Jesús, Hijo Unigénito del Padre, Dios de Dios y Luz de Luz, entró en la historia de los hombres
a través de la familia de Nazaret, pero también a través de cada
familia del mundo, tal como quedó expresado en el Concilio Vaticano II, en el sentido de
que el Hijo de Dios, en la Encarnación: <se ha unido en cierto modo, con
todo hombre>.
Por eso, siguiendo a Cristo <que vino al mundo para
servir> (Mt 20, 28) la Iglesia considera, el servicio a la familia, una de
sus tareas esenciales. Es por ello que, tanto el hombre, como la familia
constituyen el camino de la Iglesia. Precisamente y de acuerdo con
estas palabras el concepto de familia se
basa, como nos recuerda el Catecismo de
la Iglesia Católica, en que:
“Cristo quiso nacer y crecer en
el seno de la Familia Sagrada de José y María. La Iglesia no es otra cosa que
la <familia de Dios>. Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a
menudo constituido por los que <con toda su casa>, habían llegado a ser
creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase <toda su
casa>. Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo
no creyente” ( nº 1655 y nº1656).
En nuestros días, en un mundo
fuertemente extraño e incluso muchas veces, hostil a la Iglesia, las familias
creyentes tienen una importancia primordial, como faros en la oscuridad, alumbrando el camino que Jesús nos marcó.
En este sentido, el Papa
Juan Pablo II, gran propagador de las enseñanzas de este Concilio, y al que se
debe la aprobación y la orden de
publicación del correspondiente Catecismo de la Iglesia Católica, destacó la
importancia de la <herencia familiar>.
En efecto, a los siete años de su
Pontificado, escribió una carta a todos los jóvenes del mundo, con ocasión del
<Año Internacional de la Juventud>, donde destacaba la importancia de la
<herencia familiar>:
“La historia de la humanidad pasa desde el
comienzo - y pasará hasta el final- a través de la familia. El ser humano forma
parte de ella mediante el nacimiento que debe a sus padres: al padre y a la
madre, para dejar en el momento oportuno este primer ambiente de vida y amor y
pasar a otro nuevo.
<Al dejar al padre y a la
madre> cada uno y cada una de vosotros contemporáneamente, en cierto sentido,
los lleva dentro consigo, asume la herencia múltiple, que tiene su comienzo
directo y su fuente en ellos y en su familia.
De este modo, aún marchando, en cada
uno de vosotros permanece; la herencia que asume, lo vincula establemente con
aquellos que se la han transmitido y a los que debe tanto. Y él mismo, -ella o él - seguirá transmitiendo la misma herencia.
De ahí que el cuarto mandamiento del Decálogo posea tan gran importancia: <Honra a tu padre y a tu madre> (Ex 20, 12; Dt 5, 16; Mt 15, 4)"
(Carta apostólica <Dilecti amici>; Papa San Juan Pablo II; dada en Roma el 31 de marzo de 1985)
Sin duda la Iglesia Católica,
iluminada por la fe, siente la necesidad perenne de anunciar el Evangelio, en
particular, a aquellos hombres y mujeres que tienen vocación para formar una
familia, porque en un mundo en el que el paganismo amenaza con ser cada vez más
intenso y profundo, es necesario
proclamarlo, es preciso y vital una <Nueva Evangelización>, que
reconduzca a la sociedad hacia la verdadera y única liberación, como siempre han asegurado los representes de Cristo sobre la tierra.
Por otra parte, la Iglesia debe recordar a los jóvenes cuya
vocación es formar una familia cristiana que:
“Remontarse al principio del
gesto creador de Dios es una necesidad para ella, si quiere conocerse y
realizarse según la verdad interior no sólo de su ser, sino también de su
actuación histórica”
(Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II <Familiaris
Consortio> 1981).
Son palabras importantes de un Papa
santo, que sin duda, hizo reflexionar a la humanidad sobre el papel fundamental
de la familia, en aquellos momentos de la historia, que ya pertenecen al siglo
pasado, pero que siguen teniendo total vigencia en el siglo actual, y si cabe en
mayor medida.
