Antes de empezar a hablar sobre la labor evangelizadora de la Iglesia a lo largo de un tiempo pasado, parece conveniente recapitular, aunque solo sea de pasada, sobre los hechos históricos, más relevantes, que tuvieron lugar durante el mismo.
Sin duda, en el caso concreto del
siglo XVII, se hace difícil esta labor, debido al enorme estado de convulsión
que por entonces, el mundo entero sufrió, dando lugar a terribles confrontaciones armadas, hambrunas
asoladoras y pobreza infinita de los más humildes, abandonados por los
poderosos; todo ello acompañado de grandes cambios climáticos, en todo el globo
terráqueo.
Quizás lo más conveniente, para
un análisis somero sobre la situación general de esta época podría ser, ir poco
a poco, pero eso sí, haciendo siempre hincapié en el tema que nos interesa, esto
es, los grandes avances en la evangelización de los pueblos.
En este sentido, hay que
reconocer que la deriva del protestantismo, resultante del movimiento religioso
que hizo su aparición en Europa Occidental en el siglo XVI, en el ámbito filosófico, en el político y sobre todo en el
religioso, provocó un gran confusionismo que condujo finalmente al llamado
racionalismo; una corriente filosófica que acentúa el papel de la razón en la
adquisición del conocimiento, en contraposición con el sentido de la percepción
a través de la experiencia o empirismo.
Por otra parte, las diferencias
religiosas entre los cristianos, llevaron por desgracia, en muchas ocasiones, a
persecuciones, y luchas sangrientas y sobre todo dieron lugar en el caso
concreto del continente europeo a una
larguísima y destructora conflagración entre pueblos, que se dio en llamar, la Guerra de los Treinta años.
Sucedió que durante el Sacro Imperio Romano Germánico, tanto católicos como protestantes, no estaban de acuerdo con la solución que se había dado a la pugna religiosa, por entonces, existente entre ellos, con la aquiescencia del emperador Carlos V (1500-1558); mientras los primeros se agrupaban en la <Liga Católica>, los segundos lo hacían en la <Unión Evangélica>.
Por otra parte, los emperadores
de la época, adoptaron una actitud política indefinida respecto a ambos bandos;
mientras que Fernando I (1558-1564), hermano de Carlos V, parecía que toleraba
bien la situación creada, Maximiliano II (1564-1576), se suponía que favorecía la restauración católica y Rodolfo II (1576-1612)
concedió a Bohemia la Carta Majestad,
por la que se establecía la libertad de cultos y la posibilidad de que, los
protestantes pudieran edificar iglesias en lugares reales.
Por todo esto, muchos
historiadores opinan que la guerra de los Treinta años fue la última de las
confrontaciones de carácter religioso, que transformó el equilibrio europeo,
para pasar la dirección de Europa de los
Austria a Francia.
Por otra parte, mientras en el
Imperio no era posible resolver la pugna religiosa, ni limitarla a un problema
exclusivamente interior, debido a la acción
de las potencias rivales de la Casa de Austria, en cambio, en Francia por el buen talante político de sus
dirigentes, se pudo acabar con los hugonotes y así estar preparados para una posterior
contienda global.
La guerra de los Treinta años se
suele subdividir en cuatro etapas o periodos más o menos definidos:
Bohemio-Palatino (1618-1623), Danés (1623-1629), Sueco (1629-1639) y Francés
(1634-1648). Esta tremenda guerra se cerró aparentemente de forma definitivamente
con la llamada Paz de Westfalia en 1648.
España y Holanda firmaron la paz de La Haya, por la que reconocían ambos países la independencia de la última, mientras que los tratados llevados a cabo en las ciudades westfalianas de Osnabruck y Munster, ratificaron aquellos aspectos religiosos que estaban en juego, la paz de Augsburgo, con la libertad religiosa de los príncipes, que podían imponer en su territorio la religión que ellos profesaban. Además se concedía plena libertad a los estados alemanes, convirtiéndose el emperador en un soberano prácticamente sin autoridad…
De esta forma el Imperio perdía
toda posibilidad de una futura unificación. Finalmente hay que destacar también
el hecho de que se produjeron visibles
cambios territoriales, así por ejemplo al elector de Brandeburgo se le adjudicó
Pomerania Oriental y Magdeburgo, mientras que Suiza se quedaba con la desembocadura del Weser y del Oder y la Pomerania Occidental.
