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domingo, 10 de julio de 2016

JESÚS Y EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLO IX (3ª Parte)



 
 
 
 
 
San Pablo envió una epístola a la Iglesia de Roma, capital del Imperio, en la que pedía a sus feligreses comprensión, con los más débiles, a la hora de emitir un juicio moral (Rom 14, 1-12):

“Al que es débil en la fe, acogedle sin entrar en discusión puntos de vista. / Pues uno cree que puede comer de todo y, en cambio, el débil come sólo verdura. / El que come, no desprecie al que no come, y el que no come que no juzgue al que come, pues Dios lo ha acogido. / ¿Quién eres tú para juzgar al siervo ajeno? Que se mantenga firme o que caiga es asunto de su Señor. Y se mantendrá en pie, porque el Señor es poderoso para sostenerle. / Pues hay quien distingue entre un día y otro, y ahí quien juzga iguales todos los días: que cada uno siga su propia conciencia. / El que distingue el día, lo hace por el Señor-porque da gracias a Dios- y quien no come, se abstiene en honor al Señor y da gracias a Dios. / Pues ninguno de nosotros vive, ni ninguno muere para sí mismo; / pues si morimos, morimos para el Señor; porque vivamos o muramos, somos del Señor. / Para esto Cristo murió y volvió a la vida, para dominar sobre los muertos y vivos. / Tú, ¿Por qué juzgas a tu hermano? ¿O por qué desprecias a tu hermano? Todos compareceremos ante el tribunal de Dios. / Porque está escrito: <Vivo yo, dice el Señor, ante mí se doblegará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios> / Así pues, cada uno de nosotros  dará cuentas de sí mismo a Dios”

La Carta de San Pablo, alude al hecho de que  entre los feligreses de la Iglesia de la capital del Imperio, existían ciertas discrepancias, concretamente entre los paganos y judíos cristianizados, sobre la obligación o no, de celebrar ciertas  fiestas religiosas, así como sobre la abstinencia o no, del consumo de carne y de vino que se solía vender públicamente. Más aún, algunos pensaban que sólo los espíritus <débiles> se veían en la obligación de seguir las costumbres judías y celebrar sus fiestas por respeto al Patriarca Moisés, así como abstenerse de comer carne y beber vino que por su procedencia podrían estar contaminados por actos idolátricos, y en cambio, los espíritus <fuertes>, se verían liberados de tales obligaciones.

Estas discrepancias podían acarrear para la Iglesia graves consecuencias, y San Pablo dándose cuenta de que algunas pequeñas diferencias de opinión, realmente no eran de índole doctrinal, sino simples escrúpulos sin sentido, escribió su carta a los feligreses romanos con un espíritu conciliador e indulgente. Así se puede seguir apreciando en los siguientes versículos,  de dicha carta:
 
 
 
 
“Tanto si vivimos o si morimos del Señor somos / Pues para esto Cristo murió y retornó a la vida, para dominar sobre vivos y muertos”

Habla también San Pablo en esta misma carta, de la divinidad de Cristo, al cual presenta como Señor de la vida y de la muerte. Por eso dice:

“¿Por qué te atreves a juzgar tú a tu hermano? ¿Por qué lo menosprecias?, si todos finalmente, debemos ser juzgados ante el tribunal de Dios “

Son preguntas importantes que el apóstol realizó a los habitantes de Roma, como pueblo que ya era de Dios, en la Iglesia primitiva, sobre las que todos deberíamos reflexionar en nuestros días, en un mundo tan paganizado y materialista como el de entonces.

Son preguntas que también hicieron los santos Padres, en otras ocasiones, pasados los primeros siglos del cristianismo, a pueblos paganizados, como por ejemplo el siglo IX...

El siglo IX, desde luego, no fue uno de los más ejemplares en lo referente a las comunidades pertenecientes a  la Iglesia de Cristo, pero como dijo el Señor: <quién esté libre de culpa que tire la primera piedra>; ciertamente el ambiente religioso de la Italia del siglo IX, especialmente después del Pontificado de San Nicolás (858-867), corresponde a  una época difícil, mejor dicho caótica, para la institución creada por Cristo, debido esencialmente a las peculiares características históricas de aquellos años, en cierta medida, muy parecidas a las existentes en la época del Imperio Romano y particularmente durante el siglo I después de Cristo, como hemos recordado.

La Iglesia ha pedido perdón, en distintas ocasiones, por boca de sus Papas y autoridades eclesiásticas, por las desviaciones y los perjuicios causados sobre su grey, y por el mal comportamiento de muchos de sus componentes más ilustres.
Pero una vez reconocido todo esto, lo verdaderamente importante  es que Cristo, ha protegido y protegerá a su Iglesia siempre, hasta el fin de los siglos, y por eso, como se suele decir: <Entre las espinas surgieron las rosas de la santidad>, incluso en el siglo IX.

Así lo constata el gran número de santos mártires reconocidos por la Iglesia, durante dicho período de tiempo, especialmente en la Península Ibérica. Son muy dolorosos aquellos casos que se han dado en llamar <Mártires de Córdoba>, cuyos nombres fueron recogidos en los escritos de San Eulogio (800-859), uno de los últimos mártires de la época condenado a morir simplemente por sus creencias religiosas.



 
 
Más concretamente, existe una lista que recoge los nombres de estos mártires cristianos, ejecutados entre los años 850 a 859; en ella aparece tanto hombres, como mujeres, 22 de los cuales eran naturales de la capital de Córdoba y cuatro de la provincia, siendo el resto de otros lugares de la Península y algunos incluso de fuera de ella. Casi todos ellos fueron decapitados, independientemente de su condición de diácono, laico, monja, monje, sacerdote o abad.

Recordaremos, a modo de ejemplo, tan solo otros tres de estos santos  mártires: Natalia, natural de Córdoba (825), de la que sus hagiógrafos cuentan que se casó con Aurelio, profesando ambos el cristianismo, por lo que fueron encarcelados, torturados y finalmente decapitados, el 27 de julio del año 852 y  Teodomiro (851), nacido en el pueblo de Carmona de la provincia de Sevilla (en actualidad es patrón de esta ciudad), del  que se sabe que marchó joven a Córdoba, por el buen ambiente religioso que allí existía a mediados del siglo IX, vivió en el convento de San Zoilo (benedictino) hasta su apresamiento y condena (su muerte se produjo tras haber sido sometido a flagelación y lanceado).

Estos son algunos de los paradigmas extraordinarios de santidad que se dieron durante el siglo IX, en la Península Ibérica, de muchos de los cuales se tiene muy poca información, aunque se sabe, con seguridad, que en todos los casos, las personas afectadas dieron su vida por Cristo y su mensaje, convirtiéndose así en modelos inolvidables para  todos los hombres de buena voluntad.
 
