Fueron muchas las ocasiones en
las que Jesús proclamó la nocividad de la codicia humana y el peligro que
constantemente acosa al hombre por este motivo. Con razón su Apóstol San Pablo
se expresaba en los términos siguientes en la primera carta dirigida a su
discípulo Timoteo (I Tim 6, 2-10):
"Esto es lo que has de enseñar y
recomendar / Si alguno enseña otra doctrina y
no se allega a las palabras de salud, las de nuestro Señor Jesucristo y a la
doctrina que es conforme a la piedad / está envanecido, siendo así que
nada sabe; antes bien, padece el prurito morboso de promover cuestiones y
contiendas de palabras, de las cuales resultan envidia, riña, insultos,
sospechas malignas / interminables disputas, propias
de hombres corrompidos en su mente y privados de la verdad, que piensan ser la
verdad una ganancia / Es, sí, gran ganancia la piedad,
contenta con lo que basta / pues nada hemos traído al mundo,
como tampoco podemos llevarnos de él / y como tengamos alimentos y
abrigos, con eso nos contentaremos / Más los que pretenden ser ricos
caen en la tentación y en el lazo y en muchas codicias insensatas y
perniciosas, las cuales hunden a los hombres en el abismo y la ruina de la
perdición / Porque raíz es de todos los
males el amor al dinero, tras el cual afanados algunos se descarriaron de la fe
y se envolvieron así mismos en muchos dolores punzantes"
Son recomendaciones y
recordatorios del Apóstol San Pablo que vienen como <anillo al dedo> a un
mundo como el nuestro instalado en el fenómeno de la llamada <globalización>,
que tiende a hacer prioritario el consumismo, conlleva espíritu materialista y puede alejarnos de
Dios.
Recordemos por ejemplo, en este
sentido, lo que decía Jesús a las turbas que le seguían, y en particular a
aquel hombre que se atrevió a pedirle que actuara como juez en el reparto de
sus bienes con un hermano (Lc 12, 14-15):
"Hombre, ¿Quién me ha constituido
juez o repartidor sobre vosotros? / Y dijo a ellos: Atended y
guardaos de toda codicia; porque aun cuando uno ande sobrado, no depende su
vida de los bienes que posee"
Y a continuación para que
comprendieran mejor sus palabras, les propuso la parábola del hombre rico cuyo campo producía
tantos frutos que no tenía donde guardarlos, y pensó en derribar sus graneros,
en hacerlos más grandes, para así recoger toda su cosecha, y después darse a la gran vida…Pero por desgracia Dios
le dijo <Insensato, esta misma noche te exigen tu alma; y lo que allegaste ¿de
quién será? Así es el que atesora para sí y no es rico para Dios> (Lc 12,
20-21)
Por otra parte los tres evangelistas sinópticos, San Mateo, San Marcos y San Lucas y también el Apóstol San Juan, relatan en sus respectivos Evangelios, los acontecimientos que tuvieron lugar en Jerusalén, cuando Jesús expulsó del Templo a los vendedores y cambistas, esto es, a los hombres que con su codicia, allí habían profanando el lugar santo donde habita Dios.
Incluso se podría decir, siguiendo la catequesis del Papa
Benedicto XVI, que fue un acto profético, porque defendió el orden verdadero
que se encuentra en la Ley y los Profetas (XXII Jornada Mundial de la juventud
2008. Homilía durante la celebración de la santa Misa del domingo de Ramos y de
la Pasión del Señor):
“Durante la entrada en Jerusalén,
la gente rinde homenaje a Jesús como Hijo de David con las palabras del Salmo
118 de los peregrinos < ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosanna en el cielo! > (Mt 21, 9). Después llega al Templo. Pero en el
espacio donde debía realizarse el encuentro entre Dios y los hombres, halla a
vendedores de palomas y cambistas, que ocupan con sus negocios el lugar de
oración.
