Jesús dijo (Mt 10, 28): <No
tengaís miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma>, para
significar que el espíritu puede vencer a la carne.
Sí, porque como muy bien aseguraba
el Pontífice Pio XI, el hombre tiene un alma espiritual e inmortal y derechos
inalienables concedidos por su Creador (Carta Encíclica <Divini
Redemptoris>; dada en Roma el 19 de marzo del año 1937):
“El hombre tiene un alma
espiritual e inmortal; es una persona, adornada admirablemente por el Creador,
con dones de cuerpo y de espíritu, un verdadero microcosmos, como decían los
antiguos, esto es, un pequeño mundo, pero excede en valor a todo el inmenso
mundo inanimado. Dios sólo es su último fin, en esta vida y en la otra; la
gracia santificante lo eleva al grado de hijo adoptivo de Dios y lo incorpora
al reino de Dios en el Cuerpo místico de Cristo”
Jesús nos pide que a esos
hombres, sí les temamos, aunque por supuesto sin dejar de luchar por todas y
cada una de las prerrogativas que Dios nos ha concedido: <derecho a la vida,
a la integridad del cuerpo, derechos a
los medios necesarios para la existencia, pero por encima de todo derecho a tender al fin último, por el camino
trazado por Dios>, en palabras del Papa Pio XI > (Ibid).
“Toda persona tiene derecho a
escuchar la <Buena Nueva> de Dios, que se revela y se da en Cristo, para
realizar en plenitud la propia vocación. Es un derecho conferido por el mismo
Señor, a todo hombre, por lo cual la humanidad puede decir junto con San Pablo
que <Jesucristo nos amó y se entregó por nosotros>”
Las palabras del Señor <lo que
os digo a oscuras, decidlo a la luz del día> implican además un deber y un
derecho de evangelizar a las gentes siempre y en todo lugar, porque aunque en
los tiempos que corren, muchos piensen por error que no debería anunciarse a
Cristo y su mensaje, puesto que ello sería limitar la libertad de las personas,
y que estas podrían salvarse sin estos conocimientos explícitos y sin una unión
con la Iglesia Católica, lo cierto es que jamás se debe olvidar que ésta fue
fundada por Cristo con una función específica de ayudar a todos a encontrar a
Cristo en la fe. Ya lo dijo San Pablo: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!
(I Co 9, 16)
No olvidemos por otra parte, que
el hombre es débil, inclinado al mal a causa del pecado original, y que por
ello individualmente y socialmente necesita de una sujeción, de un freno:
“Hasta los pueblos bárbaros
tuvieron ese freno en la ley natural, esculpida por Dios en el alma, de todo
hombre. Y cuando esta ley natural fue mejor observada, se vio como antiguas
naciones se levantaban a una grandeza que deslumbra aún, más de lo que
convendría, a ciertos observadores superficiales de la historia humana. Pero
cuando del corazón del hombre se arranca hasta la idea mínima de Dios, las
pasiones desbordadas les empujarán necesariamente a la barbarie más feroz”
(Carta Encíclica de Pio XI; Ibid).
Son palabras proféticas de un Papa
que vivió en el siglo pasado, que se han cumplido por desgracia, en gran medida,
en muchos lugares de nuestro Planeta:
“Como triste herencia del pecado
original, quedó en el mundo la lucha entre el bien y el mal, y el antiguo
tentador nunca ha desistido de engañar a la humanidad con falsas promesas. Por
eso en el curso de los siglos se han ido sucediendo una tras otras las
convulsiones…Pueblos enteros están en peligro de caer en una barbarie peor que
aquella en la que aún yacía la mayor parte del mundo al nacer el Redentor” (Papa
Pio XI; Ibid)
Este Papa, a pesar de todas las
dificultades de su Pontificado, dio la talla desde el primer momento utilizando
la radio, recientemente inventada por el científico Marconi, para que su voz se
expandiera a todos los continentes, con un ruego angustioso por la paz y la
reconciliación en Cristo Jesús.
