Ciertamente, por importante que
sea la labor social de la Iglesia, para paliar las necesidades materiales de la
humanidad, y más en tiempos de crisis económica como la actual, el verdadero
<núcleo>, la <verdadera razón de ser> de la Iglesia de Cristo, es ser
<Misterio>, ser <Sacramento universal de salvación>. En este
sentido, resulta interesante recordar las
enseñanzas del Papa Benedicto XVI (Un
canto para el Señor. Cardenal Joseph Ratzinger. Ed. Sígueme. Salamanca 2011):
“La situación de la fe y de la teología en Europa se caracteriza hoy, sobre todo, por una desmoralización eclesial. La antítesis <Jesús sí, Iglesia no> parece típica del pensamiento de una generación… Detrás de esta difundida contraposición entre Jesús y la Iglesia, late un problema cristológico. La verdadera antítesis que hemos de afrontar no se expresa con la fórmula <Jesús sí, Iglesia no>, habría que decir <Jesús sí, Cristo no>, o <Jesús sí, el Hijo de Dios no>… La separación entre Jesús y Cristo, es a la vez, separación entre Jesús e Iglesia; se deja a Cristo a cargo de la Iglesia; parece ser obra suya… Al relegarlo, se espera rescatar a Jesús y, con él una nueva clase de libertad, de redención…”
La pregunta que surge ante esta
denuncia del Cardenal que más tarde sería
Pontífice es: ¿Cuáles son las raíces de esta separación entre Jesús y
Cristo? Ésta es una cuestión que viene de
lejos, de los inicios de la Iglesia, tal como podemos leer en la primera Carta del Apóstol San Juan, con ocasión
de las desviaciones del Mensaje del Mesías, por parte de algunos que llamándose
creyentes, se comportaban como verdaderos anticristos.
A la cabeza de todos ellos se encontraba un líder de una secta próxima al gnosticismo, que para desprestigiar la figura de Cristo mantenía, entre otras herejías, que Éste había venido en agua, pero no en sangre…
San Juan rebatía sus herejías y en una Carta preguntaba (I Jn 2, 22): ¿Quién
es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el anticristo,
el que niega al Padre y al Hijo, y más tarde en esta misma epístola llega a
decir (Jn 4, 2-3): <En esto podréis conocer al Espíritu de Dios: todo
espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu
que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del anticristo>.
Entre las causas, que han podido
contribuir al empeño de desprestigiar la figura de Jesús, Benedicto
XVI menciona en primer lugar, la construcción del llamado <Jesús histórico>
(Ibid):
“El principio constructivo sobre
el que emerge este Jesús excluye lo divino de él, siguiendo el espíritu de la ilustración.
Este <Jesús histórico> no puede ser Cristo ni Hijo…
La Iglesia queda así descartada;
solo puede ser una organización humana que intenta utilizar con más o menos habilidad la
filantropía de Jesús. Desaparecen también los Sacramentos…
Detrás de este despojo de Jesús
que es el <Jesús histórico>, hay una opción ideológica que se puede
resumir en la expresión: imagen moderna del mundo”
Como segunda causa de la
separación entre Jesús y Cristo, en la sociedad moderna, el Santo Padre
menciona la tendencia de los hombres, de tratar de explicar todo bajo el ámbito
del empirismo (Ibid): “El hombre de hoy no entiende ya
la doctrina cristiana de la Redención. No encuentra nada parecido en su propia
experiencia vital. No puede imaginar nada detrás de los términos como
expiación, transcendencia y reparación…
La confesión de Jesús como Cristo
cae por tierra. A partir de ahí, se explica también el enorme éxito de las
interpretaciones psicológicas del Evangelio, que ahora pasa a ser el anticipo
simbólico de la curación psíquica…
La teología de la liberación –hoy
fracasada prácticamente- descansa en las mismas razones. La Redención es
sustituida por la liberación en el sentido moderno de la palabra”
Por último, como tercera causa que
resume y encaja las dos anteriores, el que sería Papa Benedicto XVI,
señala la <perdida de la imagen real de Dios> (Ibid):
“Ya no resulta posible concebir a
un Dios que se preocupa de los individuos y actúa en el mundo. Dios pudo haber
originado el estallido original del Universo, si es que lo hubo, pero no le
queda nada más que hacer en un mundo ilustrado. Parece ridículo imaginar que
nuestra acciones buenas o malas le interesen; tan pequeños somos ante la
grandeza del Universo. Parece mitológico atribuirle una acción en el mundo...”
