Para ciertos hombres suele ser un escándalo, una perturbación, la fe que pone toda la existencia en Dios, especialmente en un mundo donde el empirismo es imprescindible para creer en algo…
La religión católica, por la fe, pone toda su existencia en Dios, así lo han manifestado desde el principio todos los santos Padres de su Iglesia, porque la fe no está reñida con la razón y la razón nos dice que:
Así lo entendió en su día, por
ejemplo, San Gregorio Nacianceno, Padre y doctor de la Iglesia que vivió en el
siglo IV, el cual fue un gran maestro del Mensaje de Cristo y que con gran
valor se esforzó, a pesar de su timidez, en proclamar la verdadera fe. Él
sentía un deseo irrefrenable por estar cerca de Dios, de unirse a Él, esto se
reflejaba en sus escritos poéticos, e hizo
resplandecer la luz procedente del
Misterio de la Santísima Trinidad, siguiendo en todo las enseñanzas de San
Pablo (1 Co 8, 6). En general, los
santos doctores de La Iglesia católica sintieron la urgente llamada a la conversión con el fin
de corresponder mediante toda su vida a aquel de quien el Sacramento los
constituyo ministros. Así, san Gregorio Nacianceno siendo un joven sacerdote,
exclamo:
“Es preciso comenzar por
purificarse; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz
para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado
para santificar, conducir de la mano, y aconsejar con inteligencia.
Sé de quién somos ministros,
dónde nos encontramos y a dónde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la
flaqueza del hombre, pero también su fuerza. Por tanto ¿Quién es el sacerdote?
Es el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, se glorifica con los
arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los
sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece
(en ella), la imagen de Dios, la recrea para el mundo de lo alto y para decir
lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza”.
Por eso: “El celibato sacerdotal
es un signo de la fe, de la presencia de Dios en el mundo”
Con estas palabras terminaba su
catequesis el Papa Benedicto XVI, en respuesta, a una pregunta sobre el sagrado
celibato, propuesta por un sacerdote que asistió al encuentro internacional de
presbíteros celebrado en Roma, en el año 2010. En la pregunta del sacerdote se apreciaba, ya entonces, la preocupación por
este tema tan importante y controvertido de la Iglesia de Cristo desde antiguo,
pero quizás más analizado en los últimos tiempos.
El Papa Benedicto XVI reconocía
en su respuesta las controversias inherentes al tema, sobre todo para una
sociedad, que ya no quiere pensar en Dios como el Sumo Hacedor de todas las
cosas, como proclamaba San Pablo en su primera carta a los Corintios (1 Co 8,
6): <Para nosotros hay un solo Dios (se
refería a los cristianos), el Padre, del que proceden todas las cosas y por el
que hemos sido creados, y un solo Señor, Jesucristo, por quien existen todas
las cosas, y por el que también nosotros existimos>
En este sentido el Papa Benedicto
aseguraba que:
“Un gran problema de la
cristiandad del mundo, en la actualidad, es que ya no piensa en el futuro de
Dios: parece que basta el presente de este mundo. Así cerramos las puertas a la
verdadera grandeza de nuestra existencia. El sentido del celibato como
anticipación del futuro significa precisamente abrir estas puertas, hacer más
grande el mundo, mostrar la realidad del futuro que debemos vivir ya como
presente.
Por tanto, vivir testimoniando la fe: si creemos que Dios existe, si creemos que Dios tiene que ver con nuestra vida, que podemos fundar nuestra vida en Cristo, en la vida futura afrontaremos mejor las criticas mundanas sobre este tema.
Es verdad que para el mundo
agnóstico, el mundo en el que Dios no cuenta, el celibato es un escándalo,
porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad. Con
la vida escatológica del celibato, el mundo futuro de Dios entra en las
realidades de nuestro tiempo. Y eso, según algunos, no debería ser así.
En cierto sentido, esta crítica
permanente contra el celibato puede sorprender, en un tiempo en el que está cada
vez más de moda no casarse. Pero el no casarse es algo fundamentalmente muy
distinto del celibato, porque no casarse se basa en la voluntad de vivir solo
para uno mismo, de no aceptar ningún vínculo definitivo, de mantener la vida en
una plena autonomía en todo momento, decidir en cada momento que hacer, qué
tomar de la vida; y por lo tanto, un <no> al vínculo, un <no> a lo
definitivo, un guardarse la vida sólo
para sí mismos.
Mientras que el celibato es
precisamente lo contrario: es un <sí> definitivo, es un dejar que Dios
nos tome de la mano, abandonarse en las manos de Dios, en su <yo>, y, por
tanto, es un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone también la
fidelidad del matrimonio.
Es precisamente lo contrario del
<no>, de la autonomía que no quiere crearse obligaciones, que no quiere
aceptar un vínculo; es precisamente el <sí> definitivo que supone,
confirma el <sí> definitivo del matrimonio. Y este matrimonio es la forma
bíblica, la forma natural de ser hombre y mujer, fundamento de la gran cultura
cristiana, de grandes culturas del mundo. Y, si desapareciera, quedaría
destruida la raíz de nuestra cultura…
Precisamente por esto las criticas
muestran que el celibato es un gran signo de la fe, de la presencia de Dios en
el mundo”
Por otra parte: “La Iglesia custodia desde
hace siglos como perlas preciosas el sagrado celibato sacerdotal”.
