Entre las muchas oraciones
existentes que los cristianos utilizamos para dirigirnos a la Virgen María, el
<Santo Rosario>, también denominado <Breviario del Evangelio y de la
vida cristiana>, ocupa sin duda un lugar especial en el corazón de los
creyentes.
Esta hermosa plegaria ha sido
descrita y recomendada por los Pontífices y Padres de la Iglesia católica desde
sus remotos comienzos, y posteriormente, cuando fue difundida por Santo Domingo
de Guzmán por encargo expreso de la Santísima Virgen.
Este santo varón había nacido en
el año 1170, en la villa de Caleruega; fue educado por su tío, el arcipreste de
Gumiel de Izan. A su debido tiempo fue enviado a la Universidad de Palencia,
donde llegó a adquirir grandes conocimientos teológicos. Su vida se caracterizó
por su amor al prójimo, dedicando gran tiempo de la misma a hacer penitencia.
El Espíritu Santo estaba con él y
por tanto su obra evangelizadora fue extraordinaria. Trasladado a Francia, tuvo
ocasión de predicar a los albigenses del Languedor, que se encontraban por
entonces divididos por una serie de herejías que se conocían bajo los nombres
de enriquianos, petrobusianos, arnolditas, cátaros, pifros, patarines,
posagianos o waldenses. Los razonamientos del santo contra esto herejes eran
tan buenos que no podían contrarrestarle con sus falsos postulados sobre Jesús
y su Mensaje, y los confundía de tal forma que cada vez se les hacía más
insoportable su sapiencia y santidad.
Fundó la Orden de Predicadores, cuyos
hijos llevan el nombre de dominicos en recuerdo suyo. El Papa Honorio III
aprobó en 1216 esta orden, que ha hecho grandes servicios a la Iglesia y le ha
dado siete Papas, y muchos cardenales, patriarcas, obispos, arzobispos, así
como una multitud de Doctores y Santos.
A este santo varón, se le conoce
por el sobrenombre de <taumaturgo>, por el gran número de curaciones
milagrosas que se le adjudican. Poseía además el don de las lenguas y el don de
la profecía y murió en olor de santidad muy joven, a los cincuenta y un años,
en Bolonia (Italia), dejando tras de sí una obra extraordinaria en favor de la
Iglesia de Cristo. Fue canonizado por el Papa Gregorio IX en el año 1234.
Además de todo esto, la leyenda
asegura que la Santísima Virgen fue la que enseñó a Santo Domingo la forma de
rezar el Santo Rosario, a fin de que los creyentes encontraran con ello, un medio de protección y
defensa en su lucha contra los albigenses.
La Virgen bajo la advocación del
Rosario ha protegido a la Iglesia en muchas ocasiones por medio de esta
plegaria y por esto se celebra una fiesta en su honor el 7 de octubre, en
recuerdo de la gran victoria que la armada cristiana bajo el mando de D. Juan
de Austria, consiguió en la famosa batalla de Lepanto, en el año 1571.
Como aseguraba el Papa Pío XI
refiriéndose a esta hermosa oración (Carta Encíclica <Ingravescetibus
malis>, dada en Roma el 29 de septiembre, en la fiesta de la dedicación a san
Miguel Arcángel, en el año 1937, decimosexto de su Pontificado):
“Una innumerable muchedumbre de
hombres santos de toda edad y toda condición, lo han estimado siempre, lo han
rezado con gran devoción, y en todo momento lo han usado como arma poderosísima
para ahuyentar a los demonios, para conservar íntegra la vida, para adquirir
más fácilmente la virtud, en una palabra, para la consecución de la verdadera
paz entre los hombres.
No faltaron hombres insignes por
su doctrina y sabiduría que, aunque intensamente ocupados en el estudio y las
investigaciones científicas, dejaran sin embargo, un día de rezar de rodillas y
fervorosamente, delante der la imagen de la Virgen, esta poderosísima plegaria.
Así también lo tuvieron por deber
suyo los reyes y príncipes, a pesar de estar apremiados, por ocupaciones y
negocios urgentes.
Esta mística corona se la
encuentra y corre no solamente entre las manos de la gente pobre, sino que
también es apreciada por ciudadanos de toda categoría social.
