Jesús nos mostró la procedencia del pecado, Él dijo: Las cosas que salen de la boca, del corazón salen, y éstas son las que contaminan al hombre
transgredían la tradición de los antepasados, al no lavarse las manos antes de comer el pan. Este hecho tuvo lugar después del milagro de Jesús en Genesaret, tras la primera multiplicación de los panes, y de su aparición a los Apóstoles durante una tormenta, sobre las aguas del mar de Galilea.
Jesús era, pues, ya muy conocido en la región, tanto
por su mensaje como por sus portentosos milagros, y lógicamente, las autoridades judías, en
particular los escribas, pero también
los fariseos, andaban inquietos con todas estas cosas.
Por entonces, algunos hombres llegados desde Jerusalén, se acercaron al Señor con ánimo de ponerle en un serio aprieto, al reclamarle por la actitud irregular de sus discípulos, frente a la ley rabínica.
El Evangelio de San Marcos, narra muy bien los hechos acecidos (Mc 7, 1-5):
Por entonces, algunos hombres llegados desde Jerusalén, se acercaron al Señor con ánimo de ponerle en un serio aprieto, al reclamarle por la actitud irregular de sus discípulos, frente a la ley rabínica.
El Evangelio de San Marcos, narra muy bien los hechos acecidos (Mc 7, 1-5):
-Y se reúnen los fariseos y
algunos escribas venidos de Jerusalén, y se presentan a Jesús.
-Y viendo a algunos de sus
discípulos comer sus panes con manos profanas, esto es, no lavadas,
-porque los fariseos y todos los
judíos, si no se lavan las manos a fuerza de paños, no comen, aferrados a la
tradición de los ancianos;
-y al volver de la plaza, si
primero no se bañan, no comen; y hay otras cosas cuya observancia recibieron
por tradición, lavatorio de copas, jarros, vasijas de cobre, lechos…
-y le preguntan los fariseos y
los escribas ¿Por qué no actúan tus discípulos conforme a la tradición de los
ancianos, sino que comen su pan con manos profanas?
Ciertamente, desde antiguo,
muchos pueblos han observado reglas, más o menos rigurosas, relacionadas con la
higiene y la salud corporal, lo cual no está nada mal; el pueblo judío era en
este sentido muy cuidadoso como podemos apreciar a través de la narración del
evangelista. Jesús no estaba, como buen judío que era, en contra de estas
tradiciones rabínicas, pero ante la crítica interesada de los saduceos y
fariseos quiso poner de manifiesto que más importantes que éstas normas de
salud, para el cuerpo, son las normas de salud, para el alma, las cuales ellos
hacía tiempo que habían olvido.
Frente a las normas o leyes humanas, opone el Señor las normas divinas que son las que realmente dan la salud al hombre en su cuerpo y en su espíritu (Mc 7, 6-13):
Frente a las normas o leyes humanas, opone el Señor las normas divinas que son las que realmente dan la salud al hombre en su cuerpo y en su espíritu (Mc 7, 6-13):
-Muy bien profetizó Isaías de vosotros, los farsantes, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, más su corazón anda muy lejos de mí;
-es vano el culto que me rinde,
enseñando doctrinas, preceptos de hombres.
-Dejando a un lado el mandamiento
de Dios, para mantener vuestra tradición.
-Porque Moisés dijo: <Honra a
tu padre y a tu madre> y <El que maldijere al padre o a la madre, muera
sin remisión>
-Vosotros, sin embargo, decís:
<Sí un hombre dijere al padre o la madre: Queda declarado Korbán, que es
decir: “Ofrenda” todo lo mío que pudieras reclamar en tu provecho,
-no le dejáis, ya, hacer nada por
el padre o por la madre,
-anulando la palabra de Dios con
vuestra tradición que os transmitisteis de unos a otros; y semejantes a éstas
en este género hacéis muchas cosas.
En efecto, por entonces sucedía,
según denunciaba Jesús, que cuando un hijo desnaturalizado quería quitarse de
encima el cuidado de su padre o de su madre, o de ambos en su caso, declaraba
que sus bienes nominalmente estaban consagrados a Dios (Korbán); con ello
quedaba exonerado de cumplir con el
cuarto mandamiento del Decálogo: <Honra a tu padre y a tu madre; así se
propagarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar>.
