El Señor nos dijo en su Sermón de la Montaña que para afirmar es suficiente decir si, y que para negar debemos decir no, pues cualquier otra cosa proviene del malvado, es decir del espíritu del mal ó Maligno (Mt 5, 33-17):
-Oísteis que se dijo a los antiguos (Ex 20, 7…):
<No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos>
-Mas yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, pues es trono de Dios; ni por la tierra, pues es el escabel de sus pies, ni por Jerusalén, pues es la ciudad del <Gran Rey>;
-ni jures tampoco por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello.
-Sino sea vuestro lenguaje: <Sí> por sí, <No> por no; y lo que de esto pasa proviene del malvado.
Santiago <el Menor>, hijo de Alfeo y de María Cleofás, fue santo desde el vientre de su madre según el sabio historiador Hegesipo de Jerusalén (Siglo II), por ello no es de extrañar que al hacerse adulto y habiendo seguramente convivido con Jesús, desde su niñez, fuera llamado por Él para ser uno de sus Apóstoles. La llamada de este Apóstol no queda reflejada en el Nuevo Testamento, pero esto no impide que comprendamos que realmente no era necesario, ya que Santiago, el que fuera llamado <hermano del Señor>, por los otros Apóstoles, por su parentesco muy próximo con Jesús, estaba dispuesto desde el primer momento a realizar la tarea evangelizadora que éste le tenía reservada. En todo instante siguió las enseñanzas del divino Maestro y por ello en la Carta que escribió a los israelitas, recordando el Sermón de la Montaña del Señor, repitió sus mismas palabras (S. 5, 12):
-Pero ante todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni otro juramento alguno; sino que sea en vosotros el sí, sí y el no, no, para que no incurráis en condenación.
Como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2153): “Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones”
En definitiva, como podemos leer también en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2162), el segundo Mandamiento de la Ley de Dios prohíbe todo uso inconveniente del nombre de Dios y más concretamente la blasfemia, que consiste en utilizar de manera injuriosa el nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los Santos.
Con razón el Apóstol Santiago en su Carta a los israelitas dice así (St 2, 5-7):
-Oíd, hermanos míos queridos ¿Por ventura no se escogió Dios a los pobres del mundo para que fueran ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman?
-Vosotros, empero, habéis afrentado al pobre. ¿No son los ricos los que os tratan despóticamente y los que os arrastran a los tribunales?
-¿No son ellos los que blasfeman el hermoso nombre con que sois apellidados?
Se refiere Santiago, al título de <cristiano>, derivado del nombre de Cristo, y por eso reprueba la aptitud de aquellos hombres que blasfeman contra Él y contra su Iglesia. De igual forma, en una época como la nuestra en la que los valores morales que defiende la Iglesia de Cristo, se encuentran constantemente cuestionados y mal interpretados, es frecuente la blasfemia, aunque no reciba este nombre, sino que se asimile muchas veces a un <comportamiento constructivo> y hasta <conveniente>.
Por eso, cuando en cierta ocasión, el Papa Juan Pablo II, fue interpelado por un periodista, recordándole que el mundo actual rechaza en muchos casos, de forma explícita y a veces hasta de forma violenta las enseñanzas de la Iglesia, sobre todo en los temas morales, le respondió elocuentemente (Cruzando el umbral de la esperanza; Cap. 27; Círculo de lectores):
”Algunos sostienen que en las cuestiones morales, y en primer lugar en la ética sexual, la Iglesia, y el Papa no van de acuerdo con la tendencia dominante en el mundo contemporáneo, dirigido hacia cada vez mayor libertad de costumbres. Puesto que el mundo se desarrolla en esa dirección, surge la impresión de que la Iglesia vuelve atrás o, en todo caso, que el mundo se aleja de ella.
El mundo, por tanto, se aleja del Papa, el mundo se aleja de la Iglesia. Es una opinión, muy difundida, pero estoy convencido que es profundamente injusta.
Nuestra Encíclica <Veritatis Splendor>, aunque no se refiere directamente al campo de la ética sexual, sino a la gran amenaza que supone la civilización occidental del <relativismo moral>, lo demuestra. Se dio perfectamente cuenta el Papa Pablo VI, que sabía que su deber era luchar contra ese relativismo frente a lo que es el bien esencial del hombre”.