Como consecuencia de todas estas
cuestiones denunciadas por el futuro Papa ha quedado como secuela entre algunos
cristianos, cierta inseguridad e incluso increencia sobre la acción de Dios en
la historia y sobre el papel primordial de su Iglesia.
Es conveniente por tanto recordar
también a este respecto las palabras del Papa San Juan Pablo II (Carta <Dominicae Cenae>
Vaticano 24 de febrero, domingo I de Cuaresma, del año 1980):
“La Iglesia ha sido fundada, en
cuanto comunidad nueva del Pueblo de Dios, sobre la comunidad apostólica de los
Doce que, en la última Cena, han participado del Cuerpo y de la Sangre del
Señor, bajo las especies del pan y del vino. Cristo les había dicho: <tomad
y comed>…<tomad y bebed>. Y ellos, obedeciendo este mandato, han
entrado por primera vez en comunión sacramental con el Hijo de Dios, comunión
que es prenda de vida eterna. Desde ese momento y hasta el fin de los siglos,
la Iglesia se construye mediante la misma comunión con el Hijo de Dios, que es
prenda de la Pascua eterna…
La Iglesia se realiza cuando en
aquella unión y comunión fraternal, celebramos el sacrificio de la cruz de
Cristo, cuando anunciamos <la muerte del Señor hasta que Él venga> (I Cor
11, 26). Y luego cuando compenetrados profundamente en el misterio de nuestra
salvación, nos acercamos comunitariamente a la mesa del Señor, para nutrirnos
sacramentalmente con los frutos del Santo Sacrificio propiciatorio. En la
Comunión eucarística recibimos pues a Cristo, a Cristo mismo; y nuestra unión
con Él, que es don y gracia para cada uno, hace que nos asociemos en Él a la
unidad de su Cuerpo, que es su Iglesia.
Solamente de esta manera, mediante la fe y disposición de ánimo, se realiza esa construcción de la Iglesia, que según la conocida expresión del Concilio Vaticano II, halla en la Eucaristía la <fuente cumbre de la vida cristiana> “
El ejemplo de tantos santos que
ha dado la Iglesia de Cristo, han servido de aliento a todos los creyentes en
su caminar hacia Dios. Sí, porque como también decía el Papa San Juan Pablo II
(Cruzando el umbral de la esperanza. El reto de la nueva evangelización.
Círculo de lectores):
“La Iglesia renueva cada día,
contra el espíritu de este mundo, una lucha que no es otra que <la lucha por el alma de este mundo>. Si
de hecho por un lado, en él están presentes el Evangelio y la evangelización,
por otro hay una poderosa <anti-evangelización>, que dispone de medios y
de programas, que se oponen con gran fuerza al Evangelio. La lucha por el alma del
mundo contemporáneo es enorme allí, donde el espíritu de este mundo parece más
poderoso.
En este sentido, en la Carta
<Redemptoris missio>, se habla de los modernos areópagos, es decir, de los
nuevos púlpitos. Estos areópagos, son hoy en día el mundo de la ciencia, de la
cultura, de los medios de comunicación; son los ambientes en que se crean las élites
intelectuales, los ambientes de los escritores y de los artistas.
La evangelización renueva el encuentro de la Iglesia con el
hombre, está unida al cambio generacional. Mientras pasan las generaciones que
se han alejado de Cristo y de su Iglesia, que han aceptado el modelo laicista
de pensar y de vivir, a los que ese modelo les ha sido impuesto, la Iglesia
mira siempre hacia el futuro; sale sin detenerse nunca, al encuentro de las
nuevas generaciones. Y se muestra con toda claridad que las nuevas generaciones
acogen con entusiasmo lo que sus padres parecen rechazar”
Bellas y consoladoras palabras del Papa que fue el impulsor y alentador de las Jornadas mundiales de la
Juventud, las JMJ, que tantos frutos ha dado a la Iglesia de los últimos
siglos.