Así reza el cuarto mandamiento en la versión del libro del Éxodo (20, 12):
"El precepto va dirigido a los hijos y habla de los padres; refuerza, por tanto, las relaciones entre generaciones y la comunión de la familia, como un orden querido y protegido por Dios. Habla del País y de la continuidad de la vida en el País, como espacio vital del pueblo, y el orden fundamental de la familia, y vincula la existencia del pueblo y del País a la comunión de generaciones que se crea en la estructura familiar" (Jesús de Nazaret. Primera parte. Joseph Ratzinger. Papa Benedicto XVI. Ed. Esfera de los libros 2007)
Así reza el cuarto mandamiento en la versión del libro del Éxodo (20, 12):
"El precepto va dirigido a los hijos y habla de los padres; refuerza, por tanto, las relaciones entre generaciones y la comunión de la familia, como un orden querido y protegido por Dios. Habla del País y de la continuidad de la vida en el País, como espacio vital del pueblo, y el orden fundamental de la familia, y vincula la existencia del pueblo y del País a la comunión de generaciones que se crea en la estructura familiar" (Jesús de Nazaret. Primera parte. Joseph Ratzinger. Papa Benedicto XVI. Ed. Esfera de los libros 2007)
A través del relato del
evangelista San Marcos observamos que
Jesús le da una importancia capital al cuarto mandamiento de la Ley de Dios
reprochando a los fariseos su aptitud hipócrita y falsa, al poner la ley de los
hombres por encima de ésta. Por otra parte, para que la gente del pueblo, menos
instruida que los escribas y fariseos, entendieran el trasfondo de la cuestión
promovida por éstos, les propuso una parábola. Mediante este ejemplo trata de
acercar el pensamiento de estas gentes sencillas al de las mentes rebuscadas de los eruditos de
la época.
A este respecto el Papa Benedicto XVI recordaba que (Ibid):
“Cada educador, cada maestro que
quiere transmitir nuevos conocimientos a sus oyentes, recurrirá alguna vez al
ejemplo, a la parábola. Mediante el ejemplo, acerca el pensamiento de aquellos, a
los que se dirige, a una realidad que hasta entonces, estaba fuera de su
alcance”A este respecto el Papa Benedicto XVI recordaba que (Ibid):
La parábola, que en esta ocasión
narró Jesús es la que trata precisamente de <lo que contamina y de lo que
no> (Mc 7, 14-16):
-Y llamando de nuevo a sí a la
turba, les decía: Escuchadme todos y entended
-Ninguna cosa hay de fuera
del hombre que al entrar en él, sea capaz de contaminarle, sino que las que del hombre salen, son las que contaminan
al hombre.
-Quién tenga oídos para oír,
escuche.
Se refiere el Señor a la
contaminación, que tanto daño produce en el alma hombre, y muchas veces, incluso en su estado físico. Precisamente
aseguraba el Papa Benedicto XVI que (Ibid):
“La profundidad de esta parábola
es tal, que puede darse la incapacidad de descubrir su dinámica y de dejarse
guiar por ella. Puede incluso, que no haya voluntad de dejarse llevar por el
movimiento que la parábola exige”
No es pues de extrañar, que los
fariseos al escucharla, se escandalizaran, porque realmente no tenían ninguna
intención de cumplir con la ley divina (Mt 15, 12-13):
-Entonces acercándose los
discípulos, le dicen: ¿Sabes que los fariseos al oír tales palabras se escandalizaron?
-Él, respondió, dijo: Todo
plantío que no plantó mi Padre celestial, será arrancado de raíz.
-Dejadlos: son ciegos, guías de
ciegos; y si un ciego guía a un ciego, ambos a dos caerán en la hoya.
Ciertamente cualquier acción del
hombre, que proceda del Maligno, esto es, <todo plantío que no plantó mi
Padre celestial>, dice Jesús, <será arrancado de raíz>, que es lo
mismo que decir que está condenada al fracaso. Porque el pecador es un ser moralmente ciego
que, muchas veces, en su ceguera, guía a otros hombres hacia la
perdición.
