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jueves, 31 de agosto de 2017

RECORDANDO AL ESPÍRITU SANTO (III)




 
 
 
 
 
La Iglesia de Cristo crece y avanza siempre hacia el futuro con la consuelo del Espíritu Santo, gracias a ello, los hombres y mujeres de este siglo, al igual que en siglos pasados, pueden sobrellevar la dura carga de sus vidas sobre la tierra; como nos recordaba el Papa Benedicto XVI, también  gracias a el Espíritu Santo, la experiencia del Resucitado es vivida, transmitida y actualizada en la fe, a lo largo de los siglos,  de generación en generación.


Por otra parte, la comunión entre los creyentes es suscitada y promovida, desde el principio por los apóstoles según mandato del Señor:

“Y esta comunión, que llamamos Iglesia, no sólo se extiende a todos los creyentes de un momento histórico determinado, sino que abarca también todos los tiempos y a todas las generaciones. Por consiguiente, tenemos una doble universalidad: la universalidad sincrónica –estamos unidos con los creyentes en todas las partes del mundo- y una universalidad diacrónica, es decir: todos los tiempos nos pertenecen; también los creyentes del pasado y del futuro forman con nosotros una única gran comunión…
El Espíritu Santo es el garante de la presencia activa de este misterio en la historia, el que asegura su realización a lo largo de los siglos.

 
 
 
 
Gracias al Paráclito, la experiencia del Resucitado que tuvo la comunidad apostólica en los orígenes de la Iglesia, las generaciones sucesivas podrán vivirla siempre en cuanto transmitida y actualizada en la fe, en el culto y en la comunicación del pueblo de Dios, peregrino en el tiempo” (Papa Benedicto XVI. <La alegría de la fe>. Librería Editrice Vaticana. Distribución: San Pablo (2012))

Sin duda nunca estaremos  los hombres suficientemente  agradecidos a nuestro Creador,  por el don recibido del Espíritu Santo, el cual nos fue enviado por el Padre, gracias a la petición de su Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesucristo, nuestro Salvador, Príncipe de los pastores y Obispo de nuestras almas.

Como diría, en su día, el Papa León XIII:

“La perfección de su obra redentora estaba providentemente reservada a la múltiple virtud del Espíritu Santo, que en la creación  adornó los cielos (Job 26,13) y llenó la tierra (Sab 1,7)”
(Carta Encíclica <Divinum Illud Munus>; León XIII (Vicenzo Giochino Pecci); dada en Roma el día 9 de mayo del año 1897, vigésimo de su Pontificado).

Vicenzo Giochino Pecci fue elegido Papa, en el primer conclave celebrado tras la proclamación de la Infalibilidad de la <Cabeza de la Iglesia>, con el nombre de León XIII (1878-1903), en recuerdo de su antecesor en la Silla de Pedro, León XII, del que era gran admirador. Su Pontificado coincidió con una serie de graves acontecimientos de la época para las comunidades cristianas.

 
 
A pesar de todo, este hombre santo se enfrentó con gran coraje y sabiduría a los problemas que azotaban de forma inmisericorde a la Iglesia en aquellos tiempos de la historia de la humanidad, por supuesto siempre asistido por el Espíritu Santo, tal como el mismo reconoció. Por todo ello, ha sido considerado por la Iglesia como uno de los Papas más importantes de la misma.


A él se deben, por ejemplo, un gran número de documentos evangelizadores, entre los que destacan sus Cartas Encíclicas. Precisamente la Carta a la que nos hemos referido anteriormente está dedicada al análisis de la presencia y virtud admirable del Espíritu Santo, y  en ella habla, con claridad, sobre los propósitos que le  llevaron a escribirla (Ibid):

“Y Nos, que constantemente hemos procurado, con auxilio de Cristo Salvador, Príncipe de los pastores y Obispo de nuestras almas, imitar su ejemplo, hemos continuado religiosamente su misma misión, encomendada a los apóstoles, principalmente a Pedro, cuya dignidad también se transmite a un heredero menos digno.
Guiados por esta intención, en todos los actos de nuestro Pontificado, a dos cosas, principalmente, hemos atendido y sin cesar atendemos. Primero, restaurar la vida cristiana así en la sociedad pública, como en la familiar, tanto en los gobernantes como en los pueblos; porque sólo de Cristo puede derivarse la vida para todos.
Segundo, a fomentar la reconciliación  con la Iglesia de los que, o en la fe, o por la obediencia están separados de ella; pues la verdadera voluntad del mismo Cristo es que haya sólo un rebaño bajo un solo Pastor.

