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viernes, 26 de octubre de 2018

EL MISTERIO DE LA VISITACIÓN


 
 
 
 
 
 
Habiendo sabido la futura Madre de Dios por el ángel San Gabriel que su prima iba a ser madre, al igual que ella, corrió presurosa a felicitarla y a ayudarla en lo que hubiera menester, a pesar de la gran distancia que tenía que recorrer a través de zona montañosa. María saludó a Isabel, su prima, y ésta a su vez, que conocía por divina inspiración que María  llevaba ya en su vientre al Hijo de Dios hecho hombre, la felicitó, la ensalzó y la proclamó por la más feliz de las mujeres. La santísima Virgen entonces, inspirada por el Espíritu Santo prorrumpió en un canto de humildad y reconocimiento, <el Magnificat>.


El Papa San Juan Pablo II recordando el <Misterio de la Visitación> se expresaba en los términos siguientes (Audiencia General del miércoles 2 de octubre de 1996):

“En el relato de la visitación, san Lucas muestra como la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva la salvación y la alegría a casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo <anístemi>, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la Resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24, 7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27-28; 15, 18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

 
 
 
El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje <con prontitud> (Lc 1, 39). También la expresión <a la región montañosa> (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: < ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación, que dice a Sión: ‘Ya reina tu Dios’!> (Is 52, 7)”


Hermosa y certera interpretación del gran Pontífice san Juan Pablo II, sobre  los hechos  relatados por San Lucas en su Evangelio con gran suavidad y delicadeza pues no en balde ha merecido el titulo de <Scriba mansuetudinis  Christi>, tal como podemos comprobar en los versículos siguientes (Lc 1, 39-45):
"Por aquellos días, levantándose María, se dirigió presurosa a la montaña, a una ciudad de Judá / y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel / Y aconteció que, al oír Isabel la salutación de María, dio saltos de gozo el niño en su seno, y fue llena Isabel del Espíritu Santo / y levantó la voz con gran clamor y dijo: <Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre / ¿Y de dónde a mí esto que venga la madre de mi Señor a mí? / Porque he aquí que, como sonó la voz de tu salutación en mis oídos, dio saltos de alborozo el niño en mi seno / Y dichosa la que creyó y tendrán cumplimiento las cosas que le han sido dichas de parte del Señor

 
 
 
Y dijo María: "<Engrandece mi alma al Señor / y se regocijó mi espíritu en Dios, mi Salvador / porque puso sus ojos en la bajeza de su esclava / Pues he aquí que desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones / porque hizo en mi favor grandes cosas el Poderoso y cuyo nombre es <Santo> / y su misericordia por generaciones y generaciones para aquellos que le temen>"

Y luego continuó diciendo: "<Hizo ostentación de poder con su brazo: Desbarato a los soberbios en los proyectos de su corazón / derrocó de su trono a los potentados y enalteció a los humildes / llenó de bienes a los hambrientos y despidió vacios a los ricos>"

 
 
 
Finalmente dijo la Virgen María: "<Tomó bajo su amparo a Israel, su siervo, para acordarse de la misericordia / como lo había anunciado a nuestros padres, a favor de Abrahán y su linaje para siempre>"

 
 
 
 
Como sigue diciendo el Papa san Juan Pablo II en su Audiencia General anteriormente mencionada si recapacitamos despacio sobre esta visita de María a su prima Isabel comprenderemos de inmediato que ésta es realmente el preludio de la misión de Jesús que se encontraba entonces ya en su seno; la Virgen se pone en camino con el Niño en su seno y con ello está llevando a cabo una colaboración con su Hijo en la obra Redentora de Éste, y por tanto la alegría de la salvación para el género humano:


“El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías (Lc 1, 18-21), María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: <Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel> (Lc 1, 40).

San Lucas refiere que <cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno> (Lc 1, 41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, trasmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

 
 
 
Ante el saludo de María también Isabel sintió la alegría mesiánica y <quedó llena del Espíritu Santo; y exclamó con gran voz, dijo: <Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno> (Lc 1, 41-42)…La exclamación de Isabel <con gran voz> manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cantico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.


