En este panorama histórico, Jesús
proclama el Sermón, que unos llaman de la “Montaña”, porque San Mateo nos dice
en su Evangelio, que tuvo lugar en un monte y otros llaman del “Llano”, porque
San Lucas lo sitúa en una explanada.
Independientemente del lugar ó de
si fueron dos los sermones, de contenido similar, dados por Cristo a las
multitudes, que siempre le seguían, lo que importa es la doctrina que Jesús
manifiesta, que no tiene otro objetivo que enseñar a los hombres la
aptitud que tienen que tener y el comportamiento que deben seguir si desean
salvar su alma, si desean alcanzar la santidad, porque como se nos dice en el
Antiguo Testamento (Gs 13,1):
"El hombre persuadido por el
maligno abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia"
Y como leemos en el
Catecismo de la Iglesia Católica (C.I.C. 1ª Sección Cap.1º):
"Sucumbió a la tentación y
cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida
del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error"
Por tanto todos deberíamos sentirnos
enormemente agradecidos a Jesucristo, el cual por la “gracia” restaura en
nosotros lo que el pecado hubiera deteriorado. Sin embargo, para conseguir la
gracia debemos aceptar y cumplir su mensaje, teniendo en cuenta que como el mismo dijo, no había venido
a cambiar la ley, sino para ayudarnos a seguirla, instaurando un puente entre
la Antigua y la Nueva Alianza.
No obstante, desoyendo sus consejos, a lo largo
de más de 2000 años los hombres han
llegado a postular las ideas más extrañas y sobre todo más heréticas que se
puedan imaginar, sobre el Sermón de la Montaña; seguramente debido a la gran
incapacidad del ser humano de afrontar con valentía la exigente doctrina que contiene.
Sin embargo Jesús, al final del
Sermón, explica perfectamente el significado del mismo, mediante la utilización de una parábola; dicha parábola
se refiere a un varón prudente que edifica su casa sobre una peña, y no
sobre un promontorio de arena como haría un hombre necio.
La imagen lograda con esta parábola es
especialmente clara: el hombre prudente, es el que escucha la palabra del Señor
con seriedad, tomándola como norma de conducta, con el firme propósito de
cumplirla. Esto es lo que hicieron
tantos hombres y mujeres santos, a lo largo de la historia de la humanidad,
hasta nuestros días.
Por el contrario un hombre
necio,
es aquel, que oyendo las palabras de Dios y aún admitiendo muchas veces la
bonanza de sus enseñanzas, las altera o
las cumple parcialmente, o definitivamente, las niega, como algo que solo en un futuro muy lejano,
serían necesarias cumplir, llegando incluso a negar la existencia de Dios. San Mateo, después de narrar en
su Evangelio, la parábola del Sermón de la Montaña, nos cuenta la impresión,
que el mismo causó, en las gentes que estaban escuchando en directo, las palabras del Señor (Mt 7,28-29):
"Y aconteció que, cuando Jesús
dio fin a estos razonamientos, se pasmaban las turbas de su enseñanza / porque les enseñaba como quién
tiene autoridad, y no como sus escribas"
Los que escucharon el Sermón, en
directo, eran las gentes venidas de Decápolis, Galilea, Judea y de otros países, así como los
propios discípulos de Cristo, entre los cuales, estaban por supuesto, los
Apóstoles, que fueron los primeros que recogieron su mensaje y después lo
proclamaron, para evangelizar, no solo al pueblo judío, sino también al
resto del mundo, por entonces conocido, tal como su Maestro les había especialmente encargado, poco
antes de su ascensión a los Cielos.
Los San Mateo y
San Lucas, son los únicos evangelistas, que recogieron, las palabras del Señor,
durante este Sermón fundamental y maravilloso, el cual nos recuerda a los hombres
de todos los tiempos la doctrina de Dios, de una forma que podríamos llamar
literal, ya que sabido es el método nemotécnico, especial de los judíos, para
recordar la palabra orar y por tanto, su capacidad para llevarla textualmente a
un documento escrito, como son los Evangelios, los cuales por otra parte, no
podemos olvidar están inspirados por el Espíritu Santo.