 
 
Estos hechos tuvieron lugar durante el pontificado de uno de los Papas del siglo IX, reconocido santo por la Iglesia Católica, nos referimos a León IV (847-855); fue un hombre culto perteneciente a la orden de los monjes benedictinos, que tuvo que enfrentarse con energía al constante acoso, ataque, y saqueo de las costas de Italia, por parte de los enemigos de la Iglesia. Para evitar este terrible problema, amuralló parcialmente el Vaticano, pero los problemas no quedaron totalmente resueltos y los ataques continuaron con mayor o menor éxito.

Por otra parte, durante su pontificado, en el año 852, tuvo lugar un Sínodo en Soissons, donde se pusieron de manifiesto los peligros del feudalismo, reafirmándose la primacía del Papa, y en el año 853, otro Sínodo, también llevado a cabo en Soissons limitó las aspiraciones del Obispo de Reims,  Hincmaro, evitando así los excesos metropolitanos.

Entre tanto, las costas italianas seguían siendo saqueadas, coincidiendo también, por entonces, la circunstancia de que el Imperio de Oriente fuera amenazado por los búlgaros; en ese momento el emperador era Miguel III (842-867), de la dinastía frigia.

Por otra parte, el Papa San León IV, bajo los auspicios del Emperador Lotario (843-855) dinastía carolingia, logró por fin construir una muralla más fuerte y completa para proteger el recinto ocupado  por el Vaticano, en el que ya se había construido la Basílica de San Pedro. De cualquier forma, esto no fue óbice, para que el enemigo atacara de nuevo Italia y llegara a desembarcar en la isla de Cerdeña, lo cual hizo temer nuevos ataques con el objetivo de   invadir Roma, por lo que el Papa, se vio obligado a pedir ayuda a los napolitanos, los cuales respondieron positivamente a esta llamada de socorro.

 
 
Por todo esto y mucho más, se puede decir, que este Papa fue un hombre valiente y virtuoso, aunque los enemigos de la Iglesia hayan querido,  en ocasiones, obscurecer su imagen con historias perversas y sin sentido.

En el corto período de tiempo de tres años, transcurrido desde la muerte de San León IV y el nombramiento de un nuevo Pontífice, concretamente nos referimos a San Nicolás I (858-867), la silla de Pedro, estuvo sometida a una serie de vaivenes y situaciones poco ortodoxas, que la Iglesia Católica detesta, y que quisiera que nunca hubieran sucedido.

Las leyendas, e interpretaciones erróneas hablan, incluso, de la posible existencia de una mujer ocupando el Vaticano como Papisa, cuestión ésta que la Iglesia ha rechazado siempre rotundamente; de cualquier forma, y a pesar de cualquier tipo de iniquidad, sabemos con seguridad que a un Papa santo como San León IV, le siguió otro nuevo Papa también santo, San Nicolás I, y esto sí es importante para la Iglesia de Cristo…

Este nuevo Papa fue un hombre culto, humilde, caritativo, y sobre todo justo; abolió las torturas y las pruebas judiciales, tanto en ámbitos civiles como religiosos. Tenía un sentido del pueblo cristiano universal; él fue el que acuñó por primera vez el concepto de cristiandad, como gran comunidad, que muy pronto cobró gran importancia y conservó su esencia durante gran parte de la edad media.

Le tocó a San Nicolás además, soportar un período de la historia en el que la Iglesia de Oriente empezaba ya a separarse de la de Occidente, a causa del llamado <Cisma de Focio>.
 
 
 
 
Como buen evangelizador que también era, este Papa, informado de la labor realizada por los hermanos San Cirilo y San Metodio, los llamó a Roma para que explicaran porqué no utilizaban el latín en las ceremonias religiosas. Sin embargo, murió antes de que esta visita se pudiera producir, y fue su sucesor en el pontificado, Adriano II (867-872), quien  recibió a los hermanos con honores, por la labor que estaban realizando y aprobó la liturgia eslava.

A la muerte del Papa Adriano II, le sucedió Juan VIII (872-882), el cual actuando en contra de aquellos que aun difundían la idea de que ningún pueblo tenía derecho a predicar y a llevar a cabo la liturgia en otros idiomas que no fuera el hebreo, el griego o el latín, llegó a exclamar: ¡Que se cumplan las palabras de la Santa Escritura: Que todas las lenguas alaben a Dios!

Estos dos últimos Papas, Adriano II y Juan VIII, pertenecen ya a la época de la Iglesia denominada <caótica>, y se supone que ambos murieron envenenados, lo que demuestra la situación tan peligrosa por la que pasaba el pontificado en aquellos terribles momentos.

Al Papa Juan VIII, le sucedieron los Papas: Mariano II (882-884), y San Adriano III (884-885). Este último renovó la excomunión de Focio (Patriarca de Constantinopla), producida durante el Concilio de Constantinopla (869-870), convocado por el emperador Basilio I durante el Papado de Adriano II.

Por entonces la situación moral de algunos miembros de la jerarquía de la Iglesia, dejaba mucho que desear. El Papa San Adrian III, demostró su valentía contra toda aquella corrupción e incluso se opuso al poder inaudito, por entonces, de los emperadores, declarando mediante un edicto, que los Papas no precisaban del consentimiento imperial para ser nombrados.

 
Fue proclamado santo al poco tiempo de su muerte, que tuvo lugar en Vilzacara, próxima a Módena, aunque esta proclamación popular fue impugnada por sus enemigos, y tuvo que ser mucho más tarde, en el siglo XIX, confirmada por el gran Papa León XIII, el cual reconoció su culto.

Tras la muerte de San Adriano III fue nombrado nuevo Pontífice Esteban V (885-891), el cual llevado de su gran amor a los desamparados recurrió a su propia fortuna para dar asistencia a los pobres, que por entonces abundaban en Roma, y sobre todo  acogida y comida a los niños huérfanos. A la mala situación económica, se unió una plaga de insectos que provocó una miseria mayor aún, entre la población, en aquellos difíciles momento de la historia  de Italia.
En el terreno político sucedió que el Papa, tuvo la necesidad de solicitar la ayuda del emperador Carlos el Gordo, para luchar contra la invasión de los enemigos de la Iglesia que acosaban de nuevo a Italia, en gran parte ya tomada por los mismos; pero la ayuda no llegó a tiempo, pues el emperador murió antes de poder socorrer al Papa.