No queremos pasar en silencio que
la misma Virgen Santísima también en nuestro tiempo ha recomendado con
reiteración esta manera de orar, cuando apareció y enseñó con su ejemplo esa
recitación a la inocente niña en la gruta de Lourdes”
Son palabras de un Papa verdaderamente
santo, el cual reunía todos los pecados del mundo contemporáneo en un solo
concepto: <laicismo>, que él consideraba como una enfermedad infecciosa,
sumamente peligrosa, que provocaba grandes daños a la sociedad.
Él aseguraba que el laicismo era el resultado de un largo proceso histórico de secularización que había comenzado negándole a la Iglesia de Cristo una serie de derechos divinos, como era el de evangelizar a las gentes para conducirlos por el camino de la salvación.
Más tarde se siguió atacando a la Iglesia, equiparándola a otras falsas religiones y por último algunos quisieron incluso sustituir el Mensaje de Jesucristo por una mezcolanza de ideas y sentimientos religiosos que condujeron al hombre hacia la idea de que podía prescindir de la existencia de Dios.
Este Papa luchó con todas sus
fuerzas contra las consecuencias de la secularización, mediante una serie
mensajes hablados o escritos, y por supuesto recogiendo con gran visión de
futuro, la costumbre que ya parecía antigua, a mediados del siglo pasado, de
seguir rezando el Santo Rosario, especialmente en familia y, así, en su Carta
Encíclica anteriormente mencionada, también pedía a los creyentes que siguieran
con esta práctica, tan fructífera para el hombre:
“Predíquese y repítanse a los
fieles de toda clase social sus loas y sus ventajas por obra vuestra y por la
de los sacerdotes que os ayudan en la cura de almas.
Los jóvenes obtengan de ella
nuevas energías con que domar los rebeldes estímulos del mal y conservar
intacto y sin mancilla el candor del alma; que en ella encuentren los ancianos
en sus tristezas ansias, reposo, alivio y paz. Para los que se dedican a la
Acción Católica sea acicate que los impulse a una más fervorosa y diferente
obra de apostolado; y a todos los que de alguna forma sufren, particularmente a
los moribundos, dé aliento y aumente la esperanza de la felicidad eterna.
Y los padres y las madres de
familia en particular sean en esto también un dechado por sus hijos,
especialmente cuando, a la caída del día, se recogen después de las labores de
la jornada en el hogar doméstico, recitando, ellos los primeros, arrodillados
ante la imagen de la Virgen del Rosario, fundiendo en uno la voz, la fe y el
sentimiento; costumbre ésta tiernísima y saludable, de la que ciertamente no
pude menos de derivar a la sociedad doméstica serena tranquilidad y abundancia
de dones celestiales”.
Hermosos mandatos y deseos de un
Papa que siempre estuvo muy preocupado por la familia, <célula
primordial> de la sociedad. Ahora, pasado tantos años, a algunos, incluso
católicos, les puede sonar antiguas y hasta aburridas las palabras de este Papa
al que tanto debe la Iglesia de Cristo. Como él, hubo otros antes y ha habido
otros después que también han aconsejado rezar el Santo Rosario sólo o mejor
acompañado por amigos afines y sobre todo por la familia, pues son muchos los
beneficios que esta práctica, aporta a las almas de los hombres.
Uno de los Pontífices que
más han defendido la oración del Santo
Rosario y han aconsejado a su grey, rezarla con frecuencia, ha sido el Papa
León XIII, predecesor en la silla de Pedro, de Pío XI, el cual llevado de la gran admiración que sentía por
esta plegaria, de ella decía:
“Grandemente admirable es esta
corona tejida con la salutación angélica, en la que se intercala la oración
dominical, y se une la obligación de la meditación interior; es una manera
excelente de orar… y utilísima para la consecución de la vida inmortal” (Carta
Encíclica de León XIII <Dioturni Temporis> dada en Roma el 5 de
septiembre del año 1898).
Además de esta Carta Encíclica
sobre la devoción del Santísimo Rosario, este Pontífice escribió otras muchas
sobre este tema, tan importante como beneficioso, para alma humana, citaremos
por ejemplo: <Supremi Apostolatus> del 1 de septiembre de 1883; <Solataris
ille spiritus> del 25 de diciembre de 1883; <Octobri mense> del 22 de
septiembre de 1891; <Laetitiae Sanatae> del 8 de septiembre de 1893;
<Lucunda Semper> del 8 de septiembre de 1894; <Auditricem populi>
del 5 de octubre de 1895>; <Fidentem Piumque> del 20 de septiembre de
1896; <Angustissima Virginis> del 2 de septiembre de 1897. Así mismo
escribió una Carta Apostólica sobre el Santo Rosario, el 8 de septiembre de
1901.
