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jueves, 1 de mayo de 2014

EL CAMINO DE SANTIAGO Y EL APOCALIPSIS DE SAN JUAN




 
 
 
Sucedió que paseando Jesús junto al lago de Galilea ,vio a dos hermanos, Santiago y Juan hijos de Zebedeo en la barca de éste, remendando las redes y <los llamó. Ellos, al instante, dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron> (Mt 5, 21-22).  


Los hijos de Zebedeo tuvieron la gran suerte de escuchar de los propios labios de Jesús, lo que  <Dios habla a los hombres> de todos los tiempos. Ellos  permanecieron fieles Él a lo largo de toda su existencia y hasta el final de sus días en la tierra. Santiago y Juan permanecieron unidos en este espíritu, primero compartiendo su vida al lado de Jesús, y más tarde, cuando tuvieron que enfrentarse al mundo solos para realizar su labor evangelizadora, después de la venida del Espíritu Santo, bebieron hasta el fin, el cáliz que Cristo les había anunciado, y por ello fueron <Bien aventurados>.




Con razón, Tomás de Kempis en su libro “Imitación de la vida de Cristo”, dice lo siguiente (Tratado tercero; Capítulo primero):

“Bien aventurado el ánima que oye al Señor que habla en ella, y de su boca recibe palabra de consolación.

Bien aventurados las orejas que reciben las sutiles inspiraciones divinas y no hacen caso de murmuraciones mundanas.
Bien aventurados las orejas que no escuchan la voz que oyen de fuera, sino la verdad que habla y enseña de dentro.
Bien aventurados los ojos que están cerrados a las cosas exteriores y estudian con estudios continuos, de aparejarse cada día más a recibir los secretos celestiales.
Bien aventurado los que se ocupan en solo Dios y se sacuden de todo impedimento del mundo”
Según la santa Tradición el Apóstol Santiago fundó varias iglesias, antes de salir de España, consiguiendo así mismo bastantes discípulos entre los que destacarían “los siete Varones”, Obispos probablemente consagrados por San Pedro y San Pablo para la evangelización de la Península Ibérica.



La arqueología no aporta testimonio claros, que puedan confirmar esta tradición, como sucede en muchos otros casos de la historia de la evangelización, en el siglo primero  después de Cristo, sin embargo en el siglo II, en las ciudades de la Bética y Tarraconense sí existen restos de poblaciones cristianizadas, y en el siglo III hay ya constancia clara de la existencia de estas comunidades en Galicia.
El desarrollo del cristianismo en la Península Ibérica se llevó a cabo de forma rápida, y por ello no es de extrañar que fuera precisamente en Hispania donde se celebrara el primer Concilio Apostólico conocido, tras el primer Concilio de Jerusalén, en el que estuvieron presentes los Apóstoles; este Concilio es el llamado de “Elvira” y tuvo lugar en el año 303 d.C., terminada la terrible persecución del emperador romano Diocleciano.

 


Cuando Santiago regresó a Jerusalén, reinaba en Judea el nieto de Herodes el Grande, llamado Herodes Agripa y este hombre de costumbres licenciosas, por conseguir los favores del emperador de Roma, mandó degollar al Apóstol, que apenas tuvo tiempo de seguir evangelizando a los judíos, y así mismo ordenó  prender a San Pedro, cabeza de la Iglesia, como primeros pasos para exterminarla. San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, narra el terrible fin de éste malvado rey (H. Apóstoles 12, 20-25):

"Tenía por entonces violentas contiendas con los tirios y sidonios; los cuales de común acuerdo se presentaron a él y habiendo logrado ganarse a Blasto, el maestre de cámara del rey, solicitaban la paz, a causa de que su país era abastecido por el rey / Y en el día señalado, revestido de regia vestidura, tomando asiento en la tribuna les dirigía una arenga / Y el pueblo aclamaba: < ¡Voz de un dios y no de un hombre!> / Luego al punto le hirió un ángel del Señor, por cuanto no había dado gloria a Dios, y roído de gusanos, expiró.   
El santo Padre Justo Pérez de Urbel, refiriéndose a los hechos acontecidos al regreso de Santiago el Mayor a Jerusalén, se expresaba en los términos siguientes:
"En los primeros meses del año 44 se encontraba Santiago de nuevo en Jerusalén. Una vez más los libros Sagrados recogen su nombre para contarnos su muerte, <en aquel tiempo- dicen las Actas- , Herodes Agripa hizo maltratar a algunos de la Iglesia, y mandó degollar a Santiago, hermano de Juan>. Y bebió sin temblar, antes que nadie entre los Apóstoles, el cáliz del Señor. Su cuerpo, trasladado a España, y descubierto cerca de Iria, en Compostela (Campo de la Estrella), a principios del siglo IX, es allí venerado por los pueblos. En la edad media, sobre todo, fue su sepulcro uno de los centros más concurridos de peregrinación”.
La tradición de la iglesia narra que el cuerpo del Apóstol Santiago el Mayor fue trasladado a la Península Hispánica, llevado en un bajel hasta Iria Flavia y después, durante unos ocho siglos se perdió la memoria de su sepulcro.