Tras la muerte de Carlos III el Gordo (888), se inició una serie de luchas intestinas entre los distintos posibles herederos a la corona imperial. Por entonces, en Italia, gobernaba Guido Spoleto, en Alemania tenía el poder Anulfo, mientras que en Francia, gobernaba Eudes.
Sucedió que Guido de Spoleto, un hombre sin escrúpulos, se hizo con todo el poder, por diversas circunstancias que le fueron favorables, pero muy poco ortodoxas, y en el año 891 el Papa Adriano V, se vio forzado, a su pesar, a coronarle emperador.

Al poco tiempo este Papa murió y su sucesor fue el Papa Formoso (891-896), el cual estuvo también muy poco tiempo en la silla de Pedro, presionado por Guido de Spoleto, que le hizo la vida imposible, y le forzó a coronar como emperador y sucesor de la corona a su hijo: Lamberto de Spoleto (896).
El Papa Formoso, dentro de las enormes dificultades de su pontificado y pese a la mala prensa que ha tenido por parte de los enemigos de la Iglesia, fue un buen hombre que trató de hacer las cosas lo mejor posible, aunque casi nunca pudo llevarlas a cabo debido a la coacción de los poderosos políticos de aquella época.

Tras la muerte del Papa Formoso, fue elegido Bonifacio VI, un Papa que según parece fue impuesto por Lamberto de Spoleto, pero que duró poco tiempo como Pontífice, puesto que murió el mismo año de su elección, según parece debido a una enfermedad de gota, aunque algunas crónicas aseguran que fue envenenado. Muerto el Papa Bonifacio, Lamberto de Spoleto, se arrogó el poder de designar nuevo Papa, eligiendo a Esteban VI (896-897). Su pontificado fue también muy corto, y durante el mismo se vio obligado a convocar un Sínodo de los Obispos, acuciado por el emperador y su malvada  madre, Aguirtrudis, con la única misión de desprestigiar al Papa Formoso.
Este sínodo se denominó el <Sínodo del cadáver> porque se hizo exhumar el cuerpo del Pontífice Formoso, vistiendo sus restos con las ropas pontificias, sometiéndolo  a un simulacro de juicio vergonzoso y ridículo.
 
 
 
Fue un sínodo terrorífico en el que se puso de manifiesto hasta qué punto puede llegar la maldad del hombre, cuando se deja llevar por la indignidad y envidia del enemigo común, esto es, Satanás. El cadáver del Papa fue condenado  por crímenes que no había cometido (los muertos difícilmente pueden cometer crímenes), despojado de sus atributos papales, y finalmente decapitado cuando ya era un cadáver, y arrojado sus restos al río Tiber: ¡Hasta dónde puede llegar el desatino y el espíritu diabólico de los seres humanos!

Parece ser, que durante este largo proceso, tuvieron lugar muchas más aberraciones y despropósitos, a pesar de lo cual la leyenda asegura, que los restos de Formoso no desaparecieron en las aguas del río Tiber, sino que fueron recogidos por un pescador, que los escondió de sus mortales enemigos. Según parece, finalizado el pontificado de Sergio III (904-911), los restos del Papa Formoso, fueron por fin encontrados y depositados en el Vaticano, donde yacen en gracia de Dios.
Todavía hubo otros Pontífices en este desgraciado y funesto final del siglo IX, tristemente célebre por la situación de la Silla de Pedro y por los desatinos y corrupción generalizada de gran parte del pueblo, sumamente paganizado. Estos Papas fueron Romano (897), asesinado, Teodoro III (897), envenenado también como el anterior y Juan IX (898-900).

Este último Pontífice había sido Abad de un monasterio benedictino, y como siempre fue elegido Papa con el apoyo del tristemente célebre, para la Iglesia de Cristo, Lamberto de Spoleto. Sin embargo, este Papa, cuenta a su favor, que al menos, convocó un Concilio en Rábena, donde se rehabilitó la figura del Papa Formoso, y además se decretó que la elección de los Papas para que fuera válida podía realizarse en presencia de un representante del emperador, pero recaer sobre un miembro del clero romano, y nunca sobre un laico. Por otra parte, se prohibió el saqueo de los palacios obispales y de las residencias de los  Papas tras su muerte, lo cual era por entonces, según parece, una costumbre muy frecuente entre la población. La historia considera por ello, como el mejor de los llamados <malos Papas> del siglo IX, a Juan IX, que murió a comienzos del siglo X.
A pesar de esta triste historia referente al  Papado, el siglo IX, fue especialmente interesante y eficaz, desde el punto de vista de la evangelización, en otra zona de la actual Europa, nos referimos a la Inglaterra anglosajona, la cual alrededor del año 600, empezó a estar constituida por una serie de reinos y sub-reinos que más tarde dio en llamarse la Heptarquía, donde los cuatro principales estados fueron: Wessex, Anglia Oriental, Mercia y Northumbria (incluía los subreinos de Bernicia y de Ira), y los reinos menores de: Kent, Sussex y Essex. Además existían otra serie de reinos y territorios de menor importancia.

Después de un largo proceso de evangelización, el cristianismo llegó a abarcar los siete principales reinos que constituyeron la heptarquía, aunque parece que siempre existieron roces entre los seguidores del rito romano y los seguidores del rito irlandés.

 
 
 
Los historiadores consideran que entre los siglos VIII y IX, las islas fueron atacadas por diversos pueblos nórdicos, entre los que se encontraban  los daneses y los noruegos, estos invasores recibieron el nombre de wikingos, por sus procedencias escandinavas. Atacaban principalmente las Iglesias y monasterios cristianos, donde ellos consideraban que podían existir mayores riquezas en aquellos tiempos.

Hacia principios de la segunda mitad del siglo IX, los daneses organizaron un  ejército: el <gran ejército pagano>, al cual se unieron otros ejércitos de distintos países, de forma que en unos diez años, consiguieron apoderarse de casi todos los reinos anglosajones; concretamente Northumbria en el 867, Anglia Oriental, en el 869, y gran parte de Mercia entre los años 874 y 877.

Toda la riqueza cultural y religiosa de la Inglaterra anglosajona, cayó bajo el poder de estos pueblos invasores; en la práctica solamente el reino de Essex salió indemne de este brutal ataque, pero en el año 878 durante el pontificado de Juan VIII (872-882), un rey anglosajón llamado Alfredo, logró formar un ejército poderoso, el cual fue capaz de derrotar a los vikingos en Edington.

Los ejércitos enemigos retrocedieron, y se afincaron fuera de Essex, y finalmente firmaron un acuerdo de paz con los anglosajones, consintiendo incluso, en algunos casos, aceptar el cristianismo como su religión.
 
