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sábado, 13 de octubre de 2018

EL ESPIRITU PUEDE VENCER A LA CARNE


 
 
 
Jesús dijo (Mt 10, 28): <No tengaís miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma>, para significar que el espíritu puede vencer a la carne.

Sí, porque como muy bien aseguraba el Pontífice Pio XI, el hombre tiene un alma espiritual e inmortal y derechos inalienables concedidos por su Creador (Carta Encíclica <Divini Redemptoris>; dada en Roma el 19 de marzo del año 1937):

“El hombre tiene un alma espiritual e inmortal; es una persona, adornada admirablemente por el Creador, con dones de cuerpo y de espíritu, un verdadero microcosmos, como decían los antiguos, esto es, un pequeño mundo, pero excede en valor a todo el inmenso mundo inanimado. Dios sólo es su último fin, en esta vida y en la otra; la gracia santificante lo eleva al grado de hijo adoptivo de Dios y lo incorpora al reino de Dios en el Cuerpo místico de Cristo”

 
Por eso, Cristo nos recuerda que no debemos tener miedo de aquellos que pretenden matar el cuerpo y que temamos más bien a aquellos que desean matar el alma y el cuerpo. Ciertamente el hombre puede actuar contra sus prerrogativas materiales, y de hecho lo hace bajo la acción del maligno, pero cuando además atenta contra el derecho inalienable de alcanzar su fin último, esto es, su salvación, estamos ya ante <palabras mayores>…

Jesús nos pide que a esos hombres, sí les temamos, aunque por supuesto sin dejar de luchar por todas y cada una de las prerrogativas que Dios nos ha concedido: <derecho a la vida, a la integridad del  cuerpo, derechos a los medios necesarios para la existencia, pero por encima de todo  derecho a tender al fin último, por el camino trazado por Dios>, en palabras del Papa Pio XI > (Ibid).

 
 
Jesús nos pide así mismo, que lo que escuchemos al oído de nuestro corazón, lo pregonemos desde las azoteas de la evangelización tal como nos recordaba el Papa Juan Pablo II (Carta Encíclica <Redemptoris Missio>. Dada en Roma en el año 1991):

“Toda persona tiene derecho a escuchar la <Buena Nueva> de Dios, que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación. Es un derecho conferido por el mismo Señor, a todo hombre, por lo cual la humanidad puede decir junto con San Pablo que <Jesucristo nos amó y se entregó por nosotros>”

Las palabras del Señor <lo que os digo a oscuras, decidlo a la luz del día> implican además un deber y un derecho de evangelizar a las gentes siempre y en todo lugar, porque aunque en los tiempos que corren, muchos piensen por error que no debería anunciarse a Cristo y su mensaje, puesto que ello sería limitar la libertad de las personas, y que estas podrían salvarse sin estos conocimientos explícitos y sin una unión con la Iglesia Católica, lo cierto es que jamás se debe olvidar que ésta fue fundada por Cristo con una función específica de ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe. Ya lo dijo San Pablo: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (I Co 9, 16)

 

No olvidemos por otra parte, que el hombre es débil, inclinado al mal a causa del pecado original, y que por ello individualmente y socialmente necesita de una sujeción, de un freno:

“Hasta los pueblos bárbaros tuvieron ese freno en la ley natural, esculpida por Dios en el alma, de todo hombre. Y cuando esta ley natural fue mejor observada, se vio como antiguas naciones se levantaban a una grandeza que deslumbra aún, más de lo que convendría, a ciertos observadores superficiales de la historia humana. Pero cuando del corazón del hombre se arranca hasta la idea mínima de Dios, las pasiones desbordadas les empujarán necesariamente a la barbarie más feroz” (Carta Encíclica de Pio XI; Ibid).

Son palabras proféticas de un Papa que vivió en el siglo pasado, que se han cumplido por desgracia, en gran medida, en muchos lugares de nuestro Planeta:

“Como triste herencia del pecado original, quedó en el mundo la lucha entre el bien y el mal, y el antiguo tentador nunca ha desistido de engañar a la humanidad con falsas promesas. Por eso en el curso de los siglos se han ido sucediendo una tras otras las convulsiones…Pueblos enteros están en peligro de caer en una barbarie peor que aquella en la que aún yacía la mayor parte del mundo al nacer el Redentor” (Papa Pio XI; Ibid)

 
No deben extrañarnos estos razonamientos, que pueden parecer  hasta duros,  del Papa Pio XI, porque él vivió durante una época de la historia de la humanidad muy convulsa, puesto que habiendo salido de una confrontación armada a nivel mundial, se estaba ya fraguando la que fuera <Segunda Guerra mundial>, tan terrible o más que la primera.

