Durante el siglo VIII los Papas de la Iglesia católica tuvieron que soportar grandes estragos y pruebas a lo largo de sus Pontificados. Roma era un hervidero de problemas, debido a ataques constantes, tanto en lo material como en el aspecto espiritual. No obstante el espíritu evangelizador triunfó, aunque hay que tener en cuenta que por desgracia, durante el corto periodo de tiempo que va desde el año 767 al 769, la Iglesia tuvo que soportar la ignominia de un impostor, de un <antipapa>, impuesto por el Duque de Nepi, que tomó el nombre de Constantino II. Esta situación llevó a grandes revueltas públicas e incluso asesinatos de personas inocentes, hasta que la Iglesia que siempre prevalece por la gracia divina, pudo al fin resolver la situación creada y en un Concilio celebrado en Roma (Concilio Laterano), se excluyó a los civiles en la elección Papal.
Los orígenes de la comunidad cristiana de Roma no están del todo claros debido a su gran antigüedad, aunque es más que probable que los <forasteros romanos>, así judíos como prosélitos, que oyeron el primer discurso del Apóstol Pedro el día de Pentecostés y se convirtieron a la fe, llevaran a esta ciudad las primeras referencias del Evangelio de Jesús. De cualquier forma es bien cierto que el primero de los Doce, en llegar a la capital del Imperio romano, fue Pedro y lo hizo como cabeza de la Iglesia de Cristo, probablemente hacia el año 42 ó 43 de la era cristiana.
Por su parte, en el año 56 ó 57 d. C, San Pablo
escribía una Epístola a los romanos, pues aunque él no lo llegó a expresar
claramente, deseaba visitar aquella Iglesia, finalizada ya su tercera misión
apostólica en las ciudades más importantes de Asia y Grecia: Éfeso, Atenas y
Corinto.
San Pablo pretendía pasar por la provincia romana de Hispania y detenerse en Roma, para confirmar en la fe a los gentiles de aquellas Iglesia, con este motivo les escribió una epístola en la que expone de forma clarividente su visión del Mensaje de Cristo, y precisamente en la segunda parte de la misma dedicada especialmente a analizar el concepto de justicia y caridad social, el apóstol les habla de cómo cada uno de los creyentes debe obrar conforme al don recibido de Dios. Más concretamente, refiriéndose al tema de la evangelización llega a decir (Rm 12, 6-9):
San Pablo pretendía pasar por la provincia romana de Hispania y detenerse en Roma, para confirmar en la fe a los gentiles de aquellas Iglesia, con este motivo les escribió una epístola en la que expone de forma clarividente su visión del Mensaje de Cristo, y precisamente en la segunda parte de la misma dedicada especialmente a analizar el concepto de justicia y caridad social, el apóstol les habla de cómo cada uno de los creyentes debe obrar conforme al don recibido de Dios. Más concretamente, refiriéndose al tema de la evangelización llega a decir (Rm 12, 6-9):
-Tenemos dones diferentes,
conforme a la gracia que se nos ha dado: si se trata de profecía, que sea de
acuerdo con la fe,
-y si se trata de ministerio, que
sea sirviendo. Y si uno tiene que enseñar, que enseñe,
-y si tiene que exhortar, que
exhorte.
- El que da, que dé con
sencillez; el que preside, que lo haga con esmero; el que ejercita la
misericordia que lo haga con alegría
Dice el Papa Benedicto XVI en su
libro <Los caminos de la vida interior. El itinerario de la vida espiritual
del hombre> (Ed. Chronica S.L. 2011), refiriéndose a este pensamiento del
apóstol San Pablo:
“Entre los diferentes dones que
San Pablo enumera para la edificación de la Iglesia, está el de enseñar, (cf. Rm
12,7). La predicación del Evangelio siempre ha estado acompañada por el interés
por la palabra: la palabra inspirada por Dios y la cultura en la que esta palabra
echa raíces y florece.
La evangelización de la cultura
es de especial importancia en nuestro tiempo, cuando la <dictadura del
relativismo> amenaza con obscurecer la verdad inmutable, sobre la naturaleza
del hombre, sobre su destino y su bien último. Hoy en día, algunos buscan
excluir de la esfera pública las creencias religiosas, relegarlas a lo privado,
objetando que son una amenaza para la igualdad y la libertad. Sin embargo, la religión es en realidad garantía de auténtica libertad y respeto, que nos mueve a ver a cada persona como un hermano o hermana. Por este motivo, os invito particularmente a vosotros, fieles laicos en virtud de vuestra vocación y misión bautismal, a ser no sólo ejemplo de fe en público, sino también a plantear en el foro público los argumentos promovidos por la sabiduría y la visión de la fe.