 
El rey Alfredo el Grande, fue un hombre, muy piadoso y considerado para  sus súbditos, los cuales le estimaron desde un principio, hecho que puede considerarse muy satisfactorio, si tenemos en cuenta que ello ayudó enormemente a mantener y aumentar el cristianismo entre el pueblo anglosajón.


Este monarca era hijo de un rey que también había sido cristiano, concretamente Ethelwulfo (839-858), cuyas ambiciones no se centraron tanto en el tema político, como en llevar una vida ejemplar desde el punto de vista religioso, este hombre digno de ser rey, tuvo seis hijos, siendo Alfredo el más joven de los varones.
Uno de los primeros actos de Ethelwulfo al ser nombrado rey de Essex, fue dividir el reino, dando a su hijo mayor Athelstan la mitad de la zona éste, donde se encontraban los reinos menores de Kent, Essex, Surrey y Sussex, que formaban parte de la Heptarquía.

Sólo mantuvo para sí mismo, este generoso rey, la zona oeste de Essex (Hampshire, Wiltshire, Dorset y Devont). Fue un gran luchador  en la defensa de su patria contra los vikingos, logrando algunas importantes batallas como la de Aclea, pero la religión era lo más importante para él, y por eso, ya el primer año de su reinado, visitó Roma como un peregrino más, siendo por entonces Papa, Gregorio IV (827-844), un Papa al que se debe entre otros beneficios para la Iglesia de Cristo, la celebración de la fiesta, que ha llegado hasta nuestros días, de <Todos los Santos>.

 
 
 
Este rey cuidó mucho de la educación religiosa de sus hijos, pues  se sabe que en el año 853, envió a su hijo Alfredo a Roma, y poco después, también él, visitó la ciudad santa, donando a la Iglesia Católica algunos bienes, que fueron muy bien empleados, el por entonces Papa San León IV (847-855), en beneficio sobre todo de los pobres y en la mejora de algunas ceremonias litúrgicas, por otra parte, imprescindibles para alcanzar una mayor devoción de los asistentes a las mismas.


Demostró, así mismo, este rey, su enorme bondad y tolerancia, cuando al regreso de Roma, se encontró que habiendo muerto su hijo mayor, su segundo hijo y heredero Ethelbaldo, le fue infiel,  queriendo apoderarse de todo Wessex. En lugar de iniciar una guerra civil contra él, por el contrario, fue generoso y consintió en entregar prácticamente todo el reino a éste, su segundo heredero, aceptando quedarse  solamente con  Surrey, Sussex y Essex, donde gobernó hasta su muerte en el año 860.
 
 
Siempre se ha dicho aquello de <de tal palo tal astilla>, y esto se cumplió plenamente en el hijo menor de Ethelwulfo, Alfredo, (cuarto en la línea de sucesión), que además de hombre religioso, resultó ser un gran rey para su país, mejorando la educación y las leyes, consiguiendo que incluso los daneses a los que había derrotado en la batalla de Edington (Wilshire), de forma decisiva, llegaran a  aceptar el cristianismo, por lo que es reconocido santo por la Iglesia anglicana. Fue nombrado rey de Wessex en el año 871 tras la muerte en batalla del por entonces rey de Inglaterra, su  hermano Stelvedo  I (tercero en la línea de sucesión), y murió joven, en el año 899, dejando tras de sí una gran labor política, social, y religiosa para su reino.


Hubo en Inglaterra en el siglo IX otros reyes santos, entre los que podemos destacar a San Edmundo, rey de la Anglia  Oriental, venerado por las Iglesias: católica, ortodoxa y anglicana, como mártir.
Su vida se conoce gracias a las crónicas escritas por un monje anónimo y algunas leyendas populares de su época, nació este santo hacia el año 841, produciéndose su fallecimiento según se cree, en el año 870, a manos de los invasores daneses, que le encadenaron, y lo condujeron a Hinguard, donde pretendían que renegara de la religión católica. Su martirio tuvo lugar en Hoxne (Suffolk), donde, después de ser apaleado, lo ataron a un árbol y le desgarraron la piel a latigazos. En medio de tantas torturas a las que fue sometido el santo varón, seguía proclamando el nombre de Jesús, de forma que sus enemigos desesperados, le lanzaron flechas hasta que su cuerpo estuvo completamente agujereado, y no contentos con esto, finalmente le decapitaron.

La leyenda cuenta que a los catorce años, había sido coronado rey por San Humberto, en el año 855 en Burna, capital del reino (Anglia Oriental). En seguida se destacó por su justicia y caridad con los más necesitados de su reino,  así como por  su gran fervor religioso, que le llevó según se cuenta a memorizar el libro de los Salmos del Antiguo Testamento, recitándolos con fervor. Nunca quiso enfrentarse en batalla a los daneses, y por eso, se retuvo en oración en la torre de Hunstanton, lo que aprovechó el enemigo para atacar Anglia en el año 869. Prefirió este rey el martirio, antes que renunciar a Cristo, dando un ejemplo inestimable a los cristianos de todos los tiempos.
 
 
 
 
Debemos tener en cuenta, a este respecto, que los mártires soportan todos los sufrimientos y penalidades sin fin, porque el Espíritu Santo los fortalece, ante las injusticias y las dificultades, a las que se tienen que enfrentar. Así lo enseñaba San Cirilo de Jerusalén a sus discípulos; en su primera catequesis dedicada a la tercera persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo ó Paráclito aseguraba:

“Se le llama Paráclito, porque consuela, fortalece con sus exhortaciones y nos ayuda en nuestras debilidades, <pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene, más el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables (Rm 8,26)…
A menudo alguien, víctima de injurias, por causa de Cristo, padece injustamente el desprecio. Le amenazan con el martirio y los tormentos por doquier: el fuego y la espada, las bestias y el precipicio. Pero el Espíritu Santo sugiere: <Espera en Yahvé> (Sal 27,14)... Es poca cosa lo que te sucede, pero es grande lo que se te dará. Tras padecer un momento breve, estarás eternamente en compañía de los ángeles. Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se manifestará… (Rm 8,18).

El Espíritu describe al hombre el reino de los cielos, le muestra el paraíso de las delicias, y los mártires, presentes a la vista de sus jueces pero ya en el paraíso, en cuanto a su energía y su poder, pueden así despreciar la dureza de lo que ven…>”

 
 
Habrá sin embargo personas, que una vez leídas estas enseñanzas de San Cirilo pueda aún hacerse esta pregunta ¿Cómo con la fuerza del Espíritu Santo pueden los mártires dar tan tremendos testimonios?
A esta pregunta, San Cirilo, respondía así en la misma catequesis:


“El Salvador dice a los discípulos: <Cuando os lleven a las sinagogas ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento, lo que conviene decir> (Lc 12,11-12).

