En la <Última Cena>, tuvo lugar un hecho misterioso que asombró a los apóstoles de Jesús, reunidos junto a Él en el Cenáculo. Este acontecimiento sucedió próxima ya la Pascua una de las fiestas del pueblo judío más importante donde, como en otras celebraciones, era normal incluir una serie de abluciones de carácter ritual en señal de purificación, de manera que se consideraba muy adecuado que un sirviente lavara los pies de los invitados.
Jesús cumple con la costumbre de
su pueblo con respecto a este ritual, pero va más allá, es él mismo, el que
toma el lugar del criado para lavar los pies de sus discípulos. El Señor con
este extraño gesto, quiere dar a entender a sus apóstoles, y a todos los
hombres, cual era desde el principio de su vida pública, la aptitud y el
sentimiento que le embargaban hacia ellos. Quería enseñar, además, cual debería
ser en adelante la disposición de sus seguidores; los cristianos estamos
llamados al servicio del prójimo, pero un servicio lleno de amor, como el que
Él mismo ofreció.
En definitiva, sucedió que antes de la fiesta de Pascua, sabiendo que había llegado el fin de sus días en este mundo, Jesús quiso celebrar con sus apóstoles la <Última Cena>; así narró san Juan el sorprendente comportamiento del Maestro (Jn 13, 1-9):
-El día antes de la fiesta de la
Pascua, sabiendo Jesús que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre,
como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo.
-Y comenzada la cena, como ya el
diablo hubiera puesto en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, que le
entregase,
-sabiendo que todas las cosas las
entregó el Padre en sus manos y que de Dios salió y a Dios vuelve,
-se levantó de la mesa, se quitó el
manto, tomó una toalla y se la ciñó.
-Luego echó agua en un barreño y
comenzó a lavar los pies de sus discípulos y enjugándoselos con la toalla que
se había ceñido.
-Jesús le respondió: <Lo que
yo hago ahora tú no lo entiendes, lo entenderás más tarde>
-Pedro dijo: <Jamás me lavarás
los pies>. Jesús le replicó: <Si no te lavo, no tendrás parte conmigo>
-Simón Pedro dijo: < Señor, no
solo los pies, sino también las manos y la cabeza>
El lavatorio de los pies, según
los Padres de la Iglesia, viene a significar la necesaria disponibilidad del
hombre, para transformar el mundo juntamente con Jesús y así, devolverlo al Padre. Pero esta
transformación, solo se podrá conseguir mediante el cumplimiento del <Nuevo Mandamiento>,
dado por Jesús a sus apóstoles, y por tanto, a todos los hombres a lo largo de
la historia; Él dijo (Jn 13, 33-35):
-Hijuelos, ya poco tiempo voy a
estar con vosotros. Me buscaréis, y como dije a los judíos que <a donde yo
voy, vosotros no podéis venir>, también a vosotros os lo digo ahora (Jn 7,
33; 8, 21).
- Un Mandamiento Nuevo os doy:
que os améis unos a otros, que como yo os he amado, también vosotros os améis
mutuamente.
-En eso conocerán todos que sois
discípulos míos, si os tuviereis amor unos a otros.
El Papa san Juan Pablo II,
durante la misa del jueves santo del año 1979, rememorando estas tiernas y
entrañables palabras del Señor, nos recordaba que:
“Después de haber amado a los
suyos que están en el mundo, <los amo hasta el fin> (Jn 13,1). La
<Última Cena> es precisamente testimonio del amor de Cristo, Cordero de
Dios, que nos ha amado hasta el fin”
La historia de Israel nos enseña
que desde antiguo, los hijos de este pueblo comían el cordero, durante las
fiestas de Pascua, para celebrar la salida de la esclavitud de Egipto. Jesús
hace lo mismo con sus apóstoles, fiel a las tradiciones de su pueblo, pero con
otro significado nuevo, pues en este día debería mostrarse cuales iban a ser los
<futuros bienes> de aquellos hombres que aceptaran y propagaran su
Evangelio, los principios de la <Nueva Alianza>.
Por lo demás, durante la
<Última Cena>, se produjo una última preparación para el gran Sacrificio,
Sacrificio de Cruz, y se manifestó lo que quiere decir, <Amó hasta el
fin>, esto es, hasta más allá de la muerte:
<Con su palabra, el Verbo, hecho carne, convierte el pan en su cuerpo y el vino en su propia sangre; aunque fallen los sentidos, es suficiente la fe>
Estas poéticas palabras de Santo
Tomás de Aquino convienen perfectamente a la liturgia vespertina de la
celebración: <In Cena Domini>, y nos ayudan a entrar en el núcleo del
misterio que ello implica. En el Evangelio se leen las palabras que
anteriormente recordábamos (Jn 13, 1):
“Sabiendo Jesús que era llegada su hora de pasar de este
mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en este mundo, los
amó hasta el extremo”
Es el día en el que recordamos la
institución de la Eucaristía, don del inagotable amor de Dios. En Ella está
escrito y enraizado el Mandamiento Nuevo del Señor.