Fueron muchas las Cartas
Encíclicas que el Papa Pio XI escribió para advertir, a los líderes de las Naciones
de su época de una u otra tendencia política, de los errores y
desviaciones que se estaban produciendo de las leyes Divinas, de tal suerte que
se ganó la adversión y el rechazo de muchas gentes…
Desafió al Mundo, se puede decir,
para lograr <la paz de Cristo en el reino de Cristo>…Otros Pontífices
tomaron su ejemplo y el de Papas anteriores a él, como León XIII ó
Pio X, con el deseo de que los hombres volvieran a reconciliarse con
Dios y con su Iglesia.
Entre estos Papas, se encuentra Benedicto XVI, el cual quiso por voluntad
propia pasar a un segundo plano, para dar paso a un nuevo Pontífice con fuerzas
renovadas para conducir la Barca de Pedro; él en su penúltimo <Angelus>
nos decía a todos los seguidores de Cristo: <No tengáis miedo de afrontar el combate
contra el espíritu del mal>…
Por su parte, el Papa san Juan
Pablo II, utilizó en su día, así mismo, la exclamación del Señor: ¡No tengáis
miedo! Se puede decir que de hecho fue como una norma de su Pontificado, y así
en la Homilía que pronunció al inicio de su Papado oró en los términos
siguientes:
“¡Oh Cristo! ¡Haz, que yo me
convierta en servidor, y lo sea, de tu potestad! ¡Servidor de tu dulce
potestad! ¡Servidor de tu potestad que no conoce ocaso! Más aún siervo de tus
siervos”
Y a continuación dijo las significativas
palabras:
“¡Hermanos y hermanas! ¡No
tengáis miedo de acoger a Cristo de aceptar su potestad!...
¡No temáis! ¡Abrid, más todavía,
abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los
confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos
campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo ¡No tengáis miedo!
Cristo conoce <lo que hay dentro del hombre> ¡Solo Él lo conoce! “
Ciertamente el Hijo del hombre y
solamente Él, conoce lo que hay en el interior del corazón del ser humano, y
por eso nos pide con insistencia que ¡No tengamos miedo! Y sobre todo que no tengamos miedo de Él (Mc 6, 45-51):
“Enseguida apremió a los
discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de
Betsaida, mientras él despedía a la gente / Y después de despedirse de ellos,
se retiró al monte a orar / Y cuando hubo anochecido, estaba la barca en alta
mar, y Él sólo en tierra / Y como viese que se fatigaban en el empeño de
avanzar, porque el viento les era contrario, hacia la cuarta vigilia de la
noche, viene a ellos caminando sobre el mar, y les iba ya a pasar de largo / Ellos,
como le vieran que caminaba sobre el mar, creyeron que era un fantasma, y se
pusieron a gritar / porque todos le vieron y se alborotaron. Más él enseguida
habló con ellos, y les dice: <Tened buen ánimo, soy yo, no tengáis miedo / Y
subió a la barca con ellos, y amainó el viento. Y estaban desmesuradamente atónitos
mirándose unos a otros”
Este milagro tuvo lugar
inmediatamente después, según San Marcos, del milagro de la multiplicación de
los panes y de los peces, pero como el mismo evangelista asegura los discípulos
no habían entendido del todo el significado del mismo (Mc 6, 52): <pues no
se habían dado cuenta cabal de lo acaecido con los panes, sino que su corazón
estaba embotado>
Si, sus corazones estaban endurecidos,
y no habían aceptado todavía la grandeza de la figura de su Maestro, por falta
de fe, y seguramente también, a causa de la rudeza de la vida en el mar que anteriormente
habían llevado. Quizas en este momento, ellos empezaron a comprender que se
encontraban ante la presencia del Creador y de ahí su santo temor y su
sorpresa…
El Papa Benedicto XVI en su libro
<Jesús de Nazaret; Primera Parte> comentando este acontecimiento de la
vida del Señor se expresaba en los terminos siguiéntes:
“Tras la multiplicación de los
panes, Jesús dice a los discípulos que suban a la barca y se dirijan a
Betsaida; pero él se retira al monte para orar. Cuando la barca se encuentra en
medio del lago, se levanta una fuerte tempestad que impide a los discípulos
avanzar. El Señor, en oración, los ve y se acerca a ellos caminando sobre las
aguas. Se puede comprender el susto de los discípulos al ver a Jesús caminando
sobre las aguas: <se habían sobresaltado (alborotado) y se pusieron a
gritar>. Pero Jesús les dice sosegadamente: <Animo, soy yo, no tengáis
miedo. A primera vista, este <soy yo> parece una simple fórmula de
identificación con que Jesús se da a conocer intentando aplacar el miedo de los
suyos.
