Jesús pronunció estas elocuentes palabras cuando les anunció a sus Apóstoles la asistencia que recibirían del Espíritu Santo, el cual les enseñaría todo y les recordaría aquellas cosas que Él mismo les había dicho, con objeto de hacerles infalibles en la labor evangelizadora que les habría de encargar y de esta forma se convertirían en auténticos maestros de la verdad (Jn 14, 25-27):
-Estas cosas os he hablado,
mientras permanecía con vosotros;
-más el Paráclito, el Espíritu
Santo, que enviará el Padre en mi nombre. Él os enseñará todas las cosas y os
recordará todas las cosas que os dije yo.
-La paz os dejo, mi paz os doy;
no como el mundo la da, yo os la doy. No se conturbe vuestro corazón, ni se
acobarde.
La paz que Cristo anuncia (Jn 14,
27), aseguraba el Papa San Juan Pablo II, es la <salvación de nuestro
Dios> (Homilía Santa Misa en el parque nacional Simón Bolívar de Bogotá, en
julio de 1986). En efecto, el santo Padre, con estas palabras, se refería al
anuncio que hizo el profeta Isaías sobre el <siervo de Yahveh y su obra>
(Is 52, 10):
<Gritad de júbilo, exultad juntamente,
ruinas de Jerusalén, pues Yahveh se ha compadecido de su pueblo a los ojos de
todos los pueblos, y todos los confines de la tierra verán la <salvación de
nuestro Dios>.
Sin duda este siervo de Yahveh,
este mensajero del bien, no es otro que el Mesías, el Hijo del hombre, Jesús,
el cual mediante la institución del Sacramento del Bautismo nos revistió de Él, hasta participar en su
misma filiación divina.
Sí, porque como asegura el Apóstol San Pablo, todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús y en particular todos los bautizados en Cristo, nos hemos revestido de Cristo (Gal 3, 23-27):
-Mas antes de venir la fe
estábamos bajo la custodia de la Ley, encerrados con vistas a la fe que debía
ser rebelada.
-De manera que la Ley ha sido
pedagogo nuestro con vistas a Cristo, para que por la fe seamos justificados;
-mas venida la fe, ya no estamos
sometidos al pedagogo.
-Porque todos sois hijos de Dios,
por la fe, en Cristo Jesús.
-Pues cuantos, en Cristo fuisteis
bautizados, de Cristo fuisteis revestidos
San Pablo en su carta a los
gálatas y por extensión a los hombres bautizados de todos los siglos, desde la
venida del Mesías, no solo en agua, sino en Cristo, viene a comunicarles la
filiación divina, es decir, que el hombre es hijo adoptivo de Dios, y como tal,
heredero de la promesa de salvación recibida por Abraham en el Antiguo
Testamento. Así pues, si somos todos hijos de Dios, también somos todos
hermanos, y como buenos hermanos, deberíamos trabajar todos juntos en beneficio
de la paz, en el seno de las familias, de los pueblos, de las naciones, y en
definitiva de cada uno de nosotros mismos.
Ciertamente, como aseguraba el
Papa San Juan Pablo II en la Homilía anteriormente citada, la filiación divina
del hombre es el fundamento de la paz personal y social:
“La salvación que Dios mismo,
Padre, Hijo, y Espíritu Santo, ofrece a la humanidad en Jesucristo Redentor, es
una vida nueva, que es la medida y la característica de los hijos adoptivos de
Dios. Es la participación, mediante la gracia santificante, en la filiación
divina de Cristo, Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros. En efecto, el Hijo
de Dios, encarnándose en el seno de la Virgen María <se ha unido, en cierto
modo, con todo hombre> (Gaudium et Spes). Con la fuerza del Espíritu, que
nos ha comunicado el Señor, Muerto y Resucitado, después de su vuelta al Padre,
desea Jesús mismo extender a todos y a cada uno el don de esta filiación que es la gracia para nuestra naturaleza y el
fundamento de la paz personal y social”
Ya hace más de veinte años que el
Papa San Juan Pablo II pronunciara esta magnífica homilía desde el parque
dedicado al político y fundador americano Simón Bolívar, en el Distrito Capital
de Colombia, durante su visita al pueblo colombiano y todavía los hombres de
todo el mundo seguimos anhelando la llegada de una paz real y generalizada en
todo el Planeta. El hombre de hoy, realmente desea la paz personal y social, la
misma que desearon los hombres de siglos pasados y que nunca llegó a alcanzarse
en su totalidad. Prueba de ello son los constantes conflictos, armados o no,
que siempre han atribulado a Adán y a sus descendientes, desde que Dios los
creó.