Las Jornadas mundiales de la
juventud, originadas sobre una idea del Papa Pablo VI, un Vicario de Cristo,
también muy preocupado por la juventud, que en el Año Santo de 1975 reunió en Roma a varios miles de personas
jóvenes en su mayoría, de todo el mundo, posteriormente fueron potenciadas de
forma decisiva por el Papa San Juan Pablo II, siendo apodado por ello con el
apelativo cariñoso del <Papa de los jóvenes>.
Estos grande encuentros en los que participan con gran interés la juventud de tantos Países, para escuchar las catequesis de los sucesores de Pedro y dar al mundo, con ello, muestras evidentes de que la Iglesia de Cristo está viva, y es aceptada y amada por las nuevas generaciones, se vienen realizando con regularidad cada dos o tres años.
Estos grande encuentros en los que participan con gran interés la juventud de tantos Países, para escuchar las catequesis de los sucesores de Pedro y dar al mundo, con ello, muestras evidentes de que la Iglesia de Cristo está viva, y es aceptada y amada por las nuevas generaciones, se vienen realizando con regularidad cada dos o tres años.
Algunos se pueden aún preguntar
qué significa todo esto; la respuesta del Papa San Juan Pablo II es
esclarecedora y contundente (Ibid):
“Significa que el Espíritu Santo
obra incesantemente ¡Que elocuentes son las palabras de Cristo!: <Mi Padre
obra siempre y yo también obro> (Jn 5, 17). El Padre y el Hijo obran en el
Espíritu Santo, que es Espíritu de Verdad, y la verdad no cesa de ser
fascinante para el hombre, especialmente para los corazones jóvenes. No nos
podemos detener, pues, en las meras estadísticas. Para Cristo lo importante son
las obras de caridad...
La Iglesia a pesar de todas las pérdidas que sufre <no cesa de mirar con esperanza hacia el futuro>. Tal esperanza es un signo de la fuerza de Cristo. Y la potencia del Espíritu siempre se mide con el metro de estas palabras apostólicas: ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio!”
Esta bella frase se debe
al Apóstol San Pablo y ha quedado recogida en su primera Carta a los Corintios.
San Pablo se sintió, después de la llamada del Señor, impelido de inmediato a
realizar la tarea evangelizadora que Éste le había destinado entre los pueblos
paganos, sintiéndose atraído por la idea
de convertir a los habitantes de Corinto, porque le pareció desde el primer momento el lugar ideal
para llevar el Mensaje de Jesucristo, dado el grado de corrupción que por entonces allí
existía.
Fueron casi dos años los
necesarios para conseguir los deseos del Apóstol, siendo los gentiles y los más
pobres de la ciudad, los que de manera preferente se dejaron arrastrar por sus
enseñanzas, pero al fin consiguió fundar la Iglesia de Corinto, la cual en un
principio dio muy buenos frutos para la cristiandad de la época; más tarde, y
bajo la acción del maligno, surgieron graves problemas en el seno de esta
Iglesia tan floreciente, porque la inmoralidad y costumbres licenciosas
volvieron a tomar carta de naturaleza.
Enterado el Apóstol de lo que sucedía y muy
apenado por ello escribió esta primera Carta a los Corintios, que en realidad
según los estudiosos sería la segunda ya que de la primera no ha quedado constancia
escrita, en la Pascua hacia el año 56 d. C. Es en la segunda parte de dicha
Carta, donde San Pablo pronuncia esta famosa frase (I Co 9, 16-19):
-Porque si predico no es para mí gloria ninguna; obligación es la que pesa sobre mí; pues ¡ay de mí si no predicare el Evangelio!
-Pues si por mi propia iniciativa hiciera esto,
recibiría mi salario; mas si por imposición ajena, eso es puro desempeño de un
cargo que me ha sido confiado.
-¿Cuál es pues mi salario? Que al
predicar el Evangelio lo pongo de balde, para no hacer valer mi estricto
derecho en la predicación del Evangelio.
-Porque siendo yo libre de todo a
todos me esclavicé, para ganar a los más
Gran humildad y sabiduría la del
Apóstol San Pablo. Él se nos muestra como sumiso totalmente a los deseos de Cristo,
sin pedir nada a cambio por su labor de emisario divino, debido a una fuerza
irresistible ejercida sobre su corazón por causa del amor a Jesucristo y a la
humanidad (<Dios está cerca>.
