Sucedió que llegado el
tiempo de su partida de este mundo, Jesús decidió volver a la ciudad santa (Lc
12,51), y por el camino iba instruyendo a sus discípulos y a todas las gentes
que le seguían atraídos por sus milagros. Utilizaba con frecuencia las
parábolas cómo técnica de docencia, y también les exhortaba constantemente a la
vigilancia frente al pecado, recordándoles que Dios al final de los tiempos
impartiría justicia.
En este contexto histórico, San Lucas incluye una serie de sentencias de Jesús con gran contenido teológico (Lc 12,49-53):
-Con bautismo tengo que ser
bautizado, ¡Y qué angustias las mías hasta que se cumpla!
-¿Pensáis que vine a traer la paz
a la tierra? No, os lo aseguro, sino más bien división.
-Porque a partir de ahora serán
cinco en una casa, divididos: tres contra dos y dos contra tres.
-Se dividirán el padre contra el
hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la
madre; la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra.
Varias interpretaciones se han
dado sobre estas sentencias de Jesús, pero la más correcta, según los exégetas,
respecto al versículo (12,49) del Evangelio de San Lucas es, que de forma metafórica el Señor nos habla del
Espíritu Santo. Más aún, Jesús parece ya ansioso, deseoso de que este fuego se
extienda sobre la tierra, de forma absoluta.
Por otra parte, sabemos que la llegada del Espíritu Santo se cumplió en Pentecostés sobre los constituyentes de la Iglesia primitiva reunida en el Cenáculo de Jerusalén, porque:
Con la Pascua de Jerusalén, el <tiempo de Cristo> se prolonga en el <tiempo de la Iglesia>:
El momento decisivo será el día de Pentecostés. <Así está escrito, que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día, y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones empezando por Jerusalén> (Lc 24,46-47). Este <comienzo> acontecerá bajo la acción del Espíritu Santo que, en el inicio de la Iglesia, cómo Espíritu Creador, <Veni, Creator, Spiritus>, prolonga la obra llevada a cabo en el momento de la primera creación, cuando el espíritu de Dios < aleteaba por encima de las aguas> (Gn 1,2)” (Audiencia General del 31 de mayo de 1989. Papa San Juan Pablo II).
-Al cumplirse el día de Pentecostés estaban todos juntos en el mismo lugar;
-y se produjo de repente un ruido
del cielo, cómo del viento impetuoso que pasa, y llenó toda la casa donde
moraban.
-Y se les aparecieron lenguas
cómo de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos;
-y todos quedaron llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar
lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse.
-Y en Jerusalén moraban judíos,
barones piadosos de toda nación debajo del cielo;
-cuando, pues, se produjo el
ruido éste, se reunió la multitud y se quedó estupefacta, porque los oía hablar
cada uno en su propia lengua.
Pentecostés era una fiesta del
pueblo judío de acción de gracias por la cosecha, que tenía lugar a los
cincuenta días de Pascua. En esta fiesta los judíos ofrecían a sus familiares y
amigos los primeros panes, además con el paso del tiempo se convirtió en la
fiesta de la renovación de la Alianza, pero como recordaba San Juan Pablo II:
“La bajada del Espíritu Santo
sobre los Apóstoles y sobre la primera comunidad de los discípulos de Cristo
que en el Cenáculo <perseveraba en oración con un mismo espíritu>, en
compañía de María, la Madre de Jesús, hace referencia al significado veterotestamentario
de Pentecostés. La fiesta de la siega se convierte así en la <fiesta de la
nueva mies> que es obra del Espíritu
Santo: <la mies del espíritu> (Audiencia General del 5 de julio de 1989.
