La Iglesia primitiva de Cristo, aquella que surgió tras la venida del Espíritu Santo en el Cenáculo de Jerusalén, era apostólica y así ha continuado siéndolo a lo largo de todos los siglos transcurridos desde su fundación por Nuestro Señor Jesucristo. Para Dios nada hay imposible…
Recordemos en este sentido las
palabras del Papa Benedicto XVI (La alegría de la fe; Librería Editrice
Vaticana. Distribución San Pablo, 2012):
“La tradición apostólica de la
Iglesia consiste en esta transmisión de los bienes de la salvación, que hace de
la comunidad cristiana la actualización permanente, con la fuerza del Espíritu,
de la comunión originaria.
La Tradición la llama así porque
surgió del testimonio de los apóstoles y de la comunidad de los discípulos en
el tiempo de los orígenes; fue recogida por inspiración del Espíritu Santo en
los escritos del Nuevo Testamento y en la vida sacramental, en la vida de la
fe, y a ella -a esta Tradición, que es
toda la realidad siempre actual del don de Jesús- la Iglesia hace referencia
continuamente como a su fundamento y a su norma a través de la sucesión
ininterrumpida del ministerio apostólico.
Jesús, en su vida histórica,
limitó su misión a la casa de Israel, pero dio a entender que el don no sólo
estaba destinado al pueblo de Israel, sino también a todo el mundo y a todos
los tiempos. Luego, el Resucitado encomendó explícitamente a sus apóstoles (Lc
6, 13) la tarea de hacer discípulos a
todas las naciones, garantizando su presencia y su ayuda hasta el final
de los tiempos (Mt 28, 19 s)”
“Y aconteció por aquellos días
salir Él al monte para orar, y pasaba la noche en oración con Dios / Y cuando
se hizo de día, llamó a sus discípulos, y escogió entre ellos a doce, a quienes
dio el nombre de apóstoles: / Simón, a quién dio el nombre de Pedro, y Andrés,
su hermano, y Santiago y Juan, y Felipe y Bartolomé / y Mateo y Tomás, y
Santiago de Alfeo y Simón el apellidado Zelotes, / y Judas de Santiago y Judas
Iscariote que fue traidor”
En el relato de San Lucas se
empieza a apreciar lo que en un futuro seria la llamada <Jerarquía de la
Iglesia>, y es un detalle interesante el hecho de que de entre todos sus
discípulos, que ya eran muchos, el Señor eligió a Doce, poniendo en primer
lugar a Simón-Pedro, a través del cual, Él gobernará a su Iglesia.
Con respecto a la constitución
jerárquica, en el Catecismo de la Iglesia católica (Vaticano II) podemos leer
(nº 874-875):
*El mismo Cristo es la fuente del
ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación
y finalidad: Cristo el Señor, para dirigir al pueblo de Dios y hacerle
progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios y está ordenado
al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministerios que posean la segunda
potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros
del Pueblo de Dios…lleguen a la salvación (Lumen gentium; LG 18)
*¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? (Rm 10, 14-15)
Nadie ningún individuo, ni
ninguna comunidad, puede anunciase así mismo
el Evangelio. <La fe viene de la predicación> (Rm 10, 17). Nadie
se puede dar así mismo el mandato ni la misión de anunciar el Evangelio. El
enviado del Señor habla y obra no con autoridad propia, sino en virtud de la
autoridad de Cristo; no como miembro de la comunidad, sino hablando a ella en
nombre de Cristo.
Nadie puede conferirse a sí mismo
la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De Él reciben la
misión y la facultad (el poder sagrado) de actuar <in persona Christi
Capitis>. Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan,
por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no puede hacer ni dar, la
tradición de la Iglesia lo llama <Sacramento>. El ministerio de la
Iglesia se confiere por medio de un Sacramento específico.