Este Pontífice fue un gran animador y paladín de la familia;
sin duda, había recibido un hermoso ejemplo, de la suya propia, y lo demostró constantemente
a través de sus Cartas, Homilías, Catequesis y un largo etc.
Así, por ejemplo,
en el año 1994, estando ya muy cercano un
nuevo siglo, pronunciaba palabras, llenas de sabiduría y afecto,
dirigidas a las familias durante la celebración de la fiesta de la Presentación
del Señor:
“Entre los numerosos caminos para
la Iglesia de Cristo, la familia es el primero y el más importante…Cuando falta
la familia, se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y
dolorosa que pesará posteriormente durante toda la vida.
La Iglesia, con
afectuosa solicitud está junto a quienes viven semejante situaciones, porque
conoce bien el papel fundamental que la familia está llamada a desempeñar.
Sabe, además, que normalmente, el hombre sale de la familia para realizar, a su
vez, la propia vocación de vida en un nuevo núcleo familiar”
Cuando falta la familia se crea,
en efecto, en las personas un síndrome difícil de eliminar a lo largo de la
vida, es lo que sucede en el caso de los niños huérfanos que en cantidad
incalculable se están produciendo constantemente en este mundo del desarrollo,
pero también de la injusticia…
Las estadísticas nos dan números, solo
aproximados, sobre este tema crucial, así se ha calculado que más de 143
millones de niños se encontraban en condiciones de orfandad en el año 2003,
repartidos en 93 países alrededor del mundo (Aldeas Infantiles SOS España), por
diversas causas: víctimas del descuido o abandono de los padres, hijos de
madres solteras o adolescentes, niños retirados por los estados, de los padres,
incapaces de atenderlos, o cuando han vulnerado sus derechos…etc.
Al Papa Juan Pablo II le dolía
sobremanera hechos como estos y
aseguraba (Carta a los niños. Vaticano 13 de diciembre de 1994):
“Si es cierto que un niño es la
alegría no sólo de los padres, sino también de la Iglesia y de toda la
sociedad, es cierto igualmente que en nuestros días muchos niños, por
desgracia, sufren o son amenazados en varias partes del mundo: padecen hambre y
miseria, mueren a causa de las enfermedades y de la desnutrición, perecen
víctimas de las guerras, son abandonados por sus padres y condenados a vivir
sin hogar, privados del calor de una familia propia, soportan muchas formas de
violencia y de abuso por parte de los adultos.
¿Cómo es posible permanecer
indiferentes ante el sufrimiento de tantos niños, sobre todo cuando es causado,
de algún modo, por los adultos?"
Por eso, vivir dentro de una
familia propia, es tan importante para los niños y por eso, la familia es la
roca sobre la que se forma y sostiene la sociedad humana y así, cuando la roca,
no es tal roca, sino que está
constituida por una montaña de arena, finalmente ésta se desmoronará, se vendrá
abajo, causando con ello un gran daño, no sólo a los hijos, sino a los padres y
al resto del entorno familiar…Es lo que por desgracia en este siglo, y en
siglos anteriores viene ocurriendo con demasiada frecuencia
Ciertamente este es un tema que
preocupa enormemente a la Iglesia desde hace muchos siglos, durante los cuales
se ha ido fraguando el derrumbamiento de las bases que sustentan la familia:
amor, templanza, paciencia, comprensión y sobre todo sentido moral y cristiano
de la vida.
Como antes hemos recordado, en
los últimos siglos la evolución de la sociedad ha tendido hacia un
comportamiento paganizado. Se puede observar en muchos aspectos de la vida
diaria, tanto en el campo de las costumbres cotidianas, como en el mundo de la
moda o de la recreación y con ello la sociedad se va alejando cada vez más de
Dios.