La sociedad actual necesita voces claras que propongan nuestro derecho a vivir, no en una selva de libertades autodestructivas y arbitrarias, sino en una sociedad que trabaje por el verdadero bienestar de sus ciudadanos y les ofrezca guía y protección en su debilidad y fragilidad”
Para la Iglesia, la evangelización es la necesaria e insustituible misión que Cristo le ha encomendado y que, a lo largo de la historia, ha tomado formas y modalidades muy diferentes según los pueblos o las situaciones históricas del momento. Esto ha sido así desde siempre, desde el principio de la historia de la humanidad. Por eso analizar sucesos acaecidos a lo largo de todos estos siglos, desde la primera llegada del Hijo de Dios al mundo, no solamente es interesante desde el punto de vista histórico, sino también y sobre todo desde el punto de vista de la educación de los pueblos por medio del Mensaje de Cristo, a través de su Iglesia.
“Las transformaciones sociales a
las que hemos asistido en las últimas décadas tienen causas complejas, que
hunden sus raíces en tiempos lejanos, y han modificado profundamente la
percepción de nuestro mundo.
Pensemos en los gigantescos avances de la ciencia y de la técnica, en la ampliación de las posibilidades de la vida y de los espacios de libertad individual, en los profundos cambios en el campo económico, en el proceso de mezclas de etnias y culturas causado por fenómenos migratorios de masas, y en la creciente interdependencia de los pueblos.
Todo esto ha tenido consecuencias también para la dimensión religiosa de la vida del hombre. Y así, por un lado, la humanidad ha conocido beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de su esperanza (1P 3,15); por otro, se ha verificado una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios Creador y Providente, la revelación de Jesucristo único Salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y la referencia de una ley moral natural”
Pensemos en los gigantescos avances de la ciencia y de la técnica, en la ampliación de las posibilidades de la vida y de los espacios de libertad individual, en los profundos cambios en el campo económico, en el proceso de mezclas de etnias y culturas causado por fenómenos migratorios de masas, y en la creciente interdependencia de los pueblos.
Todo esto ha tenido consecuencias también para la dimensión religiosa de la vida del hombre. Y así, por un lado, la humanidad ha conocido beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de su esperanza (1P 3,15); por otro, se ha verificado una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios Creador y Providente, la revelación de Jesucristo único Salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y la referencia de una ley moral natural”
Se refiere el Santo Padre Benedicto XVI en esta Homilía, a la primera Carta que San Pedro escribió, dirigida a las Iglesias de Asia, con la intención de manifestarles las exigencias de la religión cristiana. Precisamente en el tercer apartado de la misma, exhortaba a todos los hombres a vivir unidos en armonía, más concretamente, Él se expresaba en los siguiente términos ( I C 3, 8-15):
-no devolváis mal por mal ni
injuria por injuria, sino todo lo contrario: bendecid siempre, pues para eso
habéis sido llamados, para ser herederos de la bendición.
-¿Quién es el que ama la vida y
quiere vivir años felices? Guarde del mal su lengua y sus labios de palabras
mentirosas.
-Apártese del mal y haga el bien,
busque la paz corra en pos de ella.
-Pues el Señor mira por los que
practican la justicia y tienen los oídos atentos a sus súplicas; pero el Señor
se enfrenta con los criminales.-¿Quién podría haceros daño si os empeñáis en hacer el bien?
-Si a pesar de todo, os veis
obligados a padecer por la justicia,
¡Dichosos vosotros! No temáis sus amenazas, ni os turbéis.
-Glorificad en vuestros corazones
a Cristo, el Señor, dispuesto siempre a contestar a todo el que os pida razón a
vuestra esperanza.Hablar de <nueva evangelización> no significa tener que elaborar una única forma igual para todas las circunstancias.
Y sin embargo, no es difícil percatarse de que lo que necesitan todas las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente cristianos es un renovado impulso misionero, expresión de una nueva y generosa apertura al don de la gracia.
