A San José, Esposo de la Santísima
Virgen la Iglesia lo venera como Patrono de la <buena muerte>, porque en su paso a la otra vida, lógicamente
tuvo que tener muy cerca a su esposa la Virgen María y a su Hijo adoptivo,
Nuestro Señor Jesucristo, y ésta es sin duda la más hermosa forma de entregar
el alma a Dios.
Su vida es prácticamente
desconocida, salvo por las narraciones de los apóstoles del Señor, san Mateo y
san Lucas referidas a la infancia de
Cristo. Ambos evangelistas prueban de forma concluyente en sus libros que José
era descendiente de la casa del rey David. El Canciller de la Universidad de
París, Jean Gerson (1363-1429), durante la Natividad de la Virgen, en su
disertación, manifestó que la Divina
Providencia había previsto que este hombre elegido por Dios para ser el padre
adoptivo de Jesús fuese de sangre real, pero pobre, porque debiendo nacer el Señor en la humildad de un establo, no podía escoger
a un hombre rico que viviese en la opulencia (Concilio de Constanza).
Como podemos leer en el libro del
Papa Benedicto XVI, titulado <La infancia de Jesús>:
“Mateo nos dice en primer lugar
en su Evangelio que María era prometida de José. Según el derecho judío
entonces vigente, el compromiso significaba ya un vínculo jurídico entre las
dos parte, de modo que María podía ser llamada la mujer de José, aunque aún no
se había producido el acto de recibirla en su casa, lo que fundaba la comunión
matrimonial.
Como prometida, <<la mujer
seguía viviendo en el hogar paterno y se mantenía bajo la <patria potestad>.
Después de un año tenía lugar su acogida en casa, es decir, la celebración del matrimonio>> (Gnilka, Matthäus, I,
p. 17).
Ahora bien, José constató que María
<esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo> (Mt 1, 20-25)”.
La zozobra que probablemente pudo
afectar a San José con respecto a la recepción de María, en su casa, se vio
pronto subsanada por la aparición, en sueño, de un ángel del Señor que le dijo
(Mt 1, 20-25):
-José hijo de David, no temas
recibir en tu casa a María, tu mujer, pues lo que se engendró en ella es del
Espíritu Santo.
-Dará a luz un hijo, y le pondrás
por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.
-Todo esto ha acecido a fin de
que se cumpliese lo que dijo el Señor por el profeta que dice (Is 7, 14):
-<He aquí que una virgen
concebirá y parirá un hijo, y lo llamarán Emmanuel>, que traducido quiere decir
<Dios con nosotros>.
-Despertó del sueño, hizo como le
ordenó el ángel del Señor, y recibió consigo a su mujer;
-la cual, sin que antes le
conociese, dio a luz un hijo, y él le puso por nombre Jesús (Yehoshuah, que en
hebreo quiere decir Yahvé salva).
Como sigue recordando en su libro
el Papa Benedicto XVI (La infancia de Jesús; Editorial Planeta S.A. 2012):
“En esa decisión, Mateo ve un
signo de que José era un hombre justo (Mt 1, 19).
La calificación de José como
hombre justo (zaddik) va mucho más allá de la decisión de aquel momento: ofrece un cuadro completo
de San José y, a la vez, lo incluye entre las grandes figuras de la Antigua
Alianza, comenzando por Abraham, el justo…
El Salmo 1 ofrece la imagen
clásica del <justo>. Así pues,
podemos considerarlo casi como un retrato de la figura espiritual de san José.
Justo según este Salmo, es un
hombre que vive en intenso contacto con la Palabra de Dios: <que su gozo
está en la ley del Señor> (v.2). Es como un árbol que, plantado junto a los
cauces del agua, da siempre fruto.
La imagen de los cauces de agua
de las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la palabra viva de Dios,
en la que el justo hunde las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es
para él una ley impuesta desde fuera, sino un <gozo>.
La ley se convierte
espontáneamente para él en <evangelio>, buena nueva, porque la interpreta
con aptitud de apertura personal y llena de amor a Dios, y así aprende a
comprenderla y a vivirla dentro”
José era de profesión carpintero,
pero como nos recuerda san Epifanio, aunque el oficio fuese humilde, en
aquellos tiempos, teniendo en cuenta sus antepasados reales, los cierto es que
se nos presenta como el hombre más noble y fiel a los ojos de Dios, al
escogerle como tutor de su Unigénito Hijo; y como asegura San Bernardo,
tratándose de quién había sido llamado a ser en la tierra <agente y
secretario del Altísimo en el misterio de la Encarnación y archivo de sus
mayores secretos>.
Aproximadamente unos seis meses
después de sus desposorios con la Virgen, san José tuvo que emprender viaje
desde Nazaret, lugar donde residía y tenía su trabajo a la ciudad de Belén,
obedeciendo al decreto del emperador Augusto, que ordenó registrar los nombres de todos los vasallos del
Imperio. Precisamente en Belén estaba el solar de la Casa de David a la que
José pertenecía.
Es interesante recordar en este
punto, que el decreto de Augusto para registrar fiscalmente a todos los
ciudadanos lleva a José, junto con su esposa María, a Belén, la ciudad de
David, y ello sirve para que se cumpla la promesa del profeta Miqueas, según la
cual el Pastor de Israel habría de nacer en aquella ciudad (Miq 5, 1-3):
-En cuanto a ti, Belén Efrata, la
más pequeña entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de ser soberano de
Israel. Sus orígenes se remontan a los tiempos antiguos, a los días de antaño.
-Por eso el Señor abandonará a los suyos hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a
luz.
Entonces los que aún queden
volverán a reunirse con sus hermanos israelitas.