Estos síntomas ya fueron observados
a comienzos del siglo pasado por hombres juiciosos e insignes como el
premio Nobel de la literatura, D. Jacinto Benavente, el cual en su obra de
teatro <Cuando los hijos de Eva no son de Adán> estrenada el año 1931,
hacia hablar así, a un padre desconsolado por el rumbo que había tomado su
familia:
“Hemos sido superiores a todos.
Hemos vivido libremente. Ni religión, ni moral, ni preocupaciones sociales, ni
matrimonio, ni familia, ni siquiera un hogar. Nuestros hijos entre extraños, y
extraños entre ellos… Quizás nos hemos anticipado a lo que quiere ser la
humanidad futura, y quizás hemos vuelto a lo que era la humanidad en la
antigüedad… ¿Por qué no ha de serlo al fin del mundo, que se muere de viejo y
de podrido…? Un mundo que se ha olvidado de Dios…como nosotros lo hemos olvidado
¿Pensamos en Él nunca? ¿Nos ha importado nunca ninguna ley divina ni humana?
Hemos vivido libremente, libremente…”
Sin tener el don de la profecía,
este gran literato adivinaba, como podemos apreciar en su obra, cuales, podrían
ser en un futuro los derroteros de la sociedad, derroteros que nos están
conduciendo hacia la situación decadente en que se encontraba la humanidad en tiempos de Cristo y de sus
Apóstoles.
Ya a principios del siglo pasado,
el divorcio era una cosa relativamente
frecuente entre las parejas, y la infidelidad matrimonial, era
considerada como algo inevitable y en
muchos casos hasta deseable, normalmente en los ambientes sociales más
refinados y pudientes. El modernismo había calado hondo a todos los niveles
sociales, tal como habían denunciado con anterioridad todos los Pontífices de
la Iglesia católica.
A finales de siglo XX, el Papa
Juan Pablo II entristecido por los problemas de las familias, como consecuencia
de estos y otros hechos acecidos, aseguraba (Carta Apostólica, dada en Roma el 31 de marzo de 1985):
“Hoy en día los principios de la
moral cristiana matrimonial son presentados de un modo desfigurado en muchos
ambientes. Se intenta importar a ambientes y hasta sociedades enteras, un
modelo que se autoproclama <progresista> y <moderno>.
No se advierte entonces que en
este modelo el ser humano, y sobre todo, quizás la mujer, es transformado de
sujeto en objeto (objeto de manipulación específica), y todo el gran contenido
del amor es reducido a mero <placer>, el cual, aunque toque ambas partes,
no deja de ser egoísta en su esencia.
Finalmente, el niño, que es fruto y
encarnación nueva del amor de los dos, se convierte cada vez más en <una añadidura
fastidiosa>. La civilización materialista y consumista penetra en este
maravilloso conjunto conyugal-paterno y materno, y lo despoja de aquel
contenido profundamente humano que desde el principio llevó una señal y un
reflejo divino”
Preocupación extrema era para
este Papa en una sociedad tan materialista el tema de la defensa de cualquier
vida, y particularmente la del niño no nacido (Cruzando el umbral de la
Esperanza. Ed. Círculo de lectores):
“La cuestión del niño concebido y
no nacido es un problema especialmente delicado, y sin embargo claro. La
legalización de la interrupción del embarazo no es otra cosa que la
autorización dada al hombre adulto -con el aval de una ley instituida- para
privar de la vida al hombre no nacido y, por eso, incapaz de defenderse. Es
difícil poder pensar en una situación más injusta, es de verdad difícil poder
hablar aquí de obsesión, desde el momento en que entra en juego un fundamental
imperativo de toda conciencia recta: la defensa del derecho de la vida de un
ser inocente e inerme.
Con frecuencia se presenta la
cuestión como derecho de la mujer a una libre elección frente a la vida que ya
existe en ella, que ella ya lleva en su seno: la mujer tendría el derecho a
elegir entre dar la vida y quitar la vida al niño concebido. Cualquiera puede ver
que esta es una alternativa aparente. ¡No se puede hablar de derecho a elegir
cuando lo que está en cuestión es un evidente mal moral, cuando se trata
simplemente del mandamiento de No matar!”
