El Papa Francisco en la
<Audiencia General> de los miércoles del año 2015 dedicaba su catequesis
al hombre y a la mujer con vistas a formar una familia. El les hablaba con el
corazón en la mano, como se suele decir, que es por otra parte la manera
cordial y cercana que este Pontífice tiene por costumbre utilizar al dirigirse
a su grey:
“Como todos sabemos, la diferencia sexual está presente en muchas formas de vida, en la larga serie de los seres vivos. Pero sólo en el hombre y en la mujer esa diferencia lleva en sí la imagen y semejanza con Dios: el texto bíblico lo repite tres veces en dos versículos (Gen 1, 26-27): <hombre y mujer son imagen y semejanza de Dios>.
La diferencia entre hombre y
mujer no es para la contraposición, o subordinación, sino para la comunión y la
generación, siempre a imagen y semejanza de Dios…
La cultura moderna y
contemporánea ha abierto nuevos espacios, nuevas libertades y nuevas
profundidades para el enriquecimiento de la compresión de lo que es ser hombre
ó mujer, pero ha introducido también muchas dudas y mucho escepticismo…
Sí, corremos el riesgo de dar un
paso hacia atrás. La remoción de la diferencia, es el problema, no la solución.
Para resolver sus problemas de relación, el hombre y la mujer deben en cambio
hablar más entre ellos, escucharse más, conocerse más, quererse más. Deben
tratarse con respeto y cooperar con amistad” (Audiencia General; miércoles 15
de abril de 2015)
En este sentido, recordemos que la historia suele presentar distintas etapas; así, se habló de una <primera etapa>, refiriéndose al movimiento desarrollado en Inglaterra y los Estados Unidos durante el siglo XVIII y principios del XIX.
Se habló también de una
<segunda etapa> (primera mitad del
siglo XX) e incluso de una <tercera
etapa> que se situaba hacia finales del siglo XX (más concretamente a partir
del año 1970) que se extendió hasta finales del siglo XX. Por
último, se habla hoy en día de una <cuarta etapa>,
ya dentro del siglo XXI
En general las crónicas nos revela, sin duda, la historia de deriva constante de la humanidad, desde sus inicios, hacia un paganismo y alejamiento de Dios, que ha conducido a la situación actual de declive profundo hacia un anticlericalismo arrebatado e intransigente.
Ha sucedido lo que anunciaba el
Papa san Juan Pablo II en el año 1988 en su Carta Apostólica <Mulieris
dignitatem), y que el denunciaba con estas sentidas palabras: “La mujer en nombre de la
liberación del –dominio del hombre- no puede tender a apropiarse de las características
masculinas, en contra de su propia originalidad femenina… Por dicho camino no
llegará a realizarse y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye
su riqueza esencial…”
Riqueza esencial que fue puesta en valor por nuestro Señor Jesucristo, tal como nos demuestra la lectura de los Santos Evangelios (Jn 12, 1-8),
y siempre nos han recordado los
Padres y Pontífices de la Iglesia a lo largo de todos estos siglos. Así, por ejemplo, hacia mediados
del siglo XX, el Papa Pablo VI, tras la clausura del Concilio Ecuménico
Vaticano II, enviaba un mensaje a las mujeres, recordándoles el importante
papel que Dios les dio desde el mismo momento de su creación (Mensaje a las
mujeres. Pablo VI ,8 de diciembre de 1965):
“La Iglesia está orgullosa de haber elevado y liberado a la mujer, de haber hecho restablecer, en el curso de los siglos, dentro de la diversidad de los caracteres su innata igualdad con el hombre. Pero ha llegado la hora, en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora…
Entre otras recomendaciones de
este Pontífice a la mujeres, están: la
de velar por el porvenir de nuestra especie, deteniendo la mano del hombre que
en <un momento de locura intentase destruir la civilización humana>, la
de recordar siempre que <una madre pertenece, por sus hijos, a ese porvenir
que ella no verá probablemente>, y la de que la sociedad llama también a las
mujeres solteras, porque <las mismas familias no pueden vivir sin la ayuda
de aquellas que no tienen familia>.
Tiene también un recuerdo muy
cariñoso para las mujeres vírgenes consagradas, ya que <Jesús, que dio al
amor conyugal toda su plenitud, exaltó también el renunciamiento a ese amor
humano cuando se hace por Amor infinito y por el servicio a todos> (Mt 19,
12).
Por último exclama, en este
mensaje que toda mujer debería leer, aún en nuestros días:
“Mujeres que sufrís, en fin, que
os mantenéis firmes bajo la Cruz a imagen de María: Vosotras, que tan a menudo,
en el curso de la historia, habéis dado a los hombres la fuerza para luchar
hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio, ayudadlos una vez más a conservar
la audacia de las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia y el
sentido de los comienzos humildes.
Mujeres, vosotras, que sabéis hacer la verdad dulce, tierna, accesible, dedicaos a hacer penetrar el Espíritu del Concilio en las instituciones, las escuelas, los hogares, y en la vida de cada día.
