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jueves, 23 de septiembre de 2010

JESUS DIJO: YO SOY



 
 


Jesús se reconoció Hijo de Dios y Dios verdadero, dijo: “Yo soy”.
Los evangelistas reconocen el testimonio de Jesús, de diversas formas y en distinta ocasiones, pero es San Juan, el apóstol “amado” del Señor, el que ya en su ancianidad, expresa en su Evangelio, de forma más concluyente este reconocimiento de Jesús como “Yo soy” (Jn 8, 12):

“Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”

Jesús se había reconocido como “Yo soy”, con anterioridad a estas palabras, tal como nos narra asimismo San Juan en su Evangelio. Fue durante su breve encuentro con la mujer samaritana, en el pozo de Sicar. La mujer, al principio habló con altanería a Jesús, porque reconoció en El, a un judío y sabido es que los samaritanos no se hablaban con estos.

 


Pero luego, en el transcurso de la conversación mantenida con el Señor, se dio cuenta de que aquel hombre, no era una persona cualquiera, sino que algo espiritual que se le escapaba, manaba de Él y por eso le hablo así, (Jn  4,19-26):
-Señor veo que eres profeta
-Nuestros antepasados rindieron culto a Dios en este monte, en cambio, vosotros los judíos, decís que es Jerusalén donde hay que dar culto a Dios…
Jesús entonces, habló a la mujer en estos términos:
-Créeme mujer, está llegando la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que para dar culto al Padre, no tendréis que subir al monte, ni ir a Jerusalén.
-Ha llegado la hora en que los que rindan verdadero culto al Padre, lo harán en espíritu y verdad. El Padre quiere ser adorado así.

A estas palabras misteriosas del Señor la mujer respondió entonces:
<Yo se que el Mesías, es decir, Cristo, está a punto de llegar, cuando venga nos lo explicará todo>

Pero Jesús contestó: <Yo soy, el que te habló>
La verdad sobre la divinidad de Jesús está confirmada, por otra parte, por su Resurrección y Él mismo así lo reconoció (Jn 8, 26-30):
-Tengo muchas cosas que decir y que condenar de vosotros. Pero lo que yo digo al mundo es lo que oí de aquel que me envió y El dice verdad.
-Ellos no obstante, no cayeron en la cuenta de que les estaba hablando del Padre.
-Por eso Jesús añadió; cuando levantéis en alto al hijo del hombre, entonces reconoceréis que “Yo soy”.


Jesús dijo esto a las gentes y en particular a los fariseos, cuando se encontraba enseñando en un templo, en Galilea, próxima ya su muerte y posterior Resurrección y por tanto, estaba hablando precisamente de estos acontecimientos venideros y relacionándolos con el hecho de su divinidad.

Nuestro Papa, Benedicto XVI, dijo con ocasión de una Conferencia celebrada en el Congreso de Catequistas y Profesores de religión, en Roma, en el año 2000, cuando aún era el Cardenal Ratzinger, refiriéndose a este tema:
-Cristo es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la concretización del “Yo soy”, la respuesta al deísmo”.

Los deístas son aquellas personas, que aceptan la existencia y la naturaleza de Dios, pero solo a través de su propia razón y experiencia personales. En definitiva, son aquellos hombres que llevados de su soberbia, querrían ser como Dios y no aceptan manifestaciones divinas, como los milagros, la palabra de los profetas y sobre todo no aceptan que Jesús era el Mesías, el Salvador de los hombres y que por tanto era “Yo soy”. Jesús, conocía bien el duro corazón de los hombres y por ello no podía esperar que todos le creyeran por sus palabras y por sus milagros, curando a las gentes, sacando los demonios de sus cuerpos, o incluso resucitando a algunos.
 
 


Por ello tuvo que someterse al sacrificio de su Pasión y muerte en la Cruz y realizar el “gran milagro” de su propia Resurrección.
La Resurrección de Cristo fue la demostración inequívoca de que El era Dios. Precisamente, El mismo, llego a ligar la fe en su Resurrección, con la fe en su propia persona y así en el Evangelio de San Juan podemos leer (Jn 11, 25-26):
-Yo soy la Resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá
-Y todo el que esté vivo y crea en mi, jamás morirá.

