Como en cierta ocasión aseguraba
el Papa San Juan Pablo II, refiriéndose a la labor evangelizadora de la Iglesia
católica: “La Iglesia evangeliza, la
Iglesia anuncia a Cristo, que es camino, verdad y vida; Cristo, único mediador
entre Dios y los hombres. Y a pesar de las debilidades humanas, la Iglesia es
incansable en este anuncio. La gran oleada misionera, la que
tuvo lugar en siglos pasados, se dirigió hacia todos los continentes y, en
particular, hacia el continente africano. Hoy en este continente tenemos mucha
tarea que hacer con la Iglesia indígena ya formada…África se convierte en un
continente de vocaciones misioneras. Y las vocaciones, gracias a Dios, no faltan.
Todo lo que disminuyen en Europa, otro tanto aumentan allí, en África…
Quizá algún día se revelen verdaderas las palabras del cardenal Hyacinthe Thiandoum (Primer Arzobispo nativo de Dakar; 1921-2004), que planteaba la posibilidad de evangelizar el <Viejo Mundo> con misioneros negros y de color” (Juan Pablo II; <Cruzando el umbral de la esperanza>; Círculo de lectores; por cortesía de Plaza & Janes S.A. 1995)
Recordemos que el cardenal
nombrado por el Papa, Hyacinthe Thiandoum llevó a cabo, una labor evangelizadora
extraordinaria, contribuyendo en todo momento a la expansión de la palabra de
Cristo en el continente africano, y así por ejemplo en 1970 erigió Iglesia
parroquial a la Iglesia conventual de Santo Domingo de Dakar. La Iglesia de
Santo Domingo de Dakar sirvió de cuartel general a la orden de los
Predicadores, durante los primeros años de la presencia de estos en África. Fue
fundada en 1957 y se trata de la primera Iglesia implantada en África
Occidental.
En efecto, el Papa San Juan Pablo
II acogió con alegría y gratitud esta petición, que dio lugar a esta magnífica <Exhortación
Apostólica>, la cual ha servido y aún sirve, como guía y modelo a tener en
cuenta en todo el trabajo misional de la Iglesia.
Sí, aunque ya hacen más de veinte
años de su publicación sigue teniendo vigencia lo expresado allí por este Pontífice santo,
siempre preocupado por lo que él llamaba la <Nueva Evangelización> de
Europa, continente que habiendo sido el primero en convertirse casi en su
totalidad al cristianismo, en los últimos siglos ha sufrido un evidente
retroceso en este sentido.
Refiriéndose concretamente a la
gran urgencia de la evangelización de los pueblos, San Juan Pablo II, advertía
en dicha <Exhortación Apostólica> que (Ibid):
“El Nombre de Jesucristo es el
único por el cual los hombres podemos salvarnos (Hch 4, 12) y ya que en África
existen millones de personas que aún no han sido evangelizadas, la Iglesia se
encuentra ante la urgente tarea de proclamar la Buena Nueva salvadora a todos y
conducir a aquellos que la escuchan al Sacramento del Bautismo y a la vida
cristiana…
La urgencia de esta actividad misionera
brota de la radical novedad de vida traída por Cristo y vivida por sus
discípulos. Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo
acoja y desarrolle, si quiere realizarse
según su vocación integral, en conformidad con Cristo…
Esta nueva vida en la originalidad
radical del Evangelio implica también ruptura con las costumbres y la cultura
de cualquier pueblo de la tierra, porque el Evangelio nunca es un producto
interno de un determinado país, sino que siempre <viene después>, viene
de lo Alto.
Para los bautizados el gran
desafío es siempre la coherencia de una existencia cristiana conforme con los
compromisos bautismales, esto es, muerte al pecado y resurrección cotidiana a
una nueva vida (Rm 6, 4-5)”
El santo Padre recuerda, al final
de estas sentidas palabras, la <Carta a los romanos> de San Pablo, en la
que en un momento dado el apóstol habla
de alcanzar por la muerte la vida (Rm 6, 1-8): “¿Qué diremos, pues?
¿Permanezcamos en el pecado para que la gracia aumente? / ¡Eso no! Los que
morimos al pecado ¿cómo todavía viviremos en él? / ¿O es que ignoráis que
cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuimos bautizados?