En cuanto a Francia se le
reconocía la posesión de los tres Obispados de Metz, Toul y Verdúm, que ya
estaban en su poder, y conseguía Alsacia. Así mismo se reconocía la
independencia de Suiza y Holanda.
Haciendo balance sobre la
situación en que quedaron las distintas naciones después de este singular reparto
de poderes, y tras una guerra tan mortal y devastadora, los historiadores del
tema aseguran que las grandes ciudades y
poblaciones del entorno quedaron totalmente destruidas, y las gentes se
encontraban en situaciones muy comprometidas de subsistencia además de muy
disminuidas desde el punto de vista de la natalidad, como consecuencia de la
terrible confrontación acaecida, y los
graves cambios climáticos que también por entonces tuvieron lugar en todo el
Planeta.
Uno de los grupos civiles que más sufrieron las consecuencias de un ambiente tan adverso para la existencia humana fueron, como casi siempre, las mujeres y los niños; las mujeres quedaron en muchos casos viudas y con hijos a los que alimentar y proteger de tamaña indigencia. Y no solo esto, fue causa de grandes sufrimientos para ellas y sus hijos, según consta en los archivos de la historia, muchas de ellas murieron sin haber participado directamente en los combates que tuvieron lugar a lo largo de estos interminables treinta años…
Los estudiosos de este siglo,
cuentan que en 1642, ciertos gobiernos protestantes, que por entonces luchaban
contra las tropas de los católicos, ordenaron a sus soldados que no perdonaran
la vida a ninguna mujer, creyente católica, porque eran muy activistas e incitaban
a sus propios esposos a tomar partido en la guerra, y además eran perturbadoras
del nuevo sistema implantado en la sociedad (El Siglo maldito; Geoffrey Parker;
Editorial Planeta, S. A. 2017):
“Una viuda alemana se refería en
1654 a estas víctimas indirectas de la guerra: ella era, se lamentaba, <una
pobre mujer con sólo un pequeño terreno a su nombre> que debía por tanto <ganarse
amargamente la vida>. Si ella, o cualquier otra mujer, que viviera sola,
infringía la ley, los hombres que presidían los tribunales locales las
sentenciarían a trabajos forzados; si no se comportaban de una forma servil y
dócil, sus vecinos varones la proscribirían; y aunque la permitieran quedarse,
lo normal era que le negaran la oportunidad de aprender o ejercer un oficio y competir
de este modo con ellos. Una vida amarga sin lugar a dudas”
Ciertamente, ante tanta falta de
caridad y amor al prójimo, el panorama social y político del siglo XVII, no fue
nada halagüeño para la Iglesia católica, ante la aparición de numerosas
desviaciones respecto de sus enseñanzas. En efecto, algunos visionarios lanzaron al
aire diversas interpretaciones, todas ellas erróneas, en contra del Mensaje de Cristo.
Entre ellas destacaremos especialmente el jansenismo, debida a Jansenio, un profesor de Lovaina y obispo de Iprés; los principales puntos de la doctrina defendida por éste, eran: la falta de libertad del hombre, la imposibilidad de cumplir determinados mandamientos de la Ley de Dios y la consideración de que Jesucristo no murió por todos los hombres, sino solamente por los predestinados. Sus hipótesis, no demostrables en manera alguna, fueron totalmente revocadas por la Iglesia a cuya cabeza por entonces se encontraba el Papa Inocencio X (1644-1655), el cual así lo manifestó. Sin embargo, Jansenio no tomó en cuenta la revocación de sus peregrinas ideas y siguió propagándolas, con el beneplácito de sus seguidores, pero fueron de nuevo condenadas por el Papa Clemente XI en el año 1713.