Con estas palabras se expresaba
el Papa Francisco en la celebración de la <XLVII Jornada Mundial de la
paz>. Más concretamente el aseguraba que:
“El corazón de todo hombre y de
toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma
parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunicación con
los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a
los que acoger y querer”
Estas jornadas fueron instituidas
por el ya beato, Papa Pablo VI, el cual en el año 1968 se dirigía a todos los
hombres de buena voluntad para exhortarles a celebrarlas el primer día de cada
año civil, con el deseo de que sirvieran para mantener la paz en beneficio de
la humanidad y advertía que:
“La paz no puede estar basada sobre una falsa retórica de palabras, bien recibidas porque responden a las profundas y genuinas aspiraciones de los hombres, pero que pueden también servir y han servido a veces, por desgracia, para esconder el vacio del verdadero espíritu y de reales intenciones de paz, si no directamente para cubrir sentimientos y acciones de prepotencia o intereses de parte. Ni se puede hablar legítimamente de paz, donde no se reconocen y no se respetan los sólidos fundamentos de la paz: la sinceridad, es decir, la justicia y el amor en las relaciones entre los Estados y, en el ámbito de cada una de las Naciones, de los ciudadanos entre sí y con sus gobernantes; la libertad de los individuos y de los pueblos, en todas sus expresiones, cívicas, culturales, morales, ó religiosas…” (Mensaje de su santidad Pablo VI para la celebración del <Día de la Paz>. El Vaticano, 8 de diciembre de 1967)
Ciertamente para la Iglesia
católica los conflictos entre los hombres han sido constantemente una gran
preocupación y lo ha manifestado a través de sus autoridades, en particular por
medio de sus Vicarios de Cristo, los cuales siempre trataron de evitar las
confrontaciones entre los miembros de su grey, pero también fuera de la Iglesia
católica.
Recordaremos ahora el gran ejemplo dado por el
Papa Pio XI (1922-1939), uno de los Pontífices más denostado por la fuerzas del
mal y cuyo lema Papal fue <la Paz de Cristo en el Reino de Cristo>.
Precisamente en su primera Carta Encíclica <Ubi arcano>, dada en Roma el
23 de diciembre de 1922, denunciaba la falta de <paz internacional>, de
<paz social y política>, de <paz domestica>, y en definitiva de la
<paz del individuo>.
Refiriéndose a las dos primeras
se expresaba en dicha misiva en los siguientes términos: “Los Estados, sin excepción, experimentan los tristes efectos de la pasadas guerras, peores ciertamente los vencidos, y no pequeños, los mismos que no tomaron parte alguna en las mismas. Y dichos males van cada día agrandándose más, por irse retardando el remedio; tanto más, que las diversas propuestas y las repetidas tentativas de los hombres de estado para remediar tan tristes condiciones de las cosas, han sido inútiles, si ya no es que las han empeorado. Por todo lo cual, creciendo cada día el temor de nuevas guerras, y más espantosas, todos los Estados se ven casi en la necesidad de vivir preparados para la guerra, y por eso quedan exhaustos los erarios, pierde el vigor la raza y padecen gran menoscabo los estudios y la vida religiosa y moral de los pueblos.