 


Ya a comienzos del reinado de Alfonso II el Casto, la tradición asegura que un monje llamado Pelagio vio una luz brillante sobre el lugar donde estaba enterrado el cuerpo del Apóstol, se lo comunicó a su Obispo y de esta forma fue encontrado de nuevo el sepulcro. El lugar de su enterramiento fue llamado <Campo de la Estrella>, origen de la palabra <Compostela> con que se nombra la ciudad del Apóstol y a lo largo de los siglos, las peregrinaciones para visitar el sepulcro del Apóstol y obtener su ayuda no cesaron.
En el siglo XIX se confirmó definitivamente la identidad de los cuerpos del Apóstol Santiago el Mayor y de sus discípulos San Atanasio y San Teodoro, enterrados en la ciudad de Compostela, y con tal motivo el Papa León XIII escribió una Carta Apostólica (noviembre de 1884), en la que entre otras cosas destacaba los siguientes hechos:
“Dios Omnipotente, admirable en sus Santos, ha querido en su providente sabiduría, que, mientras que sus almas gozan en el cielo eterna ventura, sus cuerpos confiados a la tierra reciban por parte de los hombres singulares y religiosos honores…
Así, en el transcurso de este siglo, en que el poder de las tinieblas ha declarado encarnizada guerra al Señor y a su Cristo, se ha descubierto felizmente, por permisión divina, los sagrados restos de San Francisco de Asís, de Santa Clara (la Virgen Legisladora), de San Ambrosio (Pontífice y Doctor), de los mártires Gervasio Y Protasio, y de los Apóstoles Felipe y  Santiago. Y a este número deben añadirse el del Apóstol Santiago el Mayor y sus discípulos Atanasio y Teodoro, cuyos cuerpos se han vuelto a encontrar en la Catedral de la ciudad de Compostela.
Constante y universal tradición que data de los tiempos apostólicos, confirmada por cartas públicas de nuestros predecesores, refieren que el cuerpo de Santiago, después de que el Apóstol hubo sufrido el martirio por orden del rey Herodes, fue clandestinamente arrebatado por sus dos discípulos Atanasio y Teodoro.




Los cuales, por el vivo temor de que las reliquias del Santo Apóstol fueran destruidas en el caso de que los judíos se apoderaran de su cuerpo, embarcándole en un buque, le sacaron de Judea y alcanzaron tras feliz travesía las costas de España, y la bordearon hasta llegar a las de Galicia, donde Santiago, después de la Ascensión de Jesucristo a los cielos, según también antigua y piadosa tradición, estuvo desempeñando por disposición divina el ministerio del apostolado…
Y cuando Atanasio y Teodoro hubieron terminado el curso de su existencia pagando el tributo a la naturaleza, los cristianos de la comarca, movidos por la veneración que hacia ellos sentían y por el deseo de no separarles, después de su muerte, del cuerpo que santamente habían conservado durante su vida, depositaron a los dos en la misma tumba a la derecha el uno y a la izquierda el otro del Apóstol. Más como poco después fueran los cristianos perseguidos y martirizados por donde quiera, que se extendía la dominación de los Emperadores romanos, el hipogeo sagrado quedó oculto por algún tiempo…”

 

 
El Papa León XIII, sigue en su carta enumerando y narrando con todo detalle los avatares por los que pasó el sepulcro del Apóstol, a lo largo de los años, hasta llegar al siglo XIX y entonces ocurrió, que el cardenal Payá y Rico, Arzobispo por entonces de Compostela, emprendió la restauración de la Basílica allí construida en honor del Apóstol, muy deteriorada por el paso de los años y los terribles acontecimientos históricos que siempre la acompañaron. Pero además decidió encontrar, a toda costa, el punto en el que se deberían ocultar las reliquias de Santiago y de sus discípulos Atanasio y Teodoro.

La empresa fue ardua, aunque finalmente alcanzó el éxito merecido, pues por fin, justamente en el  punto en el que el clero y los feligreses acostumbraban a hacer sus oraciones, se descubrió una tumba, cuya cubierta se encontraba adornada con una cruz. Al levantar la cubierta, por supuesto, en presencia de testigos, aparecieron tres esqueletos del sexo masculino y a partir de ese momento el venerable Cardenal pudo iniciar las tramitaciones pertinentes, según el Concilio de Trento, para decidir si deberían tenerse por ciertas las reliquias encontradas. A este respecto sigue el Papa León XIII diciendo lo siguiente, en la Carta Apostólica anteriormente mencionada:
“Por fin, el mismo Arzobispo nos envió todos los documentos del expediente y la sentencia que había dictado, y nos pidió con instancia que confirmáramos aquella sentencia con la suprema Nuestra autoridad Apostólica.
Nos, acogimos la súplica con benevolencia; y bien persuadidos de que la tumba venerable de Santiago el Mayor, puede muy justamente ser colocada en el número de los santuarios y puntos de peregrinación, más celebres del mundo entero…



Nos, hemos querido que asunto de tal magnitud se examinara con el cuidado que la Santa Sede pone en ocasiones análogas…
Así, desvanecidas las dudas que habían existido, y como apareciera la luz de la verdad claramente, se reunió de nuevo la Comisión en el Vaticano, el 17 de julio de este año, para resolver la cuestión propuesta, a saber: <la sentencia dictada por el cardenal Arzobispo de Compostela sobre la identidad de las reliquias encontradas en el centro del ábside de la capilla principal de su Basílica metropolitana y que se ha atribuido al Apóstol Santiago el Mayor y a sus discípulos Atanasio y Teodoro>…Y nuestros queridos hijos los Cardenales y los demás miembros de la Comisión, consideraron que todos los hechos eran tan exactos y estaban tan bien demostrados que nadie podía  ponerlos en duda, y por tanto, existía sobre este asunto la certidumbre plena que los sagrados Cánones y las Constituciones de los Soberanos Pontífices nuestros predecesores exigen en  asuntos de esta índole, formularon la siguiente respuesta:
<Affirmative, seu sententiam esse confirmandam>…
Nos, queremos que esta carta y cuanto en ella se dice, no pueda en tiempo alguno ser atacado ó tachado por vicio…, sino que para siempre y perpetuamente tenga y conserve validez y eficacia, obteniendo pleno efecto y siendo considerada de ese modo por todos, de cualesquiera grado, orden, preeminencia, y dignidad que sean”.
Han sido muchos los milagros que el Apóstol ha realizado, en todos los tiempos sobre el pueblo español, pero quizás uno de los más bonitos, es aquel que narra la tradición, cuando Santiago el Mayor se dejó ver en el aire montado en un caballo blanco, con un estandarte en la mano y una espada en la otra y rodeado de una luz resplandeciente y se puso al frente de las tropas del rey Ramiro, en contra del emir Abderramán II, en la célebre batalla de “Clavijo” en el año 844. De entonces data el llamado < Boto de Santiago>, que obligaba a todas las provincias a pagar mensualmente una determinada cantidad de trigo a la  capital de Compostela.


 
Por su parte el Apóstol San Juan predicó el Evangelio y realizó algunos milagros en Jerusalén, en compañía de San Pedro, antes de la muerte de su hermano Santiago, por lo que fueron encarcelados en varias ocasiones por las autoridades judías de la época, tal como nos narra San Lucas, en <los Hechos de los Apóstoles>, y más tarde, según el Papa Benedicto XVI, ocupó un puesto importante en la iglesia de Jerusalén, tal y como el propio Apóstol San Pablo reconoce en su carta  a los Gálatas.
Los Gálatas era una comunidad formada por tribus procedentes de la Galia, establecida en Asia Menor en las zonas de la Frigia, la Capadocia, y la Paflagonia, que habían sido evangelizadas por San Pablo. Aunque los gentiles y algunos judíos prosélitos recibieron bien el Evangelio, los restantes judíos, no contentos con rechazar las enseñanzas del Apóstol, perseguían constantemente a las personas que habían aceptado el mensaje de Cristo. San Pablo enterado de esta terrible desgracia, escribió una carta a estas pobres gentes para animarlas a proseguir en la lucha, contándoles,  además, los últimos acontecimientos de su propia vida (Gal 2,1-2 i9):



"Después de trascurrido 14 años subí de nuevo a Jerusalén en compañía de Bernabé, llevando también a Tito / Subí conforme a una revelación y les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles, y en particular a los que figuraban, para que me dijesen si yo corría ó había corrido en vano… / y reconociendo la gracia que me ha sido dada, Santiago (Alfeo), Cefas y Juan, los que eran considerado como columnas, nos dieron las diestras en prenda de comunión a mí y a Bernabé de suerte que nosotros nos dirigiésemos a los gentiles y ellos a la circuncisión”
Esto sucedió justamente al finalizar el Concilio Apostólico de Jerusalén, donde sin duda estuvo presente el Apóstol San Juan. Algunos hagiógrafos aceptan la idea de que fue después de este Concilio, cuando San Juan partió de Palestina para evangelizar en Asia Menor.
San Ireneo, Padre de la Iglesia, que había sido discípulo de Policarpo, quien a su vez fue discípulo directo de San Juan, es una fuente muy segura de información sobre la vida del Apóstol a partir de este momento. San Ireneo afirma en sus escritos que el Apóstol se estableció finalmente en Éfeso, después de las muertes de San Pedro y San Pablo, que habían tenido lugar durante la terrible persecución de los cristianos, debida al emperador Nerón.
Por otra parte, de acuerdo con la tradición, el Apóstol Juan fue reclamado para juzgarle en Roma por su labor apostólica, ya que el emperador era un tirano cruel y paranoico que odiaba a los cristianos y los perseguía sin piedad.



Sucedió entonces el milagro que se ha dado en llamar “San Juan ante Portam Latinam” que llevó a decir a San Agustín, la famosa frase:
“No faltó Juan al martirio, sino que el martirio le faltó a Juan”

Y es que el Apóstol fue martirizado, pero no padeció hasta morir. Cuando sucedieron los hechos, el evangelista San Juan debería ser un hombre de cierta edad, al que el emperador trató de convencer para que renunciara a su doctrina y aceptara la religión romana tradicional de sus dioses paganos, tan favorables a los placeres de los sentidos. San Juan no titubeó un momento ante aquel emperador de crueldad comparable a la de Calígula, y  del propio Nerón, siendo castigado a ser inmerso en una tinaja de aceite hirviendo.

Se escogió para el lugar de este martirio una gran plaza ante la puerta Latina, que era aquella que se utilizaba para salir de Roma hacia los pueblos del Lacio. Después de ser cruelmente azotado, el Apóstol fue sumergido en la  caldera, que al punto se entibió y convirtió el martirio en un agradable baño de agua. El Emperador y sus cortesanos debieron quedar pasmados y horriblemente asustados ante tal hecho milagroso y por eso no es de extrañar que de inmediato le pusieran en libertad vigilada en la isla de Patmos, en el mar Egeo, no atreviéndose a matar al hombre justo que Dios protegía de semejante manera.



La tradición asegura que durante su destierro en Patmos recibió el Espíritu Santo que le inspiró, para escribir, el libro de las revelaciones, el <Apocalipsis>.
La muerte del emperador Domiciano supuso el final de la dinastía Flavia en el Imperio Romano y la instauración de la dinastía Antonina. Un complot palaciego acabó con la vida del tirano y los conjurados ofrecieron el poder al senador Cayo Nerva, que ya era muy mayor y que no tenía  hijos, ni parientes próximos. Marco Cayo Nerva aceptó el cargo, asociando al trono a uno de sus generales más prestigiosos, Marco Urpino Trajano, el cual fue nombrado emperador a la muerte de su protector. La persecución de los cristianos cesó durante un breve periodo de tiempo y al fin, San Juan pudo  regresar a Éfeso, probablemente hacia el año 96 d.C. y es creencia general que fue entonces cuando acabó de escribir algunas de sus obras.
En tiempos de San Juan Evangelista, varias terribles herejías intentaron minar los cimientos de la Iglesia de Cristo, como por ejemplo, el ebionismo y el gnosticismo.
La herejía del ebionismo, promovida en el siglo I, tiene influencia judaizante (deseaba interpretar el cristianismo según el judaísmo, sin tener en cuenta, correctamente, la plenitud de la revelación de Cristo). Los llamados ebionistas, también llamados nazaretos, a causa de su ideal de vida pobre, tomando como base un rígido monoteísmo unipersonal, negaban la divinidad de Cristo, por ser incapaces de concebir una única sustancia Divina en varias Persona.



Rechazaban así mismo, las enseñanzas de San Pablo, y lo consideraban un apóstata por haber traicionado el hebraísmo, al haber colocado las enseñanzas de Cristo por encima de la ley mosaica. Muchos ebionistas asumieron también errores provenientes de otras herejías de la época, como por ejemplo, el gnosticismo, de Cerinto.

Las ideas de Cerinto y sus seguidores fueron rechazadas por la Iglesia y según San Ireneo, en su “Adversus Omnes Haereses”, San Juan escribió su Evangelio para refutar los numerosos errores sostenido por Cerinto, a petición de las Iglesias de Oriente y de Occidente, que se dirigieron a él y le pidieron testimonios escritos para luchar contra tantas herejías.
Hay que tener en cuenta, a este respecto, que el Apóstol San Juan al principio habría evangelizado, al igual que los otros discípulos del Señor, mediante la predicación oral. En concreto como San Juan conocía personalmente el material evangélico, pues había oído a Cristo directamente, no necesitaba como San Marcos, ó San Lucas, de instrucciones complementarias, sino que sacando las palabras del Señor, del inagotable tesoro de su memoria, y asistido por el Espíritu Santo, pudo escribir el cuarto Evangelio del Nuevo Testamento.
Al encontrarse en la Asia proconsular, más concretamente en Éfeso, San Juan tuvo que adaptar tanto su evangelización  oral,  como su evangelización escrita a la mentalidad de este pueblo. Así, por ejemplo, algunos <Hechos y Dichos del Señor> omitidos por los evangelistas sinópticos (Mateos, Marcos y Lucas) y en particular, la predicación de Jesús en Jerusalén, tienen en el Evangelio de San Juan mucha importancia.


El cuarto Evangelio mantiene unas características teológicas completamente distintas de la de los otros tres Evangelios y por esta razón Teodoreto de Ciro (393-466), teólogo antioqueno muy considerado en su época, llegó a decir de este Evangelio que era una obra tan sublime, que estaba más allá del entendimiento humano, el llegar a profundizar y comprenderla enteramente.
En general, el Evangelio de San Juan se puede considerar una obra doctrinal, ya que su principal intención es la enseñanza y no la narración. Por ello, el interés principal del mismo, es el teológico y no tanto el histórico, como sucede en  los Evangelios Sinópticos.

 
 



El Papa Benedicto XVI en su audiencia general del miércoles 9 de agosto del 2006, se refirió a San Juan el teólogo, en los términos siguientes:
“Un tema característico de los escritos de San Juan es el amor. Por esta razón decidí comenzar mi primera Carta Encíclica, con las palabras de este Apóstol: <Dios es amor> (Deus Caritas est), y quién permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1Jn 4,16). Es muy difícil encontrar textos semejantes en otras religiones. Por tanto esas expresiones nos sitúan ante un dato realmente peculiar del cristianismo”.
Y más adelante en esta misma Encíclica, el Papa nos dice algo que caracteriza también enormemente, los escritos de este evangelista:
“Juan es el único autor del Nuevo Testamento que nos da una especie de definición de Dios. Dice, por ejemplo, que <Dios es espíritu> (Jn 4, 24) o que <Dios es luz> (1Jn 1,5)…”


Por otra parte, se cree que San Juan escribió tres cartas, sobre cuya autoría, se han dado diversas interpretaciones, pero de lo que no existe  duda, es que el autor de la <Primera Epístola>,  es el autor del cuarto Evangelio, es decir San Juan, el Apóstol amado por Jesús. En el tiempo en que el Apóstol escribió esta carta, los otros once Apóstoles, habían muerto por martirio, y según la tradición San Juan había agrupado en su entorno a todos los fieles de Asia Menor, que creían firmemente, escuchar en sus palabras el mensaje de Jesucristo y lo recibían con reverencia y amor. No obstante, como se ha indicado anteriormente, entre los discípulos de Cristo había comenzado a surgir enemigos del Señor y eran varias las herejías existentes.
Los escritores de la antigüedad como San Ireneo ó San Clemente de Alejandría, relatan en sus escritos la oposición sin tregua que el Apóstol tuvo que hacer, frente a estas desviaciones de la doctrina y  la persona de Cristo. Son muchas las anécdotas que se cuentan en estos escritos sobre la actitud de San Juan ante la situación creada, y así por ejemplo, San Ireneo se refiere a una ocasión en el que el Apóstol iba a unos baños públicos y se enteró que Cerinto, el hereje estaba en ellos, espantado exclamó: ¡Vámonos hermanos a toda prisa, no sea que los baños en los que está Cerinto, el enemigo de la verdad, caigan sobre su cabeza y nos aplasten!
Como es lógico, la presencia de este personaje hereje y sus seguidores, habían creado un ambiente enrarecido entre cristianos de bien, provocando algunas veces desviaciones en el seguimiento de las costumbres tradicionales, defendidas por la labor evangelizadora de los discípulos del Señor.

Por esta razón, el Apóstol se vio obligado a escribir esta epístola que además de mostrar el camino de la verdad y la tradición Apostólica, inculca a sus feligreses el deseo del alejamiento del mundo y la observación de los mandamientos en general, y en especial del gran mandamiento <antiguo y nuevo>, del <amor> (I Jn 2,3-11):

 



"Y en estos sabemos que lo hemos conocido: si guardáremos sus mandamientos / Quien dice: <Le he conocido>, y no guarda sus mandamientos, mentiroso es, y en él no está la verdad: / más quien guardare su palabra, de verdad en éste la caridad de Dios esta consumada: en esto conocemos que estamos en Él / Quien dice que permanece en Él, debe, como Él caminó, también él caminar así / Carísimos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde un principio: el mandamiento antiguo es la palabra que oísteis / Todavía también os escribo un mandamiento nuevo, lo cual se verifica en Él y en vosotros; porque las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla / Quién dice estar en la luz y aborrece a su hermano, está en las tinieblas hasta ahora / El que ama a su hermano, permanece en la luz y no hay tropiezo en él / Más quien aborrece a su hermano, en las tinieblas está, y en las tinieblas anda, y no sabe  a dónde va, pues las tinieblas cegaron sus ojos"
La segunda epístola está dirigida a una señora y sus hijos, y es muy corta. Esta dama podría pertenecer a la iglesia o comunidad cristiana de Asia Menor, y en ella se pone de relieve la presencia de los mismos adversarios de la doctrina de Cristo, que en la primera epístola. Debido a su gran brevedad, adquiere mayor relieve la apremiante recomendación de mantenerse dentro de los límites de la tradición cristiana y Apostólica. Algunas expresiones utilizadas en la misma, son exigentes  y por ello más convenientes, (II Jn 1 4-6):
"Me gocé en extremo porque he hallado entre tus hijos, quienes caminan en verdad, según, que recibimos mandamientos de parte del Padre / Y ahora te ruego, señora, no como quien te escribe mandamiento nuevo, sino el que tuvimos desde el principio: que nos amemos los unos a los otros / Y éste es el amor: que caminemos según sus mandamientos; éste es el mandamiento: que, como oísteis desde el principio caminéis en el amor / Porque muchos seductores han salido al mundo: los que no confiesan a Jesús como Mesías venido en carne. Esa gente es el seductor y el anticristo / Mirad por vosotros, no sea que perdáis lo que trabajasteis, antes bien recibáis pleno galardón / Todo el que va más allá y no se mantiene en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que se mantiene en la doctrina, éste tiene al Padre y también al Hijo / Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa ni le digáis:< ¡Salud!> / el que le dice:< ¡Salud!>, entra en comunión con sus malas obras"

 
 


La tercera epístola, la dirigió San Juan a un personaje llamado Gayo del que no se conoce a ciencia cierta su personalidad, aunque en la carta parece entenderse que este hombre era muy querido del Apóstol y que podría encontrarse enfermo tanto física, como espiritualmente. También se menciona en la carta a otros personajes, más concretamente, a Diótrefes el cual podría haber sido el Obispo de la Iglesia a la que pertenecía este presbítero,  que había caído en las redes de Cerinto y no soportaba a los evangelizadores de Cristo (no los recibía ni consentía que nadie los recibiese). Pero a pesar de todo, algunos fieles permanecían como Gayo fieles a Jesús. Otro personaje que aparece en esta carta es Demetrio, el portador de la carta que podría ser también el jefe de un grupo de cristianos mandados por el Apóstol para cristianizar a los apartados del Señor (III Jn 1, 9-12):
"Escribí algo a la iglesia; pero el que es amigo de tener el primer puesto entre ellos, Diótrefes, no nos admite / Por esto, si voy allá, le haré presentes las obras que hace, cuando con perversas palabras dice tonterías de nosotros, y,  no contento con esto, ni el admite a los hermanos ni consiente que los que quieren los admitan y los echa de la Iglesia / Amado mío, no imites lo malo, sino lo bueno. El que obra el bien,  es de Dios; el que obra el mal, no ha visto a Dios / A Demetrio le abona el testimonio de todos y el de la misma verdad, y nosotros también damos testimonio, y sabes que nuestro testimonio es veraz"

Con todo, el libro más impactante escrito por este Apóstol es, sin duda, el <Apocalipsis>, cuya autoría es indiscutible, pues como nos dice el Papa Benedicto XVI, en su audiencia general del miércoles 23 de agosto del 2006:
“Mientras que no aparece nunca su nombre ni en el cuarto Evangelio ni en las cartas atribuidas a este Apóstol, el Apocalipsis, hace referencia al nombre de San Juan en cuatro ocasiones, (Ap 1, 1, 4, 9; 22-8)”

 
 

 
 
 Se trata de un libro inspirado por el Espíritu Santo que despertará en nuestra alma la fe, la esperanza, la caridad y sobre todo el aborrecimiento a todo lo que procede de la mano del maligno;  libro del cual Benedicto XVI  dijo (16 de agosto de 2006):
 

“En Patmos arrebatado en éxtasis el día del Señor (Ap 1,10) San Juan tuvo visiones grandiosas y escuchó mensajes extraordinarios, que influirían en gran medida en la historia de la iglesia y en toda la cultura cristiana”

Al leer el Apocalipsis, es importante que tengamos en cuenta el hecho de que San Juan expone las diversas visiones en forma cíclica y no lineal, a la manera clásica de concebir este tipo de cuestiones relacionadas con el presente y el futuro del ser humano, o estilo que se ha dado en llamar, <apocalíptico>; por otra parte, San Juan parece desdoblar las representaciones de sus videncias en dos aspectos distintos, uno acústico y otro óptico, primero oye, lo que luego ve, de esta forma quiere dar más relevancia a todo lo que ha experimentado en los momentos de inspiración Divina.

Pero sobre todo deberíamos tener en cuenta que las visiones referidas en el Apocalipsis no son una ficción literaria, como lo son en otras obras de este género apocalíptico, sino que realmente se trata de visiones sobre hechos naturales experimentados  por el Apóstol bajo la acción del Espíritu Santo.



El Apocalipsis empieza con un Prólogo, que contiene el <Título del libro>, la <Salutación> y el <Lema y aprobación divina>; a continuación el Apóstol expone la <Primera Parte> con <Cartas a las siete Iglesias de Asia>, y  la presentación siguiente (Ap I, 9-10):
"Yo Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, y en el reino, y en la firme esperanza en Jesús, estuve en la isla de Patmos por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús / Fui arrebatado en espíritu el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta / que decía: <Lo que ves escríbelo en un libro y mándalo a las siete Iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea>"

En las <Cartas a las siete Iglesias>, Nuestro Señor Jesucristo premia o castiga, las virtudes o los vicios de los feligreses de estas comunidades cristianas, a través de un ángel enviado por Él. Con ello, Jesús quiere dar un toque de atención a los seducidos por Satanás, recordándoles de forma implícita, el último don del Espíritu Santo, esto es, el <Santo Temor de Dios>, porque como nos dice el Papa Juan Pablo II, en su libro <Cruzando el umbral de la esperanza>:
“Entre los siete dones del Espíritu Santo, señalados por las palabras de Isaías (cfr.11, 12), el don del <temor de Dios>, está en último lugar, pero eso no quiere decir que sea el menos importante, pues precisamente el <temor de Dios> es principio de la sabiduría. Y la sabiduría, entre los dones del Espíritu Santo, figura en primer lugar”       
 
Por su parte, el Papa Benedicto XVI nos dice al respecto en la misma audiencia mencionada anteriormente, que:
“El libro debe comprenderse en el contexto de la dramática experiencia de las siete iglesias de Asia (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea) las cuales, a finales del siglo primero, tuvieron que afrontar dificultades, persecuciones y tensiones incluso internas, en su testimonio de Cristo. San Juan se dirige a ellas mostrando una profunda sensibilidad pastoral con respecto a los cristianos perseguidos, a quienes exhorta a permanecer firmes en la fe y a no identificarse con el mundo pagano, tan fuerte.

Su objetivo consiste, en definitiva, en desvelar a partir de la Muerte y Resurrección de Cristo, el sentido de la historia humana”
 



Y sigue diciendo el Papa con un conocimiento de causa profundo y una visión preclara de las visiones del Apóstol:
“En efecto, la primera y fundamental visión de San Juan atañe a la figura del Cordero, que a pesar de estar degollado, permanece en pie (Ap 5,6) en medio del trono en el que se sienta el mismo Dios.
De este modo, San Juan quiere trasmitirnos dos mensajes:

El primero es que Jesús, aunque fue crucificado en un acto de violencia, en vez de quedar inerte en el suelo, paradójicamente se mantiene firme sobre sus pies, porque con la Resurrección ha vencido definitivamente la muerte.

El segundo es que el mismo Jesús, precisamente por haber <Muerto y Resucitado>, ya participa plenamente del poder real y salvífico del Padre”


Después de las <Cartas a las siete Iglesias de Asia>, en la <Segunda Parte> ó <Libro de los siete sellos>, aparece, tal como nos dice el Papa, la figura central de Cristo, tras la <Visión preliminar: Dios en el cielo>, en el  apartado denominado <El cordero y el libro sellado>, (Ap 5, 1-6):
"Y vi sobre la diestra del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por el reverso sellado con siete sellos / Y vi un ángel fuerte que pregonaba con voz poderosa: < ¿Quién hay digno de abrir el libro y desatar sus sellos?> / Y nadie podía, ni en el cielo ni sobre la tierra, ni debajo de la tierra abrir el libro ni verle / Y yo lloraba mucho, porque nadie se halló digno de abrir el libro ni de verle / Y uno de los ancianos me dice: <No llores>; mira que venció el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, en abrir el libro y sus siete sellos> / Y vi en medio delante del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero de pie, como degollado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados por toda la tierra"

Después de <El Cordero y el libro sellado> (5, 1-14), sigue el conocido <Ciclo de los siete sellos> (6, 1-17), con la apertura de los cuatro primeros sellos, en referencia al <Caballo blanco>, que representa la victoria de Dios ó <Cristo vencedor>, el <Caballo rojo>, que representa el gran mal de la violencia en forma de guerra, el <Caballo negro>, que representa otro de los grandes males de la humanidad, es decir el hambre, y el caballo amarillo que es la muerte en forma de plaga ó violencia extrema.
Después de la apertura del cuarto sello sigue, como es lógico, la apertura del quinto, donde sobre todo se habla de los clamores de los mártires, que habían sido degollados por causa de la palabra de Dios y por el testimonio evangelizador que esto suponía.
 
 


Ellos clamaban al Señor pidiendo justicia y con toda razón fueron revestidos de blanco y el Señor les pidió que tuvieran paciencia, hasta que otros evangelizadores, como ellos, fueran así mismo, muertos por martirio.

Estos son los que por la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, son redimidos, hasta el fin de los siglos (El gran día de la ira de Dios) (6, 12-17).


En este punto, queremos recordar la catequesis de Juan Pablo II, sobre <los redimidos>, dada en su visita pastoral a la Parroquia de <San Lorenzo (Fuori Le Mura)>, en Roma  el 1 de noviembre de 1981:
“Es uno  de los que están de vigilia ante el trono del Altísimo el que pronuncia estas palabras, las personas vestidas de blanco, que Juan ve con su mirada profética, son los redimidos y constituyen <una muchedumbre inmensa>, cuyo número es incalculable y de la más variada proveniencia.


La sangre del Cordero, que se ha inmolado por todos nosotros, ha obrado en toda la tierra su universal y eficacísima virtud redentora, aportando gracia y salvación a esta <muchedumbre inmensa>. Después de pasar a través de las pruebas de esta vida y habernos purificado con la sangre de Cristo, ellos -los redimidos-están seguros en el Reino de Dios y le alaban y bendicen por los siglos de los siglos”

Se refiere el Santo Padre al pasaje del Apocalipsis 7, 9-15 (La innumerable turba celeste):
"Tras esto, vi, y he aquí una gran muchedumbre, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, y tribus, y pueblos, y lenguas, delante del trono y delante del Cordero, vestidos de ropas blancas, y palmas en las manos / y clamaban con voz poderosa, diciendo: <La salud a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero>"
Leyendo las explicaciones de los Papas todo nos parece fácil y con sentido; si siempre leyéramos el Apocalipsis, poniendo la mirada, como ellos nos piden, en Jesucristo entenderíamos perfectamente el mensaje de este libro Divino. Por ello, si el libro se lee sensatamente puede que aun teniendo escasos conocimientos teológicos sobre algunos aspectos misteriosos y oscuros del Apocalipsis, esa misma oscuridad  acercaría más al objetivo final del mismo, esto es, la figura de Jesucristo victorioso y vencedor después de su Pasión y Muerte.



Así, por ejemplo, cuando después de la <innumerable turba celeste>, leemos por fin, la apertura del séptimo sello, nos encontramos con una situación extrañamente misteriosa, esto es, el silencio en el cielo (8, 1):

"Y cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como una media hora"
Nos preguntamos, entonces, ¿Qué significado tienen estas palabras?  Según los estudiosos de la Santa Biblia, podría significar la situación expectante y receptiva de la humanidad ante la llegada del fin de los tiempos, la Parusía, que viene acompañada de lamentaciones y dolores reflejados en el <Ciclo de las siete trompetas> (8, 3-12).

 



Este ciclo termina con un <Intermedio> en el que se produce el anuncio de los tres ayes (8, 13):

"Y vi y oí un águila volando, que decía a grandes voces:< ¡Ay, ay, ay, de los que habitan sobre la tierra, a causa de los restantes toques de la trompeta de los tres ángeles, que están para tocar!"


 
 El anuncio de los tres <ayes>, da paso a la apertura del abismo con la llegada, en primer lugar (tras tocar la trompeta el quinto ángel) (9, 1-12), de seres monstruosos y dañinos para la humanidad que no llevan el sello de Dios sobres su frente, los cuales son acólitos de <Abaddón>, es decir Satanás y esto indica según algunos estudiosos de la Santa Biblia, el inicio de la época sub-escatológica. Esta acción diabólica durará poco tiempo, sólo unos meses, que se podrán contar con los dedos de la mano.

En segundo lugar (al tocar la trompeta el quinto ángel), aparecen los cuatro ángeles del Eufrates (9, 13-21), seres perversos y diabólicos a los cuales Satanás, ha encomendado el exterminio de los hombres, con ayuda de un ejército infernal, pero éste no es todavía el fin de las desgracias que esperan a la humanidad, éste no es el ejército que al final de los siglos tendrá que luchar, y perderá, contra los santos de Dios.
 
 
 


Finalmente, aparece un ángel, todo poderoso, que anuncia la llegada definitiva de Dios, él lleva en su mano un librito que encierra la información para unos, terrible y para otros maravillosa, sobre los acontecimientos que aún esperan a la humanidad.
Una de las partes más extrañas y difícil de interpretar del Apocalipsis, es sin duda el apartado dedicado a aparición de <Los dos testigos> (11, 1-14), los Predicadores del Evangelio al final de los siglos. Quienes son estos dos personajes que profetizan antes de la llegada del Señor, es difícil de decir, sin embargo en la antigüedad se creía que podrían representar a los profetas del Antiguo Testamento, Elías y Enoc, los cuales aparecerían de nuevo, como testigos finales de la palabra de Dios, para preparar su advenimiento y la consumación de los siglos (11, 15-19):

<Y el séptimo ángel tocó la trompeta, y sonaron grandes voces en el cielo, que decían:
Se estableció el reinado sobre el mundo del Señor nuestro y de su Cristo, y reinará por los siglos de los siglos...>
 
 


El Papa Benedicto XVI en la audiencia del 23 de agosto de  2006, anteriormente mencionada, nos habla del <Librito abierto>, en los términos siguientes:
“Entre las visiones que presenta el Apocalipsis se encuentran dos muy significativas: la de la Mujer, que da a luz a un hijo varón y la complementaria del Dragón arrojado de los cielos pero todavía muy poderoso”

Se refiere el Papa, por supuesto, al apartado <Los tres signos> ó <El librito abierto>, de <La Segunda Parte> (Ap II-12, 1-17):
"Y una gran señal fue vista en el cielo: una Mujer vestida de sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas / la cual llevaba un Hijo en su seno, y clamaba con los dolores del parto y con la tortura de dar a luz / Y otra señal fue vista en el cielo, y he aquí un dragón grande rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas / y su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó a la tierra. Y el dragón se ha colocado frente a la Mujer que está a punto de dar a luz"
Esta mujer, dice el Papa:



“Representa a María madre del Redentor, pero a la vez representa a toda la Iglesia, el pueblo de Dios de todos los tiempos; la Iglesia que en todos los tiempos con gran dolor, da a luz a Cristo siempre de nuevo. Y siempre está amenazada y perseguida por el Dragón.

Parece indefensa, débil. Pero, mientras está amenazada y perseguida, también está protegida por el consuelo de Dios. Y esta Mujer al final vence. No vence el Dragón. Ésta es la gran profecía de este libro, que nos infunde confianza.

La Mujer que sufre en la historia, la iglesia perseguida, al final se presenta como la Esposa espléndida, imagen de la nueva Jerusalén, en la que ya no hay lágrimas ni llanto, imagen del mundo transformado,  del nuevo mundo, cuya luz es el mismo Dios, cuya lámpara es el Cordero”.
Estas interpretaciones  <proféticas –escatológicas> de Benedicto XVI, sobre las visiones de San Juan  relatadas en el < Apocalipsis>, son las mismas que defendieron desde el principio los Padres de la Iglesia, como San Ireneo, San Hipólito, San Victorino, San Gregorio Magno, y las de algunos comentadores y teólogos posteriores, como Ribera y Cornelio.

Estos conceptos no excluyen, por otra parte, la posibilidad de referencias a los acontecimientos históricos de los primeros siglos de la iglesia de Cristo y nos indican que las profecías que el Espíritu Santo revela a San Juan son por extensión, las mismas del discurso escatológico dado por Jesús a sus Apóstoles, frente al templo de Jerusalén cuando ya se aproximaba su <Pasión, Muerte y Resurrección>,  que algunos autores han dado en llamar <Pequeño Apocalipsis>.
 
 

 
 De cualquier forma, aunque muchas veces las profecías que aparecen en la Santa Biblia, presentan dificultades teológicas para las personas no especializadas en esta ciencia del alma, esto, lejos de ser un motivo de desaliento debe ser, tal como nos dice el Papa Pio XII, un motivo para redoblar los esfuerzos en la búsqueda de explicaciones más correctas para las mismas, a través de las palabras de los  Padres de la Iglesia.

 Hay que tener muy en cuenta, por último, que aunque el <Apocalipsis> de San Juan continuamente hace referencia a sufrimientos, tribulaciones y llantos, contiene también cantos de alabanza que como nos dice Benedicto XVI representa la cara luminosa de la historia, y es por ello que el vidente de Patmos en el Epílogo de su libro cuando expresa la triple garantía  que lo garantiza, acaba invocando la llegada del Salvador  con gran alegría, tras las palabras del Señor (Apocalipsis 22 12-17):

 
 
 
"<He aquí que vengo pronto, y conmigo está mi recompensa, para pagar a cada uno, según fuere sus obras / Yo soy el Alfa y el Omega, el primero y el último, el principio y el fin / Dichosos los que lavan sus vestiduras para que les pertenezca el derecho sobre el árbol de la vida y puedan entrar por las puertas en la ciudad / ¡Afuera los perros, y los hechiceros, y los fornicadores, y los homicidas, y los idólatras, y todo el que ama y obra mentira! / Yo, Jesús, envié mi ángel para testificaros estas cosas en las Iglesia. Yo soy la raíz y el linaje de David, la refulgente estrella matutina> / Y el Espíritu y la desposada dicen: <Ven>. Y el que oye diga:<Ven>. Y el que tenga sed, venga; y el que quiera, tome de balde agua de vida"
 

 Dice el Papa Benedicto XVI:
“Esta es una de las plegarias centrales de la iglesia naciente, que también San Pablo utiliza en su forma aramea <Maranatha>. Esta plegaria. < ¡Ven Señor, Ven Señor nuestro!> (I Co 16,22) tiene varias dimensiones. Desde luego, implica ante todo la esperanza de la victoria definitiva del Señor, de la nueva Jerusalén, del Señor que viene y trasforma el mundo.

Pero, al mismo tiempo es también una oración eucarística: <Ven Jesús ahora>. Y Jesús viene, anticipa su llegada definitivamente.  




De este modo, con alegría decimos al mismo tiempo: ¡Ven ahora y ven de manera definitiva!
Esta oración tiene también un tercer significado, <Ya has venido Señor. Estamos seguros de tu presencia entre nosotros. Para nosotros es una experiencia gozosa. Pero, ¡Ven de manera definitiva! ¡Ven Jesús! ¡Ven y transforma el mundo! ¡Ven ya, hoy, y triunfe la paz! Amén”
 
 
 
 
 
 



 

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