 
 
Y ahora, cuando nos sentimos cerca ya del fin de nuestra mortal carrera, place consagrar toda nuestra obra, cualquiera que ella haya sido, al Espíritu Santo, que es vida y amor, para que la fecunde y la madure”  Así es, la <verdadera voluntad de Cristo es que haya un solo rebaño bajo un solo Pastor> tal como decía el Papa León XIII recordando las palabras del Señor (Jn 10, 1-16)

El Papa san Juan Pablo II se   expresaba en este sentido, en los siguientes términos:
La Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, Buen Pastor, ha elevado siempre la voz y actuado en defensa del hombre, de cada individuo en concreto y de toda la humanidad, sobre todo de los más débiles e indefensos. Ha defendido toda la verdad sobre el hombre, ya que <el hombre es el camino de la Iglesia>…

La defensa  de la verdad sobre el hombre le ha acarreado a la Iglesia, como le sucedió al Buen Pastor, sufrimientos, persecuciones y muerte.
La Iglesia ha tenido que pagar en la persona de sus pastores, de sus sacerdotes, de sus religiosos, de sus fieles laicos, también en épocas recientes, un altísimo precio de persecución, cárcel y muerte.
Lo ha aceptado sobre el altar de la fidelidad a su misión y a la estela del Buen Pastor, consciente de que:
<El siervo no es más que su señor, /también os perseguirán a vosotros> (Jn 15, 20).

Cristo, Buen Pastor, obedeciendo al Padre, ofrece su vida…” (7 de mayo de 1990)    

 
 
Así es, Cristo, Buen Pastor, obedeciendo al Padre ofreció su vida por la salvación de la humanidad, Él como nos recordaba el Papa Francisco (Regina Coeli. Domingo, 7 de mayo de 2017): “Se ha convertido en la puerta de la salvación de la humanidad, porque ha ofrecido su vida por sus ovejas, Jesús, Buen Pastor y Puerta de las ovejas, es un jefe cuya autoridad se expresa en el servicio, un jefe que para mandar dona la vida...

De un jefe así podemos fiarnos, como las ovejas que escuchan la voz de su pastor porque saben que con él se va a  pastos buenos y abundantes. Basta una señal, un reclamo y ellas le siguen, obedecen, se ponen en camino guiadas por la voz de aquel que escuchan como presencia amiga, fuerte y dulce a la vez, que guía, protege, consuela y sana.

Así es Cristo para nosotros. Hay una dimensión de la experiencia cristiana que quizá dejemos un poco en la sombra: la dimensión espiritual y afectiva..."

Ciertamente, el Redentor continuamente nos invita, con suma dulzura a formar parte de su rebaño, a formar parte de su Iglesia: <Venid a mí todos; Yo soy la vida, Yo soy el buen Pastor>


 
 
 
Más aún, como diría  el Papa León XIII, refiriéndose a Jesucristo (Ibid): “Según sus altísimos decretos, no quiso Él  completar por sí sólo incesantemente en la tierra su misión, sino que, como Él mismo la había recibido del Padre, así la entregó al Espíritu Santo para que la llevara a perfecto término

Place, en efecto, recordar la consoladora frase que Cristo, poco antes de abandonar el mundo, pronunció ante los apóstoles:
<Os conviene  que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá vuestro abogado; en cambio, si me voy, os lo enviaré>
Y al decir  así, dio como razón principal de su separación y de su vuelta al Padre el provecho que sus discípulos habían de recibir de la venida del Espíritu Santo...