Ciertamente los animales que se
vendían allí estaban destinados a los sacrificios para inmolar en el Templo, y
puesto que en el Templo no se podían usar las monedas en las que están
representados los emperadores romanos, que estaban en contraste con el Dios
verdadero, era necesario cambiarlas por monedas que no tuvieran imágenes
idolátricas. Pero todo esto se podía hacer en otro lugar; el espacio donde se
hacía entonces debía ser, de acuerdo con su destino el atrio de los paganos.
En efecto, el Dios de Israel era
precisamente el único Dios de todos los pueblos. Y aunque los paganos no
entraban, por decirlo así, en el interior de la Revelación, sin embargo, en el <atrio
de fe> podían asociarse a la oración al único Dios. El Dios de Israel, el
Dios de todos los hombres, siempre esperaba también su oración, su búsqueda, su
invocación.
En cambio, entonces predominaban
allí los negocios, legalizados por la autoridad competente que, a su vez,
participaba en las ganancias de los mercaderes. Los vendedores actuaban
correctamente según el ordenamiento vigente, pero el ordenamiento mismo estaba
corrompido. <La codicia es idolatría>, dice la Carta a los Colosenses
(Col 3,5). Esta es la idolatría que Jesús encuentra y ante la cual cita a Isaías: <Mí casa será llamada casa de oración> (Is 56,7; Mt 21, 13)), y a Jeremías: <Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de ladrones> (Jn 7,11; Mt 21, 13)). Contra el orden mal interpretado, Jesús, con su gesto profético, defiende el orden verdadero que se encuentra en la Ley y los Profetas”
Cita Benedicto XVI en su Homilía,
la carta de San Pablo a los colosenses, aquel pueblo de la antigüedad que
habiendo recibido el mensaje de Cristo llegó a apartarse en gran medida de él
en seguimiento de una herejía que sería preludio del gnosticismo. Precisamente
en dicha carta les habla el Apóstol de <la vida en Cristo>, dándoles las
recomendaciones siguientes (Col 3, 1-6):
"Así, pues, si resucitasteis con
Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios / aspirad a las cosas de arriba,
no a estas sobre la tierra / Porque moristeis, y vuestra vida
está escondida con Cristo en Dios / Cuando Cristo se manifestare,
que es vuestra vida, entonces también vosotros seréis con Él manifestados en
gloria / Mortificad, pues, los miembros
terrenos: fornicación, impureza, pasión, concupiscencia mala y la codicia, que
es una idolatría / por las cuales cosas viene la
ira de Dios sobre los hijos de la rebeldía"
“Jesús profesó el más profundo
respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta
días después de su nacimiento. A la edad de doce años, decidió quedarse en el
Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre. Durante su vida
oculta, subió allí todos los años, al menos con motivo de la Pascua; su
ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén, con
motivo de las grandes fiestas judías”
Sin duda una de estas ocasiones,
merecedora de una mención especial, es aquella en la que expulsa a los mercadores
y cambistas que en el Templo se encontraban y que con su codicia profanaban la
casa de Dios, como si de un mercado vulgar se tratara.
En los días que nos han tocado
vivir, cada vez se hace más patente que este gesto de Jesús, tal como aseguró
el Papa Benedicto XVI, es un acto profético porque nunca como ahora a lo largo
de los siglos se han interpretado por los hombres, con memos rigor y olvido el
<orden verdadero>, el cual ya se encontraba en la Ley y los Profetas, y
que Cristo con su Mensaje y actitud puso siempre en evidencia.
El Papa durante su Homilía, en el
año 2008 hace mención, indistintamente, a los Evangelios de San Mateo y San
Juan, porque aunque entre uno y otro relato de la Profanación del Templo de
Jerusalén, existe una diferencia en el tiempo, los hechos acaecidos son los que
son, es decir, la consecuencia de la desmedida <codicia humana>.