Ciertamente, en la Carta Encíclica <Humanae Vitae>, dada en Roma el 25 de julio del año 1968, el Papa Pablo VI, al hablar sobre la regulación de la natalidad, se refirió en concreto a la competencia del Magisterio de la Iglesia sobre estas cuestiones:
“Ningún fiel querrá negar que corresponde al Magisterio de la Iglesia el interpretar también la Ley moral natural. Es, en efecto, incontravertible, como tantas veces han declarado nuestros predecesores (p. e. Pio XII y Juan XXIII), que Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina y al enviarles a enseñar a todas las gentes sus mandamientos, los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de la ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la ley natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse”.
También el Papa Pio X en su Carta Encíclica <Supremi Apostolatus> dada en Roma el 18 de Septiembre de de 1903, al hablar sobre la falta de doctrina incluso entre los creyentes y el deber de darla a conocer al mundo, ya se manifestaba en los términos siguientes, dirigiéndose al clero:
“¿A quién se le oculta, Venerables Hermanos, ahora que los hombres se rigen sobre todo por la razón y la libertad, que la enseñanza de la religión es el camino más importante para replantear el reino de Dios en las almas de los hombres?
¡Cuántos son los que odian a Cristo, los que aborrecen a la Iglesia y el Evangelio por ignorancia más que por maldad! De ellos podría decirse con razón: Blasfeman de todo lo que desconocen y este hecho se da no sólo entre el pueblo o entre la gente sin formación que, por eso, es arrastrada fácilmente al error, sino que también, en las clases más cultas, e incluso en quienes sobresalen en otros campos por su erudición.
Pues no hay que atribuir la falta de fe a los progresos de la Ciencia, sino más bien a la falta de Ciencia; de manera que donde mayor es la ignorancia, más evidente es la falta de fe. Por eso Cristo mandó a los Apóstoles: <Id y enseñad a todas las gentes>”.
Pues no hay que atribuir la falta de fe a los progresos de la Ciencia, sino más bien a la falta de Ciencia; de manera que donde mayor es la ignorancia, más evidente es la falta de fe. Por eso Cristo mandó a los Apóstoles: <Id y enseñad a todas las gentes>”.
Muchos teólogos desde la antigüedad, como por ejemplo San Basilio (330-376) y San Agustín (354-430) y otros muchos en épocas más recientes, como por ejemplo, nuestro actual Papa Benedicto XVI, defienden la idea de que el hombre al estar constituido a semejanza de Dios, posee una tendencia intrínseca hacia todo lo que es conforme con Él.
Es lo que se ha venido a denominar <anamnesis del origen>, que no es otra cosa que la sensación profunda e interna, de todo ser humano, que le permite, si no se halla ya replegado sobre sí mismo, oír lo que su conciencia le dicta en la búsqueda de la verdad.
Precisamente en esta <anamnesis>, otorgada por el Altísimo a los hombres, reside el empuje y el amor para dedicarse a la tarea evangelizadora que el Señor nos encargó a los creyentes. Todos los pueblos están llamados a ser evangelizados, por esta misma razón, incluso aquellos que nunca escucharon hablar de Cristo, pues según esta teoría, ellos en su interior desean conocerle y amarle.
Ya San Pablo decía aquello de que los <paganos son ley para sí mismos>, pero no en el sentido que las ideas modernistas actuales le han querido otorgar, sino en un sentido mucho más profundo, que reside en el interior del alma de todo ser humano y que le conduce a la superación de todas las dificultades en la búsqueda de la santidad.
Y es que como dice Benedicto XVI, < cuanto más vive el hombre en el temor de Dios, tanto más concreta y eficazmente se vuelve esta anamnesis>. Más concretamente, el Papa nos remite a la lectura de los Hechos de los Apóstoles, para que recordemos la predicación de san Pedro al pagano Cornelio que condujo a su bautismo y al de toda su familia, con la intención de que comprendamos totalmente el significado de la <anamnesis> (Hch 10,44-48):
"Estando aún Pedro hablando estas palabras, cayó el Espíritu Santo sobre todos los que oían la palabra / Y se asombraron los fieles de la circuncisión, cuantos habían venido con Pedro, de que aún sobre los gentiles hubiera sido derramado el don del Espíritu Santo / porque les oían hablar en lenguas y engrandecer a Dios. Entonces intervino Pedro, diciendo / ¿Tiene acaso alguno derecho de impedir el acceso al agua para que no sean bautizados éstos que recibieron el Espíritu Santo lo mismo que nosotros? / Y dio orden que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo"
Con esta orden, San Pedro reconoció claramente que también los paganos pueden formar parte de la iglesia de Cristo y aunque el judaísmo siguió progresando entre muchos israelitas, el Apóstol con su valiente comportamiento consiguió abrir las puertas de la evangelización al mundo entero.
