El Papa Benedicto XVI destaca en
su libro <Jesús de Nazaret> (2ª Parte), que al reflexionar sobre los hechos acaecidos, después de la
muerte de Jesús, narrados en el Evangelio de San Juan, se tiene la impresión de
que:
“La Resurrección despierta el
recuerdo, y el recuerdo a la luz de la Resurrección, deja aparecer el sentido
de la Palabra que hasta entonces permanecía incomprendida, volviéndola a poner
en relación y en contacto con toda la Escritura…
La Resurrección enseña una nueva
forma de ver; descubre la relación entre la palabra de los Profetas y el
destino de Jesús. Despierta el recuerdo, esto es, hace posible el acceso al interior
de los acontecimientos, a la relación entre el hablar y el obrar de Dios”
Y sigue diciendo el Papa, en este
mismo libro, algo sumamente significativo refiriéndose a <las grandes
imágenes de Evangelio de San Juan>:
“Con estos textos, es el
evangelista mismo quien nos ofrece indicaciones decisivas sobre cómo está
compuesto su Evangelio, es decir, sobre la visión de la cual procede.
Se basa en los recuerdos del
discípulo que, no obstante, consiste en recordar juntos con el <nosotros> de la Iglesia. Este recordar
es una comprensión guiada por el Espíritu Santo; recordando el creyente entra
en la dimensión profunda de lo sucedido y ve lo que era visible desde una
perspectiva meramente externa.
De esta forma no se aleja de la
realidad, sino que la percibe más profundamente, descubriendo así la verdad que
se oculta en el hecho.
En este recordar de la Iglesia
ocurre lo que el Señor había anticipado a los suyos en el Cenáculo (Jn 16, 13):
<Cuando venga Él, el Espíritu Santo de la Verdad, os guiará hasta la verdad
plena…>
Por otra parte, como aseguraba
también este Pontífice, el Evangelio de San Juan, además de proporcionar una
transcripción casi taquigráfica de la Palabra y de la Obra de Jesús, su
recordar los acontecimientos de la estancia del Hijo de Dios entre los hombres,
nos conduce desde aspectos puramente externos hacia la profundidad de su
Mensaje.
Ciertamente todo lo que le
sucedió a Jesús, narrado por sus apóstoles en el Nuevo Testamento, estaba profetizado
en el Antiguo Testamento; concretamente, refiriéndonos a su Muerte y
Resurrección, podemos asegurar, que no son acontecimientos circunstanciales
sino que son acontecimientos que están insertos en el contexto de la historia
de Dios con su pueblo.
En este sentido, recordemos que
según el Evangelio de San Juan, María Magdalena encontró vacio el sepulcro del
Señor y supuso que alguien había robado su cuerpo (Jn 20, 1-2):
“El domingo por la mañana, muy
temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro.
Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada / volvió
corriendo adonde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús tanto
quería, y les dijo: <Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos
dónde lo han puesto”
Para el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“El sepulcro vacío no puede, de
por sí, demostrar la Resurrección; esto es cierto, pero cabe también la
pregunta inversa: ¿Es posible la Resurrección con la permanencia del cuerpo en
el sepulcro? ¿Qué tipo de Resurrección sería ésta?
Hoy en día se han desarrollado
ideas sobre la Resurrección para las que
la suerte del cadáver es irrelevante. En dichas hipótesis, sin embargo, también
el sentido de Resurrección queda tan vago que obliga a preguntarse con que
género de realidad se enfrenta un cristianismo así.
Sea como sea, Thomas Söding,
Ulrich Wilckens y otros, hacen notar con razón, que en la Jerusalén de entonces
el anuncio de la Resurrección habría sido absolutamente imposible si se hubiera
podido hacer referencia al cadáver que permanece en el sepulcro.