En
concreto San Mateo, coloca este pasaje de la vida del Señor, al igual que los
otros evangelistas sinópticos, al final casi, de su estancia sobre la tierra,
durante la celebración de la Pascua, después de su entrada triunfal en la
ciudad santa, donde poco después tendría lugar su Pasión, Muerte y Resurrección
(Mt 21, 12-17):
"Y entró Jesús en el Templo de
Dios, y echó a todos los que vendían y compraban en el Templo, y volcó las
mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas / y les dice: Escrito está <Mi
casa será llamada casa de oración (Is 56, 7); más vosotros la hacéis <cueva
de ladrones> / Y se llegaron a Él los ciegos y
cojos en el Templo, y los curó / Pero viendo los Sumos
Sacerdotes, y los escribas, las maravillas que obró y a los niños que gritaban
¡Hosanna al hijo de David!, lo llevaron mal / y le dijeron ¿oyes que cosa
dicen éstos? Más Jesús les dice: Sí, ¿es que nunca leísteis que <de la boca
de los pequeñuelos y de los que maman te aparejaste alabanza? (Sal 8, 31) / Y dejándoles, salió fuera de la
ciudad en dirección a Betania y permaneció allí"
En el Templo se acercó a Él
ciegos y tullidos y los curó. Al comercio de animales y al negocio de los
dineros, Jesús contrapones su bondad sanadora. Ésta es la verdadera
purificación del Templo. Jesús no viene como destructor; no viene con la espada
de revolucionario. Viene con el don de la curación.
Por contraste, en el Evangelio de
San Juan este episodio de la vida del Señor, se coloca después de las bodas en
Caná de Galilea, donde Jesús había realizado su primer milagro durante su vida
pública. Justo en ese momento nos narra San Juan la visita de Jesús al Templo
con su peculiar visión teológica de los hechos acaecidos (Jn 2, 13-22)):
"Y estaba cerca la Pascua de los judíos,
y subió Jesús a Jerusalén.Y halló en el Templo a los que
vendían bueyes, y ovejas, y palomas, y a los cambistas sentados / y habiendo hecho un zote de
cordeles, los echó a todos del Templo, y con ellos los bueyes y las ovejas, y
desparramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas / y a los que vendían las palomas
dijo: Quitad eso de ahí; no hagáis de la casa de mi Padre, casa de tráfico / Recordaron sus discípulos que
está escrito: “El celo de mi casa me devora” (Sal 68,9) / Respondieron, pues, los judíos y
le dijeron: ¿Qué señal nos muestras que acredite tu modo de obrar? / Respondió Jesús y les dijo:
<Destruid este santuario y en tres días lo levantaré> / Dijeron, pues, los judíos: En
cuarenta y seis años se ha edificado este Santuarios, ¿y tú en tres días lo
levantaras? / Él, empero, hablaba del
santuario de su cuerpo / Cuando, pues, resucitó de entre
los muertos, recordaron sus discípulos
que había dicho esto, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que
había dicho Jesús"
Refiriéndose a la diferencia en
el tiempo de las narraciones de los evangelistas sinópticos respecto al
evangelista San Juan, de este pasaje de la vida del Señor, el Papa Benedicto
XVI se manifestaba en los siguientes términos (Jesús de Nazaret 2ª Parte. Ed.
Encuentros 2011):
“A este propósito debemos tener
presente que, según Juan, la purificación del Templo tuvo lugar durante la
primera Pascua de Jesús, al principio de su actividad pública. Los sinópticos,
en cambio, sólo relatan una única Pascua de Jesús y así, la purificación del
Templo se sitúa necesariamente en los últimos días de toda su actividad.
