esta bella frase salió de la boca
del Apóstol San Pablo y ha quedado recogida en su primera Carta a los
corintios. San Pablo se sintió, después de la llamada del Señor, impelido de
inmediato a realizar la tarea evangelizadora que Éste le había destinado entre
los pueblos paganos, sintiéndose atraído
por la idea de convertir a los habitantes de Corinto ciudad llamada por
Horacio la <de los dos mares>, porque le pareció desde el primer momento
el lugar ideal para llevar el Mensaje de Jesucristo, dado el grado de
corrupción que allí existía.
Fueron casi dos años los necesarios para conseguir los deseos del Apóstol, siendo los gentiles y los más pobres de la ciudad, los que de manera preferente se dejaron arrastrar por sus enseñanzas, pero al fin consiguió fundar la Iglesia de Corinto, la cual en un principio dio muy buenos frutos para la cristiandad de la época; más tarde, y bajo la acción del maligno, surgieron graves problemas en el seno de esta Iglesia tan floreciente, porque la inmoralidad y costumbres licenciosas volvieron a tomar carta de naturaleza. Enterado el Apóstol de lo que sucedía y muy apenado por ello escribió esta primera Carta a los corintios, que en realidad según los estudiosos sería la segunda ya que de la primera no ha quedado constancia escrita, en la Pascua hacia el año 56 d. C. Es en la segunda parte de dicha Carta, donde San Pablo pronuncia esta famosa frase (I Co 9, 16-19):
-Porque si predico no es para mí
gloria ninguna; obligación es la que pesa sobre mí; pues ¡ay de mí si no
predicare el Evangelio!
-Pues si por mi propia iniciativa hiciera esto, recibiría
mi salario; mas si por imposición ajena, eso es puro desempeño de un cargo que
me ha sido confiado.
-¿Cuál es pues mi salario? Que al
predicar el Evangelio lo pongo de balde, para no hacer valer mi estricto
derecho en la predicación del Evangelio.
-Porque siendo yo libre de todo a
todos me esclavicé, para ganar a los más
Gran humildad y sabiduría la del
Apóstol San Pablo. Él se nos muestra como sumiso totalmente a los deseos de Cristo,
sin pedir nada a cambio por su labor de emisario divino, debido a una fuerza
irresistible ejercida sobre su corazón por causa del amor a Jesucristo y a la
humanidad (<Dios está cerca>. En
efecto, como asegura Benedicto XVI Ed. Chronica 2011):
“Frente a una Iglesia donde había,
de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunidad entera estaba
amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad
del Cuerpo de Cristo, San Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de
sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo Crucificado. Su fuerza no
es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quién confía
sólo en el <poder de Dios> (I Co 2, 1-5)”
Éste es el gran ejemplo a seguir
por todos los miembros de la Iglesia católica porque como muy bien advertía el
Papa Juan Pablo II (Ibid):
“La Iglesia evangeliza, la
Iglesia anuncia a Cristo, que es camino, verdad y vida; Cristo único mediador
entre Dios y los hombres. Y a pesar de las debilidades humanas, la Iglesia es
incansable en este anuncio. La gran oleada misionera, la que tuvo lugar en el
siglo pasado (S. XIX), se dirigió a todos los continentes y en particular,
hacia el continente africano.
Aún en ese continente tenemos
muchas tareas que hacer con una Iglesia indígena ya formada. Son numerosas ya
las generaciones de Obispos africanos. África se convierte así, en un continente
de vocaciones misioneras. Y las vocaciones, gracias a Dios, no faltan. Todo lo
que disminuye en Europa, otro tanto aumenta allí, en África o en Asia.
Quizás algún día se revelen
verdaderas las palabras del Cardenal Hyacinthe Thiandoum (natural de Poponguine
dentro de la Arquidiócesis de Dakar, Senegal. 1921-2004), que planteaba la posibilidad
de evangelizar al <Viejo Mundo>, con misioneros negros y de color. Y por
eso hay que preguntarse si no será ésta una prueba más de la <permanente
vitalidad de la Iglesia”
Así ha sido y así será, con la
ayuda del Espíritu Santo, desde el mismo momento de su institución por nuestro
Señor Jesucristo, hasta el final de los siglos. La Iglesia tiene como principal
cometido conservar y propagar el Mensaje de Cristo, pero además como recordaba
el Papa León XIII (Carta Encíclica <Satis Cognitum> 29 Junio 1896):
“Por la salud del género humano se sacrificó Jesucristo, y a este fin refirió todas sus enseñanzas y todos sus preceptos, y lo que ordenó a la Iglesia que buscase en la verdad de la doctrina, fue la santificación y la salvación de los hombres. Pero este designio tan grande y tan excelente, no puede realizarse por la sola fe; es preciso añadir a ella el culto dado a Dios en espíritu de justicia y de piedad, y que comprende sobretodo, el sacrificio divino y la participación en los Sacramentos, y por añadidura la santidad de las leyes morales y de la disciplina.
Todo esto debe encontrase en la
Iglesia, pues está encargada de continuar hasta el final de los siglos las
funciones del Salvador; la religión que por voluntad de Dios, en cierto modo
tomó cuerpo en ella, es la Iglesia sola quien la ofrece en toda su plenitud y
perfección; e igualmente todos los medios de salvación que, en el plan
ordinario de la Providencia, son necesarios a los hombres, sólo ella es quien
los procura”
Palabras de un Papa de tiempos
pasados pero que representan en la Iglesia de Cristo un ítem de referencia para
todas las generaciones en el presente y en el futuro, porque como también aseguraba
el Papa Benedicto XVI la Iglesia <vive de la Palabra de Dios> (Los
caminos de la vida interior. El itinerario espiritual del hombre. Benedicto
XVI. Ed. Chronica S. L. 2011):
“La Iglesia sabe bien que Cristo
vive en las Sagradas Escrituras. Precisamente por eso, como subraya la
Constitución, ha atribuido siempre a las divinas Escrituras una veneración
semejante a la que reserva al Cuerpo mismo del Señor (cf. Dei Verbum, 21). Por
ello, San Jerónimo, citado por el documento conciliar, afirmaba con razón que
desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo (cf. Ibid, 25).
La Iglesia y la Palabra de Dios
están inseparablemente unidas. La Iglesia mira la Palabra de Dios, y la Palabra
de Dios resuena en la Iglesia, en sus enseñanzas, y en toda su vida. Por eso el
Apóstol San Pedro nos recuerda que <ninguna profecía de la Escritura puede
interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por
voluntad humana; sino que hombres movidos por el Espíritu Santo han hablado de
parte de Dios> (I Pedro 1, 20).
La Iglesia siempre debe renovarse
y rejuvenecerse, y la Palabra de Dios que no envejece, ni se agota jamás, es el
medio privilegiado para este fin. En efecto, es la Palabra de Dios la que, por
la acción del Espíritu Santo, nos guía siempre de nuevo a la verdad completa
(cf. Jn 16, 13)”