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domingo, 12 de julio de 2020

LA CRISTIANDAD EN ESTE NUEVO MILENIO (1ª Parte)




Tras la barrera del año 2000 que podría haber supuesto una vuelta de la cristiandad al camino de la fe y la salvación en Cristo, el Papa san Juan Pablo II, fiel a su idea de reconciliar el mundo con Dios, escribía una Carta Apostólica ejemplar, con el titulo <Novo millennio ineunte>, fechada en Roma el día 6 de enero de 2001; en ella daba las gracias al Señor por todas las cosas conseguidas durante el periodo de tiempo preparatorio transcurrido para la entrada de un nuevo siglo y recordaba a su grey los antiguos y nuevos retos que la Iglesia tenía ante el futuro:

 
 
“Son muchas en nuestros tiempos las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de las contradicciones propias de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no solo millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana”

 
Sí, este Pontífice nos hablaba, al empezar el nuevo siglo, de la doctrina social de la Iglesia, tantas veces defendida por ésta; una doctrina, que hacia hablar así a este anciano santo que se preguntaba (Ibid): “¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse?”


Son preguntas comprometidas y comprometedoras que el Papa hubiera querido transformar en respuestas positivas de la sociedad, si aún hubiera tenido tiempo para ello, y es que él se daba cuenta de la acuciante necesidad de responderlas con hechos positivos e inmediatos, como aseguraba en su carta (Ibid):


 
Palabras de este Papa  que parecen proféticas, si tenemos en cuenta la situación en que nos encontramos hoy en día, finalizando el año 2020, en el mundo entero, a consecuencia de una pandemia terrible que todavía no acaba de ser controlada por la humanidad…

Este Pontífice ya se encontraba gravemente enfermo por entonces, pero sufría con resignación y alegría la cruz de sus achaques y dolores. En realidad le quedaban muy pocos años para alcanzar la vida eterna; murió el 2 de abril de 2005, dejando a la Iglesia inmensamente apenada, pero muy agradecida por su labor incansable a favor de Cristo y su Mensaje salvador.
Como ejemplo aleccionador estamos recordando esta carta Apostólica del 2001 del Papa san Juan Pablo II, en la que también advertía a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad de que si el corazón de los seres humanos no se abría definitivamente al Mensaje Divino, el mundo tomaría derroteros imprevisibles hasta recorrer la senda del pecado. Concretamente él preguntaba (Ibid):


 
 
“¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitable y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de las guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente los niños?”


Preguntas todas esenciales, a la que podría añadirse ahora mismo esta otra: ¿Podemos quedar al  margen de la pandemia que azota a la humanidad? Por eso, él aseguraba   ya en aquellos años (Ibid): “Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristiano no puede permanecer insensible”

Ahora bien, para poder percibir con lucidez las dificultades que a la cristiandad en el nuevo milenio le afecta, y poderlas vencer, el Papa nos recordaba <cuán  consciente y madura debería ser la fe de los cristianos de la que con frecuencia tienen que dar testimonio a los incrédulos y a los ateos>.

Sí, desgraciadamente, como también nos recordaba el Papa san Juan Pablo II, en el nuevo milenio la cristiandad se encuentra muchas veces, dentro de sociedades en las que (Ibid):

 

 
“Hay quien exalta tanto al hombre, que deja sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más supuestamente, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna…


El ateísmo nace, a veces, como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo, o como adjudicación indebida de carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados  en la práctica como sucedáneos de Dios…En definitiva, la civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra (secularismo), puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios (Gaudium et Spes, 19)”

 
Son palabras duras de un Pontífice, que como antes comentábamos se encontraba a las puertas de su propia muerte y temía  por el futuro de su grey. Sin embargo él nunca perdió la esperanza en el regreso de los hombres a sus orígenes, es decir al Dios verdadero. Él siempre pensó que volverían a decir (Ibid):

 
 
 
“<Queremos ver a Jesús> (Jn 12, 21). Esta petición hecha al Apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en los oídos de la cristiandad durante todos estos siglos. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientes, piden a los creyentes de hoy no solo <que les hablemos de Cristo>, sino  en cierto modo <que se lo hagamos ver>

 ¿Y no es quizá cometido  de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuéramos los primeros contempladores de su rostro”


