Los santos Padres se muestran de
acuerdo al afirmar que la Virgen María continuó su vida sobre la tierra, después de la Muerte y Resurrección de su Hijo,
nuestro Señor Jesucristo. De hecho, se encontraba presente junto a los
apóstoles el día de Pentecostés, cuando se produjo la venida del Espíritu Santo
anunciada por Señor a los suyos…
Ella fue, según la Tradición de
la Iglesia, quien contó al evangelista san Lucas las particulares
circunstancias de la infancia del Niño Jesús. Los hagiógrafos aseguran también
que hacia el año 45 d.C, la Virgen marchó a Éfeso acompañando al apóstol
querido del Señor, san Juan, cumpliendo así con los deseos de Jesús, que había
encomendado a éste el cuidado de su Madre. No obstante, se cree que algún
tiempo después regresaría a Jerusalén y permanecería allí el resto de su vida
sobre la tierra.
El gran teólogo, San Juan
Damasceno (nació en Damasco en el año 675), no se atrevió a llamar muerte al
Tránsito de la Santísima Virgen, mientras que otros Padres de la Iglesia prefirieron
llamarla Dormición. De cualquier forma la partida de la Virgen María de este
mundo tiene unas características muy especiales, se trata de una Asunción al
cielo en cuerpo y alma.
La Asunción de la Virgen fue declarada <Dogma de Fe> por el Papa
Pio XII, el 1 de noviembre de 1950 en la constitución apostólica
<Munificentissimus Deus>, sin embargo ésta hunde sus raíces en la fe de
los primeros siglos de la Iglesia.
El Papa San Juan Pablo II en su
Audiencia General del 2 de julio de 1997 nos indica respecto a este dogma de la Asunción que:
“La <Munificentissimus
Deus> se limita a afirmar la elevación del cuerpo de María a la gloria
celeste, declarando esa verdad <dogma divinamente revelado>
¿Cómo no notar aquí que la
Asunción de la Virgen forma parte, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano,
el cual, afirmando el ingreso de María en la gloria celeste, ha querido
proclamar la glorificación de su cuerpo?
El primer testimonio de la fe en
la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos titulados
<Transitus Mariae>, cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II y
III. Se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este
caso reflejan una intuición de fe del pueblo de Dios.
A continuación se fue
desarrollando una larga reflexión con respecto al destino de María en el más
allá.
Esto, poco a poco, llevó a los creyentes a la fe en la elevación gloriosa
de la madre de Jesús, en alma y cuerpo, y a la institución en Oriente de las
fiestas litúrgicas de la Dormición y de la Asunción de María.
La fe en el destino glorioso del
alma y del cuerpo de la Madre del Señor, después de su muerte, desde Oriente se
difundió a Occidente con gran rapidez y, a partir del siglo XIV, se generalizó.
En nuestro siglo, en vísperas de
la definición del dogma, constituía una verdad universalmente aceptada y
profesada por la comunidad cristiana en todo el mundo”
Por ejemplo, en Oriente aún se
denomina <Dormición de la Virgen> y en un antiguo mosaico de Santa María
la Mayor en Roma, tal como nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Ángelus; lunes
15 de agosto de2011):
“Están representados los
Apóstoles (basándose en un icono oriental de la Dormitio) que, advertidos por
los ángeles del final terreno de la Madre de Jesús, se encuentran reunidos en
torno de la Virgen. En el centro está Jesús, que tiene entre sus brazos a una
niña: es María, que se hizo <pequeña> por el Reino y fue llevada por el
Señor al cielo”
María se sometió gustosa a la
muerte corporal, según san Juan Damasceno, siguiendo el ejemplo de su divino
Hijo; pero a su Hijo le plugo resucitar al virginal cuerpo de su Madre antes de
la común y universal corrupción, y uniéndolo con su alma gloriosa, lo trasladó
al cielo.
Los hagiógrafos narran que cuando
los fieles supieron que María estaba
para expirar, acudieron a su lado y los Apóstoles y discípulos que estaban
esparcidos por el mundo se hallaron milagrosamente trasladados a la casa de
Jerusalén donde se supone ocurrieron los hechos, para tributar los últimos
respetos a la Madre del Salvador.
Juvenal, Patriarca de Jerusalén,
Andrés Obispo de Creta, y san Juan Damasceno aseguran que los apóstoles fueron
trasportados en una nube por ministerio de los ángeles.
Por su parte, afirma san Jerónimo
(nacido en Dalmacia el año 340) que la milicia de la Corte Celestial salió
al encuentro de María entonando himnos y canticos.
Se desconocen las causas del tránsito de María de este mundo, el Nuevo Testamento no da ninguna información al respecto; sin embargo existen algunas teorías en este sentido. A este propósito San Francisco de Sales (nacido en Saboya en 1567) consideraba que la muerte de la Virgen María se produjo como efecto de un ímpetu de amor.
Tal como nos recuerda el Papa Juan Pablo II en su Audiencia General del miércoles 25 de junio de 1997):
“San Francisco de Sales habla de
una muerte <en el amor, a causa del amor y por amor>, y por eso llega a
afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús (Traité de l’Amour
de Dieu, Lib. 7, cc. XIII-XIV)”
Y como sigue diciendo este Pontífice (Ibid):
“Cualquiera que haya sido el
hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya
producido la muerte, puede decirse, que el tránsito de esta vida a la otra fue
para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor
que en ese caso la muerte pudo concebirse como una <Dormición>.
Algunos Padres de la Iglesia
describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte,
para introducirla en la gloria celeste.
Así presentan la muerte de María
como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo divino, para
compartir con él la vida inmortal. Al final de su existencia terrena habrá
experimentado, como san Pablo y más que él, el deseo de liberarse del cuerpo
para estar con Cristo para siempre (Flp 1, 23)”
San Agustín dice que no era
conveniente que el Salvador dejase en la sepultura el cuerpo del cual el suyo
había sido formado y según san Juan Damasceno, Tomás, el único apóstol que no
estaba presente cuando ocurrieron estos hechos, deseaba ardientemente ver el
sagrado cuerpo. Pareciéndoles a los apóstoles algo razonable, se abrió el sepulcro;
dentro solo encontraron los lienzos con los que la Virgen había sido
amortajada. Se había producido el misterio de la Asunción de la Virgen a los
cielos en cuerpo y alma.
¿Podría haber ocurrido de otra
manera? ¿Podría el Señor haber obrado de otra manera con aquella de quien había
tomado la naturaleza humana? ¿Podría permitir Él, Dios y Señor, que se
corrompiera el cuerpo de aquella cuya virginidad había protegido Él tan celosa
y admirablemente conservándola siempre ilesa e Inmaculada?...
Son preguntas a las que el Padre Fr. Justo Pérez de Urbel respondía así:
“Para María estaban escritas
aquellas palabras que la Liturgia de la Misa de este día de fiesta aplica:
<Mi morada está en la comunidad
de los santos. Me he elevado como un cedro del Líbano, como un ciprés en el
monte Sión>
María eligió la mejor parte, y de
ello debemos regocijarnos nosotros, sus hijos, que hemos de participar de su
gloria, pues todo el poder que hoy (15 de agosto) recibe del Padre lo ha de
emplear ella para procurar nuestra gloria y nuestra felicidad”
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