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sábado, 7 de septiembre de 2019

LA VIRGINIDAD DE MARÍA: MADRE DE DIOS



“En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret / a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David. La virgen se llamaba María”

Así mismo,  el apóstol San Mateo afirma, al igual que San Lucas, que la concepción del Hijo de María, se llevó a cabo por la intervención del Espíritu Santo (Mt 1, 18):

“La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo” 

 
 
 
Por otra parte el evangelista San Lucas también manifiesto de forma clara y sin ambages que María era la Madre de Jesús en su libro de <Los Hechos de los Apóstoles>. Lo hizo al principio de su relato, al hablarnos sobre la Iglesia primitiva de Jerusalén, tras la Ascensión  del Señor (Hch 1, 12-14):

“Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que está cerca de Jerusalén a la distancia de un camino permitido en sábado / Y cuando llegaron subieron al Cenáculo donde vivían Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes, y Judas el de Santiago / Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y algunos de sus parientes” 

 
Desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad  virginal de María.  Como permiten intuir los Evangelios de la infancia, ya las primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María sobre las circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento del Salvador.

 
 
En particular, el relato de la Anunciación responde al deseo de los discípulos  de conocer de modo más profundo los acontecimientos relacionados con los comienzos de la vida terrena de Cristo resucitado. En última instancia, María está en el origen de la revelación sobre  el misterio de la concepción virginal por obra del Espíritu Santo. Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia significativa de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la incluyeron  entre las afirmaciones básicas de su fe.

En realidad, Jesús, hijo de José según la ley, por una intervención extraordinaria del Espíritu Santo, en su humanidad es hijo únicamente  de María, habiendo nacido  sin intervención de hombre alguno.
Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, pues arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya que la generación virginal es signo de que Jesús tiene como  padre a Dios mismo. Como nos recordaba el Papa San Juan Pablo II en su catequesis del 24 de julio del año 1996:
 
 
 


María <llena de gracia> (Lc 2, 28), fue enriquecida con una perfección de santidad que, según la interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de su existencia: el privilegio único de la Inmaculada Concepción influyó en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Nazaret.

Así pues, se debe afirmar que lo que guio a María hacia el ideal de la virginidad fue una inspiración excepcional del Espíritu Santo que, en decurso de la historia de la Iglesia, impulsaría a tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virginal.
 
 
 
La presencia singular de la gracia en vida de María lleva a la conclusión de que la joven tenía compromiso de virginidad. Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio de su existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuerpo, a Dios con el ofrecimiento de su virginidad”

 
Por eso, sobre la concepción virginal de Jesús, el Papa San Juan Pablo II se expresó en los siguientes términos en su catequesis del 31 de julio de 1996:

“Dios ha querido, en su designio salvífico, que su Hijo unigénito naciera de una Virgen. Esta decisión divina implica una profunda relación entre la virginidad de  María y la encarnación del Verbo.

<La mirada de la fe, unida al conjunto de la revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres> (C.I.C nº 502)


 
La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los Padres, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como profesamos en el símbolo Niceno-Constantinopolitano (Credo basado en el  Concilio de Nicea del año 325 y en el primer Concilio de Constantinopla del año 381).

Sí, los Padres de la primitiva Iglesia católica se tomaron muy en serio la maternidad virginal de la Virgen María, en contra de las herejías que promulgaban lo contrario con la intención de rebatir el origen divino de Cristo.
 
 
María es la única virgen que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones en la persona  de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María sencillamente la <Virgen>, incluso cuando celebraban su maternidad


Sin duda el Papa San Juan Pablo II, fue uno de los Pontífices de la Iglesia de Cristo más devotos de la Virgen María, como demostró sobradamente en sus catequesis  sobre la Madre de Dios, recogidas por la Iglesia, para  la posteridad y regocijo de los creyentes.

