Una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la
soledad, casi siempre consecuencia del individualismo; así lo expresaba el Papa
Benedicto XVI en su Carta Encíclica <Caritas in Veritate>, dada en Roma,
en la festividad de San Pedro y San Pablo del año 2009:
“Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales,
nacen del aislamiento, del no ser amado o de la dificultad de amar. Con
frecuencia, son provocadas por el rechazo del amor a Dios, por una tragedia
original de cerrazón del hombre en sí mismo, pensando ser autosuficiente, o
bien un mero hecho insignificante y pasajero, o quizás un <extranjero> en
un universo que se ha formado por casualidad…”
El maligno y sus acólitos, los enemigos mortales del hombre desde
siempre, también en este siglo de prominentes avances tecnológicos, se apoyan
en este absurdo postulado, para minar el espíritu de lucha y resistencia a la
soberbia, ese pecado que Satanás insertó en el alma de nuestros primeros padres…
Los grandes investigadores sobre este tema, a lo largo de los siglos,
salvo raras excepciones, llegan siempre a la misma conclusión: <el Universo
no se ha originado casualmente>
Sí, existe un Creador de ese Universo en el que el hombre ocupa un
lugar pequeño, pero no por ello poco importante para Él. Este Dios Creador, sí,
se ocupa de sus criaturas, se preocupa del hombre, también de aquellos que le
rechazan, de aquellos inmersos en la soledad del individualismo.
Más que nunca la humanidad debe luchar contra el individualismo, contra
la <soledad> porque como muy bien razonaba el Papa Benedicto XVI (Ibid): “El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se
reconozcan como parte de una sola
familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no
viven simplemente uno junto al otro…
Es preciso un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo
que implica ser una familia, la interacción entre los pueblos del planeta nos
urge a dar ese impulso para que la integración
se desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez de la marginación”
Este razonamiento del Papa Benedicto XVI, a principio del presente
siglo, ya ha sido llevado con éxito por algunos pueblos, especialmente por
aquellos pertenecientes al mal llamado <tercer mundo>.
Más concretamente
recordamos aquellos casos extraordinarios de solidaridad ocurridos en el continente
africano. Así por ejemplo en el año 2013, dos años después de que Sudán del sur
se independizara, se produjo un enfrentamiento armado como consecuencia de las
rivalidades existentes entre sus líderes y tras un acuerdo establecido sobre
bases muy débiles, en el año 2016 volvieron las hostilidades, y como
consecuencia de las mismas se produjeron verdaderos estragos en todo el país.
Muchas personas que sobrevivieron a estos lamentables hechos huyeron
despavoridas para refugiarse en el país vecino, Uganda, que se comprometió
desde el principio a procurar la integración de estos expatriados en sus
sociedades, y parece que al día de hoy lo está consiguiendo con éxito, gracias
sobre todo a la propia solidaridad surgida en el seno de este pueblo desplazado
de su país por razones tan terribles e insolidarias.
Sí, como aseguraba el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“La criatura humana, en cuanto a su naturaleza espiritual, se realiza
en las relaciones interpersonales. Cuando las vive de manera auténtica, tanto
más madura también en la propia identidad personal.
El hombre se valoriza, no aislándose, sino poniéndose en relación con
los otros y con Dios.
Por tanto, la importancia de dichas relaciones es fundamental.
Esto vale también para los pueblos. Consiguientemente, resulta muy útil
para su desarrollo, una visión metafísica de la relación entre las personas.
A este respecto, la razón encuentra inspiración y orientación
en la revelación , según la cual la comunidad de los hombres no absorbe
en sí a la persona anulando su autonomía, como ocurre en las diversas formas de
totalitarismos, sino que la valoriza más aún, porque la relación entre personas
y comunidad es la de un todo hacia otro todo.