Los hombres y mujeres, de buena voluntad
saben que este mandamiento dado por Dios, impreso en lo más profundo de sus
corazones, no prevé excepción alguna, sabe, que un niño concebido en el seno de
la madre jamás es un agresor injusto, es por el contrario un ser indefenso que
espera ser acogido con amor en el seno de una familia.
Familia, que Nuestro
Señor Jesucristo ha elevado a niveles extraordinarios, viniendo a nacer y
crecer en el seno de una de ellas, la familia de Nazaret. Sin embargo, algunos
hombres y mujeres inducidos, por las dificultades económicas, por un afán de <modernismo> mal
entendido, o lo que es peor, por una escucha indebida del <padre de la
mentira>, han sido avocados a utilizar leyes que justifican comportamientos
malvados con los niños concebidos en el seno de su madre, y que son ya hombres
ó mujeres en toda la extensión de la palabra, como prueban las técnicas más
modernas de análisis que ya se utilizan por los médicos para hacer el seguimiento
del embarazo de la mujer.
Quizás en tiempos pasados podrían habernos engañado
diciendo que el feto no contiene en esencia a la persona humana en su
totalidad, pero la ciencia ha avanzado mucho en este sentido y ya las mujeres y
los hombres no pueden cerrar los ojos a lo que es una evidencia absoluta: el
niño concebido en el seno de una madre es un ser humano y no una cosa que se
puede extirpar del vientre de la misma como si de un bicho se tratara.
No se
puede alegar que la mujer tiene derecho a elegir en esta situación a deshacerse
de esta criatura de Dios, porque eso supone un crimen y los crímenes deben ser
perseguidos por la justicia del hombre y sobre todo serán juzgados en su día
por nuestro Creador. Por eso, la
sociedad debe proteger siempre a las mujeres que se encuentran con un embarazo
no deseado, y ayudarlas para el alumbramiento de sus hijos, los cuales a su vez
deben ser protegidos como nuevos componentes de la comunidad en la que han nacido.
Todo lo relacionado con este tema
supone un gran dolor para las familias cristianas y, para mayor desgracia de
las mismas, se inventan nuevos núcleos sociales a los que bochornosamente
denominan con el término santificado por Dios, de familia.
¿Qué clase de
familia puede ser aquella constituida por hombres y mujeres que han roto el
sagrado vínculo matrimonial varias
veces, y que aportan a dicho núcleo sociales, hijos provenientes de distintas
situaciones irregulares, y adúlteras a los ojos de Dios? ¿Cómo se puede llamar
familia aquel núcleo social en el que la
pareja está constituida por dos individuos del mismo sexo, donde la procreación es sustituida por la adopción de criaturas
inocentes que necesitan de un padre y de una madre y no de dos padres o dos
madres? Es verdaderamente aberrante, es ir en contra de la naturaleza, es ir en
contra de las leyes de Dios:
“La Revelación cristiana conoce
dos modos específicos de realizar integralmente la vocación de la persona
humana al amor: el matrimonio y la virginidad. Tanto el uno como el otro, en su
forma propia, son una caracterización de la verdad más profunda del hombre, de
su <ser imagen de Dios>.
En consecuencia, la sexualidad,
mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno al otro con los actos propios
y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al
núcleo íntimo de la persona en cuanto tal. Ella se realiza de modo
verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con que el hombre
y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. La donación
física total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que
está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si La persona
se reserva algo a la posibilidad de decidir de otra manera en el futuro, ya no
se donaría totalmente.
Esta totalidad exigida por el
amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una fecundidad
responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su
naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales,
para cuyo crecimiento armonioso es necesaria la contribución perdurable y
concorde de los padres…
La institución matrimonial no es
una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, ni la imposición
intrínseca de una forma, sino una exigencia interior del pacto conyugal (entre
hombre y mujer) que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que
sea vivida así la plena fidelidad al designio de Dios Creador.