En
efecto, como asegura Benedicto XVI Ed. Chronica 2011): “Frente a una Iglesia donde había,
de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunidad entera estaba
amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad
del Cuerpo de Cristo, San Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de
sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo Crucificado. Su fuerza no
es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quién confía
sólo en el <poder de Dios> (I Co 2, 1-5)”
Éste es el gran ejemplo a seguir
por todos los miembros de la Iglesia católica porque como muy bien advertía el
Papa San Juan Pablo II (Ibid): “La Iglesia evangeliza, la
Iglesia anuncia a Cristo, que es camino, verdad y vida; Cristo único mediador
entre Dios y los hombres. Y a pesar de las debilidades humanas, la Iglesia es
incansable en este anuncio. La gran oleada misionera, la que tuvo lugar en el
siglo pasado, se dirigió a todos los continentes y en particular,
hacia el continente africano.
Aún en ese continente tenemos muchas tareas que hacer con una Iglesia indígena ya formada. Son numerosas ya las generaciones de Obispos africanos. África se convierte así, en un continente de vocaciones misioneras. Y las vocaciones, gracias a Dios, no faltan. Todo lo que disminuye en Europa, otro tanto aumenta allí, en África o en Asia.
Quizás algún día se revelen
verdaderas las palabras del Cardenal Hyacinthe Thiandoum (natural de Poponguine
dentro de la Arquidiócesis de Dakar, Senegal. 1921-2004), que planteaba la
posibilidad de evangelizar al <Viejo Mundo>, con misioneros negros y de
color. Y por eso hay que preguntarse si no será ésta una prueba más de la
<permanente vitalidad de la Iglesia”
Así ha sido y así será, con la ayuda del Espíritu Santo, desde el mismo momento de su institución por nuestro Señor Jesucristo, hasta el final de los siglos.
“Por la salud del género humano
se sacrificó Jesucristo, y a este fin refirió todas sus enseñanzas y todos sus
preceptos, y lo que ordenó a la Iglesia que buscase en la verdad de la
doctrina, fue la santificación y la salvación de los hombres. Pero este designio
tan grande y tan excelente, no puede realizarse por la sola fe; es preciso
añadir a ella el culto dado a Dios en espíritu de justicia y de piedad, y que
comprende sobre todo, el sacrificio divino y la participación en los
Sacramentos, y por añadidura la santidad de las leyes morales y de la
disciplina.
Todo esto debe encontrase en la
Iglesia, pues está encargada de continuar hasta el final de los siglos las
funciones del Salvador; la religión que por voluntad de Dios, en cierto modo
tomó cuerpo en ella, es la Iglesia sola quien la ofrece en toda su plenitud y
perfección; e igualmente todos los medios de salvación que, en el plan
ordinario de la Providencia, son necesarios a los hombres, sólo ella es quien
los procura”
Palabras de un Papa de tiempos pasados
pero que representan en la Iglesia de Cristo un ítem de referencia para todas
las generaciones en el presente y en el futuro, porque como también aseguraba
el Papa Benedicto XVI la Iglesia <vive de la Palabra de Dios> . (Los
caminos de la vida interior. El itinerario espiritual del hombre. Benedicto
XVI. Ed. Chronica S. L. 2011):
“La Iglesia sabe bien que Cristo
vive en las Sagradas Escrituras. Precisamente por eso, como subraya la
Constitución, ha atribuido siempre a las divinas Escrituras una veneración
semejante a la que reserva al Cuerpo mismo del Señor (cf. Dei Verbum, 21). Por
ello, San Jerónimo, citado por el documento conciliar, afirmaba con razón que
desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo (cf. Ibid, 25).
La Iglesia y la Palabra de Dios
están inseparablemente unidas. La Iglesia mira la Palabra de Dios, y la Palabra
de Dios resuena en la Iglesia, en sus enseñanzas, y en toda su vida. Por eso el
Apóstol San Pedro nos recuerda que <ninguna profecía de la Escritura puede
interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por
voluntad humana; sino que hombres movidos por el Espíritu Santo han hablado de
parte de Dios> (I Pedro 1, 20).
La Iglesia siempre debe renovarse
y rejuvenecerse, y la Palabra de Dios que no envejece, ni se agota jamás, es el
medio privilegiado para este fin. En efecto, es la Palabra de Dios la que, por
la acción del Espíritu Santo, nos guía siempre de nuevo a la verdad completa
(cf. Jn 16, 13)”
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