 Precisamente como el Papa san  Juan Pablo II reconocía en su carta, la gran herencia que la experiencia jubilar dejaba era la <Contemplación del rostro de Cristo>. Y es que como decía San Jerónimo, el gran doctor de la Iglesia (332-420): “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo”

 Además, hay que tener en cuenta también, que como nos enseñaba el Papa san  Juan Pablo II (Ibid):
“En realidad los Evangelios no pretenden ser una biografía completa de Jesús, según los cánones de la ciencia histórica moderna. Sin embargo, de ellos <emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro>, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo, recogiendo testimonios fiables (Lc 1, 3) y trabajando sobre documentos sometidos al atento discernimiento y siempre bajo la iluminación del Espíritu Santo”


Fue tras el Concilio Vaticano II, más concretamente en el año 1985, cuando se convocó un Sínodo extraordinario de Obispos, en el que, según el Papa san Juan Pablo II, se fraguó la iniciativa de presentar un nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, aunque algunos teólogos opinaron que en ese momento no era necesario, pues era una forma caduca de presentar la fe.

Pues bien, el tiempo dio la razón a aquellos otros que defendían la idea de que un nuevo Catecismo era una gran necesidad de la Iglesia, tal como manifestaba Juan Pablo II (Diálogo mantenido con el periodista Vittorio Massori. <Cruzando el umbral de la esperanza>. Círculo de lectores 1995):

“El Catecismo era indispensable para que toda la riqueza del magisterio de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II, pudiera recibir una nueva síntesis, y en cierto sentido, una nueva orientación; sin el Catecismo de la Iglesia universal, esto hubiera sido inalcanzable. Cada ambiente concreto, con base en este texto del magisterio, crearía sus propios catecismos según las necesidades locales.

En tiempo relativamente breve fue realizada esa gran síntesis; en ella, verdaderamente tomó parte toda la Iglesia. Particular merito debe reconocérsele al Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe. El Catecismo, publicado en 1992, se convirtió en un best- seller  en el mercado mundial del libro, como confirmación de lo grande que era la demanda de este tipo de lectura, que a primera vista pudiera parecer impopular”


Ante esta situación, el Papa Benedicto XVI decidió convocar un <año de la fe>, recomendado así mismo la vuelta a la lectura detenida del Catecismo de la Iglesia Católica (Carta Apostólica en forma de <Motu proprio>. Dada en Roma el 10 de octubre de 2011:
“A la pregunta planteada por los que escuchaban al Señor ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? (Jn 6,28), sabemos que Él respondió: <que creáis en el que Él ha enviado> (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación…
A la luz de todo esto, he decidido convocar un <año de la fe>. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Cristo Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013”
Hasta cinco veces más el Papa Benedicto nos recomendó la lectura del Catecismos de la Iglesia Católica en su Carta Apostólica, asegurando entre otras muchas cosas que:


 

 

 

lunes, 6 de julio de 2020

JESÚS DIJO (LI): TRABAJOS PUBLICADOS EN MRM.MARUS




 
 






-JESÚS DIJO (XLV): TRABAJOS PUBLICADOS EN MRM.MARUS (22/2/2020)

 

 

-LA SOCIEDAD NO PUEDE PRESCINDIR DEL SERVICIO QUE LE PRESTA LA FAMILIA (1/3/2020)

 

 

-LA CUARESMA EN EL AÑO LITURGICO DE LA IGLESIA  (5/3/ 2020)

 

 

-EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLO XVIII - EL SIGLO DE LAS LUCES (4º PARTE) (11/3/2020)

 

 

-ANTE TODO DEBEMOS CONSERVAR LA ESPERANZA EN EL SEÑOR (24/3/2020)

 

 

-JESÚS DIJO (XLVI): TRABAJOS PUBLICADOS EN MRM.MARUS (31/3/2020)

 

 

 

 

(Sagrada Biblia. Versión oficial de la CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA Biblioteca de autores cristianos 2010)

 

 

 

 

CLAMOR EN UN GRAVE APRIETO (SALMO 142-143)

 

 

“Poema de David cuando estaba en la cueva. Oración / A voz en grito clamo al Señor,  a voz en grito suplico al Señor; / desahogo ante él mis afanes, expongo ante él mi angustia, / mientras me va faltando el aliento”

 

“Pero tú conoces mis senderos, y que en el camino por donde avanzo me han escondido una trampa. / Mira a la derecha, fíjate: nadie me hace caso; no tengo a donde huir, nadie mira por mi vida”

 

