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viernes, 1 de enero de 2016

LA ASCENSIÓN DE JESÚS: JESÚS FUE ELEVADO


 
 
 
 



Sí, Jesús fue elevado, pero  ¿Qué nos quieren comunicar la Santa Biblia y la Liturgia diciendo que Jesús <fue elevado>? La respuesta a esta pregunta que el Papa Benedicto XVI realizaba en su Homilía Eucarística, durante la visita pastoral a Cassino y Montecassino, el domingo 24 de mayo del año 2009, según él era que:

“El sentido de esta expresión no se comprende a partir de un solo texto, ni siquiera de un solo libro del Nuevo Testamento, sino en la escucha atenta de toda la Sagrada Escritura. En efecto, el uso del verbo <elevar> tiene su origen en el Antiguo Testamento, y se refiere a la toma de posesión de la realeza. Por tanto, la Ascensión de Cristo significa, en primer lugar, la toma de posesión del Hijo del hombre, crucificado y resucitado, de la realeza de Dios sobre el mundo.

Pero hay un sentido más profundo, que no se percibe en un primer momento. En la página de los Hechos de los Apóstoles se dice ante todo que Jesús “fue elevado” (Hch 1, 9), y luego se añade que “ha sido llevado” (Hch 1, 11). El acontecimiento no se describe como un viaje hacia lo alto, sino como una acción del poder de Dios, que introduce a Jesús en el espacio de la proximidad divina. La presencia de la nube que “lo ocultó a sus ojos”, hace referencia a una antiquísima imagen de la teología del Antiguo Testamento, e inserta el relato de la Ascensión en la historia de Dios con Israel, desde la nube del Sinaí y sobre la tienda de la Alianza en el desierto, hasta la nube luminosa sobre el monte de la Transfiguración. Presentar al Señor, envuelto en la nube evoca, en definitiva, el mismo misterio expresado por el simbolismo de <sentarse a la derecha del Padre>”.

 
 



San Lucas inicia su libro de los <Hechos de los Apóstoles> dirigiéndose a su discípulo Teófilo, del cual no se tiene información alguna, por lo que se ha llegado a sospechar que pudiera ser un personaje ficticio, utilizado por el evangelista como un medio literario, sin embargo es hermoso pensar que realmente hubiera existido ese personaje seguidor de Cristo cuyo nombre, Teófilo, es muy significativo: Amigo de Dios (Hch. 1, 1-3):

-Mi primer tratado lo hice, ¡Oh Teófilo!, acerca de todas las cosas que Jesús desde un principio hizo y enseñó,

-hasta el día en que, después de dar sus instrucciones por el Espíritu Santo, a los apóstoles que Él se había elegido, fue llevado a lo alto;

-a los cuales también, después de su Pasión, se había presentado vivo, con muchas pruebas evidentes, dejándose ver de ellos dentro del espacio de cuarenta días y hablándoles de las cosas referentes al Reino de Dios.

El Señor, en efecto, se dejó ver por sus seguidores, entre los que se encontraban los apóstoles y con entera seguridad su misma Madre, la Virgen María, después de su Pasión, Muerte y Resurrección, incluso Jesús se sentaba a la mesa con todos ellos para compartir sus alimentos y mientras lo hacía les daba las últimas instrucciones y consejos con el  objetivo  de que la tarea que les encomendaba, de evangelización de los pueblos, tuviera como resultado  los mejores frutos.
 
 
 


Sin embargo, ni aún después de haber visto morir a Jesús en la Cruz y tenerlo entre ellos resucitado, habían comprendido, algunos de sus seguidores, que el Reino de Dios, no era el reino de los hombres. Ellos seguían imbuidos de las ideas del pasado sobre el Mesías, el cual según el Antiguo Testamento, debería venir para restablecer el poderío del pueblo judío, por eso le preguntaron: <Señor, ¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?> (Hch. 1,6), pero Él les respondió: <No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder>, y  les anunció la venida del Espíritu Santo sobre ellos, para ayudarles a ser sus testigos no sólo en Jerusalén, sino en toda Judea, en Samaría, y hasta los confines del mundo.

Dice también San Lucas en su libro que después de estas últimas advertencias, el Señor se elevó sobre sus cabezas y una nube lo cubrió, desapareciendo de inmediato de su vista. Ellos sorprendidos se quedaron un rato mirando hacia el cielo, por si volvería a bajar, pero no, el Señor había subido a los cielos y se encontraba ya a la derecha del Padre en su Reino.