Un ideario que también surgió en éste siglo
fue el Absolutismo, el cual concedía al primer poder del Estado, una facultad
de gobierno omnímoda y por encima de todo derecho, aún el espiritual. Nacida en
Francia, quedó perfectamente definido por la célebre frase de Luis XIV: <L´etad c´est moi> (El
Estado soy yo) …
Se extendió este ideario por
España, donde recibió el nombre de Regalismo, en Austria donde recibió el
nombre de Josefismo, en Alemania con el nombre de febronianismo, y en Italia
sin un nombre concreto, provocando una separación total de ideas entre los
intelectuales y la Iglesia, que culminó con el Sínodo diocesano de Pistoya
(Toscana) en el año 1786 convocado por el obispo Scipione de Ricci. Su objetivo
era la reforma de la Iglesia católica adoptando de nuevo doctrinas del jansenismo.
Fueron condenadas sus resoluciones en el año 1794 mediante la bula <Auctorem
Fidei>, bajo el Pontificado de Pio VI.
Concretándonos a la historia de
España a partir de la paz de Westfalia, se puede decir que entre ésta, y Francia, continuaron las
hostilidades, durante al menos diez años más, hasta la paz de los Pirineos, en la que España
perdió Artois, Rosellón y Cerdeña y finalmente Francia pasó a tener en Europa la
supremacía en sus manos.
El siglo XVII es uno de los más
gloriosos en el aspecto cultural, para
España, pero al mismo tiempo marcó su declive en el campo de la política, a
nivel mundial. Entre las posibles causas de este agotamiento se puede citar la
falta de un desarrollo económico capaz de apoyar la pujanza política que se
logró a principios del siglo XVI, a causa de las continuas guerras.
Recordemos de nuevo, que en
Alemania, Lutero fue el iniciador de una reforma de la Iglesia (protestantismo),
y que muchos de los príncipes de Europa la siguieron; concretamente en
Inglaterra se extendió esta doctrina por motivos personales del monarca
reinante, en Holanda vieron en ella un buen motivo favorecedor para conseguir
su autonomía, mientras que en Francia, dividida por la lucha religiosa entre
protestantes y católicos, no llegó a existir una posición dominante.
Únicamente España pudo mantener el espíritu religioso de unidad, por lo que políticamente se vio enfrentada al resto de Europa. Desde este punto de partida surgió seguramente el movimiento cultural y religioso de la Contrarreforma.
Frente a la posición crítica
intelectual y fatalista de los protestantes, se desarrolló un sentido de
exaltada actividad religiosa y cultural en general, que se puede apreciar ya,
de forma evidente, en san Ignacio de Loyola (1491-1556) y santa Teresa de Ávila
(1515-1582).
A principios del siglo XVII fue
elegido Papa un hombre de origen noble llamado Camilo Borghese, con el nombre
de Pablo V (1605-1621). Había nacido en Roma el 17 de septiembre de 1550 y su
educación fue esmerada dentro de una familia rica. Estudió jurisprudencia en
las ciudades de Perugia y Padua llegando a ser un canonista con gran
preparación y habilidad en este campo del saber.
En el año 1596 fue hecho Cardenal
por el Papa Clemente VIII (1592-1605) y se convirtió en el Cardenal-Vicario de
Roma. Alejado, en principio, de los conflictos políticos de la época dedicaba
su tiempo libre a seguir estudiando, siempre en el tema de la jurisprudencia,
por lo que llegó a ser una persona con grandes conocimientos al respecto.
Quizás esto influyera también algo a la hora de su elección como Papa a la
muerte repentina de León XI (1605), que solo llegó a estar en la silla de Pedro
unos pocos días…
Fue prudente al no mezclarse
personalmente en las querellas entre Francia y España, pero tuvo graves
problemas con el estado de Venecia, a cuya <Signoría> excomulgó, entre
otras causas, por no querer reconocer la exención del clero a la jurisdicción de
las cortes civiles y por promulgar leyes contrarias a la Iglesia romana.