“A ti grito, Señor; te digo: <Tú eres mi refugio / y mi lote en el país de la vida> / Atiende a mis clamores que estoy agotado; líbrame de mis perseguidores, que son más fuertes que yo”

 

“Sácame de la prisión, y daré gracias a tú nombre: me rodearán los justos cuando me devuelvas tu favor”

 

 

 

ORACIÓN POR LA VICTORIA Y LA PROSPERIDAD (Salmo 144-143)

 

 

“De David. Bendigo al Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea; / mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y refugio, que me somete los pueblos”

 

“Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él? Que los hijos de Adán para que pienses en ellos? / El hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa”

 

“Señor, inclina tu cielo y desciende; toca los montes, y echarán humo; / fulmina el rayo y dispérsalos; dispara tus saetas y desbarátalos”

 

“Extiende la mano desde arriba: defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas, de la mano de los extraños, / cuya boca dice falsedades, cuya diestra jura en falso”

 

 

 

GRANDEZA DEL VERDADERO DIOS (Salmo 115-113B)

 

 

“No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad. / ¿Por qué han de decir las naciones: <Donde está su Dios>? / Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace”

 

“Sus ídolos en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas: / Tienen boca y no hablan; / tienen ojos, y no ven; / tienen orejas, y no oyen; / tienen nariz, y no huelen; / tienen manos y no tocan; tienen pies, y no andan; no tiene voz su garganta: / que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos”

 

“Israel confía en el Señor: él es su auxilio y su escudo / La casa de Aarón confía en el Señor: él es su auxilio y su escudo / Los que temen al Señor confían en el Señor: él es su auxilio y su escudo”

 

“Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga, / bendiga a la casa de Israel, / bendiga a la casa de Aarón; / bendiga a los que temen al Señor, pequeños y grandes”

 

“Que el Señor os acreciente, a vosotros y a vuestros hijo / Benditos seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra”

 

“El cielo pertenece al Señor, la tierra se les ha dado a los hombres. / Los muertos ya no alaban al Señor, ni los que bajan al silencio. / Nosotros, los que vivimos, bendeciremos al Señor ahora y por siempre ¡Aleluya!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 4 de julio de 2020

EL PECADO PRESENTE EN LA HISTORIA DEL HOMBRE




Sin duda, como leemos en el Catecismo de la Iglesia católica (nº 386 y nº 387):

“El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el <vínculo profundo del hombre con Dios>, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia”


 
Esta palabras corresponden a un análisis correcto y profundo del origen del pecado, sobre el que incluso los creyentes solemos pasar casi de puntillas, sin apenas fijarnos en su gran significado; sin embargo lo que todo creyente debe tener claro es que el peligro de incumplir la Ley de Dios, procede definitivamente del interior del hombre, de su corazón, tal como enseñaba Jesús con una parábola (Mt 15, 8-11):

“Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí; / en vano me rinden culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos / Llamó  a la gente y les dijo: <Oíd y entended: / No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca; eso es lo que mancha al hombre”

Con razón el Beato Tomás de Kempis (1380-1471) cantaba estás bienaventuranzas en su libro (Imitación de Cristo. Tratado tercero): “Bienaventuradas las orejas que reciben en sí las sutiles inspiraciones divinas y no se preocupan de las murmuraciones mundanas. Bienaventurados los ojos que están cerrados a cosas exteriores, y muy atentos a las interiores. Bienaventurados los que penetran las cosas interiores y estudian con ejercicios continuos de prepararse cada día más, para recibir los secretos celestiales. Bienaventurados los que se ocupan en sólo Dios, y se sacuden de todo impedimento del mundo”


 Igualmente, como también nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica el hombre una vez ha caído en las asechanzas del diablo queda a su merced, desaprovechando la gracia divina al  desobedecer los mandato de Dios,  encontrándose entonces, en grave peligro de perder su alma para siempre (nª 397 y nº 398):

“El hombre tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza en el Creador (Gn 3, 1-11), y abusando de su libertad, desobedeció el mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (Rm 5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad”

“En este pecado, el hombre se prefirió así mismo, en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios; hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura, y por tanto contra el propio bien…”


 San Juan Bautista confirma esta misión indicando a Jesús como <el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo> (Jn 1, 29). Toda la obra y predicación del Precursor es una llamada enérgica y ardiente a la penitencia y a la conversión, cuyo signo es el bautismo administrado en las aguas del rio Jordán.


