Translate

Translate

domingo, 3 de mayo de 2015

JESÚS Y SUS SIGNOS (III)



 
 



Como en su día diría el Papa Benedicto XVI:

“Al escrutar los signos de los tiempos, vemos que nuestro primer deber en este momento histórico es anunciar el Evangelio de Cristo, ya que el Evangelio es fuente auténtica de libertad y humanidad. El Señor mismo indica el núcleo de este anuncio con palabras brevísimas, que deben ser el corazón de toda evangelización.
Al principio de su vida pública, Cristo resume así la esencia de su Evangelio: <El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio> (Mc 1,15)”. (Papa Benedicto XVI. <El elogio de la conciencia. La verdad interroga el corazón>. Ed. Palabra S.A. 2010).

Tal como narra San Mateo en su Evangelio, Jesús envió a sus discípulos a predicar el Evangelio a todo el género humano, bautizándoles en nombre del Dios Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y enseñándoles todo lo que Él les había expuesto, durante el tiempo de su estancia junto a ellos.

Con esta intención, San Juan Evangelista nos narra los siete milagros-Signos realizados por Jesús, siendo el séptimo la resurrección de Lázaro, uno de los mayores  de cuantos hizo durante su vida pública. El prodigioso suceso de la resurrección de Lázaro, el amigo del Señor, es considerado por San Juan, una señal, un símbolo, que Cristo utiliza para mostrarnos algo esencial a los hombres. Este milagro-Signo realizado por Jesús, por desgracia como ya estaba escrito, precipitó su apresamiento y condena de muerte, porque los Sumos Sacerdotes y los fariseos  asustados  ante semejante prodigio, se decían entre sí, (Jn 11,47-54):

-¿Qué hacemos? Pues ese hombre obra muchas maravillas.

-Si le dejamos así, todos creerán en Él y vendrán los romanos y arruinarán nuestro templo y nuestra nación.

-Uno de ellos, Caifás, que era aquel año Sumo Sacerdote, les dijo: vosotros no sabéis nada

-No comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera.

-Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser Sumo Sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación;

-Y no sólo por la nación sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.

- Y aquel día decidieron darle muerte.

-Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.

 

Ciertamente el hombre réprobo y sin conciencia que era Caifás, fue un instrumento en las manos de Dios, porque movido, tal vez, por un sentido profético que su categoría de Sumo Sacerdote le otorgaba, pero no porque verdaderamente supiera lo que sus palabras llegarían a significar para el futuro de la humanidad, dijo aquella frase: <No sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos>, refiriéndose a la salvación del pueblo judío, y por extensión a todo el género humano. Sin duda Jesús trajo la alegría de la salvación a los hombres, con su Pasión, Muerte y Resurrección; tal como el Papa San Juan Pablo II aseguraba, el Creador del hombre, es también su Redentor y por eso:

“La salvación no sólo se enfrenta con la maldad en todas las formas de su existencia en el mundo, sino que proclama la victoria sobre el mal. <Yo he vencido al mundo>, dice Cristo (Jn 16,33). Son palabras que tienen su plena garantía en el Misterio Pascual, en el acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Durante la vigilia de Pascua, la Iglesia canta como transportada: ¡O feliz culpa, que nos hizo merecer un tal y tan gran Redentor!” (San Juan Pablo II. <Cruzando el Umbral de la Esperanza>. Círculo de lectores 1995).

 

Se refiere el Santo Padre a las palabras que Jesús pronunció ante sus Apóstoles al despedirse de ellos: <Yo he vencido al mundo> (Jn 16,28-33):

-Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre.

-Le dicen sus discípulos: <Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones.

-Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios>.

-Les contestó Jesús: < ¿Ahora creéis?

-Pues mirad: Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre.

-Os he hablado esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: Yo he vencido al mundo>.

 

Con la confesión de fe recogida en el versículo (16,30) del Evangelio de San Juan, los discípulos aceptan que Jesús ha salido de Dios, por eso el Señor les habla con ternura, les anima asegurándoles que Él ha vencido al mundo, y les advierte de los peligros que encontraran en su tarea evangelizadora al enfrentarse al maligno. Así fue, porque ya en tiempo de San Juan Evangelista, varias terribles herejías intentaron minar los cimientos de la iglesia de Cristo, como por ejemplo  el ebionismo y el gnosticismo.

La herejía del ebionismo, promovida en el siglo I, tenía influencia judaizante (deseaban interpretar el cristianismo según el judaísmo, sin tener en cuenta, correctamente, la plenitud de la revelación de Cristo).

Los llamados ebionistas también recibían el sobrenombre de nazaretos, a causa de su ideal de vida en pobreza, pero negaban la divinidad de Cristo y rechazaban las enseñanzas del Apóstol San Pablo, al que consideraban apóstata por haber traicionado, según ellos, el hebraísmo. Muchos ebionistas asumieron también errores provenientes de otras herejías de la época, algunas tan peligrosas como las promovidas por Cerinto (líder de una secta de finales de siglo I o principios del siglo II).

Las enseñanzas de Cerinto y sus seguidores fueron rechazadas por la Iglesia desde un inicio y, según el Padre de la Iglesia San Ireneo, San Juan escribió precisamente su Evangelio relatando los siete Signos de Jesús, para refutar los numerosos errores sostenidos por el líder de esta secta (gnosticismo) y sus seguidores, a petición de las Iglesias de Oriente y Occidente, que se dirigieron al Apóstol y le solicitaron testimonios escritos para luchar mejor contra las herejías que iban surgiendo sobre la Persona y el Mensaje de Jesús.

 Algunos papiros hallados en Egipto de comienzo de siglo II, sugieren que el cuarto Evangelio debió de escribirse hacia finales del siglo I después de Cristo,  pero además, desde tiempos de San Ireneo (+C. 202)( probablemente discípulo del padre apostólico San Policarpo de Esmirna, que a su vez podría haber sido discípulo directo del Apóstol San Juan) la Iglesia ha considerado autor de dicho Evangelio al Apóstol San Juan, aunque no han faltado hombres poco ortodoxos y <suspicaces eruditos> de la Santa Biblia que han rechazado esta realidad, aceptada desde antiguo por toda la cristiandad, basándose en hipótesis poco acertadas.

A este respecto, hay que tener en cuenta que el cuarto Evangelio fue escrito en koiné, lengua común, frecuentemente utilizada en el mundo helenístico, que impregnaba el lenguaje empleado para orar de los judíos, tal como se hacía en el Jerusalén de la época en que vivieron Jesús y sus Apóstoles.

Por otra parte, el cuarto Evangelio tiene descripciones verdaderamente ajustadas a la realidad de los lugares visitados por Jesús, cuando realizaba la proclamación del Reino de Dios; además, los argumentos utilizados en el mismo se encuentran fundamentados en el conocimiento profundo del Antiguo Testamento, cuestiones todas que avalan también la autoría  de San Juan Evangelista.