Esta fidelidad
lejos de rebajar la libertad de la persona, la defiende contra el subjetivismo
y el realismo, y la hace partícipe de la sabiduría creadora”
(Exhortación Apostólica <Familiaris
Consortio>. Papa Juan Pablo II. Dada en Roma el 22 de noviembre, solemnidad
de Jesucristo, Rey del Universo, del año 1981). Cuarto del Pontificado).
Verdaderamente San Juan Pablo II
ha sido uno de los Papas que mejor han analizado la problemática del ataque sistemático
por las fuerzas del mal al sagrado Sacramento del matrimonio y por tanto a la
familia, tratando de desprestigiar, si pudieran, ambas instituciones de Cristo;
utilizan para ello la unión cristiana entre hombre y mujer como arma arrojadiza,
inventando, a tal efecto, leyes tan dañinas como la del divorcio, la del aborto
libre, y la del mal llamado, matrimonio,
entre personas del mismo sexo…
No obstante, es lógico que los
enemigos de la Iglesia de Cristo arremetan contra el sagrado Sacramento del
matrimonio, porque se encuentra en el origen de la familia cristiana, la cual
en los últimos siglos ha sufrido, en sus mismas entrañas, los cambios y
transformaciones de la sociedad cuyos objetivos no son otros que anular el
Mensaje de Cristo, y si ello fuera posible, hasta su Persona, mediante movimientos
como el modernismo, corrientes del pensamiento como el laicismo, posiciones
filosóficas como el relativismo, o doctrinas religiosas como el gnosticismo,
que habiendo aparecido en la antigüedad, sigue vigente en el presente, como
muchos Papas han denunciado.
La Iglesia católica consciente de
que el matrimonio y la familia constituyen uno de los valores más importantes
de la humanidad <quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel
que conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia trata de vivirlo fielmente, busca la verdad, y a todo aquel
que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el proyecto familiar.
Sosteniendo a los primeros, iluminando a los segundos y ayudando a los demás,
la Iglesia ofrece su servicio a todo hombre preocupado por los destinos del
matrimonio y de la familia> (Con. Ecuménico Vaticano II. Gaudium et Spes,
52).
El Papa Benedicto XVI comparte
con su querido predecesor en la Silla de Pedro, Juan Pablo II, el amor y el
interés por la familia, así como por el Sacramento del matrimonio,
y lo ha demostrado en distintas ocasiones mediante sus escritos, homilías, catequesis,
etc.
Así por ejemplo, en una ocasión, respondía a una pregunta en este sentido, recogida en el
capítulo III del libro <El amor se aprende; Romana
Editorial, S.L. 2012>:
“La mayoría de los jóvenes dudan
hoy en día entre contraer matrimonio o convivir al margen de rígidos vínculos jurídicos. A nivel
estatal, se advierten tendencias a equiparar las uniones de hecho y la relación
de pareja homosexual, al matrimonio...
Sin embargo, cuando dos personas se entregan mutuamente y, juntas, dan vida a
los hijos, ahí se implica lo sagrado, el misterio del ser humano, que
va mucho más allá del derecho a disponer de uno mismo.
En cada ser humano está
presente el misterio divino. Por eso la unión entre hombre y mujer desemboca de
forma natural en lo religioso, en lo
sagrado, en la responsabilidad asumida ante Dios…
Sin duda, cualquier otra forma de
unión es una vía de escape con la que esquivar la propia responsabilidad frente
al otro y frente al misterio de su persona, introduciendo una labilidad que
acarreará sus propias consecuencias...
Pienso que cuando en un matrimonio, en una familia, ya
no cuenta que el fundamento sea un hombre y una mujer, sino que se equipara la
homosexualidad a esa relación, se está hiriendo gravemente la tipología básica
que configura la estructura de la naturaleza humana. Por esta vía cualquier
sociedad está llamada a encontrarse con graves problemas”
Podríamos preguntarnos ¿Cuáles
pueden ser las causas de estos graves problemas
que nos anunciaba el Papa? La respuesta no parece sencilla porque son
muchas y numerosas las constatables en
este momento de la historia del hombre.