Mientras que hasta hace poco
tiempo la exégesis partía predominantemente de la tesis de que la datación de
San Juan era <teológica> y no exacta en el sentido biográfico, hoy se ven
cada vez más claramente las razones que abogan por una datación exacta, también
desde el punto de vista cronológico, del cuarto evangelista que, no obstante,
toda la impregnación teológica del contenido, se revela también en este caso,
como en los otros, informado con mucha precisión sobre tiempos, lugares y
desarrollo de los hechos”
Todo esto nos debe hacer
reflexionar también a los cristianos de este siglo, herederos de los vicios y virtudes de siglos
anteriores, y por desgracia inmersos en un modernismo desenfrenado, que ha
conducido a sociedades consumistas y descreídas. Por eso nos preguntamos con el
Papa Benedicto XVI (Homilía del domingo de Ramos y de la Pasión del Señor.
XXIII Jornada Mundial de la Juventud):
“¿Nuestra fe es lo
suficientemente pura y abierta como para que, gracias a ella también los
<paganos>, las personas que hoy están en la búsqueda y tiene sus
interrogantes, puedan vislumbrar la luz del único Dios, se asocien en atrios de
la fe a nuestras oraciones y con sus interrogantes también quizás se conviertan
en adoradores? La convicción de que la codicia es idolatría, ¿llega también a
nuestro corazón y a nuestro estilo de vida? ¿No dejamos entrar de diversos
modos a ídolos también en el mundo de nuestra fe? ¿Estamos dispuestos a
dejarnos purificar continuamente por el Señor, permitiéndole arrojar de
nosotros y de la Iglesia todo lo que es contrario a Él?”
En efecto, “esta divina promesa,
así como en un principio levantó los ánimos abatidos de los apóstoles, y
levantados los encendió e inflamó para esparcir la semilla de la doctrina
evangélica en todo el mundo, así después alentó a la Iglesia a la victoria
sobre las puertas del infierno. Ciertamente en todo tiempo estuvo presente a su Iglesia nuestro Señor
Jesucristo; pero lo estuvo con especial auxilio y protección cuantas veces se
vio cercada de más graves peligros y molestias, para suministrarle los remedios
convenientes a la condición de los tiempos y las cosas, con aquella divina
Sabiduría que: toca de extremo a extremo con fortaleza y todo lo dispone, con
suavidad “(Ibid).
Con esa esperanza debemos vivir
el momento actual de nuestra historia, tan parecida, en algunos aspectos, a la
vivida por el Papa Pio XI (1922-1939), el cual bajo el lema <la paz de
Cristo en el reino de Cristo>, trató de evitar una nueva desgracia para las
naciones, que tras la grave crisis financiera del llamado <jueves negro,
crack del 29, gran depresión>, se encontraban suficientemente maltrechas.
No pudo, sin embargo, evitar la confrontación bélica, a pesar de sus mensajes
radiofónicos y sus numerosas cartas encíclicas y murió de forma inesperada, muy
próxima ya la segunda guerra mundial.
