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lunes, 25 de mayo de 2015

DIOS AL FINAL DE LOS TIEMPOS IMPARTIRA JUSTICIA



 
 
 
 
Sucedió que llegado el tiempo de su partida de este mundo, Jesús decidió volver a la ciudad santa (Lc 12,51), y por el camino iba instruyendo a sus discípulos y a todas las gentes que le seguían atraídos por sus milagros. Utilizaba con frecuencia las parábolas cómo técnica de docencia, y  también les exhortaba constantemente a la vigilancia frente al pecado, recordándoles que Dios al final de los tiempos impartiría justicia.


En este contexto histórico, San Lucas incluye una serie de sentencias de Jesús con gran contenido teológico (Lc 12,49-53):
-Fuego vine a echar sobre la tierra, ¡Y cuánto deseo que ya arda!

-Con bautismo tengo que ser bautizado, ¡Y qué angustias las mías hasta que se cumpla!
-¿Pensáis que vine a traer la paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino más bien división.

-Porque a partir de ahora serán cinco en una casa, divididos: tres contra dos y dos contra tres.
-Se dividirán el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra.

 
 
 
Varias interpretaciones se han dado sobre estas sentencias de Jesús, pero la más correcta, según los exégetas, respecto al versículo (12,49) del Evangelio de San Lucas es,  que de forma metafórica el Señor nos habla del Espíritu Santo. Más aún, Jesús parece ya ansioso, deseoso de que este fuego se extienda sobre la tierra, de forma absoluta.


Por otra parte, sabemos que la llegada del Espíritu Santo  se cumplió en Pentecostés sobre los constituyentes de la Iglesia primitiva reunida en el Cenáculo de Jerusalén, porque:
“Jerusalén ha sido elegida por Cristo mismo cómo el lugar del cumplimiento de su misión mesiánica (Lc 9,51; 13,33); lugar de su muerte y resurrección (Jn 2,19), lugar de la redención.
Con la Pascua de Jerusalén, el <tiempo de Cristo> se prolonga en el <tiempo de la Iglesia>:
El momento decisivo será el día de Pentecostés. <Así está escrito, que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día, y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones empezando por Jerusalén> (Lc 24,46-47). Este <comienzo> acontecerá bajo la acción del Espíritu Santo que, en el inicio de la Iglesia, cómo Espíritu Creador, <Veni, Creator, Spiritus>, prolonga la obra llevada a cabo en el momento de la primera creación, cuando el espíritu de Dios < aleteaba por encima de las aguas> (Gn 1,2)” (Audiencia General del 31 de mayo de 1989. Papa San Juan Pablo II).



-Al cumplirse el día de Pentecostés estaban todos juntos en el mismo lugar;

-y se produjo de repente un ruido del cielo, cómo del viento impetuoso que pasa, y llenó toda la casa donde moraban.
-Y se les aparecieron lenguas cómo de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos;

-y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron  a hablar lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse.
-Y en Jerusalén moraban judíos, barones piadosos de toda nación debajo del cielo;

-cuando, pues, se produjo el ruido éste, se reunió la multitud y se quedó estupefacta, porque los oía hablar cada uno en su propia lengua.

 
 
 
Pentecostés era una fiesta del pueblo judío de acción de gracias por la cosecha, que tenía lugar a los cincuenta días de Pascua. En esta fiesta los judíos ofrecían a sus familiares y amigos los primeros panes, además con el paso del tiempo se convirtió en la fiesta de la renovación de la Alianza, pero como recordaba San Juan Pablo II:

“La bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre la primera comunidad de los discípulos de Cristo que en el Cenáculo <perseveraba en oración con un mismo espíritu>, en compañía de María, la Madre de Jesús, hace referencia al significado veterotestamentario de Pentecostés. La fiesta de la siega se convierte así en la <fiesta de la nueva mies>  que es obra del Espíritu Santo: <la mies del espíritu> (Audiencia General del 5 de julio de 1989. Papa San Juan Pablo II)”

Pentecostés  es una manifestación triunfal de Dios (teofanía) que completa aquella otra que se produjo en la antigüedad en el monte Sinaí, cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, huyendo de la esclavitud, que durante años había soportado, en seguimiento de Moisés, el enviado de Dios:
 
 
 
 
“Según las tradiciones rabínicas, la teofanía del Sinaí tuvo lugar cincuenta días después de la Pascua del Éxodo, el día de Pentecostés… Todo el monte de Sinaí humeaba, porque Yahveh había descendido sobre él, en fuego (Ex 19,18). Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia (Ex 19, 18). Esa había sido una manifestación de la majestad de Dios, de la absoluta transcendencia de <Aquel que es> (Ex 3, 14)… (Audiencia General San Juan Pablo II del 12 de julio de 1989)”


Durante la manifestación de Dios en el monte Horeb, Éste se hace presente por medio de fenómenos naturales (Ex 19, 16-19):
-Al tercer día, a eso del amanecer, hubo truenos y relámpagos, una espesa nube sobre la montaña y un sonido muy fuerte de trompeta; todo el pueblo, que estaba en el campamento, temblaba.

