“Estas palabras del apóstol san
Pablo remiten al misterio central de nuestra fe: Cristo, muerto y resucitado,
es la razón última de toda existencia humana. Cada domingo, día del Señor, el
pueblo cristiano revive de forma particular este misterio de salvación y profundiza
en él cada vez más.
La Iglesia, <Esposa de Cristo>, proclama con alegría y esperanza
cierta: su victoria sobre el pecado, y la muerte; camina a lo largo de los
siglos esperando su vuelta gloriosa. En el centro de cada santa misa resuena la
exclamación: <Anunciamos tu nombre, proclamamos tu Resurrección. ¡Ven, Señor
Jesús!”
“No temas, que no quedarás avergonzada, ni te sonrojes, que no serás
deshonrada, pues olvidarás la vergüenza de tu adolescencia, y no recordarás más
el oprobio de tu viudez / Porque será esposo tuyo tu Hacedor, cuyo Nombre es el
Señor de los ejércitos. Y Redentor tuyo, el Santo de Israel, que se llama Dios
de toda la tierra”
Definitivamente, está en juego una relación de comunión: la relación,
por decirlo así, vertical, entre Jesucristo y todos nosotros, pero también la
horizontal, entre todos los que se distinguen en el mundo por <invocar el
nombre de Jesucristo, Señor nuestro> (1 Co 1,2). Esta es nuestra definición:
formamos parte de los que invocan el nombre del Señor Jesucristo.
De esta forma, deberían llevarse a la práctica los encuentros
litúrgicos entre los cristianos. De forma que si entrara un no cristiano en una
de estas asambleas, al final debería poder decir: <Verdaderamente Dios está
con vosotros>. Pidamos al Señor que vivamos así, en comunión con Cristo y en
comunión entre nosotros”
La Iglesia es, como decía san Pablo, <esposa de Cristo> y por ello
todos sus componentes deberían vivir en comunión con el Señor y en comunión entre ellos mismos, tal
como también, recordaba el Papa Benedicto XVI.
Por eso, como evocaba el Papa san Juan Pablo II, en el centro de cada
santa misa resuena la exclamación: Por otra parte la Iglesia, es ciertamente escatológica, porque en ella siempre está presente la Resurrección de Cristo, la espera de la vuelta del Señor, su segunda venida a este mundo (parusía).
Recuerda el Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del miércoles 12
de noviembre de 2008, en este sentido que:
“Probablemente fue en el año 52, cuando san Pablo escribió la primera
de sus cartas dirigida a la comunidad de los tesalonicenses, donde les hablaba de esta vuelta de Jesús, llamada parusía, adviento,
nueva, definitiva y manifiesta presencia… (1Ts 4, 13-18)”

En efecto, a los tesalonicenses, que tienen sus dudas y problemas, a
causa de la inquietud que les producía
la suerte de los difuntos en el momento de la segunda venida del Señor, al
recordarles la esperanza cristiana, el apóstol manifestaba (1 Ts 4, 13-18):“No queremos, hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han
muerto, para que no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza /
Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera también Dios, por
medio de Jesús, reunirá con Él a los que murieron / Así pues, como palabra del
Señor, os trasmitimos lo siguiente nosotros, los que vivamos, los que quedemos
hasta la venida del Señor, no nos anticiparemos a los que hayan muerto /
Porque cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios de la señal, el Señor mismo descenderá del cielo, y resucitará en primer lugar los que murieron en Cristo / después, nosotros, los que vivamos, seremos arrebatados a las nubes junto con ellos al encuentro del Señor en los aires, de modo que, en adelante estemos siempre con el Señor / Por lo tanto animaos mutuamente con estas palabras”
Realmente el tiempo en que sucederán, estas cosas, nadie lo conoce,
tampoco lo conocía el apóstol san Pablo que seguramente pensaba que estaba más
cercano que su propia muerte. Sin embargo, el mensaje principal de la carta del
apóstol, no es comunicar cuando sucederá
este hecho extraordinario
Realmente como nos enseña el Papa Benedicto XVI (Ibid): “San Pablo describe la Parusía de Cristo con acentos muy vivos y con
imágenes simbólicas, pero que transmiten un mensaje sencillo y profundo: al
final estaremos siempre con el Señor. Este es, más allá de las imágenes, el
mensaje esencial: nuestro futuro es <estar con el Señor>; en cuanto creyentes,
en nuestra vida ya estamos con el Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado”
Si en la actualidad, la humanidad tuviera en cuenta estas proféticas
palabras del apóstol san Pablo: <nuestro futuro, la vida eterna, ya ha
comenzado>, quizás empezaría a
plantearse la vida de otra manera…
Y decimos, quizás, porque es tal la potencia que ha tomado los <modos y maneras> del enemigo común del hombre, sobre los seres humanos, que solo la creencia absoluta de que el Padre y su Hijo Unigénito, Jesucristo, junto al Espíritu Santo, siguen actuando sobre todos, no abandonándonos, en ningún momento, nos permite exclamar: ¡la Victoria es siembre del Dios Trino!
“Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han ocurrido han
servido para difundir más el Evangelio / de modo que, ante todo el pretorio y ante
todos los demás, ha quedado patente que me encuentro encadenado por Cristo / y
así la mayor parte de los hermanos en el Señor, alentados por mis cadenas, se
han atrevido con mayor audacia a predicar sin miedo la palabra de Dios /
Algunos, en efecto, predican a Cristo por envidia y rivalidad, otros en cambio
con buena voluntad / estos, ciertamente, por caridad, sabiendo que he sido
constituido para defensa del Evangelio / aquellos sin embargo, anuncian a
Cristo por rivalidad, de modo no sincero, pensando aumentar la aflicción de mis
cadenas /
Pero ¡qué importa! Con tal de que en cualquier caso, por hipocresía o
sinceramente, se anuncie a Cristo, yo con eso me alegro; aún más, me seguiré
alegrando / pues sé que me aprovecha para la salvación, gracias a vuestras
oraciones y el auxilio del Espíritu de Jesucristo / Así es mi expectación y
esperanza, de que en nada seré defraudado, sino que con toda seguridad, ahora
como siempre, Cristo será glorificado en mi cuerpo, tanto en mi vida como en mi
muerte / Porque para mí, el vivir es Cristo y el morir una ganancia”
Leyendo estas palabras del apóstol comprendemos que estar en Cristo
crea en él una gran libertad interior, ante la amenaza de la muerte, pero
también ante todas las tareas y los sufrimientos de la vida, está disponible a
cumplir con la Palabra de Dios de ayudar a sus semejantes para que alcancen
junto a él, la salvación al llegar la Parusía.
Se preguntaba el Papa Benedicto XVI, en este sentido (Ibid):
“Ahora después de haber examinado diversos aspectos de la espera de la
Parusía de Cristo: ¿Cuáles son las actitudes fundamentales del cristiano ante
las realidades últimas: la muerte, el fin del mundo? La primera actitud es la certeza de que Jesús ha Resucitado, está con
el Padre y, por eso, está con nosotros para siempre. Y nadie es más fuerte que
Cristo, porque está con el Padre, y está con nosotros. Por eso nos sentimos
seguros y no tenemos miedo. Este es un efecto esencial de la predicación
cristiana”
Por eso, con esta libertad vivimos con alegría esperando el día a día, con la certeza también de que el mundo futuro
ya ha comenzado, está más cerca la Parusía… Cristo está con nosotros, ésta es
una esperanza cierta para el cristiano, es: Una esperanza que da certeza y
valor para afrontar la vida de hoy, incluso cuando se siente amenazada por una
terrible pandemia, y a pesar de ello puede afrontar el futuro. Sí, sabemos que en ese futuro
encontraremos a Jesús, el Juez Salvador que como nos recordaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra actitud debe ser ante
Cristo de: responsabilidad con respecto al mundo y a los hermanos, con la
certeza también de su gran misericordia. Ambas cosas son importantes. No
vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios solo puede ser
misericordioso. Esto sería un engaño.
En realidad, vivimos con una gran responsabilidad. Tenemos los
talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, para que
se renueve. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que Dios es verdadero
Juez, también estamos seguros de que este Juez es bueno, conocemos su rostro,
el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso
podemos estar seguros de su bondad, y seguir adelante con gran valor”