-El se mantendrá firme y
pastoreará con la fuerza del Señor, y con la majestad del nombre del Señor su Dios.
Ellos vivirán seguros, porque
extenderán su poder hasta los confines de la tierra.
“Sin saberlo, el emperador
contribuyó al cumplimiento de la promesa: la historia del Imperio romano y la
historia de la salvación, iniciada por Dios con Israel, se compenetran
recíprocamente. La historia de la elección de Dios, limitada hasta entonces a
Israel, entra en toda la plenitud del mundo, de la historia universal. Dios que
es el Dios de Israel y de todos los pueblos, se muestra como el verdadero guía de toda la historia”
Después del nacimiento del Hijo
de Dios en Belén, José pensó en fijar su residencia en Jerusalén, pero a causa
de la persecución de Herodes para matar a aquel niño que creía podría ser un
gran peligro para él, un ángel del Señor le advirtió que se retirará a Egipto
con Jesús y la Virgen, hasta que pasara el peligro. La crueldad de este rey era
terrible tal como nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“En el año 7 a.C., Herodes había
hecho ajusticiar a sus hijos Alejandro y Aristóbulo porque presentía que eran
una amenaza para su poder. En el año 4 a.C, había eliminado por la misma razón
también a su hijo Antípater. El pensaba exclusivamente en mantener el poder
absoluto que había alcanzado y al saber, por los Magos, de un posible pretendiente
al trono debió de ponerse en guardia, en contra de él. Visto su carácter,
estaba claro que ningún escrúpulo le habría frenado.
<Al verse burlado por los
Magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para
abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había
averiguado de los Magos> (Mt 2, 16)…
Para el evangelista, la historia de Israel
comienza otra vez y de un modo nuevo con el retorno de Jesús de Egipto a
la Tierra Santa…”
Realmente el regreso de José con
Jesús y María, después del destierro de Egipto no fue a Jerusalén como él en
principio habría deseado, porque de nuevo un ángel del Señor le advirtió de que
Arquelao, el más cruel de los hijos de Herodes, reinaba por entonces en
Jerusalén y en Belén.
Los evangelistas nada más nos
dicen referente a san José, después de esto, salvo que Jesús, junto con sus padres, se fue a vivir a
Nazaret y de esta forma se cumplió de nuevo lo anunciado por los profetas en el
sentido de que sería llamado el nazareno (Is 8, 23- 9,2) y (Mt 4, 14-16).
No cabe duda que sobre la figura
de san José se sabe muy poco, pero los
creyentes nos sentimos impresionados ante la idea de que él fue digno de
<custodiar los más ricos tesoros del cielo y de la tierra, y tuvo la dicha
inefable de vivir en un taller, adonde se había trasladado la gloria del
Paraíso> en palabras del P. Fr. Justo
Pérez de Urbel.
Su fiesta se hizo universal en el
siglo XVII, fue proclamado patrono de obispados, de países, de órdenes
religiosas… y ello dio lugar a que el Papa Pio IX en el año 1870 le proclamara
<patrono universal>, mediante su decreto
<Quemadmodum Deus>.
A finales del siglo IXX el Papa
León XIII publicó la Carta Encíclica dedicada a san José con el titulo
<Quamquam pluries>. En general todos los Pontífices de los últimos siglos
han sido devotos del Patriarca san José, por el cual han sentido gran admiración
y cariño. Así por ejemplo al Papa Pio X se debe la aprobación de la
<Letanía en Honor a san José> y la
autorización de su inserción en los libros litúrgicos.
Benedicto XV publicó en 1920,
poco después de la 1ª Guerra Mundial, una Carta Encíclica sobre la paz y más
tarde, una Carta Motú Proprio, invitando a todos los Obispos del mundo a
celebrar el cincuentenario del patronazgo de san José, animando también a su
grey a proseguir con la devoción a san José y a la Sagrada Familia. Pio XI
también fue un gran devoto de san José, y con ocasión de la beatificación de varios santos franceses, se refirió al
patronazgo de san José con estas sentidas palabras:
“Este es un santo que al entrar en la vida y se desgastó cumpliendo una
misión de parte de Dios, la misión de conservar la pureza de María, de proteger
a nuestro Señor, y de esconder, por medio de su admirable cooperación el
secreto de la Redención. La santidad incomparable de san José tiene sus raíces
en la grandeza de esta misión, ya que no fue confiada a ningún otro santo…Es
evidente que en virtud de tan alta misión, san José poseía ya el titulo de gloria que le corresponde, el
de Patrono de la Iglesia Universal”
Muchos santos y santas lo han
considerado su modelo y abogado, así Santa Teresa de Jesús (Doctora de la
Iglesia) escribía esta bella semblanza suya:
“Tomé por abogado y señor al
glorioso san José y me encomendé mucho a él… A otros santos parece les dio el
Señor gracia para socorrer en una necesidad; este glorioso santo tengo
experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que,
así como le fue sujeto en la tierra y como tenía el nombre de padre, siendo
ayo, le podía mandar así en el cielo hacer cuanto le pide”
Hay muchas oraciones dedicadas al
Patriarca san José, una de las más bellas, a nuestro juicio, es ésta para pedir
la pureza:
“¡Oh custodio y padre de
vírgenes, san José, a cuya fiel custodia fue encomendada la misma inocencia,
Cristo Jesús, y la Virgen de las Vírgenes, María! Por estas dos carísimas
prendas, Jesús y María, te ruego y suplico me alcance la gracia de que,
preservado de toda impureza, pueda servir siempre castísimamente, con alma
incontaminada, con corazón puro y con cuerpo casto, a Jesús y a María. Amén”
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