El amor alcanza su cima en la donación que Jesús hace de sí mismo; sin reservas, a Dios y a sus hermanos. Por otra parte, al lavar los pies a los Apóstoles, el Maestro les propone una actitud de servicio (Jn 13, 13-¡7)
-Vosotros me llamáis <el
Maestro y el Señor>, y decís bien, pues lo soy.
-Sí, pues, os lavé los pies, yo,
el Señor y el Maestro, también vosotros debéis unos a otros lavaros los pies.
-Porque ejemplo os di, para que
como yo hice con vosotros, así vosotros lo hagáis
-En verdad, en verdad os digo: no
es el siervo mayor que su señor, ni el enviado mayor que el que lo envió.
-Si esto sabéis, bienaventurado
sois si lo hacéis
Con este gesto, Jesús revela un
rasgo característico de su misión: <Yo estoy en medio de vosotros como el
que sirve> (Lc 22, 27). Así pues, solamente es verdadero discípulo de Cristo
quien lo imita en la vida, haciéndose como Él, solicito en el servicio a los
demás, también con sacrificio personal.
Precisamente esa disponibilidad
para transformar el mundo mediante el amor, Jesús la puso simbólicamente de manifiesto
en el lavatorio de los pies, que la Iglesia repite cada año, como rito
litúrgico, cada jueves santo, para estar preparados con Cristo cuando llegue la
hora.
Según san Juan evangelista esta
hora, es la <hora de pasar de este mundo al Padre>, por ello, el Papa san
Juan Pablo II aseguraba, en este sentido que:
“Dura, y colma todas las horas,
hasta el fin del mundo, porque Cristo <habiéndose apiadado de los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo>. Por tanto, en cada una de
las horas de la historia se renueva y realiza de nuevo su pasar de este mundo
al Padre en sus miembros, que pasan de Él, con Él, de este mundo al Padre”
(Misa <In Cena Domini>. Celebrada en la Basílica de san Juan de
Letrán por el Papa san Juan Pablo II el
jueves santo del año 1981, el 16 de abril).
Bastantes años después, el
sucesor de san Juan Pablo II en la silla de Pedro, estando totalmente de acuerdo con estas palabras aseguraba que:
“Si escuchamos con atención el Evangelio
(Jn 13, 3-9), podemos descubrir dos aspectos diferentes. El lavatorio de los
pies de los discípulos es, ante todo, una acción de Jesús, en la que les da la
pureza de la <capacidad de Dios>. Pero el don se transforma después en un
ejemplo, en la tarea de hacer lo mismo unos con otro. Para referirse a estos
dos aspectos del lavatorio de los pies, los santos Padres utilizaron las
palabras <sacramentum y exemplum>.
En este contexto
<sacramentum> no significa uno de los siete sacramentos, sino el misterio
de Cristo en su conjunto, desde la Encarnación hasta la Cruz y la Resurrección.
Este conjunto es la fuerza sanadora y santificante, la fuerza transformadora
para los hombres, es nuestra <metabasis>, nuestra transformación en una
nueva forma de ser, en la apertura a Dios y en la comunión con Él” (Misa <In
Cena Domini>.Homilía del Papa Benedicto XVI. Jueves santo 20 de marzo de
2008).
Así mismo, unos años antes, el
Papa san Juan Pablo II recordando, también, el <lavatorio de los pies> llevado a
cabo por Jesús durante la Última Cena, aseguraba que (Misa del Jueves santo,
del 3 de abril del año 1980):
“Con este gesto quiere expresar
la necesidad de que en los corazones de quienes van a pasar junto a Él, la Última Cena, reine una especial
pureza. Es la pureza que sólo Él puede llevar hasta sus corazones. Y por eso
son inútiles las protestas de Simón Pedro, que no quería que el Señor le lavase
los pies; inútiles sus explicaciones. El Señor y sólo el Señor, puede obrar, en
Pedro, esa pureza de la que su corazón tiene que resplandecer en el banquete. El Señor y sólo el Señor, puede lavar los pies
y purificar las conciencias humanas porque para eso es necesaria la fuerza de
la Redención, es decir, la fuerza del sacrificio que transforma al hombre desde
el interior. Para esto es necesario el sello del Cordero de Dios, impreso en el
corazón del hombre como un misterioso beso de amor.