Los discípulos, a pesar de estas
explicaciones del Señor no se quedaron tranquilos sobre el significado de sus
palabras y cuando llegaron a un lugar alejado de las gentes volvieron a
insistir sobre el tema, pidiéndole más explicaciones sobre el significado de la
parábola que les había expuesto.
Jesús acongojado les respondió (Mc 18-23):
-¿Así vosotros también estáis faltos
de inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no es capaz de contaminarle?Jesús acongojado les respondió (Mc 18-23):
-pues que no entra en el corazón, sino en el vientre, y de allí
va a parar a la letrina
-Y decía que: Lo que del hombre
sale, esto contamina al hombre.
-Porque de dentro, del corazón de
los hombres, salen los malos pensamientos, esto es, las fornicaciones, los
hurtos, los homicidios,
-los adulterios, las codicias,
las maldades, el dolo, el libertinaje, el mal de ojo, la maledicencia, la
soberbia, la privación del sentido moral;
-todas estas cosas malas salen de
dentro y contaminan al hombre.
Ésta es, la larga lista de culpas que ha abatido al hombre a lo largo de los siglos, desde el mismo momento de su existencia y que sin lugar a dudas procede del Maligno. En estos tiempos (tercer milenio) la caída del hombre en el pecado sigue su curso, el hombre sigue escuchando a Satanás, sigue siendo embaucado por la oferta, aparentemente atractiva, de llegar a ser como Dios…
Ciertamente, el pecado sale del corazón del hombre, como nos dijo el Señor, y por ello es conveniente que los seguidores de Cristo leamos, al menos de vez en cuando, en el Catecismo de la Iglesia católica, algunas cuestiones al respecto (C.I.C nº 386 y nº 387):
-La realidad del pecado, y más
particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la
Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede
reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo
únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un
error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada etc. Sólo
en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el
pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que
puedan amarle.
Análisis profundo del origen del
pecado, nos da el Catecismo de la Iglesia católica; sobre el cual los
creyentes pasamos, casi de puntillas, sin apenas fijarnos en su gran significado;
sin embargo, todo creyente debe tener claro, que el peligro de incumplir la
Ley de Dios, procede definitivamente del interior del hombre, de su corazón,
tal como nos enseñaba Jesús con su parábola.
Ciertamente el hombre debe estar
siempre en alerta a las posibles asechanzas del enemigo común, porque con frecuencia
sucede, tal como se nos indica también
en el Catecismo de la Iglesia Católica que las tentaciones de éste le superan
(CIC nº 391):
-Tras la elección desobediente de
nuestros primeros padres, se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Gn 3,
1-5) que por envidia, los hace caer en la muerte. La Escritura y la Tradición
de la Iglesia ven en éste ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (Jn Ap
12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios: <El
diablo y los otros demonios fueron credos por Dios con una naturaleza buena,
pero ellos se hicieron así mismos malos> (Cc, de Letrán IV año 1215; DS 8oo).
Igualmente, como también nos
enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, el ser humano una vez ha caído en
las asechanzas del diablo queda a su merced, desaprovechando la gracia divina,
al desobedecer los mandato de Dios, encontrándose entonces, en grave peligro de
perder su alma para siempre (CIC nº 397 y nº 398):
-El hombre tentado por el diablo,
dejó morir en su corazón la confianza en el Creador (Gn 3, 1-11), y abusando de
su libertad, desobedeció el mandamiento de Dios. En esto consistió el primer
pecado del hombre (Rm 5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a
Dios y una falta de confianza en su bondad.