En 1600 este Papa pronunció la
sentencia de excomunión contra el dogo, el senado y el gobierno de Venecia,
aunque más tarde, aceptó un reducido espacio para la sumisión, tras lo cual
impuso una censura eclesiástica sobre la ciudad.
Ante esta situación el clero se vio obligado a tomar una clara postura a favor o en contra del Papa. Exceptuando los jesuitas, los teatinos y los capuchinos, que fueron expulsados inmediatamente del estado, el cuerpo entero del clero secular y regular permaneció con el gobierno, y continuó administrando los sacramentos y celebrando misas, a despecho de la censura eclesiástica emitida por el Pontífice.
El cisma duró cerca de un año y
la paz se logro por mediación de Francia
y España. A partir de ese momento, la republica prometió <conducirse a sí
misma con su piedad acostumbrada>…
Tras estas oscuras palabras, el
Papa se vio obligado a declararse satisfecho y retiró las censuras el 22 de
marzo de 1607, permitiéndose entonces, el regreso de los capuchinos y los
teatinos, pero no se admitió nuevamente a los jesuitas.
Este Pontífice fue realmente una
persona que lucho mucho por los derechos de nuestra santa madre Iglesia frente
a la problemática de la época, que llevaba a los distintos países a estar
inmersos en sus propios intereses.
Sin embargo, se ha censurado a
menudo a esta gran figura del cristianismo, por favorecer de forma exagera, eso
dicen los críticos, a la nobleza del momento, muchos de cuyos personajes eran
realmente parientes suyos. Sí, esto puede ser cierto, sin embargo hay que
reconocer también, que estos mismos nobles consagraron sus rentas publicas al
embellecimiento de Roma y en particular colaboraron en todas las obras
emprendidas por la Iglesia en este sentido.
Concretamente, durante este Pontificado se finalizo la Basílica de san Pedro, después de varios siglos de la iniciación de tan magna empresa y se enriqueció con nuevas obras de arte para alabanza y culto a Dios a lo largo de los siglos:
“El templo es el lugar donde mora
Dios, espacio de su presencia en el mundo. Por eso es el lugar de reunión donde
se realiza constantemente la Alianza.
Es punto de reunión de Dios con su pueblo, que
en Él se encuentra también consigo mismo.
Es el lugar donde resuena la
palabra de Dios, donde se implanta el código de sus preceptos y queda visible a
todos.
Es, finalmente, lugar de la
gloria de Dios. Esta gloria de Dios brilla en la pureza de la Palabra; pero
aparece también en la belleza festiva del culto”
(Papa Benedicto XVI; Un canto nuevo para el Señor; Ediciones Sígueme S.A.U., 1995)
El Papa Pablo V, beatifico o
canonizo, a muchos hombres y mujeres que habían realizado una labor
evangelizadora enorme por Cristo y su Iglesia, dando muchas veces la propia vida,
en defesa de la Palabra. Además bajo su
Pontificado se enriqueció la Biblioteca Vaticana y se fundó un amplio número de
institutos para la educación y la caridad que añadieron un gran valor social a
la Iglesia de todo los tiempos.
Este Papa murió en el año 1621 y
ya había estallado por entonces la gran guerra de los Treinta años: Periodo
Bohemio-Palatino (1618-1623); su sucesor fue Gregorio XV (1621-1623), que también era
jurista y de carácter recio como su predecesor, por lo que siguió luchando a
favor siempre de los derechos de la Iglesia de Cristo.
El Periodo Danés de la guerra de
los Treinta años estalló en 1923, el mismo en que murió este Pontífice, el cual
dejo tras de sí un gran trabajo, a pesar del corto tiempo que estuvo en la
Silla de Pedro. Cabe destacar, dentro de su labor, el hecho de haber
establecido una nueva normativa para la elección del Papa y la fundación de la
Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe.
