Jesús a lo largo de su vida pública siempre demostró gran predilección por los inválidos y enfermos, tanto de cuerpo como de espíritu, los curaba mediante milagros portentosos, que hacían que cada vez fuera mayor el número de personas que le seguían admiradas, aunque no todas aceptaban su origen divino.
Por otra parte, queriendo compartir con sus discípulos este amor por los más necesitados, los envió también a ellos a curar a las gentes como primicia de lo que más tarde les encomendaría.
Son enfermos del alma, que necesitan de una ayuda espiritual, aunque en principio la rechacen, y sólo Dios pueda hacer el milagro de su conversión, porque “en la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos”
(Mensaje del Papa Benedicto XVI para la XX Jornada mundial del enfermo; 2012).
En estos tiempos, en los que ya en muchos países se lleva a cabo la acción antihumana de provocar la muerte a los enfermos incurables para evitar, eso dicen, males mayores a las personas, bien bajo el amparo de leyes objetivamente injustas, o incluso sin su amparo, deberíamos reflexionar los cristianos y los no creyentes sobre el terrible mal que supone la aplicación de lo que se ha dado en llamar una <Buena Muerte>...
Realizar esta acción que conlleva un
<protocolo de muerte> y no <una muerte feliz>, como algunos la
llaman, queriendo enmascarar el verdadero sentido de la misma, no es desde luego
la mejor manera de tratar a los seres humanos, aunque estos se encuentren en
una situación irreversible de sus enfermedades, y mucho menos una forma
<indolora> o <buena> de morir.
Esto nos lleva a considerar que Dios, único con derecho sobre la vida y la muerte del ser humano por Él creado, al final de los tiempos (Parusía), tendrá en cuenta el terrible pecado cometido por aquellos que aceptan ó practican métodos execrables.
Esto nos lleva a considerar que Dios, único con derecho sobre la vida y la muerte del ser humano por Él creado, al final de los tiempos (Parusía), tendrá en cuenta el terrible pecado cometido por aquellos que aceptan ó practican métodos execrables.
Como aseguraba el Papa San Juan Pablo II:
“La espera en Alguien que, al fin, diga la verdad sobre el bien y sobre el mal de los actos humanos, y premie el bien y castigue el mal, no es completamente ajena a los hombres de todos los tiempos, estos siguen guardando en lo más profundo de sus almas esta convicción; ni siquiera los horrores de las guerras, y las graves injusticias cometidas por algunos a lo largo de la historia de la humanidad, han podido eliminar del todo esta verdad absoluta.
<Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que le esperan> (Heb 9, 27-28)”
“La espera en Alguien que, al fin, diga la verdad sobre el bien y sobre el mal de los actos humanos, y premie el bien y castigue el mal, no es completamente ajena a los hombres de todos los tiempos, estos siguen guardando en lo más profundo de sus almas esta convicción; ni siquiera los horrores de las guerras, y las graves injusticias cometidas por algunos a lo largo de la historia de la humanidad, han podido eliminar del todo esta verdad absoluta.
<Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que le esperan> (Heb 9, 27-28)”
Sí, es un gravísimo pecado el que atenta contra el quinto mandamiento de la Ley de Dios; fue recordado por Jesús en su Sermón de la montaña (Mt 5, 21-22):
-Habéis oído que se dijo a los
antiguos: <No matarás>, y el que mate será reo de juicio.
-Pero yo os digo: todo el que se
deja llevar por la cólera, contra su hermano será procesado. Y si uno llama a
su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama necio
merece la condena de la gehena del fuego.
“Dios, que es el supremo
legislador, promulgó con gran fuerza sobre el Sinaí, el mandamiento de <No
matar> como un imperativo moral de carácter absoluto. Emmanuel Lévinas (gran
filósofo judío del siglo XX), que como sus compañeros vivió profundamente el
drama del Holocausto, ofrece de este fundamental mandamiento de Decálogo una
singular formula: para él, la persona se manifiesta a través del rostro.