-Moisés hizo salir al pueblo del campamento al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie de la montaña.

-Toda la montaña del Sinaí humeaba, porque sobre ella había descendido el Señor en medio de fuego. El humo subía cómo de un horno, y toda la montaña se estremecía fuertemente.

-El sonido de la trompeta se iba haciendo cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y Dios le respondía con el trueno

 
 
 
El fuego está siempre presente en las manifestaciones poderosas de Dios tanto en el Antiguo Testamento, cómo en el Nuevo, y así ocurrió en el caso de la vocación de Moisés (Ex 3, 1-22).  Dios se presenta a él mediante  llama de fuego por medio de una zarza que ardía sin consumirse, y escuchó estas palabras: <No te acerques aquí, quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada> (Ex 3, 5). El fuego parece indicar, por tanto, la presencia de Dios. El Papa San Juan Pablo II decía a este respecto:


“La Sagrada Escritura afirma muchas veces que <nuestro Dios es fuego devorador> (Hb 12,29; Dt 4,24; 9,3). En los ritos de holocausto lo que más importaba no era la destrucción del objeto ofrecido sino más bien el <suave perfume> que simbolizaba el <elevarse> de la ofrenda hacia Dios, mientras <el fuego>, llamado también <ministro de Dios> (Sal 103(104), 4), simbolizaba la purificación del <hombre pecador>, así como la plata es <purificada> y el oro <probado> en el fuego (Za 13,8-9) “. (Audiencia General del 12 de julio de 1989. San Juan Pablo II).

En el Cenáculo, el día de Pentecostés, también está presente el fuego, en forma cómo de lenguas de fuego que se depositan sobre las cabezas de todos los  allí presentes. ¿Qué quiere decir esto? El Papa San Juan Pablo II nos explica que (Ibid):



“Si el fuego simboliza la presencia de Dios, las lenguas de fuego que se dividen sobre las cabezas, parece indicar la <venida> de Dios-Espíritu Santo sobre los presentes, su donarse a cada uno de ellos para su misión”

Y ¿cuál era esta misión? Es una pregunta que  sólo se puede  explicar si tenemos en cuenta los acontecimientos, que tuvieron lugar en el Cenáculo después de la venida del Espíritu Santo. Los allí presentes comenzaron a hablar en distintas lenguas y las gentes de Jerusalén que se habían acercado hasta allí por el estruendo que se había producido, durante el evento extraordinario que había tenido lugar, pudieron comprobar asombrados que todos ellos  escuchaban hablar a los discípulos del Señor en su propio idioma.
Y lo que decían no eran cosas sin importancia, porque Dios al mismo tiempo de darles el don de lenguas les había investido de la gracia de la sabiduría y de todos los dones del Espíritu Santo.

Sin duda, el simbolismo de la <multiplicación de las lenguas> está lleno de significados. Según la Biblia, la diversidad de las lenguas era señal de la multiplicación de los pueblos y de las naciones; más aún, de su dispersión tras la <construcción de la torre de Babel> (Gen 11,1-9):
"Toda la tierra hablaba una misma lengua y usaba las mismas palabras / Los hombres, al emigrar de oriente, encontraron una llanura en el país de Senaar y se establecieron allí / Y se dijeron unos a otros: ¡Ea! hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego. Se sirvieron de los ladrillos en lugar de piedras, y de betún en lugar de argamasa /


Por eso, esta torre se ha llamado  de Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de todos los habitantes de la tierra y estos se dispersaron por ella:

“Los pueblos se dispersan y hablan distintas lenguas. En la perspectiva del relato, éste fenómeno cultural aparece cómo un nuevo intento de la humanidad de construirse un mundo al margen de Dios y, en cierto modo, de superar sus límites y ser cómo Dios. Tal proyecto, grandioso a los ojos de los hombres pero insignificante ante los ojos de Dios, muestra cómo no se puede construir el mundo sin contar con Dios, y menos aún en rebelión con su plan, pues se viene abajo. El afán desmesurado de grandeza y la prepotencia de los imperios lleva a la destrucción de la humanidad y de sus valores. El castigo divino no es eterno, y la división de las lenguas será superada en Pentecostés” (Santa Biblia traducida de los textos originales en equipo, bajo la dirección  del Dr. Evaristo Martín Nieto; Ed. San Pablo 1989).

En efecto, al simbolismo de la torre de Babel sucede el de las lenguas de Pentecostés, que indica lo contrario de aquello, <confusión de lengua>. Se podría decir que muchas de las lenguas incomprensibles han perdido su carácter específico, o por lo menos han dejado de ser símbolo de división, cediendo el lugar a la nueva obra del Espíritu Santo, que mediante los Apóstoles y la Iglesia lleva a la unidad espiritual de los pueblos de orígenes, lenguas y culturas diversas, para la perfección y comunión de Dios anunciada e invocada por Jesús (Jn 17,11. 21-22).
 
 
 
 
Como asegura el Papa Benedicto XVI (<La alegría de la fe>. Ed. San Pablo, 2012): “El hombre tiene necesidad de Dios, o ¿Acaso las cosas van bien sin Él? Cuando en una primera fase de la ausencia de Dios, su luz sigue mandando su reflejo y mantiene unido el orden de la existencia humana, se tiene la impresión de que las cosas funcionan bastante bien incluso sin Dios.


Pero cuanto más se aleja el mundo de Dios, tanto más resulta claro que el hombre, en el hybris límite de transgresión del poder, en el vacío del corazón, y en el ansia de satisfacción y de felicidad, <pierde> cada vez más la vida. La sed de infinito está presente en el hombre de tal manera que no se puede extirpar.
El hombre ha sido creado para relacionarse con Dios y tiene necesidad de Él. En este tiempo, nuestro primer servicio ecuménico debe ser el testimoniar juntos la presencia de Dios vivo y dar así al mundo la respuesta que necesita.
Naturalmente de éste testimonio fundamental de Dios forma parte, y de modo absolutamente central, el dar testimonio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que vivió entre nosotros, padeció y murió por nosotros, y que en su Resurrección ha abierto totalmente la puerta de la muerte”

 
 
 
 
Por otra parte, San Lucas cuenta también  en su evangelio que Jesús pronunció la siguiente sentencia: <Con bautismo tengo que ser bautizado ¡Y qué angustias las mías hasta que se cumpla!>. El Señor habla de su Pasión Muerte y Resurrección por la salvación de los hombres, se siente angustiado porque además de ser el Hijo unigénito de Dios  tiene naturaleza humana; esta angustia está llena del deseo inexorable de alcanzar el Misterio Pascual, de cumplir lo que el Padre le ha encargado, que no es otra cosa que la purificación del mundo y la victoria sobre la muerte y el pecado.

Jesús lo  anunció así en varias ocasiones a sus discípulos, Él tenía que sufrir hasta la muerte en Cruz burlas y castigo, para salvar a los hombres. Como cuenta el evangelista San Marcos con ocasión de la última subida de Jesús a Jerusalén, éste iba enseñando a las gentes que le seguían sobre temas tan importantes como  la atención a los niños, los peligros de la riqueza, el premio a la pobreza evangélica y, llegado a  éste punto,  les anunciaba  así mismo su Pasión  (Mc 10,32-34):

-Subían camino de Jerusalén; Jesús iba delante, y los discípulos le seguían asombrados, y las gentes con miedo. Llevó aparte, de nuevo, a los doce y comenzó a decirles lo que había de sucederle:

-Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los pontífices y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles,

-y se mofarán de él y le escupirán y le azotarán y le darán muerte; pero a los tres días resucitará.

 
 
Sí, delante de los discípulos, Jesús caminó con pasos firmes y ligeros hacia su destino porque cómo ya había dicho con anterioridad: <Con bautismo tengo que ser bautizado y ¡Qué angustias las mías hasta que se cumpla!> (Lc 12,50). No obstante, parece que San Lucas en su evangelio da a entender que los discípulos, nunca llegaron a comprender bien, el por qué de los sufrimientos y de la muerte que  Jesús debía padecer, aunque en el Antiguo Testamento los Profetas lo habían anunciado.

Por esta razón quizás, este evangelista añade un nuevo versículo a los dados por San Marcos (Lc 18,34): <Ellos no entendieron nada de todo esto, pues eran palabras oscuras para ellos y no entendían su significado>.
Por su parte, el apóstol San Juan menciono también en su evangelio el hecho de que durante su último viaje a Jerusalén, Jesús les habló a los apóstoles del Misterio Pascual, así como de la Promesa del Espíritu Santo (Jn 16,1-11):
"Os he dicho estas cosas para que no os deprimáis / Os echarán de las sinagogas; más aún, se acerca la hora en que os quitarán la vida creyendo que con ello dan culto a Dios / Os harán esto porque no conocen ni al Padre ni a mí / Pero yo os lo digo de antemano, para que cuando llegue el momento os acordéis de que ya os lo había anunciado. No os lo dije al principio porque estaba con vosotros / Ahora vuelvo al que me envió y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?"


 
“El Paráclito (el Defensor) tiene como misión entre otras, demostrar que Jesús tenía razón y que el mundo estaba equivocado. Ha cometido pecado al rechazar a Jesús (Éste es el concepto fundamental del pecado en nuestro evangelio); ha cometido una injusticia, juzgando como injusta una causa buena, y la prueba está en el refrendo que ha obtenido de Dios; finalmente se encuentra sometido al juicio de la Cruz, que es el juicio de Dios sobre los jueces que condenaron a Jesús” (Nota a pie de página de la Santa Biblia Ed. San Pablo 1989).


La venida del Espíritu Santo sucede después de la Ascensión de Jesús a los cielos. La Pasión y Muerte redentora de Cristo producen entonces su pleno fruto. Jesucristo, Hijo del hombre, en el culmen de su misión mesiánica, <recibe> del Padre el Espíritu Santo en la plenitud en que éste Espíritu debe ser <dado> a los apóstoles y a la Iglesia, para todos los tiempos. Jesús predijo: <Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí> (Jn 12,32). Es una clara indicación de la universalidad de la Redención, tanto en el sentido extensivo de la salvación obrada para todos los hombres, cuanto en el intensivo de totalidad de los bienes de gracia que se les han ofrecido “

 
 
 
Sí, sus palabras tenían sentido, Jesús ha sido llamado <el príncipe de la paz> y con razón, porque cuando hablaba de la división que Él había traído a la tierra, se estaba refiriendo sencillamente al hecho cierto de que no todos los hombres aceptarían  su Mensaje salvador, ni la verdad absoluta de su divinidad, y además, que tendría la oposición radical del maligno que actuando sobre los seres humanos provocaría en definitiva un enfrentamiento, incluso, entre parientes cercanos. En definitiva, el hombre no siempre permanecería en la verdad mesiánica. Por eso, aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Audiencia General del 17 de mayo de 1989):


“Permanecer en la verdad y obrar en la verdad es problema esencial para los apóstoles  y para los discípulos de Cristo, tanto en los primeros tiempos, cómo de todas las nuevas generaciones de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Desde este punto de vista, el anuncio del espíritu de la verdad tiene una importancia clave. Jesús dice en el Cenáculo: <Mucho cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. > (Jn 16,12). Es verdad que la misión mesiánica de Jesús duró  poco, demasiado poco, para revelar a los discípulos todos los contenidos de su Mensaje. Y no sólo fue breve el tiempo a disposición, sino que también resultaron limitadas la preparación y la capacitación de los oyentes.

Varias veces se dice que los mismos apóstoles <estaban desconcertados en su interior> (Mc 6,52) y <no entienden> (Mc 8,21), o bien entendían erróneamente las palabras y las obras de Cristo (Mt 16,6-11). Así se explica en toda la plenitud de su significado las palabras del Maestro: <cuando venga Él, el espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa> (Jn 16,13)”

 
 
 
En efecto, durante su último viaje a Jerusalén Jesús habló a sus apóstoles de muchas cuestiones importantes, como ya hemos indicado anteriormente, y entre ellas de la promesa del Espíritu Santo, haciéndoles ver que ésta tenía como misión principal demostrar que el Mesías, tenía razón y el mundo estaba equivocado al rechazarle. Y finalmente, les comunicó también, aunque de una forma indefinida, su partida y regreso al Padre  (Jn 16, 12-20):

-Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas.

-Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras.

-Él me honrará a mí, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará.

-Todo lo que el Padre tiene es mío; por eso os he dicho que recibe de lo mío y os lo anunciará.

-Un poco, y ya no me veréis; otro poco, y me veréis

-entonces algunos discípulos se preguntaban: < ¿Qué es lo que dice: Un poco, y no me veréis; y otro poco, y me veréis, y: Me voy al Padre?>

-Decían: < ¿Qué quiere decir ese poco? No lo entendemos>.

-Jesús se dio cuenta de que le querían preguntar algo, y les dijo: <Andáis discutiendo sobre lo que acabo de decir: Un poco y no me veréis; y otro poco y me veréis>.

-Os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, pero el mundo gozará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se cambiará en alegría.

 
 
 
Sabemos igualmente, por el evangelista San Juan, que en un viaje anterior a Jerusalén,  Jesús se enfrentó a los judíos incrédulos y tuvo una fuerte discusión con ellos advirtiéndoles con éstas palabras (Jn 8, 21-26):

-<Yo me voy. Me buscaréis pero moriréis en vuestro pecado, adonde yo voy no podéis ir vosotros>.

-Los judíos decían: < ¿Irá a suicidarse, pues dice: Adonde yo voy, no podéis ir vosotros?>

-Jesús continuó: <Vosotros sois de este mundo. Yo no soy de este mundo.

-Os he dicho que moriréis en vuestro pecado porque sino creyerais que <Yo soy> moriréis en vuestro pecado.

-Y le decían: <Y ¿Tú quién eres?> Jesús les contestó: <Pues lo que os vengo diciendo.

-Tengo muchas cosas que decir y condenar de vosotros; pero el que me envía es veraz, y yo digo al mundo lo que he oído a Él>



En este sentido, asegura el Papa Benedicto XVI en su libro <El elogio de la conciencia> que:
“La verdad que hace libres es un don de Jesucristo. La búsqueda de la verdad es una exigencia de la naturaleza del hombre mientras que la ignorancia lo mantiene en una condición de esclavitud”.


Por su parte, el Papa Francisco comparte este pensamiento, y por eso, consciente del alejamiento de la verdad por parte de muchos hombres en este nuevo siglo, hacia el siguiente razonamiento en su primera Carta Encíclica <Lumen Fidei> (Dada en Roma el 29 de junio de 2013):

“Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aún más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar cómo verdad sólo la verdad tecnológica: Es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir cómo verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos…”
 
 
Verdaderamente da la sensación de que las palabras de Cristo se han cumplido ya, en el más amplio sentido de las mismas (Lc 12,49-53), y cómo sigue diciendo el Papa Francisco en su encíclica (Ibid): “ La verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha ¿No ha sido esa verdad, se pregunta, la que han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia completa del individuo? Así, queda sólo un relativismo en el que la cuestión de la verdad completa, que es en el fondo la cuestión de Dios, ya no interesa. En ésta estaría la raíz del fanatismo, que intenta arroyar a quién no comparte las propias creencias…”


Tenemos que pararnos a reflexionar, no es la verdad absoluta, la verdad de Dios, la que hace obrar, en tantas ocasiones, a sus criaturas en estos momentos dolorosos para la Iglesia de Cristo, es todo lo contrario, porque como advertían el Papa Francisco y  Benedicto XVI, al igual que otros tantos Papas en pasados siglos, la ignorancia lleva a los hombres a una esclavitud que cada vez los envilece en mayor medida, arruinando sus vidas.
 El <camino común> del hombre no debe, no puede ser otro, que el de la <liberación de su alineación al pecado y a la muerte>, lo cual se consigue cuando en el centro de nuestra vida está presente Cristo, que es la verdad con mayúsculas (Jn 14,1-6):

"No se turbe vuestro corazón, creed en Dios Padre, creed también en mí / En la casa de mi Padre hay muchas moradas, si no, os lo hubiera dicho; yo voy para prepararos un lugar / y cuando haya ido y os la haya preparado, volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros / Y vosotros conocéis el camino del lugar, a donde voy / Tomás le dijo: Señor no sabemos a dónde vas ¿Cómo vamos a conocer el camino? / Jesús le contestó: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí / Si me conocéis, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto"

 
 
 
El Papa Benedicto XVI en su libro <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón>. (Ed. Palabra. 2010) nos asegura precisamente que la fe cristiana está íntimamente ligada al conocimiento de la verdad y la existencia: “La verdad ofrecida en la revelación de Dios sobrepasa ciertamente, las capacidades del conocimiento del hombre, pero no se opone a la razón humana. Más bien la penetra, la eleva y reclama la responsabilidad de cada uno, por esta razón, desde el comienzo de la Iglesia, <la norma de la doctrina> ha estado vinculada, con el Sacramento del Bautismo, al ingreso en el misterio de Cristo. El servicio a la doctrina, que implica la búsqueda creyente de la comprensión de la fe, es decir, la teología, constituye por lo tanto, una exigencia a la cual la Iglesia no puede renunciar”


Por otra parte, no olvidemos que  la Iglesia es misionera desde el mismo momento de su concepción en Pentecostés, es una capacidad constitutiva de ella, por la gracia del Espíritu Santo:

“El acontecimiento de ese día fue ciertamente misterioso, pero también muy significativo. En Él podemos descubrir un signo de la universalidad del cristianismo y del carácter misionero de la Iglesia” (Audiencia General. Miércoles 20 de septiembre de 1989. San Juan Pablo II).

Ciertamente cómo podemos leer en el libro de San Lucas, <Los Hechos de los Apóstoles>, desde ese día el círculo de aquellos que se sentían atraídos por el mensaje de Cristo y dispuestos a formar parte de su Iglesia, creció de una forma notoria: <aquel día se les unieron unas tres mil almas> (Hch 2,41), y después fue creciendo el número de seguidores de Jesús, gracias a la evangelización realizada por sus apóstoles y algunos de sus discípulos especialmente dotados de la gracia del Espíritu Santo. Tal fue el caso de San Esteban, el protomártir, el cual dio su sangre antes que nadie por Cristo y su Mensaje (Hch 6,8-15):
 
 


El discurso en el Sanedrín de San Esteban  estaba verdaderamente inspirado por el Espíritu Santo; bajo la apariencia de un recordatorio sumario de los hechos acaecidos en la antigüedad al pueblo de Israel, trató de hacer ver a los allí presentes la actitud que el pueblo judío, desde siempre, mostró contra los enviados de Dios para salvarlos, terminando su alegato con estas preclaras palabras (Hch 7, 51-53):
"¡Hombres de cabeza dura e incircuncisos de corazones y oídos! Vosotros siempre chocáis contra el Espíritu Santo; cómo vuestros padres también vosotros / ¡Qué profeta hubo a quién no persiguiesen vuestros padres! Y mataron a los que de antemano anunciaron el advenimiento del Justo, del cual vosotros ahora os hicisteis traidores y asesinos / vosotros, que recibisteis la Ley cómo ordenanzas de ángeles, y no la guardasteis"

Cuenta San Lucas en su libro que oyendo estas palabras algunos de los allí presentes, se mordían de rabia en sus corazones y rechinaban los dientes contra San Esteban ¿Cómo no iban a matar a un testigo de la verdad cómo aquel? Lo hicieron, lo apedrearon, mientras Él oraba y decía: <Señor Jesús, recibe mí espíritu>; y finalmente cuando ya estaba preso de la muerte gritó: < ¡Señor no les imputes éste pecado!>; al igual que hizo el Mesías.

Éste es el primer ejemplo de martirio y muerte por Jesús y su Mensaje, le siguió la muerte por martirio del apóstol  Santiago el Mayor y el exterminio de  todos los restantes apóstoles; solo San Juan, por la gracia de Dios, se libró de la muerte, aunque también sufrió martirio.
Le siguieron después,  a lo largo de la historia de la Iglesia, hasta nuestros días, el de tantos otros, cuyo único pecado a los ojos de sus asesinos no es otro que el de estar en posesión de verdad proclamada por Jesús. Por eso, en nuestro tiempo, al escrutar los signos de los tiempos tenemos que aceptar con el Papa Benedicto XVI que (Ibid):

 
 
 
“En la nueva evangelización tenemos que hablar en primer lugar de Dios para poder hablar con verdad del hombre…Quizás tengamos que admitir que a veces la Iglesia habla hoy demasiado de sí misma, gira demasiado alrededor de sí misma, de mejorar su estructura. De esa manera, la confesión del Dios vivo, que nos dona la vida y el camino, no resplandece en Ella y por Ella. A este hecho se le puede aplicar lo que el Señor dice del ojo, lámpara del cuerpo, del que depende que todo el cuerpo esté iluminado o en tinieblas (Mt 6, 22-ss)La iglesia está llamada a ser el ojo del cuerpo de la humanidad, por el cual se ve y entra en el mundo de la luz divina. Un ojo que quiere verse a sí mismo es un ojo ciego.La Iglesia no fue creada para sí misma, sino que existe para ser el ojo a través del cual nos llegue la luz de Dios; para ser la lengua que habla de Dios”









 

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