Es emocionante pensar así mismo, que la Elevación de Cristo al cielo, ha permitido, en palabras del Papa Benedicto XVI que <el ser humano haya entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios> (Ibid):

“El hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. <El cielo>, la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel  en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con Él”
 
 
 



Con anterioridad a estos hechos, Jesús se había aparecido a las dos Marías después de su Resurrección, ellas fueron  las primeras personas  a las que se presentó (Mt.28, 1-10):
-Pasado el sábado, al rallar el alba el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro

-De pronto hubo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella.

-Su aspecto era como un rayo, y su vestido blanco como la nieve.

-Los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos.

-Pero el ángel dirigiéndose a las mujeres les dijo: <No temáis, sé que buscáis a Jesús, el crucificado.

-No está aquí. Ha resucitado, como dijo. Venid, ved el sitio donde estaba.

-Id en seguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis. Ya os lo he dicho.

-Ellas se alejaron a toda prisa del sepulcro y con miedo y gran alegría corrieron a llevar la noticia a los discípulos.

-De pronto Jesús salió a su encuentro y les dijo: <Dios os guarde>. Ellas se acercaron se agarraron a sus pies y lo adoraron.

-Jesús les dijo <No tengáis miedo y decid a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán>

 
 


Por otra parte, el Papa San Juan Pablo II nos recuerda en varios trabajos suyos, que el anuncio de la Ascensión al Padre fue  realizado por Jesús, en distintas ocasiones, a sus discípulos. Así por ejemplo:
“Lo hizo especialmente durante su Última Cena: <Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre…, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía (Jn, 13,1-3). Jesús tenía sin duda en la mente su muerte ya cercana, y sin embargo miraba más allá y pronunciaba aquellas palabras en la perspectiva de su próxima partida, de su regreso al Padre mediante la Ascensión al cielo: <Me voy a aquel que me ha enviado> (Jn, 16,5); <Me voy al Padre, y ya no me veréis> (Jn, 16,10).

Los discípulos no comprendieron bien entonces, qué tenía Jesús en mente, tanto menos cuanto hablaba de forma misteriosa: <Me voy y volveré a vosotros> e incluso añadía: <Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo> (Jn 14,18). Tras la Resurrección aquellas palabras se hicieron para los discípulos más comprensibles y transparentes, como anuncio de su Ascensión al cielo (Audiencia General del miércoles 5 de abril de 1989)”.

Los apóstoles: San Mateo y San Juan, así como los evangelistas San Marcos, y San Lucas, narraron las apariciones de Jesús después de su Resurrección. Pero es San Lucas el que nos expone de forma más clara y definitiva las últimas instrucciones del Señor a sus apóstoles antes de su Ascensión a los cielos, momentos después de haberles <abierto la inteligencia para que entendieran las Escrituras> (Lc, 24, 44-49):

-Luego les dijo: <De esto os hablé cuanto todavía estaba con vosotros: es necesario que se cumpla, todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos>.

-Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras. Y les dijo:

-<Estaba escrito que el Mesías tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

-y que hay que predicar en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén>.

-Vosotros sois testigos de estas cosas.

-Sabed que voy a enviar lo que os ha prometido mi Padre. Por vuestra parte quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos por la fuerza de lo alto.

 
 
 



Tras estas últimas instrucciones del Señor a sus apóstoles, San Lucas nos narra así mismo en su evangelio los pormenores de la Ascensión del Señor de una forma más bien breve aunque después en su libro de los Hechos los especifica mejor (Lc 24, 50-52):

-Los sacó hasta cerca de Betania.

-Levantó las manos y los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió a los cielos.

-Ellos lo adoraron y se volvieron a Jerusalén llenos de alegría.

-Estaban continuamente en el Templo bendiciendo a Dios.

Por otra parte, cabe destacar dos aspectos esenciales del relato del evangelista según el Papa Francisco (Audiencia General. Plaza de San Pedro. Miércoles 17de abril de 2013):

“Ante todo, durante la Ascensión, Jesús realiza el gesto sacerdotal de la bendición y con seguridad los discípulos expresan su fe con la postración, se arrodillan inclinando la cabeza. Este es un primer punto importante: Jesús es el único y eterno Sacerdote que, con su Pasión, atravesó la muerte y el sepulcro y resucitó y ascendió al cielo; está junto a Dios Padre, donde intercede para siempre a nuestro favor (Hb 9, 24). Como afirma Juan en su Primera Carta, Él es nuestro abogado: ¡Qué bello es oír esto! Cuando uno es llamado por el juez o tiene un proceso, lo primero que hace es buscar un abogado para que le defienda. Nosotros tenemos uno, que nos defiende siempre, nos defiende de las acechanzas del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados. Queridísimos hermanos y hermanas, contamos con este abogado: No tengamos miedo de ir a Él a pedir perdón, bendición, misericordia. Él nos perdona siempre, Él es nuestro abogado: Nos defiende siempre. No olvidéis esto.
La Ascensión de Jesús al cielo, nos hace conocer esta realidad tan consoladora para nuestro camino. En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos trae hacia sí, conduciéndonos a Dios; si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él, estamos ciertos de hallarnos en manos seguras, en manos de nuestro salvador, de nuestro abogado.