Este Papa, a pesar de todas las dificultades de su Pontificado, dio la talla desde el primer momento utilizando la radio, recientemente inventada por el científico Marconi, para que su voz se expandiera a todos los continentes, con un ruego angustioso por la paz y la reconciliación en Cristo Jesús.

 
Precisamente el lema de su Papado fue <la paz de Cristo en el reino de Cristo>; de esta forma trató de evitar el eminente estallido de una nueva confrontación bélica a nivel mundial. Por otra parte, instituyó  la fiesta de Cristo Rey, para recordar a todos los hombres el amor y adoración que deben al Mesías, el  Unigenito Hijo de Dios.

Fueron muchas las Cartas Encíclicas que el Papa Pio XI escribió para advertir, a los líderes de  las Naciones  de su época de una u otra tendencia política, de los errores y desviaciones que se estaban produciendo de las leyes Divinas, de tal suerte que se ganó la adversión y el rechazo de muchas gentes…

Desafió al Mundo, se puede decir, para lograr <la paz de Cristo en el reino de Cristo>…Otros Pontífices tomaron su ejemplo y el de Papas anteriores a él, como  León XIII ó  Pio X, con el deseo de que los hombres volvieran a reconciliarse con Dios y con su Iglesia.  

 

Entre estos Papas, se encuentra  Benedicto XVI, el cual quiso por voluntad propia pasar a un segundo plano, para dar paso a un nuevo Pontífice con fuerzas renovadas para conducir la Barca de Pedro; él en su penúltimo <Angelus> nos decía a todos los seguidores de Cristo:  <No tengáis miedo de afrontar el combate contra el espíritu del mal>…

Por su parte, el Papa san Juan Pablo II, utilizó en su día, así mismo, la exclamación del Señor: ¡No tengáis miedo! Se puede decir que de hecho fue como una norma de su Pontificado, y así en la Homilía que pronunció al inicio de su Papado oró en los términos siguientes:

“¡Oh Cristo! ¡Haz, que yo me convierta en servidor, y lo sea, de tu potestad! ¡Servidor de tu dulce potestad! ¡Servidor de tu potestad que no conoce ocaso! Más aún siervo de tus siervos”

Y a continuación dijo las significativas palabras:

“¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo de aceptar su potestad!...    

¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo ¡No tengáis miedo! Cristo conoce <lo que hay dentro del hombre> ¡Solo Él lo conoce! “

 

Ciertamente el Hijo del hombre y solamente Él, conoce lo que hay en el interior del corazón del ser humano, y por eso nos pide con insistencia que ¡No tengamos miedo! Y sobre todo que  no tengamos miedo de Él (Mc 6, 45-51):

“Enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente / Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar / Y cuando hubo anochecido, estaba la barca en alta mar, y Él sólo en tierra / Y como viese que se fatigaban en el empeño de avanzar, porque el viento les era contrario, hacia la cuarta vigilia de la noche, viene a ellos caminando sobre el mar, y les iba ya a pasar de largo / Ellos, como le vieran que caminaba sobre el mar, creyeron que era un fantasma, y se pusieron a gritar / porque todos le vieron y se alborotaron. Más él enseguida habló con ellos, y les dice: <Tened buen ánimo, soy yo, no tengáis miedo / Y subió a la barca con ellos, y amainó el viento. Y estaban desmesuradamente atónitos mirándose unos a otros”

 

Este milagro tuvo lugar inmediatamente después, según San Marcos, del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, pero como el mismo evangelista asegura los discípulos no habían entendido del todo el significado del mismo (Mc 6, 52): <pues no se habían dado cuenta cabal de lo acaecido con los panes, sino que su corazón estaba embotado>