-En este pecado, el hombre se
prefirió así mismo, en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios; hizo
elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de
criatura, y por tanto contra el propio bien…
Sin embargo, frente al comportamiento inicuo del hombre hacia su Creador, Él
mandó a su Hijo unigénito para su salvación:
“Por la misericordia de Dios,
Padre que reconcilia, el Verbo se encarnó en el vientre purísimo de la
santísima Virgen María para <salvar a su pueblo de sus pecados> (Mt 1,
21) y abrirle <el camino de la salvación>. San Juan Bautista confirma
esta misión indicando a Jesús como <el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo> (Jn 1, 29). Toda la obra y predicación del Precursor es una llamada enérgica y ardiente a la penitencia y a la conversión, cuyo signo es el bautismo administrado en las aguas del rio Jordán. El mismo Jesús se somete a este rito penitencial (Mt 3, 13-17), no porque haya pecado, sino porque <se deja contar entre los pecadores>; es ya el <cordero de Dios que quita el pecado del mundo>; anticipa ya el <bautismo de su muerte sangrienta>.
La salvación es pues, y ante todo, redención del pecado como impedimento para la amistad con Dios, y liberación del estado de esclavitud en la que se encuentra el hombre que ha cedido a la tentación del Maligno y ha perdido la libertad de los hijos de Dios”
(Carta Apostólica en forma de Motu proprio <Misericordia Dei>. Juan Pablo II. Dada en Roma el 7 de abril del año 2002).
Las palabras del Papa Juan Pablo II, muestran toda la
grandeza y misericordia de Dios hacia los hombres y todo el despropósito y
bajeza de estos hacia su Creador. Ya, en este sentido, el Apóstol San Pablo, escribía una carta a los habitantes de Roma para
estimularles a salir del pecado en el que algunos se encontraban y alcanzar así
una <Vida nueva> (Rm 6, 1-4):
-¿Qué diremos pues?
¿Continuaremos en el pecado, para que la gracia abunde?
-De ninguna manera. Los que hemos
muerto al pecado ¿Cómo viviremos aún en él?
- ¿O ignoráis que cuantos
fuisteis bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuisteis bautizados?
-Fuimos, pues, con sepultados con
el Bautismo, para participar en su muerte, para que así como Cristo resucitó de
entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos con
vida nueva.
Esclarecedoras palabras del Apóstol que llenan, sin duda, de esperanza el corazón del hombre de buena voluntad; que le invita a desterrar el pecado de su vida, porque ¿cómo el hombre que ha conocido a Dios, que incluso ha sido bautizado en la sangre de Cristo, puede seguir pecando?
Más aún ¿cómo es posible que en este nuevo
milenio se sigan comportando los seres humanos como los paganos de tiempos de
San Pablo?
Si será, como dice el Apóstol en su carta a los Romanos que (Rm 1, 21-23):
-Porque habiendo conocido a Dios,
no lo glorificaron como Dios, ni le dieron gracias, antes se desvanecieron en
sus pensamientos, y se entenebreció su insensato corazón.Si será, como dice el Apóstol en su carta a los Romanos que (Rm 1, 21-23):
-Alardeando de sabios, se
embrutecieron;
-y trocaron la gloria del Dios
inmortal por un simulacro de imagen de hombre corruptible, y de volátiles, y de
cuadrúpedos, y de reptiles.
Las palabras del Apóstol reflejan
el comportamiento de una sociedad que habiendo conocido de cerca al verdadero
Dios, sin embargo cometió el pecado capital de negarlo, entenebreciendo los hombres sus
corazones, y con ello anulando la inteligencia, que en esta situación, sería incapaz de conocer
la verdad (conciencia errónea). Y de todo ello, resultó además la estupidez y
el embrutecimiento de sus corazones, siendo conducidos finalmente a la
idolatría, a la adoración de <falsos dioses>: <hombres corruptibles,
volátiles, cuadrúpedos…>, y hasta reptiles que como se sabe son animales
siempre asociados a la figura del demonio…
¿Acaso no nos recuerdan estas duras palabras de San Pablo muchas de las situaciones que hoy en día se presentan en nuestras sociedades? Los Papas de los últimos cien años han venido denunciando cada vez con mayor urgencia, la paganización, el retroceso en la moralidad y el abandono de fe en el mensaje de Cristo. No tenemos más que seguir recordando la carta de San Pablo a los Romanos para comprender la certeza de estas denuncias y recordar que Dios castigó a aquellos paganos impíos con una corrupción generalizada (Rm 1, 24-32).