Tenemos un segundo elemento, San Lucas refiere que los apóstoles después de haber visto a Jesús subir al cielo, regresaron a Jerusalén: <con gran alegría>. Esto nos parece un poco extraño. Generalmente cuando nos separamos de nuestros familiares, de nuestros amigos, por un viaje definitivo y sobre todo con motivo de la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no veremos más su rostro, no escucharemos más su voz, ya no podremos gozar de su afecto, ni de su presencia. En cambio, el evangelista subraya la profunda alegría de los apóstoles ¿Cómo es esto? Precisamente porque, con la mirada de la fe, ellos comprenden que, si bien substraídos de su mirada, Jesús permanece para siempre con ellos, no los abandona y, en la Gloria del Padre, los sostiene, los guía e intercede por ellos”.

En efecto, como se nos recuerda también en el Catecismo de la Iglesia Católica, escrito en orden a la publicación del Concilio Ecuménico Vaticano II (C.I.C. nº 668):

-La Ascensión de Cristo al cielo, significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo el poder en el cielo y en la tierra. Él está <por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación> porque el Padre <bajo sus pies sometió todas las cosas> (Ef 1, 20-22) Cristo es el Señor del Cosmos (Ef 4, 10; I Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En Él la historia de la humanidad e incluso toda la creación encuentran su recapitulación (Ef 1,10) su cumplimiento trascendente.

 
 



Santo Tomás de Aquino (Escritos catequísticos de Santo Tomás de Aquino Cp. 6 Artículo 6), aseguraba a este respecto que:

“La Ascensión del Señor a los cielos fue <sublime> porque: <subió por encima de los cielos> (Ef 4, 10) Esto fue Cristo quien primero lo hizo, pues anteriormente ningún cuerpo terreno había salido de la Tierra, hasta el punto de que incluso Adán vivió en un paraíso terrenal.
Subió por encima de todos los cielos espirituales, que son los seres espirituales. <colocando el Padre a Jesús a su derecha en el cielo, por encima de todo Principado, Potestad y Dominación, y sobre todo, cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero; todas las cosas la sometió bajo sus pies” 


Como diría en cierta ocasión  el Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel, con la Ascensión de Jesús a los cielos, ha llegado el día del completo triunfo del Señor (Ed. Aguilar. Madrid.  España 1964):
“La exaltación comenzada con la alegría de la Resurrección, se hace completa en este día. El Señor penetra con su naturaleza humana en la Gloria del Padre, para compartir con Él desde ahora el Imperio sobre los cielos, sobre la tierra, y sobre los infiernos; sobre los espíritus y sobre los corazones.
Le vemos partir y no nos entristecemos. Un gozo profundo penetra en la liturgia de éste día. <Si me amaseis “decía Cristo a los suyos”, estaríais contentos, porque me voy al Padre>. Era necesario que Cristo resucitado de entre los muertos, dejase la tierra y volviese al Padre, con el cual, como Dios, estaba necesaria y eternamente unido. Y nosotros nos alegramos por Él, en primer lugar. Después de su humillación terrena, de sus trabajos y sufrimientos, se sienta, por fin, “A la diestra de la Majestad, en las alturas” y toma posesión de la gloria que le corresponde a Él, Cristo Jesús, Hombre e Hijo de Dios y “Señor de la gloria”, siendo coronado como Rey de reyes, nombrado juez de vivos y muertos y reconocido como “Espíritu vivificante”, según la expresión de San Pablo, pues desde ahora, se sitúa en el centro del ecuménico reino de la Iglesia, “Para llenarlo todo”, para enviar su pulsación divina a todas las partes y a todos los miembros, inundándolo todo de su espíritu y su vida.

