El apóstol san Lucas, sitúa en el
tercer viaje de Jesús a Jerusalén, el momento en que Éste nos habla sobre el Sacramento
del matrimonio. Jesús terminaba su narración de la parábola del sirviente sagaz
que fue capaz de administrar bien el patrimonio de su amo, cuando observando
las burlas de algunos fariseos presentes entre las gentes que le escuchaban y
sabiendo que eran amigos del dinero, les reprendió con estas palabras (Lc 16,
15-18):
“Vosotros sois los que blasonáis
de justos delante de los hombres; más Dios conoce vuestros corazones; porque lo
encumbrado a juicio de los hombres es abominación a los ojos de Dios/ La Ley y
los profetas terminan en Juan; desde entonces es anunciada la buena nueva del
reino de Dios, y todos forcejean por entrar en él/ Pero más fácil es que pasen
el cielo y la tierra que no que caiga una sola tilde de la Ley/ Todo el que
repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y quien se casa con la
que ha sido repudiada por su marido, comete adulterio”
El Señor pone como quien dice
<el dedo en la llaga>, sabiendo que aquellos hombres acostumbraban a repudiar
a sus esposas, (Moisés consintió el repudio de la esposa en razón de la dureza
de corazón de algunos hombres, entre los que se encontraban los fariseos), por
eso Jesús les recuerda que las cosas no eran así al principio y que la <Ley
y los profetas> terminaba con san
Juan Bautista, pero aunque se iniciaba desde entonces la <Buena nueva del reino
de Dios>, la antigua Ley no se cambiaria, y ella conllevaba el pecado de
adulterio para <Todo el que repudia a
su mujer>.
Sin duda entre las leyes más importantes
de Dios, siempre tendremos que contar con aquella que nos habla de la
indisolubilidad del Sacramento del matrimonio (Lc 16, 15-18). Por eso, atendiendo
a los deseos del Señor una vez más, en este nuevo siglo, se convocó un Sínodo
de los Obispos para analizar la
situación del matrimonio y la familia.
El Papa Francisco a raíz de este
Sínodo publicó una <Exhortación Apostólica>, con el titulo <Amoris
Laetitia>, dada en Roma, durante el Jubileo
extraordinario de la Misericordia, el 19 de marzo (Solemnidad de san
José) del año 2016, en la cual, entre otras muchas cuestiones interesantes,
destacaba que:
“En algunas sociedades todavía
está en vigor la práctica de la poligamia; en otros contextos permanece la
práctica de los matrimonios combinados…En numerosos contextos, y no solo
occidentales, se está ampliamente difundiendo la praxis de la convivencia que
precede al matrimonio, así como convivencias no orientadas a asumir la forma de
un vinculo institucional.
En varios países, la legislación
facilita el avance de una multiplicidad de alternativas, de manera que un
matrimonio con notas de exclusividad, indisolubilidad y apertura a la vida,
termina apareciendo como una oferta anticuada entre otras muchas.
La fuerza de la familia
<reside esencialmente en su capacidad de amar y enseñar a amar. Por muy
herida que pueda estar una familia, esta puede crecer gracias al amor>”
El Papa Francisco parece bien
informado de lo que está sucediendo actualmente en el mundo en relación con el
sacramento del matrimonio y con la familia, por eso, en su Exhortación hace un
pequeño resumen de los muchos males que están minando dos instituciones tan
importantes para los hombres y las mujeres en cualquier lugar de nuestro
planeta.
Si nos paramos a pensar sobre las
situaciones, muchas veces funestas, que de ordinario se vienen produciendo en ambas instituciones, entendemos que éstas vienen de lejos, que
ya hace mucho tiempo que se prodigan; desde siempre los Padres de la Iglesia
católica, lo han denunciado y rechazado al igual que ahora hace el Papa Francisco.
No es que la Iglesia católica
quiera imponer sus ideas respecto al matrimonio y la familia sobre el resto de
los humanos, no, no se trata de eso, se trata de amar y de enseñar a amar a las
personas; se trata de evitar las desgracias sin fin que sufren las familias que
se han dado en llamar <desestructuradas> y que todos los días vemos
reflejadas en nuestro entorno y en cualquier país.
Las conocemos desafortunadamente
bien: malos tratos, abusos de poder, terribles crímenes entre padres e hijos, entre hermanos, entre familiares… Y una
larguísima lista de sufrimientos causados por la falta de amor entre los seres
humanos y por un egoísmo desaforado que les induce a poner el <Yo> por encima del <Tú> ó el <Nosotros>
Concretamente en su <Carta a
las familias>, el 2 de febrero de 1994,
nos daba su opinión sobre las causas por las que la humanidad había llegado a
extremos tan lamentables:
“La razón está en el hecho de que
nuestra sociedad se ha alejado de la plena verdad sobre el hombre, de la verdad
sobre lo que el hombre y la mujer son como personas. Por consiguiente, no sabe
comprender adecuadamente lo que son verdaderamente la entrega de las personas
en el matrimonio, el amor responsable al servicio de la paternidad y la maternidad,
la autentica grandeza de la generación y la educación”
No puede aceptar tampoco que
<con su muerte, el Hijo, nos ha
obtenido la redención y el perdón de los pecados en virtud de la riqueza de la
gracia que Dios derramó abundantemente sobre nosotros en un alarde de sabiduría
e inteligencia> (Ef 1, 7-8)
Por eso el Papa san Juan Pablo II
sigue diciendo en su <Carta a las Familias>:
“El racionalismo interpreta la
creación y el significado de la
existencia humana de manera radicalmente distinta; pero si el hombre pierde la
perspectiva de un Dios que lo ama y, mediante Cristo, lo llama a vivir en Él y
con Él; si a la familia no se le da la posibilidad de que participe en el gran
<misterio>: ¿Qué queda sino la sola dimensión temporal de la vida? Queda
la vida temporal como terreno de lucha por la existencia, de búsqueda afanosa
de la ganancia, la económica ante todo.El gran <misterio>, el sacramento del amor y de la vida, que tiene su inicio en la creación y en la redención, y del cual es garante Cristo-esposo, ha perdido en la mentalidad moderna sus raíces más profundas. Está amenazado en nosotros y a nuestro alrededor”
Es por todo esto, que muchas
parejas se sienten inclinadas a seguir, la corriente, a seguir la moda, en
materia tan delicada como el Sacramento del matrimonio y la formación de una
familia. Incluso lamentablemente, muchos
jóvenes se hacen la clásica pregunta: ¿por qué tiene que ser el matrimonio la
única unión entre dos personas?