De hecho, no podemos olvidar que la primera tarea será siempre ser dóciles a la obra gratuita del Espíritu del Resucitado, que acompaña a cuantos son portadores del Evangelio y abre el corazón de quienes escuchan…
Para proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de Dios”
Sin embargo, hay que tener en cuenta, como nos aseguraba otro Pontífice del siglo XX, el Papa Pío XII, que las discusiones y los errores de la humanidad en cuestiones referentes a la Persona y al Mensaje de Cristo, han sido siempre fuentes de graves herejías y causa de intenso dolor para toda las personas de buena voluntad y especialmente para los hijos fieles y sinceros de la Iglesia.
Así sucedió en el siglo VIII, en el que surgió una herejía que se dio en llamar <adopcionismo>, que no estaba basada en conceptos nuevos sino que tenía ya una larga historia en el Imperio de Oriente y fue posteriormente importada a Occidente, seguramente, como nos recordaba el Papa Pío XII, por hombres que no habían tenido una experiencia profunda de Dios.
El Papa Pío XII, aseguraba en su Carta Encíclica <Humani Generis>
(Dada en Roma junto a San Pedro el 12 de agosto de 1950 año duodécimo de su
Pontificado):
“No debemos admiradnos de que
siempre haya habido disensiones y errores fuera del redil de Cristo. Porque,
aunque cuando la razón humana, hablando absolutamente, precede con su fuerza y
su luz natural al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único personal, que con su providencia sostiene y
gobierna el mundo y, así mismo, al conocimiento de la ley natural, impresa por
el Creador en nuestras almas, sin embargo, no son pocos los obstáculos que
impiden a nuestra razón, cumplir eficaz y fructuosamente éste su poder natural.
Porque las verdades tocantes a Dios y las relaciones entre los hombres y Dios se hayan por completo fuera del hombre, de los seres sensibles, y cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen sacrificio y abnegación propia…
Más aún, a veces la mente humana puede encontrar dificultad hasta para formarse un juicio cierto sobre la credibilidad de la fe católica, no obstante que Dios haya ordenado muchas y admirables señales exteriores por medio de las cuales, aún con la sola luz de la razón se puede probar con certeza el origen divino de la religión cristiana.
De hecho, el hombre, o guiado por prejuicios o movido por las pasiones y la mala voluntad, puede no sólo negar la clara evidencia de esos indicios externos, sino también resistir a las inspiraciones que Dios infunde en nuestras almas”
Sí, las fuerzas del mal están
siempre presentes allí donde existe el bien, por eso no podemos extrañarnos de
la existencia de herejías desde los mismos inicios del cristianismo. A este
respecto debemos recordar como ya en el siglo I después de Cristo el apóstol
san Pablo en su primera Carta al pueblo
de Corinto denunciaba los abusos de los feligreses en la celebración de los
ágapes que recordaban la última Cena del Señor (I Co 11,17-22) y como se
enfrentó denodadamente al judaísmo que no reconocía en Jesús, al Mesías
prometido, y se empeñaba en cumplir algunas leyes de la ley Mosaica, como la
circuncisión, alegando que ésta era un requisito indispensable para la
salvación de los hombres.
Las transgresiones de la Ley de Dios, de algunos
hombres, en tiempos pasados, son ejemplos claros de como los hombres,
se han ido manifestando en contra de Cristo y de su Mensaje, entonces y en tiempos más cercanos, dando lugar, a multitud de herejías,
contra las cuales, la Iglesia siempre ha respondido con firmeza y verdad, bajo
la inspiración del Espíritu Santo.
Sucedió, que a principios del siglo VIII la
Península Ibérica se encontraba bajo el poder de los visigodos, pueblo bárbaro
que aunque inicialmente fue seducido por la herejía del arrianismo, más tarde
se convirtió al cristianismo bajo el reinado de Don Rodrigo. Este rey visigodo
(710-711) se vio muy pronto envuelto en una guerra civil, contra los pueblos
vascones, ello dio ocasión a los árabes para iniciar la invasión
de la Península Ibérica e implantar el llamado Emirato Dependiente (711-756). La historia
narra los acontecimientos que tuvieron lugar y que condujeron a la
creación de una provincia del Imperio Islámico de los Omeyas, Al-Ándalus,
dirigida por un gobernador nombrado por el Valí del norte de África.