Recordemos también como el
apóstol San Mateo al final de su Evangelio nos relata la <Transmisión de
poderes a los apóstoles> por parte de Nuestro Señor Jesucristo (Mt 28, 16-20):
“Los once discípulos se fueron a
Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado / Y en viéndole, le adoraron:
ellos que antes habían dudado / y acercándose Jesús, les habló diciendo: <Me
fue dada toda potestad en el cielo y sobre la tierra> / <Id, pues, y
amaestrad a todas las gentes, bautizándolas en nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, / enseñándoles a guardar todas cuantas cosas os ordené. Y
sabed que estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”
Con tan solo tres versículos del
Evangelio de Mateo quedan perfectamente aclarados los mandatos y los dones de
Cristo respecto de sus apóstoles en lo referente a la Iglesia por Él fundada.
En primer lugar el Señor asegura
que: <le fue dada toda potestad>, y con ello reivindica la potestad
soberana y universal, como base jurídica, de la misión que va a confiar a sus
apóstoles, sustrayéndolos de esta forma, en el ejercicio de sus misión
evangelizadora a la autoridad procedente de los hombres.
Por otra parte, Cristo utiliza el
tiempo verbal del imperativo, cuando les manda cumplir con su deseo a los
apóstoles, y este deseo no es otros que: <Amaestrar a todas las gentes>.
Está el Señor requiriendo a los
apóstoles a realizar una labor de enseñanza oral, personal, recorriendo todo el
mundo con el objeto de enseñar de palabra la Verdad revelada.
Ordenó también el Señor, que
fueran bautizadas todas las gentes, por ellos evangelizadas, en agua y en
Espíritu Santo, como aceptación de las enseñanzas apostólicas, quedando así
adheridos a la Iglesia.
Así mismo, les ordenó que enseñasen a las gentes evangelizadas, la forma de guardar todas aquellas cosas que a ellos mismos les había ordenado que cumpliesen.
Quedaron, pues, los apóstoles
constituidos maestros no sólo de la fe, sino también de la moral, por boca de
Jesucristo, el cual les dijo además, que
siempre estaría presente, junto a ellos, hasta la consumación de los siglos,
para ayudarlos en todo momento en la difícil y dura tarea que les había
encomendado.
En este sentido, podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica que (C.I.C. nº860):
“En el encargo dado a los
apóstoles, hay un aspecto intransmisible: Ser testigos elegidos de la
Resurrección y los fundamentos de la Iglesia.
Pero hay también un aspecto
permanente. Cristo les ha prometido permanecer <con ellos> hasta el fin
de los tiempos.
<Esta misión divina confiada
por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el
Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la
Iglesia.
Por eso, los apóstoles se
preocuparon de instituir…sucesores> (LG 20)”
Los Obispos son los sucesores de
los apóstoles y toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de
los sucesores de Pedro y de los apóstoles <en comunión de fe y de vida con
su origen (C.I.C. nº863):
“Toda la Iglesia es apostólica en
cuanto ella es <enviada> al mundo entero; todos los miembros de la
Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío: <La
vocación cristiana por su misma naturaleza, es también vocación al
apostolado>.
Se llama <apostolado> a
<toda la actividad del Cuerpo Místico> que tiende a propagar el Reino de
Cristo por la tierra”
Es evidente, que para comprender
mejor la misión de la Iglesia de Cristo,
es necesario regresar a sus orígenes, al Cenáculo, donde estaban los apóstoles
con la Virgen en espera de la llegada del Espíritu Santo:
La fecundidad apostólica y
misionera no es el resultado principalmente de programas y métodos pastorales
sabiamente elaborados y eficientes, sino el fruto de la oración comunitaria
incesante (Evangelii nuntiandi; C.Encíclica; Papa Pablo VI).
La eficacia de la misión
presupone, además, que las comunidades estén unidas, que tengan <un solo
corazón y una sola alma>, y que estén dispuestas a dar el testimonio de amor
y de alegría que el Espíritu Santo infunde en los corazones de los creyentes.
El siervo de Dios Juan Pablo II escribió que antes de ser acción, la misión de la Iglesia es testimonio e irradiación (C. Encíclica; Redemptoris missio).
Así sucedió en al inicio del
cristianismo, cuando, como escribe Tertuliano, los paganos se convertían viendo
el amor que reinaba entre los cristianos:
<Ved dicen – cómo se aman
entre ellos> (Apologético 39,7).
(La alegría de la fe; Papa
Benedicto XVI; Ed. San Pablo 2012)
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