Nos alegramos también por nosotros, pues cuando Él se sienta a la diestra de Dios Padre, “los apóstoles se dispersan y empiezan a predicar”, y el Señor coopera a su misión y confirma con milagros sus palabras. Desde su trono Cristo piensa en nosotros; “penetró en los cielos, según frase de San Pablo, para presentarse constantemente por nosotros ante el rostro de Dios y vive, para interceder por nosotros sin descanso. Nuestra causa es su causa; nuestra súplicas, la suya. Si pecamos, dice el discípulo amado: Tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo, el Justo”

Bellas palabras de este hombre santo, Fr. Justo Pérez de Urbel, pronunciadas por él en el siglo XX, con las que no puede estar más de acuerdo nuestro actual Papa, tal como puso de manifiesto el domingo 1 de Junio de 2014 (Regina Coeli. Papa Francisco. Plaza de San Pedro):

“Jesús, cuando vuelve al cielo lleva al Padre un regalo. ¿Cuál es el regalo? Sus llagas. Su cuerpo es bellísimo, sin las señales de los golpes, sin las heridas de la flagelación, pero conserva las llagas. Cuando vuelve al Padre le muestra las llagas y le dice: <Mira Padre, éste es el precio del perdón que tú das>. Cuando el Padre contempla las llagas de Jesús, nos perdona siempre, y no porque seamos buenos, sino porque Jesús ha pagado por nosotros.
Contemplando las llagas de Jesús, el Padre se hace misericordioso. Éste es el gran trabajo de Jesús hoy en el cielo: Mostrar al Padre el precio del perdón, las llagas. Esto es algo hermoso que nos impulsa  a no tener miedo de pedir perdón; el Padre siempre perdona, porque mira las llagas de Jesús, mira nuestro pecado y nos perdona”

 
 



Es cierto, el cuerpo de Jesús cuando vuelve al Padre es bellísimo, como apunta el Papa Francisco, y lleva un regalo para el Padre, sus llagas, y este regalo es sin duda un enorme presente para el hombre como sugieren las palabras del Apóstol Santo Tomás, el único ausente durante la primera aparición del Señor después de muerto y resucitado (Jn 20, 24-29):

“Tomás, uno de los Doce, el llamado Dídimo (Mellizo), no estaba con ellos cuando vino Jesús / Digéronle, pues, los otros discípulos, hemos visto al Señor. Él les dijo <Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo> / Y ocho días después estaban allí dentro sus discípulos, y Tomás entre ellos. Viene Jesús, cerradas las puertas, y puesto en medio de ellos les dijo, paz con vosotros / luego dice a Tomás: Trae acá tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente / respondió Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! / Dice Jesús: ¡Porque me has visto, has creído! Bienaventurados los que no vieron y creyeron”.

Hermosísimo este relato de San Juan, el único apóstol que incluye en su evangelio la aparición de Jesús a sus discípulos en presencia de Tomás, que había estado ausente en la aparición anterior. Nos preguntamos a este respecto ¿Tiene algún significado especial esta ausencia de Tomás en la primera aparición de Jesús? La respuesta no puede ser otra, que sí, que tiene un gran significado y que seguramente el Señor lo había previsto así al objeto de mover la fe, no sólo del apóstol Tomás, sino de los creyentes de todos los tiempos. Incluso el Señor nos exhorta a ello con sus palabras: <Bienaventurado los que no vieron y creyeron>.

 



La actitud de los hombres ante esta advertencia del Señor, no puede ser otra que la dada por Santo Tomás: La fe absoluta y certera que le llevó a aquella confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío! Magnífica confesión de la divinidad de Cristo. Una explosión de fe que llena el corazón de los creyentes cuando se acercan al Sacramento de la Eucaristía.

Y es que como aseguraba también otro santo, siglos después, concretamente Santo Tomás de Aquino (1224-1274), el gran teólogo y doctor de la Iglesia, la Ascensión del Señor fue <razonable>, porque fue al cielo por tres motivos:
“Primero porque el cielo era debido a Cristo por su misma naturaleza. Es natural que cada cosa vuelva a su origen, y el principio originario de Cristo está en Dios, que está por encima de todo…

En segundo lugar  correspondía a Cristo el cielo por su victoria. Cristo fue enviado al mundo para luchar con el diablo, y lo venció; por ello merece ser encumbrado por encima de todas las cosas…

En tercer lugar le correspondía por la humildad. No hay humildad tan grande como la de Cristo, quien siendo Dios, quiso hacerse hombre, siendo Señor, quiso tomar condición de esclavo sometiéndose incluso a la muerte…

Por eso, mereció ser ensalzado hasta el cielo, hasta el solio (trono) de Dios,  porque el camino al encumbramiento es la humildad: <el que se humilla será enaltecido> (Lc 14,11); <el que descendió, ese mismo es el que subió por encima de todos los cielos> (Ef. 4,10)”