Son palabras del Papa san Pablo VI
en su Carta Encíclica <Sacerdotalis
Caelibatus>, dada en Roma el 24 del mes de junio del año 1967 (Quinto de su
Pontificado). En este interesante trabajo el Papa plantea el tema del celibato
sacerdotal de forma realista y amplia, teniendo en cuenta toda la gravedad de la
cuestión considerada.
Según el Pontífice, éste era un
tema crucial para los cristianos católicos en aquellos momentos y desde
entonces hasta nuestros días sigue siéndolo, y todavía son muchas las voces que
claman por un cambio sobre este tema en la doctrina de la Iglesia, sin sopesar
las dificultades, ni las posibles graves consecuencias.
Son muchas las preguntas que aún
se hacen y para las cuales no existe una respuesta sencilla si no se llega a
comprender primero cual es la grandeza del Sacramento del Orden.
El Papa Pio XI si comprendió, al igual que otros muchos Padres de la Iglesia la necesidad de la ley del celibato eclesiástico, la cual no es dogma de fe pero que se viene aplicando desde los inicios de la Iglesia e imprime carácter al Sacramento del < Orden sacerdotal>.
El Papa Pio XI si comprendió, al igual que otros muchos Padres de la Iglesia la necesidad de la ley del celibato eclesiástico, la cual no es dogma de fe pero que se viene aplicando desde los inicios de la Iglesia e imprime carácter al Sacramento del < Orden sacerdotal>.
Según el Papa Pio XI <aun con la simple luz de la razón se entrevé cierta conexión entre esta virtud, y el ministerio sacerdotal>. Ya en tiempos del imperio romano, donde imperaban religiones paganas, se consideraba aquello de que <a los dioses era necesario dirigirse con castidad>.
Por otra parte, para el pueblo judío esto era así desde tiempos remotos, como demuestra la lectura de Antiguo Testamento.
Pero como muy bien sigue diciendo, este Pontífice, en su Carta Encíclica <Ad Catholici Sacerdotii>, dada en Roma el 20 de diciembre de 1935:
El gran aprecio en que el divino
Maestro mostró tener la castidad, exaltándola como algo superior a las fuerzas
ordinarias (Mt 19, 11-12); el reconocerle a Él como <flor de Madre
virgen> y criado desde
la niñez en la familia virginal de José y María; al ver su predilección por las
almas puras, como los dos Juanes, el Bautista y el Evangelista; el oír,
finalmente, como el gran Apóstol de la Gentes, tan fiel intérprete de la ley
evangélica y del pensamiento de Cristo,
ensalza en su predicación el valor inestimable de la virginidad, especialmente
para más de continuo entregarse al servicio de Dios (1 Cor 7, 32);
todo esto era casi imposible que no hiciera sentir a los sacerdotes de la Nueva Alianza la celestial gracia de esta virtud privilegiada, aspirar a ser del número de aquellos que son capaces de entender esta palabra (Mt 19, 11) y hacerles voluntariamente obligatoria su guarda, que muy pronto fue obligatoria, por severa ley eclesiástica, en toda la Iglesia latina. Pues a fines del siglo IV, el Concilio segundo de Cartago exhorta a que guardemos nosotros también aquello que enseñaron los Apóstoles, y que guardaron ya nuestros antecesores (Con. Cartago 11 c.2 <Mansi 3, 191)”
todo esto era casi imposible que no hiciera sentir a los sacerdotes de la Nueva Alianza la celestial gracia de esta virtud privilegiada, aspirar a ser del número de aquellos que son capaces de entender esta palabra (Mt 19, 11) y hacerles voluntariamente obligatoria su guarda, que muy pronto fue obligatoria, por severa ley eclesiástica, en toda la Iglesia latina. Pues a fines del siglo IV, el Concilio segundo de Cartago exhorta a que guardemos nosotros también aquello que enseñaron los Apóstoles, y que guardaron ya nuestros antecesores (Con. Cartago 11 c.2 <Mansi 3, 191)”
El Papa Pio XI, en varios
momentos, apoya su razonamiento sobre la necesidad de cumplir con el celibato sacerdotal, en versículos del Nuevo Testamento;
concretamente en aquellos que aparecen en el Evangelio de san Mateo en boca de
Jesús, durante su Ministerio en Jerusalén, al hablar del <verdadero
amor>, como respuesta a una pregunta de los fariseos sobre el tema de la
separación en el matrimonio. Jesús defiende la indisolubilidad del Sacramento
del matrimonio de tal forma que hasta sus discípulos al oírle le dijeron (Mt
19, 10):
<Si tal es la situación del
hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse>
Pero entonces Él les dijo (Mt 19,
11-12):
“No todos comprenden esta
doctrina, sino aquellos a quienes les es concedido/Algunos no se casan porque
nacieron incapacitos para hacerlo; otros porque los hombres los incapacitaron y
otros eligen no casarse por causa del reino de Dios. Quien pueda poner esto en
práctica, que lo haga”
En otro momento el Papa Pio XI,
recuerda aquellos versículos que aparecen en la primera Carta de San Pablo a
los Corintios, cuando ante una sociedad hedonista que confunde la libertad con el libertinaje, el Apóstol les enseña que
el cristiano es una nueva criatura, porque es templo de Dios; por eso, al
hablarles a los futuros sacerdotes sobre
el matrimonio y la virginidad llega a decir (1 Cor 7, 32-33):
“Os quiero libres de
preocupaciones. El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo
agradarle/ El casado se preocupa de las cosas del mundo y de cómo agradar a su
mujer; está, pues, dividido”
Basándonos en estas últimas palabras del Apóstol San Pablo recordadas por
Pio XI y sobre todo recordando el ejemplo dado por Cristo, a la pregunta de
algunos proclives a la desaparición del celibato: ¿Debe todavía subsistir la
severa y sublime obligación del sagrado celibato para los que pretenden
acercarse a las sagradas órdenes mayores? la respuesta tajante debería ser sí.