Sucedió, en efecto, como señala
San Pablo en su carta, que Dios que ha hecho a los hombres libres, <permitió
que cayeran en manos de las
concupiscencias de sus corazones>, dejándoles ir tras la torpeza hasta
<afrentar entre sí sus propios cuerpos>, y así mismo permitió que éstos
se entregaran a <pasiones afrentosas>. Pues por una parte, <hombres
trocaron el uso natural por otro contra naturaleza>…En definitiva, cayeron
en una perversión total del sentido moral, algo que nuestros días no está,
tampoco, muy alejado de la realidad de algunos hombres. Sí, encontramos grandes
similitudes entre los paganos de Roma y los hombres del nuevo milenio, era algo
que preocupaba enormemente al Papa Juan Pablo II el cual escribió, ya a las
puertas del nuevo siglo, su carta Encíclica <Tertio millennio
adveniente>, en Roma en el año 1994, de la que queremos destacar el
siguiente razonamiento:
“Un serio examen de conciencia ha
sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre todo para la Iglesia
presente. A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse
humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que
ellos tienen también en relación a los males de nuestros tiempos. La época
actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras.
¿Cómo callar por ejemplo, ante la
indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios
no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con
el problema de la verdad y con el deber de la coherencia?”
Reflexionando sobre esta denuncia del Papa Juan Pablo II asusta comprobar la certeza de la misma, basta escuchar algunas opiniones funesta de parte de personas poco informadas e incluso malintencionadas. Estas opiniones se utilizan con frecuencia como herramientas de trabajo, por personas que no tienen la más mínima idea de lo que representan, para crear una especie de religión en torno a ellas, eso sí, olvidando la figura de Dios creador de todas los seres, y de todas las cosas, como remedio de boticario que pudiera solucionar todos los males habidos y por haber. Es una especie de gnosticismo encubierto que embota los sentidos de muchas personas y que puede hacer mucho daño incluso entre los cristianos.
Como también denunciaba el Papa
en esta misma Carta Encíclica (Ibid):
“A esto hay que añadir, aún, la
extendida pérdida del sentido transcendente de la existencia humana y el
extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del respeto a
la vida y a la familia. Se impone además a los hijos de la Iglesia una
verificación: ¿en qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de
secularismo y relativismo ético? ¿Y qué parte de responsabilidad deben
reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber
manifestado el genuino rostro de Dios, <a causa de los defectos de sus vidas
religiosa, moral y social?”
De estas palabras se desprende,
sin duda, la enorme intranquilidad del Papa Juan Pablo II por el futuro de los
hombres en el nuevo milenio. Y tenía razones para ello, tal como día a día, desgraciadamente,
vamos comprobando. Sería muy
conveniente que nos interrogáramos todos, como pedía el Papa, en aras de
comprobar hasta qué punto los defectos de nuestra vida religiosa, moral y social
nos permiten, aún, ver el genuino rostro de nuestro Creador. Porque como
aseguraba el Papa a finales del siglo pasado (Ibid):
"De hecho, no se puede negar que
la vida espiritual atraviesa entre muchos cristianos <momentos de
incertidumbre> que afectan no sólo a la vida moral, sino incluso a la
oración y a la misma <rectitud teologal de la fe>. Está ya probado, por
la confrontación con nuestro tiempo, a veces desorientada por posturas
teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de
obediencia al Magisterio de la Iglesia.
Y sobre el testimonio de la
Iglesia en nuestro tiempo, ¿Cómo no sentir dolor por la falta de <discernimiento>,
que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la
violación de fundamentales derechos humanos? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la
corresponsabilidad de tantos cristianos en <graves formas de injusticias y
marginaciones sociales>? Hay que preguntarse cuántos entre ellos, conocen a
fondo y practican coherentemente las directrices de la doctrina social de la
Iglesia…”
El Papa, en esta hermosa Carta Encíclica, a las puertas del Tercer Milenio, nos hablaba además, del ejemplo extraordinario dado por los mártires, santos y santas, conocidos o no, cuyas vidas son testimonios que nunca deberíamos olvidar los cristianos, por eso, proponía un programa de actuación que se podría resumir en los términos siguientes: Una primera fase que tendría un <carácter ante preparatorio>, y debería servir para reavivar en el pueblo cristiano la conciencia del valor del significado que el próximo Jubileo del 2000 supondría para la historia de la humanidad; y una segunda fase que se iniciaría en el año 1997 de carácter preparatorio, centrado en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, teológica, y por tanto <trinitaria>.
