La Iglesia de
Cristo crece y avanza siempre hacia el futuro con la consuelo del Espíritu
Santo, gracias a ello, los hombres y mujeres de este siglo, al igual que en siglos
pasados, pueden sobrellevar la dura carga de sus vidas sobre la tierra; como nos recordaba el Papa Benedicto XVI,
también gracias a el Espíritu Santo, la experiencia
del Resucitado es vivida, transmitida y actualizada en la fe, a lo largo de los
siglos, de generación en generación.
Por otra parte, la comunión entre los creyentes es suscitada y promovida, desde el principio por los apóstoles según mandato del Señor:
“Y esta comunión, que llamamos Iglesia, no sólo se extiende a todos los creyentes de un momento histórico determinado, sino que abarca también todos los tiempos y a todas las generaciones. Por consiguiente, tenemos una doble universalidad: la universalidad sincrónica –estamos unidos con los creyentes en todas las partes del mundo- y una universalidad diacrónica, es decir: todos los tiempos nos pertenecen; también los creyentes del pasado y del futuro forman con nosotros una única gran comunión…
Gracias al Paráclito, la
experiencia del Resucitado que tuvo la comunidad apostólica en los orígenes de
la Iglesia, las generaciones sucesivas podrán vivirla siempre en cuanto
transmitida y actualizada en la fe, en el culto y en la comunicación del pueblo
de Dios, peregrino en el tiempo” (Papa Benedicto XVI. <La alegría de la
fe>. Librería Editrice Vaticana. Distribución: San Pablo (2012))
Sin duda nunca
estaremos los hombres suficientemente agradecidos a nuestro Creador, por el don recibido del Espíritu Santo, el
cual nos fue enviado por el Padre, gracias a la petición de su Hijo Unigénito,
nuestro Señor Jesucristo, nuestro Salvador, Príncipe de los pastores y Obispo
de nuestras almas.
Como diría, en su día, el Papa León XIII:
“La perfección de su obra redentora estaba providentemente reservada a la múltiple virtud del Espíritu Santo, que en la creación adornó los cielos (Job 26,13) y llenó la tierra (Sab 1,7)”
(Carta Encíclica <Divinum Illud Munus>; León XIII (Vicenzo Giochino Pecci); dada en Roma el día 9 de mayo del año 1897, vigésimo de su Pontificado).
Como diría, en su día, el Papa León XIII:
“La perfección de su obra redentora estaba providentemente reservada a la múltiple virtud del Espíritu Santo, que en la creación adornó los cielos (Job 26,13) y llenó la tierra (Sab 1,7)”
(Carta Encíclica <Divinum Illud Munus>; León XIII (Vicenzo Giochino Pecci); dada en Roma el día 9 de mayo del año 1897, vigésimo de su Pontificado).
Vicenzo
Giochino Pecci fue elegido Papa, en el primer conclave celebrado tras la
proclamación de la Infalibilidad de la <Cabeza de la Iglesia>, con el
nombre de León XIII (1878-1903), en recuerdo de su antecesor en la Silla de
Pedro, León XII, del que era gran admirador. Su Pontificado coincidió con una
serie de graves acontecimientos de la época para las comunidades cristianas.
A pesar de
todo, este hombre santo se enfrentó con gran coraje y sabiduría a los problemas
que azotaban de forma inmisericorde a la Iglesia en aquellos tiempos de la
historia de la humanidad, por supuesto siempre asistido por el Espíritu Santo,
tal como el mismo reconoció. Por todo ello, ha sido considerado por la Iglesia
como uno de los Papas más importantes de la misma.
A él se deben, por ejemplo, un gran número de documentos evangelizadores, entre los que destacan sus Cartas Encíclicas. Precisamente la Carta a la que nos hemos referido anteriormente está dedicada al análisis de la presencia y virtud admirable del Espíritu Santo, y en ella habla, con claridad, sobre los propósitos que le llevaron a escribirla (Ibid):
“Y Nos, que
constantemente hemos procurado, con auxilio de Cristo Salvador, Príncipe de los
pastores y Obispo de nuestras almas, imitar su ejemplo, hemos continuado
religiosamente su misma misión, encomendada a los apóstoles, principalmente a
Pedro, cuya dignidad también se transmite a un heredero menos digno.
Guiados por esta intención, en todos los actos de nuestro Pontificado, a dos cosas, principalmente, hemos atendido y sin cesar atendemos. Primero, restaurar la vida cristiana así en la sociedad pública, como en la familiar, tanto en los gobernantes como en los pueblos; porque sólo de Cristo puede derivarse la vida para todos.