Isabel, proclamándola <bendita entre las mujeres> indica la razón  de la bienaventuranza de María en su fe: ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!(Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

 
 
 
Podemos tratar de imaginarnos aquel momento sublime en él que la Madre de Dios se encuentra con su prima Isabel y ésta la bendice con una frase que parece la continuación de lo que ya ha escuchado antes de los labios del arcángel san Gabriel: <Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno…>.

Es un instante luminoso, es un instante de dicha tal  que hace brotar desde el interior de su alma un cantico maravilloso que expresa toda la verdad del gran Misterio. Es el cantico que anuncia a la humanidad la llegada del Salvador que Ella, lleva en su vientre, el <Magnificat>.

Para el Papa Benedicto XVI el <Magnificat>:

“Es un canto que revela con acierto la espiritualidad de los anawim bíblicos, es decir, de los fieles que se reconocían <pobres> no solo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría  de la riqueza y del poder, sino también por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a la irrupción de la gracia divina salvadora.

En efecto, todo el <Magnificat>, está marcado por esta <humildad>, en griego <tapeinosis>, que indica una situación de humildad y pobreza concreta. (Audiencia General del 15 de febrero de 2006)”

Sí, la Virgen María inicia su canto con esta sencilla y fascinante frase (Lc 1, 46):

“Engrandece mi alma al Señor>

 
 
Y así quiso iniciar su Homilía el Papa san Juan Pablo II un domingo 15 de agosto de 1999 en Castelgandolfo, durante la solemnidad de la <Asunción de la Virgen>, para después continuar expresándose con estas sentidas palabras: “La Iglesia peregrina en la historia se une hoy al cantico de exultación de la bienaventurada Virgen María; expresa su alegría y alaba a Dios porque la Madre del Señor entra triunfante en la gloria del cielo.

En el misterio de su Asunción, aparece el significado pleno y definitivo de las palabras que ella misma pronunció en Ain Karim, respondiendo al saludo de Isabel (Lc 1, 48-49): “Me llamarán dichosa todas las generaciones, porque hizo en mi  favor grandes cosas el Poderoso”

 
 
 
 
Gracias a la victoria pascual de Cristo sobre la muerte, la Virgen de Nazaret, unida profundamente al misterio del  Hijo de Dios, compartió de modo singular sus efectos salvíficos. Correspondiendo plenamente con su <sí> a la voluntad divina, participó íntimamente en la misión de Cristo y fue la primera en entrar después de Él en la gloria, en cuerpo y alma, en la integridad de su ser humano.


El <sí> de María es alegría para cuantos estaban  en las tinieblas y en la sombra de la muerte. En efecto, a través de ella vino al mundo el Señor de la vida.

Los creyentes exultan y la veneran como Madre de los hijos redimidos por Cristo. Hoy, en particular, la contemplan como <signo de consuelo y de esperanza, para cada uno de los hombres y para todos los pueblos en camino hacia la patria eterna”

Para el Papa san Juan Pablo II el <Magníficat> pone al descubierto el corazón de la Madre de Jesús, de nuestra Madre la Virgen María, y por eso nos recuerda que:

“La comunidad eclesial renueva en la solemnidad de la <Asunción de María>, el cantico de acción de gracias de María: lo hace como pueblo de Dios, y pide que cada creyente se una al coro de alabanza al Señor.

Ya desde los primeros siglos, san Ambrosio exhortaba:  <Que en cada uno el alma de María glorifique al Señor, que en cada uno el espíritu de María exulte a Dios> (S.Ambrosio, Exp.Ev.Luc., II, 26).

 Las palabras del <Magníficat> son como el testamento espiritual de la Virgen Madre.

Por tanto, constituyen con razón la herencia de cuantos, reconociéndose como hijos suyos, deciden acogerla en su casa, como hizo el apóstol Juan, que la recibió como Madre directamente de Jesús, al pie de la Cruz (cf. 19,27)” (Homilía del 15 de agosto de 1999).

 

 

 

 

 

 

 

 

    

 

 

 

 

 

   

 

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