Precisamente, como primicia, Jesús eligió entre sus discípulos a doce Apóstoles, procedentes de ambientes muy diversos, a los que otorgó poderes especiales, para curar las enfermedades del cuerpo y del espíritu; dispuestos a proclamar su mensaje por todos los confines de la tierra.
Uno de esos hombres afortunados, que recibieron la misión de evangelizar a los pueblo, fue Santiago, el nombrado por el evangelista Mateo, <el de Alfeo>, para distinguirle del otro Santiago que él denomina <Zebedeo>.
Pero en el Nuevo Testamento todavía aparece un nuevo Santiago, al que se le denomina <el hermano del Señor>, sin embargo un análisis profundo del tema ha rebelado, que éste último y Santiago <el de Alfeo>, son la misma persona, esto es, uno de los doce Apóstoles del Mesías.
A favor de esta idea se debe citar el testimonio dado por San Pablo, en su carta a los cristianos de Galacia, una provincia romana evangelizada por él especialmente en su segundo viaje apostólico, con ocasión del peligro que corrían ante la llegada de algunos cristianos procedentes del judaísmo.
Más concretamente, después que el apóstol les habla de su vocación y de como se retiró a Arabia para reflexionar sobre lo que le había pasado, volviendo más tarde a Damasco pero sin pasar por Jerusalén, sigue diciéndoles (Gal. 1,18-20):
"Luego, pasado tres años, subí a Jerusalén para entrevistarme con Pedro, con quién permanecí quince días / A otro de los Apóstoles no vi, a no ser a Santiago <el hermano del Señor> / De lo que os escribo, Dios es testigo que no miento"
Estos versículos de la Carta de San Pablo a los Gálatas, parecen indicar que Santiago <el hermano del Señor>, no era otro que Santiago <Alfeo>, es decir uno de los doce Apóstoles del Señor que permaneció junto a Pedro en Jerusalén, durante un tiempo, ya que el otro Santiago hijo de Zebedeo, había sido ejecutado, por proclamar la Palabra de Dios, durante la persecución de Herodes Agripa.
Otras razones de carácter dogmático han conducido también a esta misma conclusión, como por ejemplo el hecho de que en el Canon Bíblico contenido en el decreto Damaso-Gelasiano (492-496), sobre los libros recibidos y los no recibidos, y en el Concilio de Trento (1545-1563), el nombre de Santiago, autor de la Carta, sea denominado Apóstol. Esta misma denominación se le da en el Concilio Cartaginense (655) y así mismo algunos Papas, como Inocencio I (401-417) y Eugenio IV (1431-1447), aceptan también esta condición en el llamado <Santiago hijo de Alfeo>.
Por su parte, el Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del miércoles 28 de Junio de 2006, refiriéndose a Santiago el Menor se manifestó en los siguientes términos:
“Al lado de Santiago <el Mayor>, hijo de Zebedeo, en los Evangelios aparece otro Santiago, que se suele llamar <el Menor>. También él forma parte de la historia de los doce Apóstoles elegidos personalmente por Jesús, y siempre se le califica como <hijo de Alfeo>.
A menudo se le ha identificado también con otro Santiago, llamado <el Menor>, hijo de una <María Cleofás> presente, según el cuarto Evangelio, al pie de la Cruz, juntamente con la Madre de Jesús”
A menudo se le ha identificado también con otro Santiago, llamado <el Menor>, hijo de una <María Cleofás> presente, según el cuarto Evangelio, al pie de la Cruz, juntamente con la Madre de Jesús”
Así pues, este Santiago podría haber sido pariente muy cercano de Cristo, y de ahí que se le llame el <hermano del Señor>, al estilo semítico, hijo de Alfeo y de María Cleofás (probablemente prima hermana de la Virgen María).