/Con sepultados, pues, fuimos con Él por el bautismo en orden a la muerte, para que como fue Resucitado Cristo de entre los muertos, por la gloria del Padre, así también nosotros, en la novedad de vida caminemos / Porque hemos sido hechos una cosa con Él, por lo que es simulacro de su muerte, pero también lo seremos por lo que es simulacro de su resurrección / sabiendo esto, que nuestro hombre viejo fue con Él crucificado, para que sea eliminado el cuerpo del pecado, a fin de que en adelante no seamos ya esclavos del pecado / pues quien murió, absuelto queda del pecado / Y si morimos en Cristo, creemos que también viviremos con Él”
Ciertamente, el Bautismo es
necesario para la salvación de las almas tal como afirmó Cristo y por ello
mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y a bautizar a todas las
naciones; así, tal como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia católica (nº
1257, nº 1258 y nº 1259):
“El Bautismo es necesario para la
salvación de aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la
posibilidad de pedir el sacramento (Mc 16, 16). La Iglesia no conoce otro medio
que el bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso
está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer
<renacer del agua y del espíritu> a todos los que pueden ser bautizados.
Dios ha vinculado la salvación al Sacramento del Bautismo, pero su intervención
salvífica no queda reducida a los sacramentos /
/ Desde siempre, la Iglesia
posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe,
sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por
Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos
del Bautismo sin el Sacramento // a los catecúmenos que mueren antes de
Bautismo, el deseo explicito de recibir el Bautismo, unido al arrepentimiento
de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que no han podido
recibir por el Sacramento”
Como más tarde manifestaría el
Papa san Juan Pablo II (Ibid): “Ha sido el Sínodo de la Resurrección y de la
esperanza, como declararon con alegría y entusiasmo los Padres sinodales, en
las primeras frases de su mensaje dirigido al pueblo de Dios.
Son palabras que gustosamente
hago mías: <Como María Magdalena, la mañana de la Resurrección, y los
discípulos de Emaús, con el corazón ardiente e inteligencia iluminada, la
Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos proclama: ¡Cristo
nuestra esperanza, ha Resucitado! Se ha encontrado con nosotros, ha caminado
con nosotros.
Nos ha explicado las Escrituras y
nos ha dicho: Yo soy, el primero y el
último, el que vive; estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los
siglos y tengo las llaves de la muerte y del infierno> (Ap 1, 17-18)”
De esta posibilidad han dado un
excelente ejemplo los componentes de la Iglesia de Cristo en África,
prestándose siempre con entusiasmo a seguir la línea de actuación que han
marcado dichos Sínodos y por tanto han experimentado la bonanza derivada de
ello.
El Papa San Juan Pablo II, siempre muy motivado por su tarea pastoral en el continente africano, en cierta ocasión decía así (Ibid): “Durante mis visitas a África, me he referido con frecuencia a la Asamblea especial para este continente y a los objetivos principales para los cuales había sido convocada. Cuando participe por primera vez, en suelo africano en una reunión del Consejo del Sínodo, no deje de subrayar mi convicción de que una Asamblea Sinodal no puede reducirse a una consulta sobre cuestiones prácticas. Su verdadera razón de ser está en el hecho de que la Iglesia no puede crecer, si no es fortaleciendo la comunión entre todos sus miembros, comenzando por sus pastores”
Sin duda el Papa san Juan Pablo
II tenía las ideas muy claras con respecto al gran significado de las
<Asambleas Sinodales de los Obispos> y
la gran importancia de las mismas con vistas al tema de la
evangelización de los pueblos. Precisamente en el Catecismo de la Iglesia
Católica escrito en orden a la aplicación del Concilio Vaticano II podemos leer
(nº 77):
“Para que el Evangelio se conservara siempre vivo y
entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos,
<dejándoles su cargo en el magisterio> (Dei Verbum 7). En efecto, la
<predicación apostólica>, expresada de un modo especial en los libros
Sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos” (Dei Verbum 8)
Y continúa diciendo el catecismo
de la Iglesia católica apoyándose en el Documento de la Iglesia <Dei Verbum>
(Concilio Ecuménico Vaticano II), refiriéndose a la transmisión de la
revelación divina continuada en la
sucesión apostólica (nº 78 y nº 79)):
“Esta transmisión viva, llevada a
cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta a la
Sagrada Escritura aunque estrechamente ligada a ella. Po ella, <la Iglesia
con su enseñanza, su vida, su cultura, conserva y transmite a todas las edades
lo que es y lo que cree> (Dei Verbum 8).