Por otra parte, el Papa Benedicto
XVI nos recordó en su Homilía para la misa del domingo de Ramos y de la Pasión
durante la celebración de la XXIII Jornada mundial de la juventud, que el
Apóstol San Pablo puso como ejemplo del
comportamiento de Cristo el Salmo 40 a los hebreos, en unos momentos en que el
pueblo de Israel se encontraba con un gran resurgimiento del nacionalismo y
donde el judaísmo había adquirido un vigor creciente, arrinconando e incluso
persiguiendo a las nacientes comunidades cristianas:
“Sobre la vida y obra de Jesús,
la carta a los hebreos (He 10, 5-19) puso como lema una frase del Salmo 40
<no quisiste sacrificio ni oblación, pero me has formado un cuerpo>. En
lugar de los sacrificios cruentos y de las primeras ofrendas de alimentos se
pone el Cuerpo de Cristo, se pone él mismo. Sólo el <amor hasta el
extremo>, sólo el amor que por los
hombres se entrega totalmente a Dios, es el verdadero culto, el verdadero
Sacrificio. Adorar en espíritu y en verdad significa adorar en comunión con
Aquel que es la verdad; adorar en comunión con su Cuerpo, en el que el Espíritu
Santo nos reúne”
Ciertamente la Muerte redentora
de Cristo es el principio único de la santificación de todos los hombres, tal
como enseñaba San Pablo a los hebreos, sin embargo este mensaje ha calado poco
en la mente de algunas personas de este siglo, donde se sigue adorando a muchos
dioses y en particular al <becerro de oro>, esto es, el dinero y donde se sigue la costumbre pagana de los
grandes festejos y holocaustos en su honor. Solo tenemos que recordar como la
juventud de nuestros días se afana por asistir y asiste a los conciertos
organizados por los <ídolos con pies de barro> del momento. Jesús al purificar el Templo de Jerusalén,
expulsando a los mercaderes de allí, estaba combatiendo otra clase de
idolatría, tan peligrosa como la de los hebreos, combatía la codicia humana, la
cual también está muy presente en nuestra sociedad. El ansia de poder y de
bienes materiales ha llevado a una crisis económica de los países a nivel mundial: “Sin embargo en la
purificación del Templo se trata de algo más
que de la lucha contra los abusos. Se anuncia una nueva era de la
historia. Ahora está comenzando lo que Jesús había anunciado a la samaritana a
propósito de su pregunta sobre la verdadera adoración: <llega la hora, ya
estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu
y en verdad, porque así, quiere el Padre que sean los que le adoren> (Jn 4,
23). Ha terminado el tiempo en el que a Dios se le inmole animales. Desde
siempre los sacrificios de animales habían sido sólo una sustitución, un gesto
de nostalgia del verdadero modo de adorar a Dios” (Benedicto XVI. Homilía
anteriormente mencionada).
Por su parte el Papa Juan Pablo
II refiriéndose al acontecimiento de la purificación del Templo de Jerusalén se
mostraba así de contundente (Homilía del 18 de marzo de 1979):
“Cristo aparece en el umbral del
Templo de Jerusalén para reivindicar frente a los hombres la Casa de su Padre,
para reclamar sobre esta Casa. Los hombres la han convertido en un mercado.
Cristo se opone con energía a esta trasgresión. El <celo por la Casa de Dios
lo devora>, por eso no vacila a la hora de exponerse a la malevolencia de
los ancianos del pueblo hebreo y de todos cuantos son responsables de lo
sucedido contra la Casa de su Padre, el Templo. Este acontecimiento es
memorable, como lo es también la escena narrada por San Juan…
Pronunciando aquellas misteriosas
palabras con respecto al templo de su Cuerpo, Jesús ha consagrado de una sola
vez todos los Santuarios del pueblo de
Dios. Estas palabras toman una gran relevancia, cuando, al meditar sobre la
Pasión y Muerte de Cristo (destrucción del santuario de su Cuerpo), nos
preparamos para la solemnidad de la Pascua, es decir el momento en que se nos
revelará en el mismo templo de su Cuerpo, nuevamente erigido por el poder de
Dios, que quiere construir en Él, de generación en generación, el edificio
espiritual de la nueva fe, la nueva esperanza y la nueva caridad”
Magnifica la catequesis del Papa
Juan Pablo II sobre los versículos del Evangelio de San Juan, como también lo
es la dada, en este mismo sentido, por el Papa Benedicto XVI (XXIII Jornada
mundial de la Juventud):
“La versión exacta de las
palabras, tal como salieron de los labios de Jesús, nos las trasmitió Juan en
su relato de la purificación del Templo. Ante un signo con el que Jesús debía
legalizar esa acción el Señor responde –Destruid este templo y en tres días lo
levantaré- San Juan añade que recordando ese acontecimiento después de su
Resurrección, los discípulos comprendieron que Jesús había hablado del templo
de su Cuerpo.
