El mensaje de la esperanza que nos viene de Jesucristo ilumina este horizonte denso de incertidumbre y pesimismo. La esperanza nos sostiene y protege en el buen combate contra la incerteza (Rm 12, 12). Se alimenta de la oración y muy particularmente de aquella que Cristo nos enseñó, el Padrenuestro (Mt 5, 5-9):
"Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en la sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vean las gentes. Os aseguro que ya han recibido su recompensa / Tú, cuando ores, entra en tu habitación , cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te premiará / Y al orar, no os perdáis en palabras como hacen los paganos, creyendo que Dios os lo va a escuchar por hablar mucho / No seáis como ellos, pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis que tenéis antes / Vosotros orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; / venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; / danos hoy el pan que necesitamos; / perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, / no nos dejes caer en la tentación; y líbranos del mal"
Esto es así, porque como decía también el Señor (Mt 5, 14-15): "Si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial / Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestra culpa"
Son las palabras de Jesús de Nazaret, el cual es la esperanza que aguardaba
Israel, es esperanza para todos los
hombres, no solo para los cristianos. En Él se cumplen todas las promesas de
paz, y de felicidad, que Dios ha ido anunciando a lo largo de la historia de la
humanidad. Ciertamente con la llegada del Mesías, del Hijo unigénito de Dios, se alcanza la esperanza de una vida eterna, la
esperanza de una existencia gloriosa y transformadora al lado de nuestro
Creador, al final de los tiempos.
Sin embargo, ante la situación general presente, muchos aún se preguntarán: ¿Una existencia gloriosa, es realmente algo tan plausible? No hace tanto los padres buscaban para sus descendiente la gracia de la fe. Pero en estos tiempos, muy pocas personas se paran a reflexionar sobre ello, incluso muchos hombres pueden llegar a considerar que la fe supone un perjuicio en lugar de un beneficio para sus vidas, despreciando así la existencia de una <vida eterna>.
En este sentido, habría que preguntarse: ¿Cuál es la verdadera
fisonomía de la esperanza cristiana? O mejor aún: ¿Qué podemos esperar, y que
es lo que no podemos esperar? El Papa Benedicto XVI respondió así a estas
preguntas (Carta Encíclica <Spe Salvi): “Podemos esperar la salvación de
nuestras almas, podemos esperar la vida eterna, cerca de nuestro Creador; en
cambio no podemos esperar que estas cosas sean posibles, si nos apartamos de
Dios, si incumplimos, en esta pasajera vida, las leyes que Él inscribió en el
corazón de todo hombre”
“Todos seremos juzgados, cada uno de nosotros será juzgado ¿Pero cómo
será ese día en el que estaré delante de Dios?
Cuando Él me pedirá que le rinda
cuentas de los talentos que me ha dado… ¿Cómo estará nuestro corazón, tras el
contacto con la Palabra del Señor? ¿Cómo he recibido su Palabra? ¿Con el
corazón abierto? “
Son preguntas muy interesantes, que nos incumben a todos los hombres y mujeres de este mundo, porque tarde o temprano, aunque algunos se resistan a creerlo, deberemos llegar a presencia del Señor…No conocemos cuando esto tendrá lugar; nadie sabe cuándo tendrá lugar la Parusía, por eso el Papa Francisco sigue diciendo en su homilía:
“¡No os dejéis engañar! ¿A qué engaño me refiero? Al engaño de la
alineación, del aislamiento: el engaño por el cual <yo estoy distraído, no
pienso y vivo como si nunca tuviera que morir>. Pero cuando venga el Señor,
que vendrá como un rayo ¿Cómo me encontrará? ¿Esperanzado o en medio de tantas
alienaciones de la vida, engañado por las cosas que son superficiales, que no
tienen transcendencia?... Por tanto, estamos frente a una autentica <llamada del Señor para
pensar seriamente en el final: en mi final, el
juicio, en mi juicio>… Hoy nos hará bien pensar en esto: ¿Cómo será
mi final?…Y para ir al encuentro de los que podrían estar asustados o
entristecidos por esta reflexión, un consejo: <Sé fiel hasta la muerte dice
el Señor, y te daré la corona de la vida>. Ésta es nuestra esperanza”
La juventud, es tiempo de
esperanza porque mira hacia el futuro con diversas expectativas. Cuando se es
joven se alimentan ideales, sueños, proyectos; la juventud es tiempo en el que
se maduran opciones decisivas para el resto de la vida. Tal vez por eso es
la etapa de la existencia en la que
afloran con fuerza las preguntas de fondo: ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Qué
sentido tiene vivir? ¿Qué será de mi vida? Y también ¿Cómo alcanzar la
felicidad? ¿Por qué el sufrimiento, la enfermedad y la muerte? ¿Qué hay más
allá de la muerte? “
Por desgracia no siempre las respuestas son fáciles, pero como sigue
diciendo Benedicto XVI: “La experiencia demuestra que las cualidades personales y los bienes
materiales no son suficientes para asegurar esa esperanza que el ánimo humano
busca constantemente…La política, la ciencia, la técnica, la economía o
cualquier otro recurso material por sí solos no son suficientes para ofrecer la
<gran esperanza>, a la que todos aspiramos… Sí, como decía el doctor de la Iglesia san Agustín, todos queremos
<la vida bienaventurada>, queremos ser felices y esta felicidad <sin
igual>, sólo la podremos encontrar al lado del Creador, hacia el cual todo
hombre encamina sus pasos, aunque de hecho no se dé cuenta de ello, es lo que
se ha dado en llamar <esperanza universal>”
Los seres humanos se han sentido atraídos hacia su Creador, desde el
inicio de los tiempos, se trata como han advertido los Pontífices de la
Iglesia, de <Una inmersión en el océano del amor infinito> en el que ya
no existen el tiempo, el antes o el
después; más concretamente, en palabras de Papa Benedicto XVI (Los caminos de
la vida interior. El itinerario espiritual del hombre; Ed. Chronica S.L. 2011): “Una de las consecuencias principales del olvido de Dios es la
desorientación que caracteriza a nuestra sociedad, que se manifiesta en la
soledad y la violencia, en la insatisfacción y en la pérdida de confianza,
llegando incluso a la desesperanza. Fuerte y clara es la llamada que nos llega de la Palabra de Dios: <Maldito
quien confíe en el hombre, y en la carne busque su fuerza, apartando su corazón
del Señor / Será como un cardo, en la
estepa, no verá llegar el bien, pues habita en terrenos resecos del desierto,
en tierra salobre e inhóspita> (Jeremías 17, 5-6)”
Recuerda Benedicto XVI un pensamiento del profeta Jeremías el cual vivió
en una época transcendental para la historia del pueblo de Israel, ya que por
entonces tuvo lugar la caída del imperio asirio, el renacer del babilónico y la
desaparición del reino de Judá, con la deportación a Babilonia de las personas
que tenían más influencia en el país. Jeremías fue testigo presencial de
aquellos acontecimientos y también de los que más tarde vivió la población que
permaneció en Palestina.
Él permaneció fiel a Dios en momentos de profunda crisis religiosa de
su pueblo, exponiendo a través de sus palabras su situación interior, sus
dificultades y en ocasiones su desesperación, pero siempre su amor y fidelidad fueron inquebrantables
hacia el Creador, como demuestran los versículos del Antiguo Testamento, recordados
por el Papa. Es un ejemplo inestimable para los tiempos que corren en los que
la infidelidad y el olvido de Dios están de moda.
También el Papa san Juan Pablo
II, dándose cuenta de la situación tan adversa por la que ya estaba pasando la
sociedad, especialmente en el llamado <viejo continente>, en su Audiencia General del miércoles 11 de noviembre de 1998 nos ponía
sobre aviso con estas palabras: “Hoy no basta despertar la esperanza en la interioridad de la
conciencia; es preciso <Cruzar juntos el Umbral de la Esperanza>"
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