De este Apóstol dice San Jerónimo (342-420), que su vida fue un perpetuo ayuno, prohibiéndose muchos alimentos; según una vieja tradición, Santiago hizo promesa de no tomar alimento alguno hasta que Cristo resucitara.
Este Apóstol era originario de Nazaret, donde como se sabe vivió Jesús, después del regreso de Egipto. Es por tanto razonable, que ambos parientes estuvieran juntos desde su niñez y adolescencia, dadas las costumbres seculares de los israelitas y en general de los pueblos de Oriente, donde los familiares se congregan fácilmente formando un gran grupo, en el que con frecuencia conviven hermanos, primos, sobrinos, etc. A este respecto es interesante recordar la reacción de los habitantes de Nazaret, cuando subió Jesús a predicar a esta ciudad, donde había crecido al lado de sus padres y parientes (Lc 4, 22-30):
"Y todos daban testimonio a su favor y se maravillaban de las palabras de gracia que salían de sus labios, y decían: ¿Pero no es éste el hijo de José? / Y les dijo: Indudablemente me aplicaréis este proverbio: <Médico, cúrate a ti mismo>. Cuantas cosas hemos oído hechas en Cafarnaún, hazlas también aquí en tu patria / Dijo empero: En verdad os digo que ningún profeta es acepto en su patria / De verdad os digo, muchas viudas había por los días de Elías en Israel, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, con que vino grande hambre sobre la tierra / Y a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a Sarepta, ciudad de Sidonia, a una mujer viuda / Y muchos leprosos había en Israel al tiempo de Eliseo profeta, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán el siro / Y se llenaron de cólera todos en la sinagoga al oír estas cosas / Y se levantándose le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron hasta la cima del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, con el intento de despeñarle /
Más Él, habiendo pasado por medio de ellos, iba su camino"
Es didáctico analizar el comportamiento de los habitantes de Nazaret, ante la presencia de Jesús y escuchar sus palabras. Al principio le oyeron llenos de curiosidad y hasta con agrado, pero después se volvieron contra él, exigiéndole milagros, que Jesús no pudía realizar, por la falta de fe de los que se los exigían.
Hasta llegan a echarlo de la ciudad y de seguro lo hubieran despeñado, como era su intención, sino fuera porque el Espíritu Santo estaba con Él.
Por el contrario, que gran ejemplo el de Jesús, por su mansedumbre y sobre todo su extremada paciencia. Con razón el Beato Tomás de Kempis en su libro “Imitación de la vida de Cristo Capítulo XXI”, dice con palabras llenas de sabiduría, de la tolerancia a las injurias y de cómo se prueba al verdadero paciente:
Hasta llegan a echarlo de la ciudad y de seguro lo hubieran despeñado, como era su intención, sino fuera porque el Espíritu Santo estaba con Él.
Por el contrario, que gran ejemplo el de Jesús, por su mansedumbre y sobre todo su extremada paciencia. Con razón el Beato Tomás de Kempis en su libro “Imitación de la vida de Cristo Capítulo XXI”, dice con palabras llenas de sabiduría, de la tolerancia a las injurias y de cómo se prueba al verdadero paciente:
“No es verdaderamente paciente el que no quiere sufrir sino lo que le parece y de quién él quisiere. El verdadero paciente no mira quién le persigue, si es prelado o igual suyo, o más bajo, o si es buen hombre o malo e indigno; más sin hacer diferencia, todo daño, y de cualquier criatura, y todas cuantas veces sucede cualquier mal, todo lo recibe de grado, como de mano de Dios, y estimulado por gran ganancia: porque no hay cosa, por pequeña que sea, padecida por amor a Dios, que pase sin galardón”
Volviendo a la vida del Apóstol Santiago <el Menor>, habría que decir, en primer lugar, que al igual que los restantes Apóstoles del Señor, estaba lleno de esa paciencia infinita de la que su Maestro hizo gala y honor al padecer en sus propias carnes la Pasión y Muerte en la Cruz.
Se cree que Santiago <el Menor> era hermano de San Judas Tadeo y que junto a él estuvo siempre al lado de Jesús, recibiendo sus ejemplos y enseñanzas. El evangelista San Lucas nos explica en su libro de los <Hechos de los Apóstoles>, que ambos hermanos se encontraban junto a la Virgen María y los otros Apóstoles, en el Cenáculo de Jerusalén, esperando la venida del Espíritu Santo, que el Señor les había anunciado.