Son las palabras de un Pontífice
preocupado por el futuro y el presente de la sociedad en la que le tocó vivir, durante un periodo
de la historia de la humanidad comprendido entre el final de la Primera Guerra
Mundial y principios de la Segunda. Esto es, en un mundo que acababa de sufrir
terribles confrontaciones internacionales y ya se encaminaba sin remedio a
combates más sangrientos si cabe que los anteriores. Por este motivo ante un
ambiente internacional tan enrarecido, en sus misivas, el Papa, denunciaba con
frecuencia los males que ello podría acarrear a las familias y en especial a
cada individuo (Ibid):
“Es particularmente doloroso ver como un mal tan pernicioso ha penetrado hasta las raíces mismas de la sociedad, es decir, hasta las familias, cuya disgregación hace tiempo iniciada ha sido muy favorecida por el terrible azote de las confrontaciones bélicas, merced al alejamiento del hogar de los padres y de los hijos, y merced a la licencia de las costumbres, en muchos modos aumentadas…
Observamos también como ha pasado
los límites del pudor la ligereza de las mujeres, más o menos jóvenes,
especialmente en la forma de vestir y en las diversiones practicadas…
Vemos, por fin, como aumenta el
número de los que se ven reducidos a la miseria, de entre los cuales se
reclutan en masa los que sin cesar van engrosando el ejercito de los
perturbadores del orden…”Diríase, si no supiéramos la fecha en que esta Carta Encíclica fue redactada y publicada, que podría asociarse, en parte, al momento actual de la sociedad, al menos en el llamado Viejo mundo. Sin duda el Papa Pio XI refleja en su epístola, los hechos cotidianos que aquejaban a una sociedad muy parecida a la nuestra, porque la denominada <crisis económica>, está llevando al paro, a la emigración y a la indigencia a muchas familias y personas desamparadas, mientras que otros hombres sin escrúpulos se enriquecen, a costa de las miserias humanas.
Los conflictos callejeros y los desmanes sociales, son cada vez más frecuentes y turbulentos, pues como advertía en su tiempo Pio XI, en una sociedad enferma, los perturbadores del orden hacen su aparición cada vez con más violencia…arrastrando tras ellos a personas fácilmente influenciables, en especial a los jóvenes…
Para el Papa, las causas de estos males son, el <olvido de la caridad>, el <ansia de los bienes de la tierra>, las <concupiscencias>, y en definitiva, el <olvido de Dios> y la negación de la existencia de nuestro Creador, consecuencia de una educación fundamentalmente laica y antirreligiosa (Ibid):
“Se ha querido prescindir de Dios
y de su Cristo en la educación de la juventud, pero necesariamente se ha
seguido, no ya que la religión fuese excluida de las escuelas, sino que en
ellas fuese de una manera oculta o patente, combatida, y que los niños se llegaran
a persuadir que para vivir son de ninguna o de poca importancia la verdades
religiosas, de las que nunca oyen hablar, o si oyen, es con palabras de
desprecio. Pero así, excluidos de la enseñanza de Dios y su Ley, no se ve ya el
modo cómo pueda educarse la conciencia de los jóvenes, en orden a evitar el mal
y a llevar una vida honesta y virtuosa; ni tampoco como pueden irse formando
para la familia y para la sociedad hombres templados, amantes del orden y de la
paz, aptos y útiles para la común prosperidad”
Es lo que está sucediendo entre
una gran parte de los hombres y mujeres de hoy en día, y más concretamente
entre los jóvenes apodados <ni…,
ni…>, porque ni quieren estudiar, ni quieren trabajar, ni quieren seguir los
consejos de sus mayores…Sus héroes son, entre otros, algunos cantantes de moda
que más parecen personajes del bajo mundo, y lo que es peor, que llevan en sus
propias carnes esculpidos los símbolos del diablo…
Con una sociedad futura regida por personas que en su juventud tuvieron semejantes modelos y maestros de vida, solo se puede esperar la disminución de los seres humanos <templados, amantes del orden y de la paz, aptos y útiles para la común prosperidad>.