Tras la barrera del año 2000 que
podría haber supuesto una vuelta de la cristiandad al camino de la fe y la
salvación en Cristo, abandonando la senda del pecado, el Papa Juan Pablo II,
fiel a su idea de reconciliar el mundo con Dios, escribía esta vez una Carta
Apostólica con el titulo <Novo millennio ineunte> fechada en Roma el día
6 de enero de 2001; en ella tras, como es lógico, dar las gracias al Señor por
todas las cosas conseguidas durante el periodo de tiempo preparatorio
transcurrido para la entrada de un nuevo siglo, volvía a recordar a su grey los
antiguos y nuevos retos que la Iglesia tenía ante el futuro:
“En efecto, son muchas en
nuestros tiempos las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana.
Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de contradicciones de un crecimiento
económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes
posibilidades, dejando no solo millones y millones de personas al margen del
progreso, sino a vivir en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por
la dignidad humana”
Sí, es la doctrina social de la
Iglesia, tantas veces defendida por sus Pontífices, la que hacia hablar así a
este anciano santo que se preguntaba, ya a las puertas de la muerte (Ibid):
“¿Cómo es posible que, en nuestro
tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al
analfabetismo; quien carece de asistencia médica más elemental; quien no tiene
techo donde cobijarse?”
Son preguntas comprometidas y
comprometedoras que el Papa hubiera querido transformar en respuestas positivas
de la sociedad, si aún hubiera tenido tiempo para ello; él se daba
cuenta de la acuciante necesidad de responderlas con hechos positivos y sin
engaños, porque como aseguraba (Ibid):
“El panorama de la pobreza puede
extenderse indefinidamente, si a las antiguas, añadimos las nuevas pobrezas, que
afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero
expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, el
abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la
discriminación social…”
Palabras proféticas del Papa Juan Pablo II, el cual ya se encontraba gravemente enfermo y sufría con resignación y alegría la cruz de sus achaques y dolores. En realidad le quedaban ya muy pocos años para alcanzar la vida eterna; murió el 2 de abril de 2005, dejando a la Iglesia inmensamente apenada y agradecida por su labor incansable a favor de Cristo y su Mensaje salvador. Como ejemplo aleccionador estamos recordando esta carta Apostólica del 2001 en la que también advertía a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad que si el corazón de los seres humanos no se abría definitivamente al Mensaje Divino, el mundo tomaría derroteros imprevisibles al recorrer la senda del pecado. Concretamente él preguntaba (Ibid):
“¿Podemos quedar al margen ante
las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitable y enemigas
del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada
a menudo con la pesadilla de las guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio
de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente los
niños?”
Preguntas todas esenciales que aún permanecen sin respuestas totalmente positivas por parte de la humanidad, por eso él aseguraba ya en aquellos años que (Ibid):
Su sucesor en la Silla de Pedro, el Papa Benedicto XVI
(2005-2013), en los últimos tiempos, ha puesto fin a su Pontificado, por voluntad propia, con un
balance muy positivo también para la Iglesia católica, abriendo grandes
esperanzas al ecumenismo, y al diálogo interreligioso...
No obstante, los pecados de los hombres denunciados por los Papas anteriores, siguen presentes, y aún acrecentados en algunos casos, en este siglo XXI.
Las preguntas que surgen al
respecto son ¿Cómo cambiar el corazón del hombre? ¿Cómo hacerle comprender que
el pecado proviene del alma? Sí, porque todos los males de la humanidad, como
nos dijo el Señor, provienen del interior del hombre, de su corazón, y mientras
que no cambie éste, las sociedades seguirán cayendo una y otra vez en brazos
del Maligno. No obstante, los pecados de los hombres denunciados por los Papas anteriores, siguen presentes, y aún acrecentados en algunos casos, en este siglo XXI.