No es Jesús quién destruye el
templo; el templo es abandonado a su destrucción por la actitud de aquellos
que, el lugar de encuentro de todos los pueblos de Dios, lo transforma en cueva
de ladrones, en lugar de negocios. Pero como siempre desde la caída de Adán, el
fracaso de los hombres se convierte en ocasión para un esfuerzo aún mayor del
amor de Dios a favor de nosotros”
Con todo, aunque sí es cierto que
el fracaso de los hombres se convierte en ocasión para un esfuerzo aún mayor
del amor de Dios a favor de nosotros, como muy bien dice Benedicto XVI, siempre
deberemos tener en cuenta frente a la codicia que lo que se nos dice en el
Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 2536 y 2537):
-El décimo mandamiento prohíbe la
avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe
el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y su poder.
Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría
al prójimo en sus bienes temporales
Cuando la ley nos dice <no
codiciarás>, nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de
todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como
está escrito: “El ojo del avaro no se satisface con su suerte”(Si 14,9)
-No se quebranta este mandamiento
deseando obtener cosas que pertenecen al prójimo siempre que sea por medio
justos. La catequesis tradicional señala con realismo “quiénes son los que más deben luchar contra sus codicias
pecaminosas” y a los que por tanto, es preciso “exhortar más a observar este
precepto”:
Los comerciantes, que desean la
escasez o la carestía de las mercancías, que ven con tristeza que no son los
únicos en comprar y vender, pues de lo contrario podrían vender más caro y
comprar a precio más bajo; los que desean que sus semejantes estén en la
miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles…Los médicos, que desean tener
enfermos; los abogados que anhelan las causas y procesos importantes y
numerosos…
Son cuestiones todas, que están
al orden del día en nuestra sociedad, como nos recodaba el Papa Benedicto XVI en su audiencia general
del miércoles 22 de abril del año 2009. En esta audiencia el Papa nos mostraba
la figura de San Ambrosio Auperto, un monje que vivió en la edad Media (siglo
VIII), el cual se dedicó a escribir, aunque su obra es poco conocida, para
poner de relieve la vida de los santos y también denunciar la contradicción
entre <la esplendida apariencia externa
de los monasterios de su época y
la tibieza de los monjes que habitaban en ellos>. Fue ordenado sacerdote en
el año 761, y el 4 de octubre de del año 777 fue elegido Abad con el apoyo de
los monjes francos, pero en contra de los monjes lombardos.
A este respecto asegura el Papa
lo siguiente: <La tensión, de trasfondo nacionalista, no se calmó en los
meses sucesivos, con la consecuencia de que al año siguiente, el 778, Auperto
pensó en dimitir y marcharse con algunos monjes francos a Spoleto, donde podía
contar con la protección de Carlomagno. A pesar de ello, las disensiones en el
monasterio de San Vicente no cesaron, y algunos años después, cuando a la
muerte del Abad que sucedió a Auperto fue elegido Potón (lombardo enemigo), el
conflicto volvió a encenderse y se llegó a la denuncia del nuevo Abad ante el
emperador. Este remitió a los contendientes al tribunal del Pontífice, el cual
los convocó a Roma. Llamó también como testigo a Auperto que sin embargo,
durante el viaje repentinamente murió, quizá asesinado, el 30 de enero del año
784>.