Papa San Juan Pablo II)”
Pentecostés es una manifestación triunfal de Dios (teofanía)
que completa aquella otra que se produjo en la antigüedad en el monte Sinaí,
cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, huyendo de la esclavitud, que
durante años había soportado, en seguimiento de Moisés, el enviado de Dios:
“Según las tradiciones rabínicas,
la teofanía del Sinaí tuvo lugar cincuenta días después de la Pascua del Éxodo,
el día de Pentecostés… Todo el monte de Sinaí humeaba, porque Yahveh había
descendido sobre él, en fuego (Ex 19,18). Subía el humo como de un horno, y
todo el monte retemblaba con violencia (Ex 19, 18). Esa había sido una
manifestación de la majestad de Dios, de la absoluta transcendencia de
<Aquel que es> (Ex 3, 14)… (Audiencia General San Juan Pablo II del 12 de
julio de 1989)”
Durante la manifestación de Dios en el monte Horeb, Éste se hace presente por medio de fenómenos naturales (Ex 19, 16-19):
-Moisés hizo salir al pueblo del
campamento al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie de la montaña.
-Toda la montaña del Sinaí
humeaba, porque sobre ella había descendido el Señor en medio de fuego. El humo
subía cómo de un horno, y toda la montaña se estremecía fuertemente.
-El sonido de la trompeta se iba
haciendo cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y Dios le respondía con el trueno
El fuego está siempre presente en
las manifestaciones poderosas de Dios tanto en el Antiguo Testamento, cómo en
el Nuevo, y así ocurrió en el caso de la vocación de Moisés (Ex 3, 1-22). Dios se presenta a él mediante llama de fuego por medio de una zarza que
ardía sin consumirse, y escuchó estas palabras: <No te acerques aquí, quita
las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada>
(Ex 3, 5). El fuego parece indicar, por tanto, la presencia de Dios. El Papa
San Juan Pablo II decía a este respecto:
“La Sagrada Escritura afirma muchas veces que <nuestro Dios es fuego devorador> (Hb 12,29; Dt 4,24; 9,3). En los ritos de holocausto lo que más importaba no era la destrucción del objeto ofrecido sino más bien el <suave perfume> que simbolizaba el <elevarse> de la ofrenda hacia Dios, mientras <el fuego>, llamado también <ministro de Dios> (Sal 103(104), 4), simbolizaba la purificación del <hombre pecador>, así como la plata es <purificada> y el oro <probado> en el fuego (Za 13,8-9) “. (Audiencia General del 12 de julio de 1989. San Juan Pablo II).
En el Cenáculo, el día de Pentecostés,
también está presente el fuego, en forma cómo de lenguas de fuego que se
depositan sobre las cabezas de todos los allí presentes. ¿Qué quiere decir esto? El Papa
San Juan Pablo II nos explica que (Ibid):
“Si el fuego simboliza la presencia de Dios, las lenguas de fuego que se dividen sobre las cabezas, parece indicar la <venida> de Dios-Espíritu Santo sobre los presentes, su donarse a cada uno de ellos para su misión”
Y ¿cuál era esta misión? Es una
pregunta que sólo se puede explicar si tenemos en cuenta los acontecimientos,
que tuvieron lugar en el Cenáculo después de la venida del Espíritu Santo. Los
allí presentes comenzaron a hablar en distintas lenguas y las gentes de
Jerusalén que se habían acercado hasta allí por el estruendo que se había
producido, durante el evento extraordinario que había tenido lugar, pudieron
comprobar asombrados que todos ellos escuchaban hablar a los discípulos del Señor
en su propio idioma.
Y lo que decían no eran cosas sin importancia, porque Dios al mismo tiempo de darles el don de lenguas les había investido de la gracia de la sabiduría y de todos los dones del Espíritu Santo.
Y lo que decían no eran cosas sin importancia, porque Dios al mismo tiempo de darles el don de lenguas les había investido de la gracia de la sabiduría y de todos los dones del Espíritu Santo.
