“Mirarán al que traspasaron” Son
palabras misteriosas, llenas de significado recordadas por san
Juan en su Evangelio, cuando relata un acontecimiento extraordinario que tuvo
lugar inmediatamente después de la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Nos referimos
al conocido episodio de la historia de Jesús que se ha dado en llamar <la lanzada>
y que ha sido objeto de numerosas obras de arte y análisis teológicos, a lo
largo de los siglos hasta nuestros días.
Así describió el apóstol y
evangelista, san Juan, los hechos acaecidos en aquel amargo día, cuando los
soldados se acercaron a los tres crucificados, en el lugar llamado la Calavera
(Gólgota,) con ánimo de romperles las piernas (Jn 19, 33-37):
-Cuando se acercaron a Jesús, se
dieron cuenta que ya había muerto, por eso no le rompieron las piernas.
-Pero uno de los soldados le
abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua.
-El que vio estas cosas da
testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad,
para que también vosotros lo creáis.
-Esto sucedió para que se
cumpliera la Escritura que dice:<No le quebraron ningún hueso.
-La Escritura dice también, en
otro pasaje: <Mirarán al que traspasaron>
San Juan recuerda con este último
versículo, las palabras pronunciadas en su día, por el profeta Zacarías,
consecuencia de una de sus visiones nocturnas y más concretamente aquella que
se refiere a los vaticinios (Oráculo del Señor) sobre Judá y Jerusalén (Zc 12, 8-10):
“Aquel día el Señor protegerá a
los habitantes de Jerusalén. <Aquel día el más flojo de ellos será como
David, y la casa de David, como un Dios, como un ángel del Señor al frente de
ellos> / <Aquél día me dispondré a exterminar a cualquier nación que
venga contra Jerusalén> / <Sobre la casa de David y sobre los habitantes
de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de plegaria para que fijen en mí
la mirada. Por el que traspasaron, por él harán duelo con el llanto del hijo,
por el hijo único; se afligirán amargamente por él, con el dolor por el
primogénito>”
En el tiempo escatológico
anunciado por el profeta Zacarías debían suceder todas estas cosas. Este
profeta era hijo de Baraquías, y fue uno de los doce profetas llamados menores.
Su libro es el penúltimo de los libros proféticos inspirados del Antiguo
Testamento. Él llevo a cabo una misión profética entre los años 520-518 antes
de Cristo. Zacarías hablaba en nombre de Dios a los judíos que por entonces
habitaban en Jerusalén y en toda Judea, para animales a edificar el Templo para
Él. La persona tan llorada por los habitantes de Jerusalén, según Zacarías, la
persona a la que traspasaron, nos recuerda a Jesucristo clavado en la Cruz; a Él vuelven la mirada los hombres pecadores,
tal como leemos en el evangelio de san Juan y:
<No le quebraron ningún
hueso>…<Mirarán al que traspasaron>.
Son palabras que evocan
constantemente los últimos momentos de la Pasión y Muerte del Señor, tal como nos advertía el
Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús
de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Ediciones
Encuentros, S.A., Madrid 2011>:
“La Iglesia teniendo en cuenta
las palabras de Zacarías, ha mirado en el transcurso de los siglos a este
corazón traspasado, reconociendo en él la fuente de bendición indicada
anticipadamente en la sangre y en el agua.
Las palabras de Zacarías impulsan
además a buscar una comprensión más honda de lo que allí ha ocurrido. Un primer
grado de este proceso de comprensión lo encontramos en la primera Carta de
Juan, que retorna con vigor a la reflexión sobre el agua y la sangre que salen
del costado de Jesús (Jn 5, 6-12)”
Se refiere el santo Padre a la 1ª
Carta del apóstol san Juan, dirigida a los seguidores de Cristo que estaban
siendo perseguidos y calumniados por los simpatizantes del enemigo común…
San Juan en su Carta poco antes
del Epilogo, viene a dar testimonio sobre el Hijo del hombre, es decir sobre el
Mesías con estas sentidas palabras (1 Jn 5, 6-12):
“Este es el vino por agua y
sangre, Jesucristo. No solamente con agua, sino con el agua y con la sangre. Y el Espíritu es quien
testifica, porque el Espíritu es la verdad.
-Pues tres son los que
testifican:
-el Espíritu, el agua y la
sangre, y los tres coinciden en uno.
-Si aceptamos el testimonio de
los hombres, mayor es el testimonio de Dios, por cuanto testificó acerca de su
Hijo.
-Quien cree en el Hijo de Dios,
tiene el testimonio en sí. Quien no cree en Dios, por mentiroso lo tiene, por
cuanto no ha creído en el testimonio acerca de su Hijo.