Si, sus corazones estaban endurecidos, y no habían aceptado todavía la grandeza de la figura de su Maestro, por falta de fe, y seguramente también, a causa de la rudeza de la vida en el mar que anteriormente habían llevado. Quizas en este momento, ellos empezaron a comprender que se encontraban ante la presencia del Creador y de ahí su santo temor y su sorpresa…

 

El Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret; Primera Parte> comentando este acontecimiento de la vida del Señor se expresaba en los terminos siguiéntes:

“Tras la multiplicación de los panes, Jesús dice a los discípulos que suban a la barca y se dirijan a Betsaida; pero él se retira al monte para orar. Cuando la barca se encuentra en medio del lago, se levanta una fuerte tempestad que impide a los discípulos avanzar. El Señor, en oración, los ve y se acerca a ellos caminando sobre las aguas. Se puede comprender el susto de los discípulos al ver a Jesús caminando sobre las aguas: <se habían sobresaltado (alborotado) y se pusieron a gritar>. Pero Jesús les dice sosegadamente: <Animo, soy yo, no tengáis miedo. A primera vista, este <soy yo> parece una simple fórmula de identificación con que Jesús se da a conocer intentando aplacar el miedo de los suyos.

En efecto, Jesús después se sube a la barca y el viento se calma. El detalle curioso es que entonces los discípulos se asustaron de verdad: <estaban desmesuradamente atónitos mirándose unos a otros>. ¿Por qué? En todo caso, el miedo de los discípulos provocado inicialmente por la visión de un fantasma, se ve aumentado y llega a su culmen precisamente en el instante en que Jesús sube a la barca y el viento se calma repentinamente…

 

Se trata evidentemente, del típico temor <teofánico>, el temor que invade al hombre cuando se ve en la presencia directa de Dios…

Es el <santo temor de Dios> lo que invade a los discípulos. Andar sobre la aguas es algo ciertamente propio de Dios: <Él sólo despliega los cielos y camina sobre la espaldas del mar>, se dice de Dios en el libro de Job (9,8). El Jesús que camina sobre las aguas, no es simplemente, la persona que les resulta familiar; en Él reconocen los discípulos la presencia de Dios mismo…Y del mismo modo el calmar la tempestad sobrepasa los límites de la capacidad humana y remite al poder de Dios. Así, en el clásico episodio de la <tempestad calmada>, los discípulos se dicen unos a otros: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!>”

 

Hace mención aquí Benedicto XVI, a otro episodio de la vida del Señor  que fue también  relatado por san Marcos en su evangelio (Mc 4, 35-41):

“Y les dice aquel mismo día, venido el atardecer: <Pasemos a la otra orilla> / Y habiendo dejado la turba, le llevan consigo, tal como estaba, en la barca; y otras barcas le acompañaban / Y sobreviene una gran tempestad de viento, y las olas se echaban dentro de la barca, hasta el punto de inundarse ya la barca / Y él estaba en la popa sobre el cabezal durmiendo, y le despiertan y le dicen <Maestro ¿no te importa que nos vayamos a pique? / Y despertando se encaró con el viento y dijo a la mar: ¡Calla! ¡Enmudece! Y amainaron los vientos y sobrevino gran bonanza / Y quedaron sobrecogidos de gran temor, y se decían unos a otros: ¿Quién, pues, será éste, que aún el viento y el mar le obedecen?”

 

Estos hechos de la <tempestad calmada>, tuvieron lugar, según San Marcos, con anterioridad a los que ahora nos ocupan, cuando el Señor <caminó sobre las aguas>, durante los cuales los discípulos empiezan a comprender que su Maestro es el Hijo de Dios, el Mesías prometido por los profetas en la antigüedad.

Por eso, sigue diciendo el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“En este contexto el <soy yo>, tiene otro sentido: es más que el simple identificarse de Jesús; aquí  parece resonar también el misterioso <Yo soy> de los escritos de San Juan. En cualquier caso, no cabe duda de que todo el acontecimiento se presenta como una teofanía (revelación), como un encuentro con el misterio divino de Jesús, por lo que Mateo, con gran lógica, concluye (este mismo pasaje de la vida del Señor), con la adoración (a su persona) y las palabras de los discípulos: <Realmente este es el Hijo de Dios>”.

