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miércoles, 13 de noviembre de 2019

LA AUSENCIA DE AMOR POR EL PRÓJIMO PONE EN PELIGRO LA ESTABILIDAD SOCIAL


 
 
 
 
Cuenta el evangelista San Lucas que en cierta ocasión se acercó una mujer pecadora a Jesús, cuando se encontraba como invitado en la casa de un fariseo y, comenzó a bañarle los pies con sus lágrimas,  a enjugarlos con sus cabellos y después a besarlos y a ungirlos con un perfume. Al ver el fariseo la acción de aquella mujer, se escandalizo y le reprochó en su interior al Señor que le hubiera dejado hacer estas cosas. Entonces Jesús tomo la palabra y  contó una parábola para que todos comprendiera mejor lo sucedido y después le dijo (Lc 7, 44-48):

“¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me distes agua para los pies. Ella en cambio me ha bañado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos / No me distes el beso. Pero ella, desde que entré no ha dejado de besar mis pies / No has ungido mi cabeza con aceite. Ella en cambio, ha ungido mis pies con perfume / Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Que ama menos aquel a quien menos se le perdona / En seguida dijo a la mujer: Perdonados te son tus pecados”


El Papa Benedicto XVI nos ha hablado sobre el <amor> y de cómo <el amor se aprende> en su libro del mismo título:
“La persona debe poner en marcha las cualidades depositadas en él y aprender a realizar algo positivo en el mundo. Desde este punto de vista, aprender un trabajo y comprometerse con él no contradice el cometido fundamental del amor, sino que es su concreción.

Yo no cumplo plenamente la misión de amar al prójimo hasta que no  me convierto del todo en el que puedo ser. Dando todo lo que pueda dar.

 
 
Descubriendo en la creación y el tejido de las relaciones humanas posibilidades que nos ayudan a afrontar juntos el futuro, poniendo de manifiesto la fecundidad del mundo y de la vida hasta configurar un jardín donde gozaremos, al mismo tiempo, de libertad y de seguridad…

Esta misión fundamental se desdibuja cuando nuestra formación profesional se dirige únicamente a la adquisición de aptitudes; cuando el dominio del mundo, la capacidad de acumular riquezas y de ejercitar el poder se desligan de la misión interna del amor y de la existencia de cada uno al servicio de todos. Cuando el poder adquiere la supremacía sobre el don del amor. Cuando de ese modo, el autoafirmarse, el cerrarse en sí mismo, el acumular cosas materiales se convierte en el objetivo primordial y la capacidad humana de amar viene asfixiada. La persona se ve dominada entonces por las cosas y ya no sabe valorarlas correctamente…Cuando el poder se independiza y es buscado como la máxima categoría humana, entonces se convierte en esclavitud y se transforma en el polo opuesto del amor”
 
 
 
 
Excelentes reflexiones  del Papa Benedicto XVI validas siempre para  el hombre de ayer y de hoy, en provecho de la estabilidad social en general, y de su propia familia.


La sociedad  podría ser de esta forma un dechado de paz y concordia, en la que todos los hombres vivirían mucho mejor; los enfrentamientos armados entre naciones disminuirían sensiblemente, y los malos tratos entre los distintos miembros de las familias desaparecerían totalmente.
Sin embargo actualmente, ocurre todo lo contrario y se ve claramente que la carencia de <amor al prójimo> es predominante. Sí, esta situación denunciada por el Papa Benedicto XVI, es la que parece regir  en el mundo  y por eso la estabilidad social a nivel político, civil y religioso se encuentra siempre en grave peligro.

En este mismo sentido nos recordaba  el Papa San Juan Pablo II que los cristianos debemos ser <testigos del amor> (Carta Apostólica <Novo Millennio Ineunte>; dada en Roma el 6 de enero de 2001):
 
 
 
 
 
“En esto conocerán todos que sois discípulos míos, decía el Señor (Jn 13, 35). Sí verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, nuestra programación pastoral se inspirará en el <mandamiento nuevo> que Jesús nos dio: <Que como yo os he amado, así os améis también vosotros, los unos a los otros> (Jn 13, 34).