La <filosofía del rostro> es también uno de los temas del Antiguo Testamento, de los Salmos y de los escritos de los Profetas, en los que con frecuencia se habla de la búsqueda del rostro de Dios (Salmo 27 (26), 8).
La <filosofía del rostro> es también uno de los temas del Antiguo Testamento, de los Salmos y de los escritos de los Profetas, en los que con frecuencia se habla de la búsqueda del rostro de Dios (Salmo 27 (26), 8).
A través del rostro habla el hombre, habla, en particular, todo hombre que ha sufrido una injusticia, habla y pronuncia estas palabras: ¡No me mates!
El rostro humano y el mandamiento de <No matar>, se unen en Lévinas de modo genial, convirtiéndose al mismo tiempo en un testimonio de nuestra época, en la que incluso Parlamentos, Parlamentos democráticamente elegidos, decretan asesinatos con tanta facilidad”
(Cruzando el Umbral de la esperanza. Defensa
de cualquier vida. Juan pablo II. Edita Vittorio Massori. Círculo de Lectores
2009).
Por eso, los Padres y los Pontífices de la Iglesia han manifestado siempre que el amor y cuidado
de los familiares enfermos y desvalidos, así como la labor de profesionales y
voluntarios al servicio de los que están sometidos al dolor y los sufrimientos
físicos, representan admirables comportamientos del ser humano. Concretamente
el Papa San Juan Pablo II se expresaba en estos términos con motivo de la
<III Jornada Mundial del enfermo>, celebrada en el Santuario de Loreto,
el 11 de febrero de 1998:
“La asistencia a los familiares
enfermos, realizada con espíritu de amorosa donación de sí y sostenida por la
fe, la oración, y por los Sacramentos, puede transformarse en instrumento
terapéutico insustituible para el enfermo y ser para todos ocasión para
descubrir preciosos valores humanos y espirituales.
En este marco, dirijo un pensamiento especial a los agentes sanitarios y de la pastoral sanitaria, a los profesionales y voluntarios, que viven continuamente al lado de las necesidades de los enfermos. Deseo animaros para que mantengáis siempre un elevado concepto de la tarea que os ha sido confiada, y nunca os dejéis abrumar por las dificultades y las incomprensiones.
Estar comprometidos en el mundo
sanitario no solo quiere decir combatir el mal, sino sobre todo promover la
calidad de la vida humana. Así mismo, el cristiano, consciente de que <la
gloria de Dios es el hombre viviente>, honra a Dios en el cuerpo humano
tanto en aquellos aspectos que realzan la fuerza, la vitalidad y la belleza,
como en aquellas situaciones donde se presenta la fragilidad y el derrumbamiento.
Proclama siempre el valor transcendente de la persona, cuya dignidad permanece
intacta no obstante la experiencia del dolor, de la enfermedad y del avance de
los años”.
En efecto, como aseguraba el Papa
Juan Pablo II, la ancianidad, la enfermedad y los padecimientos en general, no
hacen perder al ser humano su dignidad, cuestión esta última que es totalmente extinguida
mediante la aplicación de la eutanasia, práctica anti sanitaria que mancilla y
destruye a las personas, muchas veces de forma encubierta por un falso sentido
de la caridad y donde solo priman aspectos relacionados con la economía doméstica
y/o sanitaria y el confort y/o desinterés de las personas que deciden
practicarla sobre enfermos propios o ajenos.
En este sentido, en el Catecismo
de la Iglesia Católica, según el Concilio Ecuménico Vaticano II, podemos leer
que (nº 2276 y ss):
“Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible.
Por tanto, una acción o una omisión que de suyo o en la intención provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre…
Aunque la muerte se considere
inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser
legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar el sufrimiento,
incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la
dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino
solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos
constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón
deben ser alentados”.