Después de este trascendental acontecimiento, los Apóstoles, con Pedro a la Cabeza, de la primitiva Iglesia, comenzaron sin dilación su labor apostólica entre los habitantes de Jerusalén y como nos dice San Lucas <la multitud de los que les creyeron tenía un solo corazón, y ninguno decía ser propia suya cosa alguna de las que poseía, sino que para ellos todo era común>.
Así narró San Lucas, los acontecimientos por entonces acaecidos (Lc. 5, 12-16):
"Y por las manos de los Apóstoles se obraban en el pueblo muchas señales y prodigios; y se reunían en el pórtico de Salomón / De los demás, nadie osaba juntarse a ellos; no obstante el pueblo los enaltecía / Y se iban agregando más y más creyentes al Señor, muchedumbre de hombres y mujeres; / Y llegó la cosa a tal punto que sacaban los enfermos a las plazas y los ponían sobre camillas y angarillas, para que, al pasar Pedro, su sombra siquiera sombrease a algunos de ellos. / Concurría también la muchedumbre de las ciudades circunvecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y vejados por espíritus inmundos, y eran curados todos"
A tal punto llegó la cosa, que las autoridades judías de Jerusalén se asustaron; principalmente aquellas personas que tenían una relación importante con el mantenimiento del Templo, esto es, la secta de los saduceos.
Muchos de ellos eran sacerdotes del Templo y por tanto pertenecían a lo que podría llamarse <clase alta> del pueblo judío; ellos se enfrentaron desde un principio a la evangelización llevada a cabo por los Apóstoles del Señor, y no solo porque existían grandes diferencias en cuanto a la doctrina que predicaban, sino sobre todo porque se sentían en peligro, pensando que podían perder la autoridad espiritual sobre la vida del Templo.
Muchos de ellos eran sacerdotes del Templo y por tanto pertenecían a lo que podría llamarse <clase alta> del pueblo judío; ellos se enfrentaron desde un principio a la evangelización llevada a cabo por los Apóstoles del Señor, y no solo porque existían grandes diferencias en cuanto a la doctrina que predicaban, sino sobre todo porque se sentían en peligro, pensando que podían perder la autoridad espiritual sobre la vida del Templo.
San Lucas hace referencia a estos acontecimientos en su libro de los <Hechos de los Apostóles> (Hch 5, 17-18): "Alzándose el Sumo Sacerdote y todos los que con él estaban, que era la secta de los saduceos, y se llenaron de envidia / y echaron las manos sobre los Apóstoles y los pusieron en la cárcel pública"
En esta ocasión, fueron sólo Pedro y Juan, los Apóstoles encarcelados, aunque por la gracia divina, fueron puestos en libertad durante la noche, por un ángel. Sin embargo los acontecimientos fueron cada vez más negativos y así leemos en los Hechos de los Apóstoles que después de muchas peripecias, finalmente, Pedro tuvo que salir definitivamente de la ciudad de Jerusalén, ya que en caso contrario habría sido reo de muerte, tal como fueron San Esteban (Protomártir) y Santiago <el Mayor>, (Primer Apóstol muerto por martirio).
Estos desgraciados hechos tuvieron lugar durante el mandato de Herodes Agripa I (44-46 d.C) y entre tanto, San Pablo, había sentido la llamada del Señor e iniciado su apostolado con la realización de sus primeros viajes al exterior de Israel.
Al salir Pedro de Jerusalén, para dirigirse <a otro lugar>, Santiago <el Menor> fue nombrado Obispo de esta ciudad, llevando su mandato con gran eficacia, como lo demuestra el odio y el miedo que suscitó en los saduceos y en los mismos fariseos.
Durante su obispado, hacia el año 49 d.C, tuvo lugar para la Iglesia de Cristo un acontecimiento relevante relacionado con el primer problema surgido en el seno de la misma, que se cerró con el Concilio Apostólico de Jerusalén, donde estuvieron presentes todos los Apóstoles, incluso Pedro el cual se desplazó, desde Roma, expresamente a Israel, para tomar parte en tan importante <Asamblea>.