Quizás una de éstas, en el Viejo
Continente, podría ser el envejecimiento prematuro de algunos pueblos, como
consecuencia del bajo índice de natalidad. En otras ocasiones, civilizaciones
completas han desaparecido por similares circunstancias. Muchos matrimonios,
acosados por dificultades económicas o de otro tipo, han decidido conformarse
con la clásica <parejita>, y poner tierra de por medio cuando se trata de
aumentar el número de hijos.
Al fin y al cabo, aunque ésta no es la solución ideal para países con
bajo índice de natalidad, no puede decirse que al menos no exista buena voluntad
en estos matrimonios por crear una familia en toda la extensión de la palabra.
En cambio, ya es otra cosa cuando ni siquiera está en la intención de los
conyugues, sacrificarse un poco, en aras del nacimiento de unos hijos…Cuestión
aparte, son las parejas homosexuales, por desgracia cada vez más frecuentes en sociedades que se dicen
desarrolladas…Por esta vía como decía el Papa Benedicto XVI dichas sociedades
podrían verse envueltas en graves dificultades…
Por otra parte, la influencia
ejercida por ejemplos de vida, que constantemente
se muestran, con gran entusiasmo, en la
prensa llamada del corazón, hacen aparecer el matrimonio como algo muy lábil y
necesariamente agotado al cabo de un tiempo más o menos corto, ello, unido al
ansia de liberación del hombre y de la mujer
en los tiempos de modernidad que corren, hacen preguntarse a muchos
jóvenes y no tan jóvenes con frecuencia ¿Por qué el Sacramento del matrimonio
tiene que implicar la permanente unión, hasta la muerte?...
A esta pregunta respondió en su
momento magníficamente el Papa Benedicto XVI en el libro mencionado
anteriormente (Ibid):
“La dignidad del ser humano tan
solo viene plenamente respetada a condición de hacer de sí mismo un don total,
sin reservarse el derecho a poner en discusión ese don ni a revocarlo. El
Sacramento del matrimonio, no es un contrato temporal, sino un ceder
incondicionalmente el propio <yo> a un <tú>. La entrega a la otra
persona solo puede ser acorde a la naturaleza humana si el amor es total y sin
reservas”
En efecto, así lo expresó Nuestro
Señor Jesucristo en su <Sermón de la montaña>, (Mt 5, 31-32):
-Se ha dicho: Cualquiera que
repudie a su mujer, que le dé el libelo de repudio
-Pero yo os digo que todo el que repudia
a su mujer, excepto en caso de fornicación, la expone a cometer adulterio, y el
que se casa con la repudiada comete adulterio.
Para los seres humanos, desde el
principio, la unión conyugal es la base
sobre la que se asienta la familia,
expresión primera y fundamental de toda sociedad, que no ha cambiado a través de los siglos:
“En su núcleo esencial esta
visión no ha cambiado ni siquiera en nuestros días. Sin embargo, actualmente se
prefiere poner de relieve todo lo que en la familia, que es la más pequeña y
primordial comunidad humana, representa la aportación personal del hombre y de
la mujer.
En efecto, la familia es una comunidad de personas, para las cuales
el propio modo de existir y de vivir juntos es la comunión: <communio
personarum>. También aquí, salvando la absoluta transcendencia del Creador
respecto a la criatura, emerge la referencia ejemplar al <Nosotros>
divino. Solo las personas son capaces de existir <en comunión>.
La
familia arranca de la comunión conyugal que el Concilio Vaticano II califica
como <alianza> por la cual el hombre y la mujer <se entregan y aceptan
mutuamente>”
(Papa Juan Pablo II. Carta a las familias dada en Roma el 2 de
febrero, fiesta de la Presentación del Señor 1994).
No obstante, como el día a día
nos demuestra, esta comunión puede verse afectada por diversos factores, entre
los que caben destacar la infidelidad,
los <malos tratos>, e incluso la violencia doméstica, por parte
casi siempre del hombre hacia la mujer, con algunas excepciones.
