Cuando Dios llamó a Samuel a su servicio, este le respondió así (I Sam 3,10): <Habla, que tu siervo escucha>
Esta frase expresa admirablemente
el espíritu de servicio y disponibilidad que todo hombre debe tener, ante el
Señor, cuando le llama a seguir sus
pasos, en la búsqueda de la santidad.
Narra el Antiguo Testamento, que
desde ese momento, el Señor informó a Samuel de los planes que tenía para el pueblo
de Israel y en particular para la estirpe del Sumo Sacerdote Elí, el cual le
había decepcionado por su mal comportamiento (I Sam 4,20):
-Así, pues, todo Israel, desde
Dam hasta Bersabee, reconoció que Samuel
era verdadero profeta de Yahveh
Dios confía totalmente en los
hombres cuando éstos, al igual que hizo Samuel, se dejan guiar por Él. Este
pasaje de la Biblia inspiró, a muchos hombres buenos para seguir el camino de
la santidad, como por ejemplo al beato Tomas de Kempis, que en su libro “Imitación
de Cristo”, tomo, como punto de referencia, la respuesta del profeta Samuel, a
la llamada del Señor, para iniciar una bella reflexión sobre como la verdad
habla desde dentro del hombre, sin ruido de palabras (T. Kempis, Contemptus
mundi, libro III, Cap 2):
“Decían en el tiempo pasado los hijos de Israel a Moisés: Háblame tú, y oírte hemos; no nos hable el Señor, porque quizá moriremos.
Yo, Señor, no te ruego así: más como el
profeta, con humilde deseo, te suplico: Habla, Señor, que tu siervo oye. No me
hable Moisés, ni ninguno de los profetas, más háblame tú, Señor, lumbre de
todos los profetas, que tú solo sin ellos puedes enseñar perfectamente; ellos
sin ti ninguna cosa aprovechan. Pueden pronunciar palabras, más no dan
espíritu. Muy hermosamente dicen, más callando tú, no encienden el corazón.
Enseñan letras, más tú abres el sentido. Dicen misterios, más tú abres el
entendimiento de los secretos. Pronuncian mandamientos, más tú ayudas a
cumplirlos. Muestran el camino, más tú das esfuerzo para andarlo. De fuera
obran solamente, más tú instruyes y alumbras los corazones. De fuera riegan,
más tú das la fertilidad. Ellos llaman con palabras, más tú das el
entendimiento al oído”
El Señor llama siempre a cada
hombre por aquél nombre, que Él le ha dado, desde el mismo momento de su
creación, a seguir su camino, el camino de la suprema perfección moral. Sólo
hay que poner empeño en escucharle y el Espíritu Santo infundirá la gracia para caminar por el
sendero, siempre estrecho, de la santidad, pero que nos ofrece a cambio,
disfrutar de la verdadera felicidad, al final de los siglos. Dios habla al
corazón del hombre, sin ruido de palabras, mejor que cualquier profeta, porque,
como su creador y Padre que es, conoce a los seres humanos perfectamente y
desea que todos puedan salvarse de la condenación eterna.
Tomemos ejemplo de aquellas
personas, que con éxito, nos han precedido, en este largo y espinoso camino de
la búsqueda de la santidad, aunque muchas veces nos parezca casi imposible el
conseguirla. También el apóstol San Pedro, que era hombre como nosotros, en algunas ocasiones, demostró no ser capaz de seguir a Jesucristo en todas las facetas de la vida, sin embargo, fue el primero que corrió, junto con el apóstol Juan, al sepulcro del Señor, cuando las piadosas mujeres avisaron a los discípulos, reunidos en el Cenáculo, de la desaparición del cuerpo de Cristo. Por otra parte, después de su Resurrección, Cristo se apareció a sus Apóstoles y les encomendó, una vez más, la tarea de la evangelización, poniendo a la cabeza de su Iglesia a aquel hombre, Pedro, que le había negado por tres veces, pero antes le preguntó también por tres veces si le amaba y el apóstol le respondió atribulado (Juan 21,25): <Tú sabes que te amo>
Jesús le dijo entonces (Juan
21,15-16): < ¡Apacienta mis ovejas!>
El Señor sabía que él, le amaba, pero quiso su
confirmación oral, para que, quedase constancia de que Dios, siempre da a los
hombres una nueva oportunidad en el camino de la santidad, aunque como nos dice
el Papa san Juan Pablo II, ya no era una cuestión solamente de Pedro y de sus
simples fuerzas humanas; se había convertido en una cuestión del Espíritu
Santo, prometido por Cristo al que tuviera que hacer las veces de Él sobre la
tierra (Cruzando el umbral de la esperanza. Capítulo I).
