Como diría el Papa Benedicto XVI en su día: <Sin Dios, el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién es>. Ésta es, una frase que aparece en la Carta Encíclica <Caritas in Veritate> de este Pontífice, que al igual que muchos de sus predecesores se interesó enormemente por el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad.
“La caridad en la Verdad, de la
que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su
muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo
de cada persona y de toda la humanidad. El amor –caritas – es una fuerza
extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y
generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su
origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio
bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente:
en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se
hace libre (Jn 8, 22). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y
convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de
caridad…”
Así, nos encontramos
en el siglo XIX con la obra maestra del Pontífice León XIII, sobre lo que él
llamó <cuestión obrera> y que no era otra cosa que el resultado de su
inmensa caridad hacia los hombres del mundo del trabajo, que quedó plasmada en
su célebre Carta Encíclica <Rerum Novarum>, dada en Roma el 15 de mayo de
1891, año decimocuarto de su Papado.
Desde entonces, toda la Iglesia, y el
mundo laboral en general, ha tomado las enseñanzas de León XIII como punto de
referencia, y los Papas posteriores han declarado respeto y admiración por las mismas.
Éste es el caso, del Papa Pio XI
(1922-1939), el cual en su Carta Encíclica <Quadragesimo anno> quiso dar
curso a la conmemoración del cuarenta
aniversario de la <Rerum Novarum>, con las siguientes palabras llenas de
agradecimiento y consideración:
“En el cuadragésimo aniversario
de la publicación de la egregia Encíclica <Rerum novarum>, debida a León
XIII, de feliz recordación, todo el orbe católico se siente conmovido por tan
grato recuerdo y se dispone a conmemorar dicha carta con la solemnidad que se
merece…
Pues a finales del siglo XIX, el
planteamiento de un nuevo sistema económico y el desarrollo de la industria,
habían llegado, en la mayor parte de las naciones, al punto de que viera a la
sociedad humana cada vez más dividida en dos clases: una, ciertamente poco
numerosa, que disfrutaba de casi la totalidad de los bienes que tan
copiosamente proporcionaban los inventos modernos, mientras la otra, integrada
por la ingente multitud de los trabajadores, oprimida por angustiosa miseria,
pugnaba en vano por liberarse del agobio en que vivía…
El prudentísimo Pontífice León
XIII, meditó largamente acerca de ello, ante la presencia de Dios, solicitó el
asesoramiento de los más doctos, examinó atentamente la importancia del
problema en todos sus aspectos y, por fin, urgiéndole <la conciencia de su
apostólico oficio>, para que no pareciera que permaneciendo en silencio,
faltaba a su deber, resolvió dirigirse, con la autoridad del divino magisterio
a él confiado, a toda la Iglesia de Cristo y a todo el género humano…
Resonó, pues, el día del 15 de
mayo de 1891, aquella tan deseada voz, sin aterrarse por las dificultades del
tema, ni debilitada por la vejez, enseñando con renovada energía a toda la
humana familia a emprender nuevos caminos en materia social”
Posteriormente, otros Papas, como por ejemplo Pablo VI, también han tenido en cuenta el avance social enorme que supuso esta Carta Encíclica de León XIII, y así, en mayo del año 1971, con motivo del ochenta aniversario de la publicación de la <Rerum Novarum>, escribió, a su vez, una Carta Encíclica, la <Octogesima Adveniens>, donde expresaba sus sentimientos al respecto:
“El LXXX, aniversario de la
publicación de la Encíclica <Rerum Novarum>, cuyo mensaje sigue
inspirando la acción a favor de la justicia social, nos anima a continuar y
cumplir las enseñanzas de nuestros predecesores para dar respuesta a las
necesidades nuevas de un mundo transformado. La Iglesia, en efecto, camina
unida a la humanidad y se solidariza con su suerte en el seno de la historia.