Situaciones
así, si no se corrigen a tiempo, pueden llevar a desenlaces desastrosos como el
divorcio, ó luctuosos como el suicidio ó
el asesinato, tema este último, que está siendo, por desgracia, muy frecuente
en los últimos tiempos.
Todo esto, da lugar al sufrimiento no solo de los conyugues
y de los hijos, sino también del resto de la familia, aunque siempre hay que
tener presente la acción del Espíritu Santo, como aseguraba Juan Pablo II (Ibid):
“La experiencia humana enseña que
el amor humano, orientado por su naturaleza hacia la paternidad y la
maternidad, se ve afectado a veces por una crisis profunda, y por tanto se
encuentra amenazado seriamente. En tales casos, habrá que pensar en recurrir a
los servicios ofrecidos por los consultorios matrimoniales y familiares,
mediante los cuales es posible encontrar ayuda, entre otros, de psicólogos y
psicoterapeutas específicamente preparados.
Sin embargo, no se puede olvidar
que son siempre válidas las palabras del Apóstol: <Doblé mis rodillas ante
el Padre, de quien toma nombre la familia en el cielo y en la tierra> (Ef 3,
14-15). El matrimonio, el matrimonio Sacramento, es una alianza de personas en
el amor. Y el amor puede ser profundizado y cuestionado solamente por el amor,
aquel que es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha
sido dado> (Rm 5, 5)”
Sin embargo, es evidente que el
vínculo conyugal se ve muy afectado en la actualidad, por ambientes sociales
hostiles y perniciosos que estimulan la búsqueda del <yo> y no del
<nosotros> que es la única fórmula verdaderamente adecuada para que la
unión en la pareja prospere con <el pasar del tiempo>. De esta forma, el
<individualismo>, juega una <mala pasada> al Sacramento del
matrimonio y por tanto a la familia.
Entonces, cabría preguntarse:
¿Por qué el individualismo amenaza la civilización del amor?
Según el Papa san
Juan Pablo II la clave de la respuesta está en la expresión conciliar <es necesaria una entrega sincera>:
“El individualismo supone un uso
de la libertad, por el cual, el sujeto hace lo quiere, <estableciendo> él
mismo <la verdad> de lo que le gusta ó le resulta útil. No admite que
otro <quiera> ó exija algo de él en nombre de una verdad objetiva.
No
quiere <dar> a otro basándose en la <verdad>; no quiere
convertirse en una <entrega
sincera>"
(Carta a la familia.
Juan Pablo II. Dada en Roma el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del
Señor, del año 1994. Decimosexto de su Pontificado).
Por ello, ya en nuestros
días, el Papa Francisco, recogiendo el testigo de sus amados predecesores en la
Silla de Pedro, el 2 de febrero de este mismo año escribió una Carta a las
familias, para anunciarles la próxima celebración de la Asamblea general extraordinaria del
Sínodo de los Obispos, convocada para tratar <los retos pastorales de la
familia en el contexto de la evangelización>:
“Les escribo esta carta el día en
que se celebra la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo. En el
Evangelio de Lucas vemos que la Virgen y San José, según la ley de Moisés,
llevaron al Niño al Templo para ofrecérselo al Señor, y dos ancianos, Simeón y
Ana, impulsados por el Espíritu Santo, fueron a su encuentro y reconocieron en
Jesús al Mesías (Lc 2, 22-28). Simeón lo tomó en brazos y dio gracias porque
finalmente había <visto> la salvación; Ana, a pesar de su avanzada edad,
cobró nuevas fuerzas y se puso a hablar a todos del Niño. Es una hermosa
estampa: dos jóvenes padres y dos personas ancianas, reunidos por Jesús.
¡Realmente Jesús hace que generaciones diferentes se encuentren y se unan! Él
es la fuente inagotable de ese amor que vence el egoísmo, toda soledad, toda tristeza”