En efecto, en (Mt 14, 25-33) podemos leer:

“A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar / Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma / Jesús les dijo enseguida: ¡Animo soy yo, no tengáis miedo! / Pedro le contestó: Señor si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua / Él dijo, <Ven>. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús / pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: <Señor, sálvame> / Enseguida extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado? / En cuanto subieron a la barca amainó el viento / Los de la barca se postraron  ante él diciendo: <Realmente este es el Hijo de Dios>”

 

Fueron muchas las ocasiones en que Jesús les dijo a sus discípulos, y por extensión a todos los hombres de buena voluntad: ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo de mí! ¡Yo soy! 

Una ocasión digna de recordar es aquella  en la que tuvo lugar la <Transfiguración del Señor>, en el monte Tabor, en presencia de sus Apóstoles, Pedro, Santiago y Juan y que Jesús pareció anunciar con palabras misteriosas (Mc 9,1): <En verdad os digo que hay algunos aquí presentes que no gustarán la muerte sin que antes vean  el reino de Dios venido en poder>

Así relató San Marcos esta  teofanía o presencian viva de Dios (Mc 9, 2-10):

“Y seis días después toma consigo Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, y sube con ellos solos a parte a un monte elevado. Y se transformó delante de ellos; y sus vestiduras tornaron centelleantes, blancas en extremo, cuales ningún batanero sobre la tierra es capaz de blanquearlas, así / Y aparecieron a su vista Elías y Moisés, y estaban conversando con Jesús / Y tomando Pedro la palabra, dice a Jesús: <Rabí, linda cosa es estarnos aquí, y vamos a hacer tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para Elías> / Porque no sabía que decir, pues quedaron fuera de sí, por el espanto / Y se formó una nube que los cubría, y vino una voz de la nube: <Este es mi Hijo querido, escuchadlo> / Y súbitamente, echando una mirada en derredor, a nadie ya vieron sino a Jesús solo con ellos / Y mientras bajaban del monte les previno Jesús que a nadie refirieran las cosas que habían visto, sino cuando el Hijo del hombre, hubiera resucitado de entre los muertos / Y guardaron la cosa para sí. Y se preguntaron que era aquello de resucitar de entre los muertos”

 

En esta versión de la Transfiguración de Jesús, no se señala que el Señor les pidiera a sus Apóstoles que no tuvieran miedo, en cambio en la versión de San Mateo, si se dice que Jesús se acercó a ellos, les tocó y les dijo: <levantaos y no tengáis miedo> (Mt 17, 7).

Como dice el Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret. Primera parte>:

“Los tres discípulos estaban impresionados por la grandiosidad de la aparición. El <santo temor de Dios> se había apoderado de ellos, como sucede en otros momentos  en los que también sienten la proximidad de Dios, en Jesús; perciben su propia insignificancia y quedan inmovilizados por el miedo, <estaban asustados>, dice San Marcos en su Evangelio (Mc 9,6). Y entonces Pedro tomó la palabra, aunque como también dice el evangelista, <en su aturdimiento no sabía lo que hacía>, para decir < ¡Rabí, linda cosa es estar aquí…!> (Mc 9,5).

Se ha debatido mucho sobre estas palabras pronunciadas por decirlo así, en éxtasis, en el santo temor, pero también en la alegría por la proximidad de Dios...”

 

El Papa Juan Pablo II se pregunta y nos pregunta a todos los creyentes al releer este pasaje de la vida del Señor (Ibid):

“¿No nos arrebata también, en este momento, el estupor, el santo temor y la admiración que sobrecogieron entonces a Pedro a Santiago y a Juan? El Hijo amado está aquí. También para nosotros. Se nos ha otorgado a nosotros. Vive por y para nosotros. Viene a morir por nosotros. Viene a darnos el amor de Padre y, con dicho amor, todo lo demás…

Por nosotros Dios ha dado a su Hijo, a Cristo, a nuestro hermano. Y Jesús se ofrece: <…sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…> (Jn 13, 1). De este sufrimiento, de este don recíproco del amor infinito, sin parangón, del Padre y el Hijo hacia nosotros, ha nacido la Iglesia, ha nacido la Eucaristía, han nacido los Sacramentos, y ha irrumpido en el mundo la vida eterna”

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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