Anunciando la Buena Nueva del amor de Dios y de la salvación en Cristo, a los
hombres y mujeres, les ilumina en sus actividades a la luz del Evangelio y les
ayuda de ese modo a corresponder al designio de amor de Dios, y a realizar la
plenitud de sus aspiraciones…
Hoy los hombres y mujeres desean
sobremanera liberarse de la necesidad y del poder ajeno. Pero esta liberación
comienza por la libertad interior, que cada quien debe recuperar, de cara a sus
bienes y a sus poderes. No llegarán a
ella si no es por medio de un amor que trasciende a la persona y, en
consecuencia, cultive dentro de sí el hábito del servicio. De otro modo, como
es evidente, aún las ideologías más revolucionarias no desembocarán más que un
simple cambio de amos; instalados a su vez en el poder, estos nuevos amos se
rodean de privilegios, limitan las libertades, y consienten que se instauren
otras formas de justicias. Muchos llegan también a plantearse el problema, del
modelo mismo de sociedad civil. La ambición de numerosas naciones en la
competencia que las opone y las arrastra, es la de llegar al predominio
tecnológico, económico, y militar. Esta ambición se opone a la creación de
estructuras, en las cuales el ritmo de progreso sería regulado en función de
una justicia mayor, en vez de acentuar las diferencias y de crear un clima de
desconfianza y de lucha que compromete continuamente la paz.
¿No es aquí donde aparecen los
límites radicales de la economía? La actividad económica, que ciertamente es necesaria,
puede, si está al servicio de la persona, <ser fuente de fraternidad y signo
de la Providencia divina>, (ver C.
Encíclica, Populorum Progressio), es ella la que da ocasión, a los intercambios
concretos entre las gentes, al reconocimiento de derechos, a la prestación de
servicios y a la afirmación de la dignidad en el trabajo”
En la Carta Encíclica
anteriormente mencionada el Papa Pablo VI, recuerda en distintas ocasiones,
otra carta suya anterior, la <Populorum Progressio>, que escribió y publicó
el 26 de Marzo del año 1967, en la que
analizaba con gran profundidad <la necesidad de promover el desarrollo de
los pueblos>. En dicha carta, el Pontífice se refiere a problemas
importantísimos, como son por ejemplo <el desarrollo integral del hombre>
y <el desarrollo solidario de la humanidad>.
La <Populorum Progressio>, ha sido, sin duda, un nuevo <hito>, en la <doctrina social de la Iglesia>, como lo fuera en su día la de León XIII, según han corroborado los Papas posteriores, y especialmente Benedicto XVI, para el que la Carta Encíclica de Pablo VI merece ser considerada la <Rerum Novarum> de la época contemporánea, colaborando a iluminar los caminos de la humanidad en vías de unificación (Carta Encíclica de Benedicto XVI “Caritas in Veritate”:
“Al publicar en 1967 la Carta
Encíclica <Populorum Progressio>, mi venerado predecesor Pablo VI, ha
iluminado el gran tema del desarrollo de los pueblos, con el esplendor de la
verdad y la luz suave de la caridad de Cristo. Ha afirmado que el anuncio de
Cristo es el primero y principal factor de desarrollo y nos ha dejado la
consigna de caminar por la vía del desarrollo con todo nuestro corazón y con
toda nuestra inteligencia, es decir, con el ardor de la caridad y la sabiduría
de la verdad. La verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado
gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y hace posible esperar en un <desarrollo
de todo el hombre y de todos los hombres>, en el transito <de condiciones
menos humanas a condiciones más humanas> (ver Popolorum Progressio), que se
obtiene venciendo dificultades que inevitablemente se encuentran a lo largo del
camino”
Sin duda la Carta Encíclica de
Pablo VI marcó un antes y un después en la doctrina social de la Iglesia, como
ha quedado reflejado en la Encíclica de Benedicto XVI <Caritas in
Veritate>, pero además, esta última, aporta
nuevas ideas para ajustarse a los <nuevos tiempos>, en un mundo
<en progresión y expansiva globalización>.