Sin duda, el simbolismo de la
<multiplicación de las lenguas> está lleno de significados. Según la
Biblia, la diversidad de las lenguas era señal de la multiplicación de los
pueblos y de las naciones; más aún, de su dispersión tras la <construcción
de la torre de Babel> (Gen 11,1-9):
"Toda la tierra hablaba una misma
lengua y usaba las mismas palabras / Los hombres, al emigrar de
oriente, encontraron una llanura en el país de Senaar y se establecieron allí / Y se dijeron unos a otros: ¡Ea!
hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego. Se sirvieron de los ladrillos en lugar
de piedras, y de betún en lugar de argamasa /
Por eso, esta torre se ha llamado de Babel,
porque allí confundió el Señor la lengua de todos los habitantes de la tierra y estos se dispersaron por ella:
“Los pueblos se dispersan y hablan distintas lenguas. En la perspectiva del relato, éste fenómeno cultural aparece cómo un nuevo intento de la humanidad de construirse un mundo al margen de Dios y, en cierto modo, de superar sus límites y ser cómo Dios. Tal proyecto, grandioso a los ojos de los hombres pero insignificante ante los ojos de Dios, muestra cómo no se puede construir el mundo sin contar con Dios, y menos aún en rebelión con su plan, pues se viene abajo. El afán desmesurado de grandeza y la prepotencia de los imperios lleva a la destrucción de la humanidad y de sus valores. El castigo divino no es eterno, y la división de las lenguas será superada en Pentecostés” (Santa Biblia traducida de los textos originales en equipo, bajo la dirección del Dr. Evaristo Martín Nieto; Ed. San Pablo 1989).
“Los pueblos se dispersan y hablan distintas lenguas. En la perspectiva del relato, éste fenómeno cultural aparece cómo un nuevo intento de la humanidad de construirse un mundo al margen de Dios y, en cierto modo, de superar sus límites y ser cómo Dios. Tal proyecto, grandioso a los ojos de los hombres pero insignificante ante los ojos de Dios, muestra cómo no se puede construir el mundo sin contar con Dios, y menos aún en rebelión con su plan, pues se viene abajo. El afán desmesurado de grandeza y la prepotencia de los imperios lleva a la destrucción de la humanidad y de sus valores. El castigo divino no es eterno, y la división de las lenguas será superada en Pentecostés” (Santa Biblia traducida de los textos originales en equipo, bajo la dirección del Dr. Evaristo Martín Nieto; Ed. San Pablo 1989).
En efecto, al simbolismo de la
torre de Babel sucede el de las lenguas de Pentecostés, que indica lo contrario
de aquello, <confusión de lengua>. Se podría decir que muchas de las
lenguas incomprensibles han perdido su carácter específico, o por lo menos han
dejado de ser símbolo de división, cediendo el lugar a la nueva obra del Espíritu
Santo, que mediante los Apóstoles y la Iglesia lleva a la unidad espiritual de
los pueblos de orígenes, lenguas y culturas diversas, para la perfección y
comunión de Dios anunciada e invocada por Jesús (Jn 17,11. 21-22).
Como asegura el Papa Benedicto XVI
(<La alegría de la fe>. Ed. San Pablo, 2012): “El hombre tiene necesidad de
Dios, o ¿Acaso las cosas van bien sin Él? Cuando en una primera fase de la
ausencia de Dios, su luz sigue mandando su reflejo y mantiene unido el orden de
la existencia humana, se tiene la impresión de que las cosas funcionan bastante
bien incluso sin Dios.
Pero cuanto más se aleja el mundo de Dios, tanto más resulta claro que el hombre, en el hybris límite de transgresión del poder, en el vacío del corazón, y en el ansia de satisfacción y de felicidad, <pierde> cada vez más la vida. La sed de infinito está presente en el hombre de tal manera que no se puede extirpar.
El hombre ha sido creado para relacionarse con Dios y tiene necesidad de Él. En este tiempo, nuestro primer servicio ecuménico debe ser el testimoniar juntos la presencia de Dios vivo y dar así al mundo la respuesta que necesita.
Naturalmente de éste testimonio fundamental de Dios forma parte, y de modo absolutamente central, el dar testimonio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que vivió entre nosotros, padeció y murió por nosotros, y que en su Resurrección ha abierto totalmente la puerta de la muerte”
Por otra parte, San Lucas cuenta
también en su evangelio que Jesús
pronunció la siguiente sentencia: <Con bautismo tengo que ser bautizado ¡Y
qué angustias las mías hasta que se cumpla!>. El Señor habla de su Pasión
Muerte y Resurrección por la salvación de los hombres, se siente angustiado
porque además de ser el Hijo unigénito de Dios
tiene naturaleza humana; esta angustia está llena del deseo inexorable
de alcanzar el Misterio Pascual, de cumplir lo que el Padre le ha encargado,
que no es otra cosa que la purificación del mundo y la victoria sobre la muerte
y el pecado.
Jesús lo anunció así en varias ocasiones a sus
discípulos, Él tenía que sufrir hasta la muerte en Cruz burlas y castigo, para
salvar a los hombres. Como cuenta el evangelista San Marcos con ocasión de la
última subida de Jesús a Jerusalén, éste iba enseñando a las gentes que le
seguían sobre temas tan importantes como la atención a los niños,
los peligros de la riqueza, el premio a la pobreza evangélica y, llegado a éste punto,
les anunciaba así mismo su Pasión
(Mc 10,32-34):
-Subían camino de Jerusalén;
Jesús iba delante, y los discípulos le seguían asombrados, y las gentes con
miedo. Llevó aparte, de nuevo, a los doce y comenzó a decirles lo que había de
sucederle:
-Mirad que subimos a Jerusalén, y
el Hijo del hombre será entregado a los pontífices y a los escribas, lo
condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles,
-y se mofarán de él y le
escupirán y le azotarán y le darán muerte; pero a los tres días resucitará.
Sí, delante de los discípulos,
Jesús caminó con pasos firmes y ligeros hacia su destino porque cómo ya había
dicho con anterioridad: <Con bautismo tengo que ser bautizado y ¡Qué
angustias las mías hasta que se cumpla!> (Lc 12,50). No obstante, parece que San Lucas
en su evangelio da a entender que los discípulos, nunca llegaron a comprender
bien, el por qué de los sufrimientos y de la muerte que Jesús debía padecer, aunque en
el Antiguo Testamento los Profetas lo habían anunciado.
Por esta razón quizás, este evangelista añade un nuevo versículo a los dados por San Marcos (Lc 18,34): <Ellos no entendieron nada de todo esto, pues eran palabras oscuras para ellos y no entendían su significado>.
"Os he dicho estas cosas para que no os deprimáis / Os echarán de las sinagogas; más aún, se acerca la hora en que os quitarán la vida creyendo que con ello dan culto a Dios / Os harán esto porque no conocen ni al Padre ni a mí / Pero yo os lo digo de antemano, para que cuando llegue el momento os acordéis de que ya os lo había anunciado. No os lo dije al principio porque estaba con vosotros / Ahora vuelvo al que me envió y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?"
“El Paráclito (el Defensor) tiene como misión entre otras, demostrar que Jesús tenía razón y que el mundo estaba equivocado. Ha cometido pecado al rechazar a Jesús (Éste es el concepto fundamental del pecado en nuestro evangelio); ha cometido una injusticia, juzgando como injusta una causa buena, y la prueba está en el refrendo que ha obtenido de Dios; finalmente se encuentra sometido al juicio de la Cruz, que es el juicio de Dios sobre los jueces que condenaron a Jesús” (Nota a pie de página de la Santa Biblia Ed. San Pablo 1989).
La venida del Espíritu Santo
sucede después de la Ascensión de Jesús a los cielos. La Pasión y Muerte
redentora de Cristo producen entonces su pleno fruto. Jesucristo, Hijo del
hombre, en el culmen de su misión mesiánica, <recibe> del Padre el
Espíritu Santo en la plenitud en que éste Espíritu debe ser <dado> a los
apóstoles y a la Iglesia, para todos los tiempos. Jesús predijo: <Yo, cuando
sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí> (Jn 12,32). Es una
clara indicación de la universalidad de la Redención, tanto en el sentido
extensivo de la salvación obrada para todos los hombres, cuanto en el intensivo
de totalidad de los bienes de gracia que se les han ofrecido “
Sí, sus palabras tenían sentido,
Jesús ha sido llamado <el príncipe de la paz> y con razón, porque cuando
hablaba de la división que Él había traído a la tierra, se estaba refiriendo
sencillamente al hecho cierto de que no todos los hombres aceptarían su Mensaje salvador, ni la verdad absoluta de
su divinidad, y además, que tendría la oposición radical del maligno que
actuando sobre los seres humanos provocaría en definitiva un enfrentamiento,
incluso, entre parientes cercanos. En definitiva, el hombre no siempre permanecería
en la verdad mesiánica. Por eso, aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Audiencia
General del 17 de mayo de 1989):
“Permanecer en la verdad y obrar en la verdad es problema esencial para los apóstoles y para los discípulos de Cristo, tanto en los primeros tiempos, cómo de todas las nuevas generaciones de la Iglesia a lo largo de los siglos.