Algunos investigadores, sin embargo, apoyándose en el hecho de que este cuarto Evangelio es como si dijéramos un mundo aparte, respecto a los llamados sinópticos, por el elevadísimo contenido teológico y la estructura específica del mismo, siendo el Apóstol San Juan, en principio, un simple pescador del que no cabría esperar una obra tan grandiosa en el contenido y la forma, y olvidándose de que el verdadero autor del Nuevo Testamento es el Espíritu Santo han seguido negando su autoría.

El Papa Benedicto XVI esgrimió diversos y acertados argumentos, en contra de éstas desviadas hipótesis, especialmente respecto a aquellas, que datan de tiempos posteriores al Concilio Vaticano II, en su libro <Jesús de Nazaret. 1ª Parte>. Uno de los argumentos del Pontífice, más bellos y que nos ha parecido con más sentido, es aquel que apunta hacia la idea de que los conocimientos de San Juan provenían del mismo corazón de Jesús, ya que estuvo apoyado sobre su pecho, durante la celebración de la Última Cena, en aquellos momentos en que el Señor les anunció la presencia de un traidor entre los Doce y, les reveló su divinidad, cuando se presentó ante ellos como <Yo soy>  (Jn 13, 19-26):

-Ya os lo digo ahora, para que cuando esto se cumpla, creáis que <Yo Soy>

-en verdad, en verdad os digo, que el que recibe al que yo enviaré, a mí recibe y quien me recibe a mí, recibe al que me envió.

-Dicho esto, se turbó en su espíritu y declaró: En verdad, en verdad os digo, que uno de vosotros me entregará.

-Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo de quién hablaba.

-Uno de ellos, el amado de Jesús, estaba a la mesa junto al pecho de Jesús;

-Simón Pedro le dijo por señas: Pregúntale de quién habla.

-Este, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dijo: Señor ¿Quién es?

-Respondió Jesús: Aquel a quién yo dé el bocado que voy a mojar. Y mojando el bocado, lo tomó y se lo dio a Judas, el hijo de Simón Iscariote.

 

El Papa Benedicto XVI recordando este conmovedor pasaje del Evangelio de San Juan asegura (Ibid):

“Estas palabras están formuladas en un paralelismo intencionado con el final del Prólogo del Evangelio de San Juan, donde dice sobre Jesús: <A Dios nadie lo ha visto jamás>. El Hijo Único, que está en el Seno del Padre es quién lo ha dado a conocer (Jn 1,18) como Jesús, el Hijo conoce el misterio del Padre porque descansa en su corazón, de la misma manera el Evangelista San Juan, por decirlo así, adquiere también su conocimiento del corazón de Jesús, al apoyarse en su pecho”

 

Realmente es una idea, la que defiende el Papa, muy plausible y sobre todo maravillosa, no obstante, a pesar de ésta, y a pesar de otros claros indicios que conducen a considerar que  el único autor admisible del cuarto Evangelio es el <Apóstol amado>, esto es, Juan Zebedeo el hermano de Santiago el Mayor, ha habido <rigurosos exegetas>, empeñados en encontrar otras respuestas, esgrimiendo el origen, supuestamente poco intelectual, de este Apóstol.

A este respecto, el Papa Benedicto XVI hace un análisis profundo basándose en los siguientes argumentos (Ibid):

“Los sacerdotes ejercían sus servicios por turnos semanales dos veces por año (en tiempos de Cristo y sus Apóstoles). Al finalizar dichos servicios el sacerdote regresaba a su tierra, y por ello no era inusual que entonces ejerciera una profesión para ganarse la vida.

Además, del Evangelio se desprende que Zebedeo (padre de Juan y Santiago) no era un simple pescador, sino que daba trabajo a diversos jornaleros, lo que hacía posible el que sus hijos pudieran dedicarse a otros menesteres: <Zebedeo, pues, puede ser muy bien un sacerdote, pero al mismo tiempo tener también una propiedad en Galilea, donde la pesca, en el lago, es abúndate y esto le ayudaría a ganarse la vida… (Communio 2002, p.481)”.

 

Así mismo, se sabe que durante la época del Tetrarca Herodes había en Jerusalén algunos ciudadanos pertenecientes a la burguesía judía muy influenciados por la cultura griega, por lo que no es de extrañar que el autor del cuarto Evangelio pudiera haber sido una persona próxima a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén, cuestión ésta, que estaría de acuerdo con el posible nivel cultural del Apóstol San Juan, hijo de Zebedeo, un hombre con cierto estatus social.

Esta hipótesis podría estar corroborada, así mismo, por los hechos acaecidos después de la Última Cena, narrados también en el cuarto Evangelio, tal como nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Ibid):

 “En él se narra cómo Jesús, después que lo prendieron, fue llevado a los Sumos Sacerdotes para interrogarlo y cómo, Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús para enterarse de lo que iba a ocurrir. Sobre el otro discípulo se dice: <Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el palacio de éste>. Sus contactos en la casa del Sumo Sacerdote eran tales que le permitieron facilitar el acceso también a Pedro, dando lugar a la situación que acabó con la negación de conocer a Jesús. En consecuencia, el círculo de los discípulos se extendía de hecho hasta la aristocracia sacerdotal, cuyo lenguaje resulta ser, en buena parte, también, el del cuarto Evangelio”

 

De cualquier forma el cuarto  Evangelio ha sido llamado el <Evangelio Espiritual>, porque en él se siente más que en ningún otro el <Soplo del Espíritu Santo>. Sin embargo, no es ajeno a los Evangelios sinópticos, confirmando muchos de los hechos en ellos relatados y, complementándolos en otros muchos en aspectos, más teológicos.

Por otra parte, es lógico y muy reconfortante para el espíritu, aceptar la idea de que el Apóstol San Juan, que al principio habría evangelizado, al igual que los otros discípulos del Señor, mediante la predicación oral, más tarde, y debido a las circunstancias especiales de la sociedad en que vivió, puesto que conocía personalmente los hechos de Cristo y su Mensaje, bajo la dirección del Espíritu Santo, pusiera por escrito, todos los recuerdos que el Señor había depositado en su corazón.