Favoreció, por otra parte, las
canonizaciones de varios hombres y mujeres que demostraron su santidad, evangelizando a los pueblos con entusiasmo,
durante los tiempos revueltos que les toco vivir, y que aún hoy en día siguen
haciéndolo a través del ejemplo dado;
entre ellos se encuentran, santa Teresa de Ávila (1515-1582), doctora de la Iglesia y fundadora de la orden carmelita reformada, san Ignacio de Loyola (1491-1556)
y san Francisco Javier (1506-1552), fundadores de la orden de los jesuitas.
entre ellos se encuentran, santa Teresa de Ávila (1515-1582), doctora de la Iglesia y fundadora de la orden carmelita reformada, san Ignacio de Loyola (1491-1556)
y san Francisco Javier (1506-1552), fundadores de la orden de los jesuitas.
Los Papas de todos los tiempos se
han preocupado de forma muy particular por los temas de beatificación y canonización,
porque los hombres y mujeres santos, que en el mundo han sido, nos protegen del enemigo común y
nos sostienen y conducen en nuestro caminar hacia Dios.
El Papa Francisco en su reciente
Exhortación Apostólica, <Gaudete et exsultate> (19/3/1918), nos ha hablado
de las beatificaciones y canonizaciones en los términos siguientes:
“En los procesos de beatificación y canonización, se tienen en cuenta los signos de heroicidad en el ejercicio de las virtudes, la entrega de la vida en el martirio, y también los casos en que se haya verificado un ofrecimiento de la propia vida por los demás, sostenida hasta la muerte. Esa ofrenda expresa una imitación ejemplar de Cristo, y es digna de la admiración de los fieles”
Sin duda los dos Papas del siglo
XVII que acabamos de recordar, tuvieron en cuenta todas estas cosas de las que
el Papa Francisco nos habla en su Exhortación, a la hora de llevar a cabo beatificaciones y canonizaciones durante sus
respectivos Pontificados.
Durante este siglo hubo también,
en el viejo continente, hombres y
mujeres, que cumplieron con creces los requisitos necesarios para su canonización
por la Iglesia. Recordaremos a algunos para que nos sirvan de ejemplos de vida,
aunque como es natural hubo muchísimos más, sin contar, por supuesto, aquellos
que también fueron santos, pero de forma totalmente anónima.
San Roberto Belarmino (1542-1621)
nació en Montepulciano (Italia); su madre era hermana del Papa Marcelo II
(1555), el cual ocupó solo unos días la
Silla de Pedro, según se cuenta, a causa de su carácter, sumamente virtuoso y
muy riguroso…Tenia por tanto este santo, un ejemplo familiar muy importante, lo
que sin duda le sería de gran ayuda en los primeros años de su vida.
Estudió y se preparo
intelectualmente bien, en el seno de una familia acomodada y creyente y cuando
llegó el momento supo defender a la Iglesia católica. Hombre inteligente y observador
de los sucesos históricos de la época que le tocó vivir, evangelizaba de
palabra y por escrito de tal manera que sus enemigos espantados comentaban al
leer sus libros: <Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay como
responderle>
Sus enemigos eran numerosos, y por este motivo el padre Aquaviva considero conveniente alejarlo de las esferas políticas y burocráticas del Vaticano, para que permaneciera tranquilo dentro de la Compañía de Jesús. Le nombró director espiritual del Colegio romano y allí pudo conocer a san Luis Gonzaga (+1591), pero sus cualidades morales e intelectuales habían llegado a oídos del Papa Clemente VIII (1592-1605) que le nombro cardenal.
Él en principio se negó a aceptar semejante dignidad, por otra parte, incompatible con su voto de jesuita, pero el Papa Clemente le obligo a aceptar.
Sin embargo, Roberto siguió
viviendo sencillamente como venía haciéndolo siempre. Los últimos años de su
vida los dedico a rezar y a obedecer como si fuera un sencillo novicio en el
noviciado de los jesuitas donde se había retirado con permiso del Papa.