El Papa León XIII (Joaquin Pecci)
(1878-1903), había nacido el 2 de marzo de 1810, en el seno de una familia
noble. Desde el principio demostró su inteligencia y grandes dotes morales, por
lo que muy joven fue ordenado sacerdote y la Iglesia se fijó en él,
encomendándole tareas difíciles de resolver. Así, fue delegado pontificio, en
distintos territorios de los Estados Pontificios, realizando su labor con gran
capacidad y prudencia.
En 1846 Vicenzo Gisachino Pecci
fue nombrado arzobispo de Perusa y unos años más tarde, en 1853 se le otorgó la
púrpura cardenalicia.
Durante bastantes años, siendo
Papa Pío IX (1846-1878), realizó su labor de forma tan prestigiosa y fiel que
éste le llamó finalmente a Roma eligiéndole camarlengo en 1877. Un año después,
moría este Pontífice y en un cónclave muy rápido, apenas duró algo más de un
día, fue proclamado su sucesor el nuevo camarlengo del Papa, con el nombre de
León XIII.
La situación mundial era compleja
en aquellos momentos, incluso dentro de la misma curia romana. No hacía tanto,
que el llamado <modernismo> llevaba a gala sus ideas progresistas,
contrarias incluso a la infalibilidad del Papa, aunque aún no se atrevía a
tocar la doctrina de la Iglesia. Por otra parte, el Concilio Vaticano I, tuvo
que ser interrumpido. Se había iniciado entre 1868 y 1870, pero tuvo que
suspenderse a causa de la guerra de Prusia encabezada por Bismarck, que se
había mostrado desde el principio contrario a la Iglesia; más de un millón de
católicos se vieron, por entonces, privados de su liturgia y especialmente de
sus Sacramentos. Además Bismarck expulsó a la mayoría de obispos y cerró
multitud de conventos.
Al mismo tiempo, la II República
francesa se declaró laica y expulsó a jesuitas y benedictinos, de esta forma el
anticlericalismo tomaba unos derroteros
altamente peligrosos para la Iglesia de Cristo.
Se puede decir que el ambiente
social no era propiciatorio a la Iglesia debido a los cambios profundos
experimentados, tanto en el campo de la política, como en el económico e
incluso científico y técnico de finales del siglo XIX.
El cristianismo que durante
siglos había constituido la base de la civilización en el viejo Continente,
estaba siendo barrido por unas doctrinas que parecían que iban a proporcionar
nuevas libertades y riquezas al pueblo, aunque muy pronto se demostró que esto
no sería del todo cierto y que el fantasma de las injusticias y nuevas formas
de esclavitud volvían a hacer acto de presencia.
El nuevo Pontífice, León XIII,
tomó pronto las riendas de la defensa de los trabajadores mediante su Carta
Encíclica <Rerum novarum> (promulgada el 25 de mayo de 1981), que
contiene las bases de lo que debería ser una justa organización de la vida
social, y en particular de la actividad económica de la misma y representa de
forma preclara la doctrina social de la Iglesia.
Aunque ésta es su carta más conocida, se puede asegurar que fue uno
de los Papas, que más Encíclicas escribió y en particular, como hemos comentado
ya, al ser un gran devoto del Santo Rosario, y de su proclamación como medio
infalible para ayudar a las familias, lo puso de manifiesto a través de sus
escritos, además de su predicación oral, en muchísimas ocasiones, a lo largo de
todo su Pontificado y desde el principio del mismo.
Así, ya en el año 1883 escribió su primera Carta Encíclica dedicada a la oración del Santo Rosario en la cual aseguraba que el supremo deber que le había correspondido al aceptar la Silla de Pedro le llevaba a la imperiosa necesidad de velar con todas sus fuerzas por la conservación y la integridad de la Iglesia, especialmente allí donde las calamidades por ella sufrida eran más injustas y destructoras.