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a situación que se había creado entre los creyente, se centraba en el hecho de que mientras los seguidores de Jesucristo, no consideraban necesaria la obligación de la ley de Moisés, de someter a los varones a la práctica de la circuncisión, en cambio la comunidad judía aún vinculada a esta Ley, la consideraban imprescindible para alcanzar la salvación del individuo.
Este enfrentamiento entre los helenistas y los judaizantes llegó a un punto culmen en la ciudad de Antioquía, donde el cristianismo había alcanzado cotas muy altas, por lo que la comunidad decidió finalmente la celebración de esta <Asamblea> en la ciudad Santa de Jerusalén con objeto de esclarecer el desencuentro producido.
a situación que se había creado entre los creyente, se centraba en el hecho de que mientras los seguidores de Jesucristo, no consideraban necesaria la obligación de la ley de Moisés, de someter a los varones a la práctica de la circuncisión, en cambio la comunidad judía aún vinculada a esta Ley, la consideraban imprescindible para alcanzar la salvación del individuo.
Este enfrentamiento entre los helenistas y los judaizantes llegó a un punto culmen en la ciudad de Antioquía, donde el cristianismo había alcanzado cotas muy altas, por lo que la comunidad decidió finalmente la celebración de esta <Asamblea> en la ciudad Santa de Jerusalén con objeto de esclarecer el desencuentro producido.
Después de la intervención de Pedro, el cual puso las cosas claras desde un principio, Santiago <el Menor> tuvo una participación muy importante, para tratar de limar asperezas y en definitiva llegar a un consenso que permitiera alcanzar la paz y la estabilidad entre los cristianos. El Evangelista Lucas en los “Hechos de los Apóstoles” recoge así, la intervención de Santiago (Hech 15, 14-21):
" Varones hermanos, escuchadme. Simón refirió cómo Dios por vez primera se dignó intervenir para escoger de entre los gentiles un pueblo para su nombre / Con esto concuerdan las palabras de los profetas, según que está escrito / Después de esto volveré y reconstruiré la tienda de David, que estaba caída y lo que de ella estaba derruida lo reconstruiré, y lo tornaré a levantar, / para que busquen al Señor los demás hombres y todas las naciones sobre las cuales ha sido revocado mí nombre dice el Señor, que obra estas cosas, /determinadas desde la eternidad / Por lo cual yo juzgo que no se perturbe innecesariamente a los que venidos de la gentilidad se convierten a Dios; / Más se les escriba que se abstengan de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación, de animales estrangulados y de la sangre. /Porque Moisés desde edades antiguas tiene en cada ciudad quienes le predican, al ser cada sábado leído en las sinagogas"
Las palabras de Santiago fueron escuchadas con agrado por parte de todos los asistentes a la Asamblea. También por parte de San Pablo, quizás el más intransigente en algunos aspectos de la propuesta, por considerarse razonable y adecuada para resolver el problema surgido en el seno de la Iglesia, y por ello fueron consignadas en el “Decreto conciliar”.
El Concilio Apostólico de Jerusalén puso, por tanto, las bases para una buena convivencia entre las distintas partes en litigio, salvando una serie de dificultades graves surgidas entre la cristiandad de aquella época; aunque ciertas diferencias entre las Iglesias de Occidente y de Oriente, en la actualidad aún existentes, hay que confiar en que en un futuro no muy lejano todas ellas queden zanjadas.
Después de la celebración del Concilio de Jerusalén, San Lucas no vuelve a mencionar a Santiago en sus escritos, pero se sabe que durante bastante tiempo siguió actuando como Obispo de la ciudad Santa, hasta su muerte por martirio, que tuvo lugar probablemente hacia el año 62 de la era cristiana, antes de subir al poder Luceyo Albino como gobernador de Roma en Judea (62-64).
Cierta información, anterior sobre Santiago, es aportada sin embargo, por la Carta a los Corintios de San Pablo (I Corintios 15,3-8):
"Porque os trasmití en primer lugar lo que a mí vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, / y que fue sepultado, y que ha resucitado al tercer día según las Escrituras, / y fue visto por Cefas, luego por los Doce. / Después fue visto por más de quinientos hermanos de una vez, de los cuales los más quedan aún ahora, algunos ya murieron. / Después fue visto por Santiago, luego por todos los Apóstoles; / Últimamente, después de todos, siendo como soy el abortivo fue visto también por mí"
Por tanto, tal como se dice en la Carta, Santiago <el Menor> fue premiado con la gracia de ver a Jesucristo en una aparición especifica, tan sólo para él.