Segundo, a fomentar la reconciliación con la Iglesia de los que, o en la fe, o por la obediencia están separados de ella; pues la verdadera voluntad del mismo Cristo es que haya sólo un rebaño bajo un solo Pastor.
Guiados por esta intención, en todos los actos de nuestro Pontificado, a dos cosas, principalmente, hemos atendido y sin cesar atendemos. Primero, restaurar la vida cristiana así en la sociedad pública, como en la familiar, tanto en los gobernantes como en los pueblos; porque sólo de Cristo puede derivarse la vida para todos.
Segundo, a fomentar la reconciliación con la Iglesia de los que, o en la fe, o por la obediencia están separados de ella; pues la verdadera voluntad del mismo Cristo es que haya sólo un rebaño bajo un solo Pastor.
Y ahora, cuando nos
sentimos cerca ya del fin de nuestra mortal carrera, place consagrar toda
nuestra obra, cualquiera que ella haya sido, al Espíritu Santo, que es vida y
amor, para que la fecunde y la madure” Así es, la
<verdadera voluntad de Cristo es que haya un solo rebaño bajo un solo
Pastor> tal como decía el Papa León XIII recordando las palabras del Señor
(Jn 10, 1-16)
El Papa san Juan Pablo II se expresaba en este sentido, en los siguientes términos:
La defensa de la verdad sobre el hombre le ha acarreado
a la Iglesia, como le sucedió al Buen Pastor, sufrimientos, persecuciones y
muerte.
La Iglesia ha tenido que pagar en la persona de sus pastores, de sus sacerdotes, de sus religiosos, de sus fieles laicos, también en épocas recientes, un altísimo precio de persecución, cárcel y muerte.
Lo ha aceptado sobre el altar de la fidelidad a su misión y a la estela del Buen Pastor, consciente de que:
<El siervo no es más que su señor, /también os perseguirán a vosotros> (Jn 15, 20).
Cristo, Buen Pastor, obedeciendo al Padre, ofrece su vida…” (7 de mayo de 1990)
La Iglesia ha tenido que pagar en la persona de sus pastores, de sus sacerdotes, de sus religiosos, de sus fieles laicos, también en épocas recientes, un altísimo precio de persecución, cárcel y muerte.
Lo ha aceptado sobre el altar de la fidelidad a su misión y a la estela del Buen Pastor, consciente de que:
<El siervo no es más que su señor, /también os perseguirán a vosotros> (Jn 15, 20).
Cristo, Buen Pastor, obedeciendo al Padre, ofrece su vida…” (7 de mayo de 1990)
Así es, Cristo,
Buen Pastor, obedeciendo al Padre ofreció su vida por la salvación de la
humanidad, Él como nos recordaba el Papa Francisco (Regina Coeli. Domingo, 7 de
mayo de 2017): “Se ha
convertido en la puerta de la salvación de la humanidad, porque ha ofrecido su
vida por sus ovejas, Jesús, Buen Pastor y Puerta de las ovejas, es un jefe cuya
autoridad se expresa en el servicio, un jefe que para mandar dona la vida...
De un jefe así podemos fiarnos, como las ovejas que escuchan la voz de su pastor porque saben que con él se va a pastos buenos y abundantes. Basta una señal, un reclamo y ellas le siguen, obedecen, se ponen en camino guiadas por la voz de aquel que escuchan como presencia amiga, fuerte y dulce a la vez, que guía, protege, consuela y sana.
Así es Cristo
para nosotros. Hay una dimensión de la experiencia cristiana que quizá dejemos
un poco en la sombra: la dimensión espiritual y afectiva..."
Ciertamente, el Redentor continuamente nos invita, con suma dulzura a formar parte de su rebaño, a formar parte de su Iglesia: <Venid a mí todos; Yo soy la vida, Yo soy el buen Pastor>
Más aún, como diría el Papa León XIII, refiriéndose a Jesucristo (Ibid): “Según sus
altísimos decretos, no quiso Él
completar por sí sólo incesantemente en la tierra su misión, sino
que, como Él mismo la había recibido del Padre, así la entregó al Espíritu
Santo para que la llevara a perfecto término
Place, en efecto, recordar la consoladora frase que Cristo, poco antes de abandonar el mundo, pronunció ante los apóstoles:
<Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá vuestro abogado; en cambio, si me voy, os lo enviaré>
La perfección de su obra redentora estaba con suma providencia reservada a la múltiple virtud del Espíritu Santo, que en la Creación adornó y llenó la tierra...”