Así, ya en el año 1883 escribió su primera Carta Encíclica dedicada a la oración del Santo Rosario en la cual aseguraba que el supremo deber que le había correspondido al aceptar la Silla de Pedro le llevaba a la imperiosa necesidad de velar con todas sus fuerzas por la conservación y la integridad de la Iglesia, especialmente allí donde las calamidades por ella sufrida eran más injustas y destructoras.
En su Carta Encíclica <Supremi
Apostolactus Officio>, refiriéndose a la Virgen María y a la devoción del
Santo Rosario aseguraba que era necesario volver a las antiguas costumbres de
rezar a la Madre de Dios y en particular utilizar para ello la bella plegaria
del Santo Rosario, concretamente se expresaba en los siguientes términos:
“Por esto, aproximándose el
solemne aniversario que recuerda los numerosos y considerables bienes que ha
procurado al pueblo creyente la devoción del Santo Rosario, queremos que en
este año, esta devoción sea objeto de una atención particular en el mundo
católico en honor de la Virgen Soberana, a fin de que por su intersección,
podamos obtener de su Divino Hijo, un feliz consuelo y el fin de nuestros
males…
Este fue siempre el principal y
solemne deseo de los católicos, al refugiarse bajo la protección de María y
acogerse a su bondad maternal en los tiempos difíciles y en las circunstancias
peligrosas. Está probado que la Iglesia
Católica siempre pone, con razón, en la Madre de Dios, toda su confianza y toda
su esperanza.
En efecto, la Virgen exenta del pecado original, elegida para ser la madre
de Dios y así mismo asociada a Él en la obra salvadora del género humano, juega
al lado de su Hijo tal fervor y tal potencia que jamás la naturaleza humana y
la naturaleza angélica, han podido, ni podrán obtener jamás”
Estos son algunos pensamientos y
deseos, del Papa León XIII, expresados
en su primera Encíclica sobre la oración del Santo Rosario y que a lo largo de
su Pontificado repitió en innumerables ocasiones; con razón le apodaron el <Papa del Rosario>.
Por otra parte, todos los Papas
del siglo XX han demostrado su devoción por esta hermosa y saludable plegaria
de la que el Pontífice, anteriormente mencionado, Papa Pío XI, diría (Ibid):
“¿Qué oraciones pueden hallarse
más apropiadas y más santas? Esto se deduce de las mismas flores con que está
formada esta corona…
La primera es la que el mismo
Nuestro Divino Redentor pronunció cuando los discípulos le pidieron
<enséñanos a orar> (Lc 11,1), santísima súplica que así como nos ofrece
el modo de dar gloria a Dios, en cuanto nos es dado, así también considera
todas las necesidades de nuestro cuerpo y de nuestra alma. ¿Cómo puede el Padre
Eterno, convocado con las palabras de su mismo Hijo, no acudir en nuestra
ayuda?
La otra es la salutación
angélica, que se inicia con el elogio del Arcángel Gabriel y de Santa Isabel, y
termina con la piadosísima imploración con que pedimos el auxilio de la
Beatísima Virgen ahora y en la hora de nuestra muerte.
A estas invocaciones hechas de
viva voz se agrupa la contemplación de los sagrados misterios, que ponen ante
nuestros ojos, los gozos, los dolores y los triunfos de Jesucristo, y de su
Madre, con los que recibimos el alivio y
confortación en nuestros dolores, y para que, siguiendo esos santísimos
ejemplos, por grados de virtud más altos, ascendamos a la felicidad de la
patria celestial.
Esta práctica de piedad,
venerables hermanos, difundida admirablemente por Santo Domingo no sin superior
insinuación e inspiración de la Virgen Madre de Dios, es sin duda fácil a
todos...
¡Y cuanto se apartan del camino
de la verdad los que son contrarios a esta devoción, tomándola como una
fastidiosa fórmula repetida con monótona cantinela! y la rechazan, como buena,
para niños y mujeres.
A este propósito es de observar
que tanto la piedad como el amor, aun repitiendo muchas veces las mismas
palabras, no por eso repiten siempre la misma cosa, sino que siempre expresan
algo nuevo, que brota del íntimo sentimiento de caridad.