Hay que llamar a las cosas por su nombre, no debemos olvidar jamás que el mal está instaurado en el mundo desde el mismo momento de la creación de los ángeles por Dios, aquellos seres puros destinados a dar gloria eterna al Creador, y que sin embargo, en un acto de soberbia, se convirtieron en demonios.
Desde entonces, por envidia al hombre, le instigan, le inducen y le empujan hacia el mal, le engañan en definitiva, ocultándole incluso que pueden vencerles, que pueden vencer al pecado. Y la clave para vencer al mal está en la <contemplación del rostro de Jesús> y en dar <testimonio de los Evangelios>, tal como nos explicaba el Papa Juan Pablo II en su carta Apostólica (Ibid):
“<Queremos ver a Jesús> (Jn
12, 21). Esta petición hecha al Apóstol Felipe por algunos griegos que habían
acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también
espiritualmente en nuestros oídos en este año jubilar. Como aquellos peregrinos
de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientes,
piden a los creyentes de hoy no solo <que les hablemos de Cristo>,
sino en cierto modo <que se lo
hagamos ver> ¿Y no es quizá cometido
de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y
hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?
Nuestro testimonio sería, además,
enormemente deficiente si nosotros no fuéramos los primeros contempladores de
su rostro”
La contemplación del rostro de
Cristo implica el conocimiento profundo de su Palabra, de lo que de Él se dice
en las Sagradas Escrituras, esto es,
tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento y por supuesto de lo
que la Tradición de la Iglesia, a través de los santo Padres, ha llegado hasta
nosotros de su celestial Persona. Precisamente como el Papa Juan Pablo II
reconocía en su carta, la gran herencia que la experiencia jubilar dejaba era
<la contemplación del rostro de Cristo> (Ibid):
“Contemplado en sus coordenadas históricas y
en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo,
comparado como sentido de la historia y luz de nuestro camino…
En realidad los Evangelios no
pretenden ser una biografía completa de Jesús, según los cánones de la ciencia
histórica moderna. Sin embargo, de ellos <emerge el rostro del Nazareno con un
fundamento histórico seguro>, pues los evangelistas se preocuparon de
presentarlo, recogiendo testimonios fiables (Lc 1, 3) y trabajando sobre
documentos sometidos al atento discernimiento…siempre bajo la iluminación del
Espíritu Santo”
Por otra parte, los cristianos de hoy tenemos otra herramienta de trabajo fundamental para llegar a conocer en plenitud el rostro de Cristo y su mensaje, nos referimos, una vez más, al Catecismo de Iglesia Católica, el cual tan encarecidamente nos ha recomendado el Papa Benedicto XVI para que lo consultemos constantemente con objeto de aclarar nuestras dudas en cualquier tema relacionado con la fe.
Fue tras el Concilio Vaticano II,
más concretamente en el año 1985, cuando se convocó un Sínodo extraordinario de
Obispos, en el que, según el Papa Juan Pablo II, se fraguó la iniciativa de
presentar un nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, aunque algunos teólogos
opinaron que en ese momento no era necesario, pues era una forma caduca de
presentar la fe. Pues bien, el tiempo ha dado la razón a aquellos otros que
defendían la idea de que un nuevo Catecismo era una gran necesidad de la
Iglesia, tal como manifestaba este Papa (Diálogo mantenido con el
periodista Vittorio Massori. <Cruzando el umbral de la esperanza>.
Círculo de lectores 1995):
“El Catecismo era indispensable
para que toda la riqueza del magisterio de la Iglesia, después del Concilio
Vaticano II, pudiera recibir una nueva síntesis, y en cierto sentido, una nueva
orientación; sin el Catecismo de la Iglesia universal, esto hubiera sido
inalcanzable. Cada ambiente concreto, con base en este texto del magisterio,
crearía sus propios catecismos según las necesidades locales.