Otro aspecto importante en que será necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como en las Iglesias particulares, es el de la comunión (koinomía), que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia.

La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón eterno del Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (Rm 5, 5), para hacer de todos nosotros <Un corazón y una sola alma>”


 Como sigue diciendo el Papa San Juan Pablo II (Ibid):
“Realizando esta comunión de amor, la Iglesia se manifestaba como <Sacramento>, o sea, <Signo e Instrumento> de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano”

El santo Padre se refiere con estas palabras, a la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium) y más concretamente al Capítulo 1, de ésta, titulado <El misterio de la Iglesia>:
 
 
 
 
“Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este Sacrosanto Sínodo (C.E Vaticano II), reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia.


Y porque la Iglesia de Cristo como Sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los Concilios precedentes.
Las condiciones de nuestra época hacen más urgente este deber de la Iglesia, a saber, el que todos los hombres, que hoy están íntimamente unidos por múltiples vínculos sociales, técnicos y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo”


En este sentido, el Papa San Juan Pablo II se propuso el gran desafío de  <hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión> frente al nuevo milenio que ya estaba  próximo, deseoso de encontrar respuesta adecuadas a las preguntas que los hombres se hacían en aquellos momentos. Pero ¿Cómo llevar a la práctica estos deseos? Se preguntaba el Pontífice 

Una pregunta  difícil de responder y que  el Papa prudentemente abordaba  como se suele decir <allanando el terreno>:

 
 
“Antes de programar iniciativas concretas, hace falta <promover una espiritualidad de la comunión>, proporcionándola como principio educativo en todos los lugares donde se forme el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del Altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades”


Han pasado algunos años, desde que el Papa San Juan Pablo II pronunciara estas clarividentes propuestas y, nos podríamos preguntar ¿se ha hecho algo al respecto? ¿Los hombres han tenido en cuenta las sabias palabras de este Pontífice?...

Aunque no nos atrevemos a responder a estas preguntas, quizás habría que responder con optimismo, que sí,  y eso haremos, porque <la espiritualidad de la comunión> propuesta por el Papa, significa una mirada hacia nuestro interior; más concretamente hacia el <misterio del Dios Trino>, que habita en nosotros, cuya luz debería reconocerse también en el rostro del prójimo...
Recordemos una vez más las palabras del Papa San Juan Pablo II:

 
 
 
 
 
“La <espiritualidad de la comunión> es saber <dar espacio> al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (Ga 6, 2) y rechazando las tentaciones egoístas, la desconfianza y las envidias. No nos hagamos ilusiones: Sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”

 
¿Qué hacer? Nos preguntamos, de nuevo, ante estas sentidas palabras del Papa… ¿Cómo salir del impasse en que se encuentra la humanidad? ...

El Papa tenía algunas ideas al respecto (Ibid): “El nuevo siglo debe comprometerse más que nunca a valorar y desarrollar aquellos ámbitos e instrumentos que, según las grandes directrices del Concilio Vaticano II, sirven para asegurar y garantizar la comunión…
Se tratan de realidades que tienen su fundamento y consistencia en el designio de Cristo sobre su Iglesia, pero que precisamente por eso necesitan de una continua verificación que asegure su auténtica inspiración evangélica.


Por otra parte, como nos han recordado los Padres de la Iglesia, todos los hombres estamos implicados en la ardua tarea de la evangelización. Las comunidades necesitan vivir en paz y, la única forma de conseguir este gran beneficio es cuidando el corazón de las mismas, esto es, cuidando la familia, espejo donde se debe mirar la sociedad:



“Hay que saber decir el propio <sí> a la voluntad que Dios ha inscrito en nuestra misma naturaleza. No vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo el mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas. Por eso es esencial que cada uno se esfuerce en vivir con una actitud responsable ante Dios, reconociendo en Él la fuente de la propia existencia y de la de los demás… Sin este fundamento trascendente, la sociedad es sólo una agrupación de ciudadanos, y no una comunidad de hermanos y hermanas, llamados a formar una gran familia” (Papa San Juan Pablo II; Ibid)