De esta forma hablaba el Señor, cuando se disponía a resucitar a su querido amigo Lázaro, dirigiendose a la hermana de éste, Marta, que en principio, le había reprochado que no hubiera llegado  antes para salvar a su hermano.
Sin embargo Marta, si reacciono bien ante la presencia y las palabras de Jesús y por eso le reconoció como el Mesías.



Ella dijo (Jn 11,27):  <Yo creo que tu eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo>
Sin duda, a lo largo de todos estos siglos, la humanidad a través de distintas manifestaciones religiosas, ha coincidido en afirmar que Jesús se identificó con el “Yo soy” del antiguo Testamento.

Más concretamente en el libro del “Éxodo”, donde se narra la salida del pueblo judío de Egipto, Moisés mantuvo la siguiente conversación con el Dios (Ex 3, 11-14):
-¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?
-Dios le respondió
Yo estaré contigo y ésta será la señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis culto en este monte
-Moisés contestó
Bien, yo me presentaré a los israelitas y les diré, el Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros
Pero si ellos me preguntan cuál es su nombre ¿Qué le responderé?
 
 


Dios contesto a Moisés
“Yo soy el que soy”. Explícaselo así a los israelitas: “Yo soy” me envía a vosotros
Según este pasaje de la Biblia “Yo soy”, se identifica con el concepto de Dios, principio que da la existencia al ser en todo el Universo. Más que un nombre “Yo soy”, podría tomarse como aquel principio que contiene en si toda la energía de la creación.

Solo Jesús puede proclamarse con autoridad “Yo soy”, porque Él, dio la vida por Salvar a los hombres y después Resucitó de entre los muertos 



Como el Papa Benedicto XVI, dijo en su meditación ante la Sábana Santa, en Turín, este mismo año:
<Desde la oscuridad de la muerte del Hijo de Dios, ha surgido la luz de una nueva esperanza: la luz de la Resurrección>
Por otra parte, la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo pude considerarse, el misterio central de nuestra fe, ya que si Cristo no hubiera resucitado, los cristianos seríamos los hombres más desgraciados del mundo, tal como San Pablo le decía a los corintios en su primera epístola (Co I 15,17-19):
-Si Cristo no ha resucitado, baldía es nuestra fe: aún estáis en vuestros pecados
-Por donde también los que ya reposaron en Cristo, perecieron
-Si esta vida solamente tenemos puesta en Cristo, nuestra esperanza, somos los más dignos de lástima de todos los hombres.
 
 


Pero no, Cristo Resucitó y ocurrió tal como el mismo San Pablo narro de forma detallada en esta misma carta a los corintios (Co I 15,3-9):
-Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras
-y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras
-y fue visto por Cefas, luego por los Doce
-Después fue visto por más de quinientos hermanos de una vez, los más quedan aún ahora, algunos ya murieron…
-Últimamente, después de todos, siendo como soy el abortivo; fue visto también por mí
-Porque yo soy el menor de los Apóstoles, que no soy digno de ser apellidado Apóstol, pues que perseguí a la Iglesia de Dios.

Cuanta humildad y amor encierran las palabras de San Pablo, cuando cuenta la muerte y Resurrección del Señor, pero al mismo tiempo cuanta fe y seguridad en sí mismo.
Y es, que esta carta, está escrita cuando solo habían pasado, algo más de veinte años de la muerte de Jesús y para San Pablo, como para todos los que vieron a Cristo resucitado, las imágenes eran nítidas e imborrables y por ello esta carta, puede considerarse, sin duda, una prueba testifical contemporánea al mismo hecho del milagro de Jesús, ya que aún vivían muchos de los hombres mencionados en la misma.
 
 


Contra este testimonio no caben dudas, pero sin embargo siempre han existido y existirán hombres olvidados de Dios, que pondrán en tela de juicio, el testimonio de San Pablo y de los restantes Apóstoles. Son hombres, que se dejan arrastrar por el maligno, que siempre está al acecho para tratar de captar nuevas almas para su causa.