Si, la búsqueda de la santidad es
una cuestión del Espíritu Santo, el cual que ayuda al hombre de buena voluntad
a encontrar el camino del bien y alejarse del camino del mal, Pedro dio
constancia de ello reconociendo por tres veces que amaba a Jesús y Éste nombró a Pedro y por extensión a sus
sucesores, sus testigos sobre la tierra, como nos recordaba el Papa Juan Pablo II (Ibid):
“El Papa, que es testigo de Cristo y ministro de la Buena Nueva, es por eso mismo hombre de alegría y hombre de esperanza, hombre de esta fundamental afirmación del valor de la existencia, del valor de la Creación y de la esperanza en la vida futura. Naturalmente, no se trata ni de alegría ingenua ni de una esperanza vana. La alegría de la victoria sobre el mal no ofusca la conciencia realista de la existencia del mal en el mundo y en todo hombre. Es más, incluso la agudiza. El Evangelio enseña a llamar por su nombre el bien y el mal, pero enseña también que, <se puede y se debe vencer el mal con el bien>” ( Rm 12,11).
Los antiguos invocaban al Señor
contra los magistrados inicuos, que abusaban de su autoridad; con tal motivo,
en el salmo 94 del Antiguo testamento leemos lo siguiente (Sal 94, 12):
-Bienaventurado es el varón a
quien tú, Yahveh, educas: aquel a quien tú mismo instruyes en tú ley; porque de
aciagos días descanso le concedes…
¡Qué sabía es esta
bienaventuranza! y ¡como el beato Tomas de Kempis supo aprovecharla! para
demostrarnos, una vez más, la necesidad de oír las palabras sin ruido del
Señor, con humildad e infinita gratitud (Imitación de Cristo. Tratado tercero):
“Dice el Señor: yo enseñé a los
profetas desde el comienzo y no ceso de hablar a todos hasta ahora. Más muchos
son duros de corazón y sordos a mi voz. Muchos de mejor grado oyen al mundo que
a mí, y antes siguen el apetito de su carne que mí voluntad. El mundo promete
cosas temporales y pequeñas, y le sirven con gran deseo; yo prometo cosas
grandes y eternas, y se entorpecen los corazones de los mortales…
Escribe tú mis palabras en tu
corazón y trátalas con mucha diligencia, que en el tiempo de la tentación las
necesitarás…Hijo, anda delante de mi verdad y búscame siempre con sencillo corazón. El que anda delante de mí en verdad será defendido de malos encuentros, y la verdad le liberara de los engañadores y de las murmuraciones de los malvados…
Yo te enseñare, dice Dios, las
cosas agradables a mí. Piensa tus pecados con gran descontento y tristeza, y
nunca te estimes en algo por tus buenas obras, que en verdad pecador eres y
obligado a muchas pasiones…, no te parezca gran cosa de cuantas hagas, ni las
tengas por preciosas, ni maravillosas, ni las estimes por dignas de reputación,
ni por altas…
No hay cosa verdaderamente de
loar y desear sino lo que es eterno. Que te agrade sobre todas las cosas, la
eterna verdad; que te desagrade sobre todas las cosas tu mal comportamiento.