La perfección de su obra redentora estaba con suma providencia reservada a la múltiple virtud del Espíritu Santo, que en la Creación adornó y llenó la tierra...”

 
 
 
Sucedió que la misma tarde de su Resurrección, el Señor se apareció a sus discípulos y soplando sobre ellos les infundió el Espíritu Santo (Jn 20, 22), sin embargo Éste, posteriormente el día de la fiesta de Pentecostés, se posó con mayor fuerza sobre ellos y sobre toda la comunidad cristiana presente junto a la Madre de Jesús, la Virgen María (Hechos 2, 1-4):

"Y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de un viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban / Entonces se les aparecieron  unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos / Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse"  

El Papa Benedicto XVI refiriéndose a los Apóstoles dedico una Audiencia General, en la que entre otras cuestiones nos hacia notar que Cristo tras su resurrección se manifestó tan sólo a sus discípulos y se preguntaba ¿porqué esto fue así? (Ciudad de Vaticano 11 de octubre de 2006):  

“Son  unas preguntas de gran actualidad... ¿Por qué no se ha manifestado el Resucitado en toda su gloria a los adversarios para mostrar que el vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se ha manifestado a sus discípulos?...
La respuesta del Señor es misteriosa y profunda. El Señor dice <Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él>.
Esto quiere decir que el Resucitado tiene que ser visto y percibido en el corazón, de manera que Dios pueda hacer morada en nosotros.
El Señor no se presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por ello su manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado”

Jesús, se manifestó a sus discípulos, no sólo por sus apariciones después de su Resurrección, sino además, porque constantemente estuvo con ellos, en esa experiencia única e intima que todo hombre siente cuando sabe que el Señor está cerca de él.
Todos los hombres de buena voluntad pueden experimentar de igual forma que aquellos primeros discípulos que siguieron a Jesús, la presencia del divino Maestro sobre todo cuando evangelizan a los pueblos y con ello se evangelizan así mismos, con la ayuda inestimable del Espíritu Santo y el patrocinio de la Virgen María.
 

El Señor eligió a sus doce Apóstoles entre todas las clases sociales, sin hacer exclusión de nadie, porque a Él le interesaban los seres humanos y no sus orígenes e ideales; lo más interesante en este sentido, es que estas personas tan diferentes convivieron juntas al lado de Jesús, superando todas las posibles dificultes que se pudieran presentar, y sólo porque la presencia de Cristo era más que suficiente para conseguir unirlas en una misma fe

 
“Hay que recordar que el grupo de los Doce es la prefiguración de la Iglesia, en la que tienen que encontrar espacio todos los carismas, pueblos, razas, todas las cualidades, que encuentran su unidad en la comunión con Jesús"

Muchos Papas y teólogos de todos los tiempos se han interesado por la unión de todos los cristianos en comunión con Jesús; es lo que se ha venido en llamar <ecumenismo>. Así por ejemplo,  san Juan Pablo II, que fue uno de los Pontífices que más luchó por conseguir la unión de todos los cristianos, escribió una Carta Encíclica muy interesante sobre este tema en la cual entre otras cosas dice (Ut Unum Sim)


“Junto con todos los discípulos de Cristo, la Iglesia católica basa en el designio de Dios su compromiso ecuménico de congregar a todos en la unidad. En efecto, <la Iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye: a reunir a todos y a todo en Cristo, a ser para todos> Sacramento inseparable de unidad”

 
 
 
Y termina el Papa su Carta Encíclica con el siguiente ruego, dirigido a los hermanos y hermanas de la Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a todos los fieles católicos: “Yo, Juan Pablo, humilde <Servus servorum Dei>, me permito hacer mías las palabras del Apóstol Pablo, cuyo martirio, unido al del Apóstol Pedro, ha dado a esta Sede de Roma el esplendor de su testimonio, y os digo a vosotros, <sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros (2 Co 13, 11-13)”

Los Apóstoles son la columna de la Iglesia de Cristo sobre la que se sustenta la fe, dando ejemplo a todos los hombres en el camino de la evangelización a lo largo de todos los siglos y hasta nuestros días, en los que se ha hecho necesario una <nueva evangelización>, en palabras del Papa san Juan Pablo II, para luchar contra las fuerzas del mal que preconizan una anti-evangelización...