El Papa Pio XI no tenía dudas al
respecto, el alejamiento del hombre de Dios y de su Hijo Unigénito, Jesucristo,
le conduce hacia un profundo pozo sin salidas, donde los males se acumulan y
del que es muy difícil salir con éxito, aunque nunca imposible...Con una sociedad futura regida por personas que en su juventud tuvieron semejantes modelos y maestros de vida, solo se puede esperar la disminución de los seres humanos <templados, amantes del orden y de la paz, aptos y útiles para la común prosperidad>.
Para conseguirlo es
necesario que la paz de Cristo reine en el corazón de todos los hombres, porque
esta clase de paz que solo puede ser <Suya> asegura que todos somos hijos
de Dios y por lo tanto todos somos hermanos…Así nos lo manifestó el Señor según
el Evangelio de San Mateo (Mat 23, 1-8):
-Sobre la Cátedra de Moisés se
sentaron los escribas y fariseos-Así, pues, todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas y guardarlas; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen.
-Lían cargas pesadas e insoportables, y las cargan sobre las espaldas de los hombres, mas ellos ni con el dedo las quieren mover.
-Todas sus obras hacen para
hacerse ver de los hombres, porque ensanchan sus filacterias y agrandan las
franjas de sus mantos;
-son amigos del primer puesto en las cenas y de los primeros asientos en las Sinagogas, y de ser saludados en las plazas y de ser apellidados por los hombres Rabí.
-Más vosotros no os hagáis llamar Rabí, porque uno es vuestro maestro, más todos vosotros sois hermanos, y entre vosotros a nadie llaméis padre sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre, el celestial.
-son amigos del primer puesto en las cenas y de los primeros asientos en las Sinagogas, y de ser saludados en las plazas y de ser apellidados por los hombres Rabí.
-Más vosotros no os hagáis llamar Rabí, porque uno es vuestro maestro, más todos vosotros sois hermanos, y entre vosotros a nadie llaméis padre sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre, el celestial.
Verdaderamente estas palabras del Señor deberían levantar ampollas entre los escribas y fariseos de su época, al igual que las pueden levantar entre los hombres de hoy en día que no quieren escuchar la Palabra del Señor. Lo que más extraña de todo esto, es que Jesús no hubiera sido abatido por sus enemigos antes, debido a sus señales y sus enseñanzas; el Señor escapaba siempre de las manos de estos, cuando lo intentaban, porque como Él decía <aún no había llegado su hora>, y el Espíritu Santo que estaba en Él desde el principio, le protegía de sus maldades, revistiéndole al mismo tiempo de suma paciencia ante sus injurias y desatinos, al igual que ha hecho y sigue haciendo con sus mensajeros a lo largo de los siglos…
Y es que solo la <Paz de Cristo es garantía del
derecho y fruto de la caridad>, tal como advertía el Papa Benedicto XV (1914-1922), llamado el
<Papa de la Primera Guerra Mundial>, porque su Pontificado transcurrió en
gran medida durante el desarrollo de este terrible conflicto armado, que tanto
daño hizo a la humanidad a comienzos del siglo veinte.
Este Papa comprendió, al igual que más tarde lo hiciera Pio XI, que el origen de la guerra, era una consecuencia directa de la situación de la sociedad de su época, la cual como resultado de la propagación de las llamadas ideas <modernistas>, se había alejado peligrosamente del <Mensaje de Cristo>, y el Pontífice, así lo hizo constar en su primera carta Encíclica <Ad Beatissimi Apostolorum>, dada el 1 de noviembre de 1914. En dicha carta, con un tono apocalíptico, tal como la situación requería, analizó las causas de la confrontación armada que ya había estallado.