No temas ni huyas cosa alguna
tanto como tus pecados, los cuales te deben disgustar más, que todos los males
del mundo”
Sobre el tema del pecado, es
interesante recordar el testimonio, del obispo de Nhatrang (1967/1975),
posteriormente nombrado, por el Papa Pablo VI, arzobispo coadjutor de Saigón
(Hochiminville) y que fue encarcelado, en un campo de <reeducación>, entre 1975 y 1988 (Card.F.X.Nguyen van Thuan “Cinco panes y dos peces”. Segundo pez):
“Hay un solo mal que temer: el
pecado. Cuando la corte del emperador de Oriente se reunió para discutir el castigo
que debía darse a san Juan Crisóstomo por la franca denuncia dirigida a la
emperatriz, se sugirieron las siguientes posibilidades:
"a) encarcelarlo; <pero –decían – tendría la oportunidad de orar y de
sufrir por el Señor, como siempre ha deseado>; / b) exiliarlo, <pero, para él
no hay ningún lugar donde no habite el Señor> / c) condenarlo a muerte, <pero
así será mártir y satisfará su
aspiración de ir al Señor><Ninguna de estas posibilidades es para él un castigo; al contrario, las aceptará con gozo> / d) Hay una sola cosa que él teme mucho y que odia con todo su ser: <el pecado, < ¡ pero sería imposible forzarlo a cometer un pecado!>. Si temes sólo al pecado, tu fuerza será inigualable”
Entonces no dudaríamos, por un solo momento, de la necesidad perentoria de la búsqueda de la santidad, y de que ésta debería ser nuestra verdadera vocación en este mundo.
Más aún, aunque esto parezca
desacertado, en los tiempos que vivimos… nos convendría recordar cuales son las
penas que el Señor reserva para aquellos que infligen su ley y no se arrepienten.
Actualmente parece algo incorrecto y hasta tremendista tener en cuenta estas
cuestiones, sin embargo, el mismo Papa Juan Pablo II, advertía de la necesidad
de recordar el “suplicio eterno”, para luchar con fuerza contra los enemigos
del alma.
De esta forma responde el Papa, a
la pregunta de un periodista sobre la vida eterna (“Cruzando el umbral de la
esperanza” Juan Pablo II, capítulo 28):
“Desde siempre el problema del infierno ha turbado a los grandes pensadores de la Iglesia, desde los comienzos, desde Orígenes, hasta nuestros días, hasta Michail Bulgakov y Hans von Balthasar. En verdad que los antiguos concilios rechazaron la teoría de la llamada “apocatástasis final”, según la cual el mundo sería regenerado después de la destrucción, y toda criatura se salvaría; una teoría que indirectamente abolía el infierno. Pero el problema permanece. ¿Puede Dios, que ha amado tanto al hombre, permitir que éste Lo rechace hasta el punto de querer ser condenado a perennes tormentos? Y sin embargo, las palabras de Cristo son unívocas. En Mateo (Mt 25,46), habla claramente de los que irán al suplicio eterno ¿Quiénes serán éstos? La Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto. Es un misterio verdaderamente inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre”
Las palabras del Papa, remueven
nuestras conciencias y nos hacen pensar con más seriedad en las penas del
infierno. Tomas de Kempis nos habla de ellas, con toda la crudeza de la
mentalidad medieval, en su libro “Imitación de Cristo (Libro I, Capitulo 24):
“En la cosa que peca el hombre
principalmente, será más gravemente punido. Allí los perezosos serán pungidos
con aguijones ardientes, los golosos serán atormentados con gravísima hambre y
sed, los lujuriosos y amadores de deleites serán envestidos en pez y azufre ardiendo,
los envidiosos aullarán con dolor como perros rabiosos.
No hay vicio que no tenga su
propio tormento. Allí los soberbios serán llenos de toda confusión, los avaros
serán puestos en miserable necesidad. Allí más grave será pasar una hora de
pena que aquí cien años de penitencia amarga…”
Podemos pensar que esto ya no es
para nosotros…La Edad Media parece una época tenebrosa para los hombres, y
ahora la situación es muy distintas, porque la Ciencia nos ha descubierto
tantas cosas… Sin embargo, la duda continua atenazando nuestros corazones,
cuando seriamente pensamos en el infierno, aunque en principio nos cueste creer
en su existencia
Por eso, deberíamos recordar el consejo de este Beato
de la Iglesia (Libro I, Capitulo 24):
"Aprende ahora a padecer en lo
poco, porque después seas librado de lo muy grave. Primero prueba aquí lo que
podrás padecer después. Si ahora no puedes sufrir tan poca cosa, cómo podrás
después los tormentos eternos?”