En 1996 este Papa nos habló en numerosas ocasiones de la Madre de Jesús tal como hemos venido recordando, concretamente en la Audiencia General del miércoles 27 de noviembre de este mismo año aseguraba:
 
 
 
 
“La contemplación del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen santísima como a la Madre de Jesús, sino reconocerla como Madre de Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde los primeros siglos de la era cristiana, como parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia, hasta el punto de que fue proclamada solemnemente en el año 431 por el Concilio de Éfeso"


Ya en el siglo III, como se deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración:


En este antiguo testimonio aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotókos, (Madre de Dios)…
En el siglo IV, el término Theotókos ya se usa con frecuencia tanto en Oriente como en Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez más a menudo a ese término, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de fe de la Iglesia.

Por ello se comprende el gran movimiento de protestas que surgió en el siglo V cuando Nestorio puso en duda la legitimidad del título de <Madre de Dios>.

En efecto, al pretender considerar a María sólo como madre  del hombre Jesús, sostenía que sólo era correcta la expresión doctrinal <Madre de Cristo>. Lo que indujo a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas –divina y humana- presente en Él.

 
"El Concilio de Éfeso, en el año 431, condenó su tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios”

Por otra parte, en el concilio Vaticano II (Lumen Gentium) se destacó el contraste existente entre el modo de actuar de la primera mujer, Eva, y la Virgen María. El Papa Juan Pablo en su Audiencia del 18 de septiembre de 1996 hizo hincapié en este interesante tema:

“De la misma manera que Eva había sido seducida por el discurso de un ángel (malo), hasta el punto de alejarse de Dios desobedeciendo a su palabra, así María recibió la buena nueva por el discurso de un arcángel (San Gabriel), para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su Palabra…
Al pronunciar su <sí> total al proyecto divino, María es plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro está vinculado a su respuesta.

Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El <sí> de María es la premisa para que se realice el designio de Dios, en su amor; trazó la salvación del mundo”

Está inserta en una historia de fe y de esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia. Y se somete libremente a la palabra recibida, a la voluntad divina en la obediencia de la fe…
Quién como María está totalmente abierto a Dios, llega a aceptar el querer divino, incluso si es misterioso, también si a menudo no corresponde al propio querer y es una espada que traspasa el alma, como dirá proféticamente  el anciano Simeón a María, en el momento de la presentación de Jesús en el Templo…

 
 
María y José llevan al hijo a Jerusalén, al Templo, para presentarlo y consagrarlo al Señor como prescribe la ley de Moisés: <Todo varón primogénito será consagrado al Señor> (Lc 2, 22-24). Este gesto de la Sagrada Familia adquiere un sentido aún más profundo si leemos a la luz de la ciencia evangélica, de Jesús con doce años que, tras buscarle durante tres días, le encuentran en el Templo mientras discutía entre los  maestros…

María debe renovar la fe profunda  con la que ha dicho sí en la Anunciación; debe aceptar que el verdadero Padre de Jesús tenga la precedencia; debe saber dejar libre a aquel Hijo que ha engendrado para que siga su misión.

El <sí> de María a la voluntad de Dios, en la obediencia de la fe, se repite a lo largo de toda su vida, hasta el momento más difícil, en el de la Cruz.

Ante todo esto, podemos preguntarnos: ¿Cómo pudo María vivir este camino junto a su Hijo con una fe tan firme, incluso en la oscuridad, sin perder la plena confianza en la acción de Dios?”

 
 

 
“En su sencillez, María es muy sabia: No duda del poder de Dios, pero quiere entender mejor su voluntad, para adecuarse completamente a su voluntad. María es superada completamente por el Misterio, y sin embargo ocupa perfectamente el lugar que le ha sido asignado en su centro.
Su corazón y su mente son completamente humildes, y, precisamente por su singular humildad, Dios espera el <sí> de esa joven para realizar su designio. Respeta su dignidad y su libertad.

El <sí> de María implica a la vez la maternidad y la virginidad, y desea que todo en ella sea  para gloria de Dios, y que el Hijo que nacerá de ella sea totalmente don de gracia"

 
 
"La virginidad de María es única e irrepetible; pero su significado espiritual atañe a todo cristiano. En definitiva, está vinculada a la fe: de hecho, quien confía profundamente en el amor de Dios, acoge en sí a Jesús por la acción del Espíritu Santo”     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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