Por eso,
partiendo de un planteamiento correcto de la cuestión, hay que decir que, si
bien el sepulcro vacío de por sí no puede probar la Resurrección, sigue siendo
un presupuesto necesario para la fe en la Resurrección, puesto que ésta se
refiere precisamente al cuerpo y, por él, a la persona en su totalidad…
Para la comprensión teológica del
<sepulcro vacío> me parece importante un pasaje del discurso de San Pedro en Pentecostés, en
el cual anuncia abiertamente, por primera vez, la Resurrección de Jesús, a la
muchedumbre reunida. No lo hace con palabras suyas, sino mediante una cita del
Salmo 16 (15)”
Sí, la Palabra del Antiguo
Testamento, necesariamente está ligada a la Resurrección de Jesús, lo vemos
claramente en la cita del Papa Benedicto XVI, referida al libro del Salterio, y
más concretamente al Salmo que proclama la fidelidad a Dios, como sumo bien (Sal 16 (15), 8-11):
“Miraba yo al Señor delante de mí
constantemente, porque a mi derecha está, para que no sea yo sacudido / por
esto se regocijó mi corazón y se alborozó mi lengua, y hasta mi carne reposará
sobre la esperanza / de que no abandonarás mi alma en los infiernos, ni
consentirás que tu Santo experimente corrupción / Me mostraste los caminos de
la vida, me henchirás de gozo con la vista de tu faz”
Por otra parte, como también nos recuerda
Benedicto XVI, el apóstol San Pedro sintiéndose Cabeza de la Iglesia de Cristo
por mandato divino, tras la venida del Espíritu Santo salió a hablar a la
muchedumbre que se había reunido en las cercanía del Cenáculo, donde había
tenido lugar el extraordinario acontecimiento, y entre otras muchas cosas les
decía (Hch 2, 22-29):
“Varones israelitas, escuchad
estad palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado de parte de Dios ante
vosotros con milagros, prodigios y señales, que Dios obró por Él en medio de
vosotros, según que vosotros mismos sabéis / a éste vosotros, dentro del plan
prefijado y de la previsión de Dios, habiéndole entregado, enclavándole por
manos de hombres inicuos, le disteis la muerte / al cual Dios resucitó, sueltas
las dolorosas prisiones de la muerte, por cuanto no era posible que Él quedase
bajo el dominio de ella / Porque David dice respecto de Él (Sal 15, 8-11):
<Miraba yo al Señor…> /
Varones hermano, se puede decir sin reparo alguno
ante vosotros acerca del patriarca David, que murió y fue sepultado, y que su
sepultura subsiste entre vosotros hasta el día de hoy / el Profeta, pues, como
era, y sabiendo que Dios le había jurado solemnemente que asentaría sobre su
trono a uno de sus descendientes (Sal 88, 4-5) / con visión profética habló de
la resurrección del Ungido, que ni sería abandonado en los infiernos, ni su
carne experimentaría corrupción / A éste, que no es otro que Jesús, resucitó
Dios, de lo cual nosotros somos testigos”
“Pedro presupone a David como el
orante originario de ese Salmo, y ahora puede constatar que en David no se ha
cumplido la esperanza de la resurrección…El sepulcro con el cadáver es la
prueba de que no ha habido resurrección. Sin embargo la palabra del Salmo es
verdadera, en cuanto, vale para el David definitivo; más aún, Jesús se muestra aquí como el
verdadero David, precisamente porque en
Él se ha cumplido la palabra de la promesa: <no dejarás a tú fiel
amigo conocer la corrupción>…
Se trata de una forma antigua del
anuncio de la Resurrección, cuya autoridad en la Iglesia de los inicios se demuestra por el hecho de
que se atribuye a san Pedro, y por lo
mismo, fue considerado el anuncio original de la Resurrección”
Por su parte, San Pedro, nombrado
por Jesús Cabeza de la Iglesia, como hemos recordado, fue el primero en manifestar a la multitud
expectante, después de los acontecimientos de Pentecostés, el portentoso
milagro acaecido, e incluso, insistió
sobre este tema, al hablar a las gentes, por segunda vez, después de que él
mismo, en compañía de San Juan, hubieran curado, por la gracia del Espíritu
Santo, a un cojo de nacimiento que pedía limosna a las puertas del Templo de
Jerusalén (Hechos 3, 13-15):
“El Dios de Abraham y de Isaac y
de Jacob, el Dios de nuestros pueblos, glorificó a su siervo, Jesús, al que
vosotros entregasteis y negasteis ante Pilatos, quién juzgaba que debía
soltarlo / más vosotros negasteis al Santo y Justo, y pedisteis que se os
hiciera gracia de un homicida / mientras matasteis al autor de la vida, a quien
Dios Resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos”
Un hombre santo, un hombre
mártir, un hombre como el elegido por Cristo para dirigir su Iglesia, san Pedro,
nos habla a través de los tiempos, de los hechos históricos acaecidos, de los
que él mismo y los demás discípulos del Señor fueron testigos presenciales, y
sin embargo en la actualidad, algunas personas siguen opinando que todo esto es
posiblemente una patraña inventada por los seguidores de Jesús…
Pero No, están equivocados por
causa de una conciencia errónea muy propia de los tiempos que corren, y que
nada tiene que ver con las creencias de la Iglesia primitiva, fundada por
Cristo.
Por eso, en el Credo de Jerusalén
(apoyado en el discursos de Pedro), que se remonta a los orígenes, y fue transmitido
por San Pablo, se indica que Jesús ha resucitado según las Escrituras,
recordando sin duda el Salmo 16 (15), como un testimonio fiel y seguro para la
Iglesia de todos los tiempos.
Los santos Padres de la Iglesia,
desde antiguo, tomaron este reconocimiento de Pedro, transmitido por Pablo y los demás apóstoles a
los pueblos evangelizados por ellos, como el fundamento sobre el que se apoyaba la Iglesia de Cristo,
y que ha recibido el nombre de <Símbolo de los Apóstoles>.