El Evangelio de las ocho Bienaventuranzas es una afirmación constante de aquello que en el hombre es más profundamente humano, más heroico. El Evangelio de las ocho Bienaventuranzas está sólidamente unido a la Cruz y a la Resurrección de Cristo. Y sólo a la luz de la Cruz y de la Resurrección puede encontrar toda su fuerza y su poder cuanto es más humano, más heroico en el hombre. Ninguna forma del materialismo histórico le da una base ni garantías. El materialismo sólo puede poner en duda, disminuir, pisotear, destruir, partir en dos cuanto existe de más profundamente humano en el hombre”
El tema fundamental del Sermón,
es la búsqueda del reino de Dios, la búsqueda de la santidad: Tras un precioso
“Prólogo” con las Bienaventuranzas, (Mt 5, 1-12), Jesús anuncia a sus discípulos
la misión evangelizadora que tendrán sobre la tierra, (Mt 5, 13-16), terminando
con estos buenos deseos:
<Que alumbre así vuestra luz
delante de los hombres, de suerte que sean vuestras obras buenas, y den gloria
a vuestro Padre, que está en los cielos>.
A continuación se desarrollan los
principios fundamentales de la justicia mesiánica, que Jesús deseaba poner de
relieve frente a la masa de gente que le escuchaba, para su provecho y el de todos los hombres a lo largo de los
siglos (Mt 5, 17-20). En concreto, los versículos (5, 21-26)
del Evangelio de San Mateo, pueden considerarse, según algunos autores, el
verdadero comienzo del Sermón de la Montaña y en ellos Jesús compara la antigua y la nueva justicia, aplicándolas al
tema del homicidio y la ira.
Seguidamente, en los versículos (5, 27-30), se abordan los temas del adulterio y de los malos pensamientos, pues para Jesús ambas cuestiones están íntimamente relacionadas. Así mismo, en los siguientes versículos de este mismo Evangelio (5, 31-32), el Señor condena el divorcio y llama adúlteros a aquellos que lo practican.
Sigue después Jesús, hablándonos
del perjurio y el juramento, (5, 33-37), criticándolos y condenándolos
abiertamente y llegando a decir: <“Sí” por sí, “No” por no; y lo que de esto
pasa proviene del malvado>. Un tema muy importante atacado
también en esta primera parte del Sermón de la Montaña, es la <ley del
talión>; terrible <ley de los hombres> en la era antigua, que Jesús
sustituye por la <ley de Dios> del amor hacia los hombres, aunque estos
sean nuestros propios enemigos, de acuerdo con el ideal de la mansedumbre
cristiana ( Mt 5, 38-42).
Precisamente en los siguientes
versículos (5, 43-48), habla de forma contundente sobre la aptitud que debe
tomar el hombre nuevo, el hombre que cumple realmente los mandatos de Dios. Por
eso, nos dice que <debemos ser
perfectos como nuestro Padre es perfecto>, practicando la caridad fraterna,
que a su vez conduce al cumplimiento de
toda la <ley de Dios>.
Terminada esta primera parte del
Sermón, dedicada en su totalidad desde el punto de vista teológico a la
justicia mesiánica, en los siguientes versículos se trata de la rectitud de
intenciones con que se debe practicar dicha justicia, (6,1-18) y sobre la
preponderancia de la misma, (6,19-34). También nos habla sobre la buena voluntad al practicar la
limosna, de la necesidad de la oración, enseñándonos la oración dominical (El
Padrenuestro) y de la necesidad del ayuno y confianza en la providencia, utilizando
dos ejemplos excelentes, como son el “tesoro celeste” y el “ojo, lámpara del
cuerpo”.