Mujeres del Universo todo,
cristianas o no creyentes, a quiénes os está confiada la vida, en este momento tan
grave de la historia, a vosotras toca salvar la paz del mundo”
Pablo VI (Giovanni Battista
Montini; 1963-1978) se encontró con la gran dificultad de proseguir, hasta dar
término, al Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII,
en un ambiente muy enrarecido de la sociedad, caracterizado por lo que se ha
dado en llamar (guerra fría), y con conflictos bélicos tan importantes como la
guerra de Vietnam, o los enfrentamientos armados en Medio Oriente, y por
supuesto en África.
Por eso, no es de extrañar, que
este Pontífice al que tanto le preocupaba la paz del mundo, como demostró
precisamente en 1965 en su mensaje a las mujeres, para que le ayudaran en sus
propósitos, tuviera una intervención en la Asamblea General de las Naciones
Unidas, en donde trató de mentalizar a las naciones sobre la necesidad de una
paz duradera y justa, y así mismo también instituyera las <Jornadas
Mundiales de la Paz>.
Las mujeres de todo el mundo se
debieron sentir conmovidas ante este mensaje del Papa, pero los acontecimientos
de la época unidos al creciente mal estado de la moralidad de los pueblos
hicieron imposible los deseos de éste santo varón.
Los Pontífices anteriores, ya lo
habían denunciado, así el Papa Pío XII (Eugenio Pacelli 1939-1958) en 1952 en
un discurso sobre los <errores de la moral de la situación> o nueva
concepción de la ley moral, éste Papa con alto dolor se expresaba en los
términos siguientes:
“El signo distintivo de ésta
moral es que no se sabe en manera alguna sobre las leyes morales universales,
como por ejemplo los Diez Mandamientos, sino sobre las condiciones o circunstancias
reales o concretas en las que tiene que obrar y según las cuales la conciencia
individual puede juzgar y elegir…
La ética nueva (adaptada a las circunstancias) dicen sus autores, es eminentemente individual. En la determinación de la conciencia, cada hombre en particular se encuentra directamente con Dios y ante Él se decide, sin intervención ninguna de ley, de ninguna autoridad, de ninguna comunidad, de ningún culto o confesión, y de ninguna manera. Aquí sólo existe el yo del hombre y el yo del Dios personal…” (Discurso al Congreso de la Federación Mundial de las juventudes católicas 1952)
Como también aseguraba el Papa a
las mujeres jóvenes, futuras madres, o no, de la sociedad de mediados del siglo
XX, <la nueva moral, que se estaba tratando de implantar se hallaba tan
fuera de la ley de los principios católicos, que hasta un niño que supiera el
catecismo lo vería.
Hablaba el Papa Pío XII con
conocimiento de causa de todos los problemas que de esta situación se estaban
derivando y que en un futuro podrían verse acrecentados, con la expansión de
peligrosas corrientes del pensamiento moral, y por eso aconsejaba finalmente a
las mujeres que inculcaran a sus futuros hijos, a sus alumnos o parientes, en
primer lugar, la costumbre de orar a Dios,
y en segundo lugar, que les hicieran comprender a las gentes jóvenes que estar orgullosos u orgullosas de mantener la fe en Cristo y su Iglesia cuesta trabajo, pero que <han de acostumbrarse desde la primera edad a hacer sacrificios por su fe, a caminar delante de Dios en rectitud de conciencia, a reverenciar lo que Él ordena>.
Son consejos válidos también para
el actual siglo XXI, que tan mal marcha ante el comportamiento moral y las
buenas costumbres… consecuencia, seguramente, de aquellos primeros intentos de
los hombres de quitar de en medio a Dios, para ponerse ellos en su lugar…
El individualismo, el narcisismo
y el laicismo desatado han ido creciendo, junto con otros <ismos> y en la
actualidad la situación es gravemente peligrosa y muy próxima al paganismo
profundo que reinaba en vida de Jesús y sus apóstoles.
Por otra parte, el Papa san Juan
Pablo II se dio pronto cuenta de lo que estaba sucediendo y de lo que podría
suceder en un futuro y por eso en su Carta Encíclica <Redemptor Hominis>
de 1979 aseguraba que <el Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del
Cosmos y de la historia>.