En tiempo relativamente breve fue
realizada esa gran síntesis; en ella, verdaderamente tomó parte toda la
Iglesia. Particular merito debe reconocérsele al Cardenal Joseph Ratzinger,
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe. El Catecismo, publicado
en 1992, se convirtió en un best- seller
en el mercado mundial del libro, como confirmación de lo grande que era
la demanda de este tipo de lectura, que a primera vista pudiera parecer
impopular”
Ciertamente esto fue así al principio, la gente estaba deseosa de contar con este Catecismo, esperanzados como estaban de encontrar en él la solución rápida a todas sus dudas y problemas. Durante mucho tiempo el Catecismo se agotó en los puntos de adquisición y fue necesario editarlo varias veces de nuevo, sin embargo la sociedad estaba ya impregnada de todos los males de siglos anteriores pero aumentados; el modernismo, el laicismo, el agnosticismo y el gnosticismo, entre otras teorías más o menos heréticas, habían hecho mella en amplios sectores de la humanidad. La lectura del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica fue perdiendo interés para una gran parte de personas, incluso, entre las que se reconocían creyentes. Parecía como si los mismos católicos estuvieran ya en posesión y conocimiento de toda la doctrina de la Iglesia y no necesitara de Catecismo alguno, y esto llegó a preocupar seriamente al propio Papa Benedicto XVI, que tanto había trabajado en su elaboración. Era una señal más de la crisis de fe que las comunidades cristianas estaban y están padeciendo en los últimos tiempos…
Ante esta situación, el Papa
Benedicto XVI decidió convocar un <año de la fe>, recomendado así mismo
la vuelta a la lectura detenida del Catecismo de la Iglesia Católica (Carta
Apostólica en forma de <Motu proprio>. Dada en Roma el 10 de octubre de
2011:
“A la pregunta planteada por los
que escuchaban al Señor ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?
(Jn 6,28), sabemos que Él respondió: <que creáis en el que Él ha enviado>
(Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de
modo definitivo a la salvación…
A la luz de todo esto, he
decidido convocar un <año de la fe>. Comenzará el 11 de octubre de 2012,
en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y
terminará en la solemnidad de Cristo Rey del Universo, el 24 de noviembre de
2013. En la fecha del 11 de octubre de
de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo
de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el Papa Juan Pablo
II, con la intención de ilustrar a todos los fieles en la fuerza y la belleza
de la fe”
Hasta cinco veces más el Papa
Benedicto nos recomienda la lectura del Catecismos de la Iglesia Católica en su
Carta Apostólica, asegurando entre otras muchas cosas que:
“…el Catecismo ofrece una memoria
permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y
ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de
fe… la enseñanza del Catecismo sobre la
vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la
liturgia y la oración…”
En efecto, remitiéndonos en
concreto al tema del pecado del hombre y del duro combate que debe realizar con constancia
para atajarlo, podemos leer en el Catecismo de la Iglesia
Católica (C.I.C nº 407 y nº 408):
-Las consecuencias del pecado
original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en
su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de
San Juan: <el pecado mundial> (Jn 1, 29). Mediante esta expresión se
significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las
situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los
pecados del hombre.
-Esta situación dramática del
mundo que <todo entero yace en poder del maligno> (I Jn 5, 19; IP 5, 8),
hace de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del
hombre se extiende una dura batalla
contra los poderes de las tinieblas que, iniciado ya desde el origen del mundo,
durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el
hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes
trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí
mismo (Gs 37, 2)
Recordaremos por último las
reconfortantes palabras del Papa
San Juan Pablo II a propósito de la
acción defensora contra el pecado, del Espíritu Santo (Audiencia general de 24
de mayo 1989):
“Cuando Jesús en el Cenáculo, la
vigilia de su Pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la
siguiente manera: <El Padre os dará otro Paráclito>. Con estas palabras
se pone de relieve que el propio Cristo
es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será
semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación.
Jesucristo, efectivamente, era el
<defensor> y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su primera
Carta: <Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre,
a Jesucristo, el Justo> (I Jn 2, 1).
El abogado defensor es aquel que
poniéndose de parte de los que son culpables, debido a los pecados cometidos,
los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de
perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado
Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado <Paráclito>, porque continúa haciendo
operante la redención con la que Cristo nos ha liberado del pecado y de la
muerte eterna”
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