Sucedió que la misma tarde de su Resurrección, el Señor se apareció a sus
discípulos y soplando sobre ellos les infundió el Espíritu Santo (Jn 20, 22),
sin embargo Éste, posteriormente el día de la fiesta de Pentecostés, se posó con
mayor fuerza sobre ellos y sobre toda la comunidad cristiana presente junto a
la Madre de Jesús, la Virgen María (Hechos 2, 1-4):
"Y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de un viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban / Entonces se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos / Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse"
El Papa Benedicto XVI refiriéndose a los Apóstoles dedico una Audiencia General, en la que entre otras cuestiones nos hacia notar que Cristo tras su resurrección se manifestó tan sólo a sus discípulos y se preguntaba ¿porqué esto fue así? (Ciudad de Vaticano 11 de octubre de 2006):
“Son unas
preguntas de gran actualidad... ¿Por
qué no se ha manifestado el Resucitado en toda su gloria a los adversarios para
mostrar que el vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se ha manifestado a sus
discípulos?...
La respuesta del Señor es misteriosa y profunda. El Señor dice <Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él>.
Esto quiere decir que el Resucitado tiene que ser visto y percibido en el corazón, de manera que Dios pueda hacer morada en nosotros.
El Señor no se presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por ello su manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado”
La respuesta del Señor es misteriosa y profunda. El Señor dice <Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él>.
Esto quiere decir que el Resucitado tiene que ser visto y percibido en el corazón, de manera que Dios pueda hacer morada en nosotros.
El Señor no se presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por ello su manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado”
Jesús, se manifestó a sus discípulos, no sólo por sus apariciones después de
su Resurrección, sino además, porque constantemente estuvo con ellos, en esa
experiencia única e intima que todo hombre siente cuando sabe que el Señor está
cerca de él.
Todos los hombres de buena voluntad pueden experimentar de igual
forma que aquellos primeros discípulos que siguieron a Jesús, la presencia del
divino Maestro sobre todo cuando evangelizan a los pueblos y con ello se
evangelizan así mismos, con la ayuda inestimable del Espíritu Santo y el
patrocinio de la Virgen María.
El Señor eligió a sus doce Apóstoles entre todas las clases sociales, sin hacer exclusión de nadie, porque a Él le interesaban los seres
humanos y no sus orígenes e ideales; lo más interesante en este sentido, es que estas
personas tan diferentes convivieron juntas al
lado de Jesús, superando todas las posibles dificultes que se pudieran
presentar, y sólo porque la presencia de Cristo era más que
suficiente para conseguir unirlas en una misma fe
“Hay que recordar que el grupo de los Doce es la prefiguración de la
Iglesia, en la que tienen que encontrar espacio todos los carismas, pueblos,
razas, todas las cualidades, que encuentran su unidad en la comunión con Jesús"
Muchos Papas y
teólogos de todos los tiempos se han interesado por la unión de todos los
cristianos en comunión con Jesús; es lo que se ha venido en llamar <ecumenismo>.
Así por ejemplo, san Juan Pablo II, que fue uno de los Pontífices que más
luchó por conseguir la unión de todos los cristianos, escribió una Carta Encíclica
muy interesante sobre este tema en la cual entre otras cosas dice (Ut Unum
Sim)
“Junto con
todos los discípulos de Cristo, la Iglesia católica basa en el designio de Dios
su compromiso ecuménico de congregar a todos en la unidad. En efecto, <la
Iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente
abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para
anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la
constituye: a reunir a todos y a todo en Cristo, a ser para todos> Sacramento
inseparable de unidad”
Y termina el
Papa su Carta Encíclica con el siguiente ruego, dirigido a los hermanos y
hermanas de la Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a todos los fieles
católicos: “Yo, Juan Pablo,
humilde <Servus servorum Dei>, me permito hacer mías las palabras del
Apóstol Pablo, cuyo martirio, unido al del Apóstol Pedro, ha dado a esta Sede
de Roma el esplendor de su testimonio, y os digo a vosotros, <sed perfectos;
animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la
paz estará con vosotros (2 Co 13, 11-13)”
Los Apóstoles
son la columna de la Iglesia de Cristo sobre la que se sustenta la fe, dando
ejemplo a todos los hombres en el camino de la evangelización a lo largo de
todos los siglos y hasta nuestros días, en los que se ha hecho necesario una
<nueva evangelización>, en palabras del Papa san Juan Pablo II, para
luchar contra las fuerzas del mal que preconizan una anti-evangelización...