Dice el Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del miércoles 28 de Junio de 2006, refiriéndose a la Carta que la Tradición de la Iglesia atribuye a Santiago:
“Además del Apócrifo Protoevangelio de Santiago, que exalta la santidad y la virginidad de María, la Madre de Jesús, está unida a este Santiago en especial la Carta que lleva su nombre. En el Canon del Nuevo Testamento ocupa el primer lugar entre las así llamadas <Cartas católicas>, es decir, no destinadas a una sola iglesia particular, como Roma, Éfeso, etc., sino a muchas iglesias.
Se trata de un escrito muy importante, que insiste mucho en la necesidad de no reducir la propia fe a una pura declaración oral o abstracta, sino de manifestarla concretamente con obras de bien.
Entre otras cosas, nos invita a la constancia en las pruebas aceptadas con alegría y a la oración confiada para obtener de Dios el don de la sabiduría, gracias a la cual logramos comprender que los auténticos valores de la vida no están en las riquezas transitorias, sino más bien en saber compartir nuestros bienes con los pobres y necesitados”
Esta Carta parece, en principio, dirigida a las doce tribus israelitas que vivían dispersas por el mundo en aquella época, las cuales habían alcanzado ya la fe en Cristo, pero no habían enfocado, con exactitud, las enseñanzas de los Apóstoles. Por otra parte, la Carta de Santiago en muchos aspectos se presenta como una réplica del Sermón de la Montaña del Señor y en particular de sus Bienaventuranzas. Así por ejemplo, Jesús dijo en su Sermón de la Montaña, refiriéndose al homicidio y la ira (Mt. 5, 21-26):
"Oísteis que se dijo a los antiguos: <No matarás; quién matare, será sometido al juicio del tribunal / Más yo os digo que todo el que se encolerizare con su hermano, será reo delante del tribunal; y quién dijere a su hermano <raca>, será reo delante del Sanhedrín; quién le dijere <insensato>, será reo de la gehena del fuego"
Palabras fuertes de Jesús que ponen en alerta las conciencias de todos los cristianos y que tienen una justa replica en la Carta de Santiago, algunos años después, recordando las enseñanzas de su Maestro (St 2, 22):
-Así hablad y así obrad, como quién ha de ser juzgado por la ley de la libertad.
-Porque el juicio será sin misericordia para quién no hizo misericordia; la misericordia blasona frente al juicio
Siguiendo en la misma línea de comparación, recordaremos ahora lo que el Señor dijo en su Sermón de la Montaña a propósito de que los hombres tenían que servir a un solo Dios (Mt 6, 24):
-Nadie puede ser esclavo de dos Señores, porque o bien aborrecerá al uno y tendrá amor al otro, o bien se adherirá al primero y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero.
Ante estas palabras de Jesús, su Apóstol Santiago, razona de la forma siguiente (St 4, 4-5):
-¡Esposos adúlteros!, ¿no sabéis que el amor para con el mundo, se constituye enemigo de Dios? El que por tanto, quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.
-¿O pensáis que vanamente dice la Escritura: Hasta con celo se aficiona el Espíritu que en nosotros puso su morada?
Se podrían citar otros muchos ejemplos, para poner de manifiesto que la Carta de Santiago <el Menor> sigue paso a paso las enseñanzas del Señor, en su Sermón de la Montaña, sin embargo nos parece también interesante, destacar ahora, el hecho de que el don de la paciencia aparezca exaltado con frecuencia en la Carta de Santiago. Así por ejemplo, al principio de su Carta, refiriéndose al gozo en las tribulaciones asegura (St 1,2):
-Considerad, hermanos míos, como dicha colmada cuando os vierais cercados de diferentes tribulaciones
Indudablemente que para seguir su consejo, el hombre debería revestirse de <paciencia>, cosa muy difícil y que solo viviendo en verdadera santidad se puede conseguir, como lo consiguió nuestro Señor Jesucristo, el cual es el exponente máximo de la verdadera <paciencia>.