En efecto, Jesús después se sube
a la barca y el viento se calma. El detalle curioso es que entonces los
discípulos se asustaron de verdad: <estaban desmesuradamente atónitos
mirándose unos a otros>. ¿Por qué? En todo caso, el miedo de los discípulos
provocado inicialmente por la visión de un fantasma, se ve aumentado y llega a
su culmen precisamente en el instante en que Jesús sube a la barca y el viento
se calma repentinamente…
Se trata evidentemente, del
típico temor <teofánico>, el temor que invade al hombre cuando se ve en
la presencia directa de Dios…
Es el <santo temor de Dios>
lo que invade a los discípulos. Andar sobre la aguas es algo ciertamente propio
de Dios: <Él sólo despliega los cielos y camina sobre la espaldas del mar>,
se dice de Dios en el libro de Job (9,8). El Jesús que camina sobre las aguas,
no es simplemente, la persona que les resulta familiar; en Él reconocen los
discípulos la presencia de Dios mismo…Y del mismo modo el calmar la tempestad
sobrepasa los límites de la capacidad humana y remite al poder de Dios. Así, en
el clásico episodio de la <tempestad calmada>, los discípulos se dicen
unos a otros: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!>”
Hace mención aquí Benedicto XVI,
a otro episodio de la vida del Señor que
fue también relatado por san Marcos en
su evangelio (Mc 4, 35-41):
“Y les dice aquel mismo día,
venido el atardecer: <Pasemos a la otra orilla> / Y habiendo dejado la
turba, le llevan consigo, tal como estaba, en la barca; y otras barcas le
acompañaban / Y sobreviene una gran tempestad de viento, y las olas se echaban
dentro de la barca, hasta el punto de inundarse ya la barca / Y él estaba en la
popa sobre el cabezal durmiendo, y le despiertan y le dicen <Maestro ¿no te
importa que nos vayamos a pique? / Y despertando se encaró con el viento y dijo
a la mar: ¡Calla! ¡Enmudece! Y amainaron los vientos y sobrevino gran bonanza /
Y quedaron sobrecogidos de gran temor, y se decían unos a otros: ¿Quién, pues,
será éste, que aún el viento y el mar le obedecen?”
Estos hechos de la <tempestad
calmada>, tuvieron lugar, según San Marcos, con anterioridad a los que ahora
nos ocupan, cuando el Señor <caminó sobre las aguas>, durante los cuales
los discípulos empiezan a comprender que su Maestro es el Hijo de Dios, el
Mesías prometido por los profetas en la antigüedad.
Por eso, sigue diciendo el Papa
Benedicto XVI (Ibid):
“En este contexto el <soy
yo>, tiene otro sentido: es más que el simple identificarse de Jesús;
aquí parece resonar también el
misterioso <Yo soy> de los escritos de San Juan. En cualquier caso, no
cabe duda de que todo el acontecimiento se presenta como una teofanía
(revelación), como un encuentro con el misterio divino de Jesús, por lo que
Mateo, con gran lógica, concluye (este mismo pasaje de la vida del Señor), con
la adoración (a su persona) y las palabras de los discípulos: <Realmente
este es el Hijo de Dios>”.
En efecto, en (Mt 14, 25-33)
podemos leer:
“A la cuarta vela de la noche se
les acercó Jesús andando sobre el mar / Los discípulos, viéndole andar sobre el
agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma / Jesús
les dijo enseguida: ¡Animo soy yo, no tengáis miedo! / Pedro le contestó: Señor
si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua / Él dijo, <Ven>. Pedro bajó de
la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús / pero, al sentir la
fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: <Señor,
sálvame> / Enseguida extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Hombre de poca
fe! ¿Por qué has dudado? / En cuanto subieron a la barca amainó el viento / Los
de la barca se postraron ante él
diciendo: <Realmente este es el Hijo de Dios>”
Fueron muchas las ocasiones en
que Jesús les dijo a sus discípulos, y por extensión a todos los hombres de
buena voluntad: ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo de mí! ¡Yo soy!