Una de las cuestiones que el Evangelio de San Juan pone en evidencia, y no es la menor, es el hecho de que Cristo se retira a lugares apartados para hablar con su Padre, aunque otras veces, la oración de Jesús va unida a su increíble capacidad sanadora, no sólo del cuerpo,  sino también del espíritu. Un ejemplo importante de esta gracia de Cristo, más aún, de su poder para dar vida a un muerto, es la resurrección de su querido amigo Lázaro. Este séptimo Signo, realizado por Jesús, estuvo, precisamente, acompañado por su oración al Padre. En efecto, como señala el Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del miércoles 14 de diciembre de 2011):

“La participación humana de Jesús en el caso de Lázaro tiene rasgos particulares. En todo el relato se recuerda varias veces la amistad con él, así como con sus hermanas Marta y María. Jesús mismo afirma: <Lázaro, nuestro amigo, está dormido, voy a despertarlo> (Jn 11,11). El afecto sincero por el amigo, lo ponen de relieve las hermanas de Lázaro, al igual que los judíos (Jn 11,3 ; 11,36); se manifiesta en la conmoción profunda de Jesús ante el dolor de Marta y María y de todos los amigos de Lázaro, y desemboca en el llanto (tan profundamente humano) de Jesús al acercarse a la tumba: <Jesús, viéndola llorar a ella (Marta), y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu, se estremeció y, profundamente emocionado, dijo: ¿Dónde lo habéis enterrado? Le contestaron: <Señor, ven a verlo>. Jesús se echó a llorar (Jn, 11, 33-35)”  

 

Jesús es el Hijo de Dios, y Dios mismo, Jesús es <Amor>, y como aseguraba el Papa Benedicto XVI, ello se pone claramente en evidencia en todos sus actos y Palabras:

“La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y sobre todo con su Muerte y Resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor es una fuerza extraordinaria que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta” (Papa Benedicto XVI <Los caminos de la vida interior>. Ed. Crónica S.L. 2011).

 

 Al releer este milagro-Signo de la resurrección de Lázaro, nos impresiona el dolor que Jesús, como Dios-hombre, siente al percibir el dolor de los parientes y conocidos de su amigo y sobre todo ante el cadáver del mismo, hecho que  está íntimamente ligado a una continua e intensa relación con el Padre. Por otra parte, también podemos observar en este importante episodio de la vida de Jesús que la muerte de Lázaro va a suponer la posibilidad de realizar un nuevo Signo, en esta ocasión, relacionado con su propia identidad y misión y, con la glorificación que le espera (Jn 11,1-16):

-Había un enfermo, Lázaro  de Betania, la aldea de María y Marta su hermana

-Era María la que había ungido con perfume al Señor y enjugado sus pies con sus propios cabellos, cuyo hermano, Lázaro, ahora estaba enfermo

-enviaron, pues, las hermanas a Él un recado, diciendo: <Señor, mira el que amas está enfermo.

-Oído esto, Jesús dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios.

-Estimaba Jesús a Marta y a su hermana y a Lázaro.

-Como oyó, pues, que estaba enfermo, por entonces quedó aún dos días en el lugar donde estaba;

-luego, tras éstos, dice a sus discípulos: Vamos a Judea otra vez.

-Dicen los discípulos: Maestro, ahora trataban de apedrearte los judíos, ¿Y otra vez vas allí?

-Respondió Jesús: ¿No son doce las horas del día? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo;

-más si uno camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.

-Esto dijo, y tras eso les dice: Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarlo.

-Le dijeron, pues, los discípulos: Señor, si duerme sanará.

-Jesús había hablado de su muerte, más ellos pensaron que hablaba del sueño natural.

-Entonces, pues, dijo Jesús abiertamente: Lázaro murió,

-y me alegro por vosotros de no haber estado allí para que creáis. Pero vamos a él.

-Dijo, pues Tomás, el llamado Dídimo, a los discípulos: Vamos también nosotros para morir con Él.

 

El Papa Benedicto XVI analizó en profundidad los versículos que narran este momento especial, de la vida del Señor en el libro anteriormente mencionado:

“Jesús acoge con profundo dolor humano el anuncio de la muerte de su amigo, pero siempre en estrecha referencia a la relación con Dios y a la misión que se le ha encomendado dice: <Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros…>.

En el momento de la oración explícita de Jesús al Padre, ante la tumba, se encuentra  el desenlace natural de todo el suceso, tejido sobre este doble registro, de la amistad con Lázaro y de la relación filial con Dios”.

 

Lo que sucedió después, es bien conocido de todos los creyentes, Lázaro en efecto había muerto, y llevaba ya varios días enterrado, por lo que sus dos hermanas, Marta y María y una gran cantidad de judíos amigos de la familia lloraban con desconsuelo su pérdida. Fue Marta la primera de las dos hermanas, la que salió al encuentro de Jesús y le dijo dolida: <Señor, si estuvieras aquí no se hubiera muerto mi hermano; no obstante, ahora sé que cuanto pidieres a Dios, Dios te lo otorgará> (Jn 11, 21-22).

Como dijo San Juan Pablo II (Homilía en la misa para el mundo del trabajo celebrada en el hipódromo Talkahuano, Concepción (Chile) el 5 de abril de 1987):

“Marta pide, de esta manera confiada, un milagro; pide a Jesús que resucite a su hermano Lázaro, que lo devuelva a la vida, entre sus seres más queridos, aquí en esta tierra.

Jesús responde con palabras que se refieren a la vida eterna: <El que vive y cree en mí, no morirá eternamente ¿Crees tú esto?> (Jn 11,26).

No se trata sólo de restituir un  muerto a la vida sobre la tierra. Se trata de la vida eterna; de la vida de Dios. La fe en Jesús es el inicio de esta vida sobrenatural, que es participación en la vida de Dios; y Dios es eternidad. Vivir en Dios equivale a decir vivir eternamente (Jn 1-2; 3-4; 5-11 ss).

Podría decirse que, cuando Jesús de Nazaret, algunos días antes de morir en la cruz, acude ante el sepulcro de su amigo y lo resucita, está pensando en cada hombre, en nosotros mismos.

Tiene ante sí ese gran enigma de la existencia humana sobre la tierra, que es la muerte.

Jesús ante el misterio de la muerte, nos recuerda que Él es un amigo y se nos muestra así mismo como la puerta que da acceso a la vida”

 

Se refiere, San Juan Pablo II al pasaje de la vida del Señor, anterior a la muerte de Lázaro, donde pronuncia aquellas bellas palabras: <Yo soy la puerta>, <Yo soy el buen pastor> (Jn 10, 1-21). El Señor había realizado con anterioridad su sexto milagro-Signo, con la curación del ciego de nacimiento, y los judíos lo habían expulsado sin razones de la sinagoga, refutando este milagro, e incluso acosándole con preguntas al escucharle decir: <Para juicio vine yo a éste mundo, para que los que no vean, vean, y los que ven, se vuelvan ciegos>. Ellos le preguntaron entonces ¿Es que también nosotros estamos ciegos? A lo que Jesús respondió: <Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado; más ahora decís, vemos; vuestro pecado subsiste> (Jn 9,39-41).