Por eso se opone inútilmente
Pedro, y le da en vano sus razones al Maestro. El Señor responde a su corazón
impetuoso: <Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más
tarde>. Y cuando Pedro protesta con más vehemencia aún, el Señor le dice:
<Si no te lavo, no tienes parte conmigo>”
La purificación es condición
necesaria para la comunión con Cristo. En efecto, la purificación es
imprescindible para la comunión con el
Señor, como nos recordaba el Papa san Juan Pablo II, y por tanto, debemos
recapitular siempre sobre nuestra actitud frente al pecado.
Ciertamente como asegura san Juan
en su Evangelio (13, 1): <Jesús, que había amado a los suyos que estaban en
el mundo, los amó hasta el fin>. Pero ¿qué significan estas palabras? San Juan Pablo II respondió a esta pregunta
el jueves santo 12 de abril de 1979, durante la celebración de la misa
vespertina, <In Cena Domini>, él decía:
“Significa: hasta el cumplimiento
que tenía que verificarse en la jornada del viernes santo. Ese día se debía
poner de manifiesto cuánto ha amado Dios al mundo, y cómo, en ese amor, ha
llegado al máximo de la entrega, hasta el punto de <dar a su Hijo
unigénito> (Jn 6, 16). El amor del Padre se ha revelado en la donación del
Hijo. En la donación mediante la muerte.
El jueves santo, el día de la Última Cena, es, en cierto sentido, el prólogo de esa donación: es la última preparación. Y, de alguna manera, lo que se cumple ese día va a ir ya más allá de esa donación. Precisamente en el jueves santo, durante la <Última Cena>, se manifiesta qué quiere decir: <Los amó hasta el extremo>.
Pensamos, correctamente, que amar
hasta el último extremo significa amar hasta la muerte, hasta el último
aliento. Con todo, la Última Cena nos demuestra que, para Jesús, <hasta el extremo> significa más allá
del último aliento. Más allá de la muerte.
Ese es, precisamente, el
significado de la Eucaristía. La muerte no es su final, sino su inicio. La
Eucaristía tiene inicio desde la muerte, como nos enseña san Pablo: <Pues
cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del
Señor, hasta que venga> (1 Co 11, 26)”
Sin duda la celebración de la Cena Eucarística es la expresión más característica y profunda del cristianismo, desde los tiempos de la primitiva Iglesia, pero sin embargo ya entonces había creyentes que hacían un mal uso de ésta. Concretamente a los oídos de san Pablo llegaron noticias de que se producían disputas y diferencias entre los miembros de la Iglesia de Corinto en muchas ocasiones. Escandalizado, el apóstol les escribió una primera Carta para tratar de contener a aquellos que se apartaban del Evangelio, llevando a la práctica abusos en la celebración de los ágapes (I Co 11, 18-26):
-He oído decir que, cuando os
reunís, hay divisiones entre vosotros, y en parte lo creo,
-y hasta es conveniente que haya
divisiones entre vosotros para que se sepa quiénes son de virtud probada.
-Cuando os reunís en común, ya no
es eso comer la cena del Señor.
-Porque cada cual se adelanta a
comer su propia cena; y mientras uno pasa hambre, otro se emborracha.
-¿Es que no tenéis vuestra casa
para comer y beber? ¿O es que despreciáis a la Iglesia de Dios y queréis dejar
en vergüenza a los que no tienen? ¿Qué os voy a decir? ¿He de felicitaros? En
esto no puedo felicitaros.
-Yo recibí del Señor lo que os he
transmitido: Que Jesús, el Señor, en la noche que fue entregado, tomó pan,
-dio gracias, lo partió y dijo:
<Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria
mía>.
-Después de esto hizo lo mismo
con el cáliz, diciendo: <Este cáliz, es la Nueva Alianza sellada con mi
sangre, cada vez que la bebáis hacedlo en memoria mía>
-Pues siempre que comáis este pan
y bebáis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva.
Así es, como enseña san Pablo a
los corintios y por extensión a los cristianos de todos los tiempos, la
Eucaristía recuerda la muerte del Señor, un acontecimiento siempre actual
gracias al cual los creyentes viven en comunidad. La Eucaristía, por otra
parte, se encuentra íntimamente ligada a la teología de la Cruz y es desde
luego el principio de la Nueva Alianza, el nuevo orden de salvación establecido
por Jesús, gracias al cual nació una nueva comunidad, no se trata, por tanto,
de un simple acto litúrgico ó de un signo, significa también la esperanza del
cristiano en la próxima venida del Señor al llegar la Parusía (I Co 11, 27-29):
-Porque el que come del pan o bebe del cáliz del Señor
indignamente será reo del cuerpo y de la sangre del Señor.
-Por tanto, examine cada uno su
propia conciencia, y entonces coma del pan y beba del cáliz
-Porque el que come y bebe sin
considerar que se trata del cuerpo del Señor, come o bebe su propia condena.