Hablaba de la <conciencia humana> que conduce al hombre a la llamada <lucha de clases>, del <desprecio de la autoridad divina>, del <rechazo del Evangelio de Cristo>, del <alejamiento de la Santa Madre Iglesia> y por supuesto de la <manipulación de las personas>, especialmente de las más jóvenes, muchas veces a través de las escuelas y sobretodo de los distintos medios de comunicación de entonces, que ahora como se sabe, son mucho más potentes y peligrosos…
Para conseguir la superación del
afán del hombre por el poder y las riquezas temporales, en definitiva, para la
superación de toda la <codicia terrenal del ser humano>, el Papa
Benedicto XV consideraba que era necesario ayudar a los hombres para que
volvieran a anhelar el deseo de alcanzar los <bienes eternos> y
comprendieran que los <bienes temporales> no conducen nunca a la
verdadera felicidad…
Algunos años después, acabada la
guerra, primera mundial, el Papa Benedicto XV escribió una nueva carta
Encíclica titulada <Pacem Dei Munus>, en la que trataba sobre la
restauración cristiana de la Paz y en la que en primer lugar alertaba sobre el
peligro tremendo que representaba la persistencia del <odio entre
hermanos>, a nivel internacional, y que podría, como así ocurrió años más
tarde, conducir a una nueva confrontación a nivel mundial:
“Lo peor de todo sería la gravísima herida que recibiría la esencia y la vida del cristianismo, cuya fuerza reside por completo en la caridad, como lo indica el hecho de que la predicación de la ley cristiana reciba el nombre de <Evangelio de la paz>”
“Lo peor de todo sería la gravísima herida que recibiría la esencia y la vida del cristianismo, cuya fuerza reside por completo en la caridad, como lo indica el hecho de que la predicación de la ley cristiana reciba el nombre de <Evangelio de la paz>”
Se refiere aquí el Santo Padre a aquella catequesis del Apóstol San Pablo sobre <las armas del cristiano> tan claramente expuestas en su Carta a los Efesios (6, 11-20):
-Que no es nuestra lucha contra
carne y sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los
poderes mundanales de las tinieblas de este siglo, contra las huestes
espirituales de la maldad que andan en las regiones aéreas.
-Por esto, tomad la armadura de
Dios, para que podáis oponer resistencia en el día malo, y prevenidos con todos
los aprestos, sosteneros.
-Manteneos, pues, firmes, ceñidos
vuestros lomos con la verdad, y revestidos con la coraza de la justicia.
-y calzados los pies con la
preparación pronta para el Evangelio de la paz,
-abrazando en todas las ocasiones
el escudo de la fe con que podéis apagar todos los dardos encendidos del
malvado.
-Tomad también el yelmo de la
salud y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios;
-orando con toda oración y
súplica en todo tiempo en espíritu, y para ello velando con toda perseverancia
y suplica por todos los santos,
-y por mí, para que al hablar se
me ponga palabra en la boca con que anunciar con franca osadía el misterio del
Evangelio,
-del cual soy mensajero, en
cadenas, a fin de que halle yo en él fuerzas para anunciarlo con libre
entereza, como es razón que yo hable.
Es verdaderamente hermosa esta descripción del Apóstol de la <Armadura del cristiano>, donde las piezas principales son el cinto, esto es, la verdad, la coraza, que es la justicia, el calzado, que es la prontitud para predicar el Evangelio de la paz, el escudo, que es la fe, el yelmo, que es la esperanza y por último la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios.
Por otra parte, el Papa Benedicto XV, recuerda también en su Encíclica <Pacem Dei Munus>, a todos los creyentes, que el don de la caridad, es el bien más necesario para conseguir la paz, por eso la enseñanza más repetida de Jesucristo a sus discípulos, era el <precepto de la caridad fraterna>, porque ella es consecuencia y resumen de todos los demás preceptos (Ibid):
“El mismo Jesucristo lo llamaba
nuevo y suyo, y quiso que fuese como el carácter distintivo de los cristianos,
que los distinguiese fácilmente de todos los demás hombres. Fue este precepto
el que, al morir, otorgó a sus discípulos como testamento, y les pidió que se
amaran mutuamente y con este amor procuraran imitar aquella inefable unidad que
existe entre las divinas Personas en el seno de la Santísima Trinidad: <Que
todos sean uno, como nosotros somos uno…para que también ellos sean consumados
en la unidad (Jn 17, 21-23)>”
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