Sin embargo, el Papa Benedicto XVI durante el
encuentro con los novios el 11 de septiembre de 2011 aseguraba que:
“Sólo un ámbito de fidelidad
realmente sólida es conforme a la dignidad de la convivencia humana. Y no solo por lo que respecta a la responsabilidad frente al otro, sino también frente a los hijos que podrán nacer de esa relación. Desde este punto de vista, el matrimonio nunca es un asunto meramente privado, sino que tiene un carácter público, social. De ello depende la configuración fundamental que estructura a la sociedad...
Por otra parte, cuando dos personas se entregan mutuamente y, juntas dan vida a los hijos, también ahí se implica lo sagrado, el misterio del ser humano, que va mucho más allá del derecho a disponer de uno mismo. En cada ser humano está presente el misterio divino.
Por eso la unión entre el hombre
y la mujer desemboca de forma natural en lo religioso, en lo sagrado, en la
responsabilidad asumida ante Dios. Esa asunción de responsabilidad es necesaria
y hunde sus raíces y su motivación precisamente en el Sacramento.
Por eso, cualquier otro forma de
unión es una vía de escape con la que esquivar la propia responsabilidad frente
al otro y frente al misterio del ser persona, introduciendo una labilidad que
acarrea sus propias consecuencias”
Cuánta razón tenía este sabio
Papa, cuando nos hablaba sobre las
consecuencias de la convivencia entre hombre y mujer al margen de vínculos
jurídicos. La falta de responsabilidad conlleva la falta de compromiso para
asumir con inteligencia los problemas de la vida diría en el seno familiar. Ahí tenemos las situaciones
deplorables observadas en las familias
desestructuradas, donde los hijos se pueden encontrar con dos padres, y lo mismo podría ocurrir en el
caso de las madres. Ante tales situaciones, los hijos se tienen que sentir
sobrepasados, al sufrir el resultado de la infidelidad de unos padres a los que
quieren, pero a los que casi siempre no llegan a entender.
Muchas de estas criaturas se
vuelven caprichosas y hasta violentas, mientras que otras pueden entrar en
terrible depresión. También se reflejan estas situaciones en el fracaso escolar
y el abandono de los estudios. Detrás de unas malas notas escolares, si
ahondáramos en el seno familiar encontraríamos probablemente problemas en la
pareja por temas de infidelidad y falta de responsabilidad.
Hijos del mismo padre y de
distintas madres, por ejemplo, se pueden encontrar en la situación azarosa de
formar parte de una familia, de una familia muy especial, nada clásica, y
lógicamente esto conlleva algunos problemas de convivencia. Situaciones así se
dan en la actualidad, pero ya se daban también en siglos pasados, cuando aún
existía un concepto más humano de la familia, y se presentía el mal que todo
esto podría acarrear a tantas criaturas. Así se expresaba una de estas
criaturas (imaginaria) al hablar de sus hermanastras, en una obra del Premio
Nobel de Literatura 1922, Jacinto Benavente:
“Entre nosotras no hay nada que
pueda unirnos; ni los recuerdos, ni el haber conocido a la misma madre, ni
siquiera el haber rezado las mismas oraciones. De distinta patria, de religión
distinta…Ellas que hablan con desprecio de
mi madre, yo que miro con más desprecio a la suya…Podemos llamarnos hermanas, no
podemos serlo. Para ser hermanas hay que haberlo sido siempre; hay que ser
hijos del mismo padre y de la misma madre, en una misma familia, con los mismos
recuerdos, alegres, tristes, con la misma vida…” (Cuando los hijos de Eva no
son los hijos de Adán; Comedia en tres actos estrenada en 1931, en
Madrid-España)
Así es, como decía el Papa Benedicto XVI refiriéndose a las palabras con las que se celebra el matrimonio, éstas tienen un carácter definitivo:
"<Te acepto (como legitima esposa/ como legitimo esposo) y te prometo fidelidad en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad. Prometo amarte, respetarte y honrarte todos los días de mi vida>...
El amor humano y la responsabilidad que se asume con estas palabras tienen un carácter definitivo. No deberíamos obstinarnos en querer encontrar una explicación racionar para cada pequeño detalle.
Aquí viene en nuestra ayuda la sabiduría de la tradición que en definitiva, coincide con la palabra de Dios. La dignidad del ser humano tan solo viene plenamente respetada a condición de hacer de sí mismo un don total, sin reservarse el derecho a poner en discusión ese don ni a revocarlo. No es un contrato temporal sino un ceder incondicionalmente el propio <yo> a un <tú>. La entrega a otra persona sólo puede ser acorde a la naturaleza humana si el amor es total y sin reserva”
Por eso como aconsejaba también este
Pontífice a los jóvenes y a los ya no tan jóvenes (El amor se aprende. Las etapas de la familia; Benedicto XVI; Romana
Editorial, S.L. 2012):
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