Precisamente Santo Tomás de
Aquino, el Doctor Angélico (1224-1274), el gran teólogo y filósofo italiano,
perteneciente a la orden de los dominicos, en su opúsculo teológico dedicado a
la <Exposición del símbolo de los Apóstoles>, y más concretamente,
refiriéndose a la fe que profesamos los cristianos en la Resurrección de Jesús, asegura:
“Muchos otros resucitaron de entre los muertos también, como Lázaro, el
hijo de la viuda ó la hija de Jairo. Sin embargo, la Resurrección de Cristo se
diferencia de la de éstos y de la de los demás en cuatro puntos:
*En la causa de la Resurrección.
Los otros que resucitaron, no resucitaron por su propio poder, sino por el de
Cristo, o ante las suplicas de algún santo; Cristo, en cambio, por su propio
poder resucitó, porque no era hombre sólo sino también Dios, y la Divinidad de
la Palabra, nunca se separó ni de su alma ni de su cuerpo; por eso, el cuerpo
recuperó el alma, y el alma el cuerpo, en cuanto quiso (Jn 10, 18): <Poder tengo para
entregar mi alma y poder tengo para
recobrarla de nuevo>
Aunque murió, no fue por
debilidad ni por necesidad, sino por su poder, puesto que lo hizo libremente;
esto bien claro está, porque al entregar su espíritu clamó con gran voz, cosa
de la que son incapaces los demás moribundos, pues por debilidad mueren, por eso
dijo el centurión: <Verdaderamente éste era Hijo de Dios> (Mt 27, 54).
Por consiguiente lo mismo que
entregó el alma por su propio poder, así también por su propio poder la
recobró; por lo cual que <resucitó>, y no que fue resucitado, como si la
causa hubiera sido otro. <Yo me dormí, y tuve un profundo sueño, y me
alcé> (Ps 3, 6).
Esto no está en contradicción con
lo que se afirma: <A este Jesús lo resucitó Dios> (Act 2, 32), pues lo
resucitó el Padre, y también el Hijo, porque uno mismo es el poder del Padre y
del Hijo
*La diferencia está en la vida a la que resucitó
Cristo, una vida gloriosa e incorruptible: <Cristo resucitó de entre los
muertos por la gloria del Padre> (Rom 6,4); los demás a la misma vida que
antes habían tenido, según consta de Lázaro y otros.
*La diferencia estriba en su
fruto y eficacia: en virtud de la Resurrección de Cristo resucitan todos:
<Muchos santos que se habían dormido, resucitaron> (Mt 27, 52).
<Cristo resucitó de entre los
muertos, como una primicia de los que duermen> (1Cor 15, 20).Observa que Cristo llegó a la gloria a través de su Pasión: ¿No era menester que Cristo padeciese todo esto, y entrase así en su gloria? (Lc 24, 26). De esta manera nos enseñaba el camino de la gloria a nosotros: <Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios> (Act 14, 21).
*La diferencia reside en el
tiempo. La resurrección de los demás se aplaza hasta el fin del mundo, a no ser
que por un privilegio se conceda antes a alguno, como a la Santísima Virgen,
según piadosa creencia, y a san Juan Evangelista; Cristo, en cambio, resucitó
al tercer día.
La razón es que la Resurrección, la Muerte y el Nacimiento de
Cristo acontecieron por nuestra salvación, y por tanto quiso Él resucitar en el
preciso momento en que nuestra salvación lo exigía: si hubiera resucitado
inmediatamente, nadie habría creído que hubiera muerto; si hubiera aplazado por
mucho tiempo su Resurrección, los discípulos hubieran perdido la fe, y su
Pasión hubiera resultado inútil: < ¿Qué provecho hay en mi sangre, si
desciendo a la corrupción? (Ps 29, 10).
Por eso resucitó al tercer día,
para que se creyera que efectivamente había muerto, y para que los discípulos
no perdieran la fe.
Sucedió en efecto, que Jesús se
presentó entre sus discípulos, de repente, cuando estos se encontraban,
charlando seguramente, sobre los terribles acontecimientos recientemente
acecidos y les saludó como era la costumbre: <La paz esté con vosotros>.
Naturalmente estos hombres quedarían en principio aterrados, despavoridos y
pensarían que aquel que así les saludaba era un fantasma que se les había
aparecido, pero no, era Jesús, su Maestro, aquel que había sido crucificado tan
injustamente y que había muerto y había sido sepultado…
“¿De qué os asustáis? ¿Por qué
surgen dudas en vuestro interior? / Ved mis manos y mis pies: soy yo en
persona. Tocadme y convenceros de que un fantasma no tiene carne como veis que
yo tengo / Y dicho esto, les mostró las manos y los pies / Pero como aún se
resistían a creer por la alegría y el asombro, les dijo: < ¿Tenéis algo de
comer / Ellos le dieron un trozo de pescado asado / El lo tomó y lo comió
delante de ellos / Después les dijo: <Cuando aún estaba entre vosotros ya os
dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en la ley de
Moisés, en los Profetas y en los Salmos /Entonces les abrió la inteligencia
para que comprendieran las Escritura / y les dijo: <Estaba escrito que el
Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día / y que
en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la
conversión y el perdón de los pecados /Vosotros sois testigos de estas cosas”
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