 
 
 
El mismo Jesús se somete a este rito penitencial (Mt 3, 13-17), no porque haya pecado, sino porque <se deja contar entre los pecadores>; es ya el <cordero de Dios que quita el pecado del mundo>; anticipa ya el <bautismo de su muerte sangrienta>. La salvación es pues, y ante todo, redención del pecado como impedimento para la amistad con Dios, y liberación del estado de esclavitud en la que se encuentra el hombre que ha cedido  a la tentación del Maligno y ha perdido la libertad de los hijos de Dios”

 

Ciertamente las palabras del  Papa san Juan Pablo II, nos muestran toda la grandeza y misericordia de Dios hacia los hombres, y todo el despropósito  de estos hacia su Creador. En este sentido, el apóstol san Pablo, convencido como estaba del mensaje de Cristo escribía una carta a los habitantes de Roma para estimularles a salir del pecado en el que algunos se encontraban, y alcanzar así  una <nueva vida> (Rm 6, 1-4):


 Esclarecedoras palabras del apóstol que llenan, sin duda, de esperanza el corazón de los hombres de buena voluntad invitándoles a desterrar el pecado de sus vidas porque: ¿Cómo el hombre que ha conocido a Dios, que incluso ha sido bautizado en la sangre de Cristo, puede seguir pecando? Más aún: ¿Cómo es posible que en este nuevo milenio se sigan comportando los seres humanos como los paganos de tiempos de san Pablo?
Si será como dice el apóstol en su carta a este pueblo que (Rm 1, 21-23): “Porque habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios, ni le dieron gracias, antes se desvanecieron en sus pensamientos, y se entenebreció su insensato corazón. / Alardeando de sabios, se embrutecieron; / y trocaron la gloria del Dios inmortal por un simulacro de imagen de hombre corruptible, y de volátiles, y de cuadrúpedos, y de reptiles”



¿Acaso no nos recuerdan estas palabras de san Pablo muchas de las situaciones que hoy en día se presentan en nuestras sociedades? Los Papas de los últimos cien años han venido denunciando cada vez con mayor urgencia, la paganización, el retroceso en la moralidad y el abandono de la fe en Cristo y su Mensaje.
Recordando esta carta de San Pablo a los romanos tenemos la certeza de estas denuncias y recordamos que Dios castigó a aquellos  paganos impíos con una corrupción generalizada (Rm 1, 24-32).

 
 
 
 
Sucedió, en efecto, como señala san Pablo en su carta, que Dios que ha hecho a los hombres libres, <permitió que cayeran en manos  de las concupiscencias de sus corazones>, dejándoles ir tras la torpeza hasta <afrentar entre sí sus propios cuerpos>, y así mismo permitió que éstos se entregaran a <pasiones afrentosas>. Pues por una parte, <hombres trocaron el uso natural por otro contra naturaleza>… En definitiva, cayeron en una perversión total del sentido moral, algo que en nuestros días no está  muy alejado de la realidad presente en nuestras sociedades.


Sí, encontramos grandes similitudes entre los paganos  y los hombres del nuevo milenio, era algo que preocupaba enormemente al Papa san  Juan Pablo II el cual escribió, ya a las puertas del nuevo siglo (1994), su interesante Carta Encíclica <Tertio millennio adveniente>, destacable por el siguiente razonamiento:

“Un serio examen de conciencia ha sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre todo para la Iglesia presente. A las puertas del nuevo milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestros tiempos. La época actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras.
¿Cómo callar por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de  la coherencia?”


 
 
 
Reflexionando sobre esta denuncia del Papa san Juan Pablo II  comprobamos la certeza de la misma, donde una especie desamor a Dios ha embotado los sentidos de algunas personas y está haciendo mucho daño, incluso en el seno de la Iglesia católica. Como también denunciaba este Papa (Ibid): “A esto hay que añadir, aún, la extendida pérdida del sentido transcendente de la existencia humana y el extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del respeto a la vida y a la familia. Se impone además a los hijos de la Iglesia una verificación: ¿En qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de secularismo y relativismo ético? ¿Y qué parte de responsabilidad deben reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber manifestado el genuino rostro de Dios, <a causa de los defectos en la vida religiosa, moral y social?”