Pero sobre todo nos reclama total
confianza en Dios, al que debemos servir únicamente, ya que el maligno, siempre acecha al hombre para hacerle su
vasallo. Por ello deberemos tener presentes estas palabras del Señor (Mt 6, 33-34):
"Buscad primero el reino de Dios
y su justicia; Y esas cosas todas se os darán por añadidura / No os preocupéis, pues, por el
día de mañana; Que el día de mañana se preocupará de sí mismo; Bástele a cada
día su propia malicia"
Jesucristo, en su Sermón de la
Montaña, en algún sentido, solamente perfecciona la comprensión de los diez Mandamientos de la ley de Dios y
así, por ejemplo, el Papa san Juan Pablo II, en su homilía a los jóvenes, en la
Santa Misa, celebrada el 24 de marzo del año 2000, en el monte de las
Bienaventuranzas, les decía al respecto:
“Los diez mandamientos del Sinaí
pueden parecer negativos: No habrá para ti otros dioses delante de mi… No
matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso…
Pero de hecho, son sumamente
positivos. Yendo más allá del mal que mencionan, señalando el camino hacia la
ley del amor, que es el primero y mayor de los mandamientos: <Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente…Amarás
a tu prójimo como a ti mismo…>
Jesús mismo dice que no vino a
abolir la ley, sino a cumplirla. Su mensaje es nuevo, pero no cancela lo que
había antes, sino que desarrolla al máximo sus potencialidades”
Para el Papa san Pio X, tienen
hambre y sed de la justicia, los que ardientemente desean crecer de continuo en
la divina gracia y en el ejercicio de las buenas obras. Por otra parte, para
este mismo Papa, los pacíficos son los que conservan la paz con el prójimo y
consigo mismo y procuran poner paz entre los enemistados.
Después de estas reflexiones de los Papas, es
difícil decir algo más sobre lo
que significan las Bienaventuranzas para los hombres de todos los tiempos. Si
acaso, recordaremos siguiendo sus enseñanzas, que los diversos premios que promete el Señor en las
mismas, significan todas, con diversos nombres, la gloria eterna del cielo y
que si las cumplimos al pie de la letra, no solo conseguiremos esto tan
difícil, sino que de alguna manera llevaremos aquí, en la tierra una vida
tranquila, gozando de una paz y contentamiento interior, que nos puede conducir
a la santidad y por tanto a la eterna felicidad en la presencia de Dios, al
final de los siglos.
Las Bienaventuranzas, finalmente
podríamos decir que de forma simplificada nos hablan de la senda que nos marcó
Jesucristo para conseguir la santidad, y por tanto de la gloria al final de los
tiempos; pero nos pueden dar también
muchas pistas sobre el comportamiento que debemos seguir los hombres,
sobre la tierra, para conseguir una vida tranquila y en paz con nuestros
semejante, que es casi como alcanzar una especie de felicidad previa, a la que
podremos alcanzar, muy superior, tras de nuestra partida de este mundo…
Sucedió que al ver la multitud
que le esperaba ansiosa por escuchar su sermón, Jesús se subió a un monte,
según el evangelio de san Mateo, y comenzó a enseñar a las gentes con estas
palabras (Mt 5, 3-11):
"Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos / Bienaventurados los que están
afligidos, porque ellos serán consolados / Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados / Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia / Bienaventurados los limpios de
corazón, porque ellos verán a Dios / Bienaventurados los que hacen
obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios / Bienaventurados los perseguidos
por razón de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos / Bienaventurados sois cuando os
ultrajaren y persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros por mi causa; gozaos y alborozaos, pues
vuestra recompensa es grande en los cielos.Que así persiguieron a los
profetas que os precedieron"
Sí, las Bienaventuranzas nos
muestran el camino de la santidad, el camino que siguieron los santos que han
hecho de su vida un <Fiat>, aceptando el ejemplo de la Virgen María, Madre
de Dios. Debemos recurrir a Ella porque también es nuestra madre tal como
Cristo comunicó a su apóstol, san Juan, cuando estaba agonizando en la Cruz.
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