De la misma manera que la comunidad familiar no anula en su seno a las
personas que la componen, y la Iglesia misma valora plenamente la <criatura
nueva> (Gc. 6, 15; 2 Co 5, 17), que por el sacramento del bautismo se
inserta en el Cuerpo vivo, así también la unidad de la familia humana no anula
de por sí a las personas, los pueblos o las culturas, sino que los hace más
transparentes los unos con los otros, más unidos en su legitima diversidad”
Gran ejemplo nos dieron en este sentido los primeros cristianos, tal
como ha que quedado reflejado en el libro de <Los Hechos de los
Apóstoles> del evangelista San Lucas (Lc 2, 42-47):
“Perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la
comunión, en la fracción del pan y en las oraciones / El temor sobrecogía a
todos, y por medio de los apóstoles se realizaban muchos prodigios y señales /
Todos los creyentes estaban unidos y tenían todas las cosas en común / Vendían
las posesiones y los bienes y los repartían entre todos, según las necesidades
de cada uno / Todos los días acudían al Templo con un mismo espíritu, partían
el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón /
alabando a Dios y gozando del favor todo el pueblo. Todos los días el Señor
incorporaba a los que habían de salvarse”
Ante este comportamiento de los miembros de la primitiva Iglesia de
Cristo hay que manifestar: ¡Que grandes son las obras del Señor! El Papa Benedicto
XVI nos lo hacía ver también, en su Audiencia General de 8 de junio de 2005,
meditando el contenido del Salmo 110 del Antiguo Testamento. En efecto, como él
nos recordaba:
“Este Salmo encierra el himno de alabanza y de acción de gracias por
los numerosos beneficios que definen a Dios en sus atributos y en su obra
salvadora: habla de
<misericordia>, <clemencia>, <justicia>,
<fuerza>, <verdad>, <rectitud>, <fidelidad>, <alianza>, <obras>, <maravillas>,
incluso de <alimento> que Él da y, al final, de su <Nombre>
glorioso, es decir de su persona”
Sí, el Salmo 111 (110) recrea al Hijo de Dios, se cumple en nuestro
Señor Jesucristo, en cuanto que Él es el Sacerdote eterno según el orden de
Melquisedec. Porque su <esplendor y majestad son su obra y su justicia,
permanece para siempre>.
“Ha hecho maravillas dignas de recordar/ El Señor es clemente y compasivo/ Da alimento a quienes le temen, recuerda siempre su alianza/ Manifestó a su pueblo la fuerza de su obrar/ al darle la heredad de las naciones/ Las obras de sus manos son verdad y justicia/ Dignos de confianza, todos sus mandatos/ promulgados para siempre, se han de cumplir con fidelidad y rectitud/ Envió la redención a su pueblo; ordenó para siempre su alianza. Su nombre es santo y temible/ Principio de sabiduría es el temor del Señor”
Es por eso que (Salmo 110, 10-11):
“Sensatos son cuantos lo practican (el temor de Dios) / Su alabanza
permanece para siempre”
Sin duda esta oración contiene una perfecta contemplación del misterio
de Dios y de las maravillas que realiza en la historia del hombre con vistas a
su salvación.
Verdaderamente a la familia humana y por tanto a cada hombre en
particular le convendría recapitular, de vez en cuando, sobre todo esto. Es
cierto, sin embargo, que el tiempo de que se dispone en la actualidad es muy
poco para poner en práctica este deseo; todos estamos llenos de problemas que
nos atañen y muy ocupados y preocupados por llegar a una solución de los
mismos...
Como advertía el Papa Francisco, conseguir más tiempo para la
contemplación del misterio de Dios, implicaría resolver una ecuación que ni
siquiera los grandes matemáticos serían capaces de resolver.
Pero estamos en ello, mucho de nosotros, y tenemos que tratar convencer
de esta necesidad perentoria a otros, que no lo están tanto, en estos momentos
cruciales de la historia de la humanidad. Ante esta tesitura surge la pregunta:
¿Cómo volver a la realidad espiritual del hombre?
Los Padre de la Iglesia siempre nos han dicho que esto solo se puede
conseguir a través de la oración: La oración restituye el tiempo de Dios, los hombres salen así de las
obsesiones que le invaden cada día y les vuelven al camino del Salvador.
La solución esta pues en la revelación cristiana sobre la unidad del
género humano. Aunque también otras culturas y otras religiones enseñan la
fraternidad, en definitiva la paz, no obstante no asumen plenamente el principio del amor entre
los hermanos del mundo, y de esta forma el desarrollo queda frenado, sin
posibilidad de avanzar.
Como denunciaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“El mundo de hoy está siendo atravesado por algunas culturas de
trasfondo religioso, que no llevan al hombre a la comunión, sino que lo aíslan
en la búsqueda del bienestar individual, limitándose a gratificar las
expectativas psicológicas.
También una cierta proliferación de itinerarios de pequeños grupos
religiosos, e incluso de personas individuales, así como el sincretismo
religioso, pueden ser factores de dispersión y de falta de compromiso.
Un posible efecto negativo del proceso de globalización es la tendencia
a favorecer dicho sincretismo, alimentando formas de religión que alejan a las personas unas de otras, en
vez de hacer que se encuentren, y las apartan de la realidad.
Al mismo tiempo persisten, a veces, parcelas culturales y religiosas
que encasillan a la sociedad en castas sociales estáticas, en creencias
marginales que no respetan la dignidad de las personas, en actitudes de
sumisión a fuerzas ocultas.
En esos contextos, el amor y la verdad encuentran dificultad para
afianzarse, perjudicando el auténtico desarrollo”
Sin duda el Papa Benedicto XVI tenía mucha razón al expresar estas
ideas en su Carta Encíclica; existen muchas dificultades a la hora de evitar
actitudes de sumisión ante las fuerzas del mal, siempre encubiertas por una
pátina del bien. Y es que las creencias en subterfugios mágicos están a la
orden del día, están de moda…
Por el contrario se tiende a olvidar el profundo y amplio bagaje
místico de los hombres y de las mujeres que siguieron el camino de la santidad,
como por ejemplo santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz.
“En todas las culturas se dan singulares y múltiples convergencias
éticas, expresiones de una misma naturaleza humana, querida por el Creador, y
que la sabiduría ética de la humanidad llama <ley natural>.
Dicha ley moral universal es el fundamento sólido de todo dialogo
cultural, religioso y político ayudando al pluralismo multiforme de las
diversas culturas a que no se alejen de la búsqueda común de la verdad, del
bien y de Dios”
En efecto, la búsqueda común de la verdad y del bien, siempre nos debe
llevar al dialogo con Dios y en este dialogo con Dios no hay espacio para el
individualismo, tal como nos ha recordado recientemente nuestro Papa Francisco
(Audiencia General del 13 de febrero de 2019):
“En la oración cristiana, nadie pide pan para sí mismo: dame el pan de cada día, no,
<danos>, lo suplica para todos, para todos los pobres del mundo. No hay
que olvidarlo, falta la palabra <yo>. Se reza con el tú y con el
nosotros. Es una buena enseñanza de Jesús…
¿Por qué? Porque no hay espacio para el individualismo en el dialogo
con Dios. No hay ostentación de los problemas personales como si fuéramos los
únicos del mundo que sufrieran.
No hay oración elevada a Dios que no sea la oración de una comunidad de
hermanos y hermanas, el nosotros: estamos en comunidad, somos hermanos y
hermanas, somos un pueblo que reza, <nosotros>…
Un cristiano lleva a la oración todas las dificultades de las personas
que están a su lado: cuando cae la noche, le cuenta a Dios los dolores con que
se ha cruzado ese día; pone ante Él tantos rostros, amigos e incluso hostiles;
no los aleja como distracciones peligrosas…
Cristo no pasó inmune al lado de las miserias del mundo: cada vez que
percibía una soledad, un dolor del cuerpo o del espíritu, sentía una fuerte
compasión…
Este <sentir compasión>…es uno de los verbos clave del Evangelio:
es lo que empuja al buen samaritano a acercarse al hombre herido al borde del
camino, a diferencia de otros que tienen el corazón duro”
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