Se podría decir que el discurso que Jesús pronunció, poco después, según el Evangelio de San Juan, a la multitud que le seguía, venía como <anillo al dedo> ante tanta incredulidad y juicio temerario (Jn 10, 11-21):

-En verdad, en verdad os digo, el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése, ladrón es y salteador;

-más el que entra por la puerta es pastor de las ovejas…

-Ésta alegoría les propuso Jesús: Más ellos, no entendieron lo que hablaba.

-Les dijo, pues, de nuevo Jesús: En verdad, en verdad os digo que Yo soy la puerta de las ovejas.

-Todos cuantos vinieron antes de mí, ladrones son y salteadores…

-Yo soy el buen pastor, y conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen,

-como me conoce mi Padre y, yo conozco a mi Padre; y doy mi vida por las ovejas…

 

“Cristo se presenta asimismo con la imagen humilde y cercana del buen pastor. Una imagen que nos remite a cuidados y noches en vela, una imagen que inspira confianza…

 El Señor, a diferencia de los falsos caudillos del pueblo, que huyen como mercenarios en el momento de la verdad, se presenta como el pastor bueno y verdadero, porque está dispuesto a dar la vida por sus ovejas. El testimonio supremo y la prueba más noble de Cristo como <Buen Pastor> es la de dar la vida por sus ovejas: Y lo hará sobre la Cruz, sobre la que ofrece el sacrificio de sí mismo por los pecados de todo el mundo. Esta Cruz y este sacrificio distinguen de forma radical y transparente al que es buen pastor del que no lo es, del que es sólo un mercenario…

En este momento de la historia, en el que estamos asistiendo a profundas transformaciones sociales y a una nueva configuración de muchas regiones del planeta, es preciso proclamar que cuando pueblos enteros se sentían sometidos bajo la opresión de ideologías y de sistemas políticos de faz inhumana, la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, <Buen pastor>, ha elevado siempre su voz y actuado en defensa del hombre, de cada individuo en concreto y de toda la humanidad, sobre todo de los más débiles e indefensos. Ha defendido toda la verdad sobre el hombre, ya que <El hombre es el camino de la iglesia>, como ya dije al inicio de mi Pontificado.

La defensa de la verdad sobre el hombre le ha acarreado a la Iglesia como le sucedió al <Buen Pastor>, sufrimientos, persecuciones y muerte…” (Viaje Apostólico a México y Curacao. Celebración Eucarística para los fieles de la Diócesis de Netzahualcóyotl en la explanada Xico de Chalco. Homilía de San Juan Pablo II. Lunes 7 de mayo 1990).

 

Con sus palabras Jesús se manifiesta dispuesto a morir, a dar la vida por sus ovejas,  compara además la intimidad de vida que existe entre el pastor, esto es, él mismo, y sus ovejas (los hombres), con aquella que existe entre el Hijo y el Padre. Pero antes de responder a las circunstancias cruciales que rodean  la vida y la muerte del hombre sobre la tierra, con su propia Muerte y Resurrección, Jesús va a realizar el séptimo Signo, según el Evangelio de San Juan. En efecto, como recuerda el Papa San Juan Pablo II:

 “Resucita a Lázaro. Le ordena salir fuera del sepulcro, mostrando a los presentes el poder de Dios sobre la muerte. La resurrección de Betania es un definitivo pre-anuncio del misterio Pascual, de la Resurrección de Jesús, del paso, a través de la muerte, hacia la vida, que ya no se acaba: <Quién cree, aunque muera vivirá> (Jn 11-25)” (Cruzando el umbral de la esperanza. Papa San Juan Pablo II. Círculo de lectores 1995)

 

Esta es, la afirmación a Marta, de Jesús: <Quién cree en mí, aún cuando muera vivirá>,  cuando ésta, aún incrédula, pero esperanzada en un posible milagro del Señor, le dice <Sé que resucitará (refiriéndose a Lázaro) cuando la resurrección universal, el último día>. A lo que Él responde de forma misteriosa y con una pregunta: <Todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre ¿Crees esto? (Jn 11,25)>:

“¿Crees esto? Pregunta Jesús a Marta. Y con ésta pregunta está interrogando a los discípulos de todos los tiempos; lo pregunta a cada uno de nosotros…

La fe en la victoria de la gracia sobre el pecado, en la victoria de la vida sobre la muerte, del cuerpo y del alma, es explicada por San Pablo en su carta a los romanos (Rm 8,10)

Jesús, en efecto, dijo en Betania: Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí no morirá eternamente…Cuando Cristo pregunta: ¿Crees tú esto?, la Iglesia, su esposa, su Cuerpo místico, responde de generación en generación, con las palabras del <Símbolo apostólico>: <Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna>

Creemos, por tanto, que esa vida eterna, esa vida divina, de la que es signo la resurrección de Lázaro, está ya operante en nosotros, gracias a la Resurrección de Cristo, esa perspectiva, soteriología y escatología, difícil de aceptar por los sabios de este mundo, pero que es acogida con alegría por los pobres y sencillos, es la que hace posible descubrir el valor sobrenatural que se puede encerrar en toda situación humana” (Papa San Juan Pablo II (Ibid)).

 

Es lo que sucedió en el milagro-Signo de la resurrección de Lázaro, presentado por Jesús como argumento decisivo de su mesianidad, en total comunión con el Padre, a través de la oración (Jn 11,41-45):

-Quitaron, pues la piedra (que cerraba el sepulcro de Lázaro). Jesús alzó sus ojos al cielo y dijo: Padre, gracias te doy porque me oíste

-yo ya sabía que siempre me oyes; más lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste

-y dicho esto, con voz poderosa clamó: Lázaro, ven fuera.

-Y salió el difunto atado de pies y manos con vendas, y su rostro estaba envuelto en un sudario. Y les dice Jesús: Desatadle y dejadle andar.

-Muchos, pues, de los judíos, que habían venido a casa de María viendo lo que hizo creyeron en Él.