Los árabes, no
impusieron la religión musulmana al pueblo conquistado, donde convivían
cristianos y judíos. Con esta buena voluntad, muchos visigodos
cristianizados optaron por aceptar el Islam, con miras a disfrutar del estatuto
personal de los musulmanes de nacimiento, recibiendo el apelativo de muladíes.
Por el contrario, los que no se convirtieron al Islam, fueron llamados
mozárabes, y se instalaron fundamentalmente, en Toledo, Córdoba, Sevilla y
Mérida, a mediados del siglo VIII.
Finalizado el siglo VII,
concretamente durante el período comprendido entre los años 693 a 700 fue
Arzobispo de Toledo, tras el XVI Concilio de Toledo (693), Félix de Sevilla, ya
que provenía del Obispado de dicha provincia, y a la muerte de este fue
proclamado Arzobispo de la sede de Toledo, un Obispo de la misma llamado
Gunderico (700-710), del cual, como de sus sucesores: Sinderedo, Sunieredo y
Concordio, se tiene poca información fiable debido seguramente a la situación
política del momento histórico en que vivieron.
Hacia el año 745 fue nombrado
Arzobispo de Toledo Cixila, durante una época muy difícil para la Península Ibérica,
que se encontraba por entonces prácticamente ocupada en su totalidad por los
musulmanes. Este santo varón fue para sus fieles un gran bastión, ayudándoles
con su labor evangelizadora. Por otra parte, hombre erudito, supo preservar, en
lo posible, las obras literarias de la cristiandad, así como las reliquias de
sus mártires. Su sucesor en el Arzobispado de Toledo, fue el tristemente célebre, Elipando (754- 800), el cual, cayó en la grave herejía denominada adopcionismo, porque consideraba que Cristo no era Hijo de Dios, sino que había sido adoptado por Él y por tanto negaba su procedencia divina.
Se cree que la herejía del
adopcionismo arraigó en la Hispania musulmana, en parte, debido al pasado
arriano de los visigodos. Elipando defendió su tesis en el Sínodo de Frankfurt
(794), donde fue condenada y rebatida totalmente, siendo Papa Adriano I, en
una memoria dirigida a los Obispos españoles. Por otra parte, en el Concilio de
Aquisgrán (800) se enfrentó al célebre teólogo Alcuino de York.
Alcuino (735-804) pertenecía a
una familia noble de Northumbria (en la actual Inglaterra), de educación
esmerada, es considerado un eminente educador, intelectual y teólogo. Conoció a
Carlomagno, cuando aún vivía su padre, Pipino III de los Francos ó Pipino el
Breve, y le convenció para que se instalara en la corte real, en Francia, como
<Maestro de la Escuela de Palacio>, que estaba precisamente en Aquisgrán,
la mayor parte del tiempo, pero que se movía a otros lugares en función de las
necesidades de la casa real. Tuvo por tanto ocasión de asistir al Concilio mencionado
anteriormente, teniendo un papel importante en la redacción de los documentos
con los que se condenaba de forma clara la herejía del adopcionismo. La explosión de esta herejía cristológica coincidió con el Pontificado de Adriano I (772-795), un aristócrata romano que se enfrentó con energía y coraje a una nueva invasión de Roma (773) por parte de las tribus lombardas bajo el mando de el rey Desiderio. La ayuda de Carlomagno fue en este caso decisiva porque el emperador franco sitió y conquistó Pavía, autonombrándose rey de la Lombardía, acabando de esta forma con las constantes llegadas de este pueblo hasta las mismas puertas de Roma.
En el Concilio de Ratisbona (792)
el Papa Adriano I había condenado las
herejías de Felix y le había conminado a retractarse de las mismas. Este mostró
arrepentimiento, en un principio, pero después siguió
propagando la malsana doctrina
de que Cristo no era hijo de Dios, sino que solo había sido adoptado por
Él…Ello dio lugar a que durante el Pontificado del
sucesor de Adriano I, el Papa León III, en el Concilio de Roma (799), realizara
una nueva condena del adopcionismo y de su principal impulsor, Felix de Urgel,
al que desterró a Lyon, despojado de
toda dignidad episcopal.
Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia católica:
<Jesucristo fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen>
En definitiva:
<El Hijo de Dios se hizo hombre> y es: <Verdadero Dios y verdadero hombre”
Por otra parte el Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda también que:
(nº 465): Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera. Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, <venida en carne>. Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un Concilio reunido en Antioquía, que Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer Concilio de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es <engendrado>, no creado, de la misma substancia que el Padre y condenó a Arrío que afirmaba que <el Hijo de Dios salió de la nada> (DS 130) y que sería de una substancia distinta de la del Padre (DS 126)
(nº 465): Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera. Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, <venida en carne>. Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un Concilio reunido en Antioquía, que Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer Concilio de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es <engendrado>, no creado, de la misma substancia que el Padre y condenó a Arrío que afirmaba que <el Hijo de Dios salió de la nada> (DS 130) y que sería de una substancia distinta de la del Padre (DS 126)
El adopcionismo, es por tanto, una
variante ideológica del arrianismo, pero muy atrevida, porque incluso asegura que Cristo era solo hijo adoptivo de Dios...
Desgraciadamente siempre ha
habido herejías en torno a Cristo y su Mensaje y siempre las habrá, porque el maligno está cerca, de allí, donde está el bien,
y tiene declarada una guerra sin cuartel al hombre, desde el mismo momento de
su creación.
Hubo hombres, sin embargo, que no
se dejaron arrastrar por las malas interpretaciones del Mensaje de Cristo, y así sucedió también durante el siglo
VIII, donde un ejemplo extraordinario lo tenemos en la persona del Beato de
Liébana, un apasionado por la verdad, como tantos otros testigos del Señor.
El Papa Benedicto XVI hace un
sugerente análisis sobre esta cuestión tan esencial en su libro <Un canto
nuevo para el Señor (Ediciones Sígueme. Salamanca 2011), donde llega a decir:
“De lo mucho que se podría decir
en este tema voy a destacar sólo un punto: la educación para la verdad. Muchas
veces la verdad resulta incómoda al hombre, pero es la guía más poderosa para
el desprendimiento, para la verdadera libertad. Tomemos el ejemplo de Pilato.
Él sabe exactamente que este Jesús acusado es inocente, y que debe absolverlo
en buena justicia. Quiere hacerlo; pero esta verdad aparece en conflicto con su
cargo; puede acarrearle disgustos o incluso costarle la pérdida de su posición.
Pueden surgir disturbios, y él puede causar mala impresión al emperador; etc. Prefiere sacrificar la verdad, que no grita ni se defiende, aunque la traición deja en su alma un vago sentimiento de fracaso…”
¡Qué hermoso ejemplo nos pone el
Papa para que recordemos la amargura que da la mentira!
Sí, el hombre sabe cuando miente..., cuando se empeña en defender lo indefendible en el fondo de su corazón, y que hace mal al engañarse así mismo..., y sobre todo presiente que sus mentiras pueden causar daño a otros hermanos…
El Papa Benedicto nos pone varios ejemplos de personas que supieron resistirse a la mentira por encima de los perjuicios que esto pudiera causales a ellos; uno de los más bellos es el de Tomás Moro (Papa Benedicto XVI, Ibid):
“Parecía obvio reconocerle al rey
la supremacía sobre la Iglesia. No había un dogma explicito que lo excluyera de
modo inequívoco. Todos los Obispos lo habían hecho: ¿Por qué iba a exponer su
vida él, un laico, y precipitar a su familia en la ruina? Sí, el hombre sabe cuando miente..., cuando se empeña en defender lo indefendible en el fondo de su corazón, y que hace mal al engañarse así mismo..., y sobre todo presiente que sus mentiras pueden causar daño a otros hermanos…
El Papa Benedicto nos pone varios ejemplos de personas que supieron resistirse a la mentira por encima de los perjuicios que esto pudiera causales a ellos; uno de los más bellos es el de Tomás Moro (Papa Benedicto XVI, Ibid):
Si no quiere pensar en sí mismo, ¿no debe, al pensar los motivos, dar al menos la prioridad a los suyos en lugar de seguir obstinadamente la voz de su conciencia? En tales casos queda patente a nivel macroscópico, por decirlo así, lo que ocurre constantemente en lo cotidiano de nuestra vida. Puedo librarme de un asunto incómodo haciendo una pequeña concesión a la mentira. O a la inversa: aceptar las consecuencias de la verdad que me acarrea un tremendo disgusto. ¡Cuántas veces sucede esto! ¡Y cuantas veces cedemos!