No puede extrañarnos el reproche de Jesús a los judíos y por extensión al resto de la humanidad que ignora sus enseñanzas, tal como nos cuenta San Juan de nuevo en su Evangelio ( Jn 10,37-38):
-Si no hago las obras de mi Padre, no me creéis
-pero si las hago, ya que no me creéis, creed en estas obras y reconoced que el Padre está en mí y yo en el Padre
Las herejías sobre la naturaleza de Cristo, son numerosas, pero quizás una de las más dañinas ha sido el arrianismo, condenada por la Iglesia en el Concilio de Nicea (325), pero que aún en la actualidad de una forma soterrada, trata de socavar la fe en Cristo, Hijo de Dios y Dios verdadero, es decir, “Yo soy”.
Todavía se pueden encontrar falsos teólogos que defienden la idea de que Jesús nunca se proclamo, en primera persona, Dios. Incluso algunos desprecian el testimonio del evangelista, San Juan, por considerarlo “tardío” a sabiendas de que este fue testigo ocular de los hechos por él relatados en el Nuevo Testamento.
Solo es necesario leer dicho Testamento, para darse cuenta del error de aquellos hombres que quieren negar lo evidente, con preguntas tales como ¿históricamente está demostrada la Resurrección de Cristo? .
La respuesta tajante a tal pregunta es, sí y son muchas las pruebas totalmente fiables dadas por los evangelistas. Recordaremos a este respecto, a título de un ejemplo más, la descripción realizada por San Juan, del Sepulcro vacío del Señor y de la disposición y aspecto de su mortaja en el mismo, lo que le hizo creer de forma instantánea, (Jn 20, 1-8):

-El primer día de la semana, al amanecer, estando oscuro todavía, María Magdalena viene al sepulcro y ve la losa quitada del mismo
-corre, por tanto, y va a Simón Pedro y al otro discípulo a quien quería Jesús, y les dice, se llevaron al Señor de sepulcro y no sabemos dónde lo pusieron
-salió, por tanto Pedro y con él el otro discípulo, y se dirigían al sepulcro
-y corrían los dos a una; más el otro discípulo, como corría más aprisa que Pedro, le paso delante y llego primero al sepulcro
-y habiéndose agachado, ve los lienzos por el suelo, con todo no entró
-Llega, por tanto también Simón Pedro en pos de él y entró en el sepulcro, y contemplo los lienzos por el suelo
-y además el sudario, que había estado sobre su cabeza, no por el suelo con los otros lienzos, sino plegado en un lado a parte
-Entonces entro también al sepulcro el otro discípulo, que había llegado primero al sepulcro y vio y creyó

Después de leer este pasaje de la Biblia, entendemos que San Juan nos contó en su Evangelio, que él “vio y creyó”, y lo hace a título personal, sin mencionar a Pedro. Está claro, que algo muy especial, tuvo que ver en ese momento para creer de forma tan radical en la Resurrección del Señor. Este testimonio dado por Juan está basado en una fe, efecto de unos hechos por él constatados en la tumba de Jesús, respecto a la disposición y aspecto de las ropas que habían cubierto al Señor.

Se ha escrito mucho sobre este tema a lo largo de la historia de la humanidad, así por ejemplo  una mujer, madre de dos hijos sacerdotes, cuya intensa vida dedicada a la evangelización la llevó a interesarse por este tema y escribió varios trabajos sobre la “Sabana Santa”, así como a dar numerosas conferencias, Manuela Corsini Salas de Ordeig (1914/1988), en su libro “Historia de la Sabana Santa”, novela de forma maravillosa el momento en que San Juan “vio y creyó”.
 
 

Así mismo, el lienzo o Sábana Santa (Sindone), que había cubierto el cuerpo de Jesús estaba también en el sepulcro, “por el suelo” y como es natural debería mostrar las manchas de sangre del cuerpo lacerado del Señor. Surge la pregunta, por tanto, de cómo serían estas.

Benedicto XVI en su reciente visita a Turín (2010), para asistir a la tradicional exposición de la Sabana Santa, ha dicho lo siguiente:
“Se puede decir que la Sábana Santa es el icono de este misterio, icono del Sábado Santo. De hecho, es una tela de sepulcro, que ha envuelto el cuerpo de un hombre crucificado, y que corresponde en todo a lo que nos dicen los Evangelios sobre Jesús, quien crucificado hacia medio día, expiró a eso de las tres de la tarde”

Más adelante, el Papa, en esta misma meditación, sigue diciendo:
“Jesús permaneció en el sepulcro hasta el alba del día después del sábado, y la Sabana Santa de Turín nos ofrece una imagen de cómo era su cuerpo en la tumba durante ese tiempo, que cronológicamente fue breve (en torno  un día y medio), pero con un valor y un significado intenso e infinito”.