Desde este punto de vista, el
anuncio del espíritu de la verdad tiene una importancia clave. Jesús dice en el
Cenáculo: <Mucho cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis
capacitados para entenderlas. > (Jn 16,12). Es verdad que la misión
mesiánica de Jesús duró poco, demasiado
poco, para revelar a los discípulos todos los contenidos de su Mensaje. Y no
sólo fue breve el tiempo a disposición, sino que también resultaron limitadas
la preparación y la capacitación de los oyentes.
Varias veces se dice que los
mismos apóstoles <estaban desconcertados en su interior> (Mc 6,52) y
<no entienden> (Mc 8,21), o bien entendían erróneamente las palabras y
las obras de Cristo (Mt 16,6-11). Así se explica en toda la plenitud de su
significado las palabras del Maestro: <cuando venga Él, el espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad completa> (Jn 16,13)”
En efecto, durante su último
viaje a Jerusalén Jesús habló a sus apóstoles de muchas cuestiones importantes,
como ya hemos indicado anteriormente, y entre ellas de la promesa del Espíritu
Santo, haciéndoles ver que ésta tenía como misión principal demostrar que el
Mesías, tenía razón y el mundo estaba equivocado al rechazarle. Y finalmente,
les comunicó también, aunque de una forma indefinida, su partida y regreso al
Padre (Jn 16, 12-20):
-Muchas cosas tengo que deciros
todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas.
-Cuando venga Él, el Espíritu de
la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta,
sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras.
-Él me honrará a mí, porque
recibirá de lo mío y os lo anunciará.
-Todo lo que el Padre tiene es mío;
por eso os he dicho que recibe de lo mío y os lo anunciará.
-Un poco, y ya no me veréis; otro
poco, y me veréis
-entonces algunos discípulos se
preguntaban: < ¿Qué es lo que dice: Un poco, y no me veréis; y otro poco, y
me veréis, y: Me voy al Padre?>
-Decían: < ¿Qué quiere decir
ese poco? No lo entendemos>.
-Jesús se dio cuenta de que le
querían preguntar algo, y les dijo: <Andáis discutiendo sobre lo que acabo
de decir: Un poco y no me veréis; y otro poco y me veréis>.
-Os aseguro que vosotros lloraréis
y gemiréis, pero el mundo gozará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra
tristeza se cambiará en alegría.
Sabemos igualmente, por el
evangelista San Juan, que en un viaje anterior a Jerusalén, Jesús se enfrentó a los judíos incrédulos y
tuvo una fuerte discusión con ellos advirtiéndoles con éstas palabras (Jn 8,
21-26):
-<Yo me voy. Me buscaréis pero
moriréis en vuestro pecado, adonde yo voy no podéis ir vosotros>.
-Los judíos decían: < ¿Irá a
suicidarse, pues dice: Adonde yo voy, no podéis ir vosotros?>
-Jesús continuó: <Vosotros
sois de este mundo. Yo no soy de este mundo.
-Os he dicho que moriréis en
vuestro pecado porque sino creyerais que <Yo soy> moriréis en vuestro
pecado.
-Y le decían: <Y ¿Tú quién
eres?> Jesús les contestó: <Pues lo que os vengo diciendo.