La situación en que se encontró
Tomás Moro es corriente si la traducimos a lo cotidiano: Sí, muchos dicen, ¿por
qué no yo? ¿Cómo voy a perturbar la paz del grupo? ¿Por qué voy a hacer el
ridículo? ¿No está la paz de la comunidad por encima de mi verdad?
La armonía del grupo se convierte así en tiranía contra la verdad…”
La armonía del grupo se convierte así en tiranía contra la verdad…”
El Beato de Liébana, también
llamado San Beato, fue uno de esos hombres que al plantearse, quizás, algunas
de esta preguntas que sugiere el Papa Benedicto XVI, supo reaccionar en contra
de la mentira, a pesar de que una mayoría de hombres la aceptaran como si tal
cosa. Él sabía que Cristo era Dios, su Unigénito Hijo, no podía admitir que era
un hombre como los demás que había sido agraciado con la adopción del Padre, y que
por tanto con ello se negaba al Dios Trinitario.
De la vida de este hombre santo
se tiene bastantes datos aunque no todos son de fiar, por las circunstancias especiales
que la envolvieron y la época histórica en que se desarrolló la misma. Según
sus hagiógrafos, reinando en Asturias don Fruela I, era monje en el monasterio
de San Martín de Liébana, gracias a que la paz reinaba en la comarca de Liébana, en este sosiego, él y otros monjes aprovecharon el
tiempo en el estudio de las Santas Escrituras.
No obstante, por entonces, hacia ya estragos la herejía propagada por Félix de Urgel y Elipando, Arzobispo de Toledo. Estos hombres obtusos y obcecados quisieron derramar sus mentiras y disparates por Galicia y Asturias y aún por las Galias y la Germania. Pero Beato enterado de lo que estaba sucediendo, levantó su voz en contra de los herejes y entonces Elipando, dirigió una carta al Abad Fidel acusándole, de ser él un hereje y un anticristo.
Para responder a tan terribles
acusaciones, de tan alta jerarquía de la Iglesia, Beato escribió una solida
apología en la que hizo resplandecer toda la verdad constatada por la
Iglesia, a través de los Santos Padres y de los
Concilios, respecto a la condición
de Jesucristo como Hijo de Dios. Finalmente, como hemos recordado
anteriormente tanto el Papa Adriano I, como su sucesor León III, así como el
emperador Carlomagno, le dieron la razón a Beato y restauraron su honra, aunque
ésta nunca la había perdido a los ojos de sus compañeros y feligreses. No obstante, por entonces, hacia ya estragos la herejía propagada por Félix de Urgel y Elipando, Arzobispo de Toledo. Estos hombres obtusos y obcecados quisieron derramar sus mentiras y disparates por Galicia y Asturias y aún por las Galias y la Germania. Pero Beato enterado de lo que estaba sucediendo, levantó su voz en contra de los herejes y entonces Elipando, dirigió una carta al Abad Fidel acusándole, de ser él un hereje y un anticristo.
El Beato de Liébana escribió con
la cooperación de otro santo varón, Eterio de Osma, una obra extraordinaria (en
dos volúmenes), enfrentándose a la herejía adopcionista, pero su obra más
conocida es el Comentario al Apocalipsis de San Juan, que tuvo gran
difusión durante la Alta Edad Media.
No se sabe con seguridad en qué año murió, pues mientras que algunos aseguran que fue en el 798, otros afirman que ocurrió algunos años después, en tiempos del rey Mauregato (783-789), hijo natural de Alfonso I el Católico y la musulmana Sisilda.
No se sabe con seguridad en qué año murió, pues mientras que algunos aseguran que fue en el 798, otros afirman que ocurrió algunos años después, en tiempos del rey Mauregato (783-789), hijo natural de Alfonso I el Católico y la musulmana Sisilda.
San Beato, este hombre del siglo VIII, como otros tantos santos hasta nuestros días, nos pueden servir de ejemplo a los hombres de este siglo XXI, donde la mentira es algo poco reprochable y hasta muchas veces considerada un arte a tener en cuenta en la vida pública…
El Papa Benedicto XVI, se manifestaba en este sentido en el libro anteriormente mencionado:
Eso sigue teniendo sentido, aunque en apariencia no tengamos éxito o nos veamos impotentes ante la superioridad de fuerzas hostiles.
Así, por un lado, de nuestro obrar brota esperanza para nosotros y para los demás; pero al mismo tiempo, lo que nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada en las promesas de Dios”
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