 

Al releer esta última parte de la narración de San Juan sobre la resurrección de Lázaro, comprendemos cuál debe ser la actitud del hombre a la hora de pronunciar una oración, a la hora de pedirle, con fe, algo al Padre. Dice Benedicto XVI en la Audiencia del 14 de diciembre de 2011:

“Cada uno de nosotros está llamado a comprender que en la oración de petición a Dios no debemos esperar una realización inmediata de aquello que pedimos, de nuestra voluntad, sino más bien encomendarnos a la voluntad del Padre, leyendo cada acontecimiento en la perspectiva de su gloria, de su designio de amor con frecuencia misterioso a nuestros ojos. Por ello, nuestra oración, petición, alabanza y acción de gracia, deberían ir juntas, incluso cuando nos parece que Dios no responde a nuestras perspectivas concretas. Abandonarse al amor de Dios, que nos precede y nos acompaña siempre, es una de las actitudes de fondo de nuestro diálogo con Él…

Antes que el don sea concedido, es preciso adherirse a Aquel que dona; el Donante es más precioso que el don, también para nosotros, por lo tanto, más allá de lo que Dios nos da, cuando lo invocamos, el don más grande que puede otorgarnos es su amistad, su presencia, su amor. Él es el tesoro precioso que se ha de pedir y custodiar siempre”

 

viernes, 1 de mayo de 2015

JESÚS EL MISTERIO PASCUAL Y LOS VIÑADORES HOMICIDAS


 
 

 
La fiesta religiosa más solemne del pueblo judío y de los cristianos es la Pascua. Para los primeros, ésta se inserta, en el transcurrir de los años con su historia, al objeto de celebrar con ella la gran fiesta de la liberación egipcia (Ex 2-14). Para los cristianos la Pascua es también un tiempo de liberación, pero de una liberación definitiva, realizada por Cristo en el Misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección; este misterio constituye por tanto, la nueva y definitiva fiesta, la fiesta mayor de la liturgia dentro del calendario religioso de la Iglesia Católica, donde:

“Nos toca dejarnos saturar de su espíritu festivo y de su misterio, a fin de conseguir los preciosos frutos que están llamados a producirse en nuestra alma. De la Cruz brota la salud del género humano. En el árbol del Paraíso venció Satanás al hombre; en el árbol de la Cruz nace la vida. En aquel venció Satanás al hombre, en cambio en éste, el demonio es vencido por Cristo.


 
 
Pero además en la Cruz del Señor debemos comprender, estimar y amar nuestra propia cruz, los dolores y amarguras de que está sembrada nuestra vida. Ésta debe ser nuestra tarea: <El que quiera venir pos de mí, renuncie así mismo, tome su cruz y sígame/ El que quiera salvar su alma, la perderá/ el que la perdiera por causa mía, la encontrará>”

(Misal y Devocionario del hombre católico. Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel. Ed. Aguilar Madrid 1964)

Jesús, durante la celebración de la boda de Caná de Galilea (Jn 2,1-36), le dijo a su madre, la Virgen María: <todavía no ha llegado mi hora>, cuando ésta le informó de que había faltado el vino para obsequiar  a los invitados…

Según el Papa Benedicto XVI (Jesús de Nazaret. 1ª Parte. Ed. <La esfera de los libros>. Septiembre de 2007):

“Eso significa, en primer lugar, que Él no actúa ni decide simplemente por iniciativa suya, sino en consonancia con la voluntad del Padre, siempre a partir del designio del Padre. De modo más preciso, la <hora> hace referencia a su <glorificación>, en que Cruz y Resurrección así cómo su presencia universal a través de la Palabra y el Sacramento, se ven cómo un todo único. La hora de Jesús, la hora de su <gloria>, comienza en el momento de la Cruz y tiene su exacta localización histórica: cuando los corderos de la Pascua son sacrificados, Jesús derrama su sangre cómo el verdadero Cordero.

 
 
Su obra procede de Dios, pero está fijada con extrema precisión en el contexto de la historia, unida a una fecha litúrgica y, precisamente por ello, es el comienzo de la nueva liturgia en <espíritu y verdad>. Cuando en aquel instante Jesús habla a María de su hora, está relacionando precisamente ese momento con el del misterio de la Cruz concebido cómo glorificación. Esa hora no había llegado todavía…”

Jesús hablará de esa <hora> en varias ocasiones a sus discípulos, al principio, mediante parábolas y más tarde, de forma clara y directa. No obstante, en una ocasión, la parábola utilizada por Jesús era tan sugerente que casi nos hace ver el momento de su Pasión.

Fue durante su Ministerio en Jerusalén cuando Jesús narró a las gentes que le seguían, y entre ellos estaban Pontífices, escribas y ancianos, una parábola que tenía por protagonistas a unos viñadores malvados, esto es: perversos, pérfidos y homicidas.

Estaba ya muy próxima su Pasión, Muerte y Resurrección y tenía gran urgencia el Señor en mostrar a aquellos hombres cual iba a ser el comportamiento de su pueblo con el Hijo de Dios en un futuro muy cercano, según el evangelio de san Marcos (Mc 12, 1-12):
 


"Y comenzó a hablarles en parábola: <Un hombre plantó una viña, y la cercó; cavó un lagar, edificó una torre, y la dio en arriendo a unos viñadores, y se ausentó / A su tiempo envió a un siervo a los viñadores para cobrarles su parte de los frutos de la viña; / pero lo prendieron, lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías./ De nuevo les envió otro siervo, y lo descalabraron y ultrajaron. / Envió otro todavía, al cual  dieron muerte; igualmente a otros muchos, de los cuales, a unos golpearon y a otros mataron. / Aún le quedaba uno, su hijo amado; se lo envió por último pensando: respetarán a mi hijo. / Pero aquellos viñadores se dijeron: éste es el heredero. ¡Ea! Matémoslo, y nuestra será la heredad. / Lo prendieron, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. / ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá acabará con los viñadores y dará la viña a otros. / ¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular? / ¿Es el Señor quién lo ha hecho, ha sido un milagro patente? / Intentaron echarle mano, porque comprendieron que había dicho la parábola por ellos; pero temieron a la gente y, dejándolo allí se marcharon"

En el Evangelio de San Mateo, refiriéndose a esta misma parábola, podemos leer también este otro versículo: <Pues bien, os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios para dárselo a un pueblo que produzcan sus frutos> (Mt 21,43).

El Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret. 1ª Parte> dice que:

 
 
“En las parábolas –teniendo en cuenta también la singularidad lingüística, que deja translucir el texto arameo- sentimos inmediatamente la cercanía de Jesús, cómo vivía, y enseñaba. Pero al mismo tiempo nos ocurre lo mismo que a sus contemporáneos y a sus discípulos: debemos preguntarle una y otra vez qué nos quiere decir con cada una de las parábolas (Mc 4,10).

El esfuerzo por entender correctamente las parábolas ha sido constante en toda la historia de Iglesia; también la exégesis histórico-crítica ha tenido que corregirse a sí misma en repetidas ocasiones, y no es capaz de ofrecernos, algunas veces, informaciones definitivas”.

No es este el caso de la parábola de <los viñadores homicidas>, pues se trata probablemente, de la más fácil de seguir, y de interpretar, entre todas las propuestas por el Señor; tanto las gentes corrientes que le escuchaban, cómo sus discípulos y por supuesto, cómo indica el evangelista, los Pontífices, los escribas y ancianos, la entendieron a la perfección e incluso, estos últimos, intuyeron además que los viñadores pérfidos nombrados en la narración eran ellos mismos y que el castigo que les profetizaba Jesús era terrible, por eso le dejaron marchar, y porque tenían miedo del pueblo que estaba allí presente y consideraba que Jesús era un Profeta.