Por otra parte, al hablar de las palabras que hay que poner por obra, Santiago, manifiesta lo siguiente (St 1, 22-25): "Pero sed adoradores de la palabra, y no oidores solamente, engañándoos a vosotros mismos / Porque si uno es oidor de la palabra y no obrador, este tal es semejante a un hombre que mire su rostro natural en el espejo / porque miróse y fuése, y al punto se olvidó de cómo era / Más el que se para a considerar la ley perfecta, ley de libertad, y en ella persevera, hecho no oidor olvidadizo, sino obrador ejecutivo, este tal será bienaventurado en su obra"
Sin duda que el hombre para realizar las buenas obras a las que está llamado deberá revestirse de paciencia, tal como sugiere con sus palabras el Apóstol, al decirnos que debemos ser adoradores de la palabra y no solo oidores.
En otros apartados de su carta, Santiago también exalta la paciencia frente a la provocación (St 3,17), frente a la opresión (St 5,7) o en virtud de la persecución (St 5,10), etc.
Vemos por tanto, como Santiago tomando como ejemplo al Señor, virtuoso sin igual de la paciencia, quiere mostrar a los creyentes con sus palabras, la necesidad imperiosa de practicarla.
La Carta de Santiago se suele leer en la llamada <Misa del Crisma>, en la que como se sabe se consagran los <Santos Óleos>, entre los que se encuentra: El Óleo de los enfermos, que se utiliza en el Sacramento de la Santa Unción. Según el Concilio de Trento (Denz. 908, 926), el Apóstol Santiago, promulga en su Epístola, el Sacramento de la Extremaunción instituido por Cristo.
De acuerdo con el historiador judío Flavio Josefo (37-101), la muerte del Apóstol Santiago el <Menor>, habría tenido lugar en Jerusalén hacia el año 62 d.C., por martirio. La causa de su ejecución fue el respeto que el pueblo sentía por el Obispo cristiano, y la envidia de un hombre perteneciente a la secta de los saduceos llamado Anano (Ananías), el cual aprovechando la reciente muerte de Festo (60-62), convocó un concilio de jueces y ordenó comparecer ante el mismo al Apóstol del Señor, simulando un proceso que no tenía razón de ser, sin tener en cuenta, incluso, el hecho de que él no poseía poder alguno legal para condenar a muerte a hombre alguno. Más concretamente, en el capítulo veinte del libro de Flavio Josefo se relatan los hechos en los siguientes términos (Antigüedades judías, 20.9.1):
“Ananías era en saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el Sanedrín juzgase a Santiago, hermano de Jesús, quién era llamado Cristo, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados”
El método utilizado para llevar a cabo el martirio de Santiago varía según las fuentes consultadas, pero casi todas, coinciden en asegurar que antes de ser lapidado, fue arrojado desde una galería del Templo, después de haber dado testimonio de su fe.
Sus reliquias permanecieron un tiempo en Constantinopla, pero su cabeza, según una antigua tradición de la Iglesia, fue llevada a España, donde la reina doña Urraca dispuso su traslado a la Catedral de Compostela, donde ya descansaban los resto del Apóstol Santiago <el Mayor>.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (Dones y frutos del Espíritu Santo, 1832):
“los frutos del Espíritu Santo son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fidelidad, Modestia, Continencia y Castidad”
Entre los frutos del Espíritu Santo figura, por tanto, en cuarto lugar la <paciencia>, y esto es muy interesante precisamente porque la obra misionera de la Iglesia, que exige un esfuerzo enorme, por parte de todos sus miembros, debe utilizar dicho fruto con gran ahínco en casi todas las ocasiones, hasta conseguir su propósito, esto es, el anuncio del Evangelio a los pueblos y grupos humanos que todavía no son creyentes, cosa nada fácil, como nos demuestra la vida de los santos y de los mártires.
Santiago Alfeo, dio la vida por la fe de Cristo, al igual que los restantes Apóstoles, si exceptuamos a San Juan, aunque éste también sufrió el martirio, y ello ayudó mucho a los fieles de los primeros siglos de la era cristiana, para comprender el valor de la <paciencia> en el sufrimiento físico y moral unidos a la Cruz de Cristo.
Con razón Santa Teresa de Jesús decía aquello de: "Nada te turbe/ Nada te espante/ Todo se pasa/ Dios no se muda/La paciencia todo lo alcanza/Sólo Dios basta”
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