Fue el Papa Juan Pablo II el que acogiendo con atención y sentimiento la solicitud que le presentaba el Consejo Pontificio para la Pastoral de los agentes sanitarios, así como teniendo en cuenta el interés presentado por distintas Conferencias Episcopales y organismos Católicos nacionales e internacionales, el que decidió instituir la <Jornada mundial del enfermo>, con la idea de celebrarla el 11 de febrero de cada año, coincidiendo con la memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes. Precisamente en su carta al Cardenal Fiorenzo Angelini, Presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de los agentes sanitarios, de aquel momento, manifestaba así su opinión al respecto (Vaticano 13 de mayo de 1992):
“La Iglesia que a ejemplo de
Cristo, siempre ha sentido el deber de servicio a los enfermos y a los que
sufren, como parte integral de su misión, es consciente de que <en la
aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo, si es débil o
enferma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión> (Exhortación
Apostólica < Christifideles laici> del Papa San Juan Pablo II, dada en
Roma, 1988). Y no deja de subrayar el carácter salvífico del ofrecimiento del
sacrificio que, vivido en comunión con Cristo, pertenece a la esencia de la
redención (Carta Encíclica <Redemptoris missio> del Papa San Juan Pablo
II, dada en Roma, 1990).
La celebración anual de la <Jornada mundial del enfermo> tiene, por tanto, como objetivo manifiesto sensibilizar al pueblo de Dios y, por consiguiente, a las varias instituciones sanitarias católicas y a la misma sociedad civil, ante la necesidad de asegurar la mejor asistencia posible a los enfermos; ayudar al enfermo a valorar, en el plano humano y sobre todo en el sobrenatural, el sufrimiento, hacer que se comprometan en la pastoral sanitaria de manera especial las diócesis, las comunidades cristianas y las familias religiosas; favorecer el compromiso cada vez más valioso del voluntariado; recordar la importancia de la formación espiritual y moral de los agentes sanitarios; y, por último, hacer que los sacerdotes diocesanos, así como cuantos viven y trabajan junto a los que sufren, comprendan mejor la importancia de la asistencia religiosa a los enfermos”
Son ya veintidós las <Jornadas
Mundiales del enfermo> realizadas desde aquel mismo momento. La última ha
tenido lugar, como es lógico, este mismo año 2014, bajo el Pontificado del Papa
Francisco, con el siguiente emblema: <Fe y caridad. También nosotros debemos
dar la vida por los hermanos (I Jn 3, 16)>. En su mensaje, con motivo de
dichas Jornadas el Pontífice, entre otras cuestiones de gran interés señalaba
que:
“El Hijo de Dios hecho hombre no ha eliminado de la experiencia humana la enfermedad y el sufrimiento sino que, tomándolos sobre sí, los ha transformado y delimitado. Delimitado, porque ya no tienen la última palabra que, por el contrario, es la vida nueva en plenitud; transformado, porque en unión con Cristo, de experiencias negativas, se pueden llegar a las positivas. Jesús es el camino, y con su Espíritu podemos seguirle. Como el Padre ha entregado al Hijo por amor, el Hijo se entregó por el mismo amor, también nosotros podemos amar a los demás como Dios nos ha amado, dando la vida por nuestros hermanos.
La fe en el Dios bueno se convierte en bondad, la fe en el Cristo Crucificado se convierte en la fuerza para amar hasta el final y hasta a los enemigos. La prueba de la fe auténtica en Cristo es el don del sí, el difundirse del amor al prójimo, experimentalmente por el que no lo merece, por el que sufre, por el que está marginado”
Así es, la <fe en Cristo Crucificado se convierte en fuerza para amar hasta el final…>, tal como nos ha asegurado el Papa Francisco, un hombre de nuestro tiempo, que conoce bien al ser humano y que inspirado por el Espíritu Santo dirige la Iglesia de Cristo con paso seguro, humildemente y rebosando amor a sus semejantes.