<Las palabras de los Santos y
de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas
riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora>
(Dei Verbum 8)”
Así, la comunicación que el Padre
ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa
en la Iglesia: “<Dios, que habló en otros
tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el
Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y
por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y
hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo>” (Dei Verbum 8)
“Y cuando lo hubieron mofado, lo
despojaron de la púrpura y le vistieron sus propios vestidos. Y le sacaron para
crucificarle / Y a uno que por allí pasaba, cierto Simón de Cirene (ciudad
situada en el norte de África), que venía del campo, el padre de Alejandro y de
Rufo, requiérenle para que lleve a cuestas su cruz / Y llevan a Jesús al lugar
del Gólgota, que traducido, es <lugar del cráneo> / Y le daban vino
mirrado; mas Él no lo aceptó / Y le crucifican, y se reparten sus vestiduras,
echando suerte sobre ellas, para decidir qué tocaba a cada cual”
No aceptó beber el anestésico que le ofrecieron, el vino
mirrado; se negó a beberlo y aceptó sufrir la espantosa muerte por crucifixión
sin paliativo alguno, para salvarnos…Por otra parte, fue un gran honor
el recibido por el llamado Simón de Cirene, gracias a una imposición
autoritaria del servicio a la persona de Cristo; sin duda el Señor le premió
por ello, en las personas de sus hijos, Alejandro y Rufo de los que la
Tradición de la Iglesia asegura que fueron seguidores de Cristo.
Concretamente, en la <Carta a los Romanos> de san Pablo, el apóstol del Señor menciona a un tal Rufo, que podría ser uno de los hijos del hombre que ayudó a Jesús cuando iba camino del Gólgota (Rm 16,13).
Sin duda el designio de Dios para
la evangelización previa de África y su futuro papel de ésta en la nueva evangelización del <Viejo
Continente>, ha sido fundamental, tal como se deduce de las palabras del
Papa san Juan Pablo II (Ibid):
“Gracias a la gran epopeya
misionera, de la que el continente africano ha sido escenario sobre todo
durante los últimos siglos, hemos podido encontrarnos en Roma para celebrar esta Asamblea especial
de África.
La semilla esparcida a su tiempo
ha producido frutos abundantes. Mis hermanos en el episcopado, hijos de los
pueblos de África, son un testimonio elocuente de esto. Junto con sus
sacerdotes, llevan ya sobre sus espaldas gran parte del trabajo de la
evangelización. Lo atestiguan también los
numerosos hijos e hijas de África que ingresan en las antiguas congregaciones
misioneras o en los Institutos nacidos en tierra africana, llevando en sus
manos la antorcha de la consagración total al servicio de Dios y el Evangelio”
Finalmente, recordemos que el
Papa San Juan Pablo II oró para la Consagración de la Iglesia de Ghana y de
África entera a la Santísima Virgen un 8 de mayo de 1980 con esta plegaria:
“Acuérdate, o Madre, de todos
aquellos que construyen la Iglesia de África. Asiste a los obispos y a los sacerdotes,
para que sean siempre fieles a la Palabra de Dios. Ayuda y santifica a los
religiosos y seminaristas. Intercede para que el amor de tu Hijo penetre en
todas las familias, para que consuele a todos los que sufren o están enfermos, a
los que están en penuria o necesitados.
Cuida benignamente de los
catequistas y de todos aquellos que llevan a cabo una tarea especial en la
evangelización y la educación católica para gloria de tu Hijo. Acepta esta
nuestra devota consagración y confírmanos en el Evangelio de tu Hijo.
Al expresarte nuestra profunda
gratitud por un siglo de tu cuidado maternal, estamos firmes en la convicción
de que el Espíritu Santo aún te cubre con su sombra, para que cada generación
sigas dando a luz a Cristo en África. A Jesucristo tu Hijo, con el
Padre, en la Verdad del Espíritu Santo, sea la alabanza y la acción de gracias
por los siglos de los siglos. Amén”
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