Los Apóstoles, fieles seguidores de Jesús, se dedicaron a evangelizar con todo su amor las distintas regiones del mundo que el Espíritu Santo les había inspirado, pues como asegura el Papa León XIII en su Carta Encíclica <Aeterni Patris Filius>, promulgada en Roma el 4 de agosto de 1879:
Los Apóstoles, fieles seguidores de Jesús, se dedicaron a evangelizar con todo su amor las distintas regiones del mundo que el Espíritu Santo les había inspirado, pues como asegura el Papa León XIII en su Carta Encíclica <Aeterni Patris Filius>, promulgada en Roma el 4 de agosto de 1879:
“El Hijo
Unigénito del Eterno Padre, que apareció en la tierra para salvar el linaje
humano e iluminarlo con la divina sabiduría, hizo muy grande y admirable
beneficio al mundo cuando, estando para ascender de nuevo al cielo, mandó a sus
Apóstoles que fuesen a enseñar a todas las gentes (Mt 28, 19)
Y dejó a la
Iglesia, que él había fundado, para común y suprema maestra de los pueblos.
Pues los hombres, a quienes la verdad había libertado, debían ser conservados
por la verdad; no hubieran durado por largo tiempo las celestiales doctrinas
por las que se logró la salvación para el hombre, si Cristo Nuestro Señor no
hubiese constituido un Magisterio perenne para instruir los entendimientos de
la fe”
Por eso la
Iglesia desde siempre, mantiene una dura lucha que según el Papa san
Juan Pablo II, no es otra cosa que la <lucha por el alma de este mundo>,
porque aunque es bien cierto que la obra de las misiones y la evangelización en
general sigue totalmente vigente y algunas veces hasta pujante, sin embargo
se deja notar la labor de aquellos que propagan una anti-evangelización...
Los anti-evangelizadores tienen medios muy poderosos para realizar su detestable misión; la lucha por el alma del mundo contemporáneo, decía el Pontífice, es enorme <allí donde el espíritu de este mundo parece más poderoso> (Cruzando el umbral de la esperanza. Licencia editorial para el Círculo de Lectores, S.A. 1994):
Los anti-evangelizadores tienen medios muy poderosos para realizar su detestable misión; la lucha por el alma del mundo contemporáneo, decía el Pontífice, es enorme <allí donde el espíritu de este mundo parece más poderoso> (Cruzando el umbral de la esperanza. Licencia editorial para el Círculo de Lectores, S.A. 1994):
“Dios es fiel a
su Alianza. Alianza que selló con la humanidad por Jesucristo. No puede ya
volverse atrás, habiendo decidido de una vez por todas que el destino del
hombre es la vida eterna y el Reino de los Cielos…
Quizá la
humanidad se vaya haciendo poco a poco más sencilla, vaya abriendo de nuevo los
oídos para escuchar la palabra, con la que Dios lo ha dicho todo al hombre. Y
en esto no habrá nada de humillante; el hombre puede aprender de sus propios
errores. También la humanidad puede hacerlo, en cuanto Dios la conduzca a lo largo de los tortuosos caminos de la historia; y Dios no cesa de obrar de este modo. Su obra esencial seguirá siendo siempre la Cruz y la Resurrección de Cristo”
Tras las
consoladoras palabras de este santo Papa debemos sentirnos con más fuerzas que
nunca, para seguir el ejemplo de aquellos, que a lo largo de la historia dieron
su vida por el Evangelio. Los Apóstoles del Señor fueron los pioneros en esta
dura empresa, demostrando todos ellos gran
amor a Cristo y a su Iglesia, por ello recordar sus vidas, puede sernos de gran
utilidad también a los hombres de este siglo XXI, porque quizás más que nunca
tenemos la necesidad de escuchar estas palabras de Cristo, que ellos sí
escucharon: ¡No tengáis miedo!
Sí, como
asegura el Papa Francisco (Regina Coeli. Domingo, 21 de mayo de 2017): “Meditando las
palabras de Jesús, nosotros percibimos ser el Pueblo de Dios en comunión con el
Padre y con Jesús mediante el Espíritu Santo. En este misterio de comunión, la
Iglesia encuentra la fuente inagotable de la propia misión, que se realiza
mediante el amor.
Jesús dice:
<El que escucha mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama, y el
que me ama, será amado por mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él. Es el
amor que nos introduce en el conocimiento de Jesús, gracias a la acción de este
<Abogado> que Jesús nos ha enviado, es decir el Espíritu Santo”
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