Su predecesor en la silla de Pedro, el Papa Benedicto XVI también poseía las mismas cualidades, demostrando ese amor en muchísimas ocasiones como por ejemplo en su encuentro con el mundo de los enfermos e incapacitados por la ancianidad o las enfermedades:
“El encuentro de Jesús con los
diez leprosos, descrito en el Evangelio de San Lucas (Lc 17, 11-12), y en
particular las palabras que el Señor dirige a uno de ellos: ¡Levántate, vete;
tu fe te ha salvado! ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para
quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En
el encuentro con Él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree nunca está
solo!
En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo…Quién invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que el amor no le abandona nunca, y de que, la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará” (Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI con ocasión de la <XX Jornada Mundial del enfermo> celebrada el 11 de febrero de 2012).
En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo…Quién invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que el amor no le abandona nunca, y de que, la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará” (Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI con ocasión de la <XX Jornada Mundial del enfermo> celebrada el 11 de febrero de 2012).
En este mismo hermoso mensaje el
Papa Benedicto nos habló, con razón, del Sacramento de la Unción, que los
cristianos solemos tener muy abandonado y que en tantas ocasiones no nos
atrevemos a recibir o solicitar para nuestros seres queridos, cuando padecen graves enfermedades, llevados de un
ancestral miedo que nos induce a creer que esto supondría haber llegado al
último momento de la vida.
Nada más lejos de la realidad, este Sacramento está pensado por Cristo como medio de sanación y no de muerte, posee por tanto poder sanador físico y espiritual, tal como se ha podido comprobar en tantas ocasiones…Por otra parte <Dios rico en misericordia (Ef 2, 4), como el padre de la parábola evangélica (Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo le ha encerrado en aislamiento y la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación:
Nada más lejos de la realidad, este Sacramento está pensado por Cristo como medio de sanación y no de muerte, posee por tanto poder sanador físico y espiritual, tal como se ha podido comprobar en tantas ocasiones…Por otra parte <Dios rico en misericordia (Ef 2, 4), como el padre de la parábola evangélica (Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo le ha encerrado en aislamiento y la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación:
“Él no solo ha enviado discípulos
a curar las heridas (Mt 10,8; Lc 9,2; 10, 9) sino que también ha instituido
para ellos un Sacramento específico: la Unción de los enfermos. La carta de
Santiago (el Menor, primer Obispo de Jerusalén) atestigua la presencia de este
gesto Sacramental, ya en la primera comunidad cristiana (St 5, 14-16): con la Unción
de los enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia
encomienda al enfermo al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie sus
penas y los salve, y le exhorta a unirse espiritualmente a la Pasión y a la
Muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del pueblo de Dios…”(Papa
Benedicto XVI. Ibid).
Ciertamente la lucha contra la
enfermedad y el sufrimiento humano, son dos de los problemas más graves, que
desde antiguo, aquejan a la humanidad, la cual se ha esforzado en gran manera
por resolverlos, habiendo logrado en el campo de la medicina, de la química, y
de otras disciplinas de las ciencias humanas grandes avances y éxitos en este
sentido, pero el dolor y el sufrimiento nunca se han podido paliar del todo; es
entonces cuando los seres humanos experimentamos la impotencia y la sensación
de finitud a la que estamos todos abocados.
En algunos casos, incluso, la enfermedad puede conducir a la angustia, a la depresión, a la desesperación y en casos extremos a la rebeldía contra el Creador. Sin embargo, también se ha podido comprobar a lo largo de los siglos, que todos estos estados del alma humana, han sido combatidos con éxito por muchos hombres y mujeres, los cuales llevados por su preparación moral y espiritual, pidieron a Dios la ayuda que necesitaban y clemencia para los errores cometidos en esta vida pasajera, como san Agustín, a sabiendas de que las recibirían de nuestro Padre, que nunca nos abandona.