Una ocasión digna de recordar es
aquella en la que tuvo lugar la
<Transfiguración del Señor>, en el monte Tabor, en presencia de sus
Apóstoles, Pedro, Santiago y Juan y que Jesús pareció anunciar con palabras
misteriosas (Mc 9,1): <En verdad os digo que hay algunos aquí presentes que
no gustarán la muerte sin que antes vean
el reino de Dios venido en poder>
Así relató San Marcos esta teofanía o presencian viva de Dios (Mc 9,
2-10):
“Y seis días después toma consigo
Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, y sube con ellos solos a parte a un monte
elevado. Y se transformó delante de ellos; y sus vestiduras tornaron
centelleantes, blancas en extremo, cuales ningún batanero sobre la tierra es
capaz de blanquearlas, así / Y aparecieron a su vista Elías y Moisés, y estaban
conversando con Jesús / Y tomando Pedro la palabra, dice a Jesús: <Rabí,
linda cosa es estarnos aquí, y vamos a hacer tres tiendas: una para ti, una
para Moisés y una para Elías> / Porque no sabía que decir, pues quedaron
fuera de sí, por el espanto / Y se formó una nube que los cubría, y vino una
voz de la nube: <Este es mi Hijo querido, escuchadlo> / Y súbitamente,
echando una mirada en derredor, a nadie ya vieron sino a Jesús solo con ellos /
Y mientras bajaban del monte les previno Jesús que a nadie refirieran las cosas
que habían visto, sino cuando el Hijo del hombre, hubiera resucitado de entre los
muertos / Y guardaron la cosa para sí. Y se preguntaron que era aquello de
resucitar de entre los muertos”
En esta versión de la
Transfiguración de Jesús, no se señala que el Señor les pidiera a sus Apóstoles
que no tuvieran miedo, en cambio en la versión de San Mateo, si se dice que
Jesús se acercó a ellos, les tocó y les dijo: <levantaos y no tengáis
miedo> (Mt 17, 7).
Como dice el Papa Benedicto XVI
en su libro <Jesús de Nazaret. Primera parte>:
“Los tres discípulos estaban
impresionados por la grandiosidad de la aparición. El <santo temor de
Dios> se había apoderado de ellos, como sucede en otros momentos en los que también sienten la proximidad de
Dios, en Jesús; perciben su propia insignificancia y quedan inmovilizados por
el miedo, <estaban asustados>, dice San Marcos en su Evangelio (Mc 9,6).
Y entonces Pedro tomó la palabra, aunque como también dice el evangelista,
<en su aturdimiento no sabía lo que hacía>, para decir < ¡Rabí, linda
cosa es estar aquí…!> (Mc 9,5).
Se ha debatido mucho sobre estas
palabras pronunciadas por decirlo así, en éxtasis, en el santo temor, pero
también en la alegría por la proximidad de Dios...”
El Papa Juan Pablo II se pregunta
y nos pregunta a todos los creyentes al releer este pasaje de la vida del Señor
(Ibid):
“¿No nos arrebata también, en
este momento, el estupor, el santo temor y la admiración que sobrecogieron
entonces a Pedro a Santiago y a Juan? El Hijo amado está aquí. También para
nosotros. Se nos ha otorgado a nosotros. Vive por y para nosotros. Viene a morir
por nosotros. Viene a darnos el amor de Padre y, con dicho amor, todo lo demás…
Por nosotros Dios ha dado a su
Hijo, a Cristo, a nuestro hermano. Y Jesús se ofrece: <…sabiendo Jesús que
había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…> (Jn 13, 1). De
este sufrimiento, de este don recíproco del amor infinito, sin parangón, del
Padre y el Hijo hacia nosotros, ha nacido la Iglesia, ha nacido la Eucaristía,
han nacido los Sacramentos, y ha irrumpido en el mundo la vida eterna”
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