“Reconociendo en cuanto había
sucedido, la voluntad de Dios, el nuevo Pontífice se puso inmediatamente al
trabajo con empeño. Desde el principio reveló una visión singularmente lúcida
de la realidad con la que debía medirse, una extraordinaria capacidad de
trabajo al afrontar los asuntos tanto eclesiales como civiles, un constante
equilibrio en las decisiones, también valientes, que su misión le imponían.
Se conserva de su gobierno una
amplia documentación gracias al Registro de sus cartas (aproximadamente
ochocientas), en las que se refleja el afrontamiento diario de los complejos
interrogantes que llegaban a su mesa. Eran cuestiones que procedían, de los Obispos,
de los abades, de los clérigos, y también de las autoridades civiles de todo
orden y grado. Entre los problemas que afligían en aquel tiempo a Italia y Roma
había uno de particular relevancia en el ámbito civil como eclesial: la
cuestión lombarda. A ella dedicó el Papa toda energía posible con vistas a una
solución verdaderamente pacificadora.
A diferencia del emperador bizantino, que partía del presupuesto de que los lombardos eran sólo individuos burdos y depredadores a quienes había que derrotar o exterminar, san Gregorio veía a esta gente con los ojos del buen pastor, preocupado de anunciarles la palabra de salvación, estableciendo con ellos relaciones de fraternidad orientadas a una futura paz fundada en el respeto recíproco y en la serena convivencia entre italianos, imperiales y lombardos.
En el idioma griego,
<Gregorio> significa vigilante, y en verdad que hizo honor a su nombre, tal
como, nos ha explicado en su magnífica catequesis el Papa Benedicto XVI. Había
nacido en Roma en el año 540 en el seno
de una familia acomodada pero
particularmente cristiana, (sus padres son santos y algunas de sus tías también) y estudió derecho,
siendo nombrado Prefecto de la urbe en el año 573, pero su espíritu volaba
hacia otros derroteros y pronto sufrió una transformación espiritual tan
intensa que le llevó a retirarse de la política para abrazar la vida monástica,
fundando un monasterio en su propia casa bajo la advocación de san Andrés.
Se puede decir que durante todo
su Pontificado, este Papa, realizó una labor apostólica extraordinaria, y así
por ejemplo, envió al monje benedictino Agustín de Canterbury junto con otros
cuarenta monjes, en el año 597 a evangelizar Inglaterra, que aunque ya había
sido evangelizada con anterioridad, desde el siglo V se encontraba en graves
dificultades debido a las invasiones de anglos y sajones, paganos.
“Además de su conspicuo
epistolario, nos dejó sobre todo escritos de carácter exegético, entre los que
se distinguen el Comentario moral a Job,
las Homilías sobre Ezequiel y las Homilías sobre los Evangelios. Asimismo existe una importante
obra de carácter hagiográfico, <Diálogos>, escrita por san Gregorio para
edificación de la reina lombarda Teodolinda. Sin embargo, su obra principal y
más conocida es sin duda la <Regla pastoral>, que este Papa redactó al
comienzo de su Pontificado con finalidad claramente programática”
“Señor Dios, que cuidas a tu
pueblo y lo gobiernas con amor, te pedimos que, por intercesión del Papa san
Gregorio Magno, concedas el Espíritu de sabiduría a quienes has establecido
como maestros y pastores de la Iglesia”
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