“Venerables y carísimos hermanos en el sacerdocio, a quienes amamos <en el corazón de Jesucristo>; precisamente el mundo en que hoy vivimos, atormentado por una crisis de crecimiento y transformación, justamente orgulloso de los valores humanos y de las humanas conquista, tiene urgente necesidad del testimonio de vidas consagradas a los altos y sagrados valores del alma, a fin de que a este tiempo nuestro no falte la rara incomparable luz de las más sublimes conquistas del espíritu”
“El sacerdote es por vocación y
mandato divino, el principal apóstol e infatigable promovedor de la educación
cristiana de la juventud; el sacerdote bendice en nombre de Dios el matrimonio
cristiano y defiende su santidad e indisolubilidad contra los atentados y
extravíos que sugieren la codicia y la sensualidad; el sacerdote contribuye del
modo más eficaz a la solución, o por lo menos, a la mitigación de los
conflictos sociales, predicando la fraternidad cristiana, recordando a todos
los mutuos deberes de justicia y caridad evangélica, pacificando los ánimos
exasperados por el malestar moral y económico, señalando a los ricos y a los
pobres los únicos bienes verdaderos a que todos pueden y deben aspirar; el
sacerdote es, finalmente, el más eficaz pregonero de aquella cruzada de
expiación y de penitencia a la cual invitamos a todos para evitar las blasfemias, deshonestidades y
crímenes que deshonran a la humanidad en la época presente, tan necesitada de
la misericordia y perdón de Dios como pocas en la historia.
Aun los enemigos de la Iglesia conocen bien la importancia vital del sacerdocio; y por esto contra él precisamente…asestan ante todo sus golpes para quitarle de el medio y llegar así, desembarazado el camino, a la destrucción siempre anhelada y nunca conseguida de la Iglesia misma”
Son palabras proféticas de este
Pontífice (1922-1939) que habiendo conocido los problemas de la sociedad que le
tocó vivir nos ha dejado pistas de cómo evolucionaria ésta si el Sacramento del
sacerdocio no se cuida, como Cristo exigió a su Iglesia. Por eso los creyentes
debemos esforzarnos para que se multipliquen <los vigorosos y diligentes obreros de la viña del
Señor>, sobre todo cuando una sociedad alegada de Dios lo está necesitando
con urgencia.
Entre los medios que los laicos
tenemos para conseguir tan importante misión está desde luego y en primer lugar
la oración, pero junto a ésta no deben faltar los medios humanos, como señalaba
también el Papa Pio XI en su Encíclica:
“No se han de descuidar los medios humanos de cultivar la preciosa semilla de la vocación que Dios Nuestro Señor siembra abundantemente en los corazones generosos de tantos jóvenes; por eso alabamos y bendecimos y recomendamos con toda nuestra alma aquellas provechosas instituciones que de mil maneras y con mil santas industrias, sugeridas por el Espíritu Santo, atienden a conservar, fomentar y favorecer las vocaciones sacerdotales”
Sí, para la Iglesia el Sacramento
del Orden tiene un valor inestimable, porque entre otras muchas cosas, el
ministerio sacerdotal es el dispensador de la misericordia divina para la
salvación de las almas. El Papa Benedicto XVI lo reconocía con estas palabras
dirigidas a los sacerdotes presentes y ausentes (Discurso Penitencial
apostólico del 7 de marzo de 2008):
Y no olvidéis que también
vosotros debéis ser ejemplo de auténtica vida cristiana.
La Virgen María, Madre de
misericordia y de esperanza, os ayude a vosotros y a todos los confesores a
prestar con celo y alegría este gran servicio, del que depende en tan gran
medida la vida de la Iglesia”
No hay comentarios:
Publicar un comentario