Por su parte, el Papa Juan Pablo II, en 1989, poco después de que la revista “Nature”, publicara el informe, que tanto revuelo causo en su día, sobre la fecha de origen de la Sabana Santa, utilizando el método del Carbono- 14, dijo lo siguiente:
“Yo creo que es una reliquia. Pero la Iglesia nunca se ha pronunciado en este sentido. Siempre dejó la cuestión abierta a todas aquellos que quieran demostrar su autenticidad”.

Realmente después de todo el tiempo que ha transcurrido, desde aquellos estudios con carbono radiactivo, no se ha podido demostrar que la prueba fuera concluyente, tal como ha sucedido en otros tipos de estudios realizados con esta misma técnica de análisis, los cuales condujeron a errores increíbles. Además, en el caso de Sabana Santa no se tuvieron en cuenta muchas circunstancias, como por ejemplo la posible contaminación del lienzo con sustancias extrañas, después de tantos siglos pasados, en los cuales estuvo sometida a terribles acontecimientos, como incendios, lavados con productos corrosivos, exposiciones al sol, etc. De hecho, el propio descubridor del método de análisis con Carbono-14, Libby (Premio Nobel), declaró en su día lo siguiente:
“No puede aplicarse la prueba Carbono-14 a la Síndone de Turín. Los resultados necesariamente serían falsos”

Por otra parte, aunque el Papa Juan Pablo II solo da el reconocimiento de reliquia a la Sindone, a título personal, esto debería hacernos reflexionar seriamente sobre el tema, ya que su altura intelectual y moral es incontestable. El visitó en varias ocasiones Turín para rezar ante la Sabana Santa, prueba inequívoca de que creía estar ante el lienzo, que cubriera el cuerpo del Señor, cuando Resucito de entre los muertos. Por otra parte, en uno de los numerosos discursos realizados en sus visitas, dijo lo siguiente:
“La huella del cuerpo martirizado del crucificado, que atestigua la tremenda capacidad del hombre de procurar dolor y muerte a sus semejantes, se alza como el icono del sufrimiento del inocente de todos los tiempos”.

Por otra parte, el Papa Juan Pablo II, advirtió también, que lo único que realmente debería contar para los creyentes, es que la Sindone es espejo del Evangelio y que todo hombre sensible debe sentirse interiormente afectado y conmovido al contemplarla.

Así mismo, este mismo año (2010), el Papa Benedicto XVI ante la Sábana Santa de Turín se ha pronunciado en los términos siguientes:
“La Sabana Santa es un icono escrito con sangre.
Sangre de un hombre flagelado, coronado de espinas, crucificado y herido en el costado derecho. La imagen impresa en la Sabana Santa es la de un muerto, pero la sangre habla de vida. Cada trazo de sangre habla de amor y de vida. Especialmente esa gran mancha cercana al costado, hecha de la sangre y el agua manadas copiosamente de una gran herida provocada por una lanza romana, esa sangre y esa agua hablan de vida.
Es como un manantial que murmura en el silencio y nosotros podemos oírlo, podemos escucharlo, en el silencio del Sábado Santo”.

Después de estos bellos testimonios de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, sentimos renacer en nosotros la creencia absoluta de que Jesús era el Hijo de Dios, era “Yo soy”. Por ello nos sentimos, una vez más, conmovidos por el reproche que Jesucristo hizo a los hombres de su tiempo y que por extensión podemos aplicar a los hombres de todos los tiempos, que se han negado a creer en Él  (Jn 10, 37-38):
-Si no hago las obras de mi Padre, no me creéis
-pero si las hago, ya que no me creáis, creed en estas obras y sabed y reconoced que el Padre está en mí y yo en el Padre.


Jesús, nuestro Salvador, a través de su “Pasión, muerte y Resurrección”, demostró cuanto nos amaba y por eso su Iglesia debe celebrar con regocijo el día del “Santísimo nombre de Jesús “
Esta es una fiesta que como otras muchas han ido perdiendo relevancia a lo largo de los siglos y que en la actualidad prácticamente está olvidada.
El nombre de Jesús, dice Fray Justo Pérez de Urbel, es una palabra que significa “Salvador”. Por ello, sigue diciendo, la liturgia de su fiesta, pondera la eficacia de este significado y celebra la gloria que va unida a Él.
El dulcísimo  nombre de Jesús esté siempre en nuestros labios y en nuestro corazón porque, Él es nuestro Padre y nuestro Redentor.



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