Pues bien, este hombre santo
denunció en sus escritos el pecado de codicia de los poderosos y ricos de su
tiempo, pero también el afán de ganancias que existía en el interior de las
almas de algunos monjes que él había conocido. Por eso el Papa Benedicto recordando la frase
<Desde el suelo de la tierra diversas espinas agudas brotan de varias
raíces; en el corazón humano los vicios proceden de una única raíz, la
codicia> del autor del tratado
titulado <De cupiditate> (Auperto), aseguró lo siguiente:
“Este relieve revela toda su
actualidad a la luz de la presente crisis económica mundial. Vemos que
precisamente de esta raíz de la codicia ha nacido esta crisis. Ambrosio imagina
la objeción que los ricos y poderosos
podrían aducir: nosotros no somos monjes; para nosotros no valen ciertas
exigencias ascéticas. Y responde: <es verdad lo que decís, pero también para
vosotros vale el camino angosto y estrecho, según la manera de vuestro estado
de vida y en la medida de vuestras fuerzas, porque el Señor sólo propuso dos
puertas y dos caminos (es decir, la puerta estrecha y la ancha, el camino
angosto y el cómodo); no indicó una tercera puerta o un tercer camino>”
Esta alusión del Papa a los escritos de San Auperto, fue muy
criticada por algunos sectores de la sociedad en el año 2009, con motivo de su
audiencia, pero en realidad después de cuatro años de esta fecha comprobamos la razón que tenía el Pontífice
con su denuncia, porque observamos día a
día como las cosas han ido a peor y la causa sigue siendo la misma, la <codicia
humana>. No se trata de criticar a
los ricos y poderosos, porque para estos existe también la posibilidad del
autentico camino de la verdad, del amor, de la vida recta…de la salvación y porque
como decía el santo Ambrosio Auperto, <no se trata de hablar contra ellos,
sino contra la codicia, contra el pecado, contra el vicio…>.
Ya en la antigüedad esta idea
estaba muy clara como podemos comprobar en el libro del Antiguo Testamento
llamado <Eclesiástico> porque se solía utilizar con asiduidad en las
iglesias con objeto de instruir a los catecúmenos y neófitos, aunque los
griegos, quizás con mayor propiedad, lo denominaron <Sabiduría de Jesús,
hijo de Sirac> y fue escrito probablemente entre los años 200 y 170 antes de
Cristo. Precisamente al hablar sobre los peligros de la vida de negocios leemos
las siguientes sentencias (Eclesiástico 27, 1-8):
-Por el dinero han pecado muchos,
y el que trata de enriquecerse tuerce la mirada
-Entre junturas de piedra se
sostiene una estaca y entre venta y compra se introduce el pecado…
-Si el temor del Señor no se
afirma con afán, pronto será derruida su casa
-Al zarandear el harnero queda la
cascarilla: así la basura del hombre en la reflexión
-Prueba el horno las vasijas del
alfarero; la prueba del hombre está en sus discusiones
-El fruto del árbol demuestra su
cultivo, como la expresión del pensamiento el corazón del hombre…
-Si persigues la justicia, la
alcanzarás y la revestirás cual túnica de gloria
Crisis económicas, es decir,
situaciones financieras que conducen a la banca rota, al desempleo, la miseria
y algunas veces hasta al suicidio, han azotado
siempre a la humanidad, pero hay que reconocer que desde comienzos del
siglo XX estas se han convertido en una autentica epidemia como podemos
constatar con la crisis financiera de 1929 y las siguientes en distintos países,
y han continuado en lo que llevamos del siglo XXI, como la llamada del
corralito de Argentina y la crisis económica de 2008, que aún continúa. Por eso
nos preguntamos con el Papa Benedicto XVI ¿la raíz de todas estas catástrofes
económicas no se encontrará en el pecado de idolatría de la codicia humana?
Porque la codicia humana ha estado presente en el mundo desde sus orígenes, es
un pecado de idolatría, pero también es un pecado de soberbia, de vanidad…Así
nos lo recordaba el Beato de la edad media Tomas de Kempis en su libro <Imitación
de Cristo>:
“Vanidad es desear buscar
riquezas perecederas y esperar en ellas.
También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el
apetito de la carne y desear cosa por donde después te sea necesario ser
gravemente punido. Vanidad es desear larga vida, y no preocuparse porque sea
honrada. Vanidad es pensar solamente en esta vida presente y no proveer a lo
venidero. Vanidad es amar lo que tan presto pasa, y no apresurarse a donde está
el gozo perdurable”
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