Y llevaba toda la razón, porque
como nuestro Señor Jesucristo nos
advirtió en su “Sermón de la montaña” no se puede servir al mismo tiempo a dos
señores…Y tampoco podemos tener dos paraísos: deleitarse en este mundo y
después reinar en el cielo…
Es preferible que, si el amor a
Dios no significa nada para desviarnos de la mala senda, al menos el temor al
juicio final y sobre todo al infierno nos refrene. Por eso el Papa Juan Pablo
II nos habla también en su libro “Cruzando el umbral de la esperanza”, de este
tema, en los siguientes términos (Capitulo 28, Vida eterna ¿todavía existe?):
“Recordemos que, en tiempos aún
no muy lejanos, en las prédicas de los retiros o de las misiones, los Novísimos
–muerte, juicio, infierno, gloria y purgatorio- constituían siempre un tema
fijo del programa de meditación, y los predicadores sabían hablar de eso de una
manera eficaz y sugestiva. ¡Cuántas personas fueron llevadas a la conversión y
a la confesión por estas prédicas y reflexiones sobre las cosas últimas!.....
De hecho, el hombre de la
civilización actual se ha hecho poco sensible a las “cosas últimas”. Por un
lado, a favor de tal insensibilidad actúan la “secularización” y el
“secularismo”, con la consiguiente actitud consumista, orientada hacia el
disfrute de los bienes terrenos. Por el otro lado, han contribuido a ella en
cierta medida los “infierno temporales”, ocasionados por este siglo que está
acabando……
Así pues, la <escatología>
se ha convertido, en cierto modo, en algo extraño al <hombre
contemporáneo>, especialmente en nuestra civilización. Esto, sin embargo, no
significa que se haya convertido en completamente extraña la <fe en Dios>
como <Suprema Justicia>; la esperanza en Alguien que, al fin, diga la
verdad sobre el bien y castigue el mal”
El Catecismo de la Iglesia Católica nos aclara que (nº 310 y nº 311):
"En su poder infinito, Dios
podría siempre crear algo mejor (S. Tomas de Aquino, s.th.I, 25, 6). Sin
embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un
mundo “en estado de vida” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo
en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la
desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con
las construcciones de la naturaleza también las destrucciones.
Por tanto, con el bien físico también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección (S. Tomas de Aquino, s. gent. 3,71):
"Los ángeles y los hombres,
criaturas inteligentes y libres deben caminar hacia su destino último por
elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho
pecadores. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más
grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa, ni
indirectamente, la causa del mal moral"Por tanto, con el bien físico también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección (S. Tomas de Aquino, s. gent. 3,71):
"Porque el Dios Todopoderoso … por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal "
Y como seguimos leyendo en el
Catecismo de la Iglesia Católica (nº 314):
"Sólo al final, cuando tenga fin
nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara” (1 Co 13, 12),
nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de
los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el
reposo de ese Sabbat (Gn 2,2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la
tierra""Y cuando viniere el Hijo del hombre en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará en el trono de su gloria, / y serán congregadas en su presencia todas las gentes, y las separará unas de otras, como el pastor separa las ovejas de los cabritos; / y colocará las ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda. / Entonces dirá el Rey a los de derecha:
”Venid vosotros los benditos de mi Padre, entrad en posesión del reino que os está preparado desde la creación del mundo;...
/ Entonces dirá también a los de la izquierda: “Apartaos de mí, vosotros los malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles…
Se puede decir que el hombre por
sí solo no puede salvarse, pero Dios colabora con él, para conseguir este fin,
mediante lo que sería un sinergismo. Este sinergismo es positivo siempre,
porque le permite al hombre alcanzar el cielo, dándole su autentico nivel de
grandeza a los ojos de Dios. Es lógico por ello, que ya en el Antiguo
Testamento se alabe de esta forma el santo “temor de Dios” (Salmo 111):
"Bendito es el hombre que teme a
Yahveh y que en sus mandatos se alegra de veras; / será su semilla en la tierra
potente, de raza de justos será bendecido…
/El malvado, al verlo, habrá de
indignarse; crujirá de dientes, se estremecerá /Deseo de impíos caerá en vacío"El santo “temor de Dios” es el séptimo don del Espíritu Santo, pero aún siendo el último de los dones, no por ello, es el menos importante, sino todo lo contrario. Así nos lo recuerda Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza, Capitulo 35):
Pero ese temor de Dios no tiene que consistir en un miedo o terror que esclaviza al hombre, sino un miedo “filial”, como nos sigue diciendo el Papa Juan Pablo II (Ibid):
"En un mundo en que Dios está verdaderamente presente, en el mundo de la sabiduría divina, solo puede estar presente el temor “filial.