 

De estas palabras se desprende, sin duda, la enorme intranquilidad del Papa san Juan Pablo II por el futuro de los hombres en el nuevo milenio. Y tenía razones para estar inquieto, tal como día a día se ha comprobando después de sólo unos pocos años de su advenimiento. Sería muy conveniente que nos interrogáramos todos sobre estos temas, como pedía este Papa santo, en aras de comprobar hasta qué punto los defectos de nuestra vida religiosa, moral y social nos permiten aún, ver el genuino rostro de nuestro Creador (Ibid):


Por suerte, en esta hermosa Carta Encíclica,  Juan Pablo II, nos hablaba también del ejemplo extraordinario dado por los santos y santas, conocidos o no, de todos los tiempos, cuyas vidas son testimonios que nunca deberíamos olvidar los cristianos. En particular nos habló en su día de la santa, madre Teresa de Calcuta, por la que sentía gran aprecio y admiración y así en la misa de Beatificación de la misma, celebrada el 19 de octubre de 2003 llegaba a decir:

“<El que quiera ser grande, sea vuestro servidor> (Mc 10, 43). Con particular emoción recordamos hoy a madre Teresa, una gran servidora de los pobres, de la Iglesia y de todo el mundo. Su vida es un testimonio de la dignidad y del privilegio de servir al humilde. No sólo eligió ser la última, sino también la servidora de los últimos. Como verdadera madre de los pobres, se inclinó hacia todos los que sufrían diversas formas de pobreza. Su grandeza reside en su habilidad para dar sin tener en cuenta el costo, dar <hasta que duela>. Su vida fue un amor radical y una proclamación audad del Evangelio”

 
 
En estos días terribles en  los que una pandemia asola a la humanidad el ejemplo de esta santa se ha visto repetido por el gesto de entrega de muchas personas a lo largo de todo el globo terráqueo; esto es una gran alegría y una gran esperanza para la humanidad. Para la madre Teresa el grito de Jesús muriendo en la cruz, <tengo sed> (Jn 19, 28), fue la clave de su deseo de amar a los hermanos hasta las últimas consecuencias, y en especial a los más desfavorecidos y maltratados, al igual que ahora ha sucedido. ¡No está todo perdido! Dios sigue presente entre los hombres. En el interior de todo hombre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 2 de julio de 2020

JESÚS DIJO AL ESCRIBA: NO ESTÁS LEJOS DEL REINO DE DIOS



 
No hay otro mandamiento mayor que éstos. / Y le dijo el escriba: ¡Bien, Maestro! Con verdad has dicho que Dios es uno sólo  y no hay otro fuera de Él / Y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como así mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios. / Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas”

 
 

 
 
Como recordaba el Papa San Juan Pablo II (30 de octubre de 1988): “El orden entero del amor, basado en el mandamiento, el asentamiento del amor, <la civilización del amor>, tienen su raíz en el corazón del hombre. Mediante el amor, Dios habita en el corazón humano. Dios tiene su morada en él y modela al hombre desde su interior.

 

Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se convierten desde ahí dentro, en la potencia, la fuerza del hombre, la roca y la fortaleza de su humanidad. Sólo siguiendo este camino, el hombre, transformado interiormente por el amor, puede hacer del mundo en el que vive un lugar más humano, más digno de la humanidad. Puede contribuir a <la civilización del amor>, que es su gran <proyecto evangélico>  para organizar y regir el mundo según la plena dignidad del hombre. Y, a través de dicha civilización, acercarse también al Reino de Dios”.


 Son muchos los estudios y análisis realizados, desde la presentación en Roma el 30 de noviembre, fiesta de San Andrés del año 2007, de esta excepcional Carta Encíclica del Papa Benedicto XVI. Recordaremos algunos de los párrafos que nos han parecido más importantes contenidos en dicha Carta:


 
Como ejemplo extraordinario de estas palabras, nos presenta el Santo Padre la figura del Obispo vietnamita Françoise-Xavier Nguien ban Thran, el cual dio testimonio de fe desde las cárceles de su País (1975-1988) y que consiguió hacer de los hombres que le tenían constantemente vigilado e incomunicado, sus amigos, sólo con la ayuda de la oración y el testimonio de amor a Dios y por Él, a los que le odiaban por sus creencias.