Dos citas, el evangelio de San Lucas y la  Carta a los Efesios de San Pablo, son los apoyos que le permiten a Santo Tomás de Aquino afirmar que la Ascensión del Señor fue razonable por su humildad. La primera, la del evangelista San Lucas corresponde a aquel pasaje de la vida del Señor en el que sanó a un hidrópico en casa de un jefe de los fariseos. Sucedió que habiendo sido invitado a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, en Jerusalén, y tras haber hecho el milagro de sanar a un hombre hidrópico, que con mal sana intención colocaron frente a Él, pues era sábado, y para los escribas y fariseos curar en dicho día estaba prohibido, Jesús observando cómo los convidados escogían sin reparo los mejores lugares les dio una lección de humildad diciéndoles (Lc 14, 7-11):
-Cuando alguien te invite a una boda,

-no te pongas en el primer asiento, no sea que haya otro invitado más honorable que tú, y

-venga el que te invitó y te diga: cede el sitio a éste, y entonces tengas que ir avergonzado a ocupar el último puesto.

-Por el contrario, cuando seas invitado, ponte en el último puesto y así, cuando venga el que te invitó, te dirá: amigo sube más arriba. Entonces te verás honrado ante todos los comensales.

-Porque quien se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado

 Así es, el Señor con sus palabras, mediante una parábola, nos muestra la moralidad y el buen comportamiento del cristiano, donde siempre debe imperar la humildad, frente a la soberbia y la prepotencia. Él mismo, como aseguraba Santo Tomás de Aquino, nos dio el mayor ejemplo de humildad, pues siendo Hijo de Dios, se hizo esclavo y murió por la salvación de los hombres por lo que era justo y merecido que fuera ensalzado hasta el cielo (Ascensión).

Por último asegura también Santo Tomás que la Ascensión del Señor fue (útil) apoyándose  en otras tres cuestiones. En primer lugar, como <guía>, pues <Ascendió para guiarnos>. Según este doctor de la Iglesia <nosotros ignorábamos el camino> y por eso Él tuvo que enseñarnos, Él tuvo <que subir delante de nosotros para abrirnos el camino> y de esta forma, tenemos la seguridad los hombres de poder llegar así mismo al reino celestial; así lo manifestó Jesús en aquel pasaje de su vida reflejado por San Juan en su evangelio (Jn 14, 1-3).
En segundo lugar, dice Santo Tomás de Aquino, que la Ascensión del Señor fue útil porque tenía que asegurarnos la posesión de una morada en el reino de Dios, subió en definitiva, para interceder por nosotros; por eso, en Jesucristo tenemos siempre ante el Padre el mejor abogado (1 Jn 2,1), como aseguraba Juan en su primera carta a las comunidades cristianas de ciertas regiones en las que él evangelizó, con objeto de desenmascarar a algunos falsos profetas que ya pululaban, con sus falsas doctrinas, por aquellas tierras tratando de impurificar la fe y las costumbres de los seguidores de Cristo. Finalmente y en tercer lugar, dice el gran teólogo Santo Tomás, que la Ascensión del Señor fue <útil> porque <tenía que atraer hacia sí nuestros corazones>


 
 



Tal como podemos leer en el evangelio de San Mateo, el Señor desea que los hombres tengamos confianza en la providencia paternal de Dios (Mt 6,19-21):

-No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroe y donde los ladrones socaban y los roban.

-Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde la polilla y la herrumbre no corroen, y donde los ladrones no socaban y roban.

-Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón

 
Finalmente, como aseguraba el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“El carácter histórico del misterio de la Resurrección y de la Ascensión de Cristo nos ayuda a reconocer y a comprender la condición transcendente de la Iglesia, la cual no ha nacido ni vive para suplir la ausencia de su Señor, sino que, por el contrario, encuentra la razón de su ser y de su misión en la presencia permanente, aunque invisible, de Jesús, una presencia que actúa con la fuerza de su espíritu.
En otras palabras podríamos decir que la Iglesia no desempeña la función de preparar la vuelta de un Jesús <ausente>, sino que, por el contrario, vive actúa para proclamar su <presencia gloriosa> de manera histórica y existencial.
Desde el día de la Ascensión, toda comunidad cristiana avanza en su camino terreno hacia el cumplimiento de las promesas mesiánicas, alimentándose con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y la Sangre de su Señor.
Ésta es la condición de la Iglesia –nos lo recuerda el Concilio Vaticano II-, mientras <prosigue su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la Cruz y la Muerte del Señor hasta que vuelva> (L G, 8)”.

 

  
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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