Quizás uno de sus legados mejores
fue el catecismo en forma de diálogo que sirvió para evangelizar a muchas
generaciones de niños. Murió en Roma el 17 de septiembre de 1621;
el Papa Pio XI (1922-1939), lo canonizo y le declaró doctor de la Iglesia, por su defensa de la Iglesia y su vida ejemplar, dedicada a dar a conocer la Palabra de Dios.
el Papa Pio XI (1922-1939), lo canonizo y le declaró doctor de la Iglesia, por su defensa de la Iglesia y su vida ejemplar, dedicada a dar a conocer la Palabra de Dios.
Como es natural, hubo muchos más
hombres santos, sin contar como antes hemos recordado, aquellos que no fueron
beatificados y canonizados, pero sobre los que el Espírito Santo derramo sus
dones con largueza. No obstante los nombrados y brevemente recordados sirven de
ejemplo preclaro de cómo en los tiempos revueltos también la santidad está
presente en la Iglesia de Cristo.
Por supuesto que también hubo
mujeres que cumplieron con los requisitos necesarios para su canonización y/o
su beatificación por la Iglesia, y que vivieron en el siglo XVII. Entre ellas
queremos recordar a santa Juana Francisca
Chantal (1572-1641) la cual dio ejemplo de caridad inmensa hacia los más
desfavorecidos y realizo una gran labor evangelizadora siguiendo el ejemplo de
san Francisco de Sales al cual tomo como confesor, fundando la orden de la
Visitación que tanta gloria dio a la Iglesia de Cristo.
Santa Juana Francisca nació en el
seno de una familia creyente, y aunque perdió a su madre muy pronto, su padre
un hombre de gran nivel cultural (fue presidente del parlamento de Burgundy),
se cuido de ella y de sus hermanos de tal forma que no necesitaron
instructores, especialmente en el aspecto religioso.
Se caso muy joven con el
barón de Chantal (oficial del ejército
francés), pero quedó viuda muy pronto, con un hijo pequeño y tres hijas (tenía
entonces veintiocho años), y ya había padecido con anterioridad la muerte de
tres hijos en su infancia. Al principio de su viudez vivió en casa de su suegro
con sus hijos, pero pasado un corto periodo de tiempo sintió la llamada de Dios
a la vida religiosa. Por entonces había crecido la fama de san Francisco de
Sales, célebre autor del libro de piedad <Introducción a la vida devota> y tuvo ocasión de conocerlo con motivo de unos
ejercicios espirituales que el santo Doctor dio en Dijon.
A partir de entonces, todo el trabajo de esta santa mujer se centró en cooperar en el proyecto de Francisco de Sales, que no era otro que la fundación de la orden de la Visitación. El santo Doctor redactó su Regla.
A partir de entonces, todo el trabajo de esta santa mujer se centró en cooperar en el proyecto de Francisco de Sales, que no era otro que la fundación de la orden de la Visitación. El santo Doctor redactó su Regla.
La primera casa que fundó se encontraba en Annecy y poco después se unieron a su orden otras santas mujeres, que colaboraron con ella en el ejercicio de la caridad con los más necesitados. Durante el tiempo en que la peste azotó la zona, ella y sus hermanas no abandonaron la congregación y gracias a sus numerosas limosnas se pudo aliviar en parte tan tremenda calamidad para la población.
Murió la santa en 1641 y se
cuenta que sus hijas le descubrieron, grabado en el pecho, el nombre de Jesús.
Sin duda, los santos beatificados o canonizados por la Iglesia son ejemplos extraordinarios que nos ayudan en el ejercicio de la labor evangelizadora y sobre todo en la santificación de nuestras vidas; todos ellos, como los que hemos recordado de este siglo XVII merecen ser estimados y considerados nuestros intercesores a través de Cristo para lograr la gloria, pero pensemos también en esos otros santos anónimos que están, como dice el Papa Francisco, por todas partes, a lo largo de los siglos, por la gracia del Espíritu Santo (Exhortación Apostólica <Gaudete et exúltate>; dada en Roma el 19 de marzo de 2018):
“El Espíritu Santo derrama
santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel a Dios, porque <fue
voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin
conexión alguna unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara
en verdad y le sirviera santamente>” (Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 9)
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