La actitud padre-hijo es una
actitud permanente. Es más antigua que la historia del hombre. Los <rayos de
paternidad> contenidos en ella pertenecen al Misterio trinitario de Dios mismo,
que se irradia desde Él hacia el hombre y hacia su historia"
La Iglesia, a través de sus teólogos, ha dedicado siempre una especial atención a los “Novísimos”, por lo que se puede asegurar que ha mantenido su condición escatológica, pues de otra manera, hubiera sido infiel a su propia vocación, esto es, a la Nueva Alianza, sellada con Dios a través de su Hijo unigénito, Jesucristo. Y es que en la base del mensaje bíblico, está la revelación de que la relación del hombre con Dios es la de una Alianza, la de un compromiso mutuo, sometido a la lógica natural de la justicia.
La revelación plena, llevada a
cabo por Cristo, confirma la doctrina de la “filiación” y demuestra, además, la
seriedad con Dios toma la libertad de los actos humanos. Jesucristo es nuestro
único salvador y así lo manifestó el mismo apóstol San Pedro, ante el Sanedrín,
cuando se tuvo que defender de las falsas acusaciones que los ancianos y jefes
de Israel les hacían a él y al apóstol san Juan, a raíz del milagro por ellos
realizado al curar a un hombre cojo de nacimiento (Hechos de los Apóstoles, 4,
10-12):
" Sea notorio a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que en el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis, a quien Dios resucito de entre los muertos, en este nombre, está ese aquí delante de vosotros sano / Él es la piedra desechada por vosotros los constructores, la que ha venido a ser piedra angular (Sal, 117, 22) / Y no se da en otro ninguno la salud, puesto que no existe debajo del cielo, otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de ser salvos"
Por eso, la
ignorancia de la hora y el modo con que hemos de morir, exige de nosotros una
constante y atenta preparación, para asumir en condiciones optimas, esto es, en
condiciones de santidad, los momentos más cruciales de nuestra existencia
terrenal. El mismo Jesucristo nos exhorta a
esta vigilancia, porque no se conoce ni el día, ni la hora (Lc. 21, 34-36):
"Guardaos, no sea que se apaguen
vuestros corazones con la glotonería y la borrachera y las preocupaciones de la
vida, y os saltee repentinamente aquel día / como lazo; porque sobrevendrá
sobre todos los que moran sobre la haz de la tierra / Velad en todo tiempo, para que
logréis escapar de todas estas cosas que van a suceder, y manteneros en pie en
presencia del Hijo del hombre"Para conseguir esta dicha, que el hombre ha dado en llamar gloria, el Señor nos envió a su hijo unigénito, tal como hemos comentado anteriormente y como dice Scott Hahnn en su libro <Comprometido con Dios (La promesa y la fuerza de los Sacramentos)>:
“Nuestro Salvador no desprecio ninguno de los pasos normales para cualquier otro ser humano: estuvo nueve meses en el vientre virginal de su madre, fue alimentado como cualquier otro recién nacido, creció como adolescente de su edad hasta llegar a la madurez, se hizo hombre con cansancio, con lagrimas, con dolor ¿y todo esto por qué?
Porque Jesucristo, que es el Redentor del mundo, es también su Creador. Él, que está hecho de materia y espíritu, de cuerpo y de alma, redime la materia y el espíritu, y lo usa además para redimirnos a nosotros, para redimir nuestra materia y nuestro espíritu”.