 
 
 
 
Pues es imposible padecer el martirio por dar testimonio de Cristo si no se sufre con la fuerza del Espíritu Santo. Pues si <nadie puede decir, Jesús es Señor, sino con el Espíritu Santo> (I Cor 12,3): ¿Quién dará la vida por Jesús si no es por el Espíritu Santo?”

 

                                                    


 

lunes, 4 de julio de 2016

SATANAS ARTIFICE DE LA MUERTE


 
 
 
 



Todos estamos llamados a reconocer la importancia que tuvo el hecho de que Jesús se sometiera, como cualquier hombre, a las tentaciones del diablo durante su estancia en el desierto:

“Estamos llamados a reconocer el valor integral del desierto como lugar de una particular experiencia de Dios, como sucedió con Moisés (Ex 24,18), con Elías (1 R 19, 8), y sobre todo con Jesús que <conducido> por el Espíritu Santo, aceptó realizar la misma experiencia: el contacto con Dios Padre en lucha contra las potencias opuestas a Dios. Su experiencia es ejemplar, y nos puede servir como lección sobre la necesidad de la penitencia, no para Jesús, que estaba libre de pecado, sino para nosotros” (Audiencia General. Sábado 21 de julio de 1990. Papa San Juan Pablo II).

Sí, Jesús sabía que había sido enviado por el Padre para salvar a los hombres, y sabía que su opositor, en este sentido, era Satanás el <artífice de la muerte>. Él aceptó el reto, por un lado de ocupar un lugar entre los pecadores, como ya había hecho al aceptar bautizarse en agua por el Bautista, con objeto de servir de ejemplo para todos nosotros, y por otra parte, aceptó así mismo, en virtud de la <unción> del Espíritu Santo, someterse a las tentaciones del diablo en el desierto, saliendo victorioso como era de esperar, de las trampas propuestas por el <artífice de la muerte>, también para ejemplo de toda la humanidad.   
 
 



El libro de la Sabiduría nos presenta a Satanás como el <artífice de la muerte>, y esta muerte la relaciona a su vez con la injusticia, esto es, el pecado. Este libro ha sido conocido desde antiguo como: <Sabiduría de Salomón>; pero comprobado el hecho  de que fue escrito en el siglo II a. C, se puede asegurar, que no fue su autor el rey sabio.

Mas bien,  en la actualidad, se cree que con objeto de prestar una mayor autoridad a lo que se dice en dicho libro, sus enseñanzas se ponen en labios de Salomón, y se dirigen a los reyes y gobernantes de la tierra, aunque no sean éstos los únicos que deberían leerlo, por la excelencia de sus consejos. Así por ejemplo, en el caso concreto que estamos considerando, es decir, el hecho de que Satanás es el <artífice de la muerte> y del pecado, podemos leer en dicho libro los siguientes razonamientos de los <impíos frente a los hombres justos> (Sab 2,10-20):

-Oprimamos al pobre inocente, no tengamos compasión de la viuda, y no respetemos las canas venerables del anciano.

-Sea nuestra fuerza la norma de la justicia, pues lo débil es evidente que de nada sirve.

-Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la Ley…

-Lleva una vida distinta de todos los demás y va por caminos diferentes…



-Proclama dichoso el destino de los justos, y presumen de tener un Padre Dios.

-Veamos si es verdad lo que dice, comprobando como es su muerte…

-Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia.

-Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues según dice, Dios lo salvará

 Estas últimas palabras nos recuerdan las pronunciadas por aquellos otros hombres que ajusticiaron a Jesús, nuestro Salvador, y de hecho, el sentir de los Padres de la Iglesia, es que estos versículos son <cristológicos> pues reflejan a la perfección de forma profética en el siglo II antes de la venida del Mesías, lo que sucedió durante la Pasión y Muerte de Jesucristo.



Tras las propuestas injustas y pecadoras de los impíos, sanguinarios e inclementes contra los hombres de comportamientos recto y justo, el libro de la Sabiduría nos aclara que este comportamiento sería un error fatal, pues el juicio de Dios es otro muy distinto (Sad. 2,21-24):

-Así piensan los impíos, pero se equivocan pues los ciega la maldad.

-Ignoran los secretos de Dios, no confían en el premio de la virtud, ni creen en la recompensa de los intachables.

-Dios creó al hombre para la inmortalidad, y lo hizo a imagen de su propio ser;

-más por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y tienen que sufrirla los que le pertenecen

 
Ciertamente  los que le pertenecen son los pecadores, los injustos e inclementes con Dios, y con sus semejantes. Los mentirosos, los que practican la mentira con asiduidad y sin arrepentimiento son hijos del maligno, y no creen en Cristo como el mismo aseguraba (Jn 8,45-47):

-Más a mí, por lo mismo que os digo la verdad, no me creéis,
-¿Quién de vosotros me convence de pecado si digo la verdad?, ¿Por qué vosotros no me creéis?

-El que es de Dios, escucha la palabra de Dios; por eso vosotros no me escucháis, porque no sois de Dios.

 Es evidente, todo aquel que se deja llevar por los consejos engañosos de Satanás, puede caer en sus redes, si no escucha la Palabra de Dios, ni recuerda que el diablo es mentiroso, que no se mantiene en la verdad, es decir en la objetividad de las cosas.

El diablo en su soberbia, no queriendo reconocer su situación real frente al Creador, se aleja de la Verdad absoluta, esto es, del Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas, al que se debe total adhesión, lealtad, y sobre todo amor.
Rechazando la Verdad absoluta de Dios, con un acto de su libre voluntad, Satanás se convirtió en mentiroso cósmico y padre de la mentira. Por esto vive en la radical e irreversible negación de Dios y trata de imponer a la creación, a los otros seres creados a imagen de Dios, y en particular a los hombres, su trágica mentira sobre  Dios.



En el libro del Génesis encontramos una descripción precisa de esa mentira y falsificación de la verdad de Dios, que Satanás (bajo la forma de serpiente) intenta transmitir a los primeros representantes del género humano: Dios sería celoso de sus prerrogativas e impondría por ello límites al hombre (Gen 3,5). Satanás invita al hombre a liberarse de este juego, haciéndose como Dios.