Él se preguntaba entonces, al comienzo de su Pontificado: ¿Cómo? ¿De qué modo hay que proseguir? ¿Qué hay que hacer a fin de que este nuevo Adviento de la Iglesia, próximo ya al final del segundo milenio, nos acerque a Aquel que la Sagrada Escritura llama: Padre sempiterno < Pater futuri saeculi>. El denunciaba también, en esta amplia y fundamental Carta Encíclica, la existencia de graves peligros y amenazas para los seres humanos. En efecto, decía:
“La situación del hombre en el
mundo contemporáneo parece distante tanto de las exigencias objetivas del orden
moral, cómo de las exigencias de la justicia o aún más del amor social”
Por su parte, el Papa Francisco recogiendo
todos los pensamientos y enseñanzas de sus antecesores en la Silla de Pedro ha querido
también contribuir, en este sentido, en beneficio del hombre y de la mujer y
así, por ejemplo, lo comprobamos en su Audiencia General del 22 de abril de
2015:
“El Espíritu Santo, que inspiró
toda la Biblia, sugiere por un momento que a la imagen del hombre solo -le falta algo- , sin la mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios,
casi el sentimiento de Dios que lo observa, que observa a Adán solo en el
jardín: es libre, es señor,…pero está solo.
Y Dios ve que esto <no es
bueno> -dice Dios- y añade: voy a
hacerle alguien como él, que le ayude (Gen 2, 18).Entonces Dios presenta al hombre
todos los animales; el hombre da a cada uno de ellos su nombre –y es esta otra
imagen del señorío del hombre sobre la creación- , pero no encuentra en ningún
animal al otro semejante a sí.
El hombre sigue solo. Cuando Dios le presenta a la mujer, el hombre reconoce exultante que esa criatura, y sólo ella, es parte de él: <es hueso de mis huesos y carne de mi carne> (Gen 2, 23). Al final hay un gesto de reflejo, una reciprocidad.
Cuando una persona -es un ejemplo
para comprender bien esto- quiere dar la mano a la otra, tiene que tenerla
delante: si uno tiende la mano y no tiene a nadie, la mano queda allí…, falta
la reciprocidad.
La mujer no es una réplica del
hombre; viene directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la
<costilla> no expresa en ningún sentido inferioridad o subordinación,
sino, al contrario, que el hombre y la mujer son de la misma sustancia y son
complementarios y que tienen también esta reciprocidad.
Y el hecho de que –siempre en la
parábola- Dios plasme a la mujer mientras el hombre duerme, destaca
precisamente que ella no es de ninguna manera una criatura del hombre, sino de
Dios. Sugiere también otra cosa: para encontrar a la mujer –y podemos decir
para encontrar el amor de la mujer-, el hombre primero tiene que soñarla y
luego la encuentra.
La confianza de Dios en el hombre
y en la mujer, a quienes confía la tierra, es generosa, directa, plena. Se fía
de ellos. Pero he aquí que el maligno introduce en su mente la sospecha, la
incredulidad, la desconfianza. Y al final llega la desobediencia al mandamiento
que los protegía. Caen en ese delirio de omnipotencia que contamina todo y
destruye la armonía”
Así sucedió con el primer hombre y la primera mujer según el libro del Génesis, por eso, también según este libro, Dios llegó a la siguiente conclusión (Gen 3, 22-24):
“Exclamó <Ahí tenéis al hombre
vuelto como uno de nosotros, discernidor del bien y del mal. Ahora, pues, no
vaya a alargar la mano y tome también
del árbol de la vida, coma de él y viva eternamente> / Y expulsóle Yahveh Dios del vergel de Edén a
trabajar la tierra, de la que había sido tomado / Cuando hubo arrojado al
hombre, puso al oriente de Edén
querubines con espada de hoja fulgurante para guardar el camino del
árbol de la vida”
Como asegura el Papa Francisco,
refiriéndose al pecado original y al pecado en general (Ibid):“El pecado genera desconfianza entre
el hombre y la mujer. Su relación se verá acechada por mil formas de abuso y
sometimiento, seducción engañosa y prepotencia humillante, hasta la más
dramáticas y violentas. La historia carga las huellas de todo eso.
Pensemos, por ejemplo, en los excesos negativos de las culturas patriarcales. Pensemos en las múltiples formas de machismo donde la mujer ha sido considerada de segunda clase…
Pensemos en definitiva en la
reciente epidemia de desconfianza, de escepticismo, e incluso de hostilidad que
se difunde en nuestra cultura -en especial a partir de una comprensible
desconfianza de las mujeres- respecto a una alianza entre hombre y mujer que
sea capaz, al mismo tiempo, de afirmar la intimidad de la comunidad y
cuestionar la dignidad de la diferencia.
Si no encontramos un sobresalto
de simpatía por esta alianza, capaz de resguardar a las nuevas generaciones de
la desconfianza y la indiferencia, los hijos vendrán al mundo cada vez más desarraigados de la
misma desde el seno materno.
La desvalorización social de la
alianza estable y generativa del hombre y de la mujer es ciertamente una
pérdida para todos: ¡Tenemos que volver a dar el honor debido al matrimonio y a
la familia!
La santa Biblia dice algo
hermoso: El hombre encuentra a la mujer, se encuentran, y el hombre debe dejar
algo para encontrarla plenamente. Por ello el hombre dejará a su padre y a su
madre para ir con ella (Gen 1, 24) ¡Es hermoso! Esto significa
comenzar un nuevo camino. El hombre es todo para la mujer y la mujer toda para
el hombre”
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