Ahora bien, cómo podemos leer en el libro del Papa Benedicto XVI (Ibid):

 
 
 
"<En la Cruz se descifran las parábolas>, pero en los Sermones de despedidas dice el Señor: <Os he hablado de esto en comparaciones, viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente>"

Y así lo hizo tal como podemos leer en los evangelios y más concretamente en el de san Juan cuando  habla del odio del mundo hacia sus discípulos (Jn 15, 18-27):

"Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. / Si fuerais del mundo, el mundo os amaría cómo cosa suya, pero cómo no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo por eso el mundo os odia. / Recordad lo que os dije: <No es el siervo más que su amo>. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra también guardarán la vuestra. / Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió. / Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado, pero ahora no tienen excusa de su pecado. / El que me odia a mí, odia también a mi Padre. / Si yo no hubiera hecho en medio de ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado, pero ahora las han visto y me han odiado a mí y a mi Padre, / para que se cumpla la palabra escrita en su ley: <Me han odiado sin motivo> / Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él hará testimonio de mí; / y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo"

Volviendo de nuevo, al tema de las parábolas, ciertamente éstas hablan de una forma implícita del Misterio  Pascual en algunas ocasiones, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“No solamente hablan del Misterio de la Cruz: ellas mismas forman parte de él. Pues precisamente porque dejan traslucir el misterio divino de Jesús, suscitan contradicción. Precisamente cuando alcanzan máxima claridad, cómo en la parábola de <los trabajadores homicidas de la viña>, se transforman en estaciones de la vía hacia la Cruz. En las parábolas, Jesús no sólo es el sembrador que siembra la semilla de la Palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la tierra para morir y así poder dar fruto”
 
 
Ciertamente, el comportamiento de los viñadores de la parábola pronunciada por Jesús es exactamente aquel que posteriormente sufrirá, Él mismo, a manos de algunos de sus conciudadanos, ya que le sometieron de forma perversa a sufrimientos y escarnios sin fin, se rieron de él, le escupieron pérfidamente y, con comportamiento homicida, le crucificaron en compañía de unos  malhechores.

Cómo dice San Mateo, en su Evangelio, el Señor añadió algo más en el relato de la parábola de <los viñadores homicidas>, refiriéndose en concreto al Salmo 117(118), de las Sagradas Escrituras (Mt 21, 43-45):

"Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. / Y el que cayere sobre esta piedra se destrozará, y a aquel sobre quien cayere, lo aplastará. / Los Sumos sacerdotes y fariseos al oír su parábola, comprendieron que hablaba de ellos"

También San Lucas hace mención en su Evangelio a estas últimas palabras del Señor y además nos aclara por qué las dijo cuando los labradores pensaron: <Éste es el heredero>   (Lc 20, 15-18):

"Y echándolo fuera de la viña, lo mataron. Pues ¿Qué hará con ellos el dueño de la viña? / Vendrá, hará perecer a los labradores y dará la viña a otros. Los que lo oyeron, dijeron: ¡No lo quiera Dios / Pero Él, fijando los ojos en ellos, dijo: pues ¿Qué significa lo que está escrito: La piedra  que desecharon los constructores, ésta se ha convertido en piedra angular? / Todo el que caiga sobre la piedra se destrozará, y a aquel sobre quién ella caiga, lo aplastará"

 
 
 
En este punto la parábola, pasa de ser un aparente relato de acontecimientos pasados, a referirse a la situación de los oyentes. La historia se convierte de repente en actualidad:"Los oyentes lo saben: Él habla de nosotros…La exégesis moderna acaba aquí, trasladando así de nuevo la parábola al pasado. Aparentemente habla sólo de lo que sucedió entonces, del rechazo del mensaje de Jesús por parte de sus contemporáneos, de su muerte en la cruz...

Pero el Señor habla siempre en el presente y en vista del futuro. Habla precisamente también con nosotros y de nosotros. Si abrimos los ojos, todo lo que se dice en dicha parábola ¿No es de hecho una descripción del presente? ¿No es ésta la lógica de los tiempos modernos... de nuestro tiempo?

Declaramos que Dios ha muerto, y de ésta manera, ¡Nosotros mismos seremos dioses! Por fin, dejamos de ser propiedad de otro, y nos convertimos en los únicos dueños de nosotros mismos, y los propietarios del mundo. Por fin, podemos hacer lo que nos parezca.

Nos desembarazamos de Dios; ya no hay normas por encima de nosotros, nosotros mismos somos la norma. La <viña> es nuestra. Empezamos a descubrir ahora las consecuencias que está teniendo todo esto para el hombre y para el mundo…”
 
 
 
Son las palabras, muy acertadas, del Papa Benedicto XVI, de no hace tanto tiempo, y que actualmente podemos comprobar con dolor, cuanta verdad encierran. Sí, porque no contentos los hombres con eliminar a Dios de sus vidas, para colocarse ellos en su lugar, como dueños y señores de sus destinos,  quieren algunos, que nos creamos historias  inverosímiles,  sobre el origen Cristo.

Son acólitos de Satanás ¿Cómo se van a inventar los Apóstoles los Evangelios? ¿Acaso no sabían que serían perseguidos y muertos por martirio, por propagar el Mensaje de Cristo?

 
 
 
 
Ellos se arriesgaron, pusieron sus vidas en peligro porque eran mensajeros de la verdad y por amor a Aquel que se humillo hasta el extremo de dar la vida por todos los hombres. Aquel que era el Hijo de Dios, como quedo patente, entre otras cosas, por sus milagros portentosos, siendo el mayor de todos ellos, su Resurrección. Por eso, el Señor es justo y misericordioso y sin duda vendrá a juzgarnos  el último día, en la Parusía...  

¡No sucederá tal cosa! Gritaran algunos, como hicieron aquellos que escuchaban la parábola de Jesús, los cuales sin duda estaban  imbuidos de una <conciencia errónea>.


A este propósito, cuenta el Papa en su libro <El elogio de la conciencia>, que muy al comienzo de su actividad académica, llegó a ser consciente del problema suscitado por una <conciencia errónea>. Concretamente fue una frase de uno de sus colegas lo que le hizo empezar a pensar con mayor preocupación sobre este tema. Su colega había dicho concretamente:
“Deberíamos dar gracias a Dios por haber concebido a muchos hombres con la posibilidad de no ser creyentes con buena conciencia. Si se les abrieran los ojos y se volvieran creyentes, no serían capaces de soportar, en un mundo como el nuestro, el peso de la fe y las obligaciones morales que de ellas se derivan. Así, en cambio, por el hecho de recorrer de buena fe otro camino, pueden alcanzar la salvación”

Dice el Papa, a este respecto, que le chocó esta idea tan peregrina, que implicaba cómo si dijéramos la posibilidad de <una conciencia errónea> concedida por Dios para que algunos hombres puedan salvarse, mediante algo que sería una estratagema poco honrada.
En realidad lo que más le preocupó y llenó de inquietud fue lo que aquella persona había expuesto referente a que <la fe supusiera un peso difícil de llevar> y que ésta fuera sólo <acto para naturalezas especialmente fuertes>, en cuyo caso podría asimilarse a un castigo de Dios.