En esta condición de mentira existencial se convierte, según San Juan, también en homicida, es decir, destructor de la vida sobrenatural que Dios había injertado desde el comienzo en él y en las criaturas <hechas a imagen de Dios>: los otros espíritus puros y los hombres; Satanás quiere destruir la vida según la verdad, la vida en la plenitud del bien, la vida sobrenatural de gracia y amor. El autor del libro de la Sabiduría escribe:

“Por envidia entró la muerte en el mundo y la experimenta los que le pertenecen”



Aún estando ausente de pecado, Jesús fue sometido también, por parte de Satanás, a la seducción de sus mentiras. Si observamos detenidamente las tentaciones sufridas y superadas por Jesús durante su estancia de cuarenta días en el desierto, a donde le había conducido el Espíritu Santo, se observa de inmediato que ello está íntimamente relacionado con la oposición de Satanás, a la llegado del Reino de Dios al mundo de los hombres.

Tal como nos advierte el Papa San Juan Pablo II (Ibid):

“Las respuestas dadas por Jesús al tentador desenmascaran las intenciones esenciales del <artífice de la muerte> (Jn 8,44) que intenta, de forma perversa, servirse de las palabras de la escritura para alcanzar sus fines. Pero Jesús le rebate  sobre la base de la misma palabra de Dios, aplicada correctamente”



En efecto, en el Evangelio de San Lucas  podemos leer la siguiente descripción de las tentaciones de Jesús (Lc 4,3-13)

-Entonces el diablo le dijo: <si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan>.



*Jesús le respondió: <está escrito: No sólo de pan vive el hombre>.


-Luego el diablo lo llevó a un lugar alto, le mostró todos los reinos del mundo en un instante
-y le dijo: <te daré todo este imperio y el esplendor de todos estos reinos, porque son míos y se los doy a quien quiero.

-Si te pones de rodillas y me adoras, todo será tuyo>.
 


*Jesús respondió: <está escrito: al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás>.


-Entonces lo llevó a Jerusalén, lo subió al alero del templo y le dijo: <si eres hijo de Dios, tírate de aquí abajo;
-porque está escrito: ordenará a sus ángeles que cuiden de ti,

-que te lleven en las manos para que no tropiece tu pie con ninguna piedra>.

*Jesús le respondió: <también está escrito, no tentarás al Señor tu Dios>.

 
 

 
Como asegura el Papa San Juan Pablo II (Ibid):

“En el trasfondo de todas las tentaciones latía  la perspectiva de un mesianismo político y glorioso, tal y como se había difundido y había penetrado en el pueblo de Israel.

El diablo intenta inducir a Jesús para que haga suya esta perspectiva porque es el adversario del designio de Dios, de su Ley, de su economía de salvación, y, por lo tanto, de Cristo, como se deduce por el Evangelio y por otros textos del Antiguo Testamento.

Si Cristo también hubiese caído, el imperio de Satanás que se jacta de ser el dueño del mundo (Lc 4, 5-6), habría obtenido la victoria final en la historia. El momento de la lucha en el desierto es, por lo tanto, decisivo”.

Satanás el artífice de la muerte, se jacta en efecto, frente al  Verbo de Dios, de ser el dueño del mundo, una ofensa terrible a la <Verdad absoluta>, por eso Jesús le contestó: <Está escrito, no tentarás al Señor tu Dios> 


En el Catecismo de la Iglesia Católica, nos informan de manera clara y concisa sobre el tema de la ofensa a la <Verdad absoluta>. Recordaremos algunas de estas enseñanzas a título de ejemplo, aunque todas merecen ser leídas y sopesadas para tener la conciencia tranquila sobre este tema tan importante:

“Una información contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio (Pr 19,9) Cuando se pronuncia bajo juramento se trata de perjurio. Estas maneras de obrar contribuyen a condenar a un inocente, a disculpar a un culpable, o, a aumentar la sanción con la que ha incurrido el acusado (Pr 18,5); compromete gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad de la sentencia pronunciada por los jueces...
La mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error al que tiene derecho de conocerla. Lesionando la relación del hombre con la verdad y con el prójimo, la mentira ofende el vínculo del hombre y de su palabra con el Señor.
La mentira por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una verdadera violación hecha a los demás. Atenta contra ellos en su capacidad de conocer, que es la condición de todo juicio y toda decisión…
La mentira es funesta para toda sociedad: socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones humanas”.

 


La mentira no solo socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones humanas;  la mentira de unos hombres condujo a Cristo, el Unigénito de Dios, hasta su Pasión y Muerte en la Cruz, por eso Jesús, al ser interrogado por Poncio Pilato sobre si era el rey de los judíos, afirmó (Jn 18, 37):
“Soy rey como tú dices. Y mi misión  es dar testimonio de la verdad. Precisamente para eso nací y vine al mundo. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz”

Pilato no encontrando culpa alguna en Jesús quiso perdonarlo e incluso ofreció cambiarlo  por un bandido, pero los que había escuchado a Satanás, el <artífice de la muerte>, gritaron con rabia:

¡No, a ese no! ¡Deja en libertad a Barrabás!

 
                                                       
 

domingo, 26 de junio de 2016

JESÚS DABA INSTRUCCIONES A SUS APÓSTOLES



De cualquier forma estos dos conceptos: destrucción y Parusía, no parecen incompatibles o dos hecho inconexos, porque por una parte la destrucción se presenta realmente como una imagen simbólica de lo que será la Parusía; es como la inauguración o primer acto del juicio  de Dios sobre los hombres. Por eso, la destrucción y la Parusía forman como un todo que anuncia: la segunda venida del Hijo del Hombre, del Mesías, con todas las consecuencias que ello supondrá para la humanidad.   
 
 
 
Por otra parte Jesús, también advierte a sus apóstoles respectos a los peligros que pueden sufrir al anunciar el Evangelio, por parte de aquellos que desean llevarlos a arruinar no solo el cuerpo, sino el alma, lo que supondría el terrible castigo de la gehena (infierno) (Mt 10, 28): <Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no la pueden matar; sino temed más bien al que puede arruinar alma y cuerpo en la gehena>


El Señor con sus palabras está anunciando y precaviendo a sus Apóstoles respecto a las persecuciones que habrán de sufrir por su causa, es decir, por realizar la labor evangelizadora que les está encomendando, y les menciona el infierno como el mal terrible que mata el cuerpo y el alma.

Recordemos que ya los antiguos Concilios de la Iglesia rechazaban la idea de que el mundo sería regenerado después de su destrucción, y toda criatura se salvaría (apocatástasis final), entre otras cosas, porque esta teoría hace desaparecer de forma indirecta el concepto de <infierno>.

