Pero ¿Quién eran estos hombres que siguiendo una estrella buscaban la <Luz>? Según el Papa Benedicto XVI (La infancia de Jesús; Ed. Planeta S.A. 2012):
“Los hombres de
los que habla Mateo no eran únicamente astrónomos. Eran <sabios> que
representaban el dinamismo inherente a las religiones, que implica ir más allá
de sí mismas; un dinamismo, que es búsqueda de la verdad, la búsqueda del
verdadero Dios, y por tanto la filosofía en el sentido originario de la palabra.
La sabiduría
sanea así también el mensaje de la <ciencia>: la racionalidad de este
mensaje no se contentaba con el mero saber, sino que trataba de comprender la
totalidad, llevando así a la razón hasta sus más elevadas posibilidades.
Basándose en
todo lo que se ha dicho sobre este tema, podemos hacernos una cierta idea de
cuáles eran las convicciones y conocimientos que llevaron a estos hombres a
encaminarse hacia el recién nacido <rey de los judíos>.
Así como la
tradición de la Iglesia ha leído con toda naturalidad el relato de la Navidad
sobre el trasfondo de la profecía de Isaías (Is 1, 3) y de este modo
llegaron al pesebre, el buey y el asno, así también ha leído la historia de los
Magos a la luz de los Salmos (Sal 72-71) y de Isaías (Is 60, 1)”
“Que los reyes
de Tarsis y de los pueblos lejanos le traigan presentes; que los monarcas de
Arabia y de Sabá le hagan regalos”
Así mismo, el
Papa nos recuerda los anuncios del profeta cristológico por excelencia, Isaías,
el cual llega a escribir, refiriéndose a una visión que él tuvo (Is 1, 3):
“El buey
reconoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no me conoce,
mi pueblo no tiene entendimiento”
Y más tarde
este mismo profeta en el versículo (60, 1) se expresa en los siguientes
términos: “Levántate y brilla, Jerusalén, que llega la luz; la gloria del Señor
amanece sobre ti”
Para expresarlo
con palabras más cercanas, más próximas al hombre de hoy, ya en pleno siglo
XXI, recordemos las de nuestro Papa Francisco en su Homilía del 6 de enero de
2014: “En el recorrido que hacen los Magos de Oriente está simbolizado el
destino de todo hombre: Nuestra vida es un camino, iluminados por una luces que
nos permiten entrever el sendero, hasta encontrar la plenitud de la verdad y
del amor, que nosotros cristianos reconocemos en Jesús, Luz del mundo.
Como dice el
Salmo, refiriéndose a la ley del Señor: <Lámpara es tu palabra para mis
pasos / luz en mi sedero> (Sal 119, 105). Sobre todo, escuchar el Evangelio,
leerlo, meditarlo y convertirlo en alimento espiritual nos permite encontrar a
Jesús vivo, hacer experiencia de Él y de su amor”
Ciertamente las
cosas no son tan sencillas para aquellas personas que habiendo recibido el
mensaje de Cristo, en el trascurrir de sus azarosas vidas se han ido alejando
de Dios e incluso pueden negarlo totalmente. Es algo que vemos por desgracia
todos los días, con frecuencia dentro de nuestras propias familias. Por eso,
los creyentes tenemos la necesidad e
incluso la obligación de ayudar a estas personas a reencontrar el camino hacia
la <Luz>, con la ayuda del Espíritu Santo. Son momentos muy difíciles,
críticos, para toda la humanidad, pero el ejemplo de los Magos de Oriente, nos
podrían servir de referencia (Papa Francisco; Ibid):
En efecto,
aquellos hombres sabios al ver de nuevo la estrella que desde Oriente les había
encaminado hasta Jerusalén, tras visitar al rey Herodes, marcharon tras de ella
llenos de alegría porque tenían la fe de ir al encuentro de la Verdad, al
encuentro de la Luz que todo hombre desea encontrar. Y llegaron a Belén un
pueblecito de Judea, y encontraron a un niño con su madre María y creyeron en
Él, creyeron que Él era la <Luz del mundo> que tanto deseaban encontrar y
lo adoraron postrados en tierra.
En este
sentido, Mateo narra en su Evangelio que (Mt 2, 16-18): “Entonces Herodes,
viéndose burlado por los sabios, se enfureció mucho y mando matar a todos los
niños de Belén y de todo su término que tuvieran menos de dos años, de acuerdo
con la información que había recibido de los sabios / Así se cumplió lo
anunciado por el profeta Jeremías: / Se ha escuchado en Ramá un clamor de mucho
llanto y lamento: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere consolarse
porque ya no existen”
Recordando lo
sucedido, dice el Papa Francisco, refiriéndose a la <astucia> santa de
los sabios llegados de oriente (Ibid):
“Un aspecto de
la luz que nos guía en el camino de la fe es la santa <astucia>. Es también
una virtud, la santa <astucia>.Se trata de una sagacidad espiritual que
nos permite reconocer los peligros y evitarlos. Los Magos supieron usar esta
luz de <astucia> cuando, de regreso a su tierra, decidieron no pasar por
el palacio tenebroso de Herodes, sino marchar por otro camino.
Estos sabios
venidos de oriente nos enseñan a no caer
en las acechanzas de las tinieblas y a
defendernos de la oscuridad que pretende cubrir nuestra vida. Ellos, con esta
santa <astucia>, han protegido la fe. Y también nosotros debemos proteger
la fe. Protegerla de esa oscuridad. Esa oscuridad que a menudo se disfraza incluso de luz. Y
entonces es necesaria la santa <astucia>, para proteger la fe, protegerla
de los cantos de sirena, que te dicen. <Mira hoy debemos hacer esto,
aquello…>
Pero la fe es
una gracia, es un don. Y a nosotros nos corresponde protegerla con la santa <astucia>, con la oración,
con el amor, con la caridad. Es necesario acoger en nuestro corazón la luz de
Dios y, al mismo tiempo, practicar aquella astucia espiritual que sabe
armonizar la sencillez con la sagacidad, como Jesús pide a sus discípulos:
<Sean sagaces como serpientes y simples como palomas> (M 10,16)”
Así es, todos
los días como tarea diaria, el cristiano debería practicar este consejo, que el
Señor dio a sus discípulos cuando los envió a evangelizar a las gentes,
avisándoles de las persecuciones a las que se verían sometidos por su causa, consejo que Él mismo practicó (Mt
10, 16-20):
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