Y sigue diciendo este autor,
teólogo y apologista católico converso estadounidense, en el mismo libro:
“En su vida terrena y en sus misterios sacramentales, Jesucristo, Creador y Redentor del mundo, usa la realidad más material para llevar hasta el final la salvación”
“En su vida terrena y en sus misterios sacramentales, Jesucristo, Creador y Redentor del mundo, usa la realidad más material para llevar hasta el final la salvación”
Son muy hermosas las reflexiones
de este autor, que reconoce haberse convertido al catolicismo, junto con su
esposa, cuando ya era teólogo y ministro presbiteriano con años de experiencia
en el ministerio de las congregaciones de la Iglesia Presbiteriana en América,
y profesor de Teología en el Seminario Teológico de Chesapeake. Son
reflexiones, a tener en cuenta, para que comprendamos mejor, todo lo que Señor
fue capaz de hacer por ayudarnos en nuestro camino hacia la santidad.
Por su parte el Catecismo de la Iglesia católica, sobre la <creación> del hombre y su salvación, nos enseña que (nº289):
Los autores inspirados los han colocado al comienzo de las Escrituras de suerte que expresan, en su lenguaje solemne, las verdades de la creación, de su origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la salvación.
Leídas a la luz de Cristo, en la unidad de la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente principal para la catequesis de los Misterio del “comienzo”, creación, caída, promesa de la salvación
El hombre, “creado libre “por
Dios, tiene que desear ser “salvado”. Tiene que elegir el camino que le conduce
hacia su salvación o el camino contrario, que le conduce siempre hacia su
perdición. Sin embargo, no se encuentra
solo ante este extraordinario reto, Jesucristo además de constituirse en Redentor de la humanidad, por los méritos
de su Pasión, Muerte y Resurrección, nos dejo instrumentos muy poderosos, que
nos permiten avanzar por el largo y peligroso camino de la búsqueda de la
santidad.
En primer lugar, nos enseñó a
orar bien, dirigiéndonos al Padre con humildad y confianza; fue durante su
Sermón de la montaña y a instancias de sus discípulos. Por otra parte, su
ejemplo de vida de oración constante al Padre, siendo Él su unigénito Hijo, nos
muestra la necesidad de utilizar esta poderosa herramienta para conseguir los
designios del Señor.
En segundo lugar, Dios nos dio los “Sacramentos”, a través de Jesucristo y con la colaboración del Espíritu Santo, porque conocía la necesidad que el ser humano tenía de ellos.
A este propósito, leemos en el libro de
Tomas de Kempis (Imitación de Cristo):En segundo lugar, Dios nos dio los “Sacramentos”, a través de Jesucristo y con la colaboración del Espíritu Santo, porque conocía la necesidad que el ser humano tenía de ellos.
"¡Oh cuanta es la flaqueza
humana! que siempre esta inclinada a los vicios. Hoy confesamos nuestros
pecados y mañana volvemos a ellos. En un momento dado proponemos guardarnos del
pecado y no ha pasado ni una hora cuando ya hemos olvidado nuestros buenos
propósitos. Con razón nos debemos humillar y no sentirnos nunca satisfechos de
nosotros mismos, pues somos tan débiles y tan mudables y es que muy rápidamente
se pierde por descuido lo que con mucho trabajo y dificultad ganamos por la
gracia del Espíritu Santo"
Como Scott Hahn dice en su libro
“Comprometidos con Dios” los Sacramentos son asuntos de vida y de muerte, de
cielo o infierno y el mismo Señor al hablar de ellos, lo hace en términos
especialmente dramáticos.
Según este mismo teólogo, cuando recibimos un sacramento, Dios jura por nosotros, toma nuestra palabra y realiza una promesa. Cristo mismo es el sacramento verdadero y único. Su vida es la fuente de todos los sacramentos.
Según este mismo teólogo, cuando recibimos un sacramento, Dios jura por nosotros, toma nuestra palabra y realiza una promesa. Cristo mismo es el sacramento verdadero y único. Su vida es la fuente de todos los sacramentos.
Y sigue diciendo el mismo autor
en otra parte de su libro:
"Cuando recibimos un sacramento
invitamos a Dios a tomar parte activa en nuestra vida diaria. Es nuestra
confianza y en Él nos apoyamos. Dios justificará su nombre y a nosotros en Él
si somos fieles"
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