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sábado, 23 de mayo de 2020

CUARENTA DÍAS DESPUÉS DE LA RESURRECCIÓN JESÚS SUBE AL PADRE



 
Por eso, Salmos como el 138 (137) o el 139 (138), son cantos de acción de gracia por la ayuda divina; cantos de asombro por la omnipotencia  de Dios; cantos de confianza en aquel Dios que nunca nos deja caer de sus manos, y sus manos son manos buenas. El salmista imagina que viaja a través del Universo, y dice: "¿Qué me puede suceder?:

<Si escalo el cielo, allí estás tú, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha.

Si digo que al menos las tinieblas me cubran, que la luz se haga noche en torno para mí, ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día, la tiniebla es como luz para ti. Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente, porque son admirables  tus obras: mi alma lo reconoce agradecida…>"


 
En este sentido, san Pablo escribió una carta a los efesios con ocasión de las tristes y alarmantes noticias, llegadas hasta él, sobre la situación de los habitantes de Éfeso y de algunas otras ciudades adyacentes, como Laodicea o Colosas, donde el Apóstol había evangelizado. No obstante, con anterioridad a la misma, Pablo había profetizado en Mileto a los Obispos de estas Iglesias, lo que sucedería cuando él se alejara de ellas: <Yo sé que  han de entrar después de mí, partidas de lobos crueles entre vosotros, que no perdonarán al rebaño>.

Así ocurrió realmente, pues tanto las últimas generaciones de los cristianos judaizantes, como los primeros representantes del gnosticismo, trataron por todos los medios, de sembrar dudas sobre el Mensaje de Jesús, con objeto de desfigurar su obra salvadora y hasta su Persona, si ello hubiera sido posible. Ante semejante situación, Pablo pretendía poner coto a todo infundio y maledicencia, manifestando maravillosamente sus sentimientos en este sentido. Más concretamente, en la segunda parte de esta carta, de carácter  moral, el Apóstol se refiere al misterio de la Muerte,  Resurrección y Ascensión a los cielos de Cristo utilizando un versículo del libro de los Salmos. Salmo que sin duda tiene un claro carácter teológico, ya que de una forma implícita hace referencia a la divinidad de Cristo (Salmos 67, 19): <Subiste a la cumbre llevando cautivos, te dieron tributo de hombre, para que también los rebeldes habitasen con el Señor Dios>

 
 
 
San Pablo, además, se pregunta en esta misma carta ¿Por qué se habla en los Evangelios de la subida a los cielos de Jesús, tal como él mismo corrobora con sus propias palabras? Y responde enseguida <porque el que subió es el mismo que bajó a las profundidades de la tierra>.


Tanto creyentes como no creyentes alguna vez se han preguntado donde se encuentra ese misterioso y  temible lugar del que con frecuencia se habla en las Sagradas Escrituras, con distintos apelativos como <sheol>, <hades>, o sencillamente infierno. Por suerte para los cristianos la respuesta la podemos encontrar muy bien expuesta en el Catecismo que recoge los decretos del Concilio  Ecuménico <Vaticano II> (C.I.C. nº 633):

“Las Escrituras llaman infierno, <sheol>, o <hades>, a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos malos o justos, lo que no quiere decir, que su suerte sea idéntica, como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro, recibido en el <seno de Abraham> (Lc 16, 22-26).


 
 
 
Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su libertador en el <seno de Abraham>, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos. Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (Cc. de Roma año 745: Ds 587), ni para destruir el infierno de la condenación (Ibid: Ds 1011; 1077), sino para liberar a los justos que le habían precedido (Cc. de Toledo IV en el año 625: Ds 485)”

 
Así es, Jesús Resucitó y bajo a los infiernos para liberar a los justos que le habían precedido y subió a los cielos, es decir volvió al Padre, que lo había enviado en su día al mundo. Por eso la Ascensión del Señor como nos recordaría el Papa Benedicto XVI (Ibid): “Marca el cumplimiento de la salvación de los hombres iniciada con la Encarnación.

Después de haber instruido por última vez a sus discípulos, Jesús sube al cielo (Mc 16, 19). Él entre tanto <no se separó de nuestra condición> (Prefacio); de hecho, en su humanidad asumió consigo a los hombres en la intimidad del Padre y así reveló el destino final de nuestra peregrinación terrena. Del mismo modo que por nosotros bajo del cielo y por nosotros murió en la cruz, así también por nosotros <Resucitó> y <Subió a Dios>, que por lo tanto ya no está lejos.


 
 
 
San León Magno (Papa del siglo V), celebre por la importancia  de las obras que se realizaron en la Iglesia bajo su mandato (p.e. en el año 452 se presentó a las puertas de Roma el ejercito de Atila, rey de los hunos, guerreros tan feroces que se decía  que donde sus caballos pisaban no volvía a nacer la hierba, pues bien, este Pontífice logró convencerle para que no arrasara Roma) explica que con este misterio: <no solamente se proclama la inmortalidad del alma, sino también de la carne. De hecho con la Ascensión de Jesús no solamente se nos confirma como poseedores del Paraíso, sino que también penetramos en Cristo en las alturas del cielo (Ascensione Domini, Tractatus 73, 2.4)>”

 
A pesar de cualquier santo testimonio, siempre ha habido y habrá, hombres y mujeres incrédulos, empeñados en preguntarse: ¿De verdad existe la vida eterna? ¿De verdad existe un lugar llamado Paraíso? Responder a este tipo de preguntas es misión de la escatología, esto es, de la ciencia que se ocupa de las cosas últimas y definitivas que han de suceder al mundo y al hombre. En realidad, se puede decir que nuestro tiempo es un tiempo escatológico debido a la entrada de Cristo en el mundo, estaríamos por tanto,  próximos a la consumación de los siglos:

 
 
 
Materia de análisis de la escatología son los llamados <Novísimos>, esto es: muerte, juicio, purgatorio, infierno y gloria (o Paraíso). Ciertamente el contemplar sin miedo y sin reparos estas cuestiones es esencial para el ser humano y más en estos tiempos en que: "La Restauración Prometida que esperamos está ya comenzada en Cristo, y es impulsada por medio de la misión del Espíritu Santo y por Él continúa en la Iglesia,  en la cual somos también instruidos por la fe, sobre el sentido de nuestra vida temporal, mientras llevamos a término, con la esperanza de los bienes futuros, la obra que nos encomendó en el mundo el Padre, y damos cumplimiento a nuestra salvación” (Papa San Juan Pablo II; <Cruzando el umbral de la esperanza>)”

 
Concretamente  San Pablo en su Carta  a los Filipenses, cuando hablaba sobre el <Hijo de Dios sin tacha>, llega a decir (Fil 2, 12-18):
“Por lo tanto, queridos hermanos, ya que siempre habéis obedecido, no solo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, trabajad por vuestra salvación con temor y temblor / porque es Dios quien activa en vosotros el querer y el obrar para realizar su designio de amor / Cualquier cosa que hagáis sea sin protestas ni discusiones / así seréis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo / manteniendo firme la palabra de la vida. Así, en el día de Cristo, esa será mi gloria, porque mis trabajos no fueron inútiles ni fatigas tampoco / Y si mi sangre se ha de derramar, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría / por vuestra parte estad alegres y alegraos conmigo”



Pero el paso del tiempo es inexorable y el ser humano también tiene una conciencia clara de ello sobre todo al llegar a cierta  edad, o cuando los achaques y enfermedades, más o menos graves, constantemente se lo van a recordar, sobre todo con ocasión tan terrible a nivel mundial, como  la provocada por una pandemia.

De cualquier forma, en el momento actual, de dolor y sufrimiento para la humanidad: ¿Puede Dios, que ha amado tanto al hombre, permitir que sea condenado a perennes tormentos?, después de su muerte. A esta pregunta contestaba el Papa san Juan Pablo II, con cierta incertidumbre (Ibid):
“Según el Evangelio de San Mateo, el Señor trata de ponernos sobre aviso  respecto de este espinoso tema (Juicio final), nos habla claramente de los que irán al suplicio eterno (Mt 25, 31-46)...  
Pero ¿Quiénes serán estos? se preguntan algunos…La Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto. Se trata de un misterio verdaderamente inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre”

 
 
 
 
El hombre, sin embargo, no debería sentir miedo ante la proximidad de la muerte, si fuera justo y hubiera conservado durante  su existencia la capacidad de discernimiento. Los hombres desde antiguo ya alababan la virtud o sabiduría del discernimiento, que aparece por ejemplo, en el Salmo 49(48), donde se habla sobre el enigma de la prosperidad de los malvados; esta oración podría servirnos para alejar de nosotros el peligro del infierno y  además nos podría ayudar también para encontrar el camino de la santidad,  porque Dios escucha y recibe a  los pobres y oprimidos, en cambio la soberbia y la confianza ilimitada en sí mismo lleva a la perdición. 


Pero sobre todo sería conveniente que recordáramos  las palabras de Jesús respecto del tema que estamos considerando (Mt 25, 31-46). Sí, el Señor que es infinitamente misericordioso, sin embargo, por haber dejado al hombre  gozar de plena libertad para tomar sus propias decisiones, podría verse obligado a condenarlo, si rechaza  por conciencia errónea o mal discernimiento, hasta las últimas consecuencias, la misericordia Divina.

Por otra parte, la realidad de la existencia del infierno es recogida también, en el Antiguo Testamento utilizando un lenguaje simbólico, en particular, se habla del sheol como un lugar de tinieblas adonde irían a parar los muertos; un lugar donde ya no será posible dar gloria a Dios (Sal 6, 1-6) (Oración de un enfermo perseguido):

 
 
 
 
<¡Señor! No me reprendas en tu ira, no me castigues con tu cólera / Ten piedad de mi, Señor, que estoy sin fuerzas / Cúrame, Señor, pues mis huesos están dislocados / y mi alma, conturbada. Y Tu, Señor ¿hasta cuándo? / Vuélvete, Señor, libra mi alma; por tu amor misericordioso, ¡Sálvame! / Que en el país de los muertos nadie te recuerda, en el sheol  ¿Quién te alaba?>  Se pronuncia en este Salmo la palabra <sheol>, que para el pueblo hebreo tenía el significado de país de los muertos, tal como expresa la oración, pero que también se utilizaba con una segunda acepción, como lugar de los justos donde esperaban la liberación después de la muerte.


La segunda forma de utilización de la palabra <sheol>,  establece ya claramente un punto de unión con el Nuevo Testamento el cual <proyecta nueva luz  sobre la condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, desde su Resurrección y Ascensión a los cielos, ha vencido a la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.


 
 
Así mismo, en el Catecismo de la Iglesia católica podemos leer (nº 634): “Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva. El descenso a los infiernos de Jesús (después de su muerte), es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión  mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo, pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra Redentora a <todos los hombres>, de <todos los tiempos>, y de <todos los lugares>, porque todos los que se salvan, se hacen participes de la <Redención>”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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