Benedicto XVI aseguraba en la misma que el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hechos entre los hombres y los pueblos, no se corresponde con la interacción ética de la conciencia y el intelecto <de la que puede resultar un desarrollo realmente humano, y solo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible objetivos de desarrollo con un carácter humano y humanitario: El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor, que vence el mal con el bien (Rm 12, 21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones reciprocas de la libertad y de la responsabilidad> ( Benedicto XVI; Ibid).
Benedicto XVI aseguraba en la misma que el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hechos entre los hombres y los pueblos, no se corresponde con la interacción ética de la conciencia y el intelecto <de la que puede resultar un desarrollo realmente humano, y solo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible objetivos de desarrollo con un carácter humano y humanitario: El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor, que vence el mal con el bien (Rm 12, 21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones reciprocas de la libertad y de la responsabilidad> ( Benedicto XVI; Ibid).
Los Papas de todos los tiempos y
particularmente Benedicto XVI, como representantes de Cristo en la Tierra, han
dejado siempre claro, que la primera ley de Dios es el compendio de la caridad
sobre el que se apoya la <doctrina social> de la Iglesia y sobre la que debe descansar y gravitar toda la <obra
social> de la misma:
“La Iglesia no tiene soluciones
técnicas que ofrecer y no pretende <de ninguna manera mezclarse con la
política de los estados> (Populorum Progressio. Pablo VI). No obstante tiene
una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia a favor de una
sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación…
Para la Iglesia, esta misión de
verdad es irrenunciable. Su doctrina social es una dimensión singular de este
anuncio: está al servicio de la verdad que libera” (Benedicto XVI; Ibid).
“Fiel a las enseñanzas y al ejemplo de su divino Fundador, que como señal de su misión dio al mundo el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (Lc 7, 22), la Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a los cuales llevaba la fe en Jesucristo. Al mismo tiempo que templos, sus misioneros han construido centros asistenciales y hospitales, escuelas y universidades. Enseñando a los indígenas el modo de sacar el mayor provecho de los recursos naturales y los han protegido frecuentemente contra la codicia de los extranjeros.
Son las alabanzas del Pontífice
Pablo VI a la labor desempeñada por los hombres dedicados a la evangelización,
siempre y en todo lugar, desde que Cristo fundó su Iglesia. En la actualidad en
todos los continentes siguen ejerciendo su labor callada pero imprescindible
tantos misioneros y misioneras, casi siempre poniendo en riesgo sus vidas, por
las persecuciones, por el posible contagio con terribles enfermedades, lejos de
sus países de origen y de sus familiares más próximos, pero con alegría y un
amor insuperable hacia los pueblos indígenas en los que desarrollan su labor.
Son los nuevos enviados de Cristo, que
reparten caridad a manos llenas, sin miedo de convertirse en los nuevos
mártires de la Iglesia, como suele suceder con demasiada frecuencia. Ellos son
los verdaderos protagonistas y testigos de la doctrina social de la Iglesia,
fundada en la caridad, esto es, en el amor a Dios y por Éste al prójimo.
