Translate

Translate

viernes, 25 de marzo de 2016

JESÚS Y EL PECADO DEL HOMBRE EN EL SIGLO XXI


 
 
 


En este siglo, dentro ya del tercer milenio, desde la llegada del Mesías a la tierra, la caída del hombre y de la mujer en el pecado  sigue su curso, siguen escuchando a Satanás, siguen siendo embaucados por su oferta aparentemente atractiva  de llegar a ser como Dios, y por ello, es conveniente que  todos recordemos que (C.I.C nº 386 y nº 387):

"El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el <vínculo profundo del hombre con Dios>, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia // La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada etc.
Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle"
 
 

                                                   
Ciertamente el hombre debe estar siempre alerta ante las posibles asechanzas del diablo, porque con frecuencia sucede,  que escucha la voz de su enemigo natural (CIC nº 391):

"Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres, se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Gn 3, 1-5) que por envidia, los hace caer en la muerte.

La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en éste ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (Jn Ap 12,9).
La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios:

<El diablo y los otros demonios fueron credos por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron así mismos malos>  (Cc, de Letrán IV año 1215; DS 8oo).


"El hombre tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza en el Creador (Gn 3, 1-11), y abusando de su libertad, desobedeció el mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (Rm 5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad // En este pecado, el hombre se prefirió así mismo, en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios; hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura, y por tanto contra el propio bien"

Sin embargo y por la clemencia de Dios, frente a este comportamiento inicuo del hombre hacia su Creador, Él nos mandó a su Hijo unigénito para nuestra salvación:

 


“Por la misericordia de Dios, Padre que reconcilia, el Verbo se encarnó en el vientre purísimo de la santísima Virgen María para <salvar a su pueblo de sus pecados> (Mt 1, 21) y abrirle <el camino de la salvación>. San Juan Bautista confirma esta misión indicando a Jesús como <el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo> (Jn 1, 29).

Toda la obra y predicación del Precursor es una llamada enérgica y ardiente a la penitencia y a la conversión, cuyo signo es el bautismo administrado en las aguas del rio Jordán. El mismo Jesús se somete a este rito penitencial (Mt 3, 13-17), no porque haya pecado, sino porque <se deja contar entre los pecadores>; es ya el <cordero de Dios que quita el pecado del mundo>; anticipa ya el <bautismo de su muerte sangrienta>.



La salvación es pues, y ante todo, redención del pecado como impedimento para la amistad con Dios, y liberación del estado de esclavitud en la que se encuentra el hombre que ha cedido  a la tentación del Maligno y ha perdido la libertad de los hijos de Dios” (Carta Apostólica en forma de Motu proprio <Misericordia Dei>. Papa San Juan Pablo II. Dada en Roma el 7 de abril del año 2002).

Ciertamente las palabras del  Papa San Juan Pablo II nos muestran toda la grandeza y misericordia de Dios hacia los hombres y todo el despropósito y bajeza de estos hacia su Creador. También el Apóstol San Pablo, convencido como estaba del mensaje de Cristo escribía una carta a los habitantes de Roma para estimularles a salir del pecado en el que algunos se encontraban y alcanzar así  una <nueva vida> (Rm 6, 1-4):

-¿Qué diremos pues? ¿Continuaremos en el pecado, para que la gracia abunde?

-De ninguna manera. Los que hemos muerto al pecado ¿Cómo viviremos aún en él?

-¿O ignoráis que cuantos fuisteis bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuisteis bautizados?

-Fuimos, pues, con sepultados con el Bautismo, para participar en su muerte, para que así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos con vida nueva.

 


Esclarecedoras palabras del Apóstol que llenan, sin duda, de esperanza el corazón de los hombres de buena voluntad y que les invitan a desterrar el pecado de sus vidas, porque ¿cómo el hombre que ha conocido a Dios, que incluso ha sido bautizado en la sangre de Cristo, puede seguir pecando? Más aún ¿cómo es posible que en este nuevo milenio se sigan comportando los seres humanos como los paganos de tiempos de San Pablo? Si será como dice el Apóstol en su carta a los romanos que (Rm 1, 21-23):

"Porque habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios, ni le dieron gracias, antes se desvanecieron en sus pensamientos, y se entenebreció su insensato corazón / Alardeando de sabios, se embrutecieron / y trocaron la gloria del Dios inmortal por un simulacro de imagen de hombre corruptible, y de volátiles, y de cuadrúpedos, y de reptiles"

 



Las palabras del Apóstol reflejan el comportamiento de una sociedad que habiendo conocido de cerca al verdadero Dios, sin embargo cometió el pecado capital de negarlo; los hombres entenebrecieron sus corazones, y con ello anularon su inteligencia que ya era incapaz de conocer la verdad (conciencia errónea). Y de todo ello, resultó además la estupidez y el embrutecimiento de sus corazones, siendo conducidos finalmente a la idolatría, a la adoración de <falsos dioses>.

¿Acaso no nos recuerdan estas palabras de San Pablo muchas de las situaciones que hoy en día se presentan en nuestras sociedades? Los Papas de los últimos cien años han venido denunciando cada vez con mayor urgencia, la paganización, el retroceso en la moralidad y el abandono de fe en el mensaje de Cristo.

No tenemos más que seguir recordando la carta de San Pablo a los romanos para comprender la certeza de estas denuncias y constatar que Dios castigó a aquellos  paganos impíos con una corrupción generalizada (Rm 1, 24-32).




Sucedió, en efecto, como señala San Pablo en su carta, que Dios que ha hecho a los hombres libres, <permitió que cayeran en manos  de las concupiscencias de sus corazones>, dejándoles ir tras la torpeza hasta <afrentar entre sí sus propios cuerpos>, y así mismo permitió que éstos se entregaran a <pasiones afrentosas>.

Pues por una parte, <hombres trocaron el uso natural por otro contra naturaleza>…En definitiva, cayeron en una perversión total del sentido moral, algo que en nuestros días no está muy alejado de la realidad de algunos hombres.

Sí, encontramos grandes similitudes entre los paganos de Roma y algunos hombres del nuevo milenio, era algo que también preocupaba enormemente al Papa San Juan Pablo II el cual escribió, ya a las puertas del nuevo siglo, su magnifica Carta Encíclica: <Tertio millennio adveniente>, dada en Roma en el año 1994:
“Un serio examen de conciencia ha sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre todo para la Iglesia presente. A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestros tiempos. La época actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras.
¿Cómo callar por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de  la coherencia?"

 
 
 

Reflexionando sobre esta denuncia, del Papa San Juan Pablo II, asusta comprobar la certeza de la misma, basta escuchar o ver  la utilización tan peregrina, por no decir funesta de los seres creados por Dios llamados ángeles.

Se utilizan como herramientas de trabajo, por personas que no tienen la más mínima idea de lo que representan, para crear una especie de religión en torno a ellos, eso sí, olvidando la figura de Dios Creador de todas los seres y de todas las cosas.

Es una especie de gnosticismo encubierto que embota los sentidos de muchas personas, que puede hacer mucho daño incluso en el seno de la Iglesia católica.

Como también denunciaba el Papa en esta misma Carta Encíclica (Ibid):
“A esto hay que añadir, aún, la extendida pérdida del sentido transcendente de la existencia humana y el extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del respeto a la vida y a la familia. Se impone además a los hijos de la Iglesia una verificación:

¿en qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de secularismo y relativismo ético?

¿Y qué parte de responsabilidad deben reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber manifestado el genuino rostro de Dios, <a causa de los defectos de sus vidas religiosa, moral y social?”


De estas palabras se desprende, sin duda, la enorme intranquilidad del Papa San Juan Pablo II a las puertas ya de su abandono de este mundo, por el futuro de los hombres en el nuevo milenio.

Y tenía razones para ello, tal como día a día vamos comprobando después de algunos años. Sería muy conveniente que nos interrogáramos todos, como pedía el Papa, en aras de comprobar, hasta qué punto los defectos de nuestra vida religiosa, moral y social, permiten ver el genuino rostro de nuestro Creador, tal como aseguraba el Papa a finales del siglo pasado (Ibid):



“De hecho, no se puede negar que la vida espiritual atraviesa entre muchos cristianos <momentos de incertidumbre> que afectan no sólo a la vida moral, sino incluso a la oración y a la misma <rectitud teologal de la fe>. Está ya probado, por la confrontación con nuestro tiempo, a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de obediencia  al Magisterio de la Iglesia.

Y sobre el testimonio de la Iglesia en nuestro tiempo, ¿Cómo no sentir dolor por la falta de <discernimiento>, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en <graves formas de injusticias y marginaciones sociales>? Hay que preguntarse cuántos entre ellos, conocen a fondo y practican coherentemente las directrices de la doctrina social de la Iglesia…”

 
 
 

El Papa, en esta hermosa Carta Encíclica, a las puertas del Tercer Milenio, nos habla además del ejemplo extraordinario dado por los mártires, santos y santas, conocidos o no, cuyas vidas son testimonios que nunca deberíamos olvidar los cristianos, por eso proponía un programa de actuación que se podría resumir en los términos siguientes:

Una primera fase que tendría un <carácter ante preparatorio>, y debería servir para reavivar en el pueblo cristiano la conciencia del valor del significado que el Jubileo del 2000 supondría para la historia de la humanidad; y una segunda fase que se iniciaría en el año 1997 de carácter preparatorio (la Encíclica fue escrita por el Papa en 1994) , centrado en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, teológica, y  por tanto <Trinitaria>.

Tras la barrera del año 2000 que podría haber supuesto una vuelta de la cristiandad al camino de la fe y la salvación en Cristo, abandonando la senda del pecado, el Papa San Juan Pablo II, fiel a su idea de reconciliar el mundo con Dios, escribía una Carta Apostólica:  <Novo millennio ineunte>, fechada en Roma el día 6 de enero de 2001; en ella tras, dar las gracias al Señor por todas las cosas conseguidas durante el periodo de tiempo preparatorio transcurrido para la entrada de un nuevo siglo, volvía a recordar a su grey los antiguos y nuevos retos que la Iglesia tenía ante el futuro:

“En efecto, son muchas en nuestros tiempos las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no solo millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana”

Sí, es la doctrina social de la Iglesia, tantas veces defendida por sus Pontífices, la que hacia hablar así a este anciano santo que se preguntaba, ya a las puertas de la muerte (Ibid):



“¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse?”

Son preguntas comprometidas y comprometedoras que el Papa hubiera querido transformar en respuestas positivas de la sociedad, si aún hubiera tenido tiempo para ello, porque él se daba cuenta de la acuciante necesidad de responderlas con hechos positivos y sin engaños,  como el aseguraba en su carta (Ibid):

“El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, el abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social…”

Palabras proféticas del Papa San Juan Pablo II, el cual ya se encontraba gravemente enfermo y sufría con resignación y alegría la cruz de sus achaques y dolores. En realidad le quedaban ya muy pocos años para alcanzar la vida eterna; murió el 2 de abril de 2005, dejando a la Iglesia inmensamente apenada y agradecida por su labor incansable a favor de Cristo y su Mensaje salvador.

Como ejemplo aleccionador recordamos esta carta Apostólica del 2001 en la que también advertía a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad que si el corazón de los seres humanos no se abría definitivamente al Mensaje Divino, el mundo tomaría derroteros imprevisibles al recorrer la senda del pecado. Concretamente él preguntaba (Ibid):

“¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitable y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de las guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente los niños?”

Preguntas todas esenciales que aún permanecen sin respuestas  por parte de la humanidad, por eso él aseguraba   ya en aquellos años que (Ibid):
“Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristiano no puede permanecer insensible…”



 
 

La clave, aseguraba también, para vencer el pecado está en la <contemplación del rostro de Jesús> y en dar <testimonio de los Evangelios>.  Y la contemplación del rostro de Cristo implica el conocimiento profundo de su Palabra, de lo que de Él se dice en las Sagradas Escrituras,  esto es, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento y por supuesto de lo que la Tradición de la Iglesia, a través de los santo Padres, ha llegado hasta nosotros de su celestial Persona. Precisamente como el Papa San Juan Pablo II reconocía,  la gran herencia que la experiencia jubilar dejaba era <la contemplación del rostro de Cristo> (Ibid):
“Contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, comparado como sentido de la historia y luz de nuestro camino...
En realidad los Evangelios no pretenden ser una biografía completa de Jesús, según los cánones de la ciencia histórica moderna. Sin embargo, de ellos <emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro>, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo, recogiendo testimonios fiables (Lc 1, 3) y trabajando sobre documentos sometidos al atento discernimiento…siempre bajo la iluminación del Espíritu Santo”


Recordaremos por último las reconfortantes  palabras del Papa San  Juan Pablo II a propósito de la acción defensora contra el pecado, del Espíritu Santo (Audiencia general de 24 de mayo 1989):
“Cuando Jesús en el Cenáculo, la vigilia de su Pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la siguiente manera: <El Padre os dará otro Paráclito>. Con estas palabras se pone de relieve que el propio Cristo  es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo  casi su prolongación.

Jesucristo, efectivamente, era el <defensor> y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su primera Carta: <Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre, a Jesucristo, el Justo> (I Jn 2, 1).
El abogado defensor es aquel que poniéndose de parte de los que son culpables, debido a los pecados cometidos, los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado <Paráclito>, porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha liberado del pecado y de la muerte eterna”

 


 

 

 

 

  

 

 

 

 

lunes, 7 de marzo de 2016

LA IMPORTANCIA DEL CATECISMO EN EL CONOCIMIENTO SISTEMÁTICO DEL CONTENIDO DE LA FE



 
 
 
 
El Papa Benedicto XVI en su Carta Apostólica en forma de “Motu Proprio”: Porta Fidei, dada en Roma el 11 de octubre de 2011, nos recordaba a todos los fieles que para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe  debemos recurrir siempre al Catecismo de la Iglesia Católica:

“Deberíamos expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemáticamente y orgánicamente, en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes de su vida de fe”

Gran elogio del Papa Benedicto XVI, el cual nos recuerda así mismo en su Carta Apostólica que este Catecismo de la Iglesia Católica es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II; surgido del deseo de los Padres del sínodo de Obispos convocado por el Papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1985 (vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II), los cuales  manifestaron a su Santidad el Papa que deseaban <fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre la fe, como sobre la moral, el cual pudiera ser considerado como un texto de referencia para los Catecismos o compendios que se redactaban en los diversos países>.

 
 
 
 
Por su parte, el Papa Juan Pablo II tomó muy en cuenta las consideraciones de los Padres Sinodales, y  comprendiendo que este proyecto respondía a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares, lo apoyó desde el primer momento. Como resultado de los incansables trabajos llevados a cabo por una Comisión de Cardenales y Obispos, presidida por el Cardenal Joseph Ratzinger, y junto a ella de un Comité de redacción formado por siete Obispos de diócesis expertos en teología y catequesis, vio la luz este ambicioso deseo.

El trabajo fue objeto de una amplia consulta a todos los Obispos católicos, a sus Conferencias Episcopales o Sinodales, a institutos de teología e institutos de catequesis, y en conjunto, se puede decir que, recibió una excelente acogida de todos ellos. La conclusión de todo esto es que este Catecismo <refleja la naturaleza colegial del Episcopado y atestigua la catolicidad de la Iglesia>.

 
 
 
 
El Prólogo de este magnífico Catecismo nos muestra en boca del mismo Jesucristo y de sus enviados, aquello que vamos a encontrar dentro como fruto de los trabajos realizados en el Concilio Vaticano II.

(Prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica. Versión oficial en español preparado por un grupo de teólogos y catequistas, presidido por el Arzobispo Karlic <Paraná- Argentina> y el Obispo Medina <Rancagua- Chile> en 1992:

“Padre, ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn 17, 3). <Dios, nuestro Salvador…quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad> (I Tim 2, 3-4). <No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hch 4, 12) sino el nombre de JESÚS>”

Como asegura el Papa Benedicto XVI, el cual tuvo una participación importantísima en el alumbramiento del actual Catecismo de la Iglesia Católica, <a través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta en él no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia>.

 
 
 
 
 
En su día,  otros Pontífices de la Iglesia comprendieron también  que la evangelización de los pueblos, requerían del apoyo inestimable del Catecismo. Uno de estos Pontífices fue San Pio X (Giuseppe Sarto; 1903-1914), el cual en su Carta Encíclica <Acerbo nimis>, motivada por los males que aquejaban a la sociedad de su época, destacó  la ignorancia de la religión por parte de un gran número de sus feligreses, la indiferencia a las verdades de la religión de los mismos, incluso de aquellos que se consideraban católicos, y por supuesto, las malas pasiones y la mala vida, que engendraba esta ignorancia.

Como consecuencia de todo esto, el Papa Pio X, defendió la <Necesidad de la instrucción religiosa y sus beneficios>. Es interesante recordar aunque no sea más que brevemente, algunas de las cosas que a este propósito dijera  éste Papa santo, porque si nos detenemos a pensarlo, las ideas y juicios de la sociedad que a él le tocó vivir, son  “embriones” de los que ahora se defienden en este siglo (Acerbo Nimis; Pio X. Dada en Roma el 15 de abril de 1905):

“Los secretos designios de Dios Nos han levantado de Nuestra pequeñez al cargo de Supremo Pastor de toda la grey de Cristo en días bien críticos y amargos, pues el enemigo de antiguo anda alrededor de este rebaño y le tiende lazos con tan pérfida astucia, que ahora, principalmente, parece haberse cumplido aquella profecía del Apóstol a los ancianos de la Iglesia de Éfeso:


<No hay conocimiento de Dios en la tierra. La maldición, y la mentira, y el homicidio, y el robo, y el adulterio lo han inundado todo; la sangre se añade a la sangre por cuya causa se cubrirá de luto la tierra y desfallecerán todos los moradores> (Os 4, 1 ss)”

Son las palabras del Papa Pio X, con las que expresa la <dolorosa comprobación> del mal estado de la sociedad en la que se debatía su grey. Sin querer ser agoreros nos preguntamos ¿acaso no nos suenan de algo las denuncias de este santo Papa?

Sí, la sociedad de este  siglo XXI, ha heredado, por desgracia, los vicios y malas costumbres de los siglos anteriores, propagados a raíz de un modernismo arrollador, en el cual han confluido casi todas las herejías de la historia del hombre, y si seguimos así, los males de otras épocas, serán superados con creces en esta.


 
 
 
Es por eso que el Papa Benedicto XVI se apresuró a recordarnos a todos los cristianos la necesidad de volver a los orígenes de la Iglesia, esto es, de volver a Cristo, como hicieron otros Papas anteriores, y para ello es necesario, principalmente, que los niños y jóvenes de las nuevas generaciones, pero también los adultos y los ancianos, recuerden o aprendan por primera vez, los fundamentos de la religión católica. El Papa en su Carta <Porta Fidei>, asegura que para conocer de forma sistemática el contenido de la fe, es necesario leer el Catecismo de la Iglesia Católica y asegura finalmente que ello será un instrumento de apoyo a la fe extraordinario.

A este respecto, es interesante recordar que en el periodo de tiempo comprendido entre los años finales del siglo XVII y principios del siglo XX surgieron distintas corrientes de opinión muy críticas con el Mensaje Divino, de las que fueron protagonistas tanto exégetas, como teólogos, filósofos y eruditos en general que apostaban por la <modernización de la Iglesia Católica>, como si ello tuviera algún sentido, siendo la Iglesia Católica, como es, una institución creada por Nuestro Señor Jesucristo, totalmente atemporal y única por todos los siglos de los siglos...

 
 
Ya el Papa San Pio X encontrándose con un ambiente social tan negativo como el actual, supo enfrentarse con gran valor y cordura a la situación, con objeto de que los errores que, algunos grupos, trataban de propagar en el seno de la Iglesia, fueran erradicados; para ello, escribió varias Cartas Encíclicas condenando claramente el agnosticismo del que hacían gala aquellos que habían adoptado los ideales del <modernismo>.

El Pontificado del Papa Pio X se caracterizó por tanto, por la renovación de la vida cristiana y la insistente necesidad de alentar y reformar la enseñanza de la fe, y para esto, además de su predicación orar, decidió elaborar un Catecismo nuevo que tuvo gran influencia sobre los creyente durante un largo periodo de tiempo, al igual que sucedió con su Carta Encíclica <Acerbo Nimis> mencionada anteriormente, en la cual hacia defensa de la enseñanza del Catecismo:

“Acaso no falten sacerdotes que, deseosos de ahorrarse trabajo, creen que las homilías satisfacen la obligación de enseñar el Catecismo. Quienquiera que reflexione, descubrirá lo erróneo de esta opinión, porque la predicación del Evangelio está destinada a los que ya poseen los elementos de la fe. Es el pan, que debe darse a los adultos. Más por el contrario, la enseñanza del Catecismo es aquella leche, que el Apóstol San Pedro quería que todos los fieles desearan sinceramente, como los niños recién nacidos. El oficio, pues, de catequista consiste en elegir alguna verdad relativa a la fe y a las costumbres cristianas, y explicarla en todos  sus aspectos. Y como el fin de la enseñanza es la perfección de la vida, el catequista ha de comparar lo que Dios manda obrar y lo que los hombres hacen realmente; después de lo cual, y sacando oportunamente algún ejemplo de la Sagrada Escritura, de la historia de la Iglesia o de la vida de los santos, ha de aconsejar a sus oyentes, como si les enseñara con el dedo, la norma a la que deben ajustar la vida, y terminará exhortando a los presentes a huir de los vicios y practicar las virtudes”  

Virtud y claridad son los dones empleados por el santo Papa en su análisis del trabajo del catequista, y todavía sigue explicando el Pontífice, en esta misma Carta, que el oficio del buen catequista, no es tarea grata para aquellas personas que se encuentran sometidas a las pasiones, y denuncia los males que se derivan de la <dejadez en la enseñanza de la Doctrina cristiana>; porque si es cosecha vana esperar cosecha en tierra no sembrada ¿Cómo esperar generaciones adornadas de buenas obras, si oportunamente no fueron instruidas en la doctrina cristiana?       

Es la pregunta que también se hacía el Papa Benedicto XVI, el cual como sus antecesores  comprendió que la sociedad de hoy, al igual que sucediera en épocas anteriores, está falta de fe.


 
 
Como decía San Pablo a los romanos refiriéndose a los judíos que rehusaban creer en el Evangelio (Rom 10, 14-17):

"¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quién no creyeron? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no oyeron? ¿Y cómo oirán sin predicador? / ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Según está escrito: ¡Cuan hermosos los pies de los que anuncian el bien! / Pero no todos obedecieron el Evangelio. Pues Isaías dice: ¿Señor quien creyó a nuestra predicación? "

Ciertamente, porque como también aseguraba San Pio X:

“Si la fe languidece en nuestro días y hasta parece casi muerta en una gran mayoría, es que se ha cumplido descuidadamente, o se ha omitido del todo, la obligación de enseñar las verdades contenidas en el Catecismo. Inútil sería decir, como excusa, que la fe es dada gratuitamente, y conferida a cada uno con el bautismo. Porque, ciertamente, los bautizados en Jesucristo fuimos enriquecidos con la fe, mas esta divina semilla no llega a crecer y llega a echar grandes ramas (Mc 4, 32) abandonada a sí misma y como por nativa virtud. Tiene el hombre, desde que nace, facultad de entender; más esta facultad necesita de la palabra materna para convertirse en acto, como suele decirse. También el hombre cristiano, al renacer por el agua y el Espíritu Santo, trae como germen la fe; pero necesita la enseñanza de la Iglesia para que esta fe pueda nutrirse, crecer y dar fruto”

En total consonancia con estas palabras del Papa San Pio X en el Catecismo fruto del Concilio Vaticano II podemos leer:

 
 
 
 
“Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que por la fe, tenga vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo (Juan Pablo II CT 1,2)”

 En este momento de la historia de la Iglesia se podría decir que estamos necesitados de una renovación, tal como han denunciado los últimos Papas del siglo pasado, y del presente siglo, a pesar del Concilio Vaticano II. San Juan Pablo II y Benedicto XVI han hablado sin reservas en  este sentido, asegurando en distintas ocasiones que es necesaria una <nueva evangelización>, en particular del viejo Continente donde la crisis de fe, causa verdaderos estragos entre los creyentes.

Es por esto, que ellos han recomendado con encomio a su grey la vuelta a las fuentes, tan magníficamente recogidas en el actuar Catecismo de la Iglesia Católica, para conocerlas en profundidad y para enseñarlas a aquellos que lo necesiten,  especialmente a los niños y a los adolescentes. Sin embargo, y ante todo, debemos conservar siempre la esperanza en el Señor porque <aún cuando el hombre se aleje de Dios hasta el punto de abocarse a la destrucción, Dios volverá a establecer un nuevo comienzo precisamente en la decadencia del mundo…No debemos excluir sin embargo, un final apocalíptico. Pero incluso entonces, contaremos, con la protección de Dios, que acoge a los hombres que le buscan; pues, al fin, el amor siempre es más fuerte que el odio>, en palabras del Cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI.

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 3 de marzo de 2016

JESÚS Y LA CONSTRUCCIÓN DEL EDIFICIO ESPIRITUAL DE LA IGLESIA


 
 
 
 




“La evangelización llevada a cabo por los Apóstoles, puso sin duda los fundamentos para la construcción del edificio espiritual de la Iglesia, convirtiéndose en el germen y el modelo valido para cualquier época”, según el Papa San Juan Pablo II  (Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. Círculo de lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A, 1994).

Jesucristo, es el fundador de la Iglesia para perpetuar hasta el fin del  mundo su obra de salvación mediante una Nueva Alianza con los hombres y después de su Resurrección, acabó de instaurarla, poniendo a la cabeza de la misma al Apóstol  San Pedro.

La promulgación de la Iglesia aconteció poco después, en la celebración de Pentecostés (hacia el año 30 d.C.), cuando el Espíritu Santo desciende en forma de lenguas de fuego, sobre los discípulos y la Virgen María, retirados en el Cenáculo de Jerusalén desde la Ascensión del Señor.

Los Apóstoles son los hombres elegidos por Jesucristo para realizar la evangelización y a los que en varias ocasiones les dijo: ¡No tengáis miedo!, y ellos no tuvieron miedo, desde la llegada del Espíritu Santo a sus vidas, de llevar las enseñanzas de su Maestro a todos los hombres que las quisieran  escuchar poniendo en ello todo su empeño y la propia existencia.

 
 



A estos primeros hombres les siguieron otros muchos a lo largo de la Historia de la humanidad y hasta nuestros días, donde como nos dijo el Papa San Juan Pablo II se da una clara necesidad misionera, ante la acción provocadora del enemigo mortal de la iglesia.

 Sí, porque:
“Nosotros los hombres de hoy en general y aún los que formamos iglesia, somos tentados de la misma manera. Las naciones, las regiones, los grupos políticos y religiosos, las generaciones de viejos y jóvenes tienden a cerrarse en sí mismos, acaso con una especie de instinto de conservación, que en su raíz será sano y legítimo, pero que insensiblemente degenera en amor propio y orgullo. Acaso por ese mecanismo natural de defensa, que a hombres y pueblos obliga a aislarse a sobrevivir, o que en el afán de liberarse  de injusticias y opresiones conducen a la rebeldía y a la evidencia, nos desconocemos mutuamente y nos aislamos unos de otros.” (Homilía de Monseñor Suquía. Obispo de Málaga 1970)

En este sentido, en los primeros tiempos del cristianismo, la conversión a la fe de Cristo suponía un cambio radical de vida, una conversión tan profunda que difícilmente era comprendida por gentes no creyentes y de ahí surge la pregunta ¿Qué podría mover a tantos hombres a convertirse a esta doctrina tan exigente?

A tal pregunta hay que responder de forma clara que sin duda la principal causa para que así ocurriera fue la intervención de la gracia divina, tan activa, por otra parte, en estos momentos de la historia como en aquellos, y por otra parte, el descubrimiento del amor divino, personalizado en la figura de Jesucristo y en la acción del Espíritu Santo desde su actuación en Pentecostés.

La religión cristiana representaba por otra parte la liberación del pecado a través del seguimiento del mensaje evangélico, cosa que cualquier otra religión no era capaz de ofrecer al ser humano ni entonces, ni en cualquier otro momento de la historia. Es evidente que el núcleo sobre el que debe desarrollarse la tarea misionera de los hombres y de las sociedades en general  es la figura de Cristo, el Salvador, pues con su amor nos libera realmente del pecado y de todos los males derivados del mismo.




Son muchos los testimonios escritos que nos hablan hoy en día del camino recorrido por los evangelizadores en los primeros siglos, empezando por los propios Apóstoles y sus discípulos y siguiendo por los Padres Apostólicos y todos los santos y mártires que la Iglesia de Cristo dio a la humanidad como ejemplo inequívoco de que era poseedora de la única verdad.

No faltaron, sin embargo, herejías nacidas en el propio seno de la Iglesia porque la acción del maligno nunca ha parado desde el comienzo de los siglos y el hombre por desgracia es muy susceptible a sus halagos. Por otra parte, el seguimiento de la doctrina de Cristo es radical e implica grandes sacrificios, muchas veces difíciles de aceptar  si no se produce un cambio total de mentalidad y un deseo profundo de seguir la Cruz del Salvador.

Es interesante, a este respecto, reflexionar sobre las circunstancias históricas que han llevado a los mismos Pontífices, cabezas de la Iglesia de Cristo, a considerar la necesidad de proseguir siempre la labor misionera de la iglesia. Precisamente el Papa San Juan Pablo II, al comenzar el tercer milenio nos llamó a remar mar adentro y a comprometernos en la tarea antigua y siempre nueva de la evangelización. Nueva  en su ardor, en sus métodos y en su expresión, pero siempre basada en el mensaje de Cristo. Tal como dijo el Papa se debe evangelizar a las personas y también a los pueblos caracterizados por sus distintas culturas.

Por otra parte, el Papa Beato Pablo VI en su exhortación “Evangelii Nuntiandi”, nos definió de forma clara en qué consiste la labor evangelizadora de la iglesia:

“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, y con su influjo transformar desde dentro a la misma humanidad… La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior, y si hubiera que resumirlo en pocas palabras, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en que ellos están comprometidos, su vida y ambientes concretos”.

 




Según esta definición cabe preguntarse: ¿Sí la Iglesia ha tenido tan claras las ideas sobre el tema de la evangelización, por qué en estos momentos se da la clara necesidad de una Nueva Evangelización, tal como nos advertía el Papa San Juan Pablo II?.  Sin duda la respuesta tiene que ver con los numerosos peligros que la Iglesia desde el mismo momento de su creación ha soportado. Ahora bien, hay que admitir también que nunca como en el momento actual la acción del enemigo común parece tener tanto  empeño en hacerla desaparecer.
Las causas pueden ser varias: de naturaleza científica, política, económica,….etc.; las cuales han dado lugar a teorías tan dañinas como el racionalismo, el laicismo absoluto, el relativismo y sobre todo el materialismo que impregna por desgracia las sociedades del los últimos siglos.


 




Ya a finales del siglo XIX el Papa León XIII se expresaba con esta dureza al analizar la situación por la que pasaba la humanidad en aquellos tiempos (Carta Encíclica <Humanum Genus>. Promulgada el veinte de abril de 1884):

“El humano linaje, después que, por envidia del demonio, se hubo, para su mayor desgracia, separado de Dios, creador y orador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y adversos: Uno de ellos combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad.
El uno es el reino de Dios en la tierra, es decir, la verdadera iglesia de Jesucristo, a la cual quién quisiere estar adherido de corazón y según conviene para la salvación, necesita servir a Dios y a su unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad; el otro es el reino de Satanás, bajo cuyo imperio y potestad se encuentran todos los que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros padres, rehúsan obedecer la ley divina y eterna, y obran sin cesar o como si Dios no existiera o positivamente contra Dios. Agudamente conoció y describió San Agustín estos dos reinos a modo de dos ciudades contrarias en sus leyes y deseos, compendiando con sutil brevedad la causa eficiente de una y otra en éstas palabras: Dos amores edificaron dos ciudades, el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios edificó la ciudad terrena y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial (D civ. Dei. 14,17)"


En efecto, el materialismo enseña que no existe más que una única realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas: la planta, el animal y el hombre son el resultado de su evolución.
Así hablaba el Papa Pio XI en su carta Encíclica <Divini Redemptoris> (1937) refiriéndose al materialismo de la época :
“En semejante doctrina es evidente que no queda lugar para la idea de Dios: no existe diferencia entre el espíritu y la materia, ni entre el cuerpo y el alma; ni sobrevive el alma a la muerte, ni por consiguiente puede haber esperanza alguna de otra vida”


Más adelante en esta misma Encíclica, Pio XI se pregunta lo siguiente ¿Qué sería, pues, la sociedad humana basada sobre tales fundamentos materialistas?
Después de tantos años trascurridos desde esta pregunta acuciante del Papa estamos conociendo la respuesta, que por otra parte el mismo Pontífice había previsto, una sociedad donde se pisotea de forma impune incluso la ley natural  y al autor de ella...

Todos los Papas y Padres de la Iglesia  han luchado contra el avance de todas estas teorías y así, por ejemplo, Benedicto XVI durante una conferencia, en el Congreso de Catequistas y Profesores de religión celebrado en Roma en el año 2000, sobre el tema de la “Nueva evangelización”, cuando aún era el Cardenal Ratzinger, ante las preguntas que todo ser humano realiza sobre su proyecto de vida: ¿Cómo llevarlo a cabo? ¿Cómo aprender a vivirlo? ¿Cuál es el camino real de la felicidad?, aseguraba que:
"Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir…
Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte ya no es objeto de la ciencia; solo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona”.


 
 



Y en otro momento de esta interesante conferencia, que todo católico debería leer si quisiera conocer en profundidad la estructura y método de la “Nueva evangelización”, así como los contenidos esenciales de la misma, dijo lo siguiente:
“Vivimos según el cliché: No hay Dios y si lo hay, no interesa. Por este motivo, la evangelización, antes que nada, tiene que hablar de Dios, anunciar el único Dios: el Creador, el Santificador, el Juez, tal como lo define el Catecismo de la Iglesia católica. Anunciar a Dios es introducirse en la relación con Dios, enseñar a rezar. La oración es fe en acto. Y sólo en la experiencia de la vida con Dios aparece también la evidencia de la existencia…

Solo en Cristo y a través de Cristo el tema de Dios se vuelve realmente concreto: Cristo es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la concretización del “Yo soy”, la respuesta al Deísmo…
Actualmente es grande la tentación de reducir a Jesucristo, al Hijo de Dios, a una figura histórica, a un hombre puro. No se niega necesariamente la divinidad de Jesús, sino con ciertos métodos se destila de la Biblia un Jesús a nuestra medida, un Jesús posible y comprensible en el marco de nuestra historiografía. Pero este <Jesús histórico > no  es sino un artefacto, la imagen de sus autores y no la imagen de Dios viviente…
El último elemento central de toda evangelización verdadera es la vida eterna…
El anuncio del Reino de Dios, es anuncio de Dios presente, del Dios que nos conoce y nos escucha, del  Dios que entra en la historia para hacer justicia. Esta predicación es, por lo tanto, anuncio de juicio, anuncio de nuestra responsabilidad…
El hombre no puede hacer o no hacer lo que quiere. El será juzgado. El debe dar cuenta de sus actos: Esta certeza tiene valor para los potentes así como para los simples…
Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia. Sólo quien no quiere que haya justicia puede oponerse a esta verdad”

 


A pesar de todas estas verdades inequívocas de las que nos hablaba Benedicto XVI cuando todavía no había sido nombrado Papa y a pesar de las enseñanzas constantes de la Iglesia Católica para hacer comprender a los hombres la necesidad de volver a creer en Dios, todavía en su ignorancia e ignominia algunos se siguen preguntando muchas veces: ¿Cómo Dios ha permitido y aun permite tantas guerras?, ¿Cómo ha podido permitir y aun permite tantas desgracias sobre el ser humano?.., ¿Cómo seguir confiando en un Dios Padre misericordioso?





Las respuestas a todas estas preguntas y otras muchas que los hombres se hacen todavía las dio de forma categórica el Papa San Juan Pablo II  (Ibid):

“Stat crux dum volvitur orbis” (la cruz permanecerá mientras el mundo gire)…
Dios ha creado al hombre racional y libre y, así mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios…”

 
Según el Papa San Juan Pablo II el escándalo de la Cruz sigue siendo la clave para interpretar el misterio del sufrimiento humano y en esta idea coinciden incluso los críticos contemporáneos del cristianismo que también opinan que Cristo crucificado es una prueba de la solidaridad de Dios con la humanidad sufriente.




Para entender mejor esta idea recordaremos ahora,  siguiendo al santo Padre, la carta que San Pablo envió a las gentes de Filipos, ciudad situada al norte de Grecia, a las que había evangelizado en uno de sus viajes hacia el año 49 d.C. (Filipenses 2,5-11):

- Tened, pues, los sentimientos  que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús.

- El cual siendo de naturaleza divina, no codició como presa codiciable el ser igual a Dios.

- Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a           los hombres.

- Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte en Cruz.

- Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,

- para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra  y en los abismos,

- y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios Padre.

 
 




Y para completar su respuesta a tantas preguntas que  los seres humanos nos hacemos sigue el Papa San Juan Pablo II razonando de esta manera (Ibid):

“Ante la pregunta ¿No estamos ante una especie de impotencia divina, al consentir tanto dolor y mal en el mundo?...
Sí, en cierto sentido se puede decir que frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse impotente. Y puede decirse así mismo que Dios está pagando por este gran don que ha concedido a un ser creado por Él, a su imagen y semejanza.

El permanece coherente ante un don semejante, y por eso se presenta ante el juicio del hombre, ante un tribunal usurpador que le hace preguntas provocativas…
Pero Dios está siempre de parte de los que sufren…"


 



¡Sí!, Dios es Amor y precisamente por eso entregó a Su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin como amor, Cristo es el que  amó hasta el fin, tal como demostró Jesús en < el lavatorio de los pies de sus apóstoles>.  Cuando acabó de lavarle los pies les preguntó ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?, ellos no lo entendieron, por eso como narra San Juan en su evangelio Jesús dijo (Jn 13, 13-20):
-Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor y decís bien, porque lo soy.

-Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros:
-Os he dado ejemplo para lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

-En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo

envía. Puesto que sabéis esto, dichoso vosotros si lo ponéis en práctica.


Por otra parte, aunque todavía no se ha predicado la “palabra de Cristo” en todo el orbe ya queda menos... La prueba de ello se encuentra en la intensa labor evangelizadora que en este momento desarrollan tantos misioneros y misioneras en  lugares tan diversos como India, África, Australia, América, China..., eso sí, con alto riesgo, la mayor de las veces, para sus propias vidas.

El Papa Pio XI se interesó también especialmente por esta labor de la Iglesia y en su Carta Encíclica,  “Rerum Ecclesiae” sobre la acción misionera y por tanto evangelizadora de todos los miembros de la Iglesia de Cristo nos dijo lo siguiente:
El deber de nuestro amor exige, sin duda, no sólo que procuremos aumentar cuanto podamos el numero de aquellos que le conocen y adoran ya (en espíritu y en verdad) (Jn 4,24), sino también que sometamos al imperio de nuestro amantísimo Redentor cuanto más y más podamos, para que se obtenga cada vez mejor(el fruto de su sangre) (Sal 29,10), y nos hagamos así más agradables a Él, ya que nada le agrada tanto como que los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad(I Tim 2,49 )…

Y si Cristo puso como nota característica de sus discípulos el amarse mutuamente (Jn 13,35; 15,12), ¿Qué mayor ni más perfecta caridad podremos mostrar a nuestros hermanos que el procurar sacarlos de las tinieblas de la superstición e iluminarlos con la verdadera fe de Jesucristo?”.

 
Sí, los deseos justos de los hombres deben ser encauzados por el camino de la propia evangelización y el deseo de la colaboración en el apostolado dirigido hacia sus semejantes, siempre bajo la tutela de los Vicarios de Cristo. La autoridad moral de los sucesores de Pedro ha crecido a lo largo de todos estos siglos a pesar de todas las dificultades que el maligno ha ido engendrando en el seno de la Iglesia.
Sin embargo en el mundo de hoy siguen existiendo graves peligros para todos los hombres que sienten en su interior la acuciante necesidad de ese “algo” que no es otra cosa que la búsqueda de la santidad, porque todo ser humano tiene una necesidad grande de superación de forma que para muchos filósofos el hombre solo consigue ser plenamente hombre superándose así mismo.


 
 


Se puede decir que el primer “hombre” que conoció en plenitud esta necesidad y la superó, fue Jesús, el Hijo de Dios, el cual fue capaz de sufrir su Pasión y Muerte para redimir al género humano.

Por ello cuando Pilatos señalando al Nazareno coronado con espinas después de la flagelación gritó ¡He aquí al hombre!, según el Papa Juan San Pablo II, no se daba cuenta de que estaba proclamando una “verdad esencial”, y en definitiva dando la clave de lo que significa el Evangelio y el reto de la evangelización.

 


Por otra parte, la Iglesia de Cristo, enviada a evangelizar al mundo, tiene a su favor armas muy  poderosas, como son, la colaboración de la Madre de Dios, la Virgen María, de los Espíritus puros, los Ángeles del cielo y de todos los Santos y esto supone una ayuda inestimable y un consuelo salvador.





Finalmente recordaremos al Papa Pio XI cuando dijo:
“¡María Santísima, Reina de los Apóstoles, se digne mirar con complacencia nuestros esfuerzos! Ella, habiendo recibido en el Calvario a todos los hombres  por hijos suyos, intercede no menos por los que aún ignoran haber sido redimidos por Cristo Jesús que por los que gozan ya felizmente del beneficio de la Redención" (Carta Encíclica, Rerum Ecclesiae)
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 2 de marzo de 2016

JESÚS DIJO (XVIII) :TRABAJOS PUBLICADOS POR MRM.MARUS


 
 
 
 



* Jesús es la verdadera, la gran esperanza del hombre (21/12/15)

 
*La ascensión de Jesús: Jesús fue elevado (01/01/16)

 

*Marcos: Discípulo de San Pedro y amigo de San Pablo (02/01/16)

 

*Jesús y el miedo de los hombres (II) (19/01/16)

 

*Jesús: Único mediador entre Dios y los hombres (20/01/16)

 

 

 
La Santa Biblia. Traducida de los textos originales en equipo bajo la dirección de Dr. Evaristo Martin Nieto. Editorial San Pablo (1988)

 

 

PROPAGACIÓN DEL EVANGELIO FUERA DE JERUSALÉN

 

CONVERSIÓN DE SAULO (9 1,-19):

 

“Saulo, por su parte, respirando aun amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote / y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de que si encontraba alguno que siguieran este camino, hombres o mujeres, pudiera llevarlos presos a Jerusalén / En el camino, cerca ya de Damasco, de repente le envolvió un resplandor del cielo; / cayó a tierra y oyó una voz que le decía: <Yo soy Jesús, a quien tú persigues / Levántate y entra en la ciudad; allí te dirán lo que tienes que hacer> / Los que lo acompañaban se quedaron atónitos, oyendo la voz peri sin ver a nadie / Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; lo llevaron de la mano a Damasco / donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber. /

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Seño llamó en una visión: <¡Ananías!> y el respondió: <aquí estoy, Señor> / El Señor le dijo: <vete rápidamente a la casa de Judas, en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo de Tarso, que está allí en oración / y ha tenido una visión: un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista> / Ananías respondió: <Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y decir todo el mal que ha hecho a tus fieles en Jerusalén / Y está aquí con plenos poderes de los Sumos Sacerdotes para prender a todos los que te invocan> / El Señor le dijo: <anda, que éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas / Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí> / Ananías partió inmediatamente y entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: <Saulo, hermano mío, vengo de parte de Jesús, el Señor, el que se te apareció en el camino por el que venías, para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo> / En el acto se le cayeron de los ojos como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado / Comió y recobró fuerzas. Y quedó unos días con los discípulos que había en Damasco”

 

Saulo predica en Damasco y es perseguido (9, 20-25)

“Y enseguida se puso a predicar en las sinagogas proclamando que Jesús es el Hijo de Dios / Todos los que lo escuchaban se quedaban estupefactos y decían: <¿No es éste el que perseguían en Jerusalén a los que invocan ese nombre, y no ha venido aquí para llevarlos encadenados a los Sumos Sacerdotes?> / Saulo cobraba cada vez más ánimo y tenía confundidos a los judíos de Damasco, demostrando que Jesús es el Mesías / Cuando pasaron bastantes días, los judíos acordaron en consejo matarlo; / pero Saulo se enteró de este complot. Custodiaban las puertas de la ciudad día y noche con intención de asesinarlo / pero los discípulos lo descolgaron de noche por la muralla en un cesto”

 

 

SAULO EN JERUSALÉN Y TARSO (9, 26-30)

“Cuando llegó a Jerusalén, trató de unirse a los demás discípulos; pero todos lo temían, no creyendo que fuera de verdad discípulo / Entonces Bernabé lo tomó consigo, lo presentó a los apóstoles y les refirió como en el camino Saulo había visto al Señor, que le había hablado, y como en Damasco había predicado públicamente en nombre de Jesús / Desde entonces se movía libremente en Jerusalén, hablando con libertad en el nombre del Señor / Hablaba y discutía con los Helenistas, los cuales intentaron matarle / Los hermanos, al enterarse, lo llevaron escoltado a Cesarea y le hicieron partir para Tarso”