Cuenta el evangelista San Lucas que en cierta ocasión se acercó una
mujer pecadora a Jesús, cuando se encontraba como invitado en la casa de un
fariseo y, comenzó a bañarle los pies con sus lágrimas, a enjugarlos con sus cabellos y después a
besarlos y a ungirlos con un perfume. Al ver el fariseo la acción de aquella mujer,
se escandalizo y le reprochó en su interior al Señor que le hubiera dejado
hacer estas cosas. Entonces Jesús tomo la palabra y contó una
parábola para que todos comprendiera mejor lo sucedido y después le dijo (Lc 7,
44-48):
“¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me distes agua para los pies.
Ella en cambio me ha bañado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con
sus cabellos / No me distes el beso. Pero ella, desde que entré no ha dejado de
besar mis pies / No has ungido mi cabeza con aceite. Ella en cambio, ha ungido
mis pies con perfume / Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados,
porque ha amado mucho. Que ama menos aquel a quien menos se le perdona / En seguida dijo a la mujer: Perdonados te son tus pecados”
El Papa Benedicto XVI nos ha hablado sobre el <amor> y de cómo <el amor se aprende> en su libro del mismo título:
Yo no cumplo plenamente la misión de amar al prójimo hasta que no me convierto del todo en el que puedo ser.
Dando todo lo que pueda dar.
Descubriendo en la creación y el tejido de las relaciones humanas posibilidades
que nos ayudan a afrontar juntos el futuro, poniendo de manifiesto la
fecundidad del mundo y de la vida hasta configurar un jardín donde gozaremos,
al mismo tiempo, de libertad y de seguridad…
Esta misión fundamental se desdibuja cuando nuestra formación
profesional se dirige únicamente a la adquisición de aptitudes; cuando el
dominio del mundo, la capacidad de acumular riquezas y de ejercitar el poder se
desligan de la misión interna del amor y de la existencia de cada uno al
servicio de todos. Cuando el poder adquiere la supremacía sobre el don del
amor. Cuando de ese modo, el autoafirmarse, el cerrarse en sí mismo, el
acumular cosas materiales se convierte en el objetivo primordial y la capacidad
humana de amar viene asfixiada. La persona se ve dominada entonces por las
cosas y ya no sabe valorarlas correctamente…Cuando el poder se independiza y es
buscado como la máxima categoría humana, entonces se convierte en esclavitud y
se transforma en el polo opuesto del amor”
Excelentes reflexiones del Papa Benedicto XVI validas siempre para el hombre de ayer y de hoy, en provecho de la
estabilidad social en general, y de su propia familia.
La sociedad podría ser de esta forma un dechado de paz y concordia, en la que todos los hombres vivirían mucho mejor; los enfrentamientos armados entre naciones disminuirían sensiblemente, y los malos tratos entre los distintos miembros de las familias desaparecerían totalmente.
Sin embargo actualmente, ocurre todo lo contrario y se ve claramente que la carencia de <amor al prójimo> es predominante. Sí, esta situación denunciada por el Papa Benedicto XVI, es la que parece regir en el mundo y por eso la estabilidad social a nivel político, civil y religioso se encuentra siempre en grave peligro.
En este mismo sentido nos recordaba el Papa San Juan Pablo II que los cristianos
debemos ser <testigos del amor> (Carta Apostólica <Novo Millennio
Ineunte>; dada en Roma el 6 de enero de 2001):
“En esto conocerán todos que sois discípulos míos, decía el Señor (Jn
13, 35). Sí verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, nuestra
programación pastoral se inspirará en el <mandamiento nuevo> que Jesús nos
dio: <Que como yo os he amado, así os améis también vosotros, los unos a los
otros> (Jn 13, 34).
Otro aspecto importante en que será necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como en las Iglesias particulares, es el de la comunión (koinomía), que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia.
La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo
del corazón eterno del Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que
Jesús nos da (Rm 5, 5), para hacer de todos nosotros <Un corazón y una sola
alma>”
“La multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba como suyo lo que poseía, sino que compartían todas las cosas / Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús; y en todos ellos había abundancia de gracia / No había entre ellos ningún necesitado, porque los que eran dueños de campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta / y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se repartía a cada uno según sus necesidades”
El santo Padre se refiere con estas palabras, a la Constitución Dogmática sobre la Iglesia
(Lumen Gentium) y más concretamente al Capítulo 1, de ésta, titulado <El
misterio de la Iglesia>:
“Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este Sacrosanto Sínodo (C.E
Vaticano II), reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a
todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15) con la
claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia.
Y porque la Iglesia de Cristo como Sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los Concilios precedentes.
Al no ser esto así, desgraciadamente aún existen terribles enfrentamientos bélicos y malas relaciones entre los hombres, tal como los Padres de la Iglesia vienen denunciando desde el principio, siguiendo el cumplimiento del Mensaje de Cristo.
En este sentido, el Papa San Juan Pablo II se propuso el gran desafío
de <hacer de la Iglesia la casa y la
escuela de la comunión> frente al nuevo milenio que ya estaba próximo,
deseoso de encontrar respuesta adecuadas a las preguntas que los hombres se
hacían en aquellos momentos. Pero ¿Cómo llevar a la práctica
estos deseos? Se preguntaba el Pontífice
Una pregunta difícil de responder y que el Papa prudentemente
abordaba como se suele decir
<allanando el terreno>:
“Antes de programar iniciativas concretas, hace falta <promover una
espiritualidad de la comunión>, proporcionándola como principio educativo en
todos los lugares donde se forme el hombre y el cristiano, donde se educan los
ministros del Altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde
se construyen las familias y las comunidades”
Han pasado algunos años, desde que el Papa San Juan Pablo II pronunciara estas clarividentes propuestas y, nos podríamos preguntar ¿se ha hecho algo al respecto? ¿Los hombres han tenido en cuenta las sabias palabras de este Pontífice?...
Aunque no nos atrevemos a responder a estas preguntas, quizás habría que
responder con optimismo, que sí, y eso
haremos, porque <la espiritualidad de la comunión> propuesta por el Papa,
significa una mirada hacia nuestro interior; más concretamente hacia el
<misterio del Dios Trino>, que habita en nosotros, cuya luz debería
reconocerse también en el rostro del prójimo...
Recordemos una vez más las palabras del Papa San Juan Pablo II:
“La <espiritualidad de la comunión> es saber <dar espacio>
al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (Ga 6, 2) y rechazando
las tentaciones egoístas, la desconfianza y las envidias. No nos hagamos ilusiones: Sin este camino espiritual, de poco servirían
los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma,
máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”
El Papa tenía algunas ideas al respecto (Ibid): “El nuevo siglo debe comprometerse más que nunca a valorar y desarrollar aquellos ámbitos e instrumentos que, según las grandes directrices del Concilio Vaticano II, sirven para asegurar y garantizar la comunión…
Por otra parte, como nos han recordado los Padres de la Iglesia, todos los hombres estamos implicados en la ardua tarea de la evangelización. Las comunidades necesitan vivir en paz y, la única forma de conseguir este gran beneficio es cuidando el corazón de las mismas, esto es, cuidando la familia, espejo donde se debe mirar la sociedad:
“Hay que saber decir el propio <sí> a la voluntad que Dios ha inscrito en nuestra misma naturaleza. No vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo el mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas. Por eso es esencial que cada uno se esfuerce en vivir con una actitud responsable ante Dios, reconociendo en Él la fuente de la propia existencia y de la de los demás… Sin este fundamento trascendente, la sociedad es sólo una agrupación de ciudadanos, y no una comunidad de hermanos y hermanas, llamados a formar una gran familia”
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