A pesar de todo, en un mundo en el que el hambre, las injusticias sociales y las guerras azotan aún, muchas zonas del planeta, las iniciativas locales o individuales no son suficientes para ahogar las necesidades de aquellos pueblos que las sufren (Pablo VI Ibid):
“La presente situación del mundo
exige una acción conjunta, que tenga como punto de partida una clara visión de
todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Con la
experiencia que tiene la humanidad, la Iglesia, sin pretender de ninguna manera
mezclarse en la política de los Estados <solo desea una cosa: continuar,
bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra misma de Cristo, quien vino al
mundo para dar testimonio de la Verdad, para purificar y no juzgar, para servir
y no para ser servido> (Gaudium et Spes n.3, 1. c 1026)”
Como podemos juzgar por estas
palabras del Papa Pablo VI, la problemática que se presentaba, ya en aquellos
momentos, en los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, era inmensa y
de alguna manera estaba necesitada de la colaboración por parte de todos los
hombres de buena voluntad. En este sentido, el Papa Benedicto XVI, reconociendo
la certera visión del problema por parte de su venerado antecesor se expresaba
en los términos siguientes en su Carta Encíclica <Caritas in Veritate>:
“Pablo VI tenía una visión
articulada del desarrollo. Con el término <desarrollo> quiere indicar,
ante todo, el objetivo de que los pueblos salieran del hambre, la miseria, las
enfermedades endémicas y el analfabetismo. Desde el punto de vista económico,
eso significa su participación activa y en condiciones de igualdad en el proceso
económico internacional; desde el punto de vista social, su evolución hacia las
sociedades solidarias y con buen nivel de formación; desde el punto de vista
político, la consolidación de regímenes democráticos capaces de asegurar la
libertad y la paz”
Objetivos todos muy deseables, pero
que hasta el momento actual, dentro ya de un nuevo milenio, el ser humano no ha
sido capaz de conseguir, ni siquiera en
una mínima parte de lo requerido, a pesar del interés mostrado en esta materia por
la Iglesia y por todos los Papas a su cabeza, los cuales han querido seguir el ejemplo dado por León XIII y han
conmemorado siempre la publicación de su célebre Encíclica <Rerum
Novarum>.
Así, por ejemplo, en el centésimo aniversario de la misma, Juan Pablo II recordaba con estas palabras los beneficios aportados por ella a la sociedad (Papa san Juan Pablo II. Carta Encíclica <Centesimus annus>):
Así, por ejemplo, en el centésimo aniversario de la misma, Juan Pablo II recordaba con estas palabras los beneficios aportados por ella a la sociedad (Papa san Juan Pablo II. Carta Encíclica <Centesimus annus>):
“La presente Encíclica se sitúa
en el marco de esta celebración, para dar gracias a Dios, del cual <desciende
todo don excelente y toda donación perfecta> (St 1, 17) porque se ha valido
de un documento, emanado hace ahora cien años por la Sede de Pedro, el cual
había de dar tantos beneficios a la Iglesia y al mundo, y difundir tanta luz.
La conmemoración que aquí se hace se refiere a la Encíclica leonina y también a
las Encíclicas y demás escritos de mi predecesores, que han contribuido a
hacerla actual y operante en el tiempo, constituyendo así la que había de ser
llamada <doctrina social> o
también <magisterio social> de la Iglesia"
Recordemos, también, las palabras
del Señor refiriéndose a la obligación de practicar la justicia (Mt 6, 2 a 4):
<Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta ante ti, como
hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la
gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa-Tu, en cambio,
cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda, lo que hace tu derecha;
así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará>
¿Que querría decir Jesús con
estas palabras? Seguramente como advierte el Papa san Juan Pablo II:
“Pretendía inquietar a los
hombres, hasta lograr que ni siquiera durante un minuto puedan volverse ciegos
por la avaricia y el ansia de riqueza (P. san Juan Pablo II; 2 de julio de
1980)”.
Sí, Él dice a todos los hombres
que sean moderados, que no ansíen en extremo el poder y el dinero y que: “Si
posees muchos bienes, recuerdes que debes dar mucho a los necesitados (Ibid)”
Por otra parte, si eres muy inteligente y has
conseguido llegar a un puesto elevado en la escala social, ni siquiera un
instante debes olvidar que tu obligación es servir a los demás, y en particular a los más necesitados.
Recordemos además que el Señor
decía a sus discípulos, al hablarles del <juicio final>, al ponerse en
evidencia la <justicia Divina>: “Cuantas veces hagáis estas cosas a uno
de mis hermanos más pequeños, lo habréis hecho a mí” (Mt 25, 31-46).
Por todo esto y por mucho más:
Hoy como ayer, la Iglesia es consciente de que su <doctrina social> se
hará creíble por el testimonio de las
obras, antes que por cuestiones puramente teóricas. Como decía el Papa san Juan Pablo II (Carta
Encíclica <Centesimus annus>):
“El amor por el hombre y, en
primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la
<promoción de la justicia>. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los
hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a
alguien inoportuno, o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en
sí, la posibilidad de una riqueza mayor…”
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