De cualquier manera, todos los seres humanos, creyentes o no, llevan inscrito en su corazón, aún sin ellos saberlo, la necesidad de pedir clemencia y ayuda a su Creador en esos momentos críticos, y Él nunca falla. Por eso, el Sacramento de la Unción es un regalo del Señor que no debemos desdeñar, a priori, como algo del pasado, y hasta de mal agüero, porque Jesucristo lo instituyó como medio de sanación del cuerpo y del alma del ser humano.
En algunos casos, incluso, la enfermedad puede conducir a la angustia, a la depresión, a la desesperación y en casos extremos a la rebeldía contra el Creador. Sin embargo, también se ha podido comprobar a lo largo de los siglos, que todos estos estados del alma humana, han sido combatidos con éxito por muchos hombres y mujeres, los cuales llevados por su preparación moral y espiritual, pidieron a Dios la ayuda que necesitaban y clemencia para los errores cometidos en esta vida pasajera, como san Agustín, a sabiendas de que las recibirían de nuestro Padre, que nunca nos abandona.
De cualquier manera, todos los seres humanos, creyentes o no, llevan inscrito en su corazón, aún sin ellos saberlo, la necesidad de pedir clemencia y ayuda a su Creador en esos momentos críticos, y Él nunca falla. Por eso, el Sacramento de la Unción es un regalo del Señor que no debemos desdeñar, a priori, como algo del pasado, y hasta de mal agüero, porque Jesucristo lo instituyó como medio de sanación del cuerpo y del alma del ser humano.
El Papa Pablo VI nos habló
también de la Unción, antiguamente llamada <Extremaunción>, en la
Constitución Apostólica <Sacram Untionem>, por la que se aprobaba el
<Ordo Unctinis Informorum>, promulgado el 7 de diciembre del año 1972. En
dicha Constitución el santo Padre, expone así, los fundamentos sobre los que se
basa este Sacramento:
“La Sagrada Unción de los
enfermos, tal como lo reconoce y lo enseña la Iglesia, es uno de los siete
Sacramentos del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo, nuestro Señor,
esbozado ya en el Evangelio de San Marcos (Mc 6, 7 y 11), recomendado a los
fieles: <llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles
poder sobre los espíritus inmundos…
Ellos marcharon y predicaban la conversión. Expulsaban muchos demonios, <ungían con aceite> a muchos enfermos y los curaban>, y promulgado, en su carta, por el Apóstol Santiago (primer Obispo de Jerusalén) (St 5, 14-15): ¿Está enfermo, alguno de vosotros? llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después de <ungirlo con óleo>, en nombre del Señor. Y la oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo curará, y si hubiera cometido algún pecado le será perdonado”
Ellos marcharon y predicaban la conversión. Expulsaban muchos demonios, <ungían con aceite> a muchos enfermos y los curaban>, y promulgado, en su carta, por el Apóstol Santiago (primer Obispo de Jerusalén) (St 5, 14-15): ¿Está enfermo, alguno de vosotros? llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después de <ungirlo con óleo>, en nombre del Señor. Y la oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo curará, y si hubiera cometido algún pecado le será perdonado”
Como definió el Concilio Tridentino (Concilio Ecuménico de Trento. Dez.908, 926), con estas palabras:
Por otra parte, como dijo el Papa
Pablo VI (Ibid):
“Testimonios sobre la Unción de los enfermos
se encuentran desde tiempos antiguos en la Tradición de la Iglesia,
especialmente en la liturgia, tanto en Oriente como en Occidente. En este
sentido se puede recordar de manera particular la carta de nuestro venerado
predecesor san Inocencio I (siglo V), al Obispo de Gubbio, y el texto de la
oración usada para bendecir el óleo de los enfermos: <Derrama desde el cielo
tu Espíritu Santo Defensor>, que fue introducida en la plegaria eucarística
y se conserva aún en el Pontifical romano” Todos estos datos, tan interesantes, sobre el Sacramento de la Unción, son casi desconocidos por los mismos creyentes, siendo como es, uno de los dones mayores que nos dejó en herencia nuestro Señor Jesucristo.