Él nos dejaba el testimonio siguiente de camino a la cautividad (“Cinco panes y dos peces” Car. F.X. Nguien ban Thran. Ed. Ciudad Nueva. 2000):

 
 
 
“De camino a la cautividad he orado: <Tú eres mi Dios y mi todo Jesús>, y ahora puedo decir como San Pablo: <Yo, Francisco, prisionero de Cristo> en la oscuridad de la noche, en medio de este océano de ansiedad, de pesadilla, poco a poco me despierto: debo afrontar la realidad. Estoy en la cárcel. Si espero el momento oportuno de hacerme verdaderamente grande ¿Cuántas veces en mi vida se me presentarían ocasiones semejantes? Jesús no espera; vivo el momento presente colmándolo de amor. La línea recta está formada por millones de puntitos unidos entre sí. También mi vida está integrada por millones de segundos y minutos unidos entre sí…

 
El camino de la esperanza está enlosado de pequeños pasos llenos de esperanza. La vida de la esperanza está hecha de breves minutos de la esperanza. Como tú, Jesús, que has hecho siempre lo que agrada al Padre. Cada minuto quiero decirte, Jesús te amo; mi vida es siempre una nueva y eterna alianza contigo. Cada minuto quiero cantar con la Iglesia: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”

 

Por otra parte, respecto a la actuación del hombre como lugar de aprendizaje de la esperanza,  el Papa hace las siguientes reflexiones (Ibid):

 
 
 
“Toda actuación recta y seria del hombre es esperanza en acto. Lo es ante todo en el sentido de que así tratamos de llevar adelante nuestras esperanzas, más grandes o más pequeñas… Pero el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos, nos cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de aquella esperanza más grande, que no puede ser destruida ni siquiera por frustraciones  en lo pequeño y por el fracaso en los acontecimientos de importancia histórica…


Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar…”

 
Refiriéndose  al sufrimiento como lugar de aprendizaje de la esperanza, el Papa manifiesta sus sentimientos y enseñanzas ampliamente y con muy bellos ejemplos, como el dado por el mártir, Pablo Le-Bao-Thin (Sacerdote vietnamita de la primera mitad del siglo XIX, que murió decapitado por sus creencias), del que resalta algunos de sus pensamientos correspondientes a una carta que escribió desde la cárcel:

 
 
“Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son, grillos, cadenas de hierro, y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, palabras indecentes, peleas, actos perversos, juramentos injustos, maldiciones y finalmente angustias y tristezas. Pero Dios, que en otros tiempos libró a los tres jóvenes del horno de fuego, está siempre conmigo y me libra de las tribulaciones y las convierte en dulzuras, porque es eterna su misericordia. En medio de estos tormentos, que aterrorizan a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy sólo, sino que Cristo está conmigo…”

 
Éste es un ejemplo estremecedor de como mediante la fuerza de la esperanza de esa esperanza-certeza, que proviene de la fe, el sufrimiento se transforma en gozo y alegría por la constatación cierta de la cercanía de Cristo, que comparte nuestras angustias y nos da valor para seguir adelante. Ciertamente como asegura el Papa Benedicto, la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor al bien, de la verdad y de la justicia, es constitutiva de la grandeza de la humanidad…

No obstante, esta capacidad de sufrir depende del tipo y de la grandeza de la esperanza que llevemos dentro y sobre la cual nos basemos. Los santos pudieron recorrer el gran camino de la esperanza,  porque estaban repletos de esa gran esperanza…



 
 Indudablemente, no todos estamos capacitados para seguir hasta tales extremos el caminar de los santos mártires, pero como el Papa sigue diciendo, podemos intentarlo y sobre todo podemos volver a la antigua y sabia costumbre de ofrecer las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan siempre, cada día, para contribuir de algún modo a fomentar el bien y el amor entre los hombres;  quizás de esta forma podamos preguntarnos si ello no podría volver a ser una práctica inigualable para cada uno de nosotros.


Por último,  el Papa Benedicto XVI, el tema del <El Juicio como lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza>, lo trató en profundidad y con realismo en su Carta Encíclica (Ibid), a pesar de que como el mismo asegura:

“En la época moderna, la idea del <Juicio final> se ha desvaído: la fe cristiana se entiende y orienta sobre todo hacia la salvación personal del alma; la reflexión sobre la historia universal, en cambio, está dominada en gran parte por la idea del progreso. Pero el contenido fundamental de la esperanza del < Juicio> no es que haya simplemente desaparecido, sino que ahora asume una forma totalmente diferente”


 Sí, existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la reparación del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho. Por eso la fe en el <Juicio final> es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna.

 
 
 
 
La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre, está hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede tener, en absoluto, la última palabra, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva”