“La evangelización llevada a cabo por los Apóstoles, puso sin duda los fundamentos para la construcción del edificio espiritual de la Iglesia, convirtiéndose en el germen y el modelo valido para cualquier época”, según el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. Círculo de lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A, 1994).
Jesucristo, es el fundador de la
Iglesia para perpetuar hasta el fin del
mundo su obra de salvación mediante una Nueva Alianza con los hombres y
después de su Resurrección, acabó de instaurarla, poniendo a la cabeza de la
misma al Apóstol San Pedro.
La promulgación de la Iglesia
aconteció poco después, en la celebración de Pentecostés (hacia el año 30 d.C.),
cuando el Espíritu Santo desciende en forma de lenguas de fuego, sobre los
discípulos y la Virgen María, retirados en el Cenáculo de Jerusalén desde la
Ascensión del Señor.
Los Apóstoles son los hombres
elegidos por Jesucristo para realizar la evangelización y a los que en varias
ocasiones les dijo: ¡No tengáis miedo!, y ellos no tuvieron miedo, desde la
llegada del Espíritu Santo a sus vidas, de llevar las enseñanzas de su Maestro
a todos los hombres que las quisieran
escuchar poniendo en ello todo su empeño y la propia existencia.
A estos primeros hombres les siguieron otros muchos a lo largo de la Historia de la humanidad y hasta nuestros días, donde como nos dijo el Papa San Juan Pablo II se da una clara necesidad misionera, ante la acción provocadora del enemigo mortal de la iglesia.
Sí, porque:
“Nosotros los hombres de hoy en
general y aún los que formamos iglesia, somos tentados de la misma manera. Las
naciones, las regiones, los grupos políticos y religiosos, las generaciones de
viejos y jóvenes tienden a cerrarse en sí mismos, acaso con una especie de instinto
de conservación, que en su raíz será sano y legítimo, pero que insensiblemente
degenera en amor propio y orgullo. Acaso por ese mecanismo natural de defensa,
que a hombres y pueblos obliga a aislarse a sobrevivir, o que en el afán de
liberarse de injusticias y opresiones
conducen a la rebeldía y a la evidencia, nos desconocemos mutuamente y nos
aislamos unos de otros.” (Homilía de Monseñor Suquía. Obispo de Málaga 1970)
En este sentido, en los primeros
tiempos del cristianismo, la conversión a la fe de Cristo suponía un cambio
radical de vida, una conversión tan profunda que difícilmente era comprendida
por gentes no creyentes y de ahí surge la pregunta ¿Qué podría mover a tantos
hombres a convertirse a esta doctrina tan exigente?
A tal pregunta hay que responder
de forma clara que sin duda la principal causa para que así ocurriera fue la intervención
de la gracia divina, tan activa, por otra parte, en estos momentos de la
historia como en aquellos, y por otra parte, el descubrimiento del amor divino,
personalizado en la figura de Jesucristo y en la acción del Espíritu Santo
desde su actuación en Pentecostés.
La religión cristiana
representaba por otra parte la liberación del pecado a través del seguimiento
del mensaje evangélico, cosa que cualquier otra religión no era capaz de
ofrecer al ser humano ni entonces, ni en cualquier otro momento de la historia.
Es evidente que el núcleo sobre el que debe desarrollarse la tarea misionera de
los hombres y de las sociedades en general
es la figura de Cristo, el Salvador, pues con su amor nos libera
realmente del pecado y de todos los males derivados del mismo.
Son muchos los testimonios escritos que nos hablan hoy en día del camino recorrido por los evangelizadores en los primeros siglos, empezando por los propios Apóstoles y sus discípulos y siguiendo por los Padres Apostólicos y todos los santos y mártires que la Iglesia de Cristo dio a la humanidad como ejemplo inequívoco de que era poseedora de la única verdad.
No faltaron, sin embargo,
herejías nacidas en el propio seno de la Iglesia porque la acción del maligno
nunca ha parado desde el comienzo de los siglos y el hombre por desgracia es
muy susceptible a sus halagos. Por otra parte, el seguimiento de la doctrina de
Cristo es radical e implica grandes sacrificios, muchas veces difíciles de
aceptar si no se produce un cambio total
de mentalidad y un deseo profundo de seguir la Cruz del Salvador.
Es interesante, a este respecto, reflexionar
sobre las circunstancias históricas que han llevado a los mismos Pontífices,
cabezas de la Iglesia de Cristo, a considerar la necesidad de proseguir siempre
la labor misionera de la iglesia. Precisamente el Papa San Juan Pablo II, al
comenzar el tercer milenio nos llamó a remar mar adentro y a comprometernos en
la tarea antigua y siempre nueva de la evangelización. Nueva en su ardor, en sus métodos y en su
expresión, pero siempre basada en el mensaje de Cristo. Tal como dijo el Papa
se debe evangelizar a las personas y también a los pueblos caracterizados por
sus distintas culturas.
Por otra parte, el Papa Beato
Pablo VI en su exhortación “Evangelii Nuntiandi”, nos definió de forma clara en
qué consiste la labor evangelizadora de la iglesia:
“Evangelizar significa para la
Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, y con su
influjo transformar desde dentro a la misma humanidad… La finalidad de la
evangelización es por consiguiente este cambio interior, y si hubiera que
resumirlo en pocas palabras, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza
cuando por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir
al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad
en que ellos están comprometidos, su vida y ambientes concretos”.
Según esta definición cabe preguntarse: ¿Sí la Iglesia ha tenido tan claras las ideas sobre el tema de la evangelización, por qué en estos momentos se da la clara necesidad de una Nueva Evangelización, tal como nos advertía el Papa San Juan Pablo II?. Sin duda la respuesta tiene que ver con los numerosos peligros que la Iglesia desde el mismo momento de su creación ha soportado. Ahora bien, hay que admitir también que nunca como en el momento actual la acción del enemigo común parece tener tanto empeño en hacerla desaparecer.
Ya a finales del siglo XIX el Papa León XIII se expresaba con esta dureza al analizar la situación por la que pasaba la humanidad en aquellos tiempos (Carta Encíclica <Humanum Genus>. Promulgada el veinte de abril de 1884):
“El humano linaje, después que,
por envidia del demonio, se hubo, para su mayor desgracia, separado de Dios,
creador y orador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos
diversos y adversos: Uno de ellos combate asiduamente por la verdad y la
virtud, y el otro por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad.
El uno es el reino de Dios en la
tierra, es decir, la verdadera iglesia de Jesucristo, a la cual quién quisiere
estar adherido de corazón y según conviene para la salvación, necesita servir a
Dios y a su unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad; el
otro es el reino de Satanás, bajo cuyo imperio y potestad se encuentran todos
los que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros
padres, rehúsan obedecer la ley divina y eterna, y obran sin cesar o como si
Dios no existiera o positivamente contra Dios. Agudamente conoció y describió
San Agustín estos dos reinos a modo de dos ciudades contrarias en sus leyes y
deseos, compendiando con sutil brevedad la causa eficiente de una y otra en
éstas palabras: Dos amores edificaron dos ciudades, el amor de sí mismo hasta
el desprecio de Dios edificó la ciudad terrena y el amor de Dios hasta el
desprecio de sí mismo, la celestial (D civ. Dei. 14,17)"En efecto, el materialismo enseña que no existe más que una única realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas: la planta, el animal y el hombre son el resultado de su evolución.
Así hablaba el Papa Pio XI en su carta Encíclica <Divini Redemptoris> (1937) refiriéndose al materialismo de la época :
Más adelante en esta misma Encíclica, Pio XI se pregunta lo siguiente ¿Qué sería, pues, la sociedad humana basada sobre tales fundamentos materialistas?
Todos los Papas y Padres de la Iglesia han luchado contra el avance de todas estas teorías y así, por ejemplo, Benedicto XVI durante una
conferencia, en el Congreso de Catequistas y Profesores de religión celebrado en
Roma en el año 2000, sobre el tema de la “Nueva evangelización”, cuando aún era
el Cardenal Ratzinger, ante las preguntas que todo ser humano
realiza sobre su proyecto de vida: ¿Cómo llevarlo a cabo? ¿Cómo aprender a
vivirlo? ¿Cuál es el camino real de la felicidad?, aseguraba que:
"Evangelizar quiere decir mostrar
ese camino, enseñar el arte de vivir…Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte ya no es objeto de la ciencia; solo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona”.
Y en otro momento de esta interesante conferencia, que todo católico debería leer si quisiera conocer en profundidad la estructura y método de la “Nueva evangelización”, así como los contenidos esenciales de la misma, dijo lo siguiente:
Solo en Cristo y a través de
Cristo el tema de Dios se vuelve realmente concreto: Cristo es el Emmanuel, el
Dios con nosotros, la concretización del “Yo soy”, la respuesta al Deísmo…
Actualmente es
grande la tentación de reducir a Jesucristo, al Hijo de Dios, a una figura
histórica, a un hombre puro. No se niega necesariamente la divinidad de Jesús,
sino con ciertos métodos se destila de la Biblia un Jesús a nuestra medida, un
Jesús posible y comprensible en el marco de nuestra historiografía. Pero este
<Jesús histórico > no es sino un
artefacto, la imagen de sus autores y no la imagen de Dios viviente…El último elemento central de toda evangelización verdadera es la vida eterna…
El anuncio del Reino de Dios, es anuncio de Dios presente, del Dios que nos conoce y nos escucha, del Dios que entra en la historia para hacer justicia. Esta predicación es, por lo tanto, anuncio de juicio, anuncio de nuestra responsabilidad…
El hombre no puede hacer o no hacer lo que quiere. El será juzgado. El debe dar cuenta de sus actos: Esta certeza tiene valor para los potentes así como para los simples…
Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia. Sólo quien no quiere que haya justicia puede oponerse a esta verdad”
A pesar de todas estas verdades inequívocas de las que nos hablaba Benedicto XVI cuando todavía no había sido nombrado Papa y a pesar de las enseñanzas constantes de la Iglesia Católica para hacer comprender a los hombres la necesidad de volver a creer en Dios, todavía en su ignorancia e ignominia algunos se siguen preguntando muchas veces: ¿Cómo Dios ha permitido y aun permite tantas guerras?, ¿Cómo ha podido permitir y aun permite tantas desgracias sobre el ser humano?.., ¿Cómo seguir confiando en un Dios Padre misericordioso?
Las respuestas a todas estas preguntas y otras muchas que los hombres se hacen todavía las dio de forma categórica el Papa San Juan Pablo II (Ibid):
“Stat crux dum volvitur orbis” (la
cruz permanecerá mientras el mundo gire)…
Dios ha creado al hombre racional
y libre y, así mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación
es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios…”Para entender mejor esta idea recordaremos ahora, siguiendo al santo Padre, la carta que San Pablo envió a las gentes de Filipos, ciudad situada al norte de Grecia, a las que había evangelizado en uno de sus viajes hacia el año 49 d.C. (Filipenses 2,5-11):
- Tened, pues, los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a
Cristo Jesús.
- El cual siendo de naturaleza
divina, no codició como presa codiciable el ser igual a Dios.
- Al contrario, se despojó de su
grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres.
- Se humilló a sí mismo
haciéndose obediente hasta la muerte en Cruz.
- Por eso Dios lo exaltó y le dio
el nombre que está por encima de todo nombre,
- para que ante el nombre de
Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos,
- y toda lengua proclame que
Jesucristo es Señor para la gloria de Dios Padre.
Y para completar su respuesta a tantas preguntas que los seres humanos nos hacemos sigue el Papa San Juan Pablo II razonando de esta manera (Ibid):
“Ante la pregunta ¿No estamos
ante una especie de impotencia divina, al consentir tanto dolor y mal en el
mundo?...
Sí, en cierto sentido se puede
decir que frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse impotente. Y
puede decirse así mismo que Dios está pagando por este gran don que ha
concedido a un ser creado por Él, a su imagen y semejanza.
El permanece coherente ante un
don semejante, y por eso se presenta ante el juicio del hombre, ante un
tribunal usurpador que le hace preguntas provocativas…
Pero Dios está siempre de parte
de los que sufren…"¡Sí!, Dios es Amor y precisamente por eso entregó a Su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin como amor, Cristo es el que amó hasta el fin, tal como demostró Jesús en < el lavatorio de los pies de sus apóstoles>. Cuando acabó de lavarle los pies les preguntó ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?, ellos no lo entendieron, por eso como narra San Juan en su evangelio Jesús dijo (Jn 13, 13-20):
-Pues si yo, el Maestro y el
Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a
otros:
-Os he dado ejemplo para lo que
yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
-En verdad, en verdad os digo: el
criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo
envía. Puesto que sabéis esto, dichoso vosotros si lo ponéis en práctica.
envía. Puesto que sabéis esto, dichoso vosotros si lo ponéis en práctica.
Por otra parte, aunque todavía no se ha predicado la “palabra de Cristo” en todo el orbe ya queda menos... La prueba de ello se encuentra en la intensa labor evangelizadora que en este momento desarrollan tantos misioneros y misioneras en lugares tan diversos como India, África, Australia, América, China..., eso sí, con alto riesgo, la mayor de las veces, para sus propias vidas.
El Papa Pio XI se interesó también
especialmente por esta labor de la Iglesia y en su Carta Encíclica, “Rerum
Ecclesiae” sobre la acción misionera y por tanto evangelizadora de todos los
miembros de la Iglesia de Cristo nos dijo lo siguiente:
“El deber de nuestro amor exige,
sin duda, no sólo que procuremos aumentar cuanto podamos el numero de aquellos
que le conocen y adoran ya (en espíritu y en verdad) (Jn 4,24), sino también que
sometamos al imperio de nuestro amantísimo Redentor cuanto más y más podamos,
para que se obtenga cada vez mejor(el fruto de su sangre) (Sal 29,10), y nos
hagamos así más agradables a Él, ya que nada le agrada tanto como que los
hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad(I Tim 2,49 )…
Y si Cristo puso como nota
característica de sus discípulos el amarse mutuamente (Jn 13,35; 15,12), ¿Qué
mayor ni más perfecta caridad podremos mostrar a nuestros hermanos que el
procurar sacarlos de las tinieblas de la superstición e iluminarlos con la
verdadera fe de Jesucristo?”.
Sí, los deseos justos de los hombres deben ser encauzados por el camino de la propia evangelización y el deseo de la colaboración en el apostolado dirigido hacia sus semejantes, siempre bajo la tutela de los Vicarios de Cristo. La autoridad moral de los sucesores de Pedro ha crecido a lo largo de todos estos siglos a pesar de todas las dificultades que el maligno ha ido engendrando en el seno de la Iglesia.
Se puede decir que el primer “hombre” que conoció en plenitud esta necesidad y la superó, fue Jesús, el Hijo de Dios, el cual fue capaz de sufrir su Pasión y Muerte para redimir al género humano.
Por ello cuando Pilatos señalando al Nazareno coronado con espinas después de la flagelación gritó ¡He aquí al hombre!, según el Papa Juan San Pablo II, no se daba cuenta de que estaba proclamando una “verdad esencial”, y en definitiva dando la clave de lo que significa el Evangelio y el reto de la evangelización.
Por otra parte, la Iglesia de Cristo, enviada a evangelizar al mundo, tiene a su favor armas muy poderosas, como son, la colaboración de la Madre de Dios, la Virgen María, de los Espíritus puros, los Ángeles del cielo y de todos los Santos y esto supone una ayuda inestimable y un consuelo salvador.
“¡María Santísima, Reina de los Apóstoles, se digne mirar con complacencia nuestros esfuerzos! Ella, habiendo recibido en el Calvario a todos los hombres por hijos suyos, intercede no menos por los que aún ignoran haber sido redimidos por Cristo Jesús que por los que gozan ya felizmente del beneficio de la Redención" (Carta Encíclica, Rerum Ecclesiae)
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