-Tengo muchas cosas que decir y
condenar de vosotros; pero el que me envía es veraz, y yo digo al mundo lo que
he oído a Él>
En este sentido, asegura el Papa Benedicto XVI en su libro <El elogio de la conciencia> que:
Por su parte, el Papa Francisco comparte este pensamiento, y por eso, consciente del alejamiento de la verdad por parte de muchos hombres en este nuevo siglo, hacia el siguiente razonamiento en su primera Carta Encíclica <Lumen Fidei> (Dada en Roma el 29 de junio de 2013):
“Recuperar la conexión de la fe
con la verdad es hoy aún más necesario, precisamente por la crisis de verdad en
que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar
cómo verdad sólo la verdad tecnológica: Es verdad aquello que el hombre
consigue construir y medir cómo verdad porque funciona y así hace más cómoda y
fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se
puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y
comprometerse juntos…”
Verdaderamente da la sensación de
que las palabras de Cristo se han cumplido ya, en el más amplio sentido de las
mismas (Lc 12,49-53), y cómo sigue diciendo el Papa Francisco en su encíclica
(Ibid): “ La verdad grande, la verdad que
explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha ¿No ha
sido esa verdad, se pregunta, la que han pretendido los grandes totalitarismos
del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción global para
aplastar la historia completa del individuo? Así, queda sólo un relativismo en
el que la cuestión de la verdad completa, que es en el fondo la cuestión de
Dios, ya no interesa. En ésta estaría la raíz del fanatismo, que intenta
arroyar a quién no comparte las propias creencias…”
Tenemos que pararnos a reflexionar, no es la verdad absoluta, la verdad de Dios, la que hace obrar, en tantas ocasiones, a sus criaturas en estos momentos dolorosos para la Iglesia de Cristo, es todo lo contrario, porque como advertían el Papa Francisco y Benedicto XVI, al igual que otros tantos Papas en pasados siglos, la ignorancia lleva a los hombres a una esclavitud que cada vez los envilece en mayor medida, arruinando sus vidas.
El <camino común> del hombre no debe, no puede ser otro, que el de la <liberación de su alineación al pecado y a la muerte>, lo cual se consigue cuando en el centro de nuestra vida está presente Cristo, que es la verdad con mayúsculas (Jn 14,1-6):
"No se turbe vuestro corazón,
creed en Dios Padre, creed también en mí / En la casa de mi Padre hay
muchas moradas, si no, os lo hubiera dicho; yo voy para prepararos un lugar / y cuando haya ido y os la haya
preparado, volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también
vosotros / Y vosotros conocéis el camino
del lugar, a donde voy / Tomás le dijo: Señor no sabemos a
dónde vas ¿Cómo vamos a conocer el camino? / Jesús le contestó: Yo soy el
camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí / Si me conocéis, conoceréis
también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto"
El Papa Benedicto XVI en su libro
<El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón>. (Ed.
Palabra. 2010) nos asegura precisamente que la fe cristiana está íntimamente
ligada al conocimiento de la verdad y la existencia: “La verdad ofrecida en la
revelación de Dios sobrepasa ciertamente, las capacidades del conocimiento del
hombre, pero no se opone a la razón humana. Más bien la penetra, la eleva y
reclama la responsabilidad de cada uno, por esta razón, desde el comienzo de la
Iglesia, <la norma de la doctrina> ha estado vinculada, con el Sacramento
del Bautismo, al ingreso en el misterio de Cristo. El servicio a la doctrina,
que implica la búsqueda creyente de la comprensión de la fe, es decir, la
teología, constituye por lo tanto, una exigencia a la cual la Iglesia no puede
renunciar”
Por otra parte, no olvidemos que la Iglesia es misionera desde el mismo momento de su concepción en Pentecostés, es una capacidad constitutiva de ella, por la gracia del Espíritu Santo:
“El acontecimiento de ese día fue ciertamente misterioso, pero también muy significativo. En Él podemos descubrir un signo de la universalidad del cristianismo y del carácter misionero de la Iglesia” (Audiencia General. Miércoles 20 de septiembre de 1989. San Juan Pablo II).