El Papa Benedicto XVI, nos
advertía que san Juan evangelista, describía con dos palabras el contenido de
la Cena de Pascua de Jesús y estas eran:
<pasos> y <amor>. Esas dos palabras según el Pontífice se explican
mutuamente: ambas describen juntamente la Pasión del Señor. Concretamente
<pasos> indicaría una transformación y en su transformación Cristo nos
implicaría a todos, arrastrándonos dentro de la fuerza transformadora de su
<amor>. Así, sigue diciendo el Papa (Ibid):
“Recibimos la redención, el ser
participes del amor eterno, una condición a la que tendemos con toda nuestra
existencia.
En el lavatorio de los pies este
proceso esencial de la hora de Jesús está representado en una especie de acto
profético-simbólico. En él, Jesús pone de relieve con un gesto concreto,
precisamente, lo que el gran himno cristológico de la Carta a los Filipenses
describe como el contenido del misterio de Cristo. Jesús se despoja de las
vestiduras de su gloria, se ciñe el <vestido> de la humanidad y se hace
esclavo. Lava los pies sucios de los discípulos y así los capacita para acceder
al banquete al que los invita.
En lugar de las purificaciones culturales y externas, que purifican al hombre ritualmente, pero dejándolo tal como está, se realiza un baño nuevo: Cristo nos purifica mediante su <Palabra> y su <Amor>, mediante el don de sí mismo: <Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado>, dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3).
Nos lava siempre con su <Palabra>.
Sí, las palabras de Jesús si las acogemos con actitud de meditación, de oración
y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza purificadora. Días tras días nos
cubrimos de muchas clases de suciedad, de palabras vacías, de prejuicios, de
sabiduría reducida y alterada; una especie de falsedad abierta se infiltra
continuamente en nuestro interior. Todo ello ofusca y contamina nuestra alma,
nos amenaza con la incapacidad para la verdad y para el bien.
Las palabras de Jesús, si las
acogemos con corazón atento, realizan un autentico lavado, una purificación del
alma, del hombre interior.
El evangelio del lavatorio de los
pies invita a dejarnos lavar
continuamente por esta agua pura, a dejarnos capacitar para participar en el
banquete de Dios y con los hermanos.
Pero, después del golpe de lanza
del soldado, del costado de Jesús no sólo salió agua, sino también sangre (Jn
19, 34; 1 Jn 5, 6,8). Jesús no sólo nos dejó palabras. Nos lava con la fuerza
sagrada de su sangre, es decir con su entrega <hasta el extremo>, hasta
la Cruz. Su palabra es algo más que un simple hablar; es carne y sangre
<para la vida del mundo>”
¡Qué fuerte! No es de extrañar
que algunos, hombres y mujeres, se nieguen, en una civilización paganizada como
la nuestra, a escuchar la Palabra de Jesús cuando ya han escuchado y aceptado
las mentiras del <mortal enemigo>, cuando se han dejado arrastrar por la
carne y no por el espíritu; es exigente el Señor con los hombres y con derecho…
porque se entregó por ellos por <Amor>: <Hasta el extremo>, <Hasta
la Cruz>…
Algunas veces, se infiltran los
malos pensamientos en los seres humanos y eso les impide ver con claridad el
Mensaje de Cristo. Esto es lo que sucede cuando se acepta sin más reflexión
temas controvertidos, pensando quizás, en el beneficio que ello puede
proporcionar a la sociedad, pero olvidando el inmenso daño que se puede ocasionar si esto no
fuera así. Y es que actuar en contra de la naturaleza, es ir en contra del Sumo
Hacedor que la ha creado…
Sí, el hombre quiere cada vez con
más insistencia convertirse en su propio dios, o buscar un dios hecho a su
medida, siempre favorable a sus deseos, aunque estos vayan en contra de lo
establecido por el Único y Verdadero Dios y de esta forma la sociedad sufre
cada vez más y se ahoga dentro de la llamada <cultura de la muerte>…
Por eso nos conviene más, como
nos recuerda el Papa Benedicto XVI, la Palabra
del Señor que es algo más que palabra; en este sentido, el <lavatorio de los
pies> nos descubre este misterio y nos invita a participar en el <Banquete de Dios> con los hermanos, que implica una
reflexión a fondo sobre nuestra propia vida, pero también, sobre todos los
acontecimientos que ocurren, cada día, en nuestro mundo, tratando siempre de
interpretarlos de acuerdo con los Mandamientos de Dios… Evitemos las ideas y actitudes
que a nada conducen y tengamos en cuenta que la sangre derramada por Jesús en
la Cruz, como enseña el Papa san Juan Pablo II, nos lava y nos purifica para la
vida eterna:
“¡Dejemos actuar a la Palabra! “(Homilía,
Misa <In Cena Domini>; Jueves Santo, 1 abril de 1999)
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