Sin duda la Iglesia en muchos aspectos necesita un nuevo impulso, es necesario como diría el Papa Benedicto XVI: <Hablar de los criterios morales que conciernen a temas como los planteados por la biomedicina en materia de sexualidad, de vida naciente, de procreación, así como en el modo de tratar y curar a los enfermos>.
Pero precisamente refiriéndonos a este último aspecto, se debería recordar también la importancia de este Sacramento de la Unción, instituido por Jesucristo, que posee tanta capacidad de sanación, y que ha sido tan ignorado, u obviado, en ocasiones necesarias.
¡Sanad a los enfermos! (Mt 10,
8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto
mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de
intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de
Cristo, medico de las almas y de los cuerpos.
Esta presencia actúa particularmente a través de los Sacramentos, y de modo especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (Jn 6, 54, 58) y cuya conexión a la salud corporal insinúa ya San Pablo en su primera carta a los corintios (I Co 11, 30)(C.I.C. nº1506, 1508, 1509).
Esta presencia actúa particularmente a través de los Sacramentos, y de modo especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (Jn 6, 54, 58) y cuya conexión a la salud corporal insinúa ya San Pablo en su primera carta a los corintios (I Co 11, 30)(C.I.C. nº1506, 1508, 1509).
San Pablo, en efecto, se dirigió al pueblo de Corintio mediante una carta en la que de acuerdo con la tradición bíblica judía, vinculaba los casos de enfermedad y muerte que se daban en dicha ciudad con los comportamientos anticristianos y especialmente con aquellos que se producían al celebrar la Última Cena del Señor (I Co 11, 26-30).
Ciertamente el Sacramento de la Eucaristía, nos pone en presencia de los acontecimientos ocurridos en el monte Calvario y nos anuncia la salvación ofrecida entonces por el Señor, como prenda de la salvación final, en los últimos tiempos, con la vuelta del Mesías para hacer justicia. Por eso San Pablo sigue diciendo en su carta (I Co 11, 31-34)
"Por el contrario, si nos
examinamos personalmente, no seremos juzgados / Aunque cuando nos juzga el
Señor, recibimos una admonición (advertencia), para no ser condenados junto con
el mundo / Por ello, hermanos míos, cuando
os reunís para comer esperaos unos a otros / Si uno tiene hambre, que coma en
su casa, a fin de que no os reunáis en condena"
Estas palabras del Apóstol y
otras muchas, de los santos Padres de la Iglesia, nos han
servido a los cristianos para comprender porque la Iglesia de Cristo, cree y
confiesa que entre los siete Sacramentos instituidos por el Señor, existe uno,
especialmente destinado a cubrir todas las necesidades de las personas enfermas
o no, que es la Eucaristía y que por eso, es conveniente, si ello es posible,
que acompañe también al Sacramento de la Unción de los enfermos, como Viático
(Catecismo de la Iglesia católica nº 1524-1525):
"Recibido en este momento del paso hacia el Padre, la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene un significado y una importancia particulares. Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según la Palabra del Señor: <El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día> (Jn 6, 54). Puesto que es Sacramento de Cristo muerto y resucitado, la Eucaristía es aquí Sacramento de paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre / sí, como los Sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía, constituyen una unidad llamada <los Sacramentos de la iniciación cristiana>. Se puede decir que la Penitencia, la Unción de los enfermos, y la Eucaristía, en cuanto Viático, constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin, <los Sacramentos que cierran la peregrinación"
El Papa Francisco, muy
recientemente, nos ha informado también, sobre este importante Sacramento de la
Unción de los enfermos, con la idea, como él mismo asegura, de <ampliar la
mirada a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de
la misericordia de Dios>. Este acontecimiento ha tenido lugar durante su
Audiencia General en la plaza de San Pedro, el miércoles día 26 de febrero de
este mismo año, 2014. Y entre muchas otras cosas interesantes manifestó:
“Jesús, en efecto, enseñó a sus discípulos a tener su misma predilección por los enfermos y por quienes sufren, y les transmitió la capacidad y la tarea de seguir dispensando en su nombre y según su corazón alivio y paz, a través de la gracia especial del Sacramento de la Unción. Esto, sin embargo, no nos debe hacer caer en la búsqueda obsesiva del milagro, o en la presunción de poder obtener siempre y de todos los modos la curación. Sino que es la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo y también al anciano, porque cada anciano, cada persona de más de 65 años, puede recibir este Sacramento, mediante el cual es Jesús mismo quien se acerca a nosotros”
Sí, Jesús se acerca entonces y
siempre para salvarnos, pero a veces nos preguntamos ¿Cómo nos salva? Incluso
algunos con impaciencia y desconocimiento del Mensaje de Cristo puede llegar a
preguntar ¿Qué significa salvar? ¿En qué consiste esa salvación?