Los Apóstoles, fieles seguidores de Jesús, se dedicaron a evangelizar con todo su amor las distintas regiones del mundo que el Espíritu Santo les había inspirado, pues como asegura el Papa León XIII en su Carta Encíclica <Aeterni Patris Filius>, promulgada en Roma el 4 de agosto de 1879:

“El Hijo Unigénito del Eterno Padre, que apareció en la tierra para salvar el linaje humano e iluminarlo con la divina sabiduría, hizo muy grande y admirable beneficio al mundo cuando, estando para ascender de nuevo al cielo, mandó a sus Apóstoles que fuesen a enseñar a todas las gentes (Mt 28, 19)


 
 
Y dejó a la Iglesia, que él había fundado, para común y suprema maestra de los pueblos. Pues los hombres, a quienes la verdad había libertado, debían ser conservados por la verdad; no hubieran durado por largo tiempo las celestiales doctrinas por las que se logró la salvación para el hombre, si Cristo Nuestro Señor no hubiese constituido un Magisterio perenne para instruir los entendimientos de la fe”

Por eso la Iglesia desde siempre,  mantiene una dura lucha que según el Papa san Juan Pablo II, no es otra cosa que la <lucha por el alma de este mundo>, porque aunque es bien cierto que la obra de las misiones y la evangelización en general sigue totalmente vigente y algunas veces hasta pujante, sin embargo se deja notar la labor de aquellos que propagan una anti-evangelización...
Los anti-evangelizadores tienen medios muy poderosos para realizar su detestable misión;  la lucha por el alma del mundo contemporáneo, decía el Pontífice, es enorme <allí donde el espíritu de este mundo parece más poderoso>  (Cruzando el umbral de la esperanza. Licencia editorial para el Círculo de Lectores, S.A. 1994):

“Dios es fiel a su Alianza. Alianza que selló con la humanidad por Jesucristo. No puede ya volverse atrás, habiendo decidido de una vez por todas que el destino del hombre es la vida eterna y el Reino de los Cielos…
Quizá la humanidad se vaya haciendo poco a poco más sencilla, vaya abriendo de nuevo los oídos para escuchar la palabra, con la que Dios lo ha dicho todo al hombre. Y en esto no habrá nada de humillante; el hombre puede aprender de sus propios errores.
También la humanidad puede hacerlo, en cuanto Dios la conduzca a lo largo de los tortuosos caminos de la historia; y Dios no cesa de obrar de este modo. Su obra esencial seguirá siendo siempre la Cruz y la Resurrección de Cristo”

 
 
 
Tras las consoladoras palabras de este santo Papa debemos sentirnos con más fuerzas que nunca, para seguir el ejemplo de aquellos, que a lo largo de la historia dieron su vida por el Evangelio. Los Apóstoles del Señor fueron los pioneros en esta dura empresa, demostrando todos ellos  gran amor a Cristo y a su Iglesia, por ello recordar sus vidas, puede sernos de gran utilidad también a los hombres de este siglo XXI, porque quizás más que nunca tenemos la necesidad de escuchar estas palabras de Cristo, que ellos sí escucharon: ¡No tengáis miedo!


 
 
Sí, como asegura el Papa Francisco (Regina Coeli. Domingo, 21 de mayo de 2017): “Meditando las palabras de Jesús, nosotros percibimos ser el Pueblo de Dios en comunión con el Padre y con Jesús mediante el Espíritu Santo. En este misterio de comunión, la Iglesia encuentra la fuente inagotable de la propia misión, que se realiza mediante el amor.

Jesús dice: <El que escucha mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama, y el que me ama, será amado por mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él. Es el amor que nos introduce en el conocimiento de Jesús, gracias a la acción de este <Abogado> que Jesús nos ha enviado, es decir el Espíritu Santo”

 

 

 

 

 

 

 

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