Además, este modo de orar tiene
el perfume de la sencillez evangélica y requiere la humildad del espíritu, sin
el cual, como enseñaba el Divino Redentor, nos es imposible la adquisición del
Reino celestial: <en verdad os digo que si no os hicierais como niños, no
entrareis en el Reino de los cielos (Mt 18,3)>”
Por su parte el Papa Pablo VI
(1963-1978) se preocupó también por aumentar y mejorar el culto a la Madre de
Dios, en particular se interesó por la práctica del Santo Rosario y así desde
el inicio de su Pontificado, manifestó su deseo de que esta piadosa costumbre
siguiera teniendo una excelente acogida entre los cristianos (Exhortación
Apostólica <Marialis Cultus> del 2 de febrero de 1974):
“Nuestro asiduo interés por el
Rosario nos ha movido a seguir con atención los numerosos congresos dedicados
en estos últimos años a la pastoral del Rosario en el mundo contemporáneo:
congresos promovidos por asociaciones y por hombres que sienten entrañablemente
tal devoción y en los que han tomado parte obispos, presbíteros, religiosos y
seglares de probada experiencia y de acreditado sentido eclesial. Entre ellos
es justo recordar a los hijos de Santo Domingo, por tradición, custodios y
propagadores de tan saludable devoción.
A los trabajos de los congresos
se han unido las investigaciones de los historiadores, llevados a cabo no para
definir con intenciones casi arqueológicas la forma primitiva del Rosario, sino
por captar su intuición originaria, su energía primera, su estructura esencial.
De tales congresos e investigaciones han aparecido más nítidamente las
características primarias del Rosario, sus elementos esenciales y su mutua
relación.
Así, por ejemplo, se ha puesto en
más clara luz la índole evangélica del Rosario, en cuanto saca del evangelio el
anuncio de los misterios y las fórmulas principales se inspira en el evangelio
para sugerir, partiendo del gozoso saludo del Ángel y del religioso
consentimiento de la Virgen, la actitud con que debe recitarlo el fiel; y continua
proponiendo, en la sucesión armoniosa de las Aves Marías, un misterio
fundamental del evangelio – la Encarnación del Verbo – en el momento decisivo
de la Anunciación hecha a María. Oración evangélica, por tanto, como hoy día,
quizá más que en el pasado, gustan definir los pastores y los estudiosos, al
Santo Rosario”
Sin duda, el Santo Rosario se
puede considerar como un <Breviario del Evangelio>, tal como se deduce de
los trabajos realizados en los congresos promovidos a este respecto. Pero
además es un exponente claro de la vida cristiana, de la buena vida cristiana…
Por eso nos entristece pensar que
en este siglo XXI, el Santo Rosario, pueda perder interés entre los católicos,
en favor de otras prácticas marianas menos <monótonas> como algunos la califican,
y más cortas, como otros desearían… En una época en que la vida transcurre de
forma tan rápida y alocada, no es de extrañar estos pensamientos en algunos
jóvenes y otros no tan jóvenes, que no tienen en cuenta, que esta plegaria ha
unido a los distintos miembros de la familia durante siglos, y ello, ha ayudado
enormemente a una mejor convivencia entre estos.
El Papa San Juan Pablo II, como
es natural, también era muy devoto del Santo Rosario y en muchísimas ocasiones
hablaba a su grey sobre los beneficios numerosísimos de esta hermosa plegaria.
El Papa resaltaba en esta oración, especialmente, su carácter eminentemente cristológico y mariano, que nos lleva a contemplar y profundizar el misterio de la historia de la salvación, en el que la Virgen María está íntimamente unida a su Hijo Jesús.
Él decía también que <al rezar al Santo Rosario, penetramos en los misterios de la vida de Jesús que son, a la vez, los misterios de su Madre (Audiencia General del 28 de octubre de 1981)
Con todo, este Santo Pontífice
nos recordaba, así mismo, a todos los creyentes, que <el Rosario es, al
mismo tiempo, que una oración sencilla, teológicamente rica en contenidos salvíficos que se han cumplido en
Cristo>
Recordaremos finalmente que este
Papa nos pidió con todo su corazón a los creyentes que no abandonáramos el rezo
del Santo Rosario y lo hacía con estas sencillas palabras:
“Continuad amando al Santo
Rosario y difundid su práctica en todos los ambientes en que os encontréis. Es
una oración que os forma en la escuela del evangelio vivido; educa vuestra alma
a la piedad; os hace perseverantes en el bien; os prepara para la vida y, sobre
todo, os hace queridos a María Santísima que os custodiará y os defenderá de
las insidias del mal” (Audiencia a
Grupos de Peregrinos, el 3 de marzo de 1984)