 
 
 
Según esto, dice el Papa (Ibid): “La fe dificultaría la salvación en lugar de volverla más accesible. Feliz tendría que ser por tanto, justamente aquel al que no se le impone el deber de creer y de someterse al yugo moral que la fe de la Iglesia comporta. Así, pues, la <conciencia errónea> que permite llevar una vida más cómoda y muestra una vida más humana, sería la verdadera gracia, el camino normal de la salvación...

La falsedad y la permanencia lejos de la verdad resultarían mejores para el hombre que la verdad. La verdad no sería lo que le libera al hombre, sino sería más bien él, quién debería librarse de ella.
La morada propia del hombre estaría más en las tinieblas que en la luz, y la fe no sería un precioso regalo del buen Dios, sino más bien una maldición...”

 




Sin duda el principal argumento de la <conciencia errónea> es que ésta protege al hombre de la onerosa exigencia de la verdad y así podría exclamar cómo los defensores de los viñadores de la parábola de Jesús: ¡No lo quiera Dios! ó ¡No suceda tal cosa! frente a la posibilidad de que ciertos comportamientos pudieran recibir algún castigo por su  crueldad y malignidad al final de los tiempos...

 
 
 
 
Por otra parte, la parábola de <los viñadores homicidas> implica una reflexión profunda sobre  el misterio Pascual,  porque cómo asegura el Papa Benedicto XVI (Ibid): “Desde que Jesús se ha dejado azotar, los golpeados y heridos son precisamente imagen de Dios que ha sufrido por nosotros. Así en medio de su Pasión, Jesús (presente en la Eucaristía) es imagen de esperanza, Dios está del lado del que sufre”

Ciertamente los que escucharon la parábola por boca de Jesús y no quisieron entenderla en el sentido del sufrimiento causado a personas inocentes y  de alguna forma, justificaban a los viñadores asesinos, nos recuerdan a aquellos otros hombres, que no mucho después, fueron capaces de exclamar ante Pilatos, en contra del Señor: ¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! (Mt 27,25).

 
 
Es el grito de una multitud en la que imperaba sin duda la <conciencia errónea>, de una multitud que arrastrada por el miedo y el odio de sus líderes, es llevada hacia la injusticia, hacia la mayor de las injusticias en esta ocasión, porque era el Hijo de Dios el ajusticiado, y éste había dado pruebas suficientes de ello con su ejemplo de vida, sus predicaciones y sus milagros portentosos, ayudando siempre a los más débiles y recriminando a los poderosos sus comportamientos desviados de la verdad, fruto del egoísmo y la soberbia...

Sus Apóstoles así lo entendieron después de  los terribles acontecimientos que mas tarde se produjeron y que llevaron a la muerte en la cruz a su Maestro...Particularmente aquel que había sido elegido por el Señor Cabeza de su Iglesia, Pedro, el cual a pesar de haberse alejado del Señor en un principio por miedo, lloro amargamente su comportamiento de infidelidad al Señor y después fue capaz de dar la vida por Él y su Iglesia...

Precisamente, en el libro de los <Hechos de los Apóstoles> el evangelista San Lucas, narra cómo San Pedro tras la venida del Espíritu Santo junto con el resto de los Apóstoles, evangelizaban a las gentes según les había ordenado Jesús.    


En este contexto, con motivo de la curación de un cojo de nacimiento, que San Pedro y San Juan se toparon a la entrada del templo de Jerusalén, el pueblo que lo había presenciado quedó maravillado y todas las gentes pensaron que los dos Apóstoles habían hecho tan extraordinario milagro. Entonces Pedro les dijo (Hch 3, 12-16):
 
 
 
"<Israelitas ¿Por qué os asombráis de esto y por qué nos miráis cómo si por nuestro propio poder o por nuestra bondad hubiéramos hecho andar a éste? / El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su Hijo Jesús al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilatos, el cual decidió ponerlo en libertad; / pero vosotros rechazasteis al Santo y justo, y pedisteis la libertad de un asesino; / matasteis al autor de la vida, a quién Dios resucitó de entre los muertos; de lo cual nosotros somos testigos / cómo éste, que veis y que conocéis, ha tenido fe en él, ha quedado fortalecido; la fe en Jesús lo ha curado completamente, cómo todos veis"


A partir de este momento, ante esta clara denuncia de los hechos acaecidos, la Iglesia de Cristo fue perseguida, y los dos Apóstoles fueron apresados por orden de Anás, Sumo Sacerdote en aquellos momentos, con el beneplácito de todos los jefes, los ancianos y los escribas de Jerusalén. Ellos llenos de furor interrogaron a Pedro y a Juan, les preguntaron con insistencia: ¿Con cuáles poderes o en el nombre de quién hicisteis esto vosotros? (Hch 4, 7).



Entonces San Pedro lleno del Espíritu Santo pronunció un nuevo discurso (Hch 4, 9-12):
"Ya que se nos piden cuentas por el bien que hemos hecho a un hombre enfermo y se nos pregunta de qué modo ha sido curado, / sabed todos vosotros y el pueblo de Israel que éste se encuentra sano ante vosotros en virtud del nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quién vosotros crucificasteis y Dios resucitó de entre los muertos. / Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis desechado, y que ha venido a ser la piedra angular / Y no hay salvación en ningún otro, pues no se nos ha dado a los hombres ningún otro nombre debajo del cielo para salvarnos / Al ver, por una parte, la valentía de Pedro y Juan, y comprendiendo, por otra, que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban sorprendidos. Reconocían que habían estado con Jesús; / pero al ver con ellos en pie al hombre que había sido curado, no podían replicarles nada. / Les ordenaron salir de la sala del tribunal, y se pusieron a deliberar entre ellos, / preguntándose: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque ciertamente han hecho un milagro notorio y manifiesto a todos los hombres de Jerusalén, y no podemos negarlo. / Pero para que no se divulgue más entre el pueblo, vamos a amenazarlos para que no vuelvan a hablar a nadie de ese hombre"


Por supuesto que ni Pedro ni Juan aceptaron las condiciones que les impusieron estos personajes tan malignos; entonces ellos los volvieron a amenazar, pero finalmente los pusieron en libertad por temor a la multitud que era consciente del milagro realizado por la acción de Jesús a través de éstos Apóstoles. Ellos contentos se fueron a reunir con los restantes discípulos y les contaron todo lo que había sucedido. Después de escucharlos, toda la comunidad cristiana reunida en torno a los Apóstoles oraron juntos diciendo (Hch 4,25):
"¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos hacen proyectos vanos? / Se levantan los reyes de la tierra y los príncipes conspiran a una contra el Señor y su Mesías"