Preguntas todas que le fueron hechas al Papa Juan Pablo II por un periodista en nombre de los seres humanos y que fueron contestadas por el Pontífice y reflejadas por dicho periodista, hoy día felizmente converso, en el libro <Cruzando el umbral de la esperanza. Ibid):
“Dios está siempre de parte de
los que sufren. Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber
aceptado libremente el sufrimiento…El hecho de que haya permanecido sobre la
Cruz hasta el final, el hecho de que sobre la Cruz haya podido decir como todos
los que sufren: <Dios mío, Dios mío ¡por qué me has abandonado? (Mc 15, 34),
este hecho, ha quedado en la historia del hombre como el argumento más fuerte.
Si no hubiera existido la agonía de la Cruz, la verdad de que Dios es Amor
estaría por demostrar…Preguntas todas que le fueron hechas al Papa Juan Pablo II por un periodista en nombre de los seres humanos y que fueron contestadas por el Pontífice y reflejadas por dicho periodista, hoy día felizmente converso, en el libro <Cruzando el umbral de la esperanza. Ibid):
Salvar significa liberar del mal. No se trata solamente del mal social, como la injusticia, la opresión, la explotación; ni solamente de las enfermedades, de las catástrofes…Salvar quiere decir liberal del <mal radical, definitivo>. Semejante mal no es siquiera la muerte. No lo es si después viene la Resurrección…La Resurrección sucede por obra de Cristo. Por obra del Redentor la muerte deja de ser un mal definitivo, está sometida al poder de la vida.
El mundo no tiene poder semejante.
El mundo que puede perfeccionar sus técnicas terapéuticas en tantos ámbitos, no
tiene poder de liberar al hombre de la muerte. Y por eso el mundo no puede ser
fuente de salvación para el hombre. Solamente Dios salva, y salva a toda la
humanidad en Cristo. El mismo nombre de Jesús (Joshua, Dios que salva), habla
de esta salvación…
Es sobre todo el amor el que posee poder salvífico. El poder salvífico del amor-según San Pablo- (Carta a los Corintios), es más grande que el puro conocimiento de la verdad: < Estas tres cosas permanecen ¡La fe, la esperanza y la caridad! pero de todas ellas la más importante ¡la más grande es la caridad! > (I Co 13, 13).
Sí, como nos recuerda el Santo Padre en su catequesis, el <corazón de Jesús es fuente de vida y santidad>, entre otras muchas cosas, expuestas en las <Letanías del Sagrado Corazón de Jesús> (Inspiradas en las fuentes bíblicas y reflejo de las experiencias más profundas de los corazones humanos) y por eso nos es grato terminar esta reflexión sobre la predilección del Señor por los enfermos y desvalidos, con la oración que se suele decir al final de las mismas:
“Omnipotente y Sempiterno Dios,
mirad el Corazón de vuestro muy amado Hijo, y a las alabanzas y satisfacciones
que os tributa en nombre de los
pecadores; conceded benigno el perdón a los que invocamos vuestra misericordia,
en nombre del mismo Jesucristo, vuestro Hijo que con Vos vive y reina, en unión
del Espíritu Santo”
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