Ciertamente cómo podemos leer en
el libro de San Lucas, <Los Hechos de los Apóstoles>, desde ese día el
círculo de aquellos que se sentían atraídos por el mensaje de Cristo y
dispuestos a formar parte de su Iglesia, creció de una forma notoria: <aquel
día se les unieron unas tres mil almas> (Hch 2,41), y después fue creciendo
el número de seguidores de Jesús, gracias a la evangelización realizada por sus
apóstoles y algunos de sus discípulos especialmente dotados de la gracia del
Espíritu Santo. Tal fue el caso de San Esteban, el protomártir, el cual dio su
sangre antes que nadie por Cristo y su Mensaje (Hch 6,8-15):
El discurso en el Sanedrín de San Esteban estaba verdaderamente inspirado por el Espíritu Santo; bajo la apariencia de un recordatorio sumario de los hechos acaecidos
en la antigüedad al pueblo de Israel, trató de hacer ver a los allí presentes la actitud que el pueblo judío, desde siempre, mostró contra los enviados
de Dios para salvarlos, terminando su alegato con estas preclaras palabras
(Hch 7, 51-53):
"¡Hombres de cabeza dura e
incircuncisos de corazones y oídos! Vosotros siempre chocáis contra el Espíritu
Santo; cómo vuestros padres también vosotros / ¡Qué profeta hubo a quién no
persiguiesen vuestros padres! Y mataron a los que de antemano anunciaron el
advenimiento del Justo, del cual vosotros ahora os hicisteis traidores y
asesinos / vosotros, que recibisteis la Ley
cómo ordenanzas de ángeles, y no la guardasteis"
Cuenta San Lucas en su libro que
oyendo estas palabras algunos de los allí presentes, se mordían de rabia en sus
corazones y rechinaban los dientes contra San Esteban ¿Cómo no iban a matar a
un testigo de la verdad cómo aquel? Lo hicieron, lo apedrearon, mientras Él
oraba y decía: <Señor Jesús, recibe mí espíritu>; y finalmente cuando ya
estaba preso de la muerte gritó: < ¡Señor no les imputes éste pecado!>;
al igual que hizo el Mesías.
Éste es el primer ejemplo de
martirio y muerte por Jesús y su Mensaje, le siguió la muerte por martirio del apóstol Santiago el Mayor y el exterminio de todos los restantes apóstoles; solo San
Juan, por la gracia de Dios, se libró de la muerte, aunque también sufrió martirio.
Le siguieron después, a lo largo de la historia de la Iglesia, hasta nuestros días, el de tantos otros, cuyo único pecado a los ojos de sus asesinos no es otro que el de estar en posesión de verdad proclamada por Jesús. Por eso, en nuestro tiempo, al escrutar los signos de los tiempos tenemos que aceptar con el Papa Benedicto XVI que (Ibid):
Le siguieron después, a lo largo de la historia de la Iglesia, hasta nuestros días, el de tantos otros, cuyo único pecado a los ojos de sus asesinos no es otro que el de estar en posesión de verdad proclamada por Jesús. Por eso, en nuestro tiempo, al escrutar los signos de los tiempos tenemos que aceptar con el Papa Benedicto XVI que (Ibid):
“En la nueva evangelización tenemos que hablar
en primer lugar de Dios para poder hablar con verdad del hombre…Quizás tengamos
que admitir que a veces la Iglesia habla hoy demasiado de sí misma, gira
demasiado alrededor de sí misma, de mejorar su estructura. De esa manera, la
confesión del Dios vivo, que nos dona la vida y el camino, no resplandece en
Ella y por Ella. A este hecho se le puede aplicar lo que el Señor dice del ojo,
lámpara del cuerpo, del que depende que todo el cuerpo esté iluminado o en tinieblas
(Mt 6, 22-ss)La iglesia está llamada a ser el
ojo del cuerpo de la humanidad, por el cual se ve y entra en el mundo de la luz
divina. Un ojo que quiere verse a sí mismo es un ojo ciego.La Iglesia no fue creada para sí
misma, sino que existe para ser el ojo a través del cual nos llegue la luz de
Dios; para ser la lengua que habla de Dios”
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