 
 
 
La oración proclamada por la Iglesia primitiva a la llegada de Pedro y Juan, pertenece al  Salmo 2 (drama del Ungido de Dios), que habla del Señor y su Mesías, y que consta de varios apartados: La rebelión de los vasallos (1-3); la solemne declaración del Señor (4-6); la solemne declaración del Soberano (7-9); la sumisión de los vasallos (10-12) y finaliza con una exclamación de dicha:

"¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos hacen proyectos vanos? / Se levantan los reyes de la tierra, / los príncipes conspiran contra el Señor y su Mesías: / ¡Rompamos sus cadenas, sacudamos su yugo! / El que mora en el cielo se sonríe, / el Señor se burla de ellos. / Luego les habla enfurecido / y con su ira, los llena de terror:  / <Ya tengo yo a mi rey entronizado / sobre Sion, mi monte santo> / Proclamaré el decreto que el Señor ha pronunciado: / <Tú eres mi Hijo, yo mismo te he engendrado hoy. / Pídeme y te daré en herencia las naciones, / en propiedad los confines de la tierra. / Los destrozarás con un cetro de hierro, / los triturarás como a vasos de alfarero>. / Ahora, pues, oh reyes, sed sensatos; / dejaos corregir, oh jueces de la tierra / Servid al Señor con reverencia, / postraos temblorosos ante Él, / para que no se irrite y os veáis perdidos, /pues su cólera se inflama en un instante. / ¡Dichosos los que en Él buscan refugio!"

 
 
 
 
El Papa Benedicto XVI en su Homilía para la <Jornada mundial de  oración> por las vocaciones sacerdotales y religiosas coincidiendo con el cuarto domingo de Pascua del 29 de abril de 2002, recordó el testimonio del Apóstol Pedro ante los jefes del pueblo de Israel y los ancianos de Jerusalén donde afirmó con gran convicción, que <la piedra despreciada por los constructores> había venido a ser <la piedra angular>:


“El Apóstol interpreta, pues, a la luz del misterio Pascual de Cristo, el salmo 117(118), en el que el orante da gracias a Dios que ha respondido a su grito de auxilio y lo ha puesto a salvo.
Dice este salmo:

<la piedra que desecharon los arquitectos/es ahora piedra angular/ Es el Señor quien lo ha hecho/ha sido un milagro patente>.

Jesús vivió precisamente esta experiencia de ser desechado por los jefes de su pueblo y rehabilitado por Dios, puesto cómo fundamento de un nuevo pueblo, de un nuevo pueblo que alabará al Señor con frutos de justicia (Mt 21,42-43). Por lo tanto este Salmo responsorial alude fuertemente al contexto Pascual, y con esta imagen de la <piedra desechada> y <restablecida> atrae nuestra mirada hacia Jesús Muerto y Resucitado”

 
 
 
Sin duda Jesús quería atraer la atención de los que escucharon su parábola, y por tanto, de todos los hombres a lo largo de los siglos, pues con ella se refería a su Pasión, Muerte y Resurrección, para que comprendiéramos en qué consiste la dignidad del hombre y recibiéramos una respuesta clara, según San Juan Pablo II, a la pregunta: ¿Qué son los derechos del hombre?

En efecto, tal como proclamaba el Papa San Juan Pablo II en su catequesis  del miércoles 5 de diciembre de 2001:

“Cuando el cristiano, en sintonía con la voz orante de Israel, canta el Salmo 117(118), experimenta en su interior una emoción particular. Encuentra en este himno, de intensa índole litúrgica, dos frases que resonarán dentro del Nuevo Testamento, con una  tonalidad. La primera se halla en el versículo 22: <La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular>. Jesús cita esta frase, aplicándola a su misión de muerte y de gloria, después de narrar la parábola de <los viñadores homicidas>. También la recoge Pedro en los Hechos de los Apóstoles: <Éste Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, habéis desechado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por lo que debamos salvarnos>"
 



La Iglesia Católica celebra el día de la Pascua de Resurrección el hecho incontestable de que Jesucristo verdaderamente murió, pero que también es verdaderamente cierto que Resucitó, por eso, entona un cántico de alegría. Este júbilo y entusiasmo se manifiesta a lo largo de toda la liturgia de la misa de la Vigilia Pascual (el sábado santo) presintiendo ya la llegada del milagro de la Resurrección del Señor. Se canta entonces precisamente el salmo 117(118)  aquel versículo que hemos recordado insistentemente: <la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular>:

“Esta noche, la liturgia nos habla con la abundancia y la riqueza de la Palabra de Dios. Esta Vigilia no es solamente el centro del año litúrgico, de alguna manera, es su matriz…

Esta noche debe de ser de vigilia en honor al Señor por todas las generaciones (Ex 12,42)…
<La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular>. A la luz de la Resurrección de Cristo ¡Cómo destaca en plenitud esta verdad que canta el salmista! Condenado a una muerte Ignominiosa, el Hijo del hombre, crucificado y resucitado, se ha convertido en la <piedra angular> para la vida de la Iglesia y de cada cristiano.

 
 
 
 
 
<Es el Señor quién lo ha hecho; ha sido un milagro patente> Esto sucedió en esta noche santa, lo pudieron constatar las mujeres que el primer día de la semana, comprobaron que el cadáver del Señor no estaba en la tumba, cuando aún estaba oscuro. Fueron al sepulcro para ungir el cuerpo del Señor y encontraron la tumba vacía. Oyeron la voz del ángel: < No temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado> (Mt 28,5-10)

Así se cumplieron las palabras proféticas del salmista… Ésta es nuestra fe. Ésta es la fe de la Iglesia y nosotros nos gloriamos de procesarla en el umbral del tercer milenio, porque la Pascua de Cristo es la esperanza del mundo ayer, hoy y siempre” (Papa San Juan Pablo II. Ibid).

Así sea (Amén), decimos, ya dentro del nuevo milenio, en recuerdo de este gran Papa al que tanto le debe la Iglesia de Cristo, recordando el himno para la fiesta de los tabernáculos. Salmo (118-117):

“Abridme las puertas de la justicia, que voy a entrar a dar gracias al Señor/ Ésta es la puerta del Señor/ Los vencedores entrarán por ella/ Te doy gracias porque me has escuchado, a ti te debo la victoria/ La piedra que desecharon los constructores se ha convertido en piedra angular/ Esto ha sido obra del Señor, ha sido un milagro patente/ Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo/ Danos la victoria, Dádnosla Señor, dadnos el triunfo, dádnoslo, Señor.”