-Y éste es el testimonio: que
Dios nos dio vida eterna, y esta vida está en su Hijo.
-Quien tiene al Hijo, tiene la
vida: quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene vida.
Por eso es necesario, tener en
cuenta siempre, lo que sucedió en el Calvario y en particular aquel momento
trascendental en el que, del costado del Señor, salió agua y sangre. A este
propósito recordaremos, de nuevo, las enseñanzas del Papa Benedicto XVI (Jesús
de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección; Ibid ):
“Los Evangelios sinópticos describen
explícitamente la muerte en la Cruz de Jesús, como un acontecimiento cósmico y
litúrgico: el sol se oscureció, el velo del templo se rasgó en dos, la tierra
tiembla, muchos muertos resucitan.
Pero hay un proceso de fe más
importante aún que los signos cósmicos: el centurión-comandante del pelotón de
ejecución conmovido por todo lo que ve, reconoce a Jesús como Hijo de Dios:
<Realmente éste era el Hijo de Dios> (Mc 15, 39)
Bajo la Cruz da comienzo la Iglesia
de los paganos. Desde la Cruz, el Señor reúne a los hombres para la nueva
comunidad de la Iglesia universal. Mediante el Hijo que sufre reconocen al Dios
verdadero.
Mientras los romanos, como
intimidación, dejaban que los crucificados colgarán del instrumento de tortura
después de morir, según el derecho judío debían ser enterrados el mismo día (Dt
21, 22 s).
Por eso el pelotón de ejecución
tenía el cometido de acelerar la muerte rompiéndoles las piernas. También se
hace así en el caso del crucificado del Gólgota.
A los dos bandidos se les quiebran
las piernas. Luego, los soldados ven que Jesús está ya muerto, por lo que
renuncian a hacer lo mismo con él. En lugar de eso, uno de ellos traspasó el
costado, el corazón de Jesús, < y al punto salió sangre y agua> (Jn 19,
34).
Es la hora en que sacrificaban los corderos pascuales. Estaba
prescrito que no se le debía partir ningún hueso (Ex 12, 46). Jesús aparece
aquí como el cordero que es puro y
perfecto”
En este sentido, el Papa
Benedicto XVI, ha hablado de una forma clara y sugerente (Jesús de Nazaret.
Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección; Ibid):
“Los Evangelios sinópticos nos
han descrito explícitamente la muerte en la Cruz como acontecimiento cósmico y
litúrgico: el sol se oscurecerá, el velo del templo se rasga en dos, la tierra
tiembla, muchos muertos resucitan.
Pero hay un proceso de fe más
importante aún que los signos cósmicos: el centurión, comandante del pelotón de
ejecución, conmovido por todo lo que ve, reconoce a Jesús como el Hijo de Dios:
<Realmente éste era el Hijo de Dios> (Mc 15, 32).
Bajo la Cruz da comienzo la
Iglesia de los paganos.
Desde la Cruz, el Señor reúne a
los hombres para la nueva comunidad de la Iglesia universal. Mediante el Hijo
que sufre reconocen al Dios verdadero”
Por otra parte, el Papa
Benedicto, en este mismo libro, también se pregunta: ¿Qué quiere decir el autor
del evangelio con la afirmación insistente
de que Jesús ha venido no sólo en
agua, sino además en sangre?
El Pontífice sugiere una respuesta
muy interesante (Ibid):
“Se puede suponer que haga
alusión a una corriente de pensamiento
que daba valor únicamente al sacramento del Bautismo, pero relegaba la Cruz.
Y por eso significa quizás
también que sólo se consideraba importante la palabra, la doctrina, el mensaje,
pero no <la carne>, el cuerpo vivo de Cristo, desangrado en la Cruz;
significa que se trató de crear un cristianismo del pensamiento y de las ideas
del que se quería apartar la realidad de la carne: el sacrificio y el sacramento.
Los Padres han visto en este
doble flujo de sangre y de agua una imagen de los dos sacramentos, la
Eucaristía, y el Bautismo, que manan del costado traspasado del Señor, de su corazón. Ellos son el nuevo
caudal que crea la Iglesia y renueva a los hombres.
Pero los Padres, ante el costado
abierto del Señor exánime en la Cruz, en el sueño de la muerte, se han referido
también a la creación del costado de
Adán dormido, viendo así en el caudal de los sacramentos también el origen de la Iglesia:
Han visto la creación de la nueva
mujer, la Iglesia, del costado del nuevo Adán: Cristo”
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