Nuestro Señor Jesucristo nos habló del infierno, pero también de la gloria, en definitiva se sirvió de los <Novísimos> para hacernos comprender la necesidad de reflexionar sobre ellos si deseamos la salvación de nuestra alma, pero la pregunta que surge en el momento actual, cuando la sociedad se debate entre un materialismo innegable y un nihilismo avasallador, que ha llevado  a un relativismo atroz e incluso a la negación de Dios es:  
¿Será posible todavía que los hombres se sientan motivados por las penas del infierno y los bienes de la gloria, para seguir luchando por el Reino de Dios?

 
 
 
 


De hecho, el hombre de la civilización actual se ha hecho poco sensible a las <cosas últimas>. Por un lado, a favor de tal insensibilidad actúan la secularización y el secularismo, con la consiguiente actitud consumista, orientada hacia el disfrute de los bienes terrenos. Por otra parte, ha contribuido a ella los infiernos temporales, ocasionados en los dos últimos siglos.
Así pues, la escatología se ha convertido en cierto modo en algo extraño al hombre contemporáneo, especialmente en nuestra civilización. Esto, sin embargo, no significa que se haya convertido en completamente extraña la fe en Dios como Suprema Justicia; la esperanza en Alguien que, al fin, diga la verdad sobre el bien y sobre el mal.

 
 
 
 
Ningún otro, solamente Él, podrá hacerlo. No obstante, los hombres de nuestro siglo siguen teniendo esta convicción, los horrores de nuestro siglo no han podido eliminarla: <<Al hombre le es dado morir una sola vez, y luego el juicio>> (Heb.9, 17).


Esta convicción constituye además, en cierto sentido, un denominador común de todas las religiones monoteístas, junto a otras. Si, el Concilio (Vaticano II) habla de la índole escatológica de la Iglesia peregrina, y se basa también en este conocimiento.

Dios que es justo Juez, el Juez que premia el bien y castiga el mal, es realmente el Dios de Abraham, de Isaac, de Moisés, y también de Cristo, que es Su Hijo. Este Dios es en primer lugar Amor. No solamente Misericordia, sino Amor  (Cruzando el umbral de la esperanza. Papa San Juan Pablo II. Editado por Vittorio Messori. Círculo de lectores)"


 
 
De cualquier forma, aunque el Concilio Vaticano II nos ha hablado de la índole escatológica de la Iglesia peregrina, lo cierto es que para el hombre de hoy,  mencionar conceptos como:  Novísimos (muerte, infierno, purgatorio y gloria), o  Parusía (plenitud de los tiempos), puede ser algo que le es indiferente, o algo que por el contrario le produce escalofríos y por eso  prefiere no hablar sobre ellos...

Sin embargo  el Papa Benedicto XVI, no pensaba así y por eso,  en cierta ocasión, se manifestaba sobre estas cuestiones con claridad  (La sal de la tierra Quién es y cómo piensa Benedicto XVI. Una conversación con Peter Seewald. Libros Palabra 2009):

“La historia de la humanidad parece haber entrado en la sexta y última fase de su edad. Esta idea no cambió hasta la época moderna. Pero en el Renacimiento se abre por primera vez  la idea de que la época que estaba comenzando fuese el nuevo inicio de la historia, que lo de antes no fuera sino la edad sexta... por fin la historia podía comenzar a ir hacia adelante.

Esta idea se unió después al descubrimiento de que las dimensiones temporales del mundo eran mucho más amplias, que el universo y la historia de la humanidad no habían durado 6000 años, sino un tiempo incalculable. Así que el concepto de tiempo final, de algún modo, desapareció, y el tiempo se dilató, por así decir, más allá de cualquier límite.
Pero esta visión bíblica y la concepción de los Padres de que en el fondo de todo subyace un esquema temporal que corresponde con las seis edades, y cada una de ellas correspondería aproximadamente a mil años, habría que considerarla de nuevo bajo el punto de vista de la cultura actual.

Deberíamos estudiar e interpretar nuevamente, en este contexto, la idea fundamental de la Biblia, de que la historia entra en su fase última y definitiva con la venida de Cristo”

 
 
 
 
EL futuro Papa se refería con esta  palabras al hecho de que la Parusía no se aproxima por la simple suma de milenios, sino que gracias a la primera venida del Mesías, los hombres se encuentran en camino hacia Dios que es su fin natural...

Ese camino ya sabemos que no es un camino sembrado de rosas sino de espinas, la historia de la humanidad así lo ha demostrado  siempre, pero sin embargo contamos con el infinito amor de Dios, tal como Jesús se encargó de recordar a sus apóstoles constantemente, y por extensión a todos sus seguidores a lo largo de los siglos, para que no se hundieran en la apatía, o en el miedo al  natural enemigo del hombre, el demonio, presente en el mundo desde el principio...

Recordemos también que el Señor, les hablaba a sus Apóstoles, aquellos que él había elegido para que difundieran su Mensaje después de su vuelta al Padre, con estas palabras (Mt  10, 33-38):

"Todo aquel, pues, que se declare por mí ante los hombres, también Yo me declararé por él ante mi Padre, que está en los cielos / más quién me niegue a mí entre los hombres, también yo le negaré a él ante mi Padre, que está en los cielos / No os imaginéis que he venido a poner paz sobre la tierra; no vine a poner paz sino espada / Porque vine a separar al hombre contra su padre, y a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra / y los enemigos del hombre serán los de su casa / Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí"
 
 
 
 
 



En cuanto a la paz de la que habla el Señor se refiere, como es obvio, a las situaciones de enfrentamiento que se podrían producir, en el mismo seno familiar, por su causa, ya que no todos los hombres aceptarían la Palabra de Dios...
Ante semejantes palabras de Jesús  surge la pregunta: ¿Puede Dios siendo infinitamente bueno, condenar para siempre al hombre pecador a la pena del infierno?

El Papa San Juan Pablo II  respondió a ella,  con otra pregunta: ¿Puede Dios que ha amado tanto al hombre, permitir que éste Lo rechace hasta el punto de querer ser condenado a perennes tormentos?  (Cruzando el umbral de la esperanza. Ibid).

 
 
 
 
Por otra parte, la existencia o no de un lugar en el que el hombre debería pagar por sus pecados, es un problema que ha permanecido presente en todas las civilizaciones a lo largo de los siglos, pero quienes serán merecedores de este mal eterno, es un misterio inalcanzable para la mente humana que oscila entre la <santidad de Dios> y la <conciencia del hombre>, (Papa San Juan  Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Ibid).


Recordemos además, que Jesús refiriéndose concretamente al <Juicio final>,   pronuncio estas palabras (Mat 25, 41-46):
"Apartaos de mí, vosotros los malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles / Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber / peregrino era, y no me hospedasteis; desnudo y no me vestisteis; enfermo y en prisión, y no me visitasteis / Entonces responderán también ellos, diciendo: <Señor, ¿ cuándo te vimos hambriento o sediento, o peregrino o desnudo, o enfermo y en prisión, y no te asistimos?> / Entonces les responderá diciendo: <En verdad os digo, cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos más pequeñuelos, también conmigo lo dejasteis de hacer /E irán éstos al tormento eterno, más los justos, a la vida eterna"


¿Verdaderamente la humanidad está preparada en el momento actual de la historia para asumir estas palabras de Cristo? Alguno contestara: No lo sabremos, <hasta que venga el Hijo del hombre>... Algunos otros, puede que  se pregunten: ¿Pero cuando sucederá realmente todo esto?...

Se ha sobrepasado el año 2000 y esto no ha ocurrido, como algunos también llegaron a pensar…No podemos saberlo, porque ya lo dijo el Señor: <No conocemos ni el día ni la hora>.
Especulaciones en este sentido sería tanto como ir en contra de la palabra de Jesús. Ahora bien, lo cierto es, tal como aseguraba, en su día, el que sería futuro Papa, Benedicto XVI  (Ibid):

 
 
 
 
“El Señor retorna con certeza cuando le abrimos nuestra memoria y, en ese sentido, siempre tenemos retornos de Cristo para hacerse presente en la historia. Pero para esa cuestión de cuando acontecerá su segunda y definitiva venida en la historia, cuando entrará definitivamente en ella para tomarla en sus manos, no tenemos respuesta, ni tampoco podemos calcular el tiempo. Lo único que queremos y podemos hacer es prepararle el camino para que venga a nuestro tiempo, abriéndole nuestro interior”

A pesar del excelente consejo de Benedicto XVI, ésta es la hora, en la que el hombre moderno no se ha concienciado aún, de que debe abrir ese camino a la entrada de Cristo para preparar su acceso al siglo XXI, tan necesitado, por otra parte, de que esto ocurra; es la hora en la que el hombre moderno se ha olvidado, en gran parte, de la Buena Noticia, esto es, del Evangelio.

El Evangelio quiere decir buena noticia, es una invitación a estar alegres… ¿Pero las sociedades de hoy en día se caracterizan por la alegría?  No, rotundamente no, se nota sobre todo entre muchos jóvenes de nuestro tiempo: pasotas, aburridos, increyentes...Pero ¿es culpa de ellos que esto esté sucediendo? No, rotundamente no, es consecuencia de una herencia recibida de sus mayores... 

 
 
 
 
Debemos sin embargo, ser justos y admitir, que no se puede generalizar y que todavía existe una gran parte de la juventud que sí está en el camino de la alegría, en el camino del Evangelio, de la Buena Noticia…

Y es que, en palabras del Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza; Ibid):

“El Evangelio es, antes que ninguna otra cosa, <la alegría de la creación>. Dios, al crear, ve que lo que ha creado es bueno (Génesis 1, 1-25), que es fuente de alegría para todas las criaturas, y en sumo grado para el hombre.

 
 
Dios Creador parece decir a toda la creación: <Es bueno que tú existas>. Y esta alegría Suya se transmite especialmente mediante la Buena Noticia, según la cual el <bien es más grande que todo lo que en el mundo hay de mal>. El mal no es ni fundamental ni definitivo. En este punto el cristianismo se distingue de modo tajante de cualquier forma de pesimismo existencial.
 
 
 
 
La creación ha sido dada y confiada como tarea al hombre con el fin de que constituya para él no una fuente de sufrimiento, sino para que sea el <fundamento de una existencia creativa en el mundo>.


Un hombre que cree en la bondad esencial de las criaturas está en condiciones de descubrir todos los secretos de la creación, de perfeccionar continuamente la obra que Dios le ha asignado. Para quien acoge la Revelación, y en particular el Evangelio, tiene que resultar obvio que es mejor existir que no existir; y por eso en el horizonte del Evangelio no hay sitio para ningún nirvana, para ninguna apatía o resignación.

Hay, en cambio, un gran reto para perfeccionar todo lo que ha sido creado, tanto a uno mismo como al mundo. Esta alegría esencial de la creación se completa a su vez con la alegría de la Salvación, con la alegría de la Redención. El Evangelio es en primer lugar una alegría por la salvación del hombre.
 
 
 


Durante la vigilia de la Pascua, la Iglesia canta como transportada: <O felix culpa, quae talem ac tantum habere Redemptorem>, (¡Oh feliz culpa, que nos hizo merecer un  gran tal Redentor! Exultet).

El motivo de nuestra alegría es pues tener la fuerza con la que derrotar el mal, y es recibir la filiación divina, que constituye la esencia de la Buena Noticia. Este poder lo ha dado Dios al hombre en Cristo. <El Hijo unigénito viene al mundo no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve del mal> (Jn 3, 17)”
 
 
 
 
En efecto, el evangelista San Juan, casi al inicio de su evangelio, nos presenta la conversación que Jesús mantuvo con Nicodemo, un magistrado de los judíos, miembro del sanedrín, que se siente atraído por el mensaje y sobre todo por los milagros realizados por el Señor, y que una noche se acercó a Éste, para interrogarle y saciar así su curiosidad, que no era malsana, sino todo lo contrario.


Por eso Jesús le acogió sin reservas y respondió a sus preguntas. No obstante la conversación no fue fácil, porque Nicodemo tenía, como es lógico, muchas limitaciones, para entender todas las revelaciones que Jesús le hacía sobre su persona, revelaciones que en aquellos momentos tenían un halo de misterio difícil de entender hasta para un hombre tan culto como el magistrado judío.

 
 


Y en un momento dado de la conversación es cuando Jesús llega a decir (Jn 3, 14-17):

"Y como Moisés puso en alto la serpiente en el desierto, así es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre, / para que todo el que crea en Él, alcance la vida eterna / Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito, a fin de que de que todo el que crea en Él no perezca, sino que alcance la vida eterna / Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él"

 
 
 
 
Son Palabras que ahora tenemos muy claras los cristianos, después de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, pero en cambio, no podemos terne tan claro como será la situación moral del pueblo de Dios cuando llegue el <final de los tiempos>, ni que sucederá: <Cuando  venga por segunda vez, el Hijo del Hombre>

En este sentido, recordemos las palabras del Papa San Juan Pablo II  (Ibid): “La oración del Papa tiene una dimensión especial. La solicitud por todas las Iglesias impone cada día al Pontífice peregrinar por el mundo entero rezando con el pensamiento y con el corazón. Queda perfilada así una especie de geografía de la oración del Papa. Es